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A la orilla de la carretera

Cangreburguito Relato enviado por : Cangreburguito el 24/07/2014. Lecturas: 10199

etiquetas relato A la orilla de la carretera   No consentido .
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Resumen
Una mujer y sus hijas se quedan varadas en medio de una carretera desolada.


Relato
Han pasado más de tres semanas desde aquel incidente, y en mi interior hay una tormenta de sentimientos y pensamientos. Escribo esto, aquí en el hospital, tratando de calmar un poco mi sentir, a la vez que trato de ordenar mis pensamientos, que hasta ahora han sido una total borrasca desde lo sucedido.

Pero bien, comencemos desde el principio. Una vez al mes llevo a mis hijas a visitar a su padre. Él y yo nos separamos hace tres años. Ignacio, desde que nos divorciamos, vive con otra mujer en la capital del país, mientras que yo vivo con mis hijas en la provincia. Mis dos hijas y yo nos quedamos varadas a mitad de carretera cuando las llevaba con su padre.

Yo, sin saber de mecánica, no pude hacer otra cosa cuando el auto comenzó a fallar que orillarme y esperar a que algún automovilista nos brindara su ayuda, pues ni señal de celular tenía en aquel solitario lugar.

Tras varios minutos sin ver a nadie, traté de calmar a mis impacientes hijas que me ponían aún más nerviosa. Abrí el cofre tratando de hallar el problema, aunque sin saber siquiera qué buscar. Estaba yo desesperada, cuando de pronto vi detenerse por fin una vieja camioneta. Del vehículo bajó un hombre de treinta y tantos años de aspecto rudo y sucio.

Aquel tipo me preguntó si tenía un problema y le expliqué que el coche había comenzado a desacelerar y a sacar mucho humo negro antes de dejarnos ahí paradas. Fue en ese momento que noté un particular brillo en sus ojos al mirar a mis dos hijas adolecentes que aún estaban dentro del auto.

Él se asomó al motor y con desplante condescendiente me dijo que lo podía arreglar pero que necesitaba de mi ayuda.

Me pidió que lo acompañara a la parte trasera de su camioneta la cual tenía adaptada una cabina tipo camper. Pensé que iría por herramientas para arreglar mi auto pero tras abrir la puerta me empujó al interior y prácticamente me tiró en el suelo.

El hombre me amenazó con hacerles algo a mis hijas si yo no cooperaba y comenzó a estrujar mis pechos aún sobre la ropa. Después me subió la blusa y violentamente retiró mi sostén dejando que mis senos colgaran libremente.

—Qué hermosos pezones tienes —dijo a la vez que los pellizcaba con sus toscos dedos mientras que su mirada endemoniada recorría con ansiedad todo mi cuerpo.

Yo estaba a punto de gritar, pero hice un enorme esfuerzo por contenerme, pues sabía que en aquel apartado lugar nadie vendría en mi ayuda y mis hijas corrían un gran peligro si me dejaba llevar por el pánico.

El calor en el interior de esa cabina era sofocante, el olor que emanaba de aquel salvaje ser me asfixiaba. Sujetó con ambas manos mis dos tetas desnudas y, una después de otra, se las metió a la boca exprimiéndomelas y mamándolas. Su succión era tan poderosa que me dolía. Mis pezones quedaron doloridos tras de aquel inmisericorde ataque.

Con lujo de violencia acabó por desnudarme. Una vez vio mi sexo al descubierto, metió su cabeza entre mis muslos y esperé con temor. Sentí su lengua abrirse paso a mi intimidad. La textura era rasposa y atravesaba mis labios vaginales con brusquedad.

Lamió varias veces dejando muy húmeda mi vagina, después se desnudó dejando al descubierto, y a centímetros de mi rostro, su verguda hombría. La verga era grande, dura y gruesa. La cabeza se movía con palpitaciones de deseo animal. Parecía que la sangre, impulsada por fuertes bombeos desde su corazón, después de recorrer todo su cuerpo se acumulara en aquella gruesa cabezota que se hinchaba a intervalos.

Aquel hombre colocó su enorme verga a la entrada de mi vagina y, tras escupir de manera por demás asquerosa mi hendidura, restregó la punta de aquel falo de arriba abajo. Después, con un contundente empujón, clavó su estaca en mi intimidad hasta que sus testículos chocaron en mi zona genital. En ese momento me fue imposible contener un grito que temí escucharan mis hijas.

—Te voy a vergar mamacita. Ya verás, nunca te lo han dado así puta —dijo con brusquedad aquel bellaco.

Yo lo único que quería, que imploraba es que a ninguna de mis hijitas les pasara nada. Que ese desalmado no pensara en hacerles algo como lo que en ese instante me estaba haciendo.

—¡Qué rico… quiero más! —comencé a decir, con tal de que aquel energúmeno acabara pronto y ni siquiera pensara en mis niñas.

A mi pesar lo rodee con mis piernas atenazándolo haciendo que su cuerpo se pegara al mío. Está por demás decir que mi sacrificio era enorme. El asqueroso ser expedía un agudo olor a sudor agrio; apestaba. Pero ahogaba mis ganas de vomitar con tal de darle satisfacción y saciarlo de sus bestiales apetitos para que nos dejara en paz y se largara.

Mis uñas se le clavaron en su ancha espalda mientras le ofrecía una serie de improperios animándolo a culminar.

—¡Eso, así! Vente amor, vente rico. ¡Échame tu leche! — le decía al oído.

El tosco hombre siguió dándome duros estacazos descargando en mí todo el coraje contenido en él. Aquella cosa dura y gruesa entraba y salía sin cesar; jamás en mi vida había contenido un pene de tales dimensiones que, al entrar totalmente en mí, hacía sentir que me partiría en dos.

De pronto sacó su pene y se incorporó colocándolo ésta vez frente a mi cara. Con brusquedad me obligó a introducírmelo en mi boca. Yo, que ni a mi antiguo esposo se lo hacía, tuve que brindarle a aquel truhán una felación.

El pene estaba cubierto por los jugos de la lubricación pero, pese a la repulsión que eso me provocó, aún así me lo metí a la boca. Aquel rudo hombre no se conformó con cómo se lo hacía y con sus propias manos sujetó mi cabeza obligándome a meterme toda su hombría. Cuando el glande chocó con mi garganta me produjo nauseas. Fue en ese momento, mientras yo me apartaba de él produciendo arqueadas, cuando me di cuenta que por una de las ventanillas de la cabina se asomaba Eva, la mayor de mis hijas, quien asombrada nos miraba con los ojos muy abiertos.

Desgraciadamente el malvado hombre también se dio cuenta de la presencia de mi hija y así, desnudo como estaba, salió de la camioneta para ir tras ella. Yo salí tras él.

Al estar fuera, vi cómo aquel infame ya sujetaba a mi hija mayor.

—Te prometo, te juro que hago lo que me ordenes, pero déjala en paz —le supliqué.

—Se la voy a meter por el chiquito —dijo aquél.

—Sí, sí, métemela. Hazme lo que quieras pero no les hagas nada a mis niñas, por piedad —le dije.

Aquel ser sin entrañas me miró con una sonrisa burlona.

—No, a ti no. A tu hija. Es a la que le traigo ganas. Está bien rica la condenada. Se ve que está en su punto —dijo, para mi espanto, al mismo tiempo que le oprimía uno de sus senos a mi joven hija.

Aquellas palabras me cimbraron. Aún ahora que estoy junto a ella esperando su turno, me vuelven los temblores que me provocó la impotencia ante lo que sabía iba a pasar.

—¡No! No le hagas nada, te lo suplico —le imploré.

El canalla me cerró la boca de un bofetón.

—¡Cállate! Si no quieres que le suceda lo mismo a la más chica será mejor que cierres la boca.

Volteé hacia el auto pero no alcancé a ver a Ana. Ella era aún muy pequeña y no podía imaginar que algo como lo que amenazaba aquel hombre le sucediera.

Con fuerza llevó a Eva al interior de la cabina y a mí me dejó fuera; desnuda, impotente; mientras aquel despreciable se encerraba con mi pobre hija que quedó a su merced. Yo no sabía qué hacer. Ahí, desnuda en medio de la nada, lo único que hice fue mirar por la ventanilla mientras mi hija era desvestida violentamente.

Eva tuvo que tolerar los mismos manoseos que yo antes había padecido. Fue como verme a mí misma en un espejo cuando aquel ser me violó minutos antes.

Tras mojarla a lengüetazos y, sin escuchar mis súplicas desde el exterior expresando que ella aún era virgen, le introdujo el miembro con violencia.

El rostro de Eva lo expresaba todo. Al ver la expresión de dolor en mi hija fui consciente de que su doncellez había sido destrozada. Ella fue muy valiente al soportar los duros bombeos que aquel hijo de puta le propinaba. Yo, en su lugar, hubiera roto en llanto al ver perdida mi inocencia de esa manera.
El muy cerdo se dio gusto dando lengüetazos por todo el cuerpo de mi noble hija, y mamando con fruición sus pechos apenas turgentes.

Dada la delgada complexión de mi hija, a aquel desgraciado le fue muy fácil maniobrarla de tal forma que sin sacar su miembro de ella la cargó y, sujetándola de sus posaderas sin permitirle tocar el suelo, la continuó penetrando ahora parado. La cabeza de mi hija llegó a chocar contra el techo de la cabina lastimándose. Ella se quejó pero a él no le pareció importarle.

Después la tiró de nuevo en el piso, pero esta vez sobre sus cuatro extremidades. De esta manera volvió a estocarla. Los gestos de dolor en el rostro de Eva revelaban su sentir; era evidente que aquel falo, que de por sí era enorme para cualquier mujer, era aún más devastador para un cuerpo pequeño, joven y delgado como el de mi hija.

Como si no hubiese sido bastante tortura, tras varios minutos de ayuntamiento, el infame sacó su miembro de la vagina de mi hija sólo para colocarlo, esta vez, a la entrada de su recto. El hijo de mil putas trató de meterlo de un solo empujón, cosa que no sólo lastimó a mi pequeña Eva sino que a él también, pues pude ver como se le doblaba el pene dolorosamente al no poder abrirse camino. Al ver su ineficacia, aquel bastardo relamió el orificio anal de mi hija. Sin asco, metió su asquerosa lengua en el hueco cloacal de mi hija.

Cuando dejó empapado el orificio con su saliva, volvió a intentar una nueva estocada, pero era obvio que no lo conseguiría así, por lo que prefirió ir de poco a poco. Mientras la punta de aquel miembro fálico se hundía milímetro a milímetro, mi hija sollozaba de dolor. El tozudo hombre la sujetaba con fuerza de su cintura con ambas manos, no permitiéndole alejarse de él.

Al ver que aquello no se detendría y se abriría paso a como diera lugar, mi hija decidió abrirle camino así que, poniendo la cara en el suelo, se inclinó lo más que pudo y con ambas manos abrió los cachetes de su trasero. Eso brindó mayor apertura por lo que el falo entró hasta la mitad. Pero aquel villano no se conformó con eso y se la clavó profundamente hasta que la resguardó toda en el recto de mi pequeña Eva.

Mi hija lloraba, esta vez sí le ganaron las lágrimas al tener tan enorme invasor en sus entrañas, atravesando un anillo que se dilataba al máximo. Temí por el daño en su esfínter; pues ella es aún muy joven (apenas va a mitad del bachillerato) como para tolerar un intruso así sin repercusiones.

Afortunadamente el médico que la observó después del incidente me dijo que no hubo daño grave. No obstante, ahora que he estado muy cerca de ella, me he dado cuenta que se le escapan los gases intestinales con facilidad; pero espero que esto sane pronto.

Los minutos me parecieron horas al ver a mi hija siendo sodomizada por el brutal animal. Pero todo tiene una conclusión y así ese hombre tuvo que acabar. Así como estaba; incrustado en el recto de mi hija; soltó todo su esperma. Dicha simiente se derramó cuando aquel sacó su pedazo de carne. El semen se escurrió, primero en un chorro, y después en un hilillo que resbaló alcanzando el sexo de mi hija.

Aquel maldito, tras saciarse, nos dejó abandonadas a nuestra suerte. Una hora más tarde un automovilista nos rescató de tan cruel infierno.

Ahora estoy junto a mi hija esperando turno para el ultrasonido que le realizarán a Eva. Aún no puedo entenderlo. Yo tomé todas las medidas después de aquella violación; incluso pese a que aquel hombre no eyaculó dentro de la vagina de mi hija; yo hice todo para prevenir su embarazo.

EPÍLOGO

Ya iba para casi un mes que no veía a Eva. De repente se ausentó de la prepa, sin saber por qué. Yo me había imaginado que por fin se había animado a contarle a su mamá, o que quizás la había descubierto y que por ello la había sacado de la escuela.

Sin embargo, ayer me la encontré en el hospital. Yo había ido a visitar a mi abuelita que está ahí internada y, para mi sorpresa, vi a Eva sentada junto a su madre esperando turno para unos estudios.

Me acerqué a ellas y las saludé. Su mamá se portó medio rara conmigo. Ella sabe que Eva y yo somos muy buenas amigas desde la primaria; inseparables. De hecho, paso mucho tiempo en su casa, por lo que la señora me trata con mucha confianza, sin embargo, esta vez estaba muy seria conmigo. Parecía que le molestaba mi presencia y que quería que me fuera lo antes posible. Yo estaba a punto de hacerlo cuando Eva le dijo a su mamá que necesitaba desaburrirse y que iría conmigo a la cafetería. La señora no vio con buenos ojos aquello pero Eva y yo nos marchamos dejándola allí sentada.

Ya estando lejos de su madre no me aguanté más y le pregunté.

—¿Qué pasó? ¿Ya se enteró?

—No mana. Ni te imaginas lo que nos pasó.

Vi que los ojos de Eva comenzaban a llenarse de lágrimas las cuales le brotaron a borbotones cuando me contó lo sucedido. Según sus propias palabras, a ella y a su madre las habían violado a la orilla de la carretera.

Un maldito cerdo había abusado de ambas. Me dijo que desde que lo vio le dio muy mala espina y que no sabía por qué su madre había aceptado su ayuda. Ella y el tipo habían ido a la parte trasera de la camioneta de aquél y a Eva le pareció raro que tardaran tanto. Esperaba que regresaran con herramientas o algo así para arreglar el auto pero, dado que había pasado mucho tiempo, eso la inquietó. Poco después creyó escuchar un grito y decidió ir a ver qué pasaba, dejando a su pequeña hermana en el auto.

Eva se asomó por una ventanilla a la cabina trasera de la camioneta y no podía creer lo que veía. Su madre, sobre el piso, se le entregaba sexualmente al hombre. En principio pensó que sus ojos la engañaban, su madre se veía muy cooperativa en los movimientos propios de la cópula. Parecía disfrutarlo, pues incluso lo animaba. Pero más tarde notó el asco con el que su madre le mamaba la verga al tipo. Era obvio que ella no lo hacía de buena gana.

Lamentablemente, aquel cerdo se dio cuenta de que mi amiga los estaba espiando y rápido fue tras ella. El maldito la violó a ella también.

Mi amiga, en llanto, me dijo que había sido una experiencia traumática. Que, pese a que no era virgen, le había dolido mucho pues aquel hombre tenía un pene enorme y tosco. La lastimó.

Me confesó que, incluso, la había penetrado también por el ano y que aún lo podía sentir clavado en él. Yo ni siquiera me imaginaba como sería eso. Ya de por sí me daba miedo la primera vez de manera normal, ahora que me la metieran por un orificio que no era para eso, debía de ser horrible.

Tras consolarla Eva dejó de llorar. Para olvidarnos de aquel cruel evento platicamos de otras cosas. De la escuela y así. No pude reprimir mi curiosidad y le pregunté sobre su embarazo. Hacía unas semanas, ella me había confesado que se había dado cuenta que su periodo se retrasó y temía estar embarazada de Eduardo, el ultimo chico con quien se había acostado. La verdad, la primera vez que me contó de él le tuve envidia pues el chico está muy guapo. Sea como sea, la acompañé a comprar una prueba de embarazo casera y ambas la llevamos a cabo en su cuarto de baño. Salió positivo.

Eva estaba muy preocupada pues no sabía cómo decírselo a su mamá. Era obvio que se enfadaría muchísimo. Su mamá no tenía ni idea de que su hija ya no era señorita desde hacía tiempo.

—Mi mamá cree que aquel hombre fue quien me dejó preñada tras violarme —me dijo.

—Sí, pero entonces ¿qué vas a hacer? —le pregunté.

—Pues no sé. Ya todo se veía fácil. Mi mamá estaba de acuerdo en que abortara. Pues cree que el padre fue aquel cerdo miserable. Pero ahora me siento encariñada con mi bebé. El saber que puedo traer un niño tan hermoso como Eduardo, no sé, me hace sentir feliz. Sé que va a ser un niño bien lindo.

—Sí, yo también lo creo —le dije acariciando su pancita—. Pero apoco te vas a echar el paquete tú sola.

—No, claro que no —me contestó, aunque sin verme, parecía que miraba a alguien más.

—Entonces, ¿le vas a reclamar a Eduardo que se haga responsable?

—Ya parece que se va a hacer responsable. Ya sabes que anda con unas mil.

Ambas nos reímos al ser conscientes de la certeza de sus palabras. El chico era cotizado.

—No, él no. Pero, ¿sabes? Hay un doctor que me ha estado viendo con mucha atención desde que tomamos turno mi mamá y yo aquí en el hospital. Creo que le gusto.

Fue en ese momento que me percaté que mi amiga había estado mirando con coquetería hacia el joven pasante de quien me hablaba. En realidad ya debería tener como veintiséis años, por lo menos eso le calculé, pero se veía de buen ver. Por su aspecto debería tener poco de estar haciendo su servicio en el hospital. Supuse que era de esos a quienes les llaman la atención las jovencitas y mi amiga, debo decirlo, es atractiva.

Pude ser testigo cómo aquel hombre le sonreía a mi amiga en clara respuesta a sus coqueteos. Tal parecía que a aquel niño (al cual pudimos ver por medio del ultrasonido que le realizaron a Eva más tarde) ya tenía un posible futuro padre.

FIN

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:50) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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