Aleta: Amor, degradación, prostitución y salvación III

Antes que nada debo aclarar que este relato es verídico y me lo contó su protagonista para que lo publicara. Sucedió en Buenos Aires entre 1962 y 1968. Lo contaré en primera persona tal cual lo escuché yo.


Goyo ya tenía apalabrados a algunos compañeros pupilos de grados superiores, chicos de entre 16 y 17 años que estaban desesperados por desahogarse sexualmente. Pero las reglas eran claras: si se las chupaba y se acababan, pagaban un turno pero si además me querían coger deberían pagar otro turno. No se podía comentar esto con nadie ya que el riesgo de ser expulsados del colegio era seguro. Y tampoco me podrían hacer bromas a mi para que no existiera la más mínima sospecha.
Por esa razón era un grupo muy reducido de chicos, unos 6 o 7.
Yo estaba muy nervioso con la idea de que otros chicos, además de Goyo, me cogieran. Pero él me tranquilizó y me dio algunas instrucciones para agradar a los "clientes".
La mayoría de los chicos la tenían más grande que Goyo, ya que para ese entonces nosotros teníamos 14 años y los otros 16 o 17. Pero eran bastante más torpes en cuestiones sexuales y no tenían la experiencia que habíamos ido consiguiendo nosotros en estos dos años. De modo que me resultó bastante fácil guiarlos en los placeres sexuales y dejarlos satisfechos y con ganas de repetirlo.
Extrañamente y contra toda predicción, empecé a gozar la experiencia de dales placer a aquellos chicos...
La mayoría estaban tan calientes y con tan poca o nula experiencia, que no habían aprendido a controlarse y muchos acababan a los poquitos minutos de modo que cada turno era en verdad bastante corto. Eso nos dejaba tiempo para la recuperación de las notas de Goyo que en apenas dos o tres meses, para cuando cumplimos 15 años (él en agosto y yo en septiembre) lo consiguió.
Mientras tanto, por las noches Goyo y yo seguíamos teniendo sexo en sesiones más largas y cada vez más placenteras y yo me enamoraba cada vez más y él de alguna manera creo que también.
Ese verano mi mamá vino para las fiestas con un nuevo novio. Parece que era un pintor que recién estaba comenzando y mi mamá lo promocionaba a través de la galería y montando exposiciones en Europa y al compartir tanto tiempo juntos se habían ido enamorando y hasta pensaban en casarse y todo. Era un hombre menor que ella, de 25 años, muy apuesto y entrador aunque no muy refinado en sus modales... el típico "macho argentino".
Mi mamá y Víctor (que así se llamaba él) se volvían a Europa los primeros días de enero, así que Goyo me dijo que me fuera con él a la estancia de su abuelo a pasar las vacaciones y acepté entusiasmado por no tener que pasar en el colegio y porque eso significaba no tener que separarme de Goyo.
La estancia de don Goyo, eran unas cuantas cuadras de campo en la provincia de Entre Ríos, que trabajaba con sus tres hijos varones (los tíos de Goyo), aunque vivían la mayor parte del tiempo en Buenos Aires. El mayor de ellos, también Gregorio (y por lo tanto también Goyo), a quién llamaré Goyo II, tenía 24 años era estudiante avanzado de derecho igual que su padre que era abogado. El del medio, Juan Segundo (Juanse) tenía 22 años, estudiaba economía y trabajaba en un estudio de contadores. Y el más chico, Mariano, de 18 era el que más le gustaba el campo y se había inscripto en agronomía. Los tres tíos de Goyo eran chicos muy guapos al igual que su abuelo, un señor de unos 55 años que ese verano había tenido una hemiplejia y estaba en una silla de ruedas. Aún así era un hombre muy atractivo y siempre había sido muy cariñoso conmigo, quizás por saber que no tenía papá y conocer las excentricidades de mi mamá con las que obviamente no estaba de acuerdo.
Ese verano fue inolvidable. A mi me habían reservado un caballo pequeño, que se les conoce como "petizos" y yo adoraba montarlo y correr con él, me sentía libre. Luego la vida familiar, las discusiones de los tíos, las guitarreadas... cosas que yo prácticamente no había vivido y obvio, estar con mi macho.
Goyo me seguía cogiendo duro y parejo, parece que los aires de campo le aumentaban la lívido. Era como una máquina sexual ese chico.
Fue por eso que en uno de esos ataques sexuales que le venían, me empezó a coger durante la siesta cuando en ese momento entró al dormitorio Mariano y nos encontró en plena faena. La situación fue terrible, yo por supuesto quedé mudo y muerto de vergüenza y Goyo que siempre era tan rápido también quedó sin saber qué decir. Mariano cerró la puerta con llave, nos observó unos minutos y empezó a sonreír mientras decía "¡mirá vos... miá vos!".
Finalmente Goyo le dijo "tío, por favor no cuentes nada" Mariano se reía cada vez más y comenzó a hacernos preguntas. Nosotros le contamos que había surgido así, sin maldad y toda la historia. Mariano se puso serio de golpe y dijo "no voy a contar nada con una condición" lo que quieras, te juro que no lo hacemos más dijimos. Pero él nos dijo, por mi, sigan cogiendo pero sobrino... me lo tenés que prestar (refiriéndose a mi) y volvió a sonreír. Nosotros suspiramos aliviados por no ser delatados. Goyo me miró como buscando mi aprobación, cosa que adoré y por supuesto que dije que si.
Si Goyo tenía una buena verga para su edad (15 o 16 cm), la de Mariano mediría como 19 cm.
Mariano hizo que comenzáramos de nuevo o sea que empecé a chuparle otra vez la pija a Goyo para que se le parara y pudiera cogerme todo bajo la mirada de Mariano que ya se había desprendido el pantalón para sacar su verga mientras observaba cómo Goyo me clavaba arrancándome ardientes gemidos de placer.