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Alicia 1 madre soltera cachonda

Relato enviado por : ivloguer el 09/12/2013. Lecturas: 23493

etiquetas relato Alicia 1 madre soltera cachonda   Maduras   Madres   Gorditas .
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Resumen
Hace poco he conocido a una mujer, madre soltera, con quien hemos logrado gran afinidad. Ella estaba pasando por algunos apuros económicos por lo que hemos decidido que se mudarían conmigo y así no gastar en alquiler.


Relato
Alicia 01

Hace poco he conocido a una mujer, madre soltera, con quien hemos logrado gran afinidad. Ella estaba pasando por algunos apuros económicos por lo que hemos decidido que se mudarían conmigo y así no gastar en alquiler.

Por suerte yo vivía en una casa grande producto de unos planes de casamiento que no se realizaron, pero quedó la vivienda. En ella pudimos acomodar bien a Alicia, mi nueva hija; que resultó muy dócil contra mis vaticinios poco esperanzados.
Nuestra vida era la normal de toda pareja, yo trabajaba en casa realizando proyectos de arquitectura debiendo entregar regularmente mis avances vía Internet. Mi flamante señora seguía con sus tareas de enfermera, con el beneplácito de tener quien estuviera con la criatura en sus horas de ausencia.
Nuestra vida conyugal era la habitual, casi rayana en la rutina y nuestras apetencias sexuales eran satisfechas de un modo aceptable.

Por la mañana temprano llevaba a Alicia al colegio , y ella volvía sola al mediodía. Me encantaba verla en su uniforme escolar que le sentaba muy bien, acentuaba sus formas de futura mujer y la pollerita algo corta que dejaba ver parte de sus muslos y hasta la bombachita cuando se agachaba a jugar.

Normalmente no la veía como una mujercita en ciernes salvo las veces en que su colita captaba mi atención. Por alguna razón desconocida, en ese cuerpito algo relleno (sin ser gordita) resaltaba la parte posterior, tiene una cola muy desarrollada para su edad, con la forma ideal que uno imagina acariciando.

Luego del colegio al finalizar de almorzar, se cambiaba con algo de entrecasa ya que el calor del verano no invitaba a usar mucha ropa. Al salir de su habitación la contemplaba en su metamorfosis: entraba una nena colegiala y salía una princesita con el cabello suelto, ya sin esas gomitas que le obligaban a usar. En sandalias abiertas y con una camiseta algo larga que oficiaba también de vestido. Así vestidita venía hasta la sala donde me hallaba viendo el noticiario y relajándome para una digestión apropiada, y aunque en el sofá había espacio de sobra le gustaba treparse a mi falda y sentarse allí a mirar la tele juntos.

Yo aprovechaba la ocasión para introducir nuevos conceptos en su mente virginal, las noticias eran el puntapié para arrancar con temáticas áridas si se las tomase en frío, pero relacionadas con algún hecho real parecían mas sencillas de comprender. En medio de estas charlas, casi monólogos, a ella le gustaba que la abrace y le tome las manitas, o que le acaricie lentamente la pancita o baje por las piernas como dibujando con el dedo. Esta acción la realizaba sin pensar que era una mujercita entre mis brazos, solamente veía a la nena que de a poco estaba ganando mi amor y admiración.

Esto fue cambiando gradualmente, no recuerdo el momento bisagra en que empecé a ver sus curvitas como algo sensual. El tema es que ya me agradaba darle unas palmadas en la cola, jugando, pero dejando la mano un poco más de tiempo en sus cachetes. Por supuesto ella estaba encantada con estas formas de atención, ya que parece que antes estaba un poco relegada al estar todo el día sola y la madre que volvía de noche con mucho cansancio no era precisamente muy efusiva.

El asunto de las palmaditas fue siendo poco suficiente para calmar mis deseos de sentir esa carnecita, en mis ratos de ocio recordaba esa tersura de su piel, esa dureza de glúteos, ese tamaño y formas que parecían corresponder a una mayor edad. Para satisfacer esas recientes ansias de un mayor contacto, me agachaba al lado de ella cuando estaba paradita haciendo algo e iniciaba una conversación trivial. Esa conversación hacía nuestras posiciones absolutamente naturales y era perfecta para abrazarla por el talle. Acariciarle los cabellos, bajar por su espaldita y detenerme en su colita, esa cola que me tenia mas desquiciado cada día.

Dado lo fino de la tela, la camiseta larga parecía otra piel permitiendo sentir el calorcito que emanaba desde su interior. Ese calorcito se acentuaba en la medida que mi mano recorría territorios más abajo, acercándome a su trasero podía sentir el inicio de su bombachita, el fino elástico que iniciaba la prenda prohibida. Esa prenda que asomaba cuando se agachaba a jugar, esa prenda que estaba en contacto con esas dos hermosas semiesferas de su cola.
En esa zona el explorar de mi mano se hacía mas lento, mas profundo, quería sentir bien las formas de eso, el límite que se forma entre la bombachita y la colita, ese calorcito que emana naturalmente.

Esas caricias se fueron haciendo más comunes hasta casi convertirse en una costumbre, cuando algún día mis actividades no permitían que estuviese mucho tiempo con ella, venía a mi oficina con cualquier pretexto para que la abrace y acaricie un poco. Claro que esos momentos me sabían a gloria comprendiendo que yo no era el único necesitado de esos roces, que era algo que compartíamos como si fuese mi noviecita. Además mi mano extrañaba ese explorar, ese sentir la piel como estremecerse al contacto con su trasero, esas carnecitas que pedían a gritos que las apriete entre mis dedos.

Para ese tiempo mi mente ya aceptaba la situación, era natural la excitación que me producía llegando a tremendas erecciones que trataba de disimular. Supongo que a Alicia también le producía entre satisfacción y curiosidad, ya que su vista se dirigía a mi entrepierna en los momentos en que parecía que yo estaba en otra cosa. Tal vez haya sido la razón inicial para que aveces me rozara esa parte, como jugando, como accidente, pero el tiempo que permanecían sus deditos hacía pensar que era intencional.

Una vez dejó la manita en ese sitio y cerrando los dedos apretaba suavemente, yo no sabía cómo reaccionar ante ésto pero ella alivió la situación al preguntar inocentemente porqué se me ponía mas duro y grande en ciertos momentos. Allí no tuve más remedio que explicarle con términos casi médicos el mecanismo de reproducción, mientras estaba paradita a mi lado le acariciaba la colita por arriba del camisón explicándole que esos actos hacían disparar una reacción involuntaria que llenaba mi órgano de sangre preparándolo para el acto reproductor.

Para reafirmar estas palabras la instaba a sentir bien el contorno que se marcaba bajo mi pantalón y con sus manitas apretaba gustosa sintiendo las formas y tal vez adivinando cómo sería sin esa tela cubriendo todo.
Yo no estaba seguro de que fuese una situación sexual o solamente una etapa en el aprendizaje de la pequeña, difícil adivinar o imposible de preguntar si estaba excitada, solamente podía apreciar la naturalidad de su accionar mientras pasaba su mano y sentía a su vez mis dedos recorriendo su geografía posterior.

Si bien en los días siguientes ardía en deseos de levantarle la pollerita por detrás para apreciar esa bombachita preciosa y deleitar mis ojos en esa colita deseada, no hallaba pretexto u ocasión para tal acto.
Esto por un tiempito hasta que se contagió con una especie de virus en el cole, no era algo maligno pero debía medicarse y guardar un poco de reposo. Siendo mi mujer profesional de la salud le dio poca importancia al asunto, tal vez recordando casos mucho más graves de su experiencia diaria. El caso es que le debía suministrar un jarabe y aplicar unos supositorios hasta el nuevo análisis que aconsejaría los pasos a seguir.

El primer día mi mujer venía cansada, con pocas ganas de nada cuando la llama a la nena al comedor para aplicarle el supositorio. Haciéndola inclinar con los brazos en una silla en forma de L con la colita levantada, le sube el camisón ofreciéndome el espectáculo de mi vida. Yo estaba sentado pensando en otras cosas cuando esto se desarrolla frente a mi vista: aparece esa bombachita blanca que tanto he imaginado cubriendo esa colita hermosa, más hermosa que lo que dejaban adivinar las prendas, tan apetecible que daban ganas de ir allí y morder esos cachetes.

Eso duró muy poquito tiempo aunque me pareció un deleite larguísimo que se ajustaba a mis deseos irrealizables, acto seguido tomó la bombachita y la bajó dejando al aire esos dos globitos que yo había degustado por encima de la ropa nomás. Con una mano le abrió los cachetes y con la otra le introdujo el supositorio repentinamente; en ése momento yo no percibía la tosquedad de sus actos ya que estaba deleitado con esa profundidad que tenía el surco, yo lo imaginaba más llano. Era algo admirable lo hondo que estaba ese hoyito marrón acostumbrado a hacer caquita, pero no a sentir algo en sentido contrario, que le entre y de esa forma brusca. Alicia pegó un gritito con algo de llanto mientras la madre le decía que eso no era nada, que se lo aguante.

Supongo que toda la ternura acumulada en mi corazón explotó en ese momento ya que sentía unas gotas resbalar por mi mejillas, así como un deseo irrefrenable de ir corriendo a abrazar a mi bebita para consolarla y compartir su pesar. Eso no lo pude hacer por razones obvias, pero la solución fue provista por mi propia esposa al decirme que las próximas aplicaciones me correspondían a mí, que le tenía más paciencia a la mocosa malcriada.

Al menos pude disfrutar de su compañía cuando vino con carita llorosa a sentarse sobre mi falda, en el camino se subía y acomodaba la bombachita lo que me ofreció la vista de su parte delantera, aún no había ni vislumbrado su tajito imberbe, y ese bultito se me antojó lo más gustoso que hubiese visto.
Como si fuese a reconfortarla la sentaba algo inclinada para poder llegar bien con mis manos a su parte posterior. Le acariciaba la colita mientras susurraba en su oreja que ya había pasado todo, que no fue tan grave al final y mañana me tocaría ponerle la medicina y por supuesto sería mucho más suave y gentil, sin hacerle doler nada.

En ese hablarle al oído sentía su cabello acariciar mi cara, podía aspirar ese aroma a mujercita que no había percibido antes, con mi nariz frotaba suavemente su cabecita y unas sensaciones embriagadoras me invadían, mientras luchaba para evitar la erección que crecía debajo de mi nena.
Las imágenes de la tele eran invisibles mientras permanecía en ese sillón abrazando a mi pequeña, acariciándola suavemente mientras pensaba cómo sería la tarde siguiente cuando me tocase aplicarle el supositorio.

(continuará)

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:48) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:24) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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