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Alicia 18

Relato enviado por : ivloguer el 28/04/2013. Lecturas: 3592

etiquetas relato Alicia 18   Jovenes .
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Resumen
Habíamos llegado a integrar a la hija de Peñafiel en nuestro círculo.


Relato
Alicia 18

Habíamos llegado a integrar a la hija de Peñafiel en nuestro círculo.
Ya mencionábamos a Margarita como si fuese una más de la familia, mi señora la había conocido aunque apenas se saludaron. Parece que no la encontraba tan apetitosa como a Mary, o tal vez percibía la diferencia en el estrato social.

Mejor así, ya que la atildada nenita no vería con buenos ojos los avances tan rápidos de mi mujer. Su mundo estaba lleno de música que le brotaba por las yemas, su paraíso particular existía solamente en su imaginación.
Esa imaginación que se ponía candente por la noches y le dificultaba conciliar el sueño. Las imágenes de aquellas fotografías halladas por azar volvían una y otra vez para reforzar su recuerdo.
Al principio solamente tenía sensaciones extrañas en su entrepierna, como un escozor o algo así, pero esas fotos demostraban que su rajita no solamente servía para hacer pis.

Tuvo que acariciarse esa partecita que despertaba a nuevas sensaciones, sus deditos notaban que ya no necesitaban meterse en la boca para humedecerlas. Al principio debía chuparse un dedo antes de bajar a su puchita, era molesta la sensación de algo seco paseando por aquella ranurita.
Aprovechando sus propias humedades podía recrearse en recorrer todo eso, como reconociéndose aunque sabía de memoria las formas de su propio cuerpo.
Esas sensaciones aumentaban al pasar sus yemas por cierta zona en particular, era como encontrar las teclas exactas en el piano para ejecutar ese arpegio tan delicioso.

Hasta una noche en que estaba muy concentrada en esa área y su cuerpito se llenó de sensaciones, ya no era solamente en su vaginita, toda la espina dorsal parecía estar recorrida por un rayo, no tan rápido como un rayo pero sí tan violento que trasmitía las vibraciones energéticas al resto de su cuerpo.
Recordó aquellas caritas extasiadas en las fotografías y tuvo que reconocer que ella había logrado esas emociones, que la palabra orgasmo varias veces escuchada ahora era algo que ella sentía en sus carnecitas.

Este logro, todo un hito en su incipiente vida, llevó a que aumentase la frecuencia para sentir esas cosas. Debía pasarse el dedito por la noche mientras la imaginación ya reemplazaba su dedo por algo masculino, era una mano de hombre la que se metía entre sus piernas y armaba toda clase de situaciones idílicas. Siempre comenzaban con un cariño transformándose en amor que se demostraba por una voluptuosidad creciente.
Sus lecturas abundaban en historias románticas y el príncipe siempre terminaba besando a la princesa. Pero también terminaba el relato, no se describían situaciones posteriores de esa unión, y ella debía personificar mentalmente a la princesa que recibía caricias y manos traviesas que se le metían por todos los rincones mientras era besada.

Todo ese mundo imaginario era hermoso pero estaba quedando corto, necesitaba ver a un hombre de carne y hueso, necesitaba una piel de verdad que temblase junto a su pielcita que también era de verdad. Y lo más cercano era su papito, aquel hombre que conocía de toda la vida, aquel hombre que la miraba desnudita siendo beba pero no sentía nada más allá del cariño paternal.
Era delicioso tratar de recordar los tiempos en que su cuerpito no despertaba sensaciones eróticas, los tiempos cuando el papá podía recorrer con manos enjabonadas esas formitas. Seguro que no se le despertaba el gigante dormido cuando pasaba los dedos por aquel canal posterior para limpiarlo bien, pero era delicioso imaginarlo como si le interesase tocar eso.

Tenía que acercarse nuevamente a esas manos, antes solamente eran para limpiarla pero ahora sentía temblores al ver esos dedos gruesotes que le habrían pasado por la rajita, lástima no recordar bien esos tiempos. Ese cuerpo enorme que representaba un padre y un puerto seguro para todo su futuro ahora parecía tener otros atributos, tenía una boca que sorbía un cigarrillo pero ella quería que fuese su dedito el aprisionado por los labios grandotes.
Esas manos que se la pasaban agarrando papeles y tecleando en la computadora eran un imán, debía rozarlas y sentir la tosquedad que contrastaba con su delicada pielcita. Esos ojos que solamente se posaban en fríos números los necesitaba recorriendo sus formas, necesitaba fervientemente que le dediquen tiempo y atención.

Lo que estaba más a la mano era su prenda íntima, aquella que tapaba las zonas gritonas, aquellas zonas que llamaban desesperadamente a los dedos que debían bajar a consolar su llorosa puchita.
Debería funcionar, las pocas veces que lograba captar la deseada atención era justamente cuando su bombachita asomaba por accidente, pero ahora no serían accidentes. Debería mostrar esa prenda en cuanta ocasión se presentase, por eso en uno de los viajes a la lencería eligió aquellas que le parecieron más sensuales, no esas bombachitas de nena que acostumbraba usar.
No era nada fácil exhibir ese bultito, ese tajito que se le marcaba por el frente, por más que se sentase con las piernitas abiertas para permitir que se vea allí.
La mejor solución sería usar la parte de atrás como arma para luchar contra los rayos esquivos de la mirada paterna.

Así empezó a buscar esos negligee que ya no usaba por quedarle cortos, así puso los dos espejos enfrentados en su dormitorio para verse bien la parte de atrás.
Al lograr la combinación perfecta de una suave tela que se asomaba al terminar su espalda cuando hacía movimientos naturales, se lanzó al ataque. Debería ser progresivo: no podía treparse a su padre y meterle la colita en la cara.

Comenzó demostrando una creciente torpeza, todo se le caía de las manos y debía agacharse a recogerlo, en los instantes que el hombre estaba mirando hacia su lado siempre se encontraba con aquel traserito insinuante. Era su hijita pero el espectáculo parecía cada día mas lindo, hasta torcía la cabeza para ver mejor esa bombachita y su contenido, un contenido no muy tapado ya que una parte de la tela se enterraba en aquella zanjita.
Algunos días hasta se veía un poco de la ranurita delantera, esa ranurita que se humedecía a la noche recordando una mirada que se clavaba en ella.

Esa colita ya no se conformaba con atraer ojos, necesitaba que unas manos se posen allí, y la idea de una azotaina parecía ser la solución. Acertada solución que se demostró al sentir esas palmas enojadas que la azotaban, ese arrepentimiento que le curaba la zona dolorida con muchos besitos, ese bulto en el pantalón que anunciaba que los jueguitos se habían iniciado.
Ya tenía el traserito curado, las huellas habían desaparecido pero no así sus ganas de seguir jugando, de prolongar y escalar lo que habían iniciado...

.....................

Por la tarde suena el teléfono y atiende Alicia, yo esperaba el llamado de un cliente pero la conversación se hacía larguísima. Desde mi oficina escuchaba las risitas y una vocecita que subía y bajaba de intensidad, me consumía la curiosidad por conocer los temas conversados.
Al fin colgó el aparato y vino a verme, mi nena traía una sonrisa delatando que habían tocado temas íntimos, cuando se paró al lado mío me arodillé para tomarla de la cinturita y miraba expectante su boquita, que largase de una buena vez las palabras que estaba esperando.
Pero no, esos labios estaban esperando a los míos para que los agasaje debidamente, me tuve que comer esa boquita deliciosa, mejor dicho: nos comíamos mutuamente ya que su pasividad era un recuerdo lejano.

Al final se decidió a soltar las palabras:
Margarita había optado por el plan que incluía un supositorio, debía conseguir las cosas y que todo pareciese normal.
Ya había logrado que el papito le vea y toque la colita, hasta había logrado que le bese los globitos y que su lengua pasee suavemente por la zanjita que los separa. Pero la situación era insostenible al menos hasta que alcancen una etapa verbal, cuando pudiesen plasmar en palabras todas las cosas que vivían en silencio.

Los dichos de mi cielito me hacían recordar las épocas en que nosotros tampoco hablábamos del tema, yo podía tener mi mano posada en su colita mientras conversábamos de tonterías, mis dedos recorrían febrilmente su bombachita pero mi voz no expresaba todos los sentimientos agolpados en la garganta.
Ya no aguantaba tenerla paradita al lado, la subí a mis piernas y aspiraba el perfume de su cabello mientras aguardaba la continuación de su relato:

El sábado venían unos primitos para festejar cumpleaños, se haría una barbacoa y el ambiente festivo era ideal para que la nueva amiga le trajese una receta y las cápsulas destinadas a su anito, claro que a escondidas...
Estábamos invitados y de paso se me presentaba una oportunidad para hablar con Peñafiel en un clima distendido.

Yo no dejaba hablar mucho a mi hijita con tanto morderle esos carnosos labiecitos que se movían y largaban palabras mientras nuestras miradas decían que se estaba abriendo otro horizonte para nuestras aventuras...

Cuando fuimos a su habitación para que elija las ropitas que usaría el sábado, no le dejé modelar las últimas prendas que se estaba probando, fueron mis dedos presurosos los que removieron esa tela hasta dejarla en bombachita.
La estrujaba por todos lados y me enloquecía con aquella prendita de algodón que había logrado tantas cosas, desde nuestros comienzos hasta la aventura que se iniciaba entre Margarita y su papá.

Mientras la besaba y mis manos retorcían aquellos pezoncitos, tuve que retirar esa bombachita que impedía a mis dedos llegar a todas partes. Mi cielito se retorcía de gusto mientras mi boca bajaba dibujando un camino sobre su piel temblorosa, pasé largo rato chupando esa rajita y metiéndole el dedo por la puchita, con otro dedo le entraba por el culito y ya tenía a mi chiquita a punto de explotar.
Yo quería acabar dentro de ese hueco que estaba explorando con la lengua, me puse a su espalda y mi nena demostraba fastidio por cortarle el momento justo.

Me puse a besar su nuca y me metía su orejita en la boca para mordisquearla, con una mano le masajeaba las tetitas mientras la otra bajaba a su punto de placer. Su destacado traserito se meneaba contra mi palpitante humanidad y esperando que entre por su culito, yo me dedicaba a pasarle la punta del glande por toda la zanjita y en cada pasada me detenía mayor tiempo para agasajar su tajito.
Se dió cuenta que su agujero delantero sería quien recibiese mi descarga y se acomodó mejor en nuestra pose cucharita.

No le podía enterrar todo en su puchita pero le metí suavemente la punta, los juguitos de mi nena ayudaban a que todo estuviese resbaladizo. Ella empezó a temblar nuevamente y con lentos bombeos fuimos llegando a nuestro clímax simultáneo.
La tuve así abrazada por detrás bastante después de llegarnos la calma, no podía soltar a esa personita luego de hacernos el amor de forma tan completa, mi pene se fue ablandando de a poco y saliendo de esa cuevita que lo había hecho explotar, por suerte encontró una cuna al medio de dos globitos. Mientras me dormía podía aspirar las emanaciones de esa cabellera y mi mano cubría la zona recién profanada.

Cuando llegó el sábado nos lamentamos que mi señora tuviese que trabajar aquel día, nos subimos en el automóvil y conduje lento, quería compartir un momento a solas con mi chiquita, le decía que se comporte bien ya que los modales refinados de la otra casa podrían hacer evidente que teníamos algo entre nosotros.
Ese "nosotros" sonaba tan tierno que tuvimos que tomarnos la mano, ella tuvo que soltarme la palanca de cambios pero era muy dulce sentir sus deditos apretujarse a los míos.
Unos metros antes de llegar al portón tuve que detener la marcha para zambullirme en su boquita, tal vez durante el día no tendríamos oportunidad para besarnos y debíamos apaciguar nuestra sed.

Apenas llegamos Margarita arrastró a mi hijita de la mano, parecía que la estaba secuestrando al llevársela a su habitación.
Nos saludamos con Peñafiel como grandes amigos, ya no era mi patrón ese día. Me pasó una copa y deambulamos por la casona mientras me mostraba cosas.
Su tono de voz denotaba una alegría que no le percibí las últimas veces, esa voz seca estaba reemplazada por una tonalidad llena de campanas, todo le hacía reír, tal vez se había pasado con los aperitivos...

Llegamos al jardín del fondo que parecía un bosquecito, tenía árboles de todo tipo y un gigante césped. Solamente faltaba una pileta de natación, para suplir la falencia había una de lona bastante grande pero quedaba disonante con los lujos que la rodeaban.
En el agua estaban un par de chicos que jugaban a los gritos, estaban muy entusiasmados y nos tuvimos que acercar para que escuchen el llamado de que vengan a saludar.
Salieron dos cuerpitos chorreando agua y uno llevaba una mallita, era la nena. El hermanito se había metido al agua con el calzoncillito nomas y se le caía por el camino de tan mojado.

Los saludé con una palmadita en la cabeza y pregunté cuál de los dos festejaba su cumpleaños, riendo me respondieron que ambos, que eran gemelos. Yo pensaba que al menos sería mas fácil recordar una única fecha.
Volvieron corriendo a la pileta mientras la nena se sacaba la malla que se le había enterrado en la colita, lindo espectáculo esos globitos mojados que se sacudían al correr...

Nos fuimos hasta la parrilla, él era el maestro cocinero ese día y removía unos trozos de asado que me hacían agua en la boca sólo verlos.
Nos sentamos en la mesa adjunta y él se puso a armar un cigarrito con los dedos hasta dejarlo con una forma extraña, con los extremos retorcidos.
Mientras lo encendía llegaron corriendo los hermanitos pidiendo gaseosa, se pusieron a tragar de sus vasos mientras con la otra mano se sostenían de mis rodillas. Por suerte me había cambiado con un pantaloncito deportivo prestado y podía airear las piernas.

Mi nuevo amigo empezó con risitas entrecortadas, le estaba haciendo efecto el cigarrito y lo miré con cara seria, se arrimó a mi oreja y susurró que le daba gracia ese bultito tan prominente de su sobrinita, se delineaba perfectamente un tajito marcado en la malla de la nena. Me pareció que su estado algo alterado no le permitía ver que era una criatura, que si bien parecían unos gruesos labiecitos los que apretaba la prenda mojada no era para reírse.

Yo empezaba a extrañar a mi Alicia, la quería sentar en mi regazo y darle de comer eso que se estaba asando, el aroma invitaba a devorarse un costillar, pero mis manos querían posarse en otro costillar: las costillitas de mi diosa y única merecedora de mis caricias.

(continuará)

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