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carla

Relato enviado por : Anonymous el 25/11/2020. Lecturas: 12814

etiquetas relato carla   colegialas .
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Resumen
Hola, me llamo Carla y estoy escribiendo este diario para mí. El otro día, un martes; se me ocurrió pensar qué pasaría si fuese al colegio sin llevar bragas debajo de la falda del uniforme y nadie lo supiera. Y menos mi madre, ¡Que si se entera me mata!


Relato
Hola, me llamo Carla y estoy escribiendo este diario para mí. El otro día, un martes; se me ocurrió pensar qué pasaría si fuese al colegio sin llevar bragas debajo de la falda del uniforme y nadie lo supiera. Y menos mi madre, ¡Que si se entera me mata! Así que hoy me he atrevido a hacer el experimento. Primero me he vestido normal, con las bragas, porque siempre me visto cuando está mi madre, para saber qué bragas me pongo; si hasta las tiene contadas. Todas blancas, de colegiala, excepto un par de dibujitos, otras de color rosa claro, otras celestes y otras dos, para los días especiales, que mi madre no me deja ponérmelas para ir al colegio, porque dice que, como son blancas y de encaje, y a mí con once años ya me están saliendo pelitos y soy morena de pelo, “voy enseñando”. He tenido que esperar a que se fuera un momento a preparar el desayuno a la cocina, para disimuladamente, meterme otra vez en mi cuarto, quitármelas rápidamente, quedarme con el uniforme sin bragas debajo de la falda, y cogerlas y esconderlas en un cajón que tengo para guardar los libros del cole y mis cosas. He tenido que esconderlas muy rápido y casi me pilla; porque a vuelto a entrar en mi habitación, sin llamar y sin avisar para decirme que me fuera a desayunar. Me ha pillado con el cajón abierto y he tenido que improvisar una excusa, para que no mirase ella misma qué era lo que estaba haciendo. - ¡Qué haces! Se te va a enfriar el colacao. - Eeeh, ¡Nada, estaba mirando si me había dejado algo del cole...! - ¿Quieres que mire yo? (¡Casi me muero del susto! El corazón me iba a mil por hora y, a la vez tenía que disimular para que no se diese cuenta de nada). - ¿Llevas las bragas limpias? (¡Diosss! ¿es que no para nunca esta mujer? Me puse bastante nerviosa y le dije algo balbuceante que me las había puesto delante de ella; que me había visto vestirme. - ¿Y dónde están las sucias? - Y yo qué sé...; en el cesto de la ropa sucia, en el lavabo... - He mirado y allí no están; seguro que las bragas que llevas están limpias? - Terminé el desayuno a toda prisa, que casi me atraganto y salí de mi casa pitando para el colegio; pero lo suficientemente despacio para que mi madre no sospechara demasiado, que algo raro ya se olía; y para que no se me levantara la falda plisada bastante cortita, un poco menos de un tercio del muslo, a cuadros escoceses de vuelo, del uniforme y temiendo que mi madre me la levantase, para revisarme las bragas. - ¡Oye, no corras tanto y ven aquí para ver qué bragas llevas puestas! (Esta tarde, cuando vuelva, me va a caer la gran bronca seguro). - ¡Adiós, llego tarde al cole! - ¡Pero si aún es temprano, falta una hora...! - Pero el tren llega a veces con retraso y voy a buscar a una amiga a su casa... - ¿Qué amiga? - Una que no conoces... - Pero si conozco a todas tus compañeras de clase... - ¡Eeh, es de otra clase! - ¿De cual? - ¡Adiós! - !Oye, que te estoy preguntando! - Di un portazo y salí al rellano; menos mal que ya estaba allí el ascensor, que ya estaba dentro el vecino de 40 años que siempre me mira, cuando a veces subo las escaleras; para intentar verme las bragas. ¡Qué vergüenza, si se entera de que hoy no llevo bragas debajo de la falda del uniforme y que, encima ya me están saliendo pelitos! Se cerró la puerta del ascensor de la 12ª planta, justo cuando mi madre me volvía a preguntar, alzando la voz, qué bragas llevaba puestas. ¡Y el vecino ése, que es un cerdo, lo oyó todo! - ¿Así que tu madre no sabe qué bragas llevas puestas? (¡Será hijoputa!, pensé) – Noo, no sé... Llevo las de siempre; ¿y a usted qué le importa qué bragas llevo debajo de la falda? - No sé... Me gustaría saberlo... - ¡Ya está bien ¿eh?! ¡Que sólo tengo once años! (me moría de vergüenza y de gusto, a la vez; y tenía que disimular para no menearme, para darme más gusto, frotándome los muslos -tengo las piernas muy bien torneadas, aunque aún no tenga tetas y mi madre me obligue a llevar el pelo muy corto y sin dejarme ponerme pendientes ni maquillarme). ¡Y qué despacio iba el puto ascensor! Se me hizo eterno el viaje del ascensor, era una finca antigua y los ascensores eran lentos, había dos. Sentía su respiración pesada detrás de mí, y como, a veces, como por descuido, una de sus manos me rozaba ligeramente la falda, (¡Puto sobón!). De repente, el muy cerdo, dejó caer unas monedas al suelo del ascensor, para tener una excusa para agacharse y verme las bragas. ¿Qué hago para disimular, no hacer ningún movimiento extraño, que le haga sospechar que no llevo bragas? Me la jugué, me quedé muy quieta y muy tiesa, sin acabar de cerrar las piernas; el muy cabrón se agachó detrás de mí y cogió muy lentamente cada una de las moneditas que se le “habían caído”. Cuando se puso de pie otra vez, lo miré de reojo y lo vi muy serio y muy sofocado, temblando casi, muy tenso; y con un bulto enorme en su pantalón. El resto del viaje en el ascensor, estuvimos los dos en silencio; él, detrás mío, respirando muy fuerte, casi se ahogaba, respiraba entrecortadamente; hacía mucho calor dentro del ascensor, una fina línea de sudor me bajó de la entrepierna, por el muslo izquierdo... hasta el calcetín blanco y corto de encaje. (Nos obligaban a llevar zapatos con un poco de tacón, un poco cuadrados y con hebilla). Yo estaba muerta de vergüenza, sabiendo que ése... me había visto el chocho por debajo de la falda y que, seguramente, después se haría una paja pensando en lo que había visto... Estaba furiosa y cabreada conmigo misma, y con él, claro; pero, a la vez, me moría de gusto y casi me corro, cuando, otra vez, una de sus manos volvió a rozarme ligeramente la falda... Por fin llegamos abajo, las puertas se abrieron y salí atropelladamente del ascensor, notando su caliente respiración detrás mío y, a la vez el frío de la portería de la finca entre mis piernas. Yo estaba temblando, muerta de vergüenza y balbucí un torpe “adiós”; él soltó un gruñido, casi, muy bajo, detrás de mí. Yo caminaba mecánicamente hacia la puerta de la finca, tratando de no hacer ningún movimiento brusco que levantase mi liviana falda de vuelo, plisada, de cuadros escoceses, del uniforme del cole. Una vez en la calle, seguí caminando, casi como una autómata, estaba muerta de vergüenza, casi me estaba arrepintiendo de haber salido sin bragas; tenía la rara sensación de que todo el mundo se estaba dando cuenta de que no llevaba bragas debajo de la falda del uniforme del colegio. Notaba el frío en mi chocho; lo cual me excitaba aún más y me ponía más nerviosa y eso dificultaba aún más que yo andase “con normalidad”. Llegué a la parada del autobús que tenía que tomar, para llegar a tiempo a la parada del metro. No me atreví a sentarme, por miedo a enseñar el chocho por debajo de la falda. Había una madre con un niño de unos 4 o 5 años, que se estaba tirando y revolcando por el suelo, a mi lado, y detrás de mí; y me estaba poniendo de los nervios, pensando que el niño podría llegar a ver “algo” y decírselo a su madre gritando y dejándome en evidencia, delante de todo el mundo. Por fin llegó el autobús y, muy “caballerosamente”, para mirarme las piernas y “algo” más, unos hombres me dejaron subir la primera a las escaleras del autobús, no pude negarme, para así disimular. El primer escalón era bastante alto, y yo tuve que subir mucho una rodilla e inclinarme un poco hacia adelante, para poder subir; como hacía siempre. Pero hoy muy nerviosa, de forma algo torpe, que me hizo tropezar y caer hacia atrás contra el hombre que tenía detrás, que aprovechó, muy disimuladamente, para tocarme el culo por encima de la falda, para evitar que yo me cayese sobre él y, a la vez, empujarme hacia arriba. Noté una ligera vacilación, como si al palpar el culo hubiera adivinado que no había “nada” debajo de la falda... Yo estaba roja como un tomate y me temblaban las piernas, de la vergüenza, los nervios, el miedo y la excitación de ir sin nada debajo de la falda. Al ir a pagar, como se me olvidó la tarjeta de transporte que llevaba siempre, debido a mi “decisión”, tuve que quitarme la mochila, abrirla, agachándome como pude hacia adelante, en lo alto de las escaleras del autobús, y palpando el fondo de la mochila; ¡No había nada! Se lo dije, casi llorando (mi madre me mata si se entera) al conductor del autobús y, el hombre que me había tocado el culo por encima de la falda del uniforme, disimuladamente, dijo que no había ningún problema, que no pasaba nada y que él me pagaba el viaje. Le di las gracias, ruborizada y me costó mucho cerrar, levantar la mochila y ponerme de pie dentro del autobús. (No podía ir dentro del autobús con la mochila colgada a la espalda, porque estorbaba al resto de pasajeros; tenía que llevarla entre las piernas. El hombre, muy amablemente, me siguió y me guió hasta un sitio un poco al fondo del autobús. Él, muy astutamente, se sentó primero al lado del pasillo; lo que me obligó a rozar el culo de mi falda contra la parte delantera de su jersey. Pasé delante de él muy nerviosa y avergonzada y me senté a su lado, en la ventanilla, en el estrecho y duro (que noté frío, pues la parte trasera de mi falda se enganchó con algo, un tornillo del asiento, quizás, y tuve que sentarme muy pegada a él y con el culo directamente sobre el frío asiento); no pude evitar un “¡Oh, qué frío está!” que me salió de forma automáticamente y sin pensar. Yo me quería morir de la vergüenza; pues “¿cómo sabía o notaba o podía notar que el asiento estaba frío si se suponía que llevaba las bragas puestas, y encima la falda?” Él debió notar o sospechar “algo”, pues me sonrió con algo de malicia, me puso una mano directamente en mi rodilla izquierda y golpeándola suavemente, como un maestro comprensivo que riñe cariñosamente a su alumna favorita; me dijo: “ya lo notarás más caliente dentro de un ratito”. Yo seguía muerta de vergüenza y rígida como estaba, no acertaba a cerrar del todo las piernas, ni me atrevía a levantarme para colocarme la parte trasera de mi falda por debajo del culo; por temor de que se viera mi chocho o, peor aún, que se rasgara mi falda si estaba enganchada con algún saliente. Debía verse alguna cosa, alguna “sombra oscura”, pues el chico, de unos 25 años, que estaba sentado frente a mí, empezó a tener una terrible erección. El chico estaba tenso y serio, mirando sin disimulo a mi entrepierna. Yo empecé a ponerme húmeda entre las piernas y me dio mucha vergüenza, que, al levantarme, el asiento estuviese mojado y pringoso de mis juguitos de niña de once años... El hombre que estaba a mi izquierda, se dio cuenta de la terrible erección que el chándal del chico no podía disimular y subió muy ligeramente su mano derecha sobre mi muslo izquierdo. Yo no podía dejar de mirar, como embobada o hipnotizada, la entrepierna abultada del chico que tenía delante mío, rígida, muerta de vergüenza, sofocada y sin poder mover las piernas, que seguían estando un poquito abiertas, sin yo queriéndolo, pero no atreviéndome a moverme de la vergüenza y la excitación. Sin querer, empecé a sofocarme y a tener mucho calor entre mis muslos. Sin poder evitarlo, los abrí ligeramente y el chico de delante pegó un ligero y breve respingo, mientras se tocaba ligera y disimuladamente su entrepierna. Yo solté sin poderlo evitar un chorrito de jugos de mi entrepierna, que estaba muy caliente y húmeda; solté un ligerísimo gemido de placer, que oyeron tanto el chico que tenía delante; cuya entrepierna pegó un ligero estertor, mientras crecía ligeramente; y el hombre de mi izquierda subía muy poco a poco su mano derecha sobre mi muslo izquierdo, hasta llegar al borde de mi falda. Yo quería levantarme, pero no me atrevía. Estaba muerta de vergüenza y excitación. Seguía mirando fijamente la entrepierna del chico, mientras él la rozaba ligeramente y con disimulo. Tuve que ahogar un grito de excitación cuando el hombre de mi izquierda se atrevió a meter ligeramente su mano derecha por debajo de mi falda, sobre mi muslo izquierdo. Después no sé que pasó; creo que levanté ligeramente el culo, mientras el hombre de mi izquierda puso su mano derecha debajo de mi culo, coló un dedo o dos entre mis muslos y empezó, muy disimuladamente a masturbarme. El chico de delante mío, se sujetó de pronto su entrepierna, con ambas manos, muy tenso y muy rojo, mientras miraba como la mano del hombre de mi izquierda se movía entre mis piernas. Me metió un dedo en mi rajita, ya completamente encharcada; me dio todo igual, miré un momento la cara y la entrepierna del chico de delante, cerré los ojos... ¡y reventé de gusto! Nunca en toda mi vida, masturbándome (me masturbaba desde que tenía uso de razón), había tenido un orgasmo tan brutal. Sentí a la vez, moviendo el culo sin poderlo evitar, aunque lo más disimuladamente posible, para que sólo se dieran cuenta de ello el joven de delante y el hombre de mi izquierda; el más terrible de los orgasmos y la más horrible de las vergüenzas; todo a la vez: placer insoportable y vergüenza horrible. Quería gritar, pero no me atrevía. Quería que el hombre de mi izquierda me desvirgara, que me violase allí delante de todo el mundo; no sé lo que quería. Durante unos instantes que me parecieron años, aquello no paraba; me ahogaba de gusto, me moría de vergüenza y perdí el mundo de vista. Cuando llegué a mi parada, sin querer, me apoyé en la entrepierna del chico de delante, mientras el hombre sentado a mi izquierda, me arreglaba amable y disimuladamente, la falda del uniforme. Pasé en medio de los dos como pude, temblando de gusto todavía y de vergüenza, roja como un tomate, sofocada y sin atreverme a mirar a nadie. Bajé como pude del autobús, temblandome las piernas, que no me sostenían, sintiendo en mi chocho una mezcla de escozor y placer insoportable, mientras mis muslos estaban húmedos. El frío de la calle lo noté intensísimo; pero ello me enervó aún más y estuve a punto de tener otro orgasmo. Entré como pude al metro, pasé la tarjeta, que esta vez no me había olvidado y me senté en un banco del andén, fuera de mí, pero disimuladamente, e importándome poco estar sentada con las piernas un poco abiertas. Había un hombre, en el andén de enfrente, que no me quitaba ojo de encima y no pude evitar cometer la travesura de abrir las piernas. El hombre pegó un mal disimulado respingo y empezó a mirar con disimulo mi entrepierna, mientras la suya crecía muy poco a poco. ¡Qué sensación tan rara y especial; sólo un trocito de tela me salvaba de estar expuesta desnuda delante de todo el mundo! Está claro que no hay ninguna obligación de usar bragas ni nada debajo de la falda del uniforme del colegio. Se han dado cuenta de que no llevabas nada, por culpa de tus nervios y de no sentarte con cuidado; si no, cada día se les verían las bragas a las colegialas, de 11, 12 o 13 años, da igual. A esa edad son niñas pero con cuerpos de mujer y capaces de dar placer a cualquier hombre. Sabía que todos los hombres que la miraban, le querían meter mano o la polla. Ella se excitaba sólo de pensarlo y agradecía, no sabía su madre lo mucho, que la obligaran a llevar uniforme al colegio. Me encanta esta sensación de estar “desnuda” y “vestida” al mismo tiempo. De que nadie pueda decirme “nada” por ir sin bragas debajo de la falda del uniforme y por ser menor de edad. Mañana pienso repetir, si no me pilla mi madre.
Por fin llegó el metro; me esperaba poco más de media hora de viaje apretada como en una lata de sardinas. Me metí como pude, apretada entre la gente. Sin poderlo evitar, noté que otro chico de unos 30 años, mal afeitado y con chándal, también, se me pusiera detrás mío; con su entrepierna pegada a mi culo. Yo era bastante alta para mi edad 1,67 y el chico mediría 170, más o menos. Me sentí rara. Otra vez muerta de excitación, más que de vergüenza, de momento, ya que al ir de pie en el metro tan lleno de gente, se notaba menos... Él se quedó muy apretado detrás mío, no cabíamos y yo no podía hacer nada... ni quería hacerlo. Noté cómo su entrepierna se iba poniendo poco a poco cada vez más dura, pegada al culo de mi falda escocesa de colegio. Debió notar algo, quizá la falta de la costura de las bragas bajo la falda, porque su bulto pegó como un respingo y se puso aún más duro. Yo estaba sofocadísima, pero feliz. Estábamos muy apretados y yo noté que él tampoco debía llevar ropa interior, pues no notaba costura alguna en el bulto detrás de mi culo. Yo estaba chorreando e hilos de sudor y algo más me resbalaban por mis muslos hasta mis calcetines cortitos blancos y de encaje, que llevaba puestos. Casi deseaba que me violase allí mismo, rodeados de gente, de pie y nadie dándose cuenta de ello. Con esa idea en mi cabeza, abrí un poco como pude y sin darme cuenta, las piernas, moviendo un poco el culo y poniéndolo, por un instante, ligeramente en pompa. Él se dio cuenta de mi movimiento y me apretó aún más contra él. Estaba clarísimo que no llevaba nada debajo del chándal. Nunca había notado tanto una polla pegada a mi culo. Pensé que si se corría me iba a manchar la falda del uniforme de colegio y que mi madre me mataría. De pronto, aprovechando un movimiento brusco del tren me toca con una mano por encima del culo de mi falda. Yo no me lo podía creer; me iban a meter mano en el metro, justo el día en que iba sin bragas. Me excité mucho y menos mal que había mucho ruido, pues se me escapó un gemido de gusto. La mano derecha bajaba despacio, muy pegada al culo de mi falda, hasta que llegó al borde y se empezó a meter debajo de ella. Yo me moría de gusto, de miedo a que se diera cuenta que no llevaba bragas y de vergüenza por si alguien más se daba cuenta. La mano empezó, muy poco a poco a subir por mi muslo izquierdo, por debajo de mi falda de colegio, mientras tenía su durísimo bulto muy pegado a mi culo. A él le costaba maniobrar, de lo pegados y apretados que estábamos. Por fin, su mano derecha llegó a la parte izquierda de mi ingle, donde se supone que tendrían que estar mis bragas. Él se dio cuenta de que no llevaba bragas y su bulto pegó un respingo muy fuerte pegado a mi culo y se puso aún más duro y tembloroso. Yo estaba, a la vez cagada de miedo y muerta de gusto. Empezó muy ligeramente a tocarme entre las piernas, paseando un dedo y luego dos por fuera del agujero de mi culo, que estaba como loco de gustito, como si tuviera vida propia. Él debió notar que yo ya estaba muy mojada, porque se dejó de delicadezas y metió la mano entera, como pudo hasta delante, hasta mi clítoris y empezó a masturbarme, primero muy lentamente, luego cada vez más rápido y al final furiosamente. Mis piernas ya no me sostenían, me mantenía en pie gracias a la apretura de la gente; si no me hubiera caído al suelo. Menos mal que había mucho ruido porque yo, sin querer comencé como a gemir, con la boca cerrada, para disimular. Me corrí con un orgasmo más fuerte que el anterior, intensísimo e insoportable; casi doloroso de tanto placer. Yo ya estaba en una nube, no sé cuánto duró aquello... De pronto noté como el chico se sacaba como pudo su … del chándal y me la metió, despacio y como pudo, de lo dura que estaba, entre mis muslos, entre mis piernas, directamente en contacto con mi chochito de niña virgen de 11 años, a la que le estaban empezando a salir pelitos en su rajita... ¡Casi pego un grito! ¡Sentí miedo, de quedarme embarazada si me la metía, de que me hiciera daño si me la metía, de que sangrara y mi madre se diera cuenta y me matara, de que se corriera y me manchase la falda del uniforme! ¡Sentí vergüenza de estar rodeada de gente, sin bragas debajo de la falda del uniforme y con una p... metida entre mis piernas! (La tenía bastante grande, dura y gruesa y sobresalía un poco por delante de la falda del uniforme; tenía miedo de que la persona que estaba de pie, de cara a mí, por casualidad se diera cuenta de algo; pero no, era un hombre algo mayor con cara de sueño, que parecía que no se daba cuenta de nada o eso fingía...) La tenía tan dura y tiesa, que se le levantaba para arriba y casi me levantaba a mí, de la presión. Pensé que el tío ése estaba loco, que era un metemanos o un violador de colegialas y que a mí me había tocado la “suerte” de tenerlo justo detrás mío... Empezó a moverse muy despacio, con su polla entre mis muslos, quise apretarlos, para que si se corría, no me manchase la falda; pero él parece que no quería correrse aún, aunque estaba a punto, y no me dejó cerrarlos del todo, metiendo como pudo su mano derecha entre mis piernas por debajo de la falda. Yo me moría de gusto, de miedo y de vergüenza. Su polla estaba tan tiesa que apuntaba hacia arriba, hacia el agujero de mi chocho; pero yo no quería que me la metiera, o sí quería... no sé. Por una parte lo deseaba, pero por otra tenía miedo al embarazo, aunque aún no había tenido nunca la regla... También tenía miedo de sangrar, de que se me quedara todo el chocho abierto y mi madre se diera cuenta, de que me hiciera daño, de lo grande que la tenía y que además, que me daba mucha rabia, a pesar del gusto brutal que sentía, que un tío de lo más vulgar, mal afeitado, con chándal, oliendo a sudor, metiera su p... en mi chocho de niña... Él seguía moviéndola muy despacio, para no correrse aún por delante del agujero de mi chocho; yo ya no sabía que hacer, si dejarle hacer o coger e irme a la otra punta del vagón de tren; pero ¿cómo? Si no nos podíamos ni mover. Así que no hice nada, a ver que pasaba... y aquello me mataba de gusto y la flojera en mis piernas aumentaba cada vez más y mi cabeza ya no podía pensar... Hasta que de pronto, se puso muy tenso, me obligó a apretar mucho los muslos, cosa que yo hice también; pudiendo notar entre ellos la durísima, enorme, caliente y primera p... por primera vez en mi vida entre mis piernas. Me sujetó muy fuerte con sus manos, casi haciéndome daño y empezó a moverse, aunque disimuladamente, muy violentamente entre mis piernas. Noté toda la presión de su chorro de semen justo antes de salír de su p... Fueron varios chorros, largos y abundantes, que no se acababan nunca. Menos mal que yo tenía las piernas muy pegadas y juntas porque me dejó bien perdida, mientras tuve un tercer orgasmo que me dejó medio muerta. Cuando llegué a mi estación el chico del chándal había desaparecido, no sé cómo y yo caminé como pude, con los muslos muy apretados y sintiéndome toda pringosa. Nuevamente noté el intenso frío de la calle entre mis piernas; pero esta vez fue mucho peor porque estaba muy pringosa y toda su leche se enfrió y noté mucho frío entre mis piernas. Menos mal que el aire frío y seco de la mañana secó casi del todo, todo aquel “desastre” y pude llegar a las puertas del colegio, andando casi normal. Como pude, me fui al lavabo del colegio y me limpié todo el pringue de entre mis piernas. Milagrosamente mi falda estaba limpia por la parte de afuera; solo un poco sucia y sudada por la parte de dentro... No pude evitar la tentación de probar a qué sabía su leche y me metí un dedo en la boca... Estaba saladita, ya fría (pensé, sin poderlo evitar, que quizá me hubiera gustado probarla mientras estaba aún caliente...) Llegué a clase como pude, de lo nerviosa que estaba y de la vergüenza que sentía, después de lo que había pasado en el bus y luego en el metro. Y además, que nunca había estado sin bragas en el colegio... ¡Qué vergüenza si alguien se diera cuenta y se lo dijeran a mi madre! También estaba muy nerviosa del gusto y el escozor que sentía en mi chocho. No se me había ocurrido masturbarme antes de llegar a clase, en el lavabo; y ahora estaba muy caliente y no paraba disimuladamente, de mover mis muslos, para darme placer. Estuve un rato así, olvidándome de la clase, hasta que la vieja harpía de la profesora me llamó la atención, por estar moviéndome todo el rato y por no prestar atención en clase.

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Esto comenzó desde hace 3 años. Yo salgo con una chica que se llama Susan. Ella es bastante bonita (lo digo yo, y lo dicen todos), y valió la pena todo el esfuerzo que hice para conquistarla. Siempre había tenido cierta debilidad por las chicas de colegio privado, por el uniforme, me vuelve loco verlas con pollerita, camisa y corbata. Y cuando comencé a noviar con Susan, ella ya estaba ya en el último año de la secundaria. Ella es rubia, de ojos verdes y alta, un metro setenta. Lo mejor de Susan, y es lo que me enamoro, es la cara de gatita viciosa, con unos labios que ya han hecho un buen labor con su novio. Además, tiene unos pechos que entran perfectamente en mis manos, una cinturita finita y piernas bien torneadas, largas. Y su atributo más deseado por mí, su cola redondita, la cual que todavía no pude hacer que me la entregue, se niega rotundamente al sexo anal.Pasado un año ya de salir con ella, y tener sexo en todas sus variantes menos el sexo anal ya mencionado, Susan salió del colegio y ya no tuve más a mi colegiala en uniforme. Igual, ella se coloca a veces su uniforme que ya le queda chico cuando estamos solos para darme el gusto... un jueguito de novios. Pero después de un año de noviar, comencé a ir a su casa cada vez más seguido, sobretodo estos últimos meses. Sus padres me tienen ya confianza y saben que lo mío con su hija es una relación seria, Pero en estas visitas, cuando cumplía mi rol de novio visitando a su novia, había veces que Susan no estaba, y me quedaba en su casa esperándola. A veces estaba la hermana mayor de Susan, Otilia, una nena de 19 años que está muy buena... o más que buena Es algo hermosa, tiene un cuerpo infernal, con dos tetasas que son enormes)dos sandias
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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:41) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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