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Cumpleaños feliz

Relato enviado por : Coqueline el 12/01/2013. Lecturas: 9137

etiquetas relato Cumpleaños feliz   Orgías .
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Resumen
Un regalo muy especial


Relato
Como cada año, cenamos solos en casa la noche de mi cumpleaños. Javier se encargó de todo, como cada año. Seleccionó un restaurante excelente de la ciudad, que envió a casa a dos cocineros y un camarero que nos sirvieron en nuestro comedor sobre manteles de hilo una cena deliciosa. Bebimos un vino exquisito, tinto del Priorato, no demasiado viejo, pero con cuerpo, color, y un perfume profundo de flores y madera nueva. Un champagne Monopole delicioso del 96 a los postres, y una copa en el sofá, frente al fuego, cuando se retiró el servicio. Malta para él, y un licor en crema de cognac para mí.



Una delicia de noche, como cada año, que presagiaba una sobremesa prolongada y sensual, un año más, cuando, inopinadamente, el timbre de la puerta rompió la rutina en el momento más inoportuno.



Voy a ver quién es, cariño, no te preocupes, que lo despacharé en un momento sea quién sea.

No tardes, Cielo – respondí con el más meloso de mis susurros-.



Nada, preguntaban por Paco, el de arriba, ya les he indicado.



Y de nuevo el sorbo lento mirando a la lumbre, la caricia inadvertida, acurrucada en su regazo, el silencio recogido con que solemos vivir esos momentos de tensión sensual, de espera prolongada a propósito, por hacer que el deseo madure lentamente...



Sin despegarse de mi, usando el mando a distancia, Javier bajó la intensidad de las luces de la sala, e hizo sonar en el equipo un disco precioso de Stan Getz. El saxo, sensual y cálido como una caricia en la playa a media tarde, se enredaba en el aire y se desenredaba para volver a crecer en espirales cuando se abrió la puerta y aparecieron.



No me lo podía creer: ante mis ojos dos muchachos preciosos, vestidos apenas con una especie de tangas de cuero y correajes, de cuerpos brillantes y engrasados, sin un solo cabello fuera de sus cabezas comenzaron a bailar sobre la alfombra, ante mis ojos, moviéndose como si no tuvieran huesos, ni peso, con una gracia y una sensualidad prodigiosas, interpretando una danza que se entretejía en la melodía como si hubiera llegado con ella.



Debí quedarme alucinada durante más tiempo del que me pareció, por que, cuando reparé en ello, Javier me miraba divertido y se reía, supongo que de mis ojos abiertos como platos. No se si había encontrado en mi ordenador aquellos vídeos de homosexuales que tantísimo me calentaban, o sencillamente aquellos muchachos tan dulces eran los únicos que había encontrado dispuestos a “trabajar” en nuestra pequeña fiesta privada, pero el caso es que había acertado por completo, y a mi me costó recuperarme de la sorpresa.



Es tu regalo, cariño. No se cumplen los cuarenta cada día...



Permanecía fascinada, recostada en el sofá, contemplando el espectáculo: el que parecía más joven de los dos, apenas debía tener veinte años. Un muchacho alto, delgado, moreno de pelo y de piel, de músculos alargados y gráciles, que se dibujaban sin estridencias bajo su piel tensa y perfecta; el rubio, casi tan alto como él, pero más voluminoso, de piel clara, igualmente impoluta; lampiños ambos, y capaces de moverse con una sensualidad subyugante.



Casi sin darme cuenta, sin dejar de mirarlos ni un momento, sin pestañear, comencé a deslizar mi mano sobre el paquete evidente que se dibujaba bajo el pantalón de mi marido, que me apartó la mano con delicadeza y una sonrisa deliciosa:



No, putita. Son para ti. Ellos son tu fiesta y tu regalo...



Los dos adonis continuaban bailando, acercándose muy lentamente mientras se acariciaban grácilmente, se miraban con una intensidad que me quitaba el aliento... No se cómo, de un tirón, parte del tanga del moreno desapareció de la vista; en el segundo siguiente sucedió los mismo con el del rubio. Estaban apenas a un metro y medio, quizás dos de mis narices, y sus pollas, durísimas y brillantes, parecían botar en el aire desafiantes. No dejaron ni un momento de bailar sin decir una palabra. Sus manos se deslizaban sobre los pechos del otro, sobre sus nalgas, acariciaban sutilmente sus sexos grandes y firmes.



Noté que mis braguitas se humedecían, que me invadía un temblor que ignoraba si los demás podían percibir. Me desabroché la blusa para acariciar mis pezones frente a ellos, ya caliente hasta la deshinibición. Javier, cómo hipnotizado, dirigía su mirada alternativamente a los muchachos y a mi. Su polla parecía ir a estallar las costuras del pantalón. Le dije que se lo quitara, y se desnudó a mi lado, y me ayudó a desnudarme, hasta que le impedí quitarme las braguitas y las medias. Me sentía segura con ellas.



No pude aguantar más y me escuché llamándolos:



¡Vamos, venid! ¡Venid ya!



Se aproximaron caminando con la misma gracia con que bailaban, y me encontré sus pollas frente a la cara, cómo desafiándome. Dudé un momento, cogí una en cada mano. La del muchacho moreno era preciosa: larga y oscura, contrastaba sorprendentemente con el triángulo blanco del bañador; delgada, firme, con el extremo descubierto. Estaba engrasada, como el resto de su piel. Ambos tenían el pubis depilado. La del rubio era gruesa y clara, de glande sonrosado y semicubierto por la piel, curva y venosa.



Dejé que mis manos se deslizaran sobre ellas casi sin agarrarlas, deslizándose ayudadas por el aceite perfumado. Creo que gemía, o suspiraba mientras las miraba tan duras.



Me metí en la boca el extremo de la del moreno. Comencé a comérsela como si nos conociéramos de toda la vida, despacio, cada vez más hondo, sin dejar de acariciar la del rubio, sintiendo en mi mano la rugosa textura de las venas.



Me tenía hipnotizada. Dejé las del rubio para agarrarme a sus nalgas, duras y fibrosas, sintiendo el movimiento de sus músculos tensos bajo la piel. Me moría por verlo. Comencé a deslizar mis dedos entre sus glúteos buscando el agujerito oscuro, y comencé a meterle uno de ellos mientras, sin dejar de chupársela, miraba de reojo a su compañero, que se acariciaba junto a mi cara cadenciosamente.



Ya me sentía puta, completamente puta, caliente, perversa. La saqué un momento de mi boca para hablar al rubio mirándole a los ojos:



Vamos, cabrón, fóllale...



Me ponía a cien el modo en que se ceñían a mis deseos. Sentí el modo delicado de empujar entre sus nalgas, que trajo su polla hasta el fondo mismo de mi garganta. Quería más. Lo quería todo. Me ahogaba tratando de ajustar la cadencia de mi boca al bamboleo cadencioso con que penetraba su culito firme y brillante. Mi morenito gimoteaba. Babeaba, me atragantaba queriéndomela tragar entera. Tenía ante mi a dos chicos que hacían el amor entre ellos mientras yo se la comía como una perra en celo... Y seguía queriendo más...



!Cómesela!

¿Eh!

¡Que se la comas, cabrón!



Agarré a Javier por el cabello y dirigí su cara frente a la polla larga y brillante de mi saliva. Titubeó un momento, casi resistiéndose, y, finalmente, abrió la boca y se metió dentro apenas el extremo. Le empujé con fuerza y vi cómo se perdía dentro. El chico moreno, agarrando su cabeza, comenzó a guiarle, a conducirle. Javier, tímido al principio, parecía animarse por momentos, y se la comía como si llevara haciéndolo toda la vida. Su polla, dura cómo una piedra, cabeceaba ante mis ojos. No pude evitar agarrársela, fluía de ella un hilillo interminable de esperma cristalino. Su imagen tragándose aquel rabo perfecto mientras el muchacho era sodomizado por su compañero cada vez más fuerte y más deprisa, me hacía enfermar de ansiedad y de deseo. Comenzó a gemir intensamente, con una vocecilla aguda, pero cálida, y a meter, más rápido cada vez, aquello en la boca de mi marido, que emitía un sonido gutural mientras mamaba. Su polla latía con fuerza en mi mano, y estalló al mismo tiempo, al parecer, que la del chico que follaba su boca. Vi cómo aparecía un hilillo de esperma entre sus labios mientras sentía los latidos violentos con que se corría a borbotones en mi mano salpicándolo todo. Medio ahogándose, la sacó un momento de la boca y vi cómo escupía en su cara un latigazo de esperma.



A aquellas alturas, había perdido por completo la cabeza. Me sentía una reina caliente, una diosa perra. Mi coñito babeaba. Sentía mis bragas empapadas, y quería gozar de aquella ocasión increíble de vivir en primera persona una de aquellas películas que solía ver a escondidas en los “tube” de porno gay. Peleando por que aquello no terminara nunca, me arrodillé entre las piernas de Javier y comencé a tragarme su polla con ansia, a lamer sus pelotas para que no se ablandara ni un instante. No quería dejarle pensar. Quería mantenerle ardiendo, dominado por el ansia, para poder imponerle el deseo que ya bullía en mi interior. El muy cabrón, comenzó a acariciar mis pezones, a pellizcarlos. Estaba funcionando.



Los dos muchachos parecían entender perfectamente mi estrategia. Separados ya, se colocaron cada uno a un lado de Javier y le empujaron hasta obligarle a recostarse en el sofá. Mi lengua continuaba lamiendo y mis labios succionando. Me metía sus pelotas en la boca y jugueteaba con ellas. Vi por el rabillo del ojo cómo el moreno volvía a ponérsela entre los labios, algo menos dura ya, y cómo poco a poco iba adquiriendo de nuevo sus dimensiones épicas. El rubio condujo su mano hasta la suya, que cabeceaba con la cabeza amoratada, y Javier la agarró y comenzó a pelársela despacio. El muchacho gimoteaba como una putilla. Mi lengua descendió un par de dedos, y comenzó a trazar círculos alrededor del esfinter estrecho de mi marido. Lo besaba cómo a una boca, poco a poco se relajaba, y podía penetrarlo. Aventuré uno de mis dedos justo en el momento en que la polla del rubio, que ya no aguantaba más, comenzó a restallar disparando su primer latigazo de esperma sobre el pecho de Javier. Me sorprendió ver como, al sentirlo, abandonaba la polla ya dura y brillante del moreno, y se lanzaba a comérsela ansioso, como si no quisiera dejar que se perdiera ni una gotita de esperma. Gemía comiéndosela mientras yo clavaba otro de mis dedos en su culito y atraía hacia mi al moreno tirándole de la mano. Javier Hizo un movimiento automático, cómo queriendo resistirse.



Ni se te ocurra, zorrita. Abre bien el culito para que mi amigo pueda follarte.





Soltó un quejido mínimo en el momento en que la parte más gruesa del grande del chaval venció la resistencia al penetrarle. En un par de minutos, movía el culo como una perra en celo. La imagen de aquella polla magnífica follando a mi marido; de la suya, que cabeceaba cómo un resorte a cada empujón, me tenía ardiendo. Al rubio debía sucederle lo mismo, por que la suya no se había ablandado ni un instante. Me coloqué a su espalda, arrodillada, y comencé a acariciársela con una mano, mientras con la otra agarraba sus pelotas y jugaba con ellas. Javier ya estaba ardiendo. Yo hablaba con él insultándole. Sintiéndome arder al hablarle con palabras duras, como solíamos hacer entre nosotros en otras ocasiones:



¡Vamos, puta, mueve el culo así!



¿Te gusta que te follen, perra?

Siiii....

¿Te gusta que te claven la polla en tu culito de puta maricona?

Siiiiii.....

¿Quieres que sigan follándote?

Siiiii....

¡Suplícalo!

Por favor... Fóllame... así...

¿Por qué?

Por... que estoy... muy... caliente...

¿Y por qué?

Por que soy... una... puta...



Su polla empezaba a amoratarse. Bailaba al ritmo creciente de los golpes con que nuestro muchacho follaba su culo. Gimoteaba. Fluía de la punta un hilillo de esperma transparente inagotable. Hice que el rubio se arrodillara sobre él con una pierna a cada lado del pecho. Empujé su cabeza hasta que comenzó a comérsela. Empujaba su culito, duro como una piedra, para obligarle a tragársela entera. Javier se ahogaba, babeaba, tosía, pero no hacía ademán de resistirse.. Comencé a tirar de sus pelotas, a magreárselas, a juguetear con ellas. Había oído que podía pasar, pero quería verlo. No dejé que nadie pusiera una mano sobre su polla.



De repente, el rubio la sacó de su boca con un brillo pérfido en la mirada. Brillante, hermosa, comenzó a latir y, sin tocarse, a disparar sus chorros de esperma abundantes y calientes sobre la cara de mi marido, que abría la boca gimoteando como una puta, tratando de alcanzarlos. La suya, casi al mismo tiempo, se tensó brillante y oscura. ¡Se corría! Se corría solo por que le follaban. Se corría por que aquella polla enorme le perforaba el culo. El moreno, por su parte, agarrado a sus caderas había clavado la suya hasta el fondo y la mantenía ahí gimoteando. Los tres gimoteaban, y yo casi chillaba de caliente contemplando aquella orgía de esperma.



No quise dejarles ni respirar:



Ahora las quiero todas para mi...



Me quité las braguitas y, señalándole con el dedo, dejé claro al rubio donde quería tenerle. Se arrodilló entre mis piernas y comenzó a lamer mi coño empapado haciéndome chillar. Estaba enferma de caliente. Me temblaban las piernas, y las manos con que agarraba las pollas de Javier y del moreno y comenzaba a acariciarlas dejando resbalar mi mano sobre ellas. Estaban brillantes, y poco a poco recuperaban su consistencia. El rubio me lamía haciéndome gritar. Cuando tomó mi clítoris entre los labios y comenzó a succionarlo, casi perdí el sentido. Cuando, además, deslizó su lengua sobre él sin aflojar la presión, ya solo pude sentir que mi culo botaba en el asiento del sofá, que me agarraba las nalgas con fuerza, como si me escapara de su boca, y que se me iba la cabeza. Javier y el moreno me magreaban las tetas, me pellizcaban los pezones con fuerza. Chillaba, y me corría como no me había corrido nunca.



No me dejaron ni un segundo de tregua. Todavía traspuesta, sentí que entre dos, no se ni quienes eran, me cogían en volandas, agarrándome cada uno de una pierna y manteniéndomelas en alto. Sentí que una lengua jugaba en mi culito llevándome, casi sin pausa al borde de otro orgasmo, y que me dejaban bajar lentamente haciendo que una polla se clavara de un solo impulso en mi culito. Grite como una posesa, hasta que alguien me calló clavándome la suya hasta la garganta, y en un instante, una más se habría paso en mi coño, que ardía. Sentía una especie de orgasmo continuo, era incapaz de ver. Solo gemía y trataba de chillar. Me ahogaba. Sentía sus manos en mis tetas, en mi culo. Me estrujaban, me taladraban sin compasión, me pellizcaban, descargaban azotes en mis nalgas, en mi culo, en mis tetas. Me volvían loca. El que tenía la polla en mi coño la sacó y, con esfuerzo, se abrió pasó también en mi culito, junto con su compañera. Me sentí desgarrada, mientras unos dedos se clavaban con fuerza en mi coño y sentía que acariciaban el clítoris sin tocarlo, envolviéndolo en la piel tan suave que lo rodea. Creo que gritaba incluso con aquella polla clavándose hasta el fondo de mi garganta. Salió una de las pollas de mi culo y se clavó de nuevo en mi coñito. La otra no tardó en seguirla. Ajustaron su ritmo de manera que siempre una entraba y otra salía. Ya no podía correrme más. Me dejaba follar como una muñeca rota, desmadejada sobre uno de ellos. A oleadas, de repente, me invadía un nuevo temblor que me recorría la espalda entera, y me notaba tensar y deshacer una vez más.



De repente me encontré caída en el suelo, incapaz de moverme. Con los ojos entrecerrados los vi arrodillados a los tres a mi alrededor, pelándoselas unos a otros hasta que comenzaron a correrse sobre mi, a cubrirme con un mar de leche...

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:41) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:16) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:14) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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