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Debora y Ssana

Relato enviado por: learcu el 15/1/2015. Lecturas: 3794
Etiquetas:   Maduras
Relato completo
Me admiraba de tener el poder de descontrolar a una madura mujer con mis empotramientos, era sublime estar sobre ella clavándole mi pene, gritaba, gesticulaba Débora y Susana.


Estas dos damas, Débora con sus 39 y Susana con sus 42 años eran mujeres mal cohabitadas y sus coitos con sus conyugues no las satisfacían lo que las enloquecía y excitaba esperando mis descansos con ansias. Ambas me exigían que tomara turnos distintos a los de sus esposos, don Arturo por ser jefe alteraba sus turnos y a veces coincidían con los míos, para placer de Susana que me tenía para ella sola.

Tanto gozaba esta hembra madura con mi miembro grueso en su glande que esta mujer se agitaba en la cama como una chica del ambiente, cuando sentía mi glande grueso y grotesco extendiéndole y abriéndole sus carnales labios vaginales gritaba y gemía con desesperación gesticulando y moviéndose desconsideradamente que a veces al finalizar nuestras uniones estábamos atravesados en la cama.

Era exquisita en sus apareamientos, sus gemidos y gritos de placer me desesperaban hasta llegar a cubrirla por media hora antes de llenarla de mi semen, ella me decía que no era multiorgásmica, pero que conmigo se satisfacía con dos y a veces con tres orgasmos antes de que la regara con mis ríos de leche, quedando descolocada y desmembrada por la pasión con que se entregaba a mis penetraciones.

Me admiraba de tener el poder de descontrolar a una madura mujer con mis empotramientos, era sublime estar sobre ella clavándole mi pene, gritaba, gesticulaba sus piernas a veces bailaban al aire cuando la cogía colocándomela sobre mis hombros al tiempo que penetraba esa deliciosa vulva que apretaba sagazmente mi glande hasta extraerle a los testículos sus litros de semen.

Débora era mas enmascarada, sabía que se satisfacía tanto como su amiga, pero no realizaba exhibición alguna, apretaba sus labios para que de su boca no salieran los gemidos de pasión al sentir su vagina raspada por mi glande y extendida a su capacidad máxima ante los duras penetraciones que daba en su matriz. Pero me demostraba sus anhelantes satisfacciones destrozando la almohada cuando lo hacíamos a lo perrito y al finalizar sus coitos con desesperación me abrazaba y besaba como si en ello se le fuera su vida.

Ambas eran distintas en sus entregas, pero ambas se satisfacían de sus mal calmados anhelos carnales que sus maridos dejaban sin compensar. Por consolarlas a ellas rara vez iba mas de dos veces a visitar a mis padres en el año, y estos me reclamaban que no trabajara tanto, les enviaba dineros, pero ellos deseaban verme.