Relato enviado por:
XOEL el 29/9/2007.
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Las tardes del miércoles mi mamá y yo íbamos al cine de barrio. Aquel día vi como se recalentaba con los torsos desnudos, los cuerpos sudorosos y los paquetes de los gladiadores romanos y como se dejó hacer ...Escribo una nueva página en mi diario personal, confiando que el amable lector comparta conmigo estas excitantes vivencias y experimente un momento placentero como me ocurre a mí.
CON MI MAMA EN EL CINE
Querido diario:
El episodio de mi madre con el moro del capítulo anterior me ha traído a la mente un recuerdo que creía olvidado o, mejor dicho, una experiencia que suponía superada, pero que en su día me excitó sobremanera y ahora al rememorarlo siento el morbo y el regustillo de entones.
Ocurrió hace seis o siete años y, por tanto, yo tenía seis o siete años menos. Como cada miércoles por la tarde, mi mamá íbamos al cine de barrio a ver una película de reestreno. Yo no tenía clases y mi madre era muy aficionada al cine, sobre todo al romántico, aunque a mí me gustaba más el de aventuras y acción. En aquella ocasión ambos tuvimos suerte porque la película mezclaba ambos componentes. Se trataba de "Gladiator", la epopeya de un esclavo hispano en la Roma imperial, separado a la fuerza de su familia y obligado a luchar en el circo.
Pues en esas estábamos cuando, a pesar de estar el cine semivacío, se sentó junto a mi madre un hombre de unos treinta años que, a pesar de la oscuridad de la sala, pude comprobar que tenía buen aspecto e incluso era atractivo.
Mi mamá mostraba mucho interés por la película; parecía que aquellos cuerpos musculosos y sudorosos de esclavos y gladiadores la recalentaban, sobre todo cuando enfocaban el pecho y la entrepierna de Russell Crowe, el protagonista. También debio de percatarse de ello el hombre que se había situado junto a mi madre porque al poco rato empecé a notar unos extraños movimientos en las butacas de al lado ...
Mamá tenía sobre sus rodillas su abrigo y el hombre comenzó sigilosamente a meterle la mano por debajo de la prenda, alcanzándole la falda. Mi madre se dejaba hacer e incluso empezó a facilitarle las cosas. Se reclinó sobre el respaldo de la butaca y abrió ligeramente las piernas. De reojo veía para mí y yo para ella, disimulando ambos que estábamos muy interesados con la película.
Ya el hombre le había alcanzado la entrepierna y empezó a masajearle la conchita muy suavemente, no sé si por encima de la braguita o si se la había ladeado y el dedo le tocaba directamente la almeja.
Viendo que mi madre estaba caliente y las cosas había que hacerlas bien, el hombre cesó por un momento en la masturbación, sacó la mano de debajo del abrigo y llevó los dedos a la boca y los ensalivó, cosa que aprovechó mamá para abrirse más de piernas y estirar mejor la prenda que ocultaba la maniobra.; luego los volvió a meter en el coño y le imprimió mayor ritmo, suponiendo que yo no me enteraba de nada ante una película tan apasionante para un chaval de mi edad.
Mamá llevaba la mano a la boca para ahogar los gemidos y debió correrse varias veces porque sus gritítos se hacían más audibles para mí (parecía que le doliesen las muelas), a pesar del gran estruendo que salía de la pantalla en pleno combate final de los gladiadores. Mamá tuvo finalmente una especie de espasmo que hizo temblar su asiento mientras llevaba sus manos a la entrepierna para indicar al joven que cesase en la paja pues ya había alcanzado el clímax.
Cuando se encendieron las luces el hombre había desaparecido de la sala y mamá tenía la cara congestionada y los ojos llorosos pero un semblante muy placentero. Le pregunté qué le ocurría y me dijo que el final de la película, con la muerte del protagonista y su familia, le había conmovido.
Al llegar a casa mi madre se duchó y preparó la cena pues mi padre no tardaría en llegar. Cuando pude me encerré en el cuarto de baño y hurgué en la cesta de la ropa sucia. Allí estaban las braguitas de mi madre: estaban rozadas y dadas de sí en la entrepierna y mojaditas de efluvios vaginales. Me hice un buen pajote a su salud corriéndome sobre ellas y, desde aquel día, empecé a conocer mejor a mi mamá y a compadecer a mi padre.