EL FINAL (FELIZ) DE LA INOCENCIA (VI)

Susel, primo carnal por parte de mi padre, es un muchachote de 18 años, fuerte como un roble y alto como un pino. De poco cerebro pero de gran polla. Vive en el pueblo ayudando (poco) a sus padres en las tareas agrícolas. En realidad, lo que le gustaría a este vago es estar follando todo el día pero las oportunidades en el campo son pocas, así que ha descubierto el placer de la zoofilia y en la soledad del establo se ha montado a la burra (dice que tiene el coño como el de una mujer) y a más de una gallina que, reventada por su enorme cipote, ha terminado muriendo a los pocos días.

Pues resultó que Susel se vino a vivir durante un par de semanas a nuestra casa ya que estaba sacándose el carnet de tractorista y los exámenes se celebraban en nuestra ciudad. Mi alegría fue enorme cuando me enteré de la noticia. Había pasado muy buenos momentos con mi primo en el pueblo durante las vacaciones de verano, y al ser mayor que yo me descubría nuevos placeres y sensaciones en aquellos deliciosos años adolescentes. Se puede decir que Susel se apoderó de mi inocencia y me hizo gozar como nadie con sus relatos (casi todos inventados) de su potencia sexual, de su capacidad de hacer gozar como perras a toda hembra que probase su falo descomunal. Su fijación (me lo hizo saber más de una vez) era el tipo de mujer que respondía al físico de mi madre: regordeta, tetona, sensual ... Me hacía constantemente describir con detalle los senos y coño de mi madre mientras nos hacíamos pajas cruzadas durante la hora de la siesta:
- ¿Cómo son los pezones de la tía?
- Grandes y oscuros como castañas - le contestaba yo.
- Y la concha, ¿cómo tiene la concha tu mami?
- Grande y carnosa.
- ¿Peluda? - seguía preguntando.
- Sí.
- ¿Se la has visto?
- Sí.
Y Susel seguía preguntando. Hasta que no resistía más y sus huevos hinchados del placer estallaban y toda la lefada salía disparada por encima de mi mano y le llegaba hasta la cara. El semen que alcanzaba las comisuras de los labios lo lamía con deleite musitando el nombre de mi madre. Yo no tardaba en correrme en su mano aunque mi torrente no iba más allá del estómago.

Pues coincidió la estancia en casa de Susel con la ausencia de mi padre durante cinco días por tener que viajar con un empresario a Portugal en su taxi. Mamá estaba embarazada de siete meses pues tenía una hermanita en camino. Mi madre lucía un espléndido embarazo y sus tetas habían aumentado considerablente de tamaño. Mi primo no la perdía de vista y más de una vez se corrió una paja en el cuarto de baño con las bragas de mamá, que rebuscaba en el cesto de la ropa sucia. De noche, como dormíamos en la misma cama, Susel me susurraba al oido mientras nos masturbábamos lo placentero que resultaba follar a una embarazada: "Tienen el chocho jugoso como una almeja y los pezones muy sensibles. Gozan como perras."
La víspera de la partida de mi padre a Portugal, a medianoche, cuando todos estábamos en nuestros cuartos, mi primo y yo nos deslizamos pasillo adelante hasta la puerta de la habitación de mis padres para poner la oreja y pajearnos allí mismo a la salud del matrimonio. Supusimos que aquella noche habría follada pues aguardaban cinco días sin sexo pero ...
Después de los preliminares en los que no faltó una magnífica felación, mamá le pidió a papá un cunilingüe. Sorprendentemente éste le contestó:
- A partir de ahora, dado lo avanzado del embarazo, tú no puedes tener excitaciones ni orgasmos pues el bebé puede salir nervioso.
Mamá se puso histérica pues estaba "caliente como una perra", como le gustaba decir a Susel:
- ¡Quiero que me folles hasta que me corra una y otra vez!
- No. Es peligroso para el bebé. Y si es niña nos puede salir ninfómana pues ya orgasmea el feto - añadió mi padre. Vuelve a chupármela y hazme correr en tu boca.
- ¡Cabronazo, que te la chupe tu puta madre!- replicó mi madre separando de un manotazo a papá.
Aquella noche se mascó la tragedia en la habitación de mis padres. Al poco, mi padre se fue al cuarto de baño para aliviarse el calentón con un buen pajote, al tiempo que planearía follarse a una puta portuguesa durante su viaje con el taxi.

Aquel episodio encendió la mente calenturienta de Susel durante los días de ausencia de mi padre. Sabía de lo salida que estaba mi madre, deseosa de abrirse de piernas para que la penetrase una buena tranca, lo que reafirmaba su teoría de que las preñadas están superexcitadas. Aquella era su gran oportunidad. Pero sabía que tenía que hacerlo con discreción. Una cosa era excitarme a mí con fantasías que tenían como protagonista a mi madre y otra era follársela en realidad. Yo ya me imaginaba que se acercaba una tormenta pues durante dos días previos cesaron las pajas compartidas: mi primo estaba cargándose para vaciar la corrida de su vida en la concha de mi madre ... Y así fue como al tercer día, a eso de la una de la madrugada, cuando se suponía que todos dormíamos en la casa, sucedió lo que tenía que suceder.

Susel se incorporó sigilosamente de la cama que compartíamos, se dirigió descalzo y sólo cubierto con su slip hacia la puerta de nuestra habitación, salió y se encaminó hacia el dormitorio de mis padres, donde mami dormía sola. Fui tras él. Entró de puntillas en el cuarto.
Encendió la lamparita de la mesita de noche y la tenue luz despertó a mamá. Ya la imponente verga de Susel apuntaba a la boca de mi madre que, sin tener tiempo ni a decir mu, vio como su sobrino, sentado sobre su panza de embarazada, le incorporaba la cabeza y le hacía tragar su verga. El sabor agridulce de aquel glande excitó sobremanera a la mujer que tragó hasta las amígdalas aquel falo que duplicaba al de su marido, lo cogió con las dos manos, y empezó un vaivén rítmico para que se manifestara en todo su tamaño. Desde mi escondite, por un momento creí que Susel se había corrido en la boca de mamá, tantos eras los fluidos salivares que salían de su boca. Pero no. Mi primo iba a por todas, así que, en la misma postura que estaba, aplastando el vientre abultado de mi madre, dirigió su mano grande y tosca a la entrepierna de su tía, hizo que se abriese lo más posible y empezó a masajearle la hinchaday peluda concha. La vulva se abría y cerraba rítmicamente del placer que sentía. Cuando Susel la notó bien mojada se dispuso a penetrarla. Lo que vino a continuación fue inimaginable. Mamá gozaba como la zorra que era. Poco le importaba su estado y la presión corporal que ejercía sobre su vientre el muchacho. Me pareció contabilizar como cinco o seis orgasmos espectaculares mientras su sobrino la talabraba y le exprimía las tetas por las que ya salían gotas de leche. La polla de Susel entraba hasta las mismas entrañas de mi madre, sólo sus cojones ponían el límite de la penetración. Ella pedía más y más y Susel sudoroso y despiadado notaba que su glande tropezaba con un obstáculo blando allá en el fondo del útero. Pero no se detenía en su frenesí. Disfrutaba emputeciendo a su tía, a la mujer de su querido tío, y más sabiendo que yo, desde algúnj rincón de la habitación, lo estaba viendo todo.

Tras mi tercer pajote contemplando aquel cuadro irrepetible, mamá empezó a gemir de manera distinta. Ahora mamá estaba montada sobre mi primo, que la ayudama en el mete-saca con sus potentes brazos. De repente, Susel notó que un líquido espeso y abundante salía de la vagina de su tía, lo que lo excitó todavía más, suponiendo eran fluidos vaginales ocasionados por el goce de la hembra. Mamá gemía y lloraba cabalgando, al tiempo mientras aumentaba su placer tocándose los pezones, grandes y duros, por los que salía leche a borbotones. Al tiempo que Susel se corría entre convulsiones y gritos de lujuria dentro de la vagina de mi madre, notó como algó le empujaba el pene hacia afuera: era la cabeza del bebé, ¡mamá estaba pariendo!

Cuando al día siguiente papá regresó de Portugal, se encontró con la feliz noticia de que había nacido una bebita sietemesina, prematuira pero sana. En el hospital abrazó emocionado a la parturienta y cogió tiernamente en brazos al retoño. A mamá le llevó un precioso ramo de flores y a Susel un llavero de plata para las llaves del tractor que pronto conduciría. Papá no tenía palabras para agradecer a su sobrino lo bien que se había portado aquella noche con su tía, al llamar a la ambulancia, al acompañarla al hospital... Yo me reía para mis adentros rememorando aquella velada excitantemente maravillosa para los tres que la vivimos y pensaba: "Pobre cornudo, si supieses que la nenita ya nació bautizada con la monumental corrida de tu querido sobrino, pues no fue buena la lefada que traía en la cabecita".