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EL SEMENTAL DE CONFIANZA - PARTE 4

Relato enviado por : thenderson el 23/01/2017. Lecturas: 8989

etiquetas relato EL SEMENTAL DE CONFIANZA - PARTE 4   Infidelidades .
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Resumen
“Es miércoles de confesiones”, dijo la señora Patricia antes de que su hija preguntara que había pasado, mientras Ana veía en la mesa del jardín interior botellas de vino vacías, copas, cajetillas arrugadas y muchas colillas de cigarro.


Relato
“Ayer se armó un desmadre, preciosa”, le dijo Ramón a Ana después de su saludo de buenos días poco antes de las 7 de la mañana.

“En casa de tus papás y la neta no sé cómo hacerle”, agregó preocupado el albañil.

“Pero ¿qué pasó?”, preguntó inquieta e intrigada la bella muchacha.

“En la mañana me cogí a tu mamá cuando se fueron tus hermanas”, comenzó.

“Aja”, dijo Ana, aguardando el resto.

“Me la cogí dos veces nomás, una en su recámara y otra en la cocina. La pasamos a toda madre.
¡qué re-bien coge tu mamá!”, recordaba, “total, que llegó Claudia…. “

“¡Y los torció!”, exclamó Ana.

“No, preciosa, para nada”, contestó Ramón.

“¿Entonces?”, dijo ella.

“Tu mamá, bien cogidita”, dijo sonriendo, “salió a una mamada de esas de viejas copetonas”, continuó. “Si, al shower de mi prima Susana”, precisó Ana. “Esa verga”, completó Ramón.

“Total, para no hacerte el cuento largo, me estaba culeando, -por fin-, a Claudia. Nos quedamos dormidos después de la primera vez, y la tenía de perrito en la cama cuando llegó Patty y nos torció cuando la tenía ensartada”.

Los ojos de Ana se abrieron de sorpresa, compartiendo con Ramón su gran preocupación.

“Preciosa, le dije a tu hermana lo nuestro y lo de tu mamá para calmarla un poco”, confesó el preocupado albañil, “discúlpame, no sabía que decir para tranquilizarla”, agregó.

Ana se sentó en la mesa de la cocina, mientras Ramón casi lloraba de semejante preocupación por Claudia.

“¿Qué hizo Patty?”, preguntó Ana.

“Pues…, comenzó Ramón, “nos vio, nos quedamos inmóviles, Claudia metió la cabeza debajo de la almohada, le saqué el pito…”, relató, “me miró, me lo vio, cerró la puerta y se fue. ¡No pude acabar!”.

“¡Te vio la vergota!”, exclamó Ana.

“¡Ah claro!”, dijo Ramón. “¡Hasta los ojitos le brillaron!”.

“Bueno”, dijo Ana calmadamente. “Hablaré con Claudia, hacemos un plan, te la sigues cogiendo, luego te coges a Patty, no te olvidas de mi mamá y de mí… ¡y asunto resuelto!”, propuso a manera de broma, haciendo que el albañil se carcajeara.

“¿Y apoco cogen mejor que yo el par de putas de mi mamá y de mi hermana?”, preguntó Ana sonriente.

“Tú eres otro pedo”, le dijo Ramón a la bella señora, mientras la besaba con pasión en la boca.

“Te extrañé anoche”, confesó Ana. “Estuve a punto de irte a coger con todo y los niños en la casa”.

Ramón sonrió y encendió su primer cigarro.

“¡Cuéntame del cabrón del Choro!”, dijo Ramón.

“¡Ay el Choro!”, exclamó Ana.

“¡Tengo que domarlo! ¡Es un potro salvaje, lleno de energía! ¡Es un garañoncito, desesperado, se viene muy rápido!, ¡me dio pavor que me cogiera por enfrente! ¡Es un toro desenfrenado y tiene una verga divina, divina! ¡Sus mecos saben tiernitos, ricos!”, continuó alabando a su incipiente amante.

“¡Me coge con una energía increíble, se me prende del culo, me enciende…me llena! ¡Tiene las hormonas a todo lo que dan!”, siguió ella.

“Pero no tiene tu vergota. No me llega a donde tú me llegas, amor”, aclaró ella.

“Sus mecos…, Mmmm, deliciosos, calientes, tiernos…, me inunda el culo, ¡me lo inunda!, ¡es un vil conejo caliente!”.

“¡Ese es mi pinche Choro!”, exclamó orgulloso Ramón. “Hay que domarlo tantito”, agregó

“¡Ay, mira!”, dijo Ana, me empezó a babear la panocha nomás de acordarme de tu hijo, al tiempo que bajaba su short para mostrarle a Ramón.

El albañil llevó la mano a su vulva, empezando suavemente a frotar su clítoris, haciéndola jadear de inmediato, encendiendo el fuego del que se privó por poco más de un día…, un solo día sin su semental. Las caricias del albañil la pusieron de nuevo en su lugar; nada como un amante experto que la llevara a sus límites como solo él sabía, algo muy diferente a la desenfrenada energía de su hijo.

“¡Ah, ah, ah, ay, ay!”, gemía la hermosa mujer, “así sigue amor, haz que me venga aquí mismo, ¡ayyy, ayyy, oh, oh, rico, rico, rico!”, gritó Ana al sentir Ramón el orgasmo en su mano.

Ana se quitó el pantaloncito de dormir y quedó desnuda de la cintura para abajo, mientras le preparaba el desayuno a su amante, quien solo veía sus encantos.

Ramón se puso de pie, al no poder resistirla, se acercó por su espalda y le comenzó a besar la nuca, acariciando suavemente sus senos.

Ana apagó la estufa. Volteó su cara y comenzaron a besarse con suma pasión. Ramón, bajó su pantalón y empezó a apuntalar el culo de la joven señora. Ana se recorrió hacia el gabinete, y el albañil, de un certero impulso, le penetró el ano, arrancándole el esperado grito te placer.

Ana sintió con enorme placer la diferencia entre padre e hijo, cuyo recuerdo estaba aún fresco en su intestino.

Ramón comenzó a meter y sacar apresuradamente su enorme pene en Ana, al tiempo que ella jadeaba con cualquier primera vez, mientras con su largo dedo frotaba su clítoris en círculo, sintiendo su abundante y caliente baba vaginal, liberando, sin avisarle, su abundante y caliente torrente se semen, alabando su gracia y estilo. Así comenzaron su día.

“Le dije al Choro que no viniera hoy”, le dijo Ramón, cuando se disponían a desayunar. “Quiero primero ver que ondas con lo de tus hermanas”, aclaró Ramón, al tiempo que sacaba su pene de la joven señora, seguido de un significante chorro blanco.

Ana escuchaba atentamente.

“Ayer no quiso Claudia que me quedara a ayudarle con Patty”, continuó, “aunque le ofrecí quedarme, pero me pidió que me fuera”.

“¿Culea buen?”, preguntó Ana.

“Si, es buena. Ya cuando la tenía ensartada se movía muy bien, pero con la llegada de Patty no me pude venir”, explicó. “A tu hermana si le aprieta sabroso el culito”, dijo el albañil riéndose.

“Iré a casa de mis papás a dejar a los niños”, dijo Ana. “Hablaré con Claudia y veremos que pasó”, propuso. “En unos tres días se calma el asunto, no te preocupes. En verdad, tú no tienes la culpa que mi mamá y Claudia quieran coger contigo. Con esa vergota, no culpo a cualquier mujer”, le dijo a su amante, tranquilizándolo aún más.

***************************

La sorpresa de doña Patricia fue demoledora al abrir la puerta en una bata semi-transparente, sin ropa de noche, dejando entrever sus maduros encantos, y ver a su hija Ana y sus dos nietos llegar en lugar del ansiado Ramón. Su hijo mayor corrió hacia adentro de la casa, no notando la comprometedora situación de su abuela.

Ana y su madre se quedaron congeladas al verse. La figura de la bella señora claramente se delineaba, dejando entrever sus senos y su monte diminuta tanga que apenas cubría sus intimidades.

“¡Mamá!”, por fin dijo Ana. Por un segundo, no supo que decir. “¡Te ves guapísima, que bien estás!”, al fin dijo, alagando a su cincuentona progenitora. “Esperabas a Ramón, ¿verdad?”.

Doña Patricia no supo que contestar, y no le quedó más que aceptar. “Si hija, lo esperaba. ¿Va a venir?”.

“No”, contestó Ana. “Quiere sacar unos pendientes y viene mañana, o pasado, pero… ya va a estar mi papá aquí”, agregó su bella hija, “y vas a tener problemas para que te coja”, dijo Ana atrevidamente, siendo que rara vez usaban palabras insinuantes o altisonantes entre ellas.

“Me acaba de coger”, dijo Ana, mientras caminaba a poner a su bebé en el corral de madera.

“¡Que rico coge!”, dijo Patricia, derrumbando el secreto.

“Muy rico”, aceptó Ana. “Es un semental, mami”. Patricia se acercó y su hija recargó su cabeza en ella. Le dio un beso en la frente. “Siéntate hija, me voy a poner algo más adecuado”.

Patricia volvió a la cocina, donde su hija la esperaba. Se sirvieron café y se pusieron a platicar sobre la situación.

“¿Sabes que se cogió a Claudia ayer y que Patty los sorprendió?”

“Claudia y yo platicamos anoche. Sé que estoy mal, pero me dio gusto por ella”, admitió la bella señora Patricia. “De hecho, cuando estaba con Ramón en la recámara, le insinué que le hiciera el favor”. Ambas se rieron.

Aunque sabía, a Ana le costaba aceptar las palabras de su madre.

“¿Y qué se va a coger a Patty?”, preguntó Ana.

“¡No!”, eso no me dijo, respondió sorprendida Patricia.

“Bueno, es el plan de Ramón”, dijo Ana.

“Hija, ya están grandes. Tú te casaste de la edad de Patty, y sé que ella y César están teniendo relaciones”, admitió en referencia a su hija menor y su novio.

“Yo tuve relaciones con tu padre antes de casarnos, y supongo que tú con tu esposo también, ¿verdad?”, preguntó a su hija.

“Mmmm, sí”, contestó Ana. “La gozábamos aquí en la casa cuando ustedes se iban a dormir”, confesó.

Patricia de rio, casi a carcajadas.

“¡Ay hijita, como eres de ilusa!”, dijo Patricia cuando terminó de reírse.

“¡Yo los veía de vez en cuando! ¡Te la metía por atrás nomás después de que se la mamabas!, bueno, al menos eso decían”.

Ana se sonrojó un poco. “¡Como eres mami!”. “Si era casi siempre por atrás”, aceptó. “Una vez nos asustamos mucho, bueno yo más bien, el no, cuando le dije que no me bajaba. Lalo me decía que no le importaba y que se casaba conmigo”.

“A los días me bajó, pero, ¡qué susto!”, recordó Ana riéndose.

“Me encantaba verlos desnudos, ¡no les importaba nada!, aunque Lalo no la tenía muy grande que digamos, pero ¡como cogían!”.

“Ay mami, hiciste que me acordara aquella vez que entró Claudia cuando Lalo estaba de visita, y me agarró con su cosa en la mano. Me acuerdo, la santurrona como se aclaró la garganta, como indicándome que sabía que tenía en la mano”, dijo Ana, carcajeándose con su madre otra vez.

“¡Te lo juro que, si hubiera entrado un minuto después, me cacha mamándosela!”, dijo Ana entre risa y risa.

“Era bien impropia”, aceptó Patricia.

“Y fíjate…, ahora compartimos tú, ella y yo un mismo hombre”, agregó Ana.

Conversaron un buen rato de los orígenes de sus relaciones y del incidente de Patty y transcurrió buena parte de la mañana. Al final, Ana se levantó.

“¿Te importará que te deje a los niños, mami?”, preguntó Ana.

“¡Claro que no, hija!”, contestó Patricia, con algo de envidia, sabedora del gigantesco pene que esperaba a su bella hija, pero tengo compromiso después del mediodía. ¿Quieres que se los deje a Mally? Es por tus rumbos”, ofreció la bella señora Patricia.

“Te lo agradezco infinitamente, mami”, contestó Ana.

“Me lo estoy saboreando”, agregó Ana, toreando a su mamá. “¡Mámasela por mí!”, le dijo, cuando empezó a caminar hacia la puerta principal. Ambas sonrieron.

“Ay, no sé si ir al baño aquí o llego a la casa”, comentó Ana.

“Ay hija”, dijo Patricia, “ve aquí. Imagínate, que pena”, dijo en referencia a la muy probable copulación que tendría su hija con el albañil”.

Ambas se rieron.

“No mami, llego bien. No tengas cuidado”, le aseguró su hermosa hija.

“¡Usa condón!”, recomendó.

“Mami, no hay condón que le quede”, replicó Ana.


************************


En el relativamente largo trayecto de la casa de sus padres a la de ella, ambos ubicados en dos fraccionamientos elegantes, Ana pensaba sobre su madre y hermana. La reputación de toda su familia pendía del hilo de la discreción de un fogoso y feo albañil. Luego se concentró en su mojigata hermana mayor.

Como haya sido, sucumbir al pene de Ramón y ser sorprendida por Patty era el parteaguas de su vida. Tendría que superar su santurronería, aunque Ana ya veía a su hermana como una hipócrita cuando supo que Ramón le daba a mamar su pene y se manoseaban mientras ella seguía con sus cosas.

Con la culeada de ayer, su hermana estaba acorralada. Ana no sabía si hablar con Patty, ni sabía si sus dos hermanas habían platicado respecto al incidente, vaya, ni su madre supo darle cuenta alguna. Tampoco sabía que Claudia conocía algunos secretos de Patty.

Ramón estaba en la cochera fumando cuando se abrió la puerta eléctrica. Caminó hacia la puerta del auto. Ana descendió y se trenzaron en su acostumbrado pasional beso, como si no se hubieran visto unas horas antes.

“Vino Claudia a la casa. De seguro a hablar contigo. Platicamos un rato, pero no me las quiso dar porque llegaron de la plomería y ando que me lleva la chingada de caliente”, le advirtió Ramón. “¡Te la tengo que meter! ¡Ahorita!”, demandó el sudado albañil.

“Mi amor, ¡calma!”, imploró Ana, “vamos adentro. Tengo que ir al baño”, insistió. “Me estoy haciendo popó”, le susurró al oído. Al sentir su caliente aliento y su urgencia de ir al baño, se encendió la mecha y Ramón no pudo más. Les encantaba hacer locuras. Ramón puso a Ana contra la pared, le bajó sus jeans y subió su blusa a media espalda.

“¡Mi amor! ¡Va a ocurrir un accidente, no seas desesperado!”, exclamó Ana al tiempo que Ramón la penetró con incontenible vigor, de pié, contra la pared. Ana solo elevó sus brazos sobre su cabeza y sacó sus nalgas lo más que pudo.

“¡Ramón!, ¡Ramoncito, detente mi amor!”, imploraba la bella y juvenil señora, mientras el albañil, sin tener consideración alguna, la penetraba, haciéndola sentir una pesada incomodidad.

“¡Ay, ay, me hago mi amor!, ¡No aguanto!, ¡No puedo más!”

Ramón sacó su pene y vió que estaba cubierto a un tercio con excremento de Ana. Se excitó aún más.

“¡Hasta la caca te huele rico!”, le dijo Ramón, al tiempo que lo volvía a meter por el ano de la señora, pero ella no pudo contenerse. El gigantesco pene fue derrotado por la contrapresión. Apenas introdujo la cabeza, el excremento comenzó a salir, por un lado, embarrando sus bellas y blancas nalgas. El sintió lo caliente.

“¡Ah, aaaay, oooh, oh!”, gimió ella, curveó su trasero aún más, y comenzó a defecar sin poder contenerse ni detenerse, mientras el caliente albañil ponía su pene cuál si fuera un chorro de agua.


Ana se sentó sobre su ropa, levantando las rodillas, tapándose media cara.

“¡Ahhhh, ohhhh!”, gimió. “¡Ay amorcito, era lo único que me faltaba contigo, qué vergüenza!”, dijo con voz entrecortada.

Ramón fue al auto de Ana y tomó unos pocos de pañuelos desechables y se limpió el pene, pero Ana necesitaba algo más que pañuelos desechables.

La desnudó. Puso sus jeans, sus manchados tenis y sus calzones a un lado. La ayudó a levantarse y la llevó al jardín. Tomó la manguera y esperó a que se enfriara un poco el agua y la lavó con ella.

“Toma, deténmela”, le dijo Ramón. “Voy por jabón”.

Ana tomó la manguera y empezó a mojarse. Se quitó su blusa y brassiere, deleitándose con el agua de la manguera, cuidando únicamente su pelo.

Llegó Ramón, y comenzó a enjabonarla, mientras ella lo besaba suave y discretamente en sus manos y brazos, volteando su cara para besarlo en la boca mientras él la abrazaba con el chorro de agua en medio de sus cuerpos.

Aunque ya empapado, Ramón se desnudó también, luego se arrodilló frente a las hermosas nalgas de la mujer y empezó a frotarlas con el jabón, tallando su culo y besándolo. Metió su dedo ligeramente, y le sacó un poco más de excremento. Llevó la manguera, le metió un poco de agua por el culo haciéndola retorcerse un poco, pero sin pedir permiso. Ana evacuó el agua, y el albañil comenzó a besarle su culo que olía delicioso con el jabón, metiendo su lengua como a ella le encantaba.

Ana se volteó y lo besó, y se arrodilló ante él para limpiarlo también con jabón, entre el atenuado olor de su excremento y el chorro de agua fresca aquella caliente mañana de verano.

Mientras le hacía espuma con sus manos en el pene, Ramón se llevó las manos al mismo. Sin medir palabra, comenzó a orinarla por todo el cuerpo.

“¡Me estas marcando como tuya! ¡Eso te faltaba!”, dijo con su sensual tono, poniendo su hermosa cara para que el albañil hiciera blanco en ella. Su peinado, que tanto cuidó, quedó arruinado, mientras gozaba el caliente y potente chorro que salía del pene de Ramón, abriendo su boca, dejándolo que orinara dentro, pero lo escupía de inmediato.

Cuando terminó, Ramón cacheteó su bella cara con su pene varias veces. Tomó la manguera y la volvió a limpiar. Luego fue por la ropa embarrada y la puso en el pasto.

“¡Jiuuu!”, expresó Ramón. “¡Apesta!”.

“Pendejo”, le dijo Ana. “Lávala bien… mis tenis que queden bien limpios”, ordenó.

Cuando dejó sus prendas sin rastros de su excremento, Ramón esparció con el agua y luego con un rastrillo e de su amada excremento a. Ana tendió su ropa al sol.

“Aquí va a salir más verdecito el pasto”, dijo, carcajeándose con ella.

Ana y Ramón caminaron hasta la banca conde el Choro se la había culeado la tarde anterior. Se sentaron y ella comenzó a masturbarlo, recordando que no había sucedido nada ni con ella ni con su hermana. El pobre albañil eyaculó abundantemente. Ana lamió y devoró todo el semen que pudo.

Ana le dio a Ramón unos pantalones cortos de Oliver y se vistió.

“Ahora si preciosa, me cagaste el palo, ¡y bien cagado!”, le dijo el albañil. Ana sonrió ligeramente avergonzada. “¡Y tú me orinaste toda, cabroncito!”, contestó.

*********************

Cada vez que podía, Patty frotaba sus labios vaginales y clítoris sintiendo envidia de su hermana Claudia. Se masturbó algunas veces con un pequeño vibrador, teniendo algunos orgasmos pensando solo en Ramón, en su gigantesco pene, que, para haber desvirgado a Claudia, debería tratarse de algo muy, muy especial. Ni le contó a nadie y rehuyó a su hermana el resto del día. Recordaba el brillo en su enorme contorno que la hizo salivar de antojo. Haberlo visto y que Ramón la viera significaba muy probablemente una barrera menos que vencer.

Aunque tenía frecuentemente relaciones sexuales con Cesar, su novio, el tamaño de Ramón era como el de cualquier artista porno extraordinariamente dotado, el mejor trofeo para cualquier mujer.

Claudia tenía un as bajo la manga para enfrentarse con su hermana menor tras el incidente de Ramón, pero no se lo comentó ni a él.

Nunca supo por su hermana ni por su madre que Ramón la tenía en la mira. Se imaginaba que podría tener relaciones con Ana, lo había explícitamente visto con Claudia, pero no, nunca pensaría que con su madre también. Sentía la urgente necesidad de hablar con Claudia, pero también, sentía pena por ella y la vergüenza que pasó.

Lejos de sospechar que su madre ardía por Ramón, pensaba y pensaba la manera de provocar un encuentro.

Esa noche, Patty y César hicieron el amor como nunca. Su novio la penetró varias veces, ahí en su casa. Perdieron la sensación de la intimidad mientras Claudia, calladamente, observaba el ardiente espectáculo, como era ya su muy privada costumbre.

Frotándose el clítoris, Claudia vió como los jóvenes enamorados se entrelazaban y practicaban sexo oral, anal, vaginal…, nomás le faltó a Cesar profanar sus ojos.

Se vestían, se volvían a desvestir, volvían a coger y se hacía difícil a Claudia contener sus placenteros gemidos.

No fue sino hasta la siguiente tarde que Claudia y Patty coincidieron. Para Patty, la que llevaba la culpa era Claudia, sin saber que su hermana mayor se divertía de lo lindo viendo lo que ella y Cesar hacían casi siempre que le tocaba visita.

Aprovechando que la señora Patricia no se encontraba en casa, Claudia y Patty se sirvieron dos copas de vino.

Algo desinhibidas ya por el vino, Claudia comenzó.

“¿A poco creías que tú eres la única con derechos especiales en esta casa?”. No necesitó explicar mucho. César y Patty se olvidaban que pudieran ser vistos con relativa facilidad, pero nunca que era un pasatiempo de su hermana mayor verlos en acción.

Patty se rió cuando su hermana la desenmascaró.

“¡Si chula!”, dijo Patty, “¡pero tú con un albañil!”, le reviró.

“¡Ay hermana, no me digas que no te encantó el pitote que tiene!”, dijo Claudia.

“¡Ay que rico se veía!”, dijo Patty. “Nunca he visto uno de ese tamaño, en vivo”, aceptó Patty.

“¡Dime que no te encantaría probarlo, anda dime!”, dijo Claudia excitada.

Los ojos de Patty brillaron ante la propuesta-insinuación de su hermana mayor.

“Está mucho más grande y rico que el de César”, aseguró Claudia.

“¿Cómo sabes que más rico, putona?”, pregunto Patty riéndose. “¿Acaso ya te metiste con César?”, preguntó riéndose.

“¡Ay hermana, como crees!”, contestó Claudia, también riéndose. “¡Se nota que te hace muy buenos trabajos nomás!”, aclaró en todo de broma.

“Mmmm”, gimió Patty no muy convencida.

“Digamos que me consta visualmente”, agregó Claudia. “Cuando te levantas a algo en la visita, se masturba mientras llegas”, precisó. “Tiene buen equipo, no te creas, pero nada comparado con el del albañil”.

“Pasando a otro tema”, dijo Patty, “¿Cómo pudiera, digamos, este…, bueno, digamos, provocar un encuentro con el albañil de la gran bichola?, ¿algo, digamos, circunstancial, así como un uuups?”

“Hermanita preciosa, ya se la viste y te vió que se la viste, y de seguro siente que te quedaste gratamente impresionada, ¿o no?, dijo Claudia.

“Además”, dijo Claudia, pero se detuvo.

“¿Además que?”, preguntó Patty rápidamente.

“Bueno, esto es archí-súper-recontra entre nos, ¿ok?”, continuó Claudia.

“Ok”, contestó Patty.

“¡Júramelo que no dirás ni media palabra!”.

“Te lo juro”, dijo Patty.

“Ramón me dijo que te quería coger…”

Patty sintió su vulva humedecerse tras las palabras de Claudia.

Claudia sabía que Patty era una mujer algo liberal. Frecuentemente tenían argumentos sobre su conducta, más nunca le había reprimido por sus indiscreciones con César en la casa.

Sus ojos se abrieron de la emoción.

“Lo mejor, déjame te cuento, es que es feo, feo, como la chingada, pero sabe besar, acariciar y manosear como ningún hombre. Además del bicholón que tiene, claro”, dijo Claudia. “Como es tan flaco y prieto, su verga sobresale de cualquiera”, continuó.

“¿Vamos afuera a fumar?”, invitó Patty.

Rellenaron sus copas de vino y se sentaron en el patio interior de la elegante residencia. Claudia encendió el intercomunicador de la cochera para escuchar cuando llegara su madre.

Claudia esperó a que Patty encendiera su cigarro.

“Además…”, dijo de nuevo Claudia.

“¡Además que, chingado!”, contestó Patty bastante intrigada.

“Además se está cogiendo a Ana…”, continuó

“¡Eso siempre lo sospeché!”, dijo Patty.

“Y a mi mamá también…”, cerró Claudia.

************************

Ana notó a Ramón algo bajo de energía. Poco después de la una de la tarde, el albañil se sentó a descansar.

“Me siento fatigado, deshidratado”, dijo con débil voz.

Ana fue a comprarle suero oral. Lo tomó y se sintió algo mejor. Lo pasó a su recámara y lo recostó. Durmió profundamente hasta después de las cinco, su hora de salida. Su sueño fue aprovechado por Ana para contemplar su gigantesco y flácido pene. Lo lamió y mamó ligeramente, pero el albañil no respondía. La situación la alarmó un poco y lo dejó dormir.

Despertó con un terrible dolor de cabeza y Ana le llamó a su médico de confianza. El médico le comentó que se trataba de una severa deshidratación y de que requeriría un par de días para reponerse, además de algunos medicamentos y suero.

Ana subió a Ramón a su auto, se detuvieron en la farmacia y compró lo indicado mientras él la esperaba recostado en el asiento.
Era media semana. Ana esperaba que Ramón se sintiera mejor mañana.

Llegó a su casa, saliendo Lupita y el Choro a recibirla. Les explicó la situación y las recomendaciones del médico.

Al mocetón le importaba más atender a Ana que a su vacilante padre. Cuando lo colocaron en su recámara, las miradas de Ana y el Choro se cruzaron varias veces. Le era muy difícil disimular su constante mirada al trasero y los senos de su musa. Solo ese día había bastado para que El Choro se masturbara varias veces a su salud.

Ana y el adolescente deseaban, por lo menos, besarse. Le era algo difícil a Ana simular una plática de construcción seria con el Choro, mientras se quedaron los dos a la entrada de la humilde casa.

Salió Lupita de la recámara y le dijo a su hijo mayor que su papá quería que se fuera a trabajar y velar la casa de Ana.

Ramón les leyó el pensamiento.

Al Choro le fue algo difícil disimular su alegría. Tomó su mochila y comenzó a empacar lo necesario para regresarse con Ana a su residencia.

Al inicio del largo trayecto hubo silencio. Poco después, Ana fue la primera en hablar.

“¿Y cómo está mi príncipe azul?”.

“¡Mmta doña Ana, ya me la jalé como tres veces pensando en usted!”

El deseo de Ana no tenía fin, con el padre o el hijo, era preocupante para ella pensar en cómo calmaría sus ansias cuando regresara su esposo.

Ana sentía en el ambiente las desbordantes ganas del muchacho de poseerla, y ella deseaba que así fuera. Ana bajó su mano y se puso a acariciar el muslo del mocetón. El Choro le puso la suya encima y la jaló a su abultado miembro. Ana lo acarició y lo comenzó a apretar, constatando la dureza de su incipiente amante.

Disimuladamente, Ramón Jr. llevó su mano a la vagina de Ana mientras manejaba. Aflojó su pantalón y metió su mano, sintiendo los húmedos labios de la joven señora. Empezó a acariciar su intimidad, y ella comenzó a gemir levemente y detuvo su mano.

“Vas a hacer que choque”, le dijo sonriéndole.

El muchacho se desabrochó el pantalón, sacando su enorme y curvo pene, y comenzó a sacudirlo mientras ella, disimuladamente volteaba a verlo. Llevó su mano, lo tomó, y sintió en la vibrante juventud del Choro: dura, caliente, húmeda y suave, con sus venas claramente delineadas, mientras Ana sentía su vulva derretirse del deseo. Acarició sus duros testículos que estaban ya cargados del elíxir de placer que tanto quería.

“¿Se la alcanzó a coger mi apá Ana?”, preguntó el Choro.

“Mmmm”, pensó ella en el desastre que ocasionó su caliente padre por la mañana.
“Sí, digamos que sí”, contestó Ana. “Tu padre es un toro”, agregó.

Se detuvieron en un Oxxo y Ana le dio dinero para que se comprara algo. Metió su pene en el pantalón y acomodó su bulto le mejor que pudo. “Ten cuidado guapo. Se te nota mucho”, le advirtió ella al abrir la puerta del auto.

El muchacho volvió al auto cargado de comida chatarra. Su notoria erección no lo preocupó dada su arrojada forma de ser.

Llegaron minutos después a su casa. Cuando se cerró la puerta de la cochera, el inexperto muchacho saltó al lado del conductor, besando locamente a la amante de su padre, haciéndola corresponder su ímpetu, abrazándolo y acariciando su cara mientras devolvía su locura.

El Choro se separó y se recargó en la puerta de su lado. Se desabrochó el pantalón y lo bajó hasta sus rodillas. Ana lo miró con ojos de lujuria al tiempo que el caliente jovencito empezó a agitar su pene, invitándola.

“Aquí éntrele Ana”, le pidió, “no me diga que nunca se ha aventado una mamada en un carro”.

Ana cedió a la invitación del adolescente. Se recorrió un poco hacia su lado, bajando su cabeza para deleitarse con el tierno sabor del enorme pene del Choro, forzándolo con su mano para desdoblarlo, atrapándolo con su boca ansiosa. El joven hizo gala de elasticidad al bajar el pantalón de la señora, acariciando sus suaves nalgas mientras ella devoraba su masculinidad, poco a poco, saboreando su tierna hombría. Cuando tuvo el pene del Choro hasta su base, empezó a mover su cabeza con ritmo de arriba abajo, mientras él acariciaba su rubia cabellera.

*********************

La cara de Claudia se tornó a la de una deliciosa morbosidad al ver la reacción de su hermana menor cuando le dijo sobre su madre y el albañil.

“¡Mi mamá!¡no puede ser!”, expresó atónita la bella joven Patty.

“¡Pero…! ¿Cómo?”, dijo Patty.

“Nuestra mamá está de muy buen verse Patty. Se dio su arreglada y quedó divina. Es relativamente joven. Tiene por donde y Ramón con qué”, le dijo sonriente.

“Tres años, va para tres años que Ramón se la coge”, remató Claudia.
“¡Es que no puede ser…mi mami!”, continuó Patty. “De ti y de Ana lo hubiera esperado…, ¡pero de ella!”

“Hermanita, de aquí que no salga, ¡por favor! Ramón quiere la colección completa”, demandó Claudia.

Después de unos instantes de silencio, Claudia dijo insinuante: “¿Qué? ¡Te gustaría que te cogiera, se te nota, cochina!”

“Mmmm, la verdad… ¡sí!”, aceptó Patty entusiasmada sintiendo que la vagina se le hacía agua.

“¡Pues armemos algo!”, propuso la otrora mojigata.

“¿Qué tal si mañana nos tomamos el día libre y vamos a casa de Ana?”, propuso Patty.

Claudia pensó. Era jueves, un día algo ajetreado en los juzgados. “No, no creo”.

“Yo tengo también un día algo complicado en la uni”, admitió Patty. “Vamos a pensarlo mejor”, sugirió Claudia. “Mañana llega mi papá, ¿verdad?”

“No. Me dijo mi mamá que se tenía que quedar unos días más en el DF”.

“Pero no estás pensando en un trío”, dijo Patty. “Mmmm, no me disgustaría”, confesó Claudia, al eco de sus risas.

“¡Ay, ¿cuándo vendrá Ramón?”, preguntó Patty con tono de impaciencia.

“Mmmm”, suspiró Claudia, “yo tengo derecho de antigüedad. Acuérdate que nos interrumpiste, pendeja. Me tenía ensartada riquísimo cuando abriste la puerta. ¿Qué no te enseñaron a tocar?”.

Las bellas hermanas se rieron de nuevo.

“Es que te llana de una forma que no sé cómo explicarte”, comenzó Claudia. “Todavía siento que me late el fifirufis de tan grande que la tiene”.

“¿No te la metió por enfrente?”, preguntó Patty.

“¡No!”. “¡Quiero llegar virgen al matrimonio!”. Ambas se carcajearon.

“¿Dices que nomás se la mamabas?”, volvió a preguntar Patty.

“Si, ya teníamos tiempo así. Cuando nos cachaste era la primera vez que me la metía por atrás. Eran puras manoseadas y mamadas que yo le daba”, recordó Claudia.

“¿Y te tragabas su semen?”, dijo Patty.

“¡No!”, contestó pronta Claudia. “Eso no, bueno, hasta antier. Sentí raro pro me gustó”, admitió. “Se vino en mi boca sin decirme. Sabía que se iba a venir y no me quité”.
“Pues tenemos un serio problema con mi mamá”, dijo Patty. “Ella también es víctima de la cosota del albañil. ¡Nos lo vamos a acabar!, hay que darle muchos mariscos y vitaminas”, concluyó riéndose, dando por hecho que más temprano que tarde, Ramón la haría suya, completando así la famosa colección.

“¡Ya sé!”, dijo Patty. “Cuando venga Ramón, me tiraré a tomar el sol en la alberca, nomás quisiera que no estuvieran mis papás y tú te hicieras la que no vió nada, como le haces con César”.

“¡Suertuda!”, dijo Claudia. “Mis papás van a Phoenix la próxima semana, en cuanto regrese del DF”.

Los ojos de Patty se abrieron de la emoción. Claudia vería la manera de continuar pronto la interrumpida culeada.

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“¡Ay Ana, no puedo…!, ¡ya no aguanto más!”, gritó el Choro dentro del automóvil, al tiempo que comenzó a eyacular con su desenfrenada energía en la boca de la bella mujer, quien entre gemidos devoró toda su carga, lamiendo los restos en el tronco del pene y en el pelo púbico del mocetón.

Ana se incorporó, tomo un pañuelo desechable y se limpió la boca y la cara mientras el Choro solo la veía. Se vió en el espejo y luego lo besó suavemente en la boca. Tomó otro pañuelo y limpió la entrepierna del muchacho.

Salieron algo sudados del automóvil de Ana. El Choro se fue al jardín a fumarse un cigarro mientras ella entró a la casa.

Ramón o le dio indicaciones precisas de que hacer, y el muchacho solo deambulaba por el bello jardín de la casa de Ana, asombrado por la grandeza, elegancia y buen gusto.

Entró al cuarto de servicio donde su padre guardaba sus cosas y su herramienta, y comenzó a husmear, buscando más cigarros.

Cuando abrió uno de los cajones, notó de inmediato un calzón y un brassiere, seguramente de Ana, endurecidos con su semen seco. “Viejo puñetero”, murmuró el muchacho.

Ana llegó a donde estaba el Choro y se percató que veía su ropa interior. Al darse cuenta, el muchacho echó las prendas dentro y cerró el cajón.

“¿Quieres comer algo, chiquito hermoso?”, preguntó Ana con maternal tono. “¿Qué hacías?”.

“Buscaba unos cigarros de mi apá, pero no dejo nada”, contestó el Choro con algo de pena. “Si, tengo hambre”, agregó.

Ana lo tomó de la mano y lo condujo a la cocina. El mozalbete estaba encantado de sentir su mano y caminar por el pequeño paraíso.

La bella señora presentó al adolescente el abanico de opciones para comer. Finalmente decidió y ella le preparó una deliciosa cena tempranera, segura de que más tarde querría más para mantener viva esa energía que lo hacía único.

“¿Quieres que te compre cigarros ahorita que salga?, por qué no creo que te los vendan”, propuso.

“¡Si, muchas gracias!”, contestó el Choro.

“Tan chiquito que estás para que fumes”, dijo Ana.

“¡Ay señora Ana, usted se fuma de estos y no le digo nada!”, replicó el jovencito al tiempo que se llevaba ambas manos a su bulto, al tiempo que ambos se rieron.

“Si, ¡pero esos son buenos para la salud y los otros no!”, reviró ella.

Después de cenar, Ana y su adolescente amante recorrieron la obra para revisar los trabajos pendientes de su padre.

Eran casi las 7 pm. Ana tenía que ir a recoger a sus hijos a casa de su amiga Mally, donde los había dejado su madre.

“Te voy a dejar un momento”, le dijo Ana al muchacho. “Iré por los niños”.

“¿A casa de su mamá o de la gringa su amiga?”, preguntó el Choro.

“A casa de Mally, ¿vienes conmigo?”

“Si no necesita ayuda con los niños, mejor la espero aquí”, dijo el. “Ni modo que vayamos a hacer cosas en el carro”, agregó sonriendo.

Ana le dio un beso en la mejilla y salió por sus hijos. Cuando se cercioró que ya había salido, el muchacho se dirigió a su recámara, al canasto de la ropa sucia. Tomó un par de panties de la señora y comenzó a olerlos, como le había mostrado su padre, deleitándose con el íntimo olor de su patrona. Se llevó las prendas a donde pudiera ver cuando regresara. Se sentó y se puso a acariciar su pene con ellas, cuidando de no humedecerlas con su líquido seminal.

Cerca de las 10 de la noche, Ana y Ramón Jr. se sentaron a la mesa de nuevo. El muchacho cenó por segunda vez como náufrago.

“Fíjese Ana”, comenzó el, “que me contrataron para hacer unos jales en la maquiladora cerca de la casa. Pagan más o menos. ¿Cómo la vé? Es por lo que duran las vacaciones de verano”, le confió. Comenzaría mañana. Ni chanza tuve de decirle a mi apá y a mi amá”.

“¡Qué bueno precioso!”, contestó Ana.

“Es buen jale”, continuó el Choro. Pedí doblar tiempo y me van a pagar más, así puedo ayudar en mi casa, quesque hasta los fines de semana puedo trabajar”, abundó el muchacho.

“Pero pues lo malo es que no voy a poder seguir viniendo”, continuó en tono algo entristecido.

Ana lo tomó de las mejillas y besó suavemente su boca. “No te preocupes. Siempre te podré dar un cachito de mí cuando tengas un día libre o cuando vengas a ayudar a tu apá, como le dices tú”.

Ana se aseguró que los niños estuvieran dormidos y regresó a la cocina, y tomó al mocetón de ambas manos, tirando de él, poniéndolo de pié.

“Ven, vamos a que me cojas”.

Lo llevó a la elegante recámara principal, cosa que jamás había hecho son su padre. Se sentó en la cama y bajó sus pantalones. Besó su erecto pene.

“Pero nada de gritos”, le ordenó a su joven amante.

*********************

Claudia y Patty ya estaban algo pasadas de copas cuando llegó su madre, quien con gusto se sentó con ellas. La plática era tan caliente y amena que no escucharon cuando llegó por el intercomunicador que habían dejado encendido.

La bella señora Patricia venía algo tomada también, pero sin perder su compostura.

“No sabía que fumabas, hija”, dijo dirigiéndose a Patty quien no pudo deshacerse de su cigarro, y aunque lo hubiera hecho, el olor la delataría.

Hasta este momento, la situación era que Ana sabía sobre su hermana Claudia y su madre, Claudia sabía sobre su hermana Ana y su madre, pero Patricia no tenía idea que sus tres hijas sabían ya sobre ella y el albañil. Claudia y Ana sabían que Patty estaba en la mira de Ramón, y la bella señora Patricia dijo a Ramón que le hiciera el favor a Claudia y se la tirara, pero no pasó de ser de esas cosas que hablaban cuando estaban en un trance de extremo placer con él.

Las tres bebieron más vino. A propósito, pero sin que se sintiera lo abrupto, Claudia trajo a colación al semental, queriendo desde luego darle un curso a la plática, pero no había una notoria respuesta. Su madre y su hermana menor tenían sus amplias reservas.

Claudia quería que su madre de alguna manera aceptara y confesara sobre su idilio con el fogoso albañil, que en ese momento debería de estarse atorando a su otra hermana, concluyó al ver su reloj.

Llegó el momento de abrirse más en la amena plática. Era casi media noche, pero ninguna quería irse a dormir a pesar de sus obligaciones al siguiente día. La plática estaba demasiado buena y quizá no se diera el momento otro día.

Claudia y Patty acorralaron a su madre para que les contara como había sido su primera vez.

“Bueno”, aceptó ella, “al menos no teníamos espectadores como tú o Ana”, dijo Patricia en clara referencia a lo que sus hermosas hijas hacían con sus novios en la misma casa, mirando a su hija menor. “¡No sé de donde salieron tan calientes!”, exclamó la madre, al tiempo que Claudia les servía más vino. Patty, ya sorprendida, disfrutaba su cigarro.

“¡Pues de ti!”, exclamaron sus hijas casi al unísono.

Las tres se carcajearon. Su vida sexual era una especie de tabú que cada una llevaba bien guardada hasta que fueron desenmascaradas por un caliente trabajador, dizque de mucha confianza, algo sobre lo que nunca habían platicado.

Patricia fingió no saber nada sobre Claudia y Ramón ni de sus intenciones de tirarse a su hija menor.

“Dame un cigarro”, pidió la señora a su hija menor.

“No sabía que fumabas, mami”, dijo Patty.

“Solo cuando el momento lo amerita”, contestó Patricia.

Patricia comenzó a platicar sobre su única hija casada y su novio. Patty sentía su hora llegar cuando su madre abundó en detalles sobre lo que Ana y Oliver hacían en la visita.

“¡Todos los días venía de visita Oliver, y todos los días de la cogía!”, recordó la bella señora. “Qué casualidad que siempre que me tocaba verlo de visita, se la cogía y es por eso que saco por conclusión que era todos los días, al menos en la casa, vayan ustedes a saber de esos viales dizque de paseo con sus amigas y salidas de parejas. ¡Bien cogedores los desgraciados!”

Patricia tenía a flor de boca la relación de su hija casada con Ramón, pero deseaba guardar su secreto para el momento preciso.

Ana le había contado ya todo y como se había enterado.

Claudia solo miraba. No había tenido novio y rondaba los 30, pero no se detuvo y dijo, “¡como alguien que yo conozco!”, mirando a Patty, quien sonrojada tuvo que aceptar asintiendo con su cabeza.

“¡Ah claro!”, dijo la señora Patricia, “también me consta de ese para de tórtolos, ¿a ti también hija?”, preguntó dirigiéndose a su hija mayor. Claudia asintió con la cabeza.

“Bueno pues... ¿cuántas fans tenemos Cesar y yo?”, preguntó Patty.

Casi completamente desinhibidas, Patricia preguntó a su hija menor que si cuanto tiempo llevaban de novios.

“Déjame ver”, dijo Patty, “cuatro, ¡no!, cinco años. Sí, cinco, yo tenía 17 cuando nos pusimos de novios”.

La señora Patricia sabía que su hija menor y César se casarían algún día, por lo que no sentía incomodidad alguna por sus relaciones íntimas.

“¿O sea que me han visto desnuda y a él también?”, pregunto ilusamente Patty.

“¡Ay mi hijita!”, dijo la señora, “¡nomás nos falta verte por dentro!”.

“¡Ciertísino!”, agregó Claudia.

Las tres casi se ahogaron de la risa.


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“¡Hah!..... ¡ah!.....,¡hah!...., ¡hah!” ….

Se escuchaba la voz de Ana hasta fuera de la recámara, mientras el Choro, por primera vez, le introdujo su pene en la vagina. Cada impacto del mocetón tirando de sus nalgas por las caderas, le arrancaba un placentero grito. El Choro permanecía de pié, mientras ella estaba de perrito sobre la cama.

“¡Que panochita tan rica tiene Ana!... ¡rica, rica!”, decía el muchacho con moderadas exclamaciones. Si alguien iba a despertar a los niños, no sería el.

Ana jadeaba y gemía de placer, exigiéndole que la penetrara más y más, mientras el adolescente la penetraba con inusitado vigor, permaneciendo dentro de ella lo más que podía alcanzar su largo miembro, y luego la bombeaba unos segundos.

“¡Tranquilo, sementalito, tranquilo!”, imploraba Ana. “¡Hazme gozar más, mucho más!”.

El Choro bajó su ritmo, haciéndola gozar más aún. Metía y sacaba tierno pero enorme pene, pero igual de firmes, haciéndola sentir más su cabeza en lo profundo de su vagina.

La bella señora continuó con sus placenteros gritos sin parecer importarle mucho el sueño de sus hijos.

Sin lugar a dudas para ella, resultaba cierto que su incipiente amante se había estado masturbando por ella. Aunado al sexo oral que le practicó en el auto, hacían que el mocetón aguantara más de lo normal. En otras circunstancias ya hubiera acabado.

Ana sabía que no era necesario que eyaculara para embarazarla, además, seguramente sus espermatozoides plagaban su pene el cuál había limpiado solo con su boca y papel higiénico. Estaba casi convencida de dejarlo terminar en su vagina. Si ya estaba embarazada de su padre, ¿Qué más daba? Seguramente ya la había salpicado.

Ana no podía más y empezaba a sentir que pronto tendría un delicioso orgasmo, deseando que el Choro le hiciera comparsa con su eyaculación, pero le faltaba la habilidad de su padre.

“¡Sácamela y métemela por el fundillo, mi amor!, ¡me vengo, me vengo!”, gritó Ana.

El Choro quedó inmóvil esperando sentir el orgasmo de su bella amante, desobedeciendo su orden. Sabía que podría echarle a perder el momento y estaba seguro de no venirse.

Ana alabó su desobediencia, desbordándose de placer, presa de un intenso orgasmo. Se dejó caer en la cama con el muchacho pegado aún a su vagina, quedando sobre su espalda de cuerpo completo.

El adolescente disfrutó su desnudez acariciándola y besándola, deleitándose con su agradable olor. Sin hacer comentario alguno, elevó su cadera y de un leve movimiento, insertó su pene en el ano que lo aguardaba.

Lenta y suavemente, habiendo aprendido de sus previas lecciones, bajó su cadera al tiempo que su juvenil miembro llenaba el intestino de Ana, hasta quedar totalmente en contacto, hundiéndolo lo más posible. Por primera vez, no sintió quedarse como electrocutado dentro de su majestuoso trasero de Ana. Se detuvo, comenzó a besar su nuca y mordisquear sus orejas, metiendo su lengua en el oído, haciéndola gemir de placer.

Ana quiso voltearse para besarlo, pero fue el quien llevó su boca a la de ella, jugueteando con sus lenguas y lamiéndose mientras el mocetón suavemente metía y sacaba su pene del ano de la bella señora.

Ana estaba gratamente sorprendida. El hijo mayor de Ramón Ruiz pintaba para ser igual a su padre, ganando destreza y clase para hacerle el amor. Llevaba aproximadamente 10 minutos tirándosela por detrás. Se equivocó al pensar que no tenía remedio mientras fuera tan joven. Era todo un maestro en potencia.

“¿Por dónde le gusta más que se lo dé, Ana? ¿por enfrente o por atrás?”.

Ana solo lo escuchaba gemir con más intensidad, ignorando su pregunta, pero sintiendo en el ritmo del muchacho que su eyaculación era ya inminente.

Los restringidos gemidos del Choro fueron acompañados por su eyaculación, mientras ella levantaba sus nalgas, haciendo que llegara a lo más profundo que podía. El empujaba mientras ella levantaba, llenándola de su caliente leche.

El ejercicio no fue extenuante. Quedaron inmóviles por un buen rato. Si bien el mocetón era más alto que ella, su delgadez le permitía soportarlo cómodamente. Pesaba más o menos lo mismo que su padre aun siendo notablemente más alto que él.

Al cabo de un momento más, el Choro se rodó a un lado de Ana. Ella se volteó hacia él, observando la intacta erección de su curvo pene. Lo tomó en su mano y comenzó a masturbarlo con suma lentitud, esparciendo y jugando con el semen en el firme estómago del jovencito.

“Quédate a dormir conmigo”, le dijo Ana. “Quien sabe cuándo te volveré a ver”.


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“No le saques mami”, dijo Patty al verse totalmente expuesta. “Cuéntanos de tu primera vez. ¿Fue con mi papá?”.

“Está bien, pero dínos desde cuando lo haces con César”, reviró la guapa señora.

“Desde antes que nos pusiéramos de novios”, contestó Patty.

La señora Patricia no lo pudo creer. “¿Desde los 17 años, mocosa?”.

“Poquito antes”, contestó la muchacha, con pícara sonrisa.

“¡Ahora si espero que se case contigo!”, dijo su madre.

“¡Claro!, en su momento”, contestó calmadamente su hija menor.

“¡Andaled mamá, deja de hacerte la loca y cuéntanos!”, pidieron las hijas.

“Fue con un novio que tuve, le llamaremos…, Ramón”, mientras recordaba las palabras de Ana.

“¿Ramón? ¿El primer nombre que se te vino?”, preguntó Claudia.

“Si”, contestó la señora.

Claudia y Patty se miraron, mientras ella las observaba, luego sonrieron.

Su madre se sintió algo inquieta. Era indudable que sería una noche de confesiones e indiscreciones, pero al mismo tiempo presentía que el fogoso albañil saldría al descubierto.

“Que coincidencia”, dijo Claudia, el mío se llama igual.

Ante la atónita y fingida mirada de sus azules ojos, Patricia hizo como que tragó gordo, al tiempo que Claudia se ponía ya en plan de romper el secreto. Su madre actuó de maravilla

“Ramón Ruiz, mami. El albañil. Me empezó a coger… antier”.

Patricia sintió una extraña sensación recorrer su cuerpo, aun sabiendo de la relación de su hija mayor con el albañil.

“Pero hija…”, dijo la señora, y dio un trago a su copa de vino, más no supo que decir.

Parecían tres viejas íntimas amigas. Patricia sabía que Ramón ya llevaba algo avanzada su relación con Claudia por lo que Ana le contó.

La bella señora se excitó con la confesión de su primogénita. Patty solo sonreía al saber que ninguna de las tres saldría viva. A ella la desollaron primero, ahora era la espectadora en posición más cómoda.

“¡Pero tan feo que está!”, dijo la madura y bella madre, “¡Tan prieto y tan ojón!”, continuó, fingiendo no saberlo.

“¡Ay mamá, no te hagas!”, dijo Claudia, mientras Patty sentía su vagina hacerse agua. Estaba completamente convencida que le iba a tocar estar con el albañil tarde o temprano.

“Bueno pues”, admitió Patricia.

Sus hijas esperaban que obviara su primer amor con el nombre ficticio y admitiera que estaba teniendo un romance con el albañil tal y como Claudia lo hizo.

“Mi primera vez fue con su tío Rogelio, cuando estábamos en la carrera”, comenzó Patricia.

“Mami”, interrumpió Claudia. “Con Ramón, ¡cuéntanos de Ramón!”

Patricia sintió esa rara sensación cuando Claudia finalmente la expuso como la otra amante del albañil. Sabía que podía inventar una historia, pero ya era muy palpable que, al menos Claudia, sabía de su aventura con el albañil. Patty solo aguardaba moviendo sus ojos de una a otra de sus interlocutoras.

“Si. Ramón y yo somos amantes”, finalmente admitió. Alguien habló demasiado, pensó.

“Comenzamos poco antes de que Ana se casara, a la que también se coge, a propósito”.

Aunque Patty y Claudia ya sabían, no dejaron de asombrarse cuando su madre lo admitió y comenzó a hablar del tema.

“Tiene un no sé qué”, continuó Patricia.

“¡Tiene una cosota prieta como de un metro mami, ¿Cómo que no sabes qué?”, dijo Claudia.

Las tres rieron un buen rato.

“Es inigualable mamá”, comentó Claudia. “Ha sido el primer y único hombre en mi vida”.

“Si hijas”, dijo Patricia. No tiene más que una vergotototota que ofrecer, y la sabe utilizar como un maestro”.

“Le tiene echado el ojo a Patty”, dijo Claudia.

“Supongo”, fingió Patricia. “Si está aquí con nosotros platicando intimidades, aquí mi niña hermosa debe de saber todo”, comentó la señora.

“Es un garañón hija, un huracán…, te destroza, te usa, te lleva a los límites. Tiene una cosa enorme, monstruosa, prieta como él, llena de venas, que la ves y crees que te va a hacer trizas, pero el deseo puede más y la tienes que tener. No hay otro igual. No tiene fin…, te dá y te dá hasta volverte loca”, describió la bella señora.

“Te llena completita, por donde te la meta, y te hace hacer locuras, te droga”, continuó con notable tono lujurioso.

“¿Dónde lo hacen mami?”, pregunto Patty.

“Aquí, en el patio, en la alberca, en mi recámara…, en hoteles de paso, hasta en el rancho”, contestó.

Su mirada se quedó fija en la casi vacía botella de vino después de su confesión. “El vino saca lo que la mujer calla”, agregó.

Claudia pudo constatar todas y cada una de las palabras de su madre al describirlo.

“Está un semental Patty”, comenzó Claudia, “que a mí me manosea cuando yo se lo pido con solo mirarlo. Sabe interpretar mi mirada. Tiene unos dedotes largos, largos que te hacen explorar Patty…, sabe cómo y dónde acariciarte en el momento preciso y te vuelve loca. Cuando se saca su cosa, ya sé lo que tengo que hacer, como a él le gusta…, y sabe riquísima, aunque sientes que te ahoga con el tamaño. Me abarca toda la boca, es excesivo…, ¡rico!”.

“Cuando me estaba cogiendo antier en la tarde”, continuó Claudia, “por primera vez, nunca me la había metido más que en la boca, sentí que me iba a reventar por dentro…, por detrás”, “llega esta zonza y nos cacha y nos echó a perder la función”, dijo riéndose, tal y como se tratara de aventuras platicadas entre colegialas primerizas.

“¡O sea que Patty te la debe!”, dijo riéndose la señora Patricia.

“¡Sí!”, contestó Claudia, dando a su hermana menor un leve empujón con el puño en el antebrazo.

“¿Si saben que se coge a Ana también?”, dijo Patricia, no recordando bien si ya había expuesto a su única hija casada.

***********************

Ana acariciaba el pelo de su juvenil amante mientras él tenía su cabeza recargada en su pecho, después de haberla hecho suya por segunda vez. De no haber estado desnudos, la escena fuera la de una madre consolando a su hijo.

Sabedora que al día siguiente el muchacho ya no vendría por su nuevo empleo, quería disfrutar al máximo su compañía. La noche se iría en un abrir y cerrar de ojos, pero pudo más el cansancio de la intensa tarde y se quedaron profundamente dormidos.

Contrario a su padre, el Choro necesitaba ser despertado. Su entrada era en el turno de las 10 AM, pero tenía que ir a su casa y hacer lo propio y avisar a sus padres.

Ana lo trató de despertar acariciando su cabeza y besando su boca. Estaba recostado de lado, dando su cara hacia ella.

“Bebé”, le decía dulcemente. “Bebé, ya es hora de despertarte”, repetía mientras seguía besando su boca y sus brazos.

El muchacho solo volteó su cabeza para el otro lado. Suspiró profundamente y se rodó para quedar sobre su espalda.

“Despierta, hermoso”, insistió ella.

El Choro se estiró. Ana pensó que, finalmente, despertaba, pero no fue así. La sábana que lo cubría empezó a levantarse sobre su pene.

Ana lo descubrió lentamente, dejándolo tapado de medio muslo hacia abajo.
Se deleitó mirando como la blanca ternura de su pene se llenaba, a medida se erguía y comenzaba curvearse hacia su plano estómago. Ana acarició su saltón ombligo, y su suave hilera de vellos que iba desde su pecho hasta su pubis.

Ana comenzó a lamer las tetillas del mocetón, haciendo un movimiento circular con su lengua, cambiando de una a otra, comenzando a bajar por el centro de su pecho, siguiendo su camino de vellos, jugando de igual manera con su ombligo, logrando que por fin se despertara. Estiró sus brazos hacia arriba, y los bajó para poner sus manos sobre la rubia cabellera de Ana.

“Buen día, hermoso”, le dijo Ana, al tiempo que tomó con sus labios el glande del jovencito, comenzando a devorar su curvo pene muy lentamente, lamiéndolo alrededor ávidamente. El primer saludo del Choro fue un leve gemido, mientras disfrutaba la ardiente boca de la señora a medida envolvía su pene.

Ana se montó sobre el muchacho, poniendo sus nalgas cerca de su cara. Tomó el pene de Ramón Jr. con ambas manos, lo enderezó, y comenzó a mamarlo con desesperante pasión. Aunque no esperaba nada a cambio, sintió le lengua del joven comenzar a tocar su ano, mientras con sus dedos exploraba su húmeda vagina, al tiempo que ella se quedaba por largo tiempo con el pene completamente metido en su boca, sin dejar un solo milímetro fuera de ella. Subía y bajaba su cabeza rápidamente por unos instantes, luego se detenía y la mordisqueaba, arrancándole al Choro increíbles gritos de placer, olvidando por completo a los niños.

Ana sabía que durante la noche el Choro se había recargado. Era el momento de comprobar si iba en buen camino para heredar la habilidad de su padre. Lentamente dejó de mamar su tremenda erección, y levantando sus nalgas se sentó completamente en la cara del muchacho, dándole apenas oportunidad de respirar, mientras el lamía con locura sus encantadores orificios lo mejor que la incómoda posición le permitía.

Ana levantó su hermoso trasero y gateó sobre el cuerpo del muchacho. El Choro se incorporó y la siguió, montándose sobre ella, penetrando su ano con increíble vigor, haciéndola colapsar sobre la cama, dejando su cabeza fuera de ella, colgando.

El joven galán la empaló con fuerza, con rapidez, con un vigor sin precedente, como el Choro de siempre, sin importarle mucho lo que su receptiva patrona sintiera o pensara. Se la dio toda sin misericordia por el culo, con todas sus hormonas desbocadas. Ana se levantaba, pero el ímpetu del mocetón era tal, que la derribaba una y otra vez.

“¡¿Le hago un chamaco Ana, se lo hago?!”, le decía con contenida pasión en su voz, “¡présteme su panochita, préstemela tantito y le hago un chamaco!”, continuó el joven fuera de control.

Ana no quería desperdiciar esa incandescente avidez de su precoz amante. Con mayor fuerza se incorporó, empujándolo fuera de su ano, volteándose. El Choro se lanzó a besarla, tendiéndose sobre ella, al tiempo que insertaba su pene en la vagina de la joven señora, comenzando a meterlo y sacarlo con rapidez, arrancándole a su bella amante un profundo orgasmo, que casi a su término fue alcanzado por la abundante esperma del adolescente, llenándola de su desbordada e irresponsable pasión.

Ana y el Choro quedaron inmóviles un buen rato. A pesar del aire acondicionado, sus cuerpos sudaban.

Ana se levantó y caminó desnuda a la recámara de los niños. Se acercó por el borde de la puerta discretamente y sintió alivio al ver que estaban aún dormidos.

Al volver a la suya, el Choro la esperaba ya de pié. La abrazó y la besó. Se dirigieron al baño. El ambiente se saturó de vapor, pudiéndose ver la silueta de la bella Ana arrodillada en la regadera, practicándole sexo oral a Ramón Jr.

Duraron mucho tiempo, hasta que el agua caliente empezó a agotarse. El curvo pene del muchacho estaba más limpio que nunca.

Ana se secó el pelo, pidiéndole a su incipiente amante que la esperara para darle desayuno. El Choro la aguardó en la cocina varios minutos, hasta que llegó Ana haciendo gala de una radiante y fresca belleza.

Le sirvió un abundante desayuno que, como siempre, lo devoró como huérfano en auspicio. “Como me recuerdas a tu papá. ¡Como comen!”, dijo sonriendo.

El Choro sonreía. Sus modales de mesa eran pésimos. Ana solo lo miraba con ternura… y agradecimiento.

“Te pediré un Taxi. Ten”, le dijo, al tiempo que le dio un pequeño envoltorio con billetes. “Esto es por haberme cogido tan increíblemente”.

El Choro la vió y le sonrió. “Yo le debería de pagar a usted”, le dijo con la boca semi-llena”.

“No precioso, no soy puta para que me pagues”, precisó. “Soy tu puta nomás”.

“Y la de mi apá”, agregó el Choro. “¿También le da propinitas?”, preguntó

“También”, dijo Ana.

****************************

Patricia abrió la puerta con tremendas ojeras cuando Ana llegó con sus hijos alrededor de las 9 de la mañana.

Su madre y sus dos hermanas se habían engranado en sus calientes intimidades hasta casi las tres de la mañana.

“Es miércoles de confesiones”, dijo la señora Patricia antes de que su hija preguntara que había pasado, mientras Ana veía en la mesa del jardín interior botellas de vino vacías, copas, cajetillas arrugadas y muchas colillas de cigarro.

“¡Explícame mami!”, demandó Ana.

Patricia sirvió café para las dos. Se sentó al lado de su hija.

“Todas sabemos todo”, dijo calmadamente, al poner su mano sobre la de Ana. Su hija la acarició con la otra. “Nos quedamos platicando hasta muy tarde…, gracias a eso”, dijo, señalando las botellas de vino.

“No estoy en condición de cuidar a los niños, hija. ¿No te importaría?”, dijo la apesadumbrada señora.

“No mami. No venía a dejártelos. Ramón está enfermo y no irá en un par de días, según el doctor”.

“Oh”, contestó Patricia.

“¿Qué le pasó? ¿Te lo acabaste?”, dijo con pícaro tono.

Ambas se rieron.

“No mami. A ese hombre no te lo acabas. Se deshidrató”.

Ana decidió nunca hablar sobre el hijo de Ramón que lo sustituyó maravillosamente. Ese sería un secreto entre los Ruíz y ella solamente.

“Ven”, invitó su madre a Ana. “Te quiero enseñar una ropa que me compré y me va llegando”.

Pasaron a la recámara principal y la señora Patricia comenzó a poner elegantes prendas sobre la cama y planear como y donde las usaría.

“¿Ay mami, y esto?”, dijo Ana, refiriéndose a un exageradamente pornográfico negligé que puso encima de todo, al final.

“Se me hace algo corriente”, agregó.

“Este, hija, lo compré para ti. Para que te lo pongas con Ramón. Es naquito, tú sabes. Le va a encantar verte con él”.

Ana lo tomó y lo vió a más detalle.

“Si tú lo dices”, le dijo a su madre.

“Mami, Ramón se ha venido algunas veces por enfrente. Según yo ya me debería de bajar, pero no me baja”, dijo Ana algo preocupada.

“¡Ay hijita!”, replicó Patricia, “¡la única que pude darse ese lujo soy yo, mi amorcito! ¡Con esa cosota las puede embarazar en un segundo!”, agregó con preocupada voz.

“¡Te he dicho mil veces que uses condón!, ¡cómo eres irresponsable!”, la reprimió.

“¡Ay mamí!, ¡no hay condón que le quede! ¡Tráeme unos gigantes ahora que vas a Phoenix!”.

“Ya te ha de haber preñado hija”, dijo preocupada.

“¡Ay mami no me digas!”, dijo Ana asustada.

“A ver mi amor, ¿Cuándo se vino por primera vez en tu vagina?”, preguntó Patricia.

“Mmmm, la semana pasada. Al otro día que lo hicimos por primera vez”, contestó.

“¿Cuántas veces?”, preguntó Patricia.

“¡Ay mami, parece confesión con el padre Paco!”, contestó Ana.

“¡¿Qué cuántas veces, dime?!”, volvió a preguntar bastante preocupada.

A Ana se le salieron las lágrimas. “Dos o tres, no estoy segura, pero si más de una”, dijo con voz quebrada.

-Sin contar al Choro-, pensó.

“¿Cuándo te debería de bajar?”, preguntó la señora Patricia.

“El lunes, máximo el martes, antier”, contestó Ana.

Ambas se abrazaron. Patricia comenzó a acariciar el pelo de Ana mientras ella sollozaba en su hombro. “¡Que puta soy, que puta soy!”, empezó a llorar amargamente.

“¡No hija, no!”. “Son tonterías que todas hacemos, no te preocupes tanto. Mañana te mando con Oliver, lo hacen todos los días y listo, nadie sospechará. Será nuestro secreto. Si no te baja para el viernes, compraremos una prueba de embarazo para salir de dudas y pensar con la cabeza más fría, ¿te parece bien?”.

“Si mami”, dijo con voz entrecortada.

Patricia besó a su hija en la frente. Subieron los bebés al auto de doña Patricia y se fueron de compras.

Platicaron mucho sobre sus matrimonios y como acomodarían en sus vidas a Ramón, siendo cierta una sola cosa: no sabían cómo renunciar a él.

Asombradas, alababan su vigor y energía, la rapidez que tenía el fogoso albañil para fusilarlas tras cortos intervalos, sin dudar que tenía suficiente para la madre, las tres hijas y su esposa si es que no tenía alguna otra amante perdida por ahí. Hablaban bajito. Ana vigilaba constantemente que Jorgito no escuchara o entendiera su plática, desde el asiento posterior.

Gastaron mucho dinero en las tiendas.

Cuando regresaron a casa, ya estaban sus dos hermanas, por primera vez juntas las tres, después de saberse amantes del albañil del pene gigante, así como su próximo trofeo, Patty. Se saludaron con gran entusiasmo y cariño. Aunque Ana se había separado hacía algunos años, era como si nunca se hubiera ido.

Tres de ellas tenían un factor común. Era increíble verlas y oírlas hablar del tema sin celo, inhibición o competencia alguna. Eran capítulos aparte. Era una cómoda plática ya conociendo su relación.

Ana consideró regresar a su casa porque estaba sola, a aburrirse viendo la televisión, y a tratar de soportar dos eternos días, por lo menos, sin Ramón o el Choro. A dormir desnuda con sueños impuros y a tocarse. Las palabras de su madre sobre el probable embarazo la tranquilizaron.

Pero decidió quedarse un rato más.

Cuando dieron las 10 de la noche, Ana decidió irse. Patty se ofreció de voluntaria para pasar con ella la noche y, de ser posible, conocer más detalles sobre su futuro amante.

Cuando encendieron las luces, Ana le dio un tour a su hermana menor, explicándole como eran los cambios y, a veces, donde habían hecho el amor el albañil y ella.

Durmieron juntas es la recámara principal, como cuando eran pequeñas, y los niños en la suya.

El viernes por la mañana, al despertar, Ana notó con alegría que había menstruado. Fue al teléfono y le marcó a su madre. Patty aún dormía.

“¡Mami, me bajó!”, dijo con suma emoción al contestar su madre.

“No sabes el gusto que me da, hijita. ¡me has quitado un enorme peso de encima!”.

“Parece que no vas a tener un nieto…”, volteó a confirmar que estaba sola, “vergon”, dijo murmurando. ¡Imagínate que me hubiera salido como su padre: prieto, flaco, ojón y vergon!”

Patricia y ella se rieron más del alivio que del comentario de Ana.

“De todas formas hija, quisiera que te hicieras una prueba de embarazo”, le pidió su madre.

“Es viernes mami, ¡bonito viernes!”, dijo excitada la bella y joven Ana.
“¿Qué tal si a la noche nos juntamos las 4 a platicar a la noche?”, propuso Patricia.

“Digo, juego que termine César de cogerse a tu hermana”.

Ambas se carcajearon.

Cuando despertó Patty, Ana la esperaba en la cocina con un suculento y saludable desayuno.

Aunque Ana y su madre acordaron que el bebé de Ramón sería un secreto, habiendo pasado el susto, Ana consideró muy conveniente advertir a sus hermanas, empezando por Patty. No había mejor momento.

“Te ves radiante y contenta”, dijo Patty.

“Estoy muy contenta”, contestó Ana.

“¿A qué se debe?”, pregunto Patty.

Ana respiró profundo…, “se debe a que me bajó”.

Patty soltó la cuchara, y se quedó mirándola.

“Que no te coja sin condón o que te la meta nomás por atrás, hermana”, dijo Ana con seriedad.
“Es enorme, te llega muy adentro y te puede embarazar con facilidad. Sé que tú y Cesar usan condón, ¿verdad?”.

“Si”, contestó Patty, “siempre”.

“Bien. Yo cometí la tontería de dejarlo venirse en mi vagina algunas veces”, confesó Ana. “Ya cuando estás prendida, te vale madre todo”, agregó.

“Ajá, lo sé muy bien”, dijo Patty.

“Le encargue a mi mamá condones extra-grandes ahora que va a Phoenix, para estar preparadas”, comentó Ana.

Los viernes entraba Patty a las 11 al Tec de Monterrey. Ana y ella caminaban por su hermoso jardín al tiempo que la aconsejaba si se daba el encuentro.

“Se va a dar”, aseguró Patty. “Quiero que se dé. Ya lo han platicado demasiado, tanto que ya no es curiosidad…, es necesidad”. Se abrazaron y se rieron.

Era padrísimo tener este nivel de diálogo con sus hermanas y su madre, pensó.

Serían las 11:30 de la noche cuando Patty llegó a la reunión con su madre y hermanas. César se despidió de ellas y la dejó en buenas manos, según él.

Cuando el novio salió, Ana fue la primera en decir: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Las cuatro se rieron alegremente. Ana tomó más vino que sus hermanas o su madre que seguían con algo de resaca de la noche previa.

Ana fue la que más habló sobre el desbocado estilo del albañil, pero jamás habló del Choro. Todas se deleitaron con sus relatos.

Claudia y su madre volvieron a contar sus historias, pero ahora aderezadas por la más intensa de las tres: Ana. Romper tabúes había sido maravilloso.

******************************

Aquél sábado, Ana se levantó con la preocupación sobre el estado de Ramón. El Choro, su único contacto, ya en su nuevo empleo, no podía darle razón. Quizá Lupita llamó, pero nadie le contestó.

Ana le entregaba su salario semanal los sábados, por lo que le dijo a su madre que iría por el dinero para llevárselo a Ramón, que seguramente le urgía.

Para evitarle el viaje hasta su casa, Patricia le prestó el dinero a su hija para que se lo llevara.

El flamante automóvil se estacionó fuera de la humilde casa de la familia Ruíz, en un barrio muy al norte de la ciudad.

Lupita salió a recibir a Ana. Ramón se incorporó un poco para ver y grata fue su sorpresa al ver a su amante conversando con su esposa en el patio de entrada. Ramón abrió un poco la ventana para escuchar su conversación.

“Muchas gracias comadre, no sabes lo que nos urgía”, le dijo Lupita. “Tengo que salir ahorita mismo por el mandado, pero no quiero dejarlo solo con Carito”, la niña menor del matrimonio que tendría menos de dos años, habiendo nacido un poco antes que su hija.

“Vé comadre”, le dijo Ana. “Yo me hago cargo. Traigo un libro que leer”.

“Vuelvo de volada”, dijo Lupita.

“Tómate el tiempo que necesites. En realidad, no tengo nada que hacer”, contestó Ana.

Lupita subió a la vieja camioneta de Ramón y se fue al mercado.

Ana entró, sintiendo su vagina humedecerse. Por fortuna, llevaba ropa deportiva suelta. Pasó por la recámara de la niña y vió que estaba profundamente dormida.

Entró discretamente a la recamara principal. Ramón fingía estar dormido.

Se sentó frente a él, notando que su erección comenzaba. Ana comenzó a sonreír.

“Ya deja de hacerte pendejo”, le dijo con la extrañada y sensual entonación de su voz. Ramón abrió los ojos y le sonrió.

“Eres un cabrón. Me pegaste un susto”, comenzó Ana.

“No te preocupes preciosa, ya estoy mucho mejor”, creyendo Ramón que la preocupación de ella era por su salud.

“No idiotita”, precisó Ana. “No me bajaba”.

“¡Ah cabrón!”, dijo Ramón levantándose.

“¡Estamos esperando al chamaco prieto vergon!”, dijo emocionado.

“Me bajó ayer, a Dios gracias”, le dijo Ana en tono más relajado.

“¡Válgame!”, dijo el albañil, con tono de decepción. “Tantas ganas que tenía de verte panzoncita con mi retoño, chingada madre”.

“¿Deveras si me querías embarazar?”, preguntó la bella mujer.

Ramón se incorporó. Ella se acercó a su lado, se sentó en la cama y se besaron apasionadamente.

“Nada me hubiera gustado más”, confesó Ramón.

Ana comenzó a acariciar su pene por encima de la trusa, notando algo de falta de dureza.

“¿Qué?”, preguntó ella. “¿Ya no te gusto?”.

“¡Me encantas mamacita, me trastornas!”, “pero no estoy al cien-cien”, le dijo.

“No he tenido relaciones con Lupita. Te he guardado todo lo que tanto te gusta”, le dijo al tiempo que se recostó de nuevo.

Ana miró hacia afuera. Lenta y discretamente, se fue quitando la blusa y su brassiere, mostrando sus bellos senos a su convaleciente amante.

Ana tomó en su mano el semi-erecto miembro y comenzó a masturbarlo, lenta y suavemente. El gigantesco pene comenzó a tomar su legendaria condición de ataque. Ana solo miraba con sensual pasión en sus ojos a su amante.

Ramón comenzó a gemir tras el erótico estímulo. Ana puso su dedo en la boca y señalando hacia la recámara de la bebé, para que guardara silencio.

Ana se puso de pié y se deshizo de su pantalón. Sabía que estaba jugando con fuego una vez más. La mañana estaba tranquila y poca gente pasaba frente a la casa, admirando su automóvil. Tan peligroso como quedar embarazada de Ramón sería que Lupita o alguno de sus otros hijos los pillara.


Ana se montó sobre Ramón, dándole su espalda. Ramón notó de inmediato la hebra que salía del tampón en su vagina, como una bandera de paz.

Subió sus nalgas a la cara del albañil y comenzó a deleitarse con su extrañado y palpitante pene. Ramón, sin besar sus encantos, regocijaba su mirada con sus dulces orificios, sintiendo los candentes embates de su boca.

Levantó su mirada y vió a la pequeña Caro, que miraba en silencio como su madrina se deleitaba mamando el pene de su padre, quien no pudo percatarse al tener el hermoso trasero sobre su cara.

************************


Alrededor de las 10 AM hizo su aparición Claudia en la cocina, mientras su madre preparaba el desayuno. Patty llegó minutos después y se saludaron.

“¡Buenos días, mis princesas!”, dijo la señora Patricia a sus hijas.

Sus hermosos nietos ya retozaban en el lugar.

“¿Dormiste bien hija?”, preguntó la señora Patricia.

“Súper a gusto mami”, contestó la hija mayor. “¿Patty?”.

“¡Ay sí, tuve sueños húmedos toda la noche!”, contestó, riéndose las tres por primera vez en el día.

La primera pregunta de sus hijas fue sobre Ana.

“Fue a llevarle el dinero a Ramón”, contestó la señora Patricia.

“Mmmm, seguramente”, contestó Patty.

“Le fue a llevar las nalgas de seguro”, agregó Claudia, haciendo que las dos hermanas se rieran.

“Fíjense que no”, corrigió Patricia. “Ramón estuvo mal desde hace unos días y no pudo ir a trabajar”, agregó.

“Mmmm..., Ana no lo deja trabajar, tú no lo dejas trabajar, yo no lo dejo trabajar y Patty no lo vá a dejar trabajar”, dijo Claudia.

“¡Como son hijas, burlándose del pobre hombre!”, refutó la madre.

“Se me hace que se lo acabaron ustedes tres”, dijo Patty.

Las risas no se hicieron esperar.

“¡Niñas! ¡Ya!”, dijo la madre riéndose.

“Mami, quiero hacer el amor con Ramón”, dijo finalmente Patty.

Patricia se sentó junto a su hija menor. Habiendo pasado el susto de Ana, la acarició en el pelo y le dijo tiernamente: “hijita, no es hacer el amor. César te hace el amor, te quiere, y se van a casar algún día. Lo de Ramón es puro deseo, no te lleva a nada bueno”.

“Mmmm…, pues deseo que me la meta”, dijo Patty con pícaro tono. Las tres se rieron.

“¡No tienes remedio!”, dijo Claudia. “Que se la meta, mami”.

“La próxima semana saldremos de viaje su papá y yo. Vamos a estar fuera tres o cuatro días. Arréglate con tus hermanas para que Ramón te coja, pues”, concedió la guapa señora.

“Ya lo hemos medio planeado”, dijo Patty.

“Si, mami”, dijo Claudia. Patty se va a poner un mini-bikini y tomará el sol en la alberca. Lo demás depende de Ramón. Ya sabiendo las 4, es más fácil”.

“¿No han planeado cogérselo entre las dos?”, preguntó Patricia.

Claudia y Patty se miraron. “No es mala idea”, dijo Claudia. “Lo quiero para mi solita”, intervino Patty.

“¿Cuánto hace que se fue mi hermana?”, preguntó Claudia.

“Hará cosa de una hora, hora y media”, contestó Patricia.

“Seguramente está ensartada de la vida”, opinó Patty, previo a las risas de sus compañeras.


***************************


“Mmmm”, suspiró Ana, sin quitar su vista de Carito.

Ramón, aún ajeno a lo que pasaba, disfrutaba la boca de Ana envuelta en su pene, empezando a darle erráticas lengüetadas en su ano.

“Mmmm”, volvió a suspirar Ana.

Ramón sintió su pene salir de la boca de la bella señora.

“Otro miembro de la familia Ruiz sabe de lo nuestro”, dijo con pícara voz.

Ramón, despreocupado por el tono de su voz, pregunto que sí que estaba tratando de decir. Ana era muy impulsiva cuando estaban en peligro, pero prosiguió calmadamente lamiéndole el pene.

“Carito”, dijo Ana, “me está viendo mamártela”, haciendo que Ramón saltara y casi la tumbara.

“¡A la verga!”, dijo el albañil.

Ana aprovechó el incidente para tomarla en sus brazos, abrazándola en con su desnudo cuerpo.

La pequeña no dió muestras de inquietud, como lo hubiera hecho la suya, sino que recargó su cabecita en ella. Ana le dio un beso en la cabeza y la llevó a su recámara.

Ramón comenzó a masturbarse lentamente mientras esperaba el regreso de Ana, que por fin volvió a donde estaba Ramón y lo sorprendió. Algo hizo que la bebé se quedó muy tranquila y se sentó junto a él, en la silla, como al principio.

“Tu hijo me fascina, pero tú eres mi favorito”, dijo Ana.

“¿Habría manera de que mientras tú te cojas a mi mamá y mis hermanas, me mandes al Choro a que me coja?”, preguntó Ana, sin dejar de masturbarlo, acelerando su ritmo.

Ramón solo se concentraba en disfrutar, sin decir una sola palabra.

“Sabes”, continuó, “Patty se muere por que te la cojas también” …, continuó ella, acelerando el ritmo de su mano.

Ramón comenzó a gemir y jadear más y más…

“Que hermosa vergota tienes papacito”, decía Ana, “mi culito clama por tí, amor…, extraño en mi boca el sabor de tu verga… de tus mecos cuando me llenas”, entonando la voz como al albañil le fascinaba.

Ramón respiraba rápidamente, jadeando, mientras Ana contemplaba su moreno y delgado cuerpo, su fea cara, pero siendo propietario de un miembro que ninguna mujer se negaría a ser suya. Mientras lo masturbaba, se preguntaba cómo es que un tipo tan feo la atrajo aún sin haberle visto el pene.

Ana quiso montarse en el pene de Ramón, cuando comenzó a sentir su inminente explosión, que de seguro sería una barbaridad.

“Espera, mi amor, aguanta”. Trepó en él, llevando con sus manos el delicioso pene y lo introdujo en su ano. “Ahora si papacito, suelta todo, lléname de ti”, dijo Ana.

Ramón metió aún más su pene en ella y el poco avance rozando son sus paredes intestinales fue suficiente para detonar la más abundante eyaculación que había tenido.

“¿Ves mi amor?”, le dijo ella inclinándose a besarlo, “¿ves?”

“No hubiera podido limpiar esto si lo hubieras echado fuera de mí”, agregó.

Ana se levantó, apretando lo más que podía su ano para minimizar la limpieza. El pene del albañil comenzó a perder rigidez de inmediato, chorreando su estómago. Ana fue al baño, se limpió sus nalgas y apresuradamente fue a limpiar a Ramón, primero con su boca, luego con el papel. Olió su pene de nuevo. “Huele a mí”, dijo. Trajo más papel humedecido, pero no seguía detectando su olor.

Pensó rápido. Tomo su calzón, lo empapó y lo enjabonó, frotando el pene del albañil, hasta dejarlo sin rastro de su olor, mientras él se concretaba a acariciar su pelo.

Rápidamente se vistió y subió la trusa de Ramón, dejándolo exactamente como estaba.

Como si estuviera siendo cronometrada, llegó Lupita en unos minutos. Encontró a Ana leyendo su libro en la silla frente a la cama y le dijo que todo estaba muy bien, que Ramón seguía dormido, pero que le dijo que el próximo lunes ya estaría trabajando.

“Cuida mucho a nuestro enfermito”, le dijo a Lupita. Le ayudó a bajar el mandado, le dio un beso en la mejilla y subió a su automóvil.

Mientras manejaba, sentía la copiosa carga de Ramón revolotear sus entrañas. Apretó lo más que pudo el ano y se rió al recordar los frecuentes comentarios de Ramón sobre su falta de apriete. Sentía una placentera incomodidad.

Tomó el calzón de su bolso, y, como pudo, lo metió por debajo de su espalda aflojando su pantalón y lo acomodó entre sus nalgas mientras manejaba, sintiendo el húmedo frío de la prenda. Se acomodó lo mejor que pudo, cuidando que ningún otro conductor la viera. Un poco más adelante, al sentir de nuevo la líquida sensación, aflojó ligeramente su esfínter y comenzó a expulsar el semen de Ramón sin el menor esfuerzo, recordando el incidente cuando la hizo defecarse unos días antes.

Llegó a su casa. Al bajar del auto, noto el asiento completamente manchado. Evacuó lo que le quedaba en el baño de visitas. Salió desnuda de la cintura hacia abajo y limpió lo mejor que pudo el asiento, y luego puso sus prendas en remojo. Se dio un regaderazo y se dirigió a casa de sus padres a deleitarse con las calientes pláticas que tendría seguramente con su madre y hermanas por la noche.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:35) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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