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En busca de nuevas experiencias

Relato enviado por : lujuriosete el 17/10/2007. Lecturas: 2753

etiquetas relato En busca de nuevas experiencias .
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Resumen
Nuestra relación había entrado en un fase de rutina y esto empobrecía bastante nuestra vida sexual. De modo que habíamos decidido probar nuevas experiencias


Relato
Conocimos a Silvia y a Roberto a través de un anuncio de contactos. Nuestra relación había entrado en un fase de rutina y esto empobrecía bastante nuestra vida sexual. De modo que habíamos decidido probar nuevas experiencias. Llevábamos varios meses hablando con ellos a través de internet y habíamos descubierto que teníamos intereses y gustos comunes, no en el terreno de lo sexual, pues de este tema habíamos hablado muy poco; María y yo teníamos claro que no aceptaríamos una proposición sexual sin antes conocer bien a la otra pareja y comprobar si había afinidad con ella. Como con ellos habíamos congeniado bastante bien decidimos que había llegado el momento de acordar una cita. Se lo propusimos a Silvia y a Roberto y estuvieron de acuerdo. La cita sería en su casa, nosotros debíamos desplazarnos hasta Madrid, donde ellos vivían, pero no nos importó.
El día de la cita María llevaba puestas una minifalda roja y una blusa blanca muy sugerentes. Era uno de esos conjuntos que solía ponerse las noches que tenía ganas de marcha. Cuando nos dirigíamos en coche a la cita apartaba a menudo los ojos de la carretera para mirarla: su largo cabello pelirrojo cayendo sobre sus hombros en ligeros bucles, sus ojitos grises de mirada soñadora, sus pecas de niña traviesa, su boca delicada... estaba realmente guapa.
Tuvimos algunos problemas para encontrar la dirección pero por fin llegamos a la cita. Eran las ocho de la tarde. Silvia y Roberto nos recibieron educadamente y nos ofrecieron una copa de vino. Silvia me pareció más atractiva en persona de lo que parecía en las fotos: llevaba un vestido azul oscuro y unos pendientes que parecían de oro blanco y que destacaban sobre su piel morena. Roberto, al igual que yo, llevaba pantalones vaqueros y camisa, era un hombre educado, de facciones marcadas y hechura varonil.
Nos obsequiaron con una cena ligera pero deliciosa: mariscos, fresas, helado, buen vino... La conversación además fue muy entretenida.
Cuando terminamos de cenar pusimos algo de música y nos sentamos. El sofá era amplio, Roberto y yo nos encontrábamos cada uno en un extremo y nuestras mujeres en medio. Abrimos una botella de champaña y seguimos hablando. Todo iba bien pero aun seguíamos un poco tensos. Después de un rato de conversación y de varias copas la tensión se difuminó. Yo me encontraba relajado y acariciaba el muslo de mi mujer. Veía como la cita se iba encaminando hacia donde yo deseaba, y eso me producía un ligero cosquilleo en el estómago. Estaba impaciente por que aquello empezara, pero ninguno sabíamos como romper el hielo. Aprovechando una pausa en la conversación, les dije a Roberto y a Silvia:
-Decidme, ¿habéis hecho esto más veces o es la primera?
Ellos se miraron y sonrieron.
-No. Es la primera vez que lo hacemos.-contestaron.
-¿Y ustedes? –preguntó Roberto.
-También es la primera vez para nosotros.-dije. Mentía, para María sí era la primera vez, pero para mí no.- Pero yo pensaba que vosotros lo habíais hecho más veces.
-¿Por qué lo dices? –preguntó Roberto.
-No sé... por el anuncio. En él no decíais nada de que fuera la primera vez. Al leerlo daba más bien la sensación de que erais personas acostumbradas a este tipo de experiencias.
-Bueno, la verdad es que trabamos de dar esa imagen, no queríamos parecer novatos. Teníamos la idea de encontrarnos con una pareja experimentada y dejar que ellos llevaran la iniciativa. Y si les elegimos a ustedes es porque nos lo parecieron.
-Pues os habéis equivocado –dijo mi mujer-. En realidad nosotros tampoco queríamos parecer primerizos.
-Bueno, pues parece que esto es algo nuevo para todos –dije-, pero alguien debe romper el hielo.
Yo seguía acariciando a mi mujer. Deslizaba mi mano debajo de su falda, por la cara interior de sus muslos, desde la rodilla hasta el borde de sus bragas. Miré a Roberto.
-Dime Roberto, ¿qué opinas de mi mujer? ¿te parece atractiva?
Él lanzó una mirada fugaz a su esposa y contesto:
-Sí, tiene un cuerpo muy bonito.
Yo frotaba la entrepierna de María por encima de sus bragas. Ella apretó mi mano y lanzo un ligero gemido.
-¿Qué te gusta de ella? –le dije.
-Me gusta mucho su pelo.
-¿Sí? ¿Sabes que las pelirrojas tienen del mismo color lo de abajo?
-Eso he oído.
-¿Nunca lo has hecho con una pelirroja?
-No.
Noté como se humedecían las bragas de mi mujer.
-¿Te gustaría vérselo?
-Sí.
Giré a María y la recosté sobre mí. Quedó encarada a Roberto y éste la miró con ansia. Ella tenía las piernas flexionadas sobre el sofá y los pies apoyados en el cuerpo de Silvia, que permanecía quieta mirando a María con pose cohibida. Levanté despacio la falda de mi esposa y quedaron al descubierto los muslos blancos que hacían contraste con su ropa interior negra. Estaba realmente excitada. Le susurré al oído: “quítate las bragas”. Ella arqueó la espalda y alzó las piernas, se quitó las bragas despacio y las tiró al suelo. Desde mi posición podía ver el vello rojizo claro de su pubis. La cara de Roberto dejaba traslucir su deseo. Mi mujer estaba cada vez más excitada, apretaba las piernas y se acariciaba los pechos por encima de la blusa mientras miraba el bulto en el pantalón de Roberto. Empezó a deslizar sus pies sobre el cuerpo de Silvia. Ésta se incomodó en un primer momento pero pronto se dejo llevar. María le acariciaba los pechos con un pie y los muslos con el otro. Estiró este pie por encima de Silvia hasta alcanzar el pantalón de Roberto. Roberto cogió el pie de mi mujer y lo apretó contra su pene. Por mi parte, tenía la sensación de que el control de la situación estaba en cierto modo en mis manos y eso me excitaba mucho. Mi mujer estaba realmente cachonda, apretaba con un pie el pene de Roberto y con una mano el mío. Sabía, pues ella me lo había confesado, que una de sus mayores fantasías era hacerlo con varios hombres. Roberto se desabrocho el pantalón y dejó al descubierto su pene hinchado y enrojecido. María lo atrapó entre sus pies y comenzó a pajearlo despacio. Mientras lo hacia metió la mano en mi pantalón para agarrar el mío. Le encantaba eso de tener dos poyas para ella sola.
-¿Te gusta su poya? –le dije al oído.
-Sí.
-Quiero ver como se la chupas.
María se levanto y anduvo hasta Roberto. Se paró frente a él y se desabrocho la blusa (no llevaba sujetador), al descubierto quedaron sus redondos pechos de pezones rosados. Se puso de rodillas y le quitó los pantalones. Luego se inclinó hacia delante para restregar sus tetas contra el pene de él. Recorrió con su lengua todo el miembro y lo introdujo despacio dentro de su boca. Yo podía ver como deslizaba lentamente los labios sobre aquella masa de carne, arriba y abajo, despacio, sin prisa. Tenía los ojos cerrados y parecía abstraída de todo, podía imaginármela concentrada en la sensación de aquella masa dura y caliente entrando en su boca. A María le encanta hacer mamadas. Ninguna mujer me ha proporcionado nunca tanto placer de ese modo como ella. Tiene un don especial. Te la agarra, comienza a chupar y es como si te tragara entero, como si todo tu ser se disolviera y solo quedara de ti la pura sensación de estar a punto de correrte. La habilidad de María sólo puede compararse a la de quien supiera hacer crecer una ola y detenerla en su cresta para hacerla romper a su antojo. Podía imaginarme perfectamente lo que en ese momento sentía Roberto.
Silvia y yo nos miramos. Era una mujer muy sensual: pelo moreno, ojos negros de mirada inocente, labios gruesos y pecho generoso. Tenía cara de niña buena y mostraba cierta timidez, eso me ponía realmente cachondo. Me acerqué a ella y la besé despacio mientras le acariciaba la nuca. Recorrí suavemente su cuerpo con mis manos: los hombros, los brazos, la espalda, los muslos y por fin los pechos. Le desabroché el vestido y se lo bajé hasta la cintura. Llevaba puesto un sujetador rosa. Ella misma se lo desabrochó y se lo quitó despacio. Pude ver sus tetas. Eran preciosas, tenía unos pezones negruzcos, grandes y duros. Yo los chupaba, los mordía, los pellizcaba, y ella lo agradecía con gemidos suaves. Le bajé el vestido hasta quitárselo del todo. Llevaba puesto un tanga rosa. Me agache y comencé a besar y acariciar sus piernas. Empecé en los tobillos y subí, ella abrió las piernas generosamente y me ofreció lo que buscaba. Chupé con ansia la cara interior de sus muslos hasta llegar a su entrepierna, allí me di un tiempo para mirar: el triangulo rosa comenzaba a una cuarta del ombligo y se estrechaba luego hasta perderse entre las nalgas. Estaba completamente empapado y apretado, como tratando de contener a aquel coño hambriento. Algunos pelos negros asomaban por fuera de los bordes rosas. Me acerqué más, apoyé la nariz, cerré los ojos y aspiré profundamente. Su aroma era fuerte, denso y caliente. La cabeza se me nubló un momento y dentro de mí se despertó un deseo primitivo, animal. Le arranqué con furia el tanga y apreté su coño contra mi cara. Me empapé de su olor, de su sabor, lo chupé de todos los modos que supe, le metí la lengua... y ella me apretaba entre sus muslos y gemía como una loca. Le di la vuelta y la puse a cuatro patas sobre el suelo, separé sus nalgas y le lamí el culo.
-¡Fóllame! ¡Fóllame! –me gritó.
Yo me quité toda la ropa y me coloqué detrás de ella. Acerqué la poya y la restregué contra su coño.
-¡Métela ya! –dijo.
La encaré y comencé a meterla muy despacio. Ella sostuvo un gemido hasta que la poya entró por completo. Comencé a follarla.
Nos movíamos al compás. Tenía el culo gordito y sus nalgas sonaban al golpear contra mis muslos. Apoyé las manos en el suelo y me incliné hasta su oído:
-¿Te gusta que te folle así, como a un perra?
-¡SÍ! ¡SÍ!
-Quiero que me muestres lo puta que eres.
Note como mis palabras la ponían más cachonda. Se movía y gemí como una loca, sus nalgas me golpeaban cada vez con más fuerza.
Los gritos se multiplicaron. Miré a mi derecha, sobre el sofá María y Roberto follaban en la misma posición que nosotros. María me miraba, el ceño arrugado, la boca abierta... Su cara y sus gemidos traducían un intenso placer, pero en su gesto me pareció percibir un matiz de desafío. Sin dejar un instante de mirarla, paré, me agache, puse mi cara entre las nalgas de Silvia y le mojé bien el culo de saliva. Le metí un dedo y luego dos, y luego se lo volví a lamer. Me levante, Silvia se inclinó todo lo que pudo ofreciéndome su ano, yo puse mi poya sobre él y empujé. Me costó un poco pero conseguí meterla. Comencé a follarla sin dejar de Mirar a María. Ella nos imitó y ofreció su culo a Roberto. Cada vez que yo aumentaba el ritmo María me respondía haciendo lo mismo. Penetraba tan violentamente a Silvia que temía hacerle daño, pero la verdad es que no podía parar. Silvia gritaba fuerte, no sé si de placer o de dolor, quizá de ambas cosas. Llegó un momento en que no aguanté más. Saqué la poya, cogí a Silvia y la eché sobre el sofá, en el hueco que quedaba libre junto a María. Y me corrí sobre ella. Le empapé toda la cara de semen caliente. María se abalanzó sobre ella y le lamió la cara. En ese momento Roberto se acercó y se corrió también sobre ellas. María y Silvia se lamieron una a la otra y jugaron a pasarse el semen de boca a boca.




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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:45) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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