Haciendo guarradas con mi mujer

Era una noche de viernes y acabábamos de cenar. Habíamos tenido una semana muy ajetreada, ese mismo día habíamos entregado por fin un proyecto en el que llevábamos meses trabajando y el cual nos había supuesto mucho esfuerzo y algún que otro quebradero de cabeza. Por fin nos habíamos liberado del estrés. Para celebrar el éxito del proyecto, le propuse a mi mujer abrir una botella de champán.
-Es que a mi el champán me da gases, ya lo sabes. Pero bueno, ábrela.
Fui a la cocina, saqué una botella de la nevera y cogí un par de copas. Al descorchar la botella se derramó un poco.
-¡Cuidado! ¡Joder, has manchado el sofá! –me dijo.
-Olvídate del sofá.
-¡No, olvídate no! Que luego estas manchas cuesta mucho sacarlas.
-¡Que le den por culo a las manchas! Llevamos meses trabajando como esclavos para entregar a tiempo el puto proyecto y, ahora que hemos terminado, quiero que nos relajemos y nos olvidemos de todo. ¡Fuera preocupaciones!
Llené las dos copas y le ofrecí una. Me regaló una sonrisa. Brindamos. Después de un rato bebiendo, le dije:
-¿Sabes que con ese pijama estás muy sexy? –llevaba un pijama rosa con estampados de ovejas.
-¿Qué pasa, ya se te ha subido el champán a la cabeza?
-A mí lo único que me hace perder la cabeza eres tú.
-¡Oh, qué romántico! –dijo con simpática ironía.
Me acerqué a ella. Nos besamos.
-Prepárate querida, porque esta noche voy a enseñarte el verdadero significado de la palabra placer.
-Mmmmm ¿Sí? ¿No me digas? ¿Qué me vas a hacer?
-¿Que qué te voy a hacer? Esta noche vas a tener la sesión de sexo más salvaje y perversa de tu vida.
-¿Sí?
-Sí, querida. Voy a follarte como a una verdadera perra.
-¡Ahh! –mis palabras le excitaban- ¿Como a una perra?
-Como a una autentica puta.
-Me gusta que me digas esas cosas, me ponen muy cachonda.
-¿Sí?
-Sí, me dan ganas de hacer guarradas.
-¿Quieres hacer guarradas?
-¡Síííhh!
-¿Quieres hacer cosas sucias?
-¡Sííh! Cosas muy sucias.
-Como qué.
-No sé, déjame que vaya al servicio un momento. A lo mejor mientras orino se me ocurre algo sucio.
-¿Vas a mear? Te acompaño.
-¡Oh! ¿Quieres ver como meo? ¡Qué perverso eres carino!
Caminé detrás de ella hasta el servicio mirando su culo gordito, es lo que más me excita de su cuerpo.
-Uff, me estoy meando viva –dijo mientras levantaba la taza del water.
-No, espera.
-¿Qué pasa?
-No mees ahí.
-¿Que no mee aquí? ¿Pues dónde voy a mear si no?
-¿No querías hacer cosas sucias? Pues vamos a hacer cosas sucias. Quiero que me mees encima.
-¿Qué?
-Que me mees encima.
-Pero eso es una guarrada.
-Claro que es una guarrada, una guarrada que me excita, siempre lo he querido hacer. Ven, me voy a tumbar en la bañera y te vas a mear encima de mí.
Me quité toda la ropa, me metí en la bañera y puse el tapón.
-Quítate el pantalón del pijama –le dije. No las bragas no. Ven.
Se metió en la bañera conmigo. Yo me tumbe y ella se quedó de pie encima de mí. Podía ver el vello negro de su pubis trasparentándose a través de sus braguitas rosas. Acaricié sus piernas y me quedé mirando el bulto de su coño. Sus bragas se humedecieron por completo, la tela retuvo un momento el líquido amarillo, que pronto empezó a gotear encima de mi pecho y a desparramarse por sus piernas. Enseguida sentí el olor cálido del meado que corría por mi piel. Mi pene se puso completamente duro, la erección era tan fuerte que me dolía. Enloquecí. Le bajé de un tirón las bragas y el chorro me salpicó la cara. Agáchate –le dije. Se puso de cuclillas. Vi su coño peludo acercándose a mí, hasta que el chorro me mojó toda la cara y tuve que cerrar los ojos. Me asombró la potencia del chorro. Eché la cabeza hacia delante para que me meara el pelo. Luego abrí la boca y me la llenó. Lo escupí y me la volvió a llenar, le abrí la camisa del pijama de un tirón y se lo escupí encima de las tetas. Ella cerró los ojos y dio un suspiro. Le agarré fuerte las tetas y se las sobé; las tiene grandes, con los pezones negruzcos y gordos.
El chorro de su meada empezó a perder potencia hasta que cesó. Me agaché. Su coño goteaba todavía un poco y me precipité a lamerlo. Ella dio un gemido:
-¡Ahhhh! Ahora méame tú a mí –me dijo.
-No puedo, tengo la poya demasiado dura. Pero ya veo que te ha gustado, ¡eh! Eres una cerda. Date la vuelta y cómeme la poya puta.
Me obedeció. Agarró mi pene y empezó a mamar. Su culo quedó justo enfrente de mi cara, podía ver su entrepierna peluda: el vello negro rodeaba su vagina y se extendía hasta su ano, estaba completamente mojada y olía a meado y a coño húmedo. Agarré sus gordas nalgas y las abrí, su esfínter hizo un movimiento rápido y ruidoso; la muy cerda se había tirado un pedo.
-Perdón –me dijo-, son los gases del champán.
-¡Eres una puerca!
Se tiró otro pedo más fuerte aún, el aire me dio justo en las narices. Olía muy mal, pero la mamada que me estaba haciendo hacía que el pedo resultara excitante. Le lamí el ano. Sabía mal, pero a ella le encantaba que se lo hiciera. Luego le comí el coño.
Todo olía a meado. Di la vuelta a mi mujer y la tumbé. La orina que cubría el fondo de la bañera se había quedado fría. Me agaché la cogí con la boca y se la escupí por todo el cuerpo. Se la escupí en la cara y luego la bese. Me tumbé sobre ella, le metí despacio la poya y empecé a follarla.
-¿Te gusta cerda? ¿Te gusta que te folle encima de tu meado?
-¡SI! ¡SI! Soy una puerca, me encanta.
La penetré con furia, estaba deseando correrme. Cuando no pude más, saqué la poya y me corrí sobre su cara. Ella se llevó el semen a la boca y se lo tragó. Luego empezó a masturbarse. Yo me senté y la miré.
Jadeaba y se metía los dedos en el coño como una loca.
-Quiero que me mees encima. Vamos MÉAME, MÉAME.
Yo me puse de pie, me concentré e hice un esfuerzo por orinar. Cuando por fin salió el chorro, ella soltó un grito de placer:
-¡AAAAAAHHHHHHH!
La mee el cuerpo de arriba abajo. Abrió la boca insistiéndome para que la meara dentro. Se la llené y la muy guarra se lo tragó. Cuando terminé, me agache y la besé; su boca sabía a orina y a lefa.