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Las tortas de su esposa

Cangreburguito Relato enviado por : Cangreburguito el 23/06/2014. Lecturas: 4955

etiquetas relato Las tortas de su esposa   Infidelidades .
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Resumen
Una mujer, hastiada de su marido, se reencuentra con un viejo compañero de colegio.


Relato

Edmundo dormía plácidamente en su cama mientras, a su lado, Mariana lo contemplaba con una expresión de insatisfacción total, marcada en el rostro. Ya casi iba a ser un mes desde la última vez que su esposo le había hecho el amor, y ella ya se sentía deseosa.

Para Mariana no había placer más grande que el sentir un pedazo de carne viva palpitándole en las entrañas y, justo en ese preciso momento, aquel apetito la atacaba. Su cálida y húmeda vagina pedía a gritos verga.

En realidad, Mariana siempre había sido una mujer especialmente cachonda, incluso desde su adolescencia. Durante sus estudios de secundaria frecuentemente se escapaba de clases para irse a fajar a escondidas con algún chico. Chaparrita y caderona, llamaba mucho la atención de sus compañeros.

Aún antes de cumplir los 15 años, sus nalgas, ya desde entonces de buen volumen, habían sido acariciadas y amasadas varias veces por diversas manos sobre aquel vestido entallado color gris de su uniforme. A ese paso, no fue sorpresa que no pasara mucho tiempo para que la desvirgaran.

El afortunado desflorador había sido Antonio, un compañero un par de años mayor quien, de por sí, tenía fama de galán y cogelón. Sus camaradas lo alababan y envidiaban por igual, pues, según las habladurías, se había cogido a, por lo menos, cinco compañeras de su mismo salón, más otras tantas de grados y grupos diferentes. Había chismes que incluso mencionaban a una maestra, pero Antonio nunca confirmaba ni negaba nada. Era un tipo que, si bien le gustaba ser admirado, no se ufanaba de sus triunfos.

Al parecer, Mariana sólo había sido una más para Antonio, sin embargo, para ella, aquella primera vez que tuvo su pene en el interior cambió todo. Se le volvió una necesidad imperante el conocer y poseer los más variados falos. Le fascinaba sentir las muy distintas texturas, tamaños y complexiones de cada uno de ellos. Esto la llevo a relacionarse (sexualmente) con distintos hombres, lo que la condujo a terminar embarazada de uno de ellos, por descuido.

Mariana se casó muy joven, a los 16 años, con aquel que la había embarazado, quien, a su pesar, no fue el semental con quien le hubiera gustado terminar en matrimonio. Tras años de convivencia marital, Mariana notó que Edmundo era alguien sin muchos bríos y un tanto aplatanado tanto en la vida como en la cama. Trabajaba en una oficina como asistente de contador y no parecía tener interés en ascender a puestos más altos.

Mientras contemplaba a su marido aquella mañana, lo escuchó hablar entre sueños.

—Mariana… Mariana… que ricas están tus tortas, amor.

Ella se acercó a él tras escuchar esto y, deseosa como estaba, pensó que tales palabras revelaban que su esposo soñaba con ella en pleno agasajo sexual. Rió al pensar en el sueño de Edmundo, se imaginaba a su esposo tomándola con ambas manos de sus frondosas nalgas a palma abierta mientras que la besaba ardientemente.

Tratando de convertir ese sueño en realidad despertó a Edmundo mordiéndole con lascivia su oreja. Éste despertó con sobresalto y miró a su esposa quien lo veía ansiosa.

—¿Qué pasa…? —dijo él.

—Nada, sólo quiero hacer tu sueño realidad — le dijo Mariana.

Mariana lo beso con lujuria y poco después Edmundo se incorporó.

—¿Cómo? —preguntó Edmundo.

—Pues es que te escuché hablar entre sueños rogando por mis tortas.

—Entonces, ¿hablo dormido?

Mariana sonrió ante la expresión extrañada de su esposo. Con actitud sexosa, ya comenzaba quitarse el pijama que cubría su magnífico cuerpo, cuando las palabras de su esposo la desmoralizaron.

—Pues la verdad es que amanecí con mucha hambre. Tengo ganas de comerme unas tortas, de esas que preparas tan ricas, hmmm. Te quedan deliciosas.

Edmundo se levantó de la cama y se dirigió al baño.

—Prepárame unas para llevar al trabajo ¿quieres? Mientras me baño.

Mariana, estupefacta, no podía entender por qué su esposo no la devoraba como tantos hombres lo hacían tan solo con la mirada. Y es que ella era muy consciente del deseo que provocaba cuando caminaba en la calle y la veían pasar; a sus 26 años, Mariana no desmerecía en su belleza de juventud, pese a tener ya dos hijos.

Mientras preparaba las tortas para su esposo, con cierta furia y frustración por la incapacidad de su cónyuge para satisfacerla, a Mariana le vino el recuerdo de aquel jovenzuelo que la había desflorado. No sabía nada de él desde la secundaria. Cómo le hubiera gustado haberse casado con él en vez de Edmundo. Aquél sí que era un hombre.

Al mismo tiempo que envolvía las tortas para su marido, Mariana rememoraba el momento en el que Antonio la había desvirgado. Aún joven, pero plenamente vigoroso, después de arrancarle prácticamente de un tirón sus pantaletas, la penetró de un solo empellón. Los dos habían estado fajando atrás de un salón de clases, resguardados por los matorrales de alrededor. Mientras comenzaba una ligera llovizna se dejaron llevar por su mutuo deseo, tanto que no les importó cuando aquel chipi chipi se incrementó hasta volverse una fuerte lluvia. Ninguno de los dos se detuvo y, pese a quedar completamente empapados, ambos siguieron con aquel muelleo propio de la cópula. Ambos se movían con una coordinación digna de admirarse. Bajo la cruenta lluvia sus movimientos parecían haber sido ensayados, dado el excelente acoplamiento de la pareja. Era indudable que eran el uno para el otro, pensó ella.

Mariana salió abruptamente de tal ensoñación, cuando uno de sus hijos se le acercó tirándole de la ropa exigiendo su propia torta para llevar al colegio. Se trataba de Esteban, el menor de sus dos hijos, quien a sus 6 años iba en primer año de primaria.

Esteban notó una mancha de humedad en el pantalón del pijama de su mamá, e inmediatamente lo dio a saber.

—¡Mami, mami! ¿Te hiciste pipí? —preguntó el muy inoportuno.

Mariana se miró y notó que, en efecto, tenía una mancha de humedad producto de su propia excitación al recordar tan apasionados eventos de su adolescencia. Mariana caminó a cambiarse de ropa, mientras el muy impertinente infante ya corría hacia su hermano mayor para contarle el chisme.

Durante el trayecto a la escuela, ambos niños no dejaron de molestar a su mamá con aquello de que se había orinado. Y para acabar de importunarla, cuando los niños salieron del colegio, lo hicieron con un citatorio para ella. A Mariana le molestaban aquellas juntas escolares, sin embargo, al día siguiente asistió, pues su marido no podía debido al trabajo.

En la junta se expuso que, como cada año, se realizaría una kermés con el fin de recaudar fondos para el festival de fin de año. A Mariana no le quedó otra que participar con la venta de sus sabrosas tortas. Para ella era más que engorroso meterse en esos menesteres, pero por lo menos sacaría algo de dinero para sí.

Mariana tuvo buena venta el día de la kermés, pero lo mejor es que se topó con Adela, una de sus viejas amigas de la secundaria. Ambas se distanciaron cuando a Mariana le entraron celos al enterarse que Adela se había acostado con Antonio. Desde ese momento se dejaron de hablar. Sin embargo, ahora, al reencontrarse, todo era borrón y cuenta nueva. Las dos charlaron largo y tendido, como las viejas amigas que habían sido.

Durante la charla, Mariana no dudó en preguntar, a su antigua compañera de estudios, si sabía algo de Antonio.

—Pues le ha ido muy bien, es un exitoso empresario —contestó para su grata sorpresa Adela—. Acaba de comprarse una casa de campo.

Una sonrisa iluminó el rostro de Mariana al oír hablar de él. Aquel quien le había enseñado los placeres de la carne. Su amiga supo interpretar su expresión y continuó hablando.

—Está más guapo y atractivo que nunca. Sergio, mi marido, trabaja con él y se llevan muy bien. Ah, y por cierto, nos ha invitado a conocer su nueva propiedad. Oye, qué te parece si nos acompañas. Estoy segura de que se sentirá muy contento si llegas con nosotros —dijo Adela.

Mariana se quedó en silencio tras aquella proposición. En su mente varios pensamientos se agitaban creando una borrasca. Las responsabilidades: los niños, su marido, el hogar… todo aquello se enfrentaba a un único elemento: su deseo sexual. Al final ganó lo inevitable.

—Pues sí, acepto. Si a tu marido no le molesta yo… —no terminó de hablar.

—Claro que no. A Sergio le encantará que nos acompañes, ya verás la pasaremos súper este fin de semana —le aseguró Adela.

—¿Ya este fin? —pregunté en tono de duda.

En ese momento tomé consciencia de que si me dejaba arrastrar por mi incertidumbre perdería la oportunidad de ser la propia protagonista de mi vida. Tenía que actuar por mí misma. Mi propia satisfacción estaba en mis propias manos. Desde ahora yo sería la narradora de mi propia vida.

Llegué a casa e inmediatamente comencé a preparar maletas. Sólo sería un fin de semana pero quería ir bien preparada. Elegí el juego de ropa interior más sexy y provocativo de mi guardarropa y compré un caro perfume. Nunca había hecho semejante gasto, pero este evento lo ameritaba, además Antonio, a diferencia de mi marido, seguramente apreciaría este fino detalle.

—Si se hubiese tratado de otro de mis viejos atacadores, probablemente hubiera resistido la tentación, pero nadie me había cogido como Antonio —me decía a mí misma mientras continuaba empacando, como si tuviera que justificar mi propia decisión.

Cuando oí que se abría la puerta principal anunciando el regreso de mi marido, yo aún no decidía que coartada le daría para explicar mi ausencia los siguientes días. Al final tuve una inspiración.

—Edmundo, te quería decir que este fin de semana pienso salir a la capital del estado —le comenté a Edmundo mientras le servía su cena.

—¿Ah sí? —me respondió escuetamente el lerdo de mi marido.

—Sí, es que en la kermés de la escuela, algunas de nosotras, nos empezamos a organizar pues pensamos abrir un negocio de comida, y parece que el gobierno está apoyando económicamente a mujeres como nosotras. Pero hay que ir hasta allá para pedir informes.

Parece mentira, pero por primera vez me alegraba la estupidez de mi marido. El muy incauto, así como así, aceptó mis palabras.

El viaje hacia aquel lugar veraniego, donde se encontraba la nueva casa de Antonio, resultó muy entretenido. Sergio, el esposo de Adela, era una persona muy agradable.

Cuando por fin llegamos a la casa de Antonio, me di cuenta de que realmente había tenido éxito en la vida. Su casa era una auténtica residencia. Una puerta automática se abrió permitiéndonos la entrada y él salió a recibirnos.

Me sentí extraña al encontrarme de nuevo con él. Había cambiado, sin duda, pero era evidente, de acuerdo a la expresión de sus ojos y el efusivo abrazo, que aún se acordaba de mí.

Tras una plática de un par de horas, Adela y Sergio decidieron ir a conocer el pueblo, dejándonos a Antonio y a mí solos.

No tardó mucho en acercárseme y rodear mi cintura con su brazo. Moví la cabeza hacia él y nuestros labios se unieron, al principio dulce y suavemente pero mientras rodeaba su cuello con mis brazos, nuestras lenguas empezaron a buscarse y nuestros cuerpos se unían más y más. Sentí la presión de su verga contra mi vientre. Él comenzó a susurrarme palabras de amor recordando nuestra primera y última vez.

—Te deseo con toda mi alma —me dijo, mientras sus manos se cerraban sobre mi trasero apretando muy fuerte mis nalgas.

Mis entrañas palpitaban de deseo y mis ojos se clavaron en los suyos.

—Mi vida… ¡Te he extrañado todos estos años! —confesé entre suspiros.

Entonces, como en un sueño, me sentí transportada en sus brazos hasta una de las recámaras. Sus manos no dejaban de estrujar mis nalgas y posteriormente mis tetas sobre la tela de mi ropa.

Me fue desnudando lentamente, deteniéndose para admirar cada uno de mis tesoros. Sus dedos se movieron entre mis muslos en busca de mi ansiosa vagina. Sólo el nylon de mis panty separaba sus manos de mi deseosa vulva.

Con las piernas temblorosas, me senté al borde de la cama, contemplando a Antonio quitándose la ropa.

«¡Jesús, qué verga!» —pensé, cuando se bajó el calzón.

Casi me había olvidado de lo grande que era. La roja e hinchada cabeza me apuntaba como si me estuviera mirando por su pequeño orificio.

Antonio me bajó las pantimedias y miró amorosamente mi raja femenina que ya emanaba una suave crema. Con ternura pasó un dedo a lo largo de la entrada y eso bastó para que me tendiera sobre la cama con las piernas abiertas, invitándolo a penetrarme.

—¡Métemela! ¡Cógeme con todas tus fuerzas! —gemí, suplicante y enardecida a la vez.

Su cuerpo cubrió el mío y sentí cómo su enorme y dura verga entraba hasta el fondo de mi sexo, mientras sus manos jugaban con mis pechos. Antonio empezó a bombearme lujuriosamente y en tan sólo unos instantes me invadieron los espasmos del primer orgasmo. Mis uñas se enterraron en su varonil espalda.

Aun temblaba por la salvaje venida cuando aquel masculino ser me levantó de la cama y, cargándome, me recargó contra la pared y continuó dándome verga. Tras minutos que parecieron horas, el hombre que tanto había deseado, sin muestras de cansancio, me miró a los ojos y me preguntó:

—¿Quieres que me venga dentro?

Fue en ese momento cuando me di cuenta que lo habíamos hecho sin condón. Yo aún no estaba operada así que corría peligro de quedar preñada pero no me importó, asentí y me abrasé con más fuerza a él. Poco después sentí un chorro de leche tibia inundándome por dentro. Su cuerpo temblaba sin control, mientras su reata depositaba su pegajoso jugo en mis entrañas.

Permanecimos inmóviles durante unos minutos, susurrándonos palabras lujuriosas que yo misma me sorprendía al escucharlas de mi boca después de tantos años.

Antonio caminó hasta la terraza y miró al exterior. Mientras veía su desnuda figura masculina me pregunté si estaba enamorada de él, o si sólo se trataba de sexo. Él regreso hacia mí muy sonriente.

—Adela y Sergio ya regresaron —me dijo al oído.

Yo me disponía a reincorporar pero él me detuvo.

—No te preocupes, ellos no nos molestarán, saben que ésta es como su casa, sabrán como ponerse cómodos —dijo Antonio.

Al mismo tiempo que él me seguía besando yo estiré mi brazo y alcancé su verga dormida. La tomé con ternura y la metí en mi boca, paladeando su sabor salado, producto de la mezcla de nuestros amorosos jugos. Poco a poco sentí cómo su carne reaccionaba e iba creciendo entre mis labios.

Antonio se dejó caer boca arriba en la cama, mientras yo me acomodaba entre sus piernas y mis manos acariciaban sus duros huevos. Mi cabeza subía y bajaba metiendo la verga hasta el fondo de mi garganta.

Tan ocupada estaba yo en aquella labor, que no escuché cuando la puerta de aquella habitación se abrió para dar paso a Adela y a Sergio, quienes, en silencio, empezaron a desvestirse.

Concentrada en devorar aquella quemante carne, me sorprendí al darme cuenta de que otra verga se restregaba entre mis nalgas, frotándose y buscando entrar en mi túnel trasero.

Sorprendida, me detuve y la reata de Antonio se deslizó fuera de mi boca cuando me giré para enterarme de lo que ocurría detrás de mí. Vi a Sergio sonreír con complicidad mientras sus manos me tomaban por las caderas y más de la mitad de su miembro ya estaba dentro de mi ano. Por un momento estuve tentada a gritar, pero las ondas de lujuria en mi cuerpo eran muy intensas y no pude articular palabra. Apreté el trasero aprisionando la lanza de Sergio en mi hueco cloacal y volví a meterme el pene de Antonio en la boca.

Levantando la vista pude atestiguar como Adela se encaramaba en la cama y, de espaldas a mí, se arrodillaba de tal forma que la cabeza de Antonio quedaba entre sus desnudos y abiertos muslos. Ella continuó agachándose hasta que su pelambrera hizo contacto con la boca de Antonio. Casi le muerdo la reata al ver como su lengua empezaba a entrar y salir de la vagina de mi amiga. En ese momento, mientras tenía un macho metiéndomela por detrás y la esposa de éste le brindaba la vagina al hombre cuyo pene yo mamaba, me creí transportada a un mundo de depravación total, y me sentí como pez en el agua.

La verga de Antonio, dentro de mi boca, se ponía cada vez más dura y el placer entre mis piernas se incrementaba con las arremetidas de Sergio, quien tenía sus dedos enterrados en mis caderas. Exprimí la verga de Antonio, succionando con toda la fuerza de mis pulmones, hasta que, con un gemido, su crema se disparó dentro de mi boca. La espesa leche escapaba por las comisuras de mis labios. Me estremecí y seguí chupando, tragando esperma, mientras contemplaba a Adela quien meneaba las nalgas sobre la cara de Antonio. En ese momento, otra oleada de leche me bañó, esta vez en el culo, cuando Sergio se dejó caer sobre mi espalda, con su mandarria bien metida hasta lo más hondo de mi hueco.

Todos quedamos exhaustos, tendidos sobre aquella enorme cama en la que cabíamos sin problema. De pronto escuché sonar el timbre de mi celular. Tuve que buscarlo entre mi ropa desordenada y al hallarlo me di cuenta que la llamada venía de mi hogar.

—¿Bueno? —pregunté a través del aparato.

—Hola mami, ¿cuándo vas a regresar? —la tierna voz de mi hijo me cuestionó por el teléfono.

Tras hablar con mi niño pequeño hablé con mi marido y le expliqué que todo iba bien. Después de la llamada, me senté en la orilla de la cama y una oleada de pensamientos me llenó de angustia. Debo confesar que me sentí culpable, no tanto por Edmundo como por mis hijos. ¿Acaso estaba dañándolos al engañar a su padre?

Adela, se sentó junto a mí y, después de verme fijamente a la cara, me habló al oído.

—No te angusties. Esta es, tan sólo, una fiesta privada, tú no has hecho nada malo. Piensa en lo que te has perdido por serle fiel a tu marido.

Adela me beso con cariño y yo le correspondí. Después noté que ella fijaba su atención a alguien detrás de mí. Cuando voltee me di cuenta que era su marido, quien ya se había recuperado y traía su verga tan erecta como antes.

El pene de Sergio estaba a unos centímetros de mi cara y me quedé apreciándolo por unos segundos pues, a decir verdad, aunque antes lo había resguardado en mi recto no había tenido el gusto de conocerlo primero.

Estaba a punto de metérmelo en la boca cuando el pudor me detuvo al ser consciente de que su esposa, mi amiga, estaba a lado mío

—No, no puedo —le dije a Sergio mirándolo a los ojos, mientras él acercaba aún más su miembro a mi boca.

—No te preocupes, yo estaré muy ocupada con Antonio como para ponerme celosa —me dijo Adela.

Adela me dio un fuerte beso en la boca.

—Ahora prepárate, que mi marido te va a dar verga.

Sergio, tomándome de ambos brazos, me levantó y me colocó en tal posición que quedé con el culo al aire, y apoyándome de mi amiga quien aún estaba sentada en la cama. Esta vez el marido de Adela me penetraría vaginalmente y mi pepa ardiente lo esperaba ansiosa.

FIN


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Comentarios enviados para este relato
carmenzo (5 de August de 2014 a las 01:38) dice: original y agradable morbo.

Cangreburguito (25 de June de 2014 a las 16:34) dice: Gracias por el comentario, saludos

ADMIN (23 de June de 2014 a las 23:37) dice: Fantástico, yo tengo además una experiencia similar. Gracias por compartirlo con nosotros

katebrown (18 de October de 2022 a las 20:58) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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