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Los Santos Inquisidores…

Relato enviado por : Narrador el 26/01/2013. Lecturas: 14008

etiquetas relato Los Santos Inquisidores…    Sado .
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Resumen

Quien sabe a ciencia cierta qué año corría, pero fue más o menos a mediados del siglo XVI, quizás por el mil quinientos cincuenta y tantos. Julia la joven viuda del viejo tonelero, una mujer muchísimo más joven que su difunto marido, se encuentra desde hace tiempo viviendo sola, sin vecinos a su alrededor, muy retirada del pueblo, por el viejo y poco transitado camino a la sierra, lo suficientemente lejos como para que nadie se ocupe de ella.



Relato


Como cosa extrañamente rara, bajo una fuerte lluvia ya habiendo caído una oscura y tormentosa noche sin luna, un grupo de unos siete jinetes, llegan a la casa de la joven viuda, quien sumamente extrañada y mostrándose algo atemorizada los recibe, pero su susto fue mayor al enterarse que los siete hombres de negras vestiduras, grandes crucifijos en sus pechos y armados hasta los dientes, son oficiales de la Santa Inquisición. Muy a su pesar, Julia les ofreció alojamiento, para que esperasen por lo menos a que la tormentosa lluvia pasara. Pero no habiendo terminado de quitarse sus capas, el de mayor rango se dirigió a la joven e indefensa mujer preguntándole.

Mujer tenéis un buen vino en vuestra casa, a lo que Julia de manera sarcástica respondió, preguntando. ¿Los lagos, ríos, y mares tienen agua? La respuesta era obvia, por lo que el Alguacil le ordenó, mujer tráenos una botella de vino, a lo que Julia indudablemente bien molesta, le replicó. Esta era la casa del tonelero, aquí no hay botellas de vino… sino toneles.

Los siete hombres se quedaron viéndola, algunos sin entender claramente lo que ella había querido decir. Por lo que Julia de inmediato siguió diciendo. Mi difunto esposo, era el tonelero de la región, y alguno de los que le encargaban hacer los toneles y barricas, en parte se lo pagaban en vino, más no en botellas, sino en barricas. Así que si deseáis beber vino, me tenéis que dar dos de vuestros más fuertes hombres, para que traigan una barrica de la bodega. Julia a pesar de la copiosa lluvia, acompaño al mismo Alguacil y a tres de sus hombres, hasta la bodega, donde les señaló que barrica debían llevarse a la casa.

Ya de regreso a la casa, destaparon la barrica, y sin reserva alguna comenzaron los siete a beber, hasta que el Alguacil, les ordenó detenerse, ya que había que seguir con el juicio, diciéndole de inmediato a Julia. Estas acusada de brujería.


La joven viuda del viejo tonelero, dio la impresión de quedarse petrificada, el que la hubiesen acusado de practicar la brujería era una cosa muy seria, y máxime para ella, que no tenía quien la defendiera. Del susto Julia se puso blanca como un papel, y apenas pudo dejar escapar un hilo de su voz, para decirle a los recién llegados, que debía haber una equivocación, ya que ella como buena cristiana jamás haría tratos con el Diablo. Pero el Alguacil de la Santa Inquisición, sin prestarle mucha atención a la joven mujer que temblaba como una hoja, se dirige al escribiente y le ordena.

Escribiente, lea la acusación contra la llamada Julia, viuda del tonelero. El joven e inexperto oficial al que se había dirigido el alguacil se quedó boquiabierto y como que no entendía la orden dada por su superior, y fue necesario que el Alguacil se la repitiese, al mismo tiempo que su rostro mostraba claramente que se trataba de toda una falsedad. Escribiente, lea la acusación, como lo hace en todos los inicios de juicio de la Santa Inquisición, a la llamada Julia, viuda del tonelero.

El escribiente tomó el primer legajo que se encontraba cerca de él, y de inmediato haciendo como si realmente leyera repitió lo que usualmente decían las acusaciones. De inmediato el Alguacil, arrancó de la mano del escribiente el papel, y lo colocó frente al rostro de la mujer, diciéndole. Si tienes alguna duda léelo tú misma, Julia temblando tan solo alcanzó a decir. Mi buen señor no sé leer, de inmediato se arrodilló a los pies del Alguacil, implorando clemencia, y jurando que debía haber un error, fue cuando el Alguacil le ordenó a dos de sus hombres que la pusieran de pie.

Tras lo cual se dirigió a ella diciéndole, la única manera de que puedes demostrar tu inocencia es pasando las pruebas blancas. Julia dando la impresión de no comprender realmente de lo que el Alguacil le hablaba, tímidamente preguntó de qué se trataba eso. A lo que el Alguacil le respondió. Es simple, mis hombres y yo seremos los jueces, te iremos examinando, y al final si te vuelves loca es que tienes el diablo por dentro, y te enviamos a la hoguera, de lo contrario quedaras libre. Pero ahora nuestro interés es ver si realmente eres mujer o una bruja.

Tras lo cual continuó diciendo, como primer paso, te debes dejar quitar voluntariamente toda la ropa, y de no hacerlo, eso nos indica que tratas de ocultarnos algo, como un rabo, escamas o Dios sabe que otras cosas. De inmediato la joven mujer comenzó a decir, pero señor que soy mujer y todos vuestras mercedes me verán desnuda, a lo que el Alguacil respondió, de eso se trata precisamente, de que comprobemos si realmente eres una verdadera mujer, y no un engendro del Diablo, como una bruja.

Muy a su pesar, y con su rostro rojo de vergüenza, Julia sumisamente dejó que varios de esos hombres, una a una fueran quitándole todas sus prendas de vestir, aunque en su rostro se reflejaba el mal estar que sentía al ser desnudada ante todo ese grupo de hombres.

Una vez que la viuda del tonelero, quedó por completo desnuda ante los siete hombres, entre ellos hicieron varios vulgares comentarios, lo que hizo que la pobre joven se sintiera mucho más avergonzada de lo que ya estaba, comentarios tales, como. Sus tetas son algo grandes, pero aun y así me atrevería a chupárselas. Pero miren que culo tan bien formado, y aunque Julia trataba inútilmente de ocultar su total desnudez con sus brazos, y su rostro se encontraba completamente rojo de vergüenza. Los vulgares comentarios continuaban.

Mira qué coño tan grande y tan peludo, seguramente puede soportar más de dos al mismo tiempo. Pero que me decís de su boca, os aseguro que esta noche, no va ser la primera vez que se dedique a mamar en su vida. Y así continuaron los oficiales de la Santa Inquisición, hasta que el alguacil les ordenó callar.

Por lo que mientras se daba un buen trago de vino, dirigiéndose a Julia le dijo, aparentemente no tenéis ninguna marca visible, pero ahora yo en compañía de dos o tres de mis hombres os examináremos, palmo a palmo todo vuestro cuerpo y piel, para asegurarnos que no tenéis ninguna marca oculta. Julia daba la impresión de no comprender lo dicho por el Alguacil, así que este le dijo. Mis hombres y yo os revisaremos, y ya sabéis, si os oponéis, es como si confesaras que tienes tratos con el Diablo. Por lo que la Joven mujer, al escuchar las palabras del alguacil sumisamente les dijo, examinarme pues señores, que como veis nada os puedo ocultar ahora, aunque así quisiera.

El Alguacil le ordenó tenderse sobre la mesa, y mientras la mayoría de sus hombres continuaba bebiendo, él y dos de sus ayudantes, comenzaron a examinar palmo a palmo todo el cuerpo de Julia. Quizás de haber sido un verdadero examen, no hubieran tardado tanto, pero el alguacil y sus hombres se tomaron su tiempo, así que mientras uno de ellos acariciaba y tocaba profusamente los senos de la joven mujer, lo que al principio se vio claramente que le desagradaba a Julia, el segundo de los hombres del Alguacil, examinaba su rostro, en particular los bellos labios de la mujer así como su nuca y orejas, mientras que el mismo Alguacil en persona se dedicó a examinar sus muslos y el peludo coño de la infortunada.

A medida que los tres acariciaban, tocaban, apretaban, olían todas y cada una de las partes del cuerpo de Julia, ella a regaña dientes al principio, procuraba controlar algunas expresiones de incomodidad vergüenza y mal estar.

Pero al poco rato de estar sintiendo los dedos, manos y bocas de ellos tres entraban en contacto con su piel, Julia aun en contra de su voluntad comenzó a dejar escapar uno que otro gemido, y profundos suspiros cada vez que las manos de esos tres hombres, entraban en contacto con su piel. Aun y así el mismo Alguacil al ver a Julia tan reacia, ordenó a un tercer hombre que sujetase las piernas del la joven viuda, mientras que él toqueteaba a gusto y gana todo el coño de ella, luego tuvo que llamar a un cuarto hombre para que le sujetase las manos, y evitar así que ella tratase de evitar que él continuase acariciando su coño.

Así que entre copas de vino, y el examen del cuerpo de Julia, fue pasando la noche, hasta que de momento Julia sintió un tazón lleno de vino entre sus labios, el que le obligaron a beber, lo que aun en contra de su voluntad así hizo, finalmente se lo ha tragado por completo, y después de ese primer tazón, le volvieron a obligar a beber un segundo y hasta un tercero. Al poco rato, Julia no tan solo se sentía sumamente mareada, por el vino sino que extremadamente excitada por la manera en que el Alguacil y sus hombres buscaban supuestamente en todo el cuerpo de ella, marcas del diablo.

Había pasado un rato luego de que ha Julia le habían obligado a beber vino, que ya ella no era del todo responsable de sus actos, por lo que en ciertos momentos mientras el Alguacil disfrutaba acariciándole el coño a la joven mujer, introduciendo sus dedos profundamente dentro de la vulva de ella. Julia que ya llevaba tiempo sin tener contacto con un hombre, desde antes del fallecimiento del tonelero, en medio de su desvarío, comenzó a decir que no se detuvieran, por lo que el alguacil sonriendo le dijo a sus hombres, definitivamente esta no es una bruja, pero lo puta, no se lo quita nadie.

Así que señores continuemos con el juicio, y al decir eso frente a sus hombres desató las correas de su pantalón, dejando ante la vista de todos, su erecto miembro. Julia que no estaba en condiciones de oponerse, la mantuvieron con las piernas bien abiertas, y cuando comenzó a sentir que el vergajo del Alguacil se iba enterrando dentro de su peludo coño, el fuerte mareo que ya había comenzado apoderarse de ella, desapareció por completo.
Así que a medida que el alguacil continuaba penetrándola, la joven mujer comenzó a menear sus caderas, a gemir con fuerza, y a pedirle al alguacil que continuase. Realmente la joven viuda había sido fácil presa del abuso de autoridad de los oficiales de la Santa Inquisición, en su contra no había acusación alguna.

Pero eso no impidió que tanto el Alguacil como el resto de sus hombres esa noche hicieran con la pobre tonelera lo que les vino en su real gana, así que cuando el Alguacil estaba a punto de venirse, sacó su verga del coño de la mujer y de inmediato lo colocó dentro de la boca de ella, obligándola a tragar todo su semen. Y bien él no había terminado, cuando el resto de sus hombres saltaron encima de ella. Así que todo se convirtió en un gran amasijo de cuerpos, cuyo centro era la joven viuda.

Sin consideración mientras su jefe bebía y se reía, uno de sus hombres la penetró por el culo, haciendo que la tonelera, diera un largo y profundo grito de dolor, al tiempo que varias lagrimas corrían por el rostro de la joven mujer, y bien ese no había terminado de penetrarla, por el culo cuando otro de sus compañeros, le enterró su verga por el coño, un tercero, la obligó a mamar, y así por toda la larga y tormentosa noche, el cuerpo de Julia estuvo siendo penetrado una y otra vez por las diferentes vergas de todos esos hombres. Sin poder ni tan siquiera defenderse, o negarse a lo que todos ellos la obligaban hacer.

Hasta que ya cuando comenzó amanecer, los siete hombres, entre la borrachera que habían agarrado, mientras entre todos violaban, sodomizaban, o la obligaban a mamar o a que los masturbase. Uno a uno se fueron quedando dormidos, ya fuera por el agotamiento físico, o por la gran borrachera que habían agarrado los siete oficiales de la Santa Inquisición.

En medio de un profundo sueño, el Alguacil comienza a sentir que a su vergajo se lo están tocando, agarrando, y acariciando, gustosamente siente como una boca comienza a chupárselo divinamente, abre sus ojos y solo nota una gran oscuridad, pero algo más que a pesar de la sabrosa mamada que le están dando en cierta manera le incomoda, piensa que tapando sus ojos tiene una cobija o sabana que le impide ver, y al tratar de retirarla, a pesar de sentir esa fabulosa mamada, se da cuenta que sus manos, brazos y piernas incluso sus pies, y hasta su cintura se encuentran sujetos por un grillete, o cadena, a un gran tablón de madera.

A pesar de que aunque le siguen mamando su erecto miembro de manera salvajemente rica, también se da cuenta de que se encuentra totalmente desnudo. Pero eso no impide que disfrute profundamente de lo que esa sabrosa boca le está haciendo, entiende que se trata de la Julia, que quizás creyendo que si hace una cosa como esa le perdonen la vida.

Los profundos movimientos y la inmensa succión que siente sobre su verga, lo hacen disfrutar de un tremendo y largo clímax, que tras venirse aunque agotado, le ordena a la persona que le está mamando su verga, que lo suelte. Pero al no obtener ningún tipo de respuesta, el Alguacil de la Santa Inquisición, comienza a impacientarse, y de inmediato con amenazas vocifera, que si no lo sueltan de inmediato, hará caer todo el peso de la Santa Inquisición sobre ella.

Pero la única respuesta que obtiene de inmediato es un pasmoso, luego siente algo así como unos ligeros pasos que se alejan, y tras ellos escucha el chirrear de una puerta que se cierra, después de eso nuevamente ese pasmoso silencio, por muy largo rato. Uno a uno de los seis restantes hombres, pasaron por la misma experiencia sin saber que sus compañeros también se encontraban en el mismo predicamento.

Sus gritos se comenzaron a escuchar en algo así como en una cueva, o calabozo, el olor a húmeda putrefacción invadía las narices de los siete. Nadie acudió en su ayuda, peor aún, ninguno de los siete, podía dar fe de la hora que era ni del lugar en que se encontraban. Tan solo sabían que estaban muy bien sujetos por gruesas cadenas, y que se encontraban sin nada de ropa.
Ya roncos y completamente afónicos tras largas horas de haber estado gritando desesperadamente, escucharon un portón abrirse, y sintieron unos apenas audibles pasos.

De momento el alguacil comenzó a dar fuertes gritos, ordenando a quien sabe quién, que le soltase su verga que no se la agarrase. Pero a medida que más gritaba, sentía como aun en contra de su voluntad se la volvieron a ir chupando y mamando hasta que aun y en contra de su propia voluntad, y para su sorpresa acabó. Y así sucesivamente sucedió con todos y cada uno de sus hombres.

Cosa que volvió a repetirse muchas horas más tarde, una y otra vez, durante varios días y semanas. Los siete hombres apenas y los alimentaban en completo silencio ocasionalmente, con una hogaza de pan duro y algo de agua. Sin soltar las cadenas ni dejando de mamar sus vergas.

Quizá ya habían pasado varias semanas de su cautiverio, cuando, para su sorpresa uno a uno le fue retirando los vendajes de los ojos. Después de que sus ojos se acostumbraron a la luz que seguramente producía una lejana antorcha, de inmediato reconocieron a Julia, que de manera bien dispuesta y alegre, además de encontrarse completamente desnuda, se dedicaba a mamar sus vergas, hasta dejarlos sin una sola gota de su leche. Pero si eso era raro, más raro les resultó que ella no escupía sino que se tragaba todo el semen y en ocasiones hasta la sangre que manaba de sus vergas al ser mordidas por ella.

La tenue luz que producía aquella retirada antorcha, ocasionalmente podían ver como sus propios cuerpos no eran ni la sombra de ellos, habían perdido peso, y constantemente Julia, ya continuamente desnuda como de costumbre, danzara ante ellos seductoramente, antes de dedicarse a mamar sus vergas y asegurarse que las cadenas se mantuviesen bien sujetas y ajustadas a lo que les quedaba de piel, prácticamente a sus huesos.

Cuando Julia les dijo, que gracias a ellos siete, pudo seguir alimentándose, debido a que ella realmente era toda una bruja, que se alimentaba de esa manera, uno a uno los siete hombres fueron falleciendo, y con los restos del primero, sin decirles nada fue alimentando miserablemente a los otros, hasta que después de varios meses, falleció otro, y al mes siguiente un tercero.

Fue cuando en medio de un ataque de risa que le dio a Julia, les dijo a los cuatro restantes que en gran parte se habían comido a sus propios compañeros. Pasaron unos cuantos días e incluso el mismo Alguacil se negaba alimentarse, pero finalmente él y los otros dos que aun permanecían con vida, terminaron de comerse algunas de las partes del último que recién y había muerto.

Con el pasar del tiempo al igual que sus compañeros, el resto de los siete fueron falleciendo, ya sus cuerpos no podían dar más. De Julia no se supo más nada, varias partidas habían salido en busca de los siete sin encontrar rastro de ellos, lo único que sabían fue que el cura de aquel retirado poblado les había advertido que no se fueran por el viejo camino de la sierra.

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Comentarios enviados para este relato
betti (25 de November de 2014 a las 20:22) dice: buenisimooooooooooooooooooooooooo

katebrown (18 de October de 2022 a las 21:33) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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