Cuando terminé de eyacular en la boca de mi tía, Cintia, me di cuenta que mi vida había sufrido un súbito cambio por imperio de esa sola circunstancia. Había tenido una experiencia sexual con la hermana de mamá y, estaba convencido, ya nada iba a ser igual.
Decidí entonces que debía tratar de aprovechar la situación y pasarla lo mejor que pudiera, mientras pudiera. Estaba maquinando esto cuando sentí que la boca de tía se cerraba nuevamente sobre mi glande. Lo degustaba pausada y casi religiosamente. Cerré mis ojos, dejándome ir. Estaba en el paraíso de las sensaciones. Todo mi cuerpo se estremecía y tenía nuevamente mi poronga como una piedra. Decidí entonces asumir la iniciativa de las cosas y tomé a mi tía de su cabeza. Saqué sus labios de mi pija e incorporándome me puse sobre su cuerpo desnudo. Todo lo hice tan rápidamente que creo que no tuvo ni tiempo de darse cuenta que pasaba, mientras sentía la dureza de mi pene penetrando en su raja aún chapaleando de flujo y mi saliva. Lógico que yo era virgen pero, a fuerza de ver películas porno por internet, algo sabía de lo que estaba haciendo. Puse mi pedazo de carne en la puerta de su vagina, sostenida con mi mano izquierda, mientras me apoyaba con la derecha y empujé mi poronga dentro de su ser. Violentamente. Solo atinó a abrir sus ojos con desmesura y separar sus labios que solo dejaron escapar un “Oooooooooh”, muy suave y bajito. Como si no creyera lo que estaba ocurriendo. Me tomó de la nuca con ambas manos y atrajo mi cara a la suya.
- Mi amorcito, que hiciste!....te cojiste a tu tía…guachito…que gusto tenerte adentro!...dale..dale…con fuerza, perrito!
- Si, tiita….si….bien adentro – le decía mientras metía y sacaba rítmicamente mi pija de su hendidura. Con la vista hacia abajo, observaba el desarrollo de los acontecimientos de mi carne entrando y saliendo de su raja.
- Mi dulce y tierno perritoooo!....me vas a hacerrrr…acabarrrr…diosss…como acabooooo!!..... aaaaaaaah!!
Volví mi vista a sus ojos que estaban en blanco, y sentí nuevamente la sensación de hormigueo en el cuerpo y como que salía plomo caliente de mi pija. A la vez, la sensación del derrame de sus fluídos sobre mi pubis aseguraba que la muy puta tenía un orgasmo descomunal.
- Siiii….siiii…tiiiiiia…amorrrr…..yo…tambiénnn….acabooooooo!!...te lleno…mi amor!!!
Fue terrible, mi cuerpo expulsaba y expulsaba esperma caliente dentro de la vagina de mi tía. Conté mentalmente, con mis ojos cerrados, seis chorros de leche. La estaba llenando, literalmente.
Quedamos uno al lado del otro, exhaustos. Yo me sentía vaciado de leche. Se la había dado toda a Cintia que me decía:
- Qué bárbaro, perri, qué barbaro…te voy a sacar bueno… así te uso el resto de mi vida…te gustaría, perrito?
- Siiiii, tiíta, usame como quieras el tiempo que quieras – qué otra cosa podía decirle, si sus palabras eran música para mis oídos?
Pasamos los siguientes diez días cojiendo, como conejos .A toda hora y en el lugar de la casa donde nos agarraran las ganas. Estábamos todo el tiempo desnudos, por lo que no perdíamos el tiempo ni siquiera en sacarnos la ropa. El estado de calentura era inagotable y permanente. Poseí diligentemente todos sus orificios, con especial detenimiento el ojete de su culo. Una vez que se lo rompí, por primera vez, lo hice mi lugar favorito. Podíamos empezar el machaqueo en su boca o en su concha, pero siempre terminaba la acción en su orto. Me encantaba lo cerradito que era. Aunque al cabo de esos diez días, lo abría con mis pulgares y parecía el túnel del Canal de la Mancha. Ella sufría porque decía que gracias a mi sufría de incontinencia intestinal. Se cagaba sola.
Al cabo de ese tiempo, una mañana en que, por suerte, habíamos salido a pasear al centro (porque sino seguro que nos agarraba en bolas y garchando), llegó de su viaje mi abuela. Grande fue nuestra sorpresa al llegar. Y grande nuestro desencanto, porque imaginamos que se nos había acabado la fiesta sexual en la que nos habíamos sumergido con mi tía.
No la he descripto, pero Teresita, mi querida abuela, era una mujer de 53 años. Tenía el estilo de sus hijas. No muy alta, cabello teñido rubio, pero lo llevaba en una melena corta y lacia hasta los hombros. Era delgada y de buen cuerpo por lo que, unido a cuatro horas semanales que dedicaba al Pilates en un gimnasio de la zona en que vivía, no aparentaba la edad que tenía.
Ese misma tarde mi abuela decidió que, en uno o dos días, iba a volver a Buenos Aires, a la casa de mis padres. Mi madre necesitaba que regresara para cuidarla en la convalecencia de su operación. Al día siguiente, escuché en varias oportunidades que mi abuela y tía conversaban continuamente y callaban cuando me acercaba. No entendía nada y solo estaba preocupado en imaginar la forma en que iba a poder acceder nuevamente a la carne de mi tía. Con ese pensamiento y la necesidad de hacerme una buena paja, de lo cual finalmente desistí, me acosté a la noche y quedé rápidamente dormido. No se cuanto tiempo había transcurrido, estaba muy oscuro y sentí que un cuerpo desnudo se metía en mi cama. Pensé inmediatamente que era mi tía, cosa que me alegró sobremanera y me hizo recordar, aliviado, en la paja que no me hice. Mi mente estaba en ese estado de entre sueños en que uno se encuentra después de un despertar inesperado. En medio de la más absoluta penumbra, sentí unas manos que buscaban febrilmente mi miembro que, de inmediato, se había enarbolado en toda su dimensión. Nos comenzamos a besar enloquecidamente. La abstinencia de casi dos días, me había colocado al borde de la desesperación. Solo escuchaba el sonido de su respiración agitada y alguno que otro quejido muy suave que emitía su boca cada vez que mis dedos acariciaban su conchita húmeda.
Al rato de estar besándonos y acariciándonos en silencio, me coloqué de espaldas en la cama, la tomé fuertemente de las caderas y la puse perpendicular sobre mi. Procedí, entonces, a clavarle lentamente el miembro en su vagina, mientras ambos soltábamos un bufido de satisfacción. Comenzó entonces una cabalgata frenética, mientra enterraba y sacaba mi poronga que explotaba de satisfacción en su cueva. Se dio la vuelta con mi pedazo completamente incrustado, quedando en posición de espaldas a mi, siguiendo el machaqueo infernal tomada de mis piernas. En esa postura me era muy difícil aguantar el orgasmo por lo que, al cabo de dos o tres minutos, eyaculé profúsamente, como un animal, apretando sus glúteos con mis manos. Escuchaba sus chillidos por lo que deduje que estábamos acabando juntos. Una experiencia maravillosa. Al momento de terminar, cuando aún tenía mi pene en su conchita, vi que se prendía la luz de la habitación y podía verse la figura en pelotas de Cintia en el marco de la puerta del dormitorio, con su mano en la presilla de la luz. No entendí nada. Solo atiné a ver quien era la mujer que tenía encima de mi, con mi pija, semierecta y escupiendo los últimos vestigios de esperma, en su vagina. Para mi horrorizada sorpresa vi que me acababa de coger, en un polvo breve pero de antología, a Teresita, mi abuelita querida, que me miraba sonriente con su rostro vuelto hacia mi, en una mueca de malicia y lascivia.
- No puede ser – sólo atiné a decir – no puede ser…por qué abueli…por queeeeé?
- Porque si, machito mío, porque quería que te metieras en mi cuerpo y me dieras tu semen, mi amor. Quería hacerte mío, como te hizo suya la puta de Cintita….ahora sos de las dos y te vamos a usar, guachito.
Mientras decía eso, Cintia había apagado la luz y se había acostado en la cama dejándome entre mi abuela y ella. En medio de la oscuridad, y sin que mediara otra palabra, sentí que mi cuerpo era manoseado y baboseado por ambas, sin poder distinguir de quien era cada caricia o beso. Solo podía escuchar el sonido de las lameteadas de las lenguas. Me sentía degradado y consumido brutalmente por esas dos hembras, pero estaba feliz.
Durante las siguientes horas penetré agujeros sin importarme de quien eran, succioné orificios de anos, conchas y pezones de tetas no identificados. Fui chupado y cojido por dos arpías que, en medio de risas, quejidos, chillidos y gritos, me sometieron a todos sus más bajos placeres carnales. Mi cuerpo adolescente fue objeto de la desmesura de esas dos putas desaforadas.
Cuando abrí los ojos miré el reloj sobre la mesa de luz. Marcaba las 10 de la mañana. Me sentía molido y me dolía todo el cuerpo. No había nadie en la cama conmigo. Seguramente las dos busconas, madre e hija, se habían despertado y levantado más temprano. Levanté las sábanas que me cubrían. Estaban manchadas de flujo, semen y mierda, por partes iguales. Salió de entre ellas un efluvio amargo y decadente. Dí una ojeada a mi cuerpo desnudo, estaba cubierto de moretones producto de chupones y apretujones de dedos. Me dio un incontenible asco el solo pensar que las que habían producido ese espectáculo degradante, eran de mi familia.
De la habitación se oía a las dos hembras charlar animadamente, desde la cocina. Por instantes, se escuchaban risas.
- Despertaste? Te estamos preparando el desayuno, machito nuestro – escuché que me gritaba mi abuelita.
- Si, perrito, asi te ponés fuerte de nuevo… porque queremos que nos des pija toooodo el santo día, ja, ja, ja! – exclamó inmediatamente mi descontrolada tía.
- Ah, y no te preocupés, machito, no te vas hoy a tu casa, hemos decidido dejarte con nosotras por lo menos una semana así nos sacás, bien sacado, el sarrito que tenemos. Que se embrome la puta de tu mamita ja, ja! – completó mi abuelita.
Dios, pensé para mis adentros, estas son dos putas complotadas y, seguramente, los próximos días serán de acción. Espero que mi cuerpo aguante, je.