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Mis mujeres

Relato enviado por : menduco21 el 23/05/2011. Lecturas: 9289

etiquetas relato Mis mujeres   Amor filial .
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Resumen
La historia de mi ralación sexual con las tres mujeres de mi familia. Mi abuela, mi madre y mi tía.


Relato
La historia que voy a relatar es verídica, ocurrió hará unos quince años y, a pesar del tiempo transcurrido, los recuerdos de todos esos momentos están vívidos en mi memoria. Como si hubieran ocurrido ayer.
Marisa, mi madre, es de la ciudad de Santa Fé. Conoció a mi padre, que es de Buenos Aires, a los dieciocho años mientras él se encontraba en Santa Fe trabajando como ingeniero de una empresa constructora de caminos. Mi padre era quince años mayor que ella. Se casaron al año de conocerse, estando mi madre embarazada de mí y fueron a vivir, ambos, a Buenos Aires, ciudad en la que nací a los cinco meses del casamiento. En ese entonces mi madre había cumplido recién sus diecinueve años.
Con el tiempo, mi madre se acostumbró a viajar a visitar a su familia en Santa Fé. Ahí vivían su madre, mi abuela Teresita, y una hermana, mi tía Cintia, tres años menor que Marisa. Viajaba siempre conmigo, todos los años, para el mes de julio. Normalmente permanecía unos 15 a 30 días con su madre y hermana. El padre, mi abuelo, había fallecido cinco años antes que mis padres se conocieran, dejando viuda muy joven a Teresita, que en esa época tenía treinta y tres años y era una hermosa mujer. No obstante mi abuela nunca volvió a casarse o formar otra pareja, por cuanto había quedado en muy buena posición económica. Mi abuelo le había dejado estancias y una fortuna cuantiosa. Según decía mi abuela, estaba muy bien así y no necesitaba otro hombre.
Los días de vacaciones que mi madre pasaba en Santa Fé, los dedicaba a divertirse yendo al campo y de compras por la ciudad, cosas que le gustaban mucho, principalmente con Cintia, su querida hermana.
Siempre recuerdo las charlas que mantenían las tres en el dormitorio de mi madre. Las tres mujeres en ropa interior, probándose la ropa y vestidos que compraban en los negocios del centro. A mi me impresionaba y me daba alegría, el ver a las mujeres que amaba moviéndose, conversando y riendo en bombachas y corpiños, sin preocuparse por mi cercanía ya que yo era un infante de pocos años. Siempre recuerdo la intriga que me producía el ver bajo las bombachas blancas que, indefectiblemente, usaba mi tía, la sombra oscura de su entrepierna. Desconocía todo, incluso la existencia de la mata de vello pubiano en la entrepierna de toda mujer. Estas cosas me obsesionaban.
Esos episodios se repetían todos los años, llegando a constituir la imagen de esas tres mujeres la causa afiebrada de mis sesiones masturbatorias a partir de mis once o doce años.
Por razones de asistencia a clases en el colegio secundario no volví a Santa Fé por dos años. Cuando cumplí los catorce, mi madre tuvo que ser operada de la vesícula por lo que me envió a visitar a mi tía Cintia por unas tres semanas aprovechando mi abuela para viajar, a su vez, a Buenos Aires a cuidar a mamá.
Al llegar a Santa Fé, los dos años de ausencia me hacían ver todos los paisajes familiares con ojos casi de desconocido. Notaba todo cambiado sin darme cuenta que, en realidad, el que había cambiado era yo. En el reencuentro con mi tía, ella también me pareció una extraña. La mujer cuya figura me había obsesionado en la niñez, se me antojaba pequeña y frágil. Es que Cintia no era de mucha altura, medía 1,65 mts. y yo ya alcanzaba más de 1,70 mts de altura. Me había desarrollado y ya era casi un hombre en el tiempo que no la había visto. También ella pareció no reconocerme, según me dijo no podía creer lo alto y grandote que estaba. Me abrazó y besó afectuosamente y me prometió que la íbamos a pasar bárbaro en Santa Fé. Además la ví muy linda. Era de cabello largo, castaño claro, ojos azules y tenía un físico menudo y perfecto para su edad. Estaba delgada, con una buena cola y pechos medianos, que hacían un maravilloso juego con su bello par de piernas.
Los dos o tres primeros días salímos a caminar por la ciudad, que para mi era conocida a medias y fuimos, en una oportunidad, en su auto a la estancia de la familia a andar a caballo y comer asados con los peones. Realmente me divertía mucho con Cintia, que era de un carácter afable y muy divertida. Más que como tía, la veía como amiga.
Recuerdo que fue en la cuarta noche que empezó todo. El dormitorio que yo usaba era muy lindo y espacioso, pero no contaba con televisor por lo que, al acostarme, tenía que ponerme a leer una revista o un libro para no aburrirme. Al comentarle ese hecho a mi tía Cintia, me contestó muy amable que no había problemas, que fuera a su cama a ver la televisión de su dormitorio así, de paso, charlábamos y no se aburría ella de ver las películas repetidas que pasaban en la tele.
Esa noche, después de comer, me puse mi pijamas y fui a su pieza. Ella tenía puesto un camisón y estaba sentada contra las almohadas apoyadas en el espaldar de la cama de dos plazas. Me puse a su lado para ver una película de misterio que estaban pasando. Por ahí hacíamos algún comentario sobre la trama. En determinado momento, estaba yo imbuído en la trama de lo que estaba viendo cuando observé, de reojo, que Cintia, con total naturalidad, había bajado los breteles de su camisón dejando sus pechos al aire. Con una mano tomó un pote de cremas que tenía sobre su mesa de luz y comenzó a encremar y masajear ambas tetas. Yo quedé helado, sin saber que hacer ni que decir, por lo que preferí no hacer ni decir nada, como si no me hubiera dado cuenta de la situación. Me encontraba súmamente incómodo, con los brazos cruzados contra el pecho pensando en cómo salir, e ir a mi dormitorio, sin que ella se diera cuenta. Estaba en eso, cuando escuché la voz de mi tía:
- Sergio, no te molesta que yo haga esto, no?
- Qué cosa, tía?
- Que me masajee los pechos con esta crema. Lo hago todas las noches porque me sirve para tenerlos suaves y firmes.
- No, tía, ni siquiera me había dado cuenta.
- Bueno, pero podés mirarme cuando me hablás o te da vergüenza verme casi desnuda, perrito? – cuando se ponía cariñosa me llamaba así, su “perrito”.
Aproveché para mirarla, realmente estaba deliciosa mientras sus manos amasaban suavemente sus pezones, que a mi me parecían las dos cosas más hermosas que había visto en mi vida. En realidad era la primera vez que veía un par de senos, pezones incluídos.
- No, tía, no me da vergüenza….es más, te ves muy bonita.
- Bueno, si no te da vergüenza entonces… podés hacerme un favor?
- Cuál, tía – le dije mientras me sentía cada vez más nervioso.
- Por qué no me pasás vos las cremas con tus manos? Seguro que lo vas a hacer mejor que yo.
- Si…no tengo problemas, tía…pero, como hago?
- Vení, ponete sobre mi, enfrente de mi, así podés hacerlo con las dos manos a la vez.
Así lo hice. Me acomodé, lo más displicentemente posible, hincado sobre ella y poniéndome crema en las manos, del pote que ella me acercó, comencé a esparcirlo por sus dos tetas. La sensación que me produjo fue inaudita. Sus pechos eran absolutamente suaves y tibios, nunca había tocado algo así. Al minuto de empezar el masajeo noté que algo me pasaba en la entrepierna. Me estaba calentando como un animal. Noté que mi pene se estaba poniendo cada vez más duro, por lo que traté desesperadamente de disimular mi situación. Miraba fíjamente sus pezones, sin pronunciar palabra y completamente absorto en la tarea.
- Sergio, me parece o te estás calentando?
- Cómo, tía?
- Si, te estás calentando por tocarme las tetas, perrito…no pùede ser, Sergito!!!...Ja, ja, ja, te calentás con la vieja fea de tu tía. Mirá si se enteran tu abuela y tu mamá!!
- No, tía, por qué decís eso…vos no sos ni vieja ni fea…y no se lo vayás a decir a ellas…por favor! – mientras le decía eso seguía amasándole las dos prominencias.
- Ja, ja…que inocente que sos, nunca le habías tocado las tetas a una mujer?
- -No, tia, nunca.
- Y…te gusta?
- Me encanta tocar las tuyas, tía – no terminé de terminar la frase cuando sentí que su mano izquierda me apretaba con fuerza el pene absolutamente erecto. Casi me desmayo de la impresión.
- No, tia…no me hagás eso… que me ponés muy mal.
- Te gusta, tontito?...que grande que la tenés!...decime otra cosa: nunca has hecho el amor con una mujer?
- No, tía, nunca.
- Sos virgen entonces….y tampoco has besado en la boca a una mujer?
- No, tía.
- Entonces te hace falta aprender mucho, mi niño…vení…acercate…dame la boca – mientras me decía eso me jalaba de mi pija atrayéndome hacia ella. Yo cerré los ojos para aguantar la situación sin salir corriendo. Acerqué la boca y sentí sus labios húmedos que me besaban. Su lengua, cálida, se metió en mi boca y empezó a pasar por mi lengua. Me encantó el sabor de su saliva y el perfume de su aliento. La abrazé fuerte mientras ahora le metía mi lengua en la boca. Nos empezamos a besar desesperadamente intercambiando copiosamente nuestras salivas.
Al rato de estar así, decidí tomar alguna iniciativa y comencé a lamer sus pezones mientras, con las dos manos, apretaba sus hermosas tetas. Los lamía y chupaba. Ella acariciaba mi nuca dejándome hacer mi gusto. Entonces separándome suavemente, me miró a los ojos y me dijo:
- Dale, desnudate, sacate toda la ropa, perrito – mientras decía eso, se paró al lado de la cama y dejó caer el camisón al piso. Para mi sorpresa no llevaba nada debajo, quedando totalmente desnuda a mi vista. Su paisaje era absolutamente sublime. En ese momento me enamoré enteramente de mi tía. No podía creer que la mujer que perturbaba mis sueños y protagonizó multitud de pajas, se me estaba ofreciendo sin nada que se nos interpusiera. Eso no podía estar sucediendo. Como trastornado, y como pude, me quité el pijama que traía puesto. Casi caigo al suelo del apuro. Seguidamente la abracé y la tiré en la cama, mientras la besaba y lamía todo su cuerpo. Ella solo gemía y jadeaba.. De sus pechos fui bajando lentamente, con mi boca, por su vientre. Lo besé profusamente y continué el recorrido, atrevidamente, hacia abajo esperando alguna reacción en contrario de su parte. Esa reacción nunca llegó, por lo que mi boca se encontró de repente con la mata de vello pubiano de mis ensueños. Mientras escarbaba con mi lengua sus rincones, detecté una pequeña hendidura húmeda. Era su perfecta conchita y mi lengua descubrió, al fin, el sabor de su esencia vaginal. Dulce y tibia. Empecé a meter la lengua lo más profundo que podía, absorbiendo a la vez con mi labios, tratando de hacer el efecto de una sopapa sobre la raja. Le aspiraba y pasaba la lengua. De pronto la humedad de su concha se transformó en un borbotón de líquidos que emanaban de la abertura. Sus dos manos apretaron mi cabeza zambuyéndome contra la grieta. Yo succionaba, chupaba y lamía como poseso, sin importarme otra cosa sobre la tierra. Estaba en eso cuando algo me asustó. Fue un grito, casi un aullido que surgía de la garganta de mi tía. Sus dos manos apretaban mi cabeza, mientras sus muslos me sujetaban fuertemente la cara.
- Noooooooooooooo!!!!!…por favorrrrr…..que me hacésssss, perritooo…Ahhhhhh…que acabada…dios querido…mi niño, mi nene… qué geniallll!!!
- Tía, tía, que rica que sos…por favor…qué exquisita…quiero comerte!!!
- Basta…basta…perrito mio…basta, que me muero….soltame, niño queridoooo!...no me chupés más, por favor!
La solté, levantando mis ojos y encontrándome con su cara, trasfigurada por el deseo. Sus labios entreabiertos y mojados. Su voz mientras me suplicaba que la soltara sonaba ronca, como si perteneciera a otra mujer. Me desplomé a su lado, boca arriba, mientras con mi antebrazo derecho me limpiaba la saliva y la secreción vaginal que quedaba sobre mi boca. Estaba satisfecho con los fluídos de su entrepierna que había tragado. Me he dado un atracón de flujo, pensaba para mis adentros.
- Mi niño, que te he hecho…soy una degenerada…no me pude aguantar…perdoname, perrito mio – no lo podía creer, la muy puta después de la acabada se arrepentía.
- No, tía, no digás boludeces, no sos ninguna degenerada o , en todo caso, yo también lo soy…lo que hicimos me encantó…fue lo más hermoso que me ha pasado en la vida.
- Sabés que lo que más me gusta de vos, perrito? Tu inocencia. Cuando te vi así, tan tierno me dieron ganas de comerte. – si, positivamente, iba mostrando lo puta que era.
- Si, pero te comí yo a vos, tía.
- No me digás más tía, por favor. Decime Cintia, nada más.
Acto seguido se fue acomodando hacia abajo y, antes que me diera cuenta, atrapó mi pene con su boca, iniciando una felación magistral del miembro erecto de su sobrino. Chupaba y succionaba con la boca mientras, con las dos manos, masturbaba la piel de la pija. Yo no entendía que pasaba en mi cabeza, estaba totalmente volado, casi en trance. Mi vida estaba toda centrada en mi poronga, en sus manos y en su boca. A los pocos minutos, todo se puso como negro en mi cerebro y sentí una sensación como que la vida se me iba por el pene. Estaba eyaculando en un orgasmo pavoroso. Por primera vez en mi vida. Sentía como latigazos en mi entrepierna. Como que salían chorros de líquido caliente por la poronga. Llegaba a doler. Mientras tanto mi tía ni se inmutaba. Seguía la succión, atrapando profusamente todos los líquidos que brotaban del glande, abría bien la boca para recibir los chorros inagotables que le golpeteaban el paladar y la glotis, atragantándola. Mientras, mis manos incrustaban su cara sobre mi poronga, que se encontraba alojada a la altura de su garganta.
- Mmmmmm…mmmmm….dame mássss….qué rica lechita…mmmm!!
- Tomá, tiíta…servite…servite…putitaaaaaaaa!!
Después que terminamos, me tire boca abajo a su lado, agotado. Ella me abrazó, feliz, besándome en la boca. Tenía el aliento con olor a mi semen. Incluso algunos restos los tenía en la comisura de mis labios y en sus mejillas. Los retiraba cuidadosamente con sus dedos y se los llevaba a la boca. Me dio un poco de asco y de lástima verla tan relajada y tan puta, pero no me importó. Sabía que me esperaban unos días maravillosos en compañía de esta perra calenturienta.
Ya les seguiré contando.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 19:48) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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