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Ninia buena

ADMIN Relato enviado por : ADMIN el 22/11/2004. Lecturas: 10479

etiquetas relato Ninia buena .
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Resumen
Yo soy una niña buena. Muy formal y obediente. Solo que, algunas veces, me gusta jugar con la gente.


Relato
Folla con su vecino. jovencita folla con su vecino
Niña Buena


Yo soy una niña buena. Muy formal y educadita. No me gustan las gamberradas, ni el alcohol , ni las drogas, ni siquiera llegar tarde a casa. Mis papás están contentísimos de mí. Jamás les alcé la voz. Y, en los estudios, una filigrana.

Físicamente no soy una cosa del otro mundo. Más bien bajita que alta. Pelo castaño tirando a rubianco que, todavía, me gusta llevar en dos largas coletas. Soy muy blanca de piel y , en cuanto me da algo el sol, me salen unas pecas, desperdigadas, cabalgando sobre mi nariz, que aún me hacen parecer más niña de lo que soy. Sin embargo, mis pechos, macizos y rotundos, son mi carta de presentación. Y, eso que procuro cubrirlos con una rebequita muy discreta, parte integrante del uniforme de mi colegio. La corta falda a cuadros, me queda eso : un poco corta . Y me ciñe las ancas, un poquitín más, de lo que le gusta a mi madre. Mi padre, no sabe no contesta. Aunque, más de una vez, lo he pillado mirando ( mi parte posterior ) con un entusiasmo no compatible con su figura paterna. Incluso, casi me atrevería a decir, que se ha tenido que arreglar sus partes vergonzosas, metiéndose las manos – disimuladamente – en los bolsillos.


Como soy muy olvidadiza, casi nunca recuerdo que me tengo que poner el sujetador. Los que lo pasan peor – o mejor, según se mire – son mis compañeros, mis profesores e , incluso, alguna profesora. Esos días de "olvido" se notan, sobre todo, en el patio de recreo. Cuando salto a la comba, siempre tengo un grupo de gente que me observa. Sus miradas no se apartan de mi busto, mientras brinco con la cuerdecita. Mis tetas saltan a la par que mis coletas. Y , las miradas, se vuelven vidriosas.

Como, últimamente, tengo mucho calor en la entrepierna, he optado por no llevar braguitas. Así me corre más el aire. Me encanta sentarme en un banco de madera, muy cerca de donde vivo, con los pies subidos y los muslos muy cerrados. Justo, en mitad de la acera, hay una farola. Cuando se acerca algún chico, o algún señor, dejo – unos instantes – abiertos los muslos. Alguno ha llegado hasta hacerse sangre, contra el pie de la farola.


Cuando viene mi tio ( que es bastante joven ) a casa, me encanta subirme sobre sus rodillas, como cuando era pequeña. Como las tiene muy huesudas, me coloco – justo – para que mi entrepierna – desnuda – se frote sobre ellas. Más de una vez, al levantarme de allí, le he dejado una mancha de humedad a la altura de las rodillas. Cuando se pone de pie, se le notan los dos manchurrones : el de las rodillas – con algunos pelitos desperdigados- , y el de la bragueta, algo más pegajoso.


Mi hermano, un año mayor que yo, goza de poca salud. Siempre va detrás de mí, como un alma en pena. Casi no tiene color en la cara , y , el poco que tiene, es el de las ojeras , enormes y muy oscuras. Yo, inocentemente, ensayo con él mis juegos de : abro los muslos, cierro los muslos. A la tercera vez que lo hago, indefectiblemente, mi hermano corre hacia el baño, donde se encierra allí por ratos interminables.


Yo quería mucho a mi abuelito. El, fue el primer señor mayor al que le ví la pilila. La tenía grande, aunque muy arrugada. Un día, aprovechando que estábamos solos, le hice – también a él – el jueguecito de los muslos. Se quedó con la boca abierta, con la mano izquierda agarrándose el paquete y la derecha sujetándose el corazón desbocado . Lo enterraron al día siguiente.


Tenemos unos vecinos recién casados. Ella, es muy cotilla, y le encanta pasarse horas y horas de palique con mi madre, tomando café en la cocina. Yo, aprovecho cuando viene a casa , para irme – sin que se dé cuenta – a hacer compañía a su marido, que es muy guapo y me quiere mucho.

Al principio, no tenía mucha confianza conmigo. Pero yo se la fui dando. Para cualquier cosa, le ponía mis pechos sobre su brazo, o sobre su cara , si estaba sentado. Como tienen una biblioteca muy grande, me encanta buscar libros en ella, sobre todo lo de los estantes más altos. Me subo arriba de una silla y me pongo de puntillas sobre los pies, intentando alcanzar la novela que quiero. El, para que no me caiga, se pone junto a mí, sujetándome por los muslos con una mano. La otra, la mantiene en el bolsillo del pantalón. También mira hacia arriba, y suspira muy hondo. Tantos suspiros da, que me llega el aire a la entrepierna desnuda.

Un día, casi me caigo. Suerte que él me sujetó, como pudo. No sé como, su cara quedó bajo mi falda, aplastada su nariz contra mi vientre. Hubiese jurado que noté una cosa, húmeda y vibrátil , pasando, rápidamente, por mi rajita.

La suya fue la segunda "cosa" de hombre mayor que he visto en mi vida. Ocurrió el verano pasado . Yo lo ví , desde la ventana de mi habitación, trabajando en su jardín. Con su torso desnudo y unos shorts muy cortitos. Casi sin darme cuenta, comencé a manosearme. El timbre de la puerta me sobresaltó. Bajé corriendo : era la vecina, con una bandejita de pasteles, a tomar café con mamá. En cuanto desparecieron por la cocina, salí como una flecha al jardín del vecino. Allí estaba él, empapado en sudor. Nada más verme, noté que se le engordaba el frontal del pantaloncito. Se puso muy nervioso. Le dije que quería un vaso de agua. Entramos en su casa. Cuando se volvió a darme el vaso, tropezó conmigo, que estaba casi pegada a él. Toda el agua cayó sobre mi pechera, que quedó transparente. Los pezones parecían dos semáforos de los que , él, no podía apartar la vista. Con un muslo, rocé su entrepierna. Aquello era enorme. Mucho más grande que la del abuelito. Dejé caer el vaso de agua al suelo. Un estropicio. Nos agachamos los dos a la vez, a recoger los vidrios rotos. El, con su mirada quemándome la entrepierna. Yo, por no ser menos, observé – en toda su magnificencia – la longitud y el grosor de su cosota, que le asomaba por el corto pantalón. Casi se la había agarrado cuando oimos la puerta de la calle. Salí de la cocina, directamente al patio. Ya se la tocaría otro día.


Como soy muy práctica, decidí que lo de mi vecino era excesivamente grande para mi primera vez. Así que busqué algo más menudo con lo que practicar.


Mis compañeros de clase son unos crios. Así que tuve que echar mano del profesor. Yo no se la había visto, pero una amiga sí. Y me había dado pelos y señales de su tamaño y buenhacer. Me ofrecí para ayudarle a preparar el Belén de aquel año. Siempre poníamos uno, en una esquina de la clase. Con un Rey Mago en una mano y San José en la otra, mi profesor quedó anonadado cuando le rebusqué en la bragueta. Efectivamente, no me habían engañado : aquél tamaño era el idóneo. Lo tumbé en la tarima, bajo la pizarra, y me senté sobre él. Yo no tenía ninguna práctica; pero él, como buen profesor, me enseñó : era su obligación.

Ya tenía dos problemas resueltos : mi virginidad y las notas de fin de curso.


Aquél mismo sábado, mi mamá y la vecina se fueron de picos pardos. Querían ver una película de Leonardo di Caprio, de un barco muy grande que se hunde. El vecino no había querido ir, y papá, estaba en el fútbol.

No les voy a contar lo que hicimos aquella noche. Se lo pueden imaginar. Solo les diré que, desde entonces, no tengo anginas. Tampoco me quedó rastro de virginidad . De la poca que me había dejado el profesor.


También me gusta jugar con la profesora de Educación Física. Es muy grande y musculosa, aunque con muy buena figura. Un día, estando duchándose tras la clase, entré con un pretexto. Le miré el cuerpazo y ella también me miró. Hicimos muchos ejercicios gimnásticos nuevos. Incluso llegó a meterme un dedito por el trasero. Incluso dos. Yo no me podía imaginar que las patatas de las mujeres sabían así. El olor si que lo conocía, claro, pero con el gusto no había tenido el idem. Porque no me llegaba, que si no , hacía tiempo que me hubiese probado a mí misma. Como hacía mi hermano, al que pillé un día – sobre su cama – enrollado sobre sí mismo, con la mitad de su propia pilila en la boca. Yo, que soy muy buena hermana, le dije que no se atormentase tanto los riñones, y me ofrecí a hacerle, cómodamente, lo que él se tenía que hacer con tanto sacrificio. Por eso, últimamente, me persigue a todas partes, por si quiero repetirle el favor.


Como los dedos de la profesora, habían abierto el camino, no tuve dificultades para que – mi tío – me visitase la puerta de atrás. Eso ocurrió un día de cabalgata. Brincaba yo sobre sus rodillas y , poco a poco, me fui adelantando, hasta que mi almendrita rozó su bragueta. Mi tío se encalabrinó. Yo, disimuladamente, le saqué su cosa; pero él, con muy buen criterio, no quiso entrar por la puerta principal – "eso es un pecado muy gordo", me susurró al oido – y solo consintió en meterla por detrás , pues-parece- , que es menos pecado. Y, eso de los pecados, mi tio lo tiene muy en cuenta : por algo es cura.


FIN DE LA PRIMERA PARTE


Carletto.
 

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:25) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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