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Perversión volitiva

Relato enviado por: Anonymous el 16/1/2009. Lecturas: 6193
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Esto no es un relato para masturbarse, por lo menos no sólo para eso. Es una historia real, completamente veraz sobre un hecho que me ha tocado vivir; sobre la perversión natural que padezco, sin saber realmente si esto es bueno o profundamente malo.
...PERVERSIÓN VOLITIVA

Esto no es un relato para masturbase, por lo menos no sólo para eso. Es una historia real, completamente veraz sobre un hecho que me ha tocado vivir; sobre la perversión natural que padezco, sin saber realmente si esto es bueno o profundamente malo.
Yo cuento, ustedes juzgan. Y si pueden, aprendan.
En primer lugar, me describiré para que puedan hacerse una imagen correcta de mi persona, para que sepan que la chica más simple bajo ciertas circunstancias se descubre a si misma de un modo que nunca podría haber pensado. Mi nombre es Maria, sencillo y bello como hasta hace poco era yo, o eso creía. Tengo un atractivo fuera de lo común, atípico completamente, radica en una mezcla de ingenuidad y provocación desmesurada. Bajita, delgada, rubia y de ojos claros; inocente como un ángel. Pero con fuego en las mejillas y una expresión agresiva en mi faz. Contradictoria, sensual y brutal, o así me veo.
Todo comenzó una noche cualquiera a altas horas de la noche. Yo volvía a casa por la calle de las putas. Ridículamente pensaba que esta calle era más segura que la otra por la que podía volver, la cual era precisamente donde echaban los polvos estas putas.
Iba como siempre, aparentando más seguridad de la que tenía. Miraba disimuladamente a un lado y a otro y cuando no quedaban más de veinte metros a mi portal me tranquilicé, ya que no veía a nadie alrededor.
Por fin llegaba y entonces, sin llegar a darme cuenta, surgió una mano desde las sombras y con una fuerza descomunal me arrebató hacia la oscuridad.
Yacía en el suelo de un callejón, medio mareada y sin suficientes fuerzas para poder gritar.
Cuando pude alzar la cabeza me sorprendí e incluso me alegre al ver que no eran hombres, sino un par de prostitutas. Reían y me señalaban sin saber yo porqué. Finalmente pude articular dos palabras:
-¿Qué queréis?
-No se, ¿qué es lo que quieres tú?- me respondió una morena con un pecho descomunal.
- Irme a...- no me dejó terminar.
- Sssssssss...
La otra chica me hizo callar poniéndome su dedo índice entre mis labios, como si se tratase de una chiquilla. Dejo el dedo varios segundos, sin embargo, alejé mi cabeza asustada y ella me sonrió.
Me puse nerviosa en extremo, pero no por el mal que me pudieran causar, sino porque estaba sintiéndome extraña. La temperatura me subió y estaba humedecida. Así me mantuve hasta que la morena se puso en cuclillas y me agarró por los hombros delicadamente. Sin decirme nada me acarició las mejillas.
Fue en ese momento donde mi vida cambio. Yo, la recatada, la buena chica, la santa, me dejé llevar, y de qué manera.
Acercó la morena su boca a la mía y no me pude resistir más. Nunca había sentido un beso tan húmedo y morboso. Parecía estar bañándome en un océano de pasión.
Poco a poco fue deslizando su mano desde mi barbilla hasta mi vagina. Primero frotó por encima de la falda, pero sin saber cómo se hizo hueco hasta mi pequeño tanga. Suavemente me acarició y acarició y acarició, aunque sólo superficialmente. Entonces retiró disimuladamente el hilito del tanga y metió su viciosa falange en mi cueva del placer.
Yo no quería esto, de verdad, pero era inevitable. Ya no era dueña de mi misma. En realidad, podían hacer todo lo quisieran conmigo. Sólo quería que me abatieran para poder eternizarme en este mundo del deseo satisfecho.
Mientras ella seguía derritiéndome con su dedo fálico, se desembarazó ágilmente de su ceñida camisa, desabrochándose sosegadamente botón por botón, y así me ofreció sus preciosos pechos para que los mamara. Los relamí sintiendo todo su sabor en mi paladar. Eran suaves e interminables.
Su amiga reaccionó, me agarró de los hombros y me hizo tumbarme. A su vez, la morena me descalzó y me quitó el tanga del todo. Cerré los ojos.
Mientras la morena seguía hurgando en mi sexo, la amiga me desnudo completamente. Entonces un bacanal de lenguas empezó a sorberme y ha rebozarme en plácida saliva labial.
-Chsss, ¿te gusta?- me preguntaron
-¡Sí, sigue, por favor!- no pude responder otra cosa.
-Ahora verás.
Y sus lenguas llegaron paralelamente a mi volcán del deseo. Lamieron y metieron sus lenguas alternativamente hasta que me corrí en una infinita proyección del placer desconocida hasta entonces para mí. Grité y me estremecí como una serpiente. Lo veía todo de un color rojo sexual, era pura humedad sensual.
La amiga se levanto la falda y pude entrever una estrecha rajita totalmente rasurada. Se inclino delante de mi cara y me dijo:
-Y ahora chupa y chupa.
Chupe sus finísimos labios hasta que se ensancharon y pude tornear mi cara entre sus labios vaginales. La morena seguía sacándome placeres de mi obertura y yo, mientras tanto, temblaba obscenamente.
De repente comencé a notar deseos de morder, de follar agresivamente. Ellas lo notaron.
La amiga empezó a zarandear mi cara contra su coño brutalmente y yo la mordía haciéndola gritar. Por su parte, la morena sacó no se de dónde un enorme masturbador y sin remilgos me penetró violentamente.
Me hizo un daño terrible, sin embargo, el placer lo superaba, es más, el dolor se mezclaba con él haciéndome sufrir continuos orgasmos desesperados. Me sentía como una guarra, una sucia degenerada, pero eso me gustaba. Así seguimos un rato, cada vez más agresivas hasta que, en un momento dado, la amiga despego su coño de mi boca y de un empujón me dio la vuelta. A base de latigazos de sus manos me puso a cuatro patas y me dijo:
-Ahora tranquila
Yo obedecí.
Cogió el masturbador y empezó a hacer circulitos sobre mi ano. Primero me metió la puntita y suavemente se fue adentrando poco a poco. Al tanto, la morena se puso debajo mío pero en sentido opuesto, colocada en un 69, y volvió a darme besitos mórbidos en mi rajita. Yo intente agradecérselo del mismo modo y volví a chupar y a chupar como me había enseñado su amiga.
Me corrí mil veces hasta que al final llego un momento, no se exactamente cual, en el que entre la fricción obsesiva del masturbador en mi culo y el continuo zarandeo de una lengua en mi sexo me puse a llorar deliciosamente y llegue a un éxtasis sin igual e irrepetible. En el fondo no era sexo, fue algo más que no puedo describir. Una sensación terriblemente vital, pero que a la vez me hacia sentirme un objeto que sólo padecía placer. Llegado este momento me desmaye.
Me desperté al amanecer en el callejón, pero sin mis dos ninfas, de hecho, nunca más las he vuelto a ver.
Desde entonces se me podría llamar una pervertida que sólo busca sensaciones nuevas. No obstante, lo hago porque lo necesito. Son perversiones volitivas.
A pesar de todo, soy una persona normal ¿Y tú? ¿Eres una persona normal?