Cuando por primera vez vi a Doña Julia, la verdad es que me impresionó. Si bien es cierto que la señora es muchos años mayor que yo, eso no fue impedimento alguno para que de una manera u otra, me quisiera ganar su aprecio.
Apenas comencé a visitarla de manera regular, inventándome cualquier excusa, Julia que no es de las que se chupa el dedo, se dio cuenta de mis intenciones. Y como bien me dijo ella, que es lo que un chico de tu edad, puede buscar en una anciana como yo, sino es dinero. La verdad es que aunque en cierta manera, eso en parte es verdad. Yo realmente me sentía atraído por ella, a tal grado que le propuse, que se diera el permiso de conocerme un poco más, y que no se detuviera a pensar en las habladurías de la gente. Julia riéndose me dijo, bueno que te parece si salimos juntos, a ver cómo te sientes andando con una mujer que bien podría ser tu abuela. Yo de inmediato le respondí, que iríamos a donde ella quisiera. Por lo que ella ya un poco más reservada, me preguntó si realmente no me importaba lo que la gente fuera a decir. Mi respuesta fue que no, pero que si a ella eso le incomodaba, mi recomendación era que no hiciera caso a las habladurías, que al fin y al cabo, si yo salía con ella, ya fuera por la razón que fuera, a la única que realmente le debía importar era a ella.
Pero a medida que seguimos charlando sobre el tema, le fui diciendo que si bien es cierto que ella tiene bastante dinero, en mi caso, yo no era un muerto de hambre, ya que también disfruto de cierto capital. Pero a medida que seguimos charlando, a Julia se le ocurrió invitarme un poco de vino, que yo gustosamente acepté. Y entre copa y copa, seguimos charlando, hasta el momento en que yo sin mucha prisa, me le fui acercando, hasta que suavemente comencé agarrar sus manos, mientras seguíamos hablando. Nuevamente comenzó a decirme que se sentiría sumamente rara, saliendo con alguien a quien fácilmente le doblaba la edad. Mientras que yo continuaba, diciéndole lo simpática que era, y que ya muchas chicas de mi edad, quisieran ser tan llamativas como ella. Y entre uno que otro comentario, en cierto momento le planté tremendo beso, Julia se quedó paralizada, dejando que mi lengua entrase en su boca, y mis manos acariciaran su cuerpo.
Yo seguí besando y acariciando a Julia por todo su cuerpo, a medida que le fui quitando toda su ropa, sin que ella llegase a oponerse en ningún momento. Y tras dejarla completamente desnuda, entre mis brazos, ella se dio a la tarea de también irme desnudando. A medida que no dejábamos de besarnos, y abrazarnos mutuamente. Ya del todo desnudos los dos seguimos acariciándonos, y besándonos. Cuando de momento y sin que yo se lo pidiera, Julia con sus setenta y tantos años de edad, hábilmente y demostrando una agilidad tremenda, se agacho frente a mí y sin más ni más, para mi propio asombro, se dedicó a chupar mi divinamente toda verga. Al punto que en cierto momento tuve que pedirle que se detuviera, ya que antes de venirme, deseaba penetrarla.
En mi vida he llegado a tener sexo, en sofás, en alfombras, desde luego que en camas, en catres, y hasta en hamacas. Pero jamás se me había presentado la oportunidad de hacerlo en un simple sillón de sala. Así que cuando Julia se recostó sobre ese sillón, yo no perdí tiempo buscando excusas para ir a otro sitio, sino que en ese mismo sillón, comencé a penetrarla. Y mientras ella chillaba de placer, y movía sus caderas, me dijo que tenía años que no sabía lo que era tener sexo. Pero la verdad es que lo estaba haciendo tan, y tan bien que me costaba trabajo creerle. En ciertos momentos, cambiábamos de posición, y me deleitaba ver como su canoso coño, se tragaba una y otra vez toda mi erecta verga, a medida que ella no dejaba de chillar, pidiéndome que le diera más duro.
Desde esa fecha Julia y yo prácticamente nos convertimos en pareja, a pesar de que sus hijos, y demás familiares, no hacen otra cosa que criticarnos a los dos. Llegando hasta decir que yo estaba con ella, únicamente por interés en su dinero. Lo que para serles sincero, no es del todo falso, ni del todo cierto, sino todo lo contrario. Como diría aquel gran filósofo mexicano, Cantinflas.