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PRIMERA VEZ INFIEL

Relato enviado por : marielainfiel el 31/01/2009. Lecturas: 18029

etiquetas relato PRIMERA VEZ INFIEL .
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Resumen
MI PRIMERA EXPERIENCIA COMO ESPOSA INFIEL, LA CUAL NO SERA LA ULTIMA.


Relato
Hola, me llamo Mariela, tengo 26 años, estoy casada desde hace dos años y aunque todavía no tengo hijos, planeo tenerlos dentro de muy poco. Trabajo como ejecutiva de cuentas en una compañía de seguros, y por la tarde estudio sociología en la UBA, aunque estas ocupaciones, que se llevan gran parte de mi tiempo, no impiden que tenga alguna que otra aventura, las cuáles no pasan de simples encuentros casuales, tal y como debe ser una infidelidad.
No sé como empezo esto ni en que momento decidi o me di cuenta de que iba a ponerle los cuernos a mi marido, lo unico que se y que tengo bien en claro es que disfruto el sexo con otros hombres, los disfruto muchisimo, y mientras lo siga disfutando seguire siendo infiel. Y desde hoy quiero compartir mis experiencias con ustedes. Espero que no me juzguen y disfruten ustedes tambien con la libertad de la que goza una mujer de hoy en dia. Una mujer como yo, una mujer como cualquiera.
Como tu propia esposa, quizás...
La primera vez siempre duele, dicen, y la primera vez que le puse los cuernos a mi marido me dolió terriblemente. Y es que más allá de los deseos que pudiera tener de meterme en la cama con alguien más, que otro hombre te coja y te de por el culo resulta algo dificil de asimilar por más que la decisión haya sido toda mía y solo mía. Me arrepentí en el mismo momento en que me echaba un polvo con aquel desconocido. Aunque ese es el problema. Siempre me arrepiento, pero al poco tiempo vuelvo a reincidir. Y vuelvo a arrepentirme, y siempre así, se trata de un círculo vicioso que cada vez se me hace más difícil controlar.
La primera vez fue a los pocos meses de casada. Ya con la libreta, la alianza, y los votos confirmados ante Dios y el juez de Paz, me estimulaba la idea de ser infiel. Jugaba con esa fantasía en todo momento, hasta trataba de imaginar con quién podría ser que me echara esa primera canita al aire. Veía tipos por la calle que me gustaban y con los cuáles no hubiera sido ningún pecado echarse un polvito, pero como los mejores sucesos de la vida, lo mejor siempre ocurre cuándo menos lo esperamos.
Lo había visto un par de veces en el subte, cuándo iba rumbo al trabajo. Alto, morocho, de bigotes, no especialmente atractivo, aunque tenía una cara de pervertido en potencia que bastaba para que tuviera todas las fichas a su favor. Después de todo eso era lo que quería, pervertirme.
Soy una mujer joven, de buen cuerpo, y no me gusta esconderlo, por lo que me visto quizás algo provocativa, eso es algo que no cambio en mí por más mujer casada que sea. Y a él, a ese desconocido del subte, no se le escapaba detalle de mi cuerpo cada vez que nos cruzábamos. A veces se me sentaba enfrente, en uno de los vagones, y adrede yo separaba las piernas un poco más de lo conveniente, como para que tuviera un panorama más amplio de aquello que lo estaba esperando, porque si, ya lo había decidido, quería que ese sujeto fuera mi primer amante. No sé porque, no me pidan explicaciones, la única justificación que puedo dar es que me calentaba terriblemente. Si hasta me mojaba cada vez que lo veía. Y me mojaba todavía más al imaginar que a él se le paraba cuándo me veía.
Esa tarde en la que volvía del trabajo, en vez de bajarme en la estación Castro Barros del subte A, en donde debía tomar el colectivo 160 para ir a la ciudad universitaria, decidí seguir, no se porque pero tenía un prsentimiento al respecto.
Bajamos juntos en la estación Primera Junta, y desde el mismo momento en que salí del vagón y comencé a caminar por el andén, me di cuenta que él me seguía de cerca, mirándome en esa forma que tanto me cautivaba. Estaba ansiosa, sentía una opresión en el estómago que apenas podía resistir. Y me excitaba mucho más todavía imaginando que me asaltaba ahí mismo, en un lugar público, y me hacía suya, cogiéndome de parada en algún mugroso rincón de la estación.
Salí a la plazoleta, crucé Rosario y empecé a caminar por Del Barco Centenera, despacio, sin apurarme, parándome en algunos negocios, aunque en vez de mirar las vidrieras, lo que más me interesaba era saber si él estaba siguiéndome. Y sí, me seguía. Sin ningún disimulo debo decir, ya que me miraba como si me desnudara con la mirada. Eso me encantaba.
A la vuelta, por Alberdi, hay un telo, así que hacia allí me dirigí, procurando que fuera dándome alcance a medida que me iba acercando al mismo. Unos metros antes se puso a la par mía, sin dejar de mirarme con esos ojos que denotaban pura y extrema lascivia. No lo dijo pero se notaba que quería romperme toda. Y lo mejor de todo era que yo quería también que me rompiera. Así que con nuestros intereses en común le sonreí y le dije:
-¿Entramos?- mas que una pregunta se trataba de una confirmación.
Me agarro entonces de la cintura y sin renuencia alguna de mi parte me llevó hacia ese telo que ahora estaba más cercano que nunca. Pagó la habitación, y una vez que estuvimos dentro de la misma, se me tiro encima y me beso arrebatadamente mientras me manoseaba con desenfrenada lascivia el culo.
-¡Te voy a romper toda, putita!- me prometió, con un tono por demás agresivo, haciendo que me volviera a estremecer otra vez, hasta lo más íntimo, como nunca antes.
Dejando que me hiciera lo que quisiera, deslicé una mano por sobre su entrepierna, palpando esa delicia combada que parecía abultarse más y más a cada momento.
Un rato después ya estaba echada a sus pies, desabrochándole casi desesperada el pantalón, pelando con todas mis ganas ese inflamado tronco nervudo que ya ni bien lo aprisioné entre mis dedos, me lleve a la boca para deleitarme con su incomparable sabor.
Desde abajo se la chupe ávidamente, metiendo y sacando de mi regocijado paladar cada pedazo, cada trozo de esa divinidad hecha carne.
Con la lengua bajaba hasta los huevos, para saborearlos también, recorriéndolos con la lengua, con los labios, con los dientes, con la nariz, besándolos, chupándolos, oliéndolos, extasiándome con semejante magnificencia.
Ya desnudos, se puso el forro, mientras yo me echaba en cuatro sobre la cama, con el culo bien levantado, ofreciéndolo, regalándoselo, entregándome sin reservas a ese bien dotado desconocido que se proponía a suministrarme la satisfacción que tanta falta me hacía.
Cuándo la sentí entrando, avanzando impetuosa y vigorosamente a través de mi ávoda conchita, solté un ahogado quejido de pura y extrema satisfacción, deshaciéndome en sonoros elogios para esa hermosa y fortísima poronga que me atravesaba hasta lo más profundo.
-¡Ahhhhhhhhh… siiiiiiiiiiiiii… siiiiiiiiiiiiiii…!- bramé enloquecida cuándo empezó a entrar y salir, bombeándome puro placer a través de ese carnoso surtidor que manejaba con tanta habilidad.
Mi concha se deshacía en chorros profusos y espesos, permitiendo que la penetración fuera lo más confortable posible, y bien hasta el fondo también, un disfrute único, supremo, intenso, descomunalmente satisfactorio.
-¡Toma, putita… toma… toma…!- me decía cada vez que me la mandaba a guardar bien hasta el fondo, reventándose la pelvis contra mis nalgas, produciendo un estrepitoso sonido, el ruido del amor, el ruido del placer.
Entonces me la saco, me dio la vuelta, y echándoseme encima, me la volvió a meter, dándome ahora con mucho más frenesí, impetuosamente, cogiéndome a lo bestia, haciéndome bramar como una loca.
Sin resistencia alguna, me abría toda, estiraba las piernas lo máximo que me fuera posible, dejando que me la metiera toda, hasta los huevos, como me gustaba, como la quería, pidiéndole más, mucho más, aunque ya se hacía evidente que me estaba dando con todo lo que tenía.
Sin darme ninguna tregua, me la volvió a sacar de adentro, toda entumecida y pegajosa, pero esta vez no me dio la vuelta ni nada, sino que me la enfiló por el otro agujero, el más estrecho, decidido a rompérmelo.
Excitada como estaba, no podía decirle que no, aunque supe advertirle que todavía era virgen por ese lado. De modo que antes que nada me lubricó abundantemente el ano con un gel íntimo dispuesto sobre la mesa a tales efectos. Metiéndome un dedo bien adentro, me dilató las paredes interiores, lo suficiente como para meterme la cabeza de la pija, empujando ahora con el resto, rompiéndomelo de a poco, permitiéndome disfrutar de ese delicioso desgarro que más que dolor me regocijaba en extremo.
Ya una vez que me encajó una buena porción adentro, empezó a culearme en forma certera e impactante, haciéndome sentir como se me abría un abismo en mis entrañas, proporcionándome un goce que aunque diferente resultaba tan intenso como cualquier otro.
Con sus manos aferradas a mis pechos, aquel anónimo semental me daba y me daba, sin permitirme ningún respiro, que, por otra parte, yo no quería ni reclamaba, entregándome por completo a tan deleitable frenesí.
Yo ya iba por mi orgasmo número no sé cuánto, cuándo, entre roncos jadeos, me la dejo bien enterrada adentro y acabo, rebalsando con su caliente guasca la capacidad de contención del forro.
Acompañándolo en ese goce superlativo, estallé en expresivos y relajados suspiros, disfrutando intensamente de todas y cada una de esas gozosas sensaciones que me embriagaban y estremecían, complacida con esa nueva perforación que había realizado en mi cuerpo.
¡Cuánto placer! ¡Cuánto regocijo! ¡Cuánta satisfacción! La pija de aquel sujeto sí que valía lo que pesaba.
Una delicia. Una monstruosidad hecha carne y yo la había tenido adentro, por uno y otro lado, acobijándola, albergándola toda en mi interior, en cada una de mis cavidades.
Quedé destruida, hecha de goma, toda rota tal como me lo había prometido.
Mientras me duchaba en el baño del telo, las primeras señales del sentimiento de culpa que todo aquello me provocaba comenzaron a aparecer., tan fuertes e intensas que me puse a llorar.
El tipo ya se había ido hacia rato. Ya había conseguido de mí lo que buscaba. Me cogió, me culeó, para qué más, ¿no?
En ese momento sentí que nunca más volvería a hacer algo semejante.
Disfrute esa primera infidelidad, es cierto, pero el dolor que vino después fue mucho más fuerte que cualquier placer que aquel desconocido pudiera haberme proporcionado. Pero como bien dice el refrán, nunca digas nunca jamás.

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Comentarios enviados para este relato
yuri09 (7 de February de 2009 a las 23:46) dice: felicidades muy buen relato, desearia conocer a alguien como tu

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:49) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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