En algo en lo que me equivoqué fue en pensar que no lo volvería a ver al morenito ese, ya que al día siguiente se volvió a presentar, ante la puerta de mi casa, y tras dejarlo entrar, saltó sobre mí cayéndome a besos y acariciando todo mi cuerpo aun por encima de la vieja bata de casa que cargaba puesta. Jorge que es como se llamaba mi joven amante, dejó el empleo de la venta de arreglos funerarios, en algunas ocasiones salimos como si fuéramos, madre e hijo o más bien nieto y abuela, aunque no tenemos nada en común físicamente hablando. Lo que de seguro despertaba sospechas cuando nos registrábamos en algún hotel.
Yo supe desde el principio, que lo de él y yo no era algo que fuera a durar toda la vida, había ocasiones en que deja de venir por casa, y aunque sabía de sobra que él debía tener alguna noviecita de su edad, segura estoy de que jamás ni nunca ella lo pudo satisfacer como yo lo hacía, al punto que en más de una ocasión lo dejé que me diera por el culo, como la vez que nos fuimos a caminar por la playa, y al regresar a la habitación donde nos alojábamos, y tras bebernos unas cuantas copas, me comenzó a pedir que le diera el culo, así mismo como suena de feo, al principio le respondí un sin número de ocasiones que no, mientras nos besábamos ardientemente por todas partes, y en un descuido mío, agarró mis nalgas y comenzó a besarlas y a lamerme el culo, de tal forma que lo sentí tan y tan rico, que finalmente completamente excitada por lo que él me estaba haciendo, acepté que me penetrase.
Yo me acosté boca abajo sobre la cama y Jorge me colocó una de las almohadas bajo mi vientre, permitiendo que mis blancas nalgas quedasen a su completa disposición, estando ya así, él separó mis piernas y continuó acariciando y besando mis nalgas, nuevamente sentí su lengua contra mi esfínter, y poco a poco, con algo de su propia saliva, fue introduciendo algunos de sus dedos dentro de mí, lo que me produjo un insospechado placer, a medida que los continuaba metiendo y sacando, de el hueco de mi culo.
Mientras que yo deseosa de seguir sintiendo algo más comencé a mover mis caderas. Jorge continuó haciéndome eso, y cada vez que podía me introducía alguno de sus otros dedos. Hasta que de momento, los extrajo. Lo siguiente que sentí fue la caliente cabeza de su verga, presionándola contra mi palpitante esfínter.
Aunque sentí una especie de doloroso placer a medida que me fue enterrando hasta donde ya no pudo más, su buen pedazo de carne. Yo no dejé de mover mis caderas, restregándolas contra su cuerpo en todo momento, buscando sentir un mayor de ese raro placer que sentí.
Cuando nuestros cuerpos estuvieron completamente juntos, y sus testículos chocaron una y otra vez contra mi coño, ambos nos volvimos como locos, yo deseosa de que nunca se detuviera, y él sujetándome con mucha fuerza por mis caderas. Fue tan y tan rica esa experiencia, que a la siguiente oportunidad que tuvimos para acostarnos, prácticamente le rogué que me volviera a enterrar su dura verga, entre mis nalgas.