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Raquel

Relato enviado por : L&s el 05/01/2017. Lecturas: 1919

etiquetas relato Raquel   Confesiones .
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Resumen
Alberto es mi compañero de trabajo. Le había conocido en una agencia de fletes; recuerdo que le caí simpático ya el primer día. Él era chofer de una camioneta y desde entonces yo tenía veintitrés años cuando me designaron para trabajar de ayudante de Alberto.


Relato
Conocí a toda su familia; sus dos hijos y a Raquel, su esposa. La primera vez que fui a la casa, era verano. Cuando Alberto me presentó a Raquel, en ese momento no me había llamado la menor atención. Era una mujer desalineada; vestía ropa vieja y usaba chinelas. Según Alberto, Raquel no me soportaba. Dos o tres veces por semana iba a la casa. Alberto cuando me hablaba de Raquel, la mayoría de las veces, decía que era una mujer fría y que se la pasaba en la cocina. Los hijos no molestaban a la pareja, se la pasaban jugando en el dormitorio. Raquel es una mujer de carácter fuerte, decía Alberto. Pasó el tiempo y veía a Raquel como a una enemiga. Alberto en el trabajo hacía comentarios nada halagadores hacia ella, decía que era una amargada y que por las noches no pasaba nada, que con suerte una vez por mes y si pasaba. Yo no entendía que quería decirme, pero como buen amigo solamente le escuchaba. Raquel es una mujer de estatura baja de cara aindiada, cintura y pechos pequeños. Pero tiene un culo para tres pijas, decía Alberto. Era cierto, un culo enorme. Una tarde con Alberto salimos temprano del trabajo y me dijo: Vamos a comer a casa. Acepté y menos mal que acepté. Cuando llegamos —como siempre— Raquel estaba en su mundo, la cocina. Alberto malhumorado comenzó a discutir y a gritar. Raquel no decía palabra alguna. Yo me mantuve en un rincón callado. Cuando nos sentamos a cenar bajaron los chicos corriendo a comer. Puesto que solo se escuchaba el ruido de los cubiertos y comenzó una conversación o una discusión entre el matrimonio.
—Por fin! —dijo Alberto con suspiro.
—Por fin qué —contestó Raquel.
—Qué te arreglaste un poco —dijo Alberto.
—Sí, me compré este vestido —dijo Raquel.
Esa fue la única conversación entre ellos. Alberto no paraba de gesticular, seguía enojado. Pero yo quise apaciguar las aguas diciendo que la comida estaba muy rica.
—Esto está rico para vos —protestó Alberto—, es una mierda. Se levantó de la mesa y se fue de la casa pegando un portazo.
En la mesa nos quedamos con Raquel y sus dos hijos boquiabiertos. Hubo momentos que no sabía qué hacer, si irme o esperar a que Alberto regresara.
—Ya se le va a pasar —dijo Raquel— No te preocupes que ahora va a comprar cigarros y camina un poco y se le pasa la calentura.
Raquel envió a los chicos a dormir porque al siguiente día iban a la escuela. Levantó todo de la mesa. Mientras lavaba los platos la observaba. La miraba detenidamente, como inspeccionando cada parte de su cuerpo. El vestido era traslucido. No podía contenerme, contemplaba descaradamente. Raquel giraba e iba y venía. Parecía que lo hacía apropósito, eso creía. Sus movimientos, al agacharse a guardar las ollas en el bajo mesada o pararse en puntas de pie ordenando los vasos en la alacena, me calentaban. Tenía ganas de atraparla por detrás y meterle la verga por el culo. Mi verga ya estaba dura, muy dura. Corría una sensación poco frecuente en mí, no respiraba bien, me faltaba el aire. No quería que la noche pasara rápido. Cuando regresó Alberto le dije que me marchaba. Se enojó y me dijo que me quedara a dormir porque había lugar de sobras. El sillón era muy cómodo. Encendí el televisor y me acosté. Raquel seguía en la cocina con Alberto. Pasó más de una hora cuando Alberto me dio las buenas noches después de una discusión que parecía eterna. Estaba con sed, me levanté y fui a buscar un vaso de agua. Al ingresar en la cocina noté que Raquel lloraba.
—Alberto —pregunté.
—Se fue a dormir —lo dijo de espaldas hacía mí.
—Ah… —contesté.
De repente, me dijo que estaba cansada de hacer siempre lo mismo, que todos los días Alberto no le ayudaba en nada. Que quería hacer algo diferente. Yo la escuchaba, como si fuera su psicólogo. Después de un silencio prolongado me preguntó si tenía novia.
—No —contesté— por ahora no he encontrado a ninguna que me guste.
—Qué no te gusta ninguna chica… —preguntó sorprendida.
—Es verdad —le dije sin ningún pudor.
—Y… cómo te las arreglás —me preguntó sin rodeos.
—Qué… qué… —dije.
—Qué cómo te las arreglás —lo dijo marcando una sonrisa perversa.
—No entiendo lo que quiere decir señora Raquel —respondí nervioso.
—Que quién te la chupa —lo dijo sonriendo nuevamente.
—Es que no… no… nadie… —le dije.
No paraba de hacer preguntas desubicadas. Con pasos apresurados se retiró de la cocina.
—Ahora vuelvo —dijo. Y me guiño un ojo.
Me sentía incómodo, no sabía si salir corriendo o esperar a que regresara.
—Vení —me dijo.
Me tomó de la mano y me llevó a una habitación oscura; una cama y una mesa de noche llenaban el lugar.
—Acóstate —me dijo.
Empezó hablar de sus experiencias sexuales. Por cada historia que contaba, me calentaba. La verga ya se me había vuelto a parar. Me dijo que era fanática en chupar vergas y que a Alberto no le gustaba porque decía que las que lo hacían eran las prostitutas. Me bajó el cierre del pantalón y me agarro la verga. Me apretaba con fuerza. Me la estiraba. Me beso en la boca y bajó a chupar la verga. Mientras chupaba, carraspeaba, se la metía hasta el fondo. Me contaba que una o dos veces por semana visitaba distintos Bingos y que jugaba al traga monedas y que perdía siempre. Pero fue donde encontró un pasa tiempo muy beneficioso, lo decía orgullosa.
—Sabé por qué —me preguntó.
—Porqué —respondí.
Siguió chupando y contaba muchas más historias. Yo no sabía si las inventaba o era realmente verdad. Cuando le dije que me faltaba poco para terminar. Empezó a chupar frenéticamente.
—Esperá —le dije.
—Qué pasa —preguntó.
—Es que estoy por terminar y no traje nada para limpiarme — Me sentí un boludo, no podía seguir.
—Para qué tengo la boca —contestó.
—Qué —dije.
—Deja que mamita hace todo —volvió a chupar..
Empezó a succionar como alocada. No paraba de mover la cabeza. El dolor iba saliendo de mi cuerpo hacía la punta de la verga. Raquel es mi maestra, mi profesora, pensaba. Chupaba y chupaba como si quisiera sacar toda la leche del envase. Fue un momento de locura porque no paraba.
—Mira —me dijo balbuceando.
Miré como la leche salía a borbotones y caía dentro de la boca.
—Mirá —volvío a decir.
Observé que tenía todo el esperma en la lengua. Contemplé cómo se tragaba toda la leche. Se lamía el labio superior, como saboreando una delicia de comida.
—Ahora vengo… que mamita no término —me dijo.
Sus ojos, habían cambiado. Estaba poseída. Había chupado la verga sin dejar rastro alguno de esperma. Cuando regresó parecía nerviosa. Quería llorar.
—Qué te pasa —le pregunté.
—Nada —contestó.
—Cómo que nada —pregunté.
—Bueno… te voy a contar la verdad. Resulta que nunca en mi vida chupé vergas.
—Y… no entiendo —le dije.
—Quería preguntarte, si… lo hacía bien —preguntó.
—Pues a mí me gustó mucho—contesté.
Me apartó hacia un lado de la cama y se puso en cuatro patas. La verga estaba blanda, dormida, muerta. Sin embargo, pasó un rato largo y volvió crecer porque cuando vi toda esa hermosura de culo.
—Métela —me dijo.
Se la metí bien en la concha. Ese calor por dentro me volvía loco. Me desesperaba. Mis movimientos eran lentos. Era algo eterno. Hasta que me dijo.
—Esperá... Sácamela… quiero que me la metás por el culo, porque si vos acabaste, yo también como mujer, quiero tener un orgasmo… sí… vale… —lo dijo sin importarle que mi compañero nos encontrara. Hice lo que me ordenó. Creí que iba costar a que entre, pero fue más rápido de lo que pensaba. Entró sin inconvenientes. La sensación era otra o mejor. Estaba bien lubricado. Creo que ella había preparado todo. Pensé que siempre lo hacía por el culo. La metí con bronca, toda. Metía y sacaba sin parar. A ella le gustaba. Se retorcía. Gemía de placer. Apoyaba la cabeza contra la almohada para que escapara ruido alguno. Hasta que ella tomó el mando. Yo quieto. Ahora ella era la que se movía. Al principio fue suave. De a poco fue aumentando la velocidad. Sus movimientos eran acordes un ir y venir. Sabía lo que hacía, era una experimentada. No sé cuánto duro pero cuando le llegó el orgasmo, se metió una parte de la sábana en la boca, para morderla, creo, para no gritar y disfrutar del placer. Gemía entre dientes y sábanas. Me encantaba verla doblarse, gemir. Un gemir raro, silencioso. Un olor a sexo se había impregnado en el ambiente. No obstante, quedó tirada en la cama, boca abajo, como desmayada.
—No doy más —me dijo.
Se reía. Disfrutaba del sexo. Le gusta mi verga. Me miraba como queriendo decirme algo que yo no sabía o que sí sabía nuestro secreto. Entrecerraba los ojos. Suspiraba entre las sábanas. Se dio la vuelta.
—Cómo me quedó el culo… —dijo— me quedó bien abierto pendejo hijo de puta. Me gusta cómo me coges; ojala Alberto haga lo que vos hacés, por lo menos la mitad. Pero me quedo con vos pendejo. Quiero que me sigas cogiendo, me oíste. Ahora quédate y dormí que mañana será otro día.
Se fue como si nada. Como cuando uno va por la calle y saluda a los vecinos. Creo que me dormí. Seguro. Parecía un sueño. Cuando me fui, Raquel me acompañó hasta la puerta y se despidió con un beso en la boca.
Me dijo:
—Espero que no desaparezcas que recién empezamos pendejo —lo dijo susurrándome al oído.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:42) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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