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Un comentario y un sin fin de recuerdos…

Relato enviado por : narrador el 11/10/2008. Lecturas: 3960

etiquetas relato Un comentario y un sin fin de recuerdos… .
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Resumen
Lo que más me llamó la atención, en parte fue la similitud de su vida y la mía, ya que ella al igual que yo resultó ser transexual.


Relato
El otro día justo antes de salir de casa, cuando me arreglaba frente al espejo, al mismo tiempo que escuchaba el televisor, estaban dando un programa de Docutv de la televisión española. Realmente no le había puesto atención hasta que al pasar frente al televisor, vi a una elegante dama que paseaba con su perro, era de mayor edad, de cabellos blancos, de nariz perfilada, que al llegar a su apartamento comenzó a ser entrevistada por una periodista, al parecer la señora, al igual que yo, era restauradora de antigüedades o pinturas. Hasta mostró un pequeño cuadro realizado por Picazo, pero lo que más me llamó la atención, en parte fue la similitud de su vida y la mía, ya que ella al igual que yo resultó ser transexual.

Pero no es solamente en eso en lo que nos parecemos, sino que hizo un corto comentario de cuando era una jovencita, y estudiaba en un colegio católico, por lo poco que pude escuchar, que a pesar de ser un colegio de varones, él o mejor dicho ella era tratada como la niña del colegio, y además comentó sin discreción alguna, que de toda la plantilla de sacerdotes que trabajaba en ese colegio, solo hubo uno con el que jamás se acostó.

En mi caso fueron dos, uno el Superior que por ser extremadamente viejo, que ni cuenta se daba de lo que pasaba a su alrededor, y el otro porque pienso que realmente si vivía lo que predicaba, contrario al resto de sus compañeros. Quienes de una manera u otra, siempre se salían con la suya, convenciéndome para que me acostase con ellos. Pero la verdad sea dicha, ya para cuando llegué a este colegio, tenía bastante experiencia sexual, a pesar de mi edad.

En el pueblo donde originalmente mi familia y yo vivíamos, desde bien jovencito, no tan solo me encantaba vestirme de nena, sino que los chicos me tratasen como a una. Y ya saben cómo son los muchachos de los pueblos, si se dan cuenta de que uno se resbala, terminan por empujárselo. Cosa que yo mismo buscaba que me sucediera, en un sinfín de ocasiones. Por lo que cuando entre al colegio, nada más bastó que atravesara caminando, moviendo mis caderas, por el patio central del colegio, para que todos se dieran cuenta de mí presencia, incluso los sacerdotes.

Como mi madre era bien católica, sin tan siquiera comentármelo antes, además de inscribirme en ese colegio, se las arregló para que me aceptasen de monaguillo. Cosa que a mí en el fondo, no me incomodaba, es más hasta en cierta manera lo disfrutaba, ya que al ponerme, el alba, o cualquiera de las vestiduras, me sentía como si estuviera usando un vestido, frente a todo el mundo. Al principio, como siempre era uno de los primeros en llegar a la iglesia, me quitaba mis pantalones, y así me sentía como si anduviera con una falda larga puesta. A los pocos días, también me quité la camisa, por un buen tiempo nadie se había dado cuenta. Hasta que un día uno de los sacerdotes que nunca me quitaba los ojos de encima, al terminar la misa, cuando yo me estaba quitando el alba, se dio cuenta que yo prácticamente estaba desnudo. Para colmo ese día tenía puestas unas pantaletitas blancas de algodón, que originalmente eran de mi hermana menor. En ese instante sentí que cerraron con fuerza, la puerta del vestidor que había en la sacristía, y al voltearme bastante asustado, me encontré con la inquisitiva mirada de ese sacerdote, el padre Pérez.

Cuando me preguntó porque andaba sin ropa, lo que se me ocurrió decirle fue, que era para que no se me arrugase, y que además tenía mucho calor. Pero él caminando a mí alrededor, e introduciendo uno de sus dedos por el elástico de mis pantis, me preguntó. ¿Y esto qué es? De inmediato, el mismo respondió afirmando, no es un interior, son unas pantaletas de chica. Hasta esos momentos, a pesar de mi evidente manera de ser, nadie me había puesto un dedo encima, y ya eso me estaba haciendo falta.

Lo único que se me ocurrió decirle, fue. Es que con la prisa que tenía esta mañana en casa, no me di cuenta de lo que me puse. Pero en ese mismo momento se me ocurrió algo, así que sin decirle nada me despojé de las pantaletas, quedando casi del todo desnudo frente a él. Quien al verme nada más usando mis medias y zapatos, con sus ojos que parecían se iban a salir de sus orbitas, me observaba mis nalguitas. Y de inmediato me dijo. Ya veo lo que estas buscando y yo te lo voy a dar. Así que sin decir más nada bajándose los pantalones y subiéndose la sotana, me agarró por las caderas y tras pasar sus dedos lleno de saliva entre mis nalgas, comenzó a penétrame.

Ya en esos momentos yo llevaba como un buen par de meses, que no sabía lo que era sentir una verga entrándome por el culo. Pero apenas sentí lo que el padre me empujaba, gustosamente abrí yo mismo abrí más mis nalgas. Sentí como todo su buen trozo de carne comenzó a penetrarme, mientras que él me decía, desde que te vi supe que en algún momento te lo iba a meter. Mientras que yo moviendo mi apretado culito, contra su cuerpo disfrutaba de lo que él me estaba haciendo. Por un buen rato disfruté de estar entre sus brazos, y de la manera en que me enterraba su grueso miembro.

A diferencia de los chicos de mi pueblo, el padre Pérez si sabía cómo tratarme, a medida que me enterraba sabrosamente toda su verga, sus manos acariciaban todo mi desnudo cuerpo, apretándome los pechos, y nalgueándome deliciosamente. Mientras que con su boca me besaba y mordisqueaba por el cuello, cuando no era que me decía al oído, lo sabroso que tenía mi culo, que yo era su putita, cosa que me encantaba escuchar de sus labios.

Así estuvimos por un largo rato, hasta que finalmente acabó dentro de mí. Después de lo cual, mientras yo me lavaba en el baño de la sacristía, me ordenó que no le dijese nada a nadie. Y yo así lo hice pero por lo visto, él no. Ya que a partir de esa semana, poco a poco y uno a uno, los doce sacerdotes que había en el colegio, eventualmente diez de ello tuvieron relaciones conmigo. Tan solo como ya dije hubo dos que jamás me tocaron ni insinuaron nada, y ya les explique las razones.

Cuando no era que me encerraba en la sacristía con el que estuviese de turno, era que nos ocultábamos en una de las tantas habitaciones vacías que tenía el colegio, donde disfrutábamos plenamente el uno de otro. Cuando no era que con toda su calma, me daban por el culo, si tenían prisa nada más me ponían a mamar, hasta que se venían dentro de mí boca. Yo en la mayoría de las ocasiones, me gustaba me ponerme una que otra prenda femenina, lo que ha alguno de ellos les encantaba mientras, que a otros, eso como que no le daban importancia alguna.

Pero la temporada de mayor actividad sexual dentro del colegió lo era para la fecha de la Semana Santa, ya que para esa fecha recibíamos a los seminaristas. Y con varios de ellos, también tuve relaciones, de manera bien seguida. En una ocasión, un sábado en la noche, como vivíamos prácticamente pegados del colegio, me escabullí por el patio de mi casa hasta el patio trasero del colegio, me había puesto el uniforme escolar de mi hermana, un jumper a cuadros rojos y negros, y como yo era mucho más alta que ella, la parte de la falda me quedaba como si fuera una mini, además también me puse una vaporosa blusa blanca de mi mamá, que ella ya no usaba, me solté el cabello que por lo general mantenía sujeto haciéndome una colita de caballo, me pinte los labios de un color rojo intenso, me puse algo de sombra en los ojos y con un lápiz de cejas me las delineé. Para después encontrarme con Ferdinan, un seminarista que entre nosotros él decía que era mi novio, apenas pudimos nos comenzamos a besar en un banco, ocultos tras los arbustos de cereza, a medida que Ferdinan me seguía besando ardientemente, sus manos acariciaba sin vergüenza alguna mis nalgas.

Fue cuando nos descubrió Sabino, otro de los seminaristas, quien simplemente dijo. Le voy a decir a todos lo que ustedes dos están haciendo haciendo o… y no dijo más nada pero si comenzó a tocarse su miembro por encima de la tela de su pantalón. Rápidamente entendí cuáles eran sus intenciones, así que sin dar muchos rodeos, le propuse que subiéramos al techo del colegio, donde nos encerramos en una covacha. Sin tan siquiera quitarme el uniforme, Sabino me levantó la falda, bajó las pantis que estaba usando y comenzó sabrosamente a darme por el culo. Mientras que golosamente yo le mamaba su verga a Ferdinan. Así estuvimos casi hasta la media noche, dejando que entre ellos dos me lo metieran una y otra vez.

Cuando finalmente me gradué de ese colegio, pensé que los padres me echarían de menos y hasta pensé en pasar a visitarlo con regularidad. Pero que va, como a la semana, después de la misa de las siete de la noche, pasé por la sacristía, y que para saludar, cuando me di cuenta de que uno de los sacerdotes, se lo estaba empujando a otro de los monaguillos, un chico casi de mi misma edad, que por lo serio que se veía yo jamás pensé que le gustase eso. Hay que ver todo lo que recordé, por un simple comentario que hizo esa persona en la televisión.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:11) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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