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Yolanda

Relato enviado por : AGutxi el 01/12/2004. Lecturas: 5114

etiquetas relato Yolanda .
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Resumen
Yolanda descrubre la dominación femenina. Que un hombre esta solo para servirla...


Relato
Folla con su vecino. jovencita folla con su vecino
Tengo 18 años y mi nombre es Yolanda. Sé que soy hermosa y que mi destino es dominar a los hombres. Advierto como ellos vuelven su cabeza para a mirarme y veo sus ojos llenos de deseo resbalar por mi cuerpo, recorrerlo con delectación, con ansia. Sé que mi larga melena negra les enloquece, que mi culo les vuelve locos y que mis pechos les hacen perder la razón, veo como miran mis piernas. Sé que son capaces de hacer cualquier cosa por mí. Y me encanta utilizar eso a mi favor, me encanta ver como un hombre suspira al verme y no puede dejar de posar sus ojos sobre mí, me encanta ver como el deseo aumenta y le consume, como su respiración se entrecorta, como no puede disimular su erección, aunque lo intente, ¡pobrecito!; y como es capaz de hacer cualquier cosa que yo le pida, como se convierte en un animalito a mis pies, como se arrastra y suplica. Me encanta ver a un hombre humillándose ante mí. Me gusta dominarlos, ser la dueña de la situación, la que manda. Y tengo multitud de ocasiones para aprovecharlas.

Siempre he sabido que los hombres me miran y me desean, noto como me observan, como tragan saliva si me dirijo a ellos, como me adoran, como están pendientes de mis caprichos, dispuestos a satisfacerlos aún con sus novias y esposas delante. Me gusta esa sensación, ser deseada, ver como un hombre es incapaz de controlarse y entonces ayudarle a hacerlo, controlándole yo. He aprendido mucho últimamente pero, antes, hace apenas un año esta situación era nueva para mí. Sabía que era el centro de atención (que era deseada y admirada), siempre lo he sabido, pero no sabía que pudiera controlar la situación hasta tal punto, no que pudiera aprovecharlo de esta forma.

Todavía recuerdo mi, digámosle, iniciación el pasado verano en Cullera, yo tenía 17 años. Era tan ingenua. Mis padres habían alquilado un apartamento como todos los años y teníamos de vecinos a una pareja joven; ella tendría unos 32 años, era rubia, delgadita, bastante alta. Muy mona. A mi padre se le iban los ojos detrás de ella cada vez que salía la piscina con un pequeño bikini negro. Él, tenía 36. Era alto, moreno, atlético, muy simpático. Mi madre decía que parecía un latin-lover. Ella y sus amigas fantaseaban a la hora del café sobre su cuerpo y de cómo lo debía hacer en la cama. Sí, la verdad que era mono y tenía una mirada penetrante de machito y seductor. De esos que van rompiendo corazones. Pero, la verdad, para mí no era nada especial (ninguno lo es), se comportaba como todos los demás. Cuando me veía se quedaba mirando, embobado, explorando mi cuerpo, desde mi pelo negro hasta la punta de mis pies.

Al principio no le di importancia, había percibido el mismo comportamiento en muchos hombres: en compañeros mayores de colegio, en mis profesores, incluso en los maridos de mis tías. No perdían oportunidad para acercarse a mí, para contemplarme, y cuando conseguían acercarse no se despegaban, sentía su sudor pegajoso, advertía como me espiaban, (sin poder controlarse, sin dejar de admirarme ni un solo segundo), me fijaba en como les costaba tragar saliva, como su respiración se hacía profunda, inconstante, arrítmica. Como su atención se centraba exclusivamente en mí. Me gustaba, era una sensación cómoda, me sentía poderosa de una manera especial, dueña de la situación. Yo aprovechaba, inocente de mí, para que mis cándidos caprichos se cumplieran. Me apetecía un refresco pues lo pedía, ponía cara de niña inocente y los miraba directamente a los ojos poniendo ojitos tiernos, intensamente, sin apartar la mirada. Apretaba mis tetas con los antebrazos para que se juntaran formando una montaña de carne prieta y joven y ellos, se volvían locos, el refresco estaba al momento en mi mesa. Y enseguida preguntaban si quería algo más. Siempre eran cosas por el estilo, un refresco, un pañuelo, cosas así. Pero un día todo fue diferente y a partir de ese momento mi vida cambio para siempre.

Mis padres y yo fuimos a comer con mis vecinos, todos juntos, para celebrar el comienzo del verano. Al terminar dimos un paseo. El calor era penetrante, sentía como el sol prendía mi cuerpo, como lamía cada centímetro, como se enroscaba sobre mi piel, abrazándome perezosamente. Sentía el calor dentro de mí, un calor profundo y dulce. Y tenía sed, mucha sed. Necesitaba que el agua fresca besara mi garganta y apagara el infierno que se había despertado en mi interior.

Mientras caminábamos, a lo lejos, ví una fuente -algo apartada del camino-, el agua salía a borbotones cada vez que abrían su grifo, refrescante, incitante, ofreciéndose como un regalo. Quería sentir esa frescura en mi garganta, que ese agua saludara mi cuerpo. En ese momento, me hubiera bañado en ella desnuda. Era hermoso mirar el agua saliendo de la fuente, el sol explotaba en mil colores en cada gota, manchando los jardines cercanos. Era un día hermoso.

Necesitaba ayuda para beber de la fuente y pregunté a mi vecino si me la prestaba. Su cara en ese momento era como la de un niño la mañana del día de reyes. Los demás siguieron su camino hacía el apartamento. Nosotros llegamos a la fuente y le pedí que abriera el grifo y lo mantuviera así mientras yo bebía. El sudaba, y no sólo era el calor el culpable. Y su carita, había que verla, era un poema.

No sé que se me pasó por la cabeza; si sería el calor, ese calor que nacía dentro de mí o algo escrito en el libro del destino, pero quise ser un poquito mala y para beber me puse de espaldas a él, colocando mis manos sobre la fuente y apoyando mi culo, contra su cuerpo, mientras bebía empecé a moverlo muy despacio, suavemente, haciendo pequeños círculos, acomodándolo hasta que note como su poya se colocaba justo en el centro, no tardé en darme cuenta en como aumentaba rápidamente de tamaño, él no se atrevía a moverse. Apliqué mi boca al grifo, el agua resbalaba por mis labios, mojándome la barbilla y llegando a mi camiseta de tirantes. Estaba fresca, casi fría y mojaba mi pecho haciendo que mis pezones se endurecieran a su contacto. Saqué la lengua, paseándola por mis labios mientras bebía y empecé a jugar con el chorro de agua, lamí el grifo indolente, su poya crecía cada vez más, oía claramente ruiditos (gemidos, suspiros) que salían de su boca, su respiración entrecortada, su cuerpo junto al mío palpitando.

Noté que su miembro estaba a punto de explotar y en ese preciso momento de una forma brusca y fulminante dejé de beber agua y me incorporé, dándome la vuelta. Le miré fijamente, desafiante. Estaba rojo, sudando, su cara estaba descompuesta, le di las gracias con mi carita de ángel y bajé los ojos muy despacio hasta llegar a su entrepierna, ahí estaba su miembro tumescente, debía dolerle una barbaridad, así erguido, enorme, duro dentro de su bañador.

En un acto reflejo intento cogerme y besarme, me zafé y le regañé como si fuera un niño, él bajó los ojos avergonzado pero su miembro seguía en alza, mientras lo reprendía agarré su poya todavía en su bañador y comencé a manosearla sin dejar de humillarle, me miró con una expresión en su cara mezcla de miedo y placer, y sus ojos se pusieron en blanco, su voz era inaudible, sólo podía balbucear, no pudo articular ni una sola palabra. Me encantaba esta situación, en ese preciso momento me sentía la reina de la creación, saqué la poya de su encierro y la miré, dura y enorme, desafiante. Sentí que eso era una forma de adoración, esa poya me estaba admirando, pobrecita. Era la primera vez que veía una de tan cerca y me gustó, era tan suave, tan grande, y obedecía a mis manos sin rechistar siguiendo el ritmo y la cadencia que estás imponían. Al preguntarle si le gustaba, regañándole a la vez por su comportamiento, él no atinaba a decir nada con sentido, movía la cabeza de un lado para otro, parecía disculparse pero era imposible entenderle nada. Sólo asentía con la cabeza como un niño pequeño.

Su poya empezó a palpitar, las venas se distinguían perfectamente, su "cabecita" estaba lívida y en ese momento la solté súbitamente. Su cara cambio por completo, del éxtasis pasó a la indefensión, parecía un niño perdido, asustado, empezó a balbucear, me suplicó, me imploró para que siguiera, me prometió el mundo entero si continuaba, yo empecé a reírme, me estaba divirtiendo mucho, verlo tan desprotegido, en mis manos y ¡sólo por una paja!, la cosa empezaba a ponerse muy interesante, y se puso mucho más cuando se arrodilló y me pidió que le permitiera terminar.

Pobrecito, estaba de rodillas, mirándome como si yo fuera una Diosa y su vida dependiera de mi capricho, ¡me idolatraba! Era una sensación sublime. Le dije que bueno que podía terminar pero que quería que terminara de masturbarse él, nunca había visto a un hombre hacerse una paja. Se estaba levantando cuando le pedí, como yo sólo se pedirlo, que lo hicieras de rodillas para mí. Ahí de rodillas empezó a machacársela, yo le acariciaba el pelo mientras él con la cabeza gacha se la meneaba, su carita apoyada contra mi muslo, besándolo, lamiéndolo despacio ¡se la estaba meneando por mí! Su mano trabajaba muy rápido y le ordené que fuera más despacio, él, pobrecito, obedeció al instante. Me empezaba a dar cuenta que haría lo que yo le pidiera y eso me complacía. Le pedí que fuera más rápido y por supuesto se sometió de inmediato. Su cara y su cuerpo temblaban de placer, todo lo indicaba: sus ojos cerrados, sus facciones trémulas, el hecho de que se mordiera un labio.

Estaba disfrutando, disfrutaba complaciéndome y yo quería ser complacida. Cada vez me sentía más cómoda, no me parecía raro ordenarle y que él obedeciera. En un momento y no sé porqué algo dentro de mí me dijo que debía terminar inmediatamente y de mi boca salió: ¡Córrete YA! Y él incontinentemente como si hubiera sido una orden directa de su cerebro empezó a correrse, sin poder parar, sin voluntad. De su enorme poya comenzó a salir un líquido blancuzco y denso a borbotones. Al terminar cayó a mis pies extenuado. Comencé a reírme y al verlo ahí de rodillas con su cara a mis pies hice lo que me pareció más normal; puse mi pie en su boca, fue algo automático. Le dije que lo besara. Él comenzó a besarlo, intentando subir por mi pierna, yo le paré de inmediato. Le ordené que se mantuviera besando mi pie, lo tuve así durante un ratito después le hice pasar al otro. Cuando me aburrí hice que levantara la cabeza, él todavía estaba de rodillas y agarrando su pelo le pregunte si le había gustado. Él, sin poder articular palabra todavía, movió la cabeza afirmativamente. Le dije que si era buen chico y se portaba bien repetiríamos la experiencia. Di media vuelta y me marché. El se incorporó rápidamente, arreglándose y me siguió.

A partir de ese momento fue mi mejor "amigo": Conseguí sin mucho esfuerzo lo que quise de él: que actuara como si fuera mi perrito y que ladrara antes de correrse, que fuera mi pony para poder montarlo y que me paseara por la habitación. En definitiva conseguí que fuera mío y solo mío. Todavía lo es. Cada día fui probando con él cosas diferentes a las que respondía de maravilla. A la segunda semana de su entrega le prohibí tener cualquier tipo de contacto sexual durante esa semana, ni con su mujer ni el solo, ¡NADA! El acató la orden con el consiguiente mosqueo de su mujer y la normal enervación en él, esperó hasta que el fin de semana y le premié como es debido, le hice invitarme a su casa, él había preparado una tarta y café. Su mujer no estaba, había ido a la playa con mis padres muy enfadada.

Llamé a la puerta. El abrió. Sólo con verme estaba excitadísimo, su poya sobresalía de sus bermudas. Entré en su casa y el cerró la puerta, rápidamente se desnudo y se arrodilló comenzando a besar mis pies. Perfecto, seguía el protocolo que habíamos (yo había) acordado. Lo tenía tan bien enseñado. Me dirigí a una gran silla que había en el salón y me senté. Él me siguió a cuatro patas hasta allí. La tarta y el café estaban en la mesa. Probé un bocado, me tomé el café y empecé a alimentarlo, con mi mano le daba trocitos de tarta, él de rodillas abría la boca y estiraba el cuello, sus manos estaban a la espalda, no podía tocarme. Y mientras, mi pie rozaba suavemente su poya que crecía de forma descomunal. Yo le animaba como si fuera mi mascota. Le pregunté si le gustaba como iba vestida. Llevaba una faldita corta de color morado y una camiseta blanca de tirantes; igual que el primer día. El movió rápidamente la cabeza afirmativamente.

Me levanté. El miró hacia arriba con cara de sorpresa. Me bajé las bragas pausadamente, preguntándole si le gustaba lo que estaba haciendo, el asentía con la cabeza. Al terminar, las acerqué a su cara. Las olisqueo. No podía ni tragar saliva, abrió la boca y metí mis bragas en ella. Su poya no aguantaba más. Su mano inició un movimiento hacia su miembro y le abofeteé, sollozó como un niño y las bragas cayeron de su boca. Me senté y abrí las piernas, sus ojos se abrieron como platos. No se atrevía a acercarse, así que agarré su cabeza por detrás y la empujé hacia mi coño. Él pobre animalito ya se había corrido. Lo tuve lamiendo mi coño durante más de una hora. Era maravilloso. Su poya se puso dura otra vez, amoratada, lívida. Y cuando yo me corría por tercera vez, le permití masturbarse. Le hice meneársela muy lentamente, despacio. Mientras, acariciaba su cabeza. Cuando estaba apunto cogí la taza vacía de café y le hice correrse dentro. Cuando terminó, me agradeció mi condescendencia y lamió mis pies como un tierno perrito, como mi mascota preferida. Me sentía orgullosa del buen trabajo realizado con él.

Otro día que aparecí en su casa a tomar café y mientras su mujer lo preparaba en la cocina le hice masturbarse en el salón mientras yo charlaba con ella. Siempre de rodillas ante mí. Mirándome con esa carita de adoración que saben poner los hombres. Casi siempre le dejaba terminar pero algunas veces me gustaba cortarle cuando estaba a punto de correrse y dejarlo con esa maravillosa erección para mí. Él suplicaba, se humillaba, besaba mis pies, lamía mis sandalias, lloraba como un niño. Y yo me portaba como su Ama, como su Dueña. Era yo quien decidía, no él.

A medida que pasaban los días y yo me encontraba más cómoda en mi nuevo rol de Ama empecé a establecer una serie de normas que él obedecía sin rechistar y de esta forma conseguí lo que fue mi primer esclavo y, más importante aún, la convicción y la seguridad de que cualquier hombre haría lo que yo le pidiese. Fernando que así se llamaba él, fue un maravilloso animalito durante ese verano y lo ha seguido siendo también durante este año, portándose incluso mejor que el año pasado.
 

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Si te ha gustado Yolanda vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

Por eso dedica 30 segundos a valorar Yolanda. AGutxi te lo agradecerá.


Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:23) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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