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5 días

Relato enviado por : vicioso el 29/06/2004. Lecturas: 6940

etiquetas relato 5 días .
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Resumen
Gerardo y tres amigos más pasan juntos, cada año, cinco días peregrinando lugares de su juventud revolucionaria. Para Gerardo, esos cinco días van a ser únicos, intensos, verdaderos y definitivos. Los gozará en compañía de una muchacha volcada contin...


Relato
OBSESIÓN


Prólogo


Acababa de bajar del avión 787 procedente de Canarias Llegamos a Barajas a las 08:30 de aquella mañana fría. Sólo iba a pasar cinco días con los compañeros de la cédula 11. Llevaba un bolso de mano ancho con cuatro mudas, tres camisas, dos corbatas, el terno oscuro que tenía puesto y otro más claro en la bolsa. Nunca llevaba más de lo que tenía ahora, no me gustaba pasar por la terminal, la gente, el esperar, maletas que se parecen, que se confunden…


Caminaba hacia la salida y los pasajeros se juntaban con otros pasajeros de vuelos distintos. Los sorteaba y ni los miraba. De pronto alguien tropieza conmigo y casi me hace perder el equilibro. Es una joven más alta que yo y lleva gafas oscuras. Tiene su mano izquierda pegada al oído de ese lado.


-Disculpe, señor, no me di cuenta…


Se gira de espalda sin esperar respuesta mía. La miro molesto y la veo colgada a un móvil, gesticulando, con voz agraviada, bajando la voz y subiéndola al momento. Se gira ahora de perfil y se inclina al tiempo que mueve el brazo derecho que está libre como dando más fuerza a su voz quebrada por la angustia. Me mantenía allí firme, esperando que me pidiera el perdón


-Te lo suplico, Alejandro, no te marches ahora. Podemos empezar de nuevo, compréndelo me moles… –Desde el otro lado de la línea alguien le dicen algo y la interrumpe


Se gira y queda vuelta hacia mí, echándose el cabello largo y lleno de ondas hacia atrás y en un estado de nerviosismo patente. Se da cuenta que la miro y se vuelve de espalda rápidamente. No tengo esperanzas


-¡Venga, hombre! ¡Anda ya!... ¿Y tus putaditas, qué? –Se aleja hacia el fondo de la enorme sala.


No era bonita pero con un cuerpo de infarto. Los pantalones vaqueros azules muy ceñidos señalaban unas nalgas en forma de corazón bien delimitadas y dejando ver perfectamente el nacimiento de los muslos redondos y apretados por aquellas perneras que desaparecían dentro de unas botas negras de caña alta. Llevaba una camisilla blanca de tirantes también ceñida y que dejaba ver unos quince centímetro de cintura. Un bolso forrado en tela vaquera del mismo color le colgaba del hombro. Sus cabellos eran largos, sedosos, llenos de rizos brillantes y se alborotaban mucho por la cantidad de movimientos que ella hacía.


-Preciosa de verdad ¡Lástima! –Digo en voz alta, deseando que me oyera. Estaba cabreado, frustrado- ¡Ya me gustaría a mí consolarla a solas, señorita!


Seguí mi camino. Un guardia Civil apostado en la puerta automática contemplaba y vigilaba la llegada de los pasajeros. Salí y me estaban esperando tres compañeros de la célula. Nos abrazamos y comenzamos a hablar animadamente. Queríamos preguntarnos mil cosas en un instante y compendiar aquel año de ausencia en un momento, a borbotones, quitándonos las palabras de la boca. La joven del móvil salía. Ahora la veía de frente. La camisilla ajustada dejaba ver unos buenos pechos sin sujetador y moviéndose descaradamente Sus pezones debían ser grandes o estaban excitados. La pequeñez de la prenda casi no los tapaba. El pantalón era de cintura baja y estaba tan ajustado que la cruz se introducía en la vulva y dejaba ver los labios vaginales separados por la costura. No llevaba cinturón. Nos quedamos lelos, admirados observándola. Caminaba deprisa y sus pechos se movían de forma mortificadora, escandalosa. La chica nos miró y un rictus de asco apareció en su boca.


-¡Viejos cerdos! –Escupió cuando pasaba a nuestro lado dejando un precioso olor a perfume francés.


-¡Puta! –Dijo Nicolás con rapidez ofendido y alterado, moviéndose hacia ella


-¡Eh, eh, eh, Nicolás! ¡No ofendas! –Me puse delante y le pedí calma


-¡Nos ha llamado viejos cerdos!


-¿Y cómo la hemos mirado nosotros, eh? –Dije algo enojado con Nicolás sin saber el por que.


Los otros dos, Carlos y Pedro, seguían con la vista a la espectacular muchacha que se alejaba a pasos agigantados, moviendo aquellas caderas de infarto. Un poco más allá redujo la marcha, sacó el móvil del bolso colgado al hombro, estuvo tecleando y nuevamente lo ponía al oído. Su andar no era tan rápido pero seguía avanzando ligera.


-¡Carajo! –Exclamó Carlos en el colmo de la admiración- ¿Habéis visto lo cachonda que está la chorva? ¡La madre que la parió! ¡Qué buena está!




La Cédula 11


Nicolás, Federico, Carlos, Pedro, Manuel, Esteban, Nicolás II, Francisco y yo, que me llamo Gerardo, componíamos la Cédula del sector estudiantil de institutos adscrita a la oposición en el exilio y que trabajaba desde hacía más de 25 años por una España libre. Nos llamábamos Cédula 11 porque nos reuníamos en la cafetería Alcázar de Toledo, que estaba en el número once de la calle San Pedro. Cuando este país entró en democracia, y los nuestros fueron amnistiados y reconocidos política y socialmente como partidos nosotros, la Cédula 11, nos disolvieron como a los milicianos que lucharon valientemente en la guerra de España del 36 y prometimos, bajo juramento, mano sobre mano, que nos veríamos todos los años para visitar y recordar nuestras andaduras anteriores y las presentes.


Y así fue, durante siete años seguidos nos reuníamos todos durante cinco días en el hotel Concorde, situado en la misma calle y recorríamos, como en peregrinación, los lugares en los que habíamos estando cooperando y luchando en la clandestinidad. Por las noches nos íbamos a cenar, bailar y a ligar. Muchas chavalas, en aquellos años, cayeron en nuestras habitaciones todos los días y, con el destape de los años 78-85, lográbamos hacer orgías de cama redonda ¡Qué bien lo pasábamos! En el último año que pasamos todos juntos, en 1983, por realizar estas reuniones desenfrenadas, con alcohol y alborotos incluidos, nos echaron del hotel trayéndonos a la policía a la que nos enfrentamos, medio borrachos y calientes, a puñetazos limpios. Dormimos, durante dos noches y dos días, en los calabozos todos apiñaditos como buenos chicos. Al año siguiente de que nos echaran volvimos al hotel con caras de buenas personas, compungidos, uniditos como para dar veracidad a nuestros arrepentimientos y el director, sonriendo y con aptitud paternalista, no creyéndose lo que le decíamos, nos perdonó nuestras "faltillas" y transigió con otras menos escandalosas pero muy efectivas


En 1984, Nicolás II y Manuel, mecánicos electricistas de tecnología punta de la RENFE, murieron en un accidente de coche. Ese año, durante cuarenta y ocho horas, les guardamos luto y fidelidad, al tercero, cuarto y quinto día la juventud y el desenfado de los veinte años algo largos, nos llevó al libertinaje y al crapulismo del sexo en expansión. Pero llegó el momento de contraer matrimonio y centrar nuestras vidas, a ser más sensatos y comenzamos a faltar a las citas de los siguientes años con excusas tan recurridas como los hijos, la mujer, la familia… Y, desde los tres años atrás hasta ese momento, solo quedamos Pedro, Carlos, Nicolás y yo. Todos nosotros casados pero seguíamos siendo putañeros durante esos cinco días al año de libertad absoluta. El que más o el que menos de los que estábamos reunidos teníamos problemas matrimoniales.


Desde el aeropuerto nos dirigimos, como era costumbre a inscribirnos en el hotel Concorde, De ahí nos fuimos a la cafetería El Alcázar de Toledo, primer recorrido del periplo y fue cuando la volví a ver, sentada en una mesa, con una coca-cola delante y, como era costumbre, pegada al móvil, triste, melancólica con los ojos llorosos, suplicando con voz quebrada, gesticulando siempre ¡qué hermosa, Dios santo, qué hermosa!


-¡Mirad, mirad, compañeros! ¡La chorva del chocho grande! –Gritó Nicolás a todo pulmón y muy jubiloso.


Carlos y yo quisimos que la tierra nos tragara en aquel momento, Pedro comenzó a taparse la boca para contener la carcajada. La vergüenza nos inundó, Carlos y yo quisimos salir de inmediato de allí empujando a Nicolás con nosotros hacia la calle, Pedro se apoyaba en el hombro de Nicolás llorando de la risa. La había visto al entrar y ella a mí también, nos cruzamos las miradas. Yo le demostré una admiración descarada y ella me ignoró con indiferencia. Ante aquella entrada tan "bestial" de Nicolás en la cafetería, la chica giró la cara avergonzada y asqueada ante las carcajadas constantes y sonoras de los presentes que la miraban y del propio compañero Pedro.


Nicolás y Pedro no quisieron marcharse y entraron solos, nosotros lo acompañamos al minuto siguiente. La chica estaba delante y de perfil a nosotros. No podía quitarle la vista de encima y, mis compañeros se dedicaron a organizar el circuito "turístico" de nuestras andanzas. El pelo ondulado le tapaba, a veces, la cara algo redonda, de ojos separados y más bien pequeños, nariz respingona y boca grande de labios gruesos. La frente despejada y con una pequeña cicatriz. No era bonita en absoluto pero del cuello para abajo no tenía desperdicio alguno. Sin embargo, me cautivó, me obsesionó desde que la vi en el aeropuerto. La tristeza siempre presente en su rostro le daba un toque muy personal a su poca belleza. No cabían dudas que lo estaba pasando mal y, el cabronazo del otro lado del teléfono, no le importaba nada de nada las insistencias de la pobre mujer. Pensaba todo esto sin apartar la mirada de ella. Tan concentrado estaba en la joven que no me di cuenta que me observaba también. El que ella me gustara debía de ser muy patente porque no me miraba con asco sino seria y con un cierto atisbo de gratitud en su semblante. Aparté la mirada rápidamente. Cinco minutos después se marchó


-¡Joder, compadres! ¡Yo me comería ese culo ahora mismo si no cagara! –Bramó Nicolás con su habitual brutalidad y gracejo. Los compañeros se revolcaban de risa, yo estaba serio, me había dolido, sin saber por qué, el comentario obsceno del bueno de Nicolás.


Durante toda la mañana visitamos lugares que nos hicieron sentir emoción como siempre. Preguntamos por personas que nos habían ayudado y que habían desaparecido por el peso de los años. La estación ferroviaria de Atocha, el andén 19, donde solíamos recoger los panfletos venidos de Francia para repartirlos por todo Madrid. Paramos, esa mañana, en el hoy gran Corte Inglés y antes un establecimiento de cuatro pisos, de la calle Raimundo Fernández Villaverde, donde comimos. En ningún momento se apartó de mi pensamiento aquella muchacha.


Algo sentó mal a Carlos después de comer que se la pasó en su habitación sin ganas de salir, acostado, devolviendo, visitando constantemente el baño. Llamamos al médico y sus dolencias desaparecieron. Bajé al salón de lecturas y, al entrar, la encontré allí ¡Estaba hospedada en el mismo hotel! El corazón brincó de alegría ¡Cielo santo, qué coincidencia! Estaba frente a mí leyendo un libro, sentada en un sillón con una mesita al lado donde se veía el dichoso móvil encendido. Vestía un pantalón blanco muy estrecho, con todas las caracterísitica del anterior. Una blusita rosada y transparente dejaba ver, claramente, un mini sujetador que a duras penas mantenía aquel pecho grande y hermoso de mujer. Las piernas abiertas dejaban ver el sexo dividido por la costura que se metía entre los gruesos labios vaginales tan golosos y grandes. Mi pene se alteró y debió crecer algo. Cuando quise pasar desapercibido la chica me vio y también se sorprendió. Noté alegría en su cara y sus ojos siguieron mi figura hasta que senté en un sillón próximo al suyo. Tomé una revista, la miré, con ese gesto mecánico sin poderlo evitar, y ella estaba fija en mí. Por sus ojos y la suave sonrisa burlona comprendí que sabía que la volvería a mirar. Como un niño cogido en falta tapé la cara con la revista. Me encontraba nervioso y mi pene no quería bajarse. El saber que ella estaba allí me causaba tormento, placer. La revista temblaba en mis manos. No leía, no veía lo que tenía delante tan sólo quería volverla a ver. Poco a poco fui bajando la publicación y, como al descuido, miré hacia el lugar de la chica ¡No estaba!


Pensé que si salía detrás de ella se daría cuenta y esperé unos cinco minutos cronometrados. Me puse en pie como un rehilete y salí del salón. Pasando la puerta de cristal, a la izquierda, estaba otra cristalera que daba a la piscina. El recinto exterior se encontraba animado, hombres y mujeres en trajes de baño paseaban, se bañaban. Sentados solos o reunidos en las múltiples hamacas, unos dormían otros charlaban animadamente. Los camareros iban y venían con los pedidos en las bandejas que parecían apéndices de sus manos. Frente, bajo un techo al aire estaba la cafetería muy concurrida. Eché un vistazo a todo el recinto buscándola. Sentada en el mismo pasillo de la cafetería estaba la muchacha con sus gafas de sol puestas, sin camisa, mostrando sus pechos dentro de aquel sujetador del bikini diminuto y el libro abierto sobre sus piernas. Tuve la certeza plena de que sus pequeños ojos estaban fijos en la puerta donde yo me encontraba. Una amplia sonrisa apareció en su boca grande de labios gruesos y rojos.


¡Nuevamente descubierto! Estaba tan indefenso como el piojo en una calva. Dirigí los pasos hacia la barra y pedí un cortado. Las manos me temblaban ¡Cómo había sido tan imbécil! ¡Una chiquilla de algo más de veinte años jugaba conmigo al gato y al ratón descaradamente! El cortado me supo a rayos, no osaba mirar hacia el lado derecho y al fondo pero la curiosidad, que no es totalmente femenina, el hombre también la practica, hizo que girara la cabeza un poco, lo suficiente para observarla. No se había movido, leyendo o manipulando el móvil, comprobando, dejándolo, leyendo otra vez ¡Y girando su cara hacia donde yo estaba de sopetón! Si señor, allí estaba yo, detrás de una veinte añeras fenomenal, haciendo el ridículo como buen hombre, tomando un café que ya no existía, vigilándola, comiéndola con los ojos ¡Desesperado!


Cuando volví a mirar, ya vencido y ridiculizado, estaba ella entrando en el salón con su sempiterno móvil en la oreja. Avisé al barman con los ojos, pedí la cuenta y marché a lo tonto hacia el interior. Antes de entrar la oí que decía


-…¡mira, Ángela! ¡Dile que ya no volveré a llamarlo! Que quede tranquilo, se divierta con su mujercita y esa niñata de hija que tiene





-¡Ah, coño! ¿Está en la Sierra?





-No te preocupes, Ángela, déjalo pasar ¡Yo se buscarme la vida sola! ¡Adiós!


Dejé pasar un rato y entré. Continuaba allí, paseándose inquieta, con el pensamiento en otro sitio. Pasé a su lado y no me vio, olía a su perfume francés, entré en el salón de lecturas y me senté donde había estado la primera vez. Leyendo el periódico me encontraba cuando percibí que alguien se sentada en el sillón de delante. Miré


-¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mí? –Estaba frente a mí, con todo su poderío de mujer- ¿Tanto te gusto? Te diré que no soy una pu…


-Si, me gustaste desde que te vi. esta mañana en el aeropuerto –Dije interrumpiéndola- Luego me impactaste con esa angustia constante que te domina. No sé si es deseo carnal u obsesión por ti. Sólo sé que cada vez que te veo no puedo apartarte ni un momento de mi pensamiento y mis pasos van hacia donde estás tú –Hablé de corrido, nervioso pero ya no podía echarme atrás. Estaba descubierto- Esta mañana, estando con mis amigos, no dejaba de pensar en ti ¿Por qué no apagas ese móvil maldito que te está haciendo tanto daño? Te olvidas por un buen rato de quien sea, nos tomamos algo, hablamos y disipas esos pensamientos que te han tenido sola, triste y llorosa todo el tiempo.


Ella se quedó mirándome largamente, luego, levantándose se alejó hacia la salida del salón. Aquellas nalgas con forma de corazón y duras se movían al caminar, insinuantes, tentadoras ¡fascinantes!


-¿Por qué no me acomp…? –Se había vuelto ¡Maldita sea mi estampa! ¡Otra vez! Su cara la giró hacia un lado y un ojo casi lo cerró ¡Me había sorprendido mirándole su hermoso culo y sus piernas! Rió alegremente echando la cabeza hacia atrás- ¡Anda, ven! Invítame a lo que quieras. Me llamo Elisa ¿Y tú?




Una noche de ensueño


Aquella tarde, que yo recuerde, fue la más interesante que he pasado con mujer alguna. Con Marta, mi mujer, en los nueve años de matrimonio, tres lo pasamos relativamente bien, tres nos soportábamos a duras penas y el resto entre estira y encoge y muchas mentiras. Ella con sus pruritos religiosos sobre las relaciones entre hombre y mujer y yo con la mente más despejada y adelantada sobre el sexo. Con esta muchacha, abierta, liberal, alegre y cachonda podía hablar de cualquier cosa sin tener que dar rodeos. Pasamos parte de la tarde sentado en la zona de la piscina tomando güisqui ella y un cubata yo, luego saliendo del hotel y paseando por las calles, hablando sin parar, riéndonos, contándonos chistes de todos los colores, olvidada totalmente de su móvil que no sonó ni tan siquiera para avisar de los mensajes. En fin, la tarde mejor que he tenido con señora alguna.


Paseando por el paseo de El Prado nos cogió la noche y la hora de cenar. Ni ella ni yo nos dimos cuenta de nada hasta que un reloj, de algún edificio importante, dio las horas y esta vez señaló las nueve.


-¿No sientes hambre, Gerardo? –Dijo parándose y tocándome en el brazo


-¡Si, es verdad! Ahora que lo dices ¡Vamos para el hotel corriendo!


Y Elisa, sin vergüenza, reparos tontos, con la libertad a la que estaba acostumbrada, me tomó de la mano y corrimos animadamente El Prado adelante hasta entrar en la calle Atocha. Ella alta, llevándome la frente, yo más bajo y mayor formábamos la pareja dispareja. Verla correr a mi lado era la gloria personificada, los senos generosos se movían arriba y abajo indolentemente haciendo que toda la adrenalina de mi cuerpo fluyera de forma alarmante y me sofocara. Elisa se paró y, con cara alarmada se disculpó.


-¡Perdona, Gerardo, no me di cuenta! Es posible que no estés acostumbrado a correr y …


-¡No te preocupes, Elisa! No es el trotar, estoy acostumbrado a correr diez kilómetros diarios. Eres tú y tu anatomía preciosa.


No comprendió de pronto hasta que se miró y se dio cuenta de lo que quería decir. Comenzó con unas carcajadas fuertes que hacía que su tronco fuera de atrás hacia adelante apoyándose en sus muslos y estremeciéndose toda por la risa imparable


-¡Hay, hay, Gerardo! ¡Dejarías de ser hombre si no te fijaras en los atributos de una mujer! Es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo ¿Vámos?


Volvió a darme la mano pero esta vez como hacen las parejas de enamorados, palma con palma y los dedos entrelazados. Nuevamente corrimos, no reparaba en mostrarme su cuerpo en plena acción y, de vez en cuando, dirigía sus ojos hacia mí y guiñaba el derecho a la vez que mostraba una sonrisa sincera. Llegamos a la calle San Pedro y entramos en el hotel. Pasamos al comedor tal cual estábamos y elegimos una mesa en el centro de él. Sofocados, algo sudorosos, alegres, felices por los momentos pasados. Elisa miraba su alrededor de otra manera, con una sonrisa permanente en su boca grande y gruesa, los ojos brillantes y pícaros. Volvió a guiñarme el ojo derecho y dijo.


-Gracias, Gerardo. He pasado unas horas deliciosas. Me has hecho olvidad, por unas horas, una relación que está siendo dolorosa para mí en todo momento –Lo decía con sinceridad, mirándome en profundidad mientras se ponía la servilleta en los muslos


No contesté tan solo hice un gesto que quitaba importancia. Pedimos el menú de esa noche que nos agradó y, entre platos, copas de vino y una charla amena acabamos con la comida y llegamos al café.


-¿Te gustaría ir a la discoteca? La música que pone es buena de bailar y, después de la carrera, no creo que nos apetezca pegar brincos ¿No crees?


-¡Buena idea! Tampoco soy de los que gustan de música muy movida. El baile es para gozarlo con la mujer y no para que cada uno vaya por su lado.


Y pasamos a la disco cogido de las manos. Esta vez fui yo quien se atrevió a tomarla sin decir nada y Elisa la apretó en un gesto de asentimiento.


Nos sentamos en una mesa apartada, oscurecida y, después de pedir, ella me invitó haciendo un gesto con sus ojos. Salimos a la pista. Tocaba una pieza lenta, la tomé entre mis brazos y comenzamos los primeros pasos. Elisa, como al descuido, se pegó a mí, puso sus brazos alrededor de mi cuello y sus pechos quedaron algo aplastados por arriba de mi torso. Sentía su espalda y su columna dura, tibias, tersa y la apreté. A medida que los compases de la música avanzaba mis manos corrían de arriba hacia abajo con suaves caricias hasta que llegaron a sus caderas donde me detuve apretándola levemente en principio para ser atrevido más tarde. Ella se arrimó más y sus mamas quedaron hundidas en mí. La conduje hacia el perímetro de la pista donde la luz en movimiento nos dejaba en penumbras, sin que nos observaran, solos, fundidos como una sola persona y mis manos se apoderaron desesperadamente de los glúteos macizos y apretados por los pantalones y los estrujé y los subía mientras mis caricias se hacían más fuertes y atrevidas. Casi no bailábamos, nuestros cuerpos se movían muy lentamente de un lado a otro. Elisa besó mi mejilla y deslizó sus labios hacia la oreja izquierda, la mordía y su lengua la mojaba. Introdujo media oreja en su boca y la chupaba. Yo enloquecí y mi pene quedó totalmente enhiesto y lo clavé entre sus piernas que lo recibió apretándolo entre ellas rozando la base de su vulva. Acariciaba y apretaba toda la superficie de las nalgas, subía la mano derecha, la dirigía hacia los pechos y tocaba aquella masa de teta aplastada contra mí.

Estuvimos en aquel rincón dos piezas más, yo con las manos perdidas en su cuerpo, Elisa besándome, buscando mi boca, mordiendo mis labios, chupando la nariz, lamiéndome la cara y acariciándola con sus gruesos labios después. Fui sacando poco a poco la blusa de seda transparente de la parte de atrás del pantalón y metía la mano y acariciaba aquella espalda de piel tersa y fina que se electrizaba al contacto de mis dedos. Elisa se separaba de mí y me permitía que le tocara su pecho izquierdo de abajo hacia arriba. El sujetador de copa pequeña dejaba percibir un pezón medianamente grande que estaba duro como una piedra.


-Vamos… vamos… a la mesa, Gerardo, por favor –Elisa estaba excitada y, cuando nos dirigimos hacia nuestro sitio ella casi no podía caminar. Nos sentamos y la tomé de los hombros y la atraje hacia mí -¡Dios, nunca creí tener a esta mujer!- Me decía para mis adentros. Su boca abierta y yo zambullido en ella literalmente, con la mano derecha crispada en su pecho derecho ocultando las caricias al público con mi espalda. La muchacha bajó su mano derecha, la pasó entre mis muslos y cogio con toda ella mi pene cerrándola en torno a él, apretando y comprobando el tamaño. Dentro de su boca, saboreándola toda le susurraba.


-Elisa, sé que no soy el hombre de tu vida, el que te tiene enamorada, al que tú persigues. Te doblo la edad posiblemente. Estás empezando a vivir y yo… yo he vivido la mitad de la mía –Mordía sus labios y la saliva de los dos nos corría por nuestras comisuras. Ella escurriéndose en la silla con mi falo bien apretado y acariciando con el pulgar la cabeza- Me veía mayor que tú y sabía perfectamente que… la ley de la vida me decía que no al sueño sobre una mujer muy joven, hermosa, que podía, tranquilamente, ser mi hija. Pero ¡Oh, Dios bendito! ¡Estás aquí, conmigo y eso… eso…!


Elisa soltó mi pene y su brazo lo pasó por mi cuello y me abrazó con fuerza. Separó su boca de la mía y me miró a los ojos


-¡Una mujer joven también puede tener deseos de estar con un hombre como tú! ¡De saberse querida y acariciada por él! ¡De aprender junto a esa vida que todavía le queda por vivir! Llévame a tu habitación, Gerardo, llévame y comienza a demostrarme quien eres. Yo procuraré poner mi granito de arena.


Nos levantamos como pudimos, sofocados, calientes, fuera de sí cada uno. Pagué y salimos, pedí la llave y entramos en el ascensor, la arrinconé en la esquina del fondo mientras subíamos al tercer piso


-Elisa, sé mía esta noche –Decía sobre su cuello, buscando su oreja, besando su rostro congestionado por la excitación- Sé mía esta noche luego…, luego marcha si es tu deseo. Déjame tu recuerdo, tu calor, ya ves pido poco y me conformo con eso


Acariciaba aquellos labios vaginales marcados profusamente por la estrechez del pantalón y separados por la costura. Los apretaba y notaba lo grande y carnoso que eran. Elisa se encogía hacia delante y cerraba, sin quererlo, las piernas en torno a la mano acariciante. El ascensor se paró y yo me separé a duras penas. La conduje hacia mi habitación y me pareció que estaba en la luna ¡Qué largo me pareció aquel pasillo! Cuando entramos y cerré la puerta creí que estaba en la mitad de la habitación pero no, estaba al lado izquierdo, pegada contra la pared, los brazos abiertos en diagonal, diciéndome que se entregaba totalmente a mí. Quedé frente a ella en silencio y comencé a desabrochar la blusa transparente botón a botón, abriéndola a medida que desalojaba un ojal, viendo unos pechos macizos, generosos, anchos. Aparté toda la camisa sacándola del estrecho pantalón y tocando con el índice el canal que formaba cada pecho.


-Voy a hacer un festín de tus senos, gustaré de ellos, gozaré de esta belleza natural que te ha dado la naturaleza y luego, luego seguiré por aquí… –El índice bajaba lentamente por el estómago plano, aterciopelado, redondeaba su ombligo, hundiéndome en él y seguía avanzando hacia el pubis, marcando siempre con el dedo aquel triángulo- Y beberé de esta fuente de vida, Elisa, ahora…, toda la noche.


Nuevamente cogí la vulva marcada hasta la saciedad y la apreté una y mil veces. Ahora mis dedos pasaban por la costura que se metían entre los labios y buscaba los laterales, los acariciaba uno y luego el otro y a continuación los abarcaba con toda la palma del a mano y volvía a repetir la acción. Elisa sentía mi mano sobre su sexo e iba agachándose lentamente ante la caricia. La boca abierta y la saliva resbalándole por su boca. Los ojos medio cerrados, mirándome como asustada. La pierna derecha subiendo a medida que me apoderaba completamente de la vulva, la restregaba por su monte de Venus con toda la mano abierta y bajaba otra vez y la apretaba cada vez más fuerte hasta que ella esgrimía unos grititos de puro gusto ante el estímulo recibido. La redonda cara estaba tan cerca de la mía que no tuve más que hacer un pequeño giro hacia la derecha y apoderarme de los labios gruesos y comenzar a morderlos con los dientes, a besarlos, a mojarlos con mi lengua cuando la pasaba por ellos y bajar hacia la barbilla y, abriendo la boca, la metía dentro, le chupaba todo el mentón y lo lamía como si fuera un enorme pezón.


Había subido hacia la cinturilla del pantalón y, a duras penas desabroché el botón metálico. La cremallera bajó por sí sola debido a la estrechez de la prenda. Sin dejar de chupar su barbilla, dejándole sentir mis dientes, lo bajé centímetro a centímetro, con dificultad por lo ajustado que se encontraba. Lo que tocaba no era más que sus caderas desnudas, tibias. Estrujé con mis manos los glúteos y acaricie la superficie suave y limpia de vellos. Percibí un pequeño tanga incrustado entre las nalgas y metí los dedos de mis manos entre ellas hasta el fondo y los deslicé lentamente buscando el principio de los hinchados labios vaginales -¡Dios!- Exclamé desde mi interior -¡Esta mujer es una verdadera gozada! ¡Una hembra maravillosa que me la has puesto delante para gloria mía!- Elisa quería poner las manos sobre mí pero titubeaba una y otra vez. La sentía vibrar, estremecerse. Su piel se volvió de gallilla, erizada y los gemidos eran constantes. Dejé la barbilla y comencé a besar el cuello. Pase la mano derecha hacia el sexo y el que se estremeció fui yo. Grande, carnoso, El triangulito de la braga se adhería de tal forma a ellos que más parecía que no tenía nada y permitía apreciar la magnitud de aquella vulva magistral y algo velluda. La apreté de forma seguida y hundí el canto de mi dedo índice entre los labios y froté aquel pliegue de arriba abajo con intensidad y varias veces. Elisa dejó oír un gritito agudo y profundo y se estiró hacia arriba cuan larga era logrando poner sus manos sobre mi cintura y apoyándose en ella. Como la estaba besando todo su cuello la cabeza de ella empezó a tensarse y su hermoso cuerpo a temblar y a convulsionarse. Levantó la pierna derecha hasta hacer un ángulo recto y pegarla a mi costado izquierdo y el grito se hizo más fuerte y se convirtió en gemidos intensos, desaforados y, cogiendo mi mano la paró y la hundió en su coño con una fuerza que yo no me atrevía a Imprimirle, no sin ganas, claro y se corrió de auténtico gusto. Apretó tanto la mano que tenía apoyada en mi cintura que sentí un dolor que me recorrió en redondo. Diez o quince segundos después, ya más calmada, controlando los grandes jadeos Elisa fue replegándose y volviendo a la normalidad. El tanga comenzó a mojarse de inmediato y con él mi dedo incrustado en los labios.


Elisa resoplaba todavía cuando yo empecé a pasar mis labios por sus pechos y besaba las dos masas hundiéndome en ellas, mordiendo los pezones con los labios y haciéndole sentir mis dientes a modo de sierra. Mamaba aquellos pezones duros y los absorbía hacia adentro como hacen los bebés en busca de su alimento. Tomó mi cabeza para separarla de sus senos pero no cejé ni paré. Poco después, lentamente comenzaba a bajar por su vientre, pasándole la lengua por todo él, mordiéndola, buscando sus puntos de placer, apoderándome con la mano de su pecho izquierdo y amasándolo con pasión pero sin violencia mientras iba recorriendo mi boca con una lentitud pasmosa hacia su pubis. Llegué a la pletina de su tanguita y la dejé resbalar hasta sus rodillas. Con mi boca abierta, mis dientes en contacto con su piel, la lengua dejando estelas de humedad por toda ella la introduje en el vello púbico no muy abundante que estaba embadurnado de sus flujos. El triangulito de esa prenda se había empapado y dejó todo el mote de Venus mojado. Comencé a hurgar, a mordisquear mientras mi mano izquierda se apoderaba de la nalga derecha y llegué a la vulva totalmente bañada. Mi lengua viperina y despiadada no dejaba de trabajar, conocer y absorber sus flujos que sabía a gloria bendita, y la fui introduciendo, poco a poco, en el interior de aquellos labios medios cerrados, gruesos y alargados. ¡Dios, poseía un coño grande para asombro mío!, campo maravilloso para poder lamerla, realizar el culilinguo y procurar encontrar aquel famoso punto G que toda mujer dicen tiene entre sus piernas. Solté su pecho y empleé la mano en remover en el pliegue vaginal abrirlo y dejar expedito para mi lengua que ya llegaba a entra, hurgar y deslizarse por los labios menores acariciando esa piel finísima, delicada al tacto de la lengua, saboreándolos, deleitándome de su enorme juventud. Vi el clítoris engrandecido, destilando gotitas perladas de sus orgasmos y lo toqué y apreté. Elisa, en un acto reflejo, violento, se apartó algo de mi boca y sus piernas se juntaron queriendo proteger su precioso órgano de la vida y un gran estremecimiento la recorrió. Su garganta dejó exhalar un gemido agónico, patético, raro. No tuve piedad, bruscamente la tomé por las nalgas y la hundí contra mi boca y continué con la exploración. Estando apoyada sobre la pared, sin otra salida, se movía a golpe de espasmo, queriéndose desprender y deseando a la vez que la volviera loca con mis lengüetazos. Tomaba mi cabeza con sus dos manos y la restregaba en ella y, a la vez, pretendía apartarla con violencia, tal era su situación de extremo sofoco. Pero, parece mentira, la cabeza que está suspendida en la primera cervical de la columna, que es puntiaguda tiene una fuerza tal que los brazos no son capaces de apartarla y de eso me aproveché yo sin ninguna piedad. Tan fuera de sí estaba nuevamente que daba golpes con los puños contra la pared. Mi órgano depredador, lascivo, no paraba de auscultar aquella vulva que segregaba líquido y la pasaba desde arriba abajo y de abajo hacia arriba y mordía el clítoris con los labios y la pobre muchacha, casi llorando, se despatarraba por la flojera de sus piernas, vencida, fuera de si, suplicándome la vida, suplicándome que la dejara.


-¡Gerardo, Gerardo, por tu madre, no sigas! ¡Dios míoooo! –Gritaba y miraba hacia el techo mientras su espalda daba contra la pared una y mil veces y aquellas manitas apretaban con desesperación nuevamente mi cabeza queriéndome apartar de ella- ¡Fóllame, fóllame, fóllame, por Dioooos! ¡No sigas más!


-"¡Coño!" –Dije para mis adentros, con infinita alegría, sabiéndome vencedor- "¡Una mujer veinte añeras que se rinde ante un hombre que le dobla la edad, posiblemente! ¡De puta madre!"


Y no la hice esperar más.


-¡Desabrocha la camisa, Elisa! –Dije autoritario, mirándola fijamente pero con cierta ternura. Yo me desabrocha a el cinturón del pantalón y los dejaba caer- Ahora, ¡bájame el calzoncillo!


Elisa, obediente, desesperada, con respiración entrecortada tiró del gayumbo hacia abajo y, al pasar por mis rodillas, mi pene totalmente levantado e hinchado, apuntándola por arriba de su nariz, oscuro, venoso y mojado por la excitación que había tenido mientras le chupaba todo su coño, fue tomado con la mano izquierda todo el prepucio y con la derecha los escrotos y fue besando toda la superficie con devoción desde la cabeza hasta mis peludos huevos. Puso el pene entre la mano y su mejilla y lo fue acariciando varias veces pasándolo hacia su boca cerrada, besando y dejándola mojada y, luego, a la otra mejilla para así tener rastros de mis flujos por todo su desencajado rostro, un rostro no bello pero precioso en ese momento.


Se puso en pie, abrió mucho las piernas, separada como un palmo de la pared, los brazos extendidos a los costados, más alta que yo, expectante, ansiosa, suplicando amor. Me pegué a ella, tomé su mano derecha e hice que cogiera mi falo y la conduje hacia su himen palpitante.


-¡Colócalo, mujer! –Ordené mientras mis manos se apoderaban de sus glúteos sin apretarlos y quedaban allí esperando. Elisa lo colocó adecuadamente y muy bien. Se notaba su experiencia. No tuve que empujarla hacia mí, ella misma dio el golpe de gracia y, estando totalmente mojada, el pene fue deslizándose con la rapidez que la joven imprimía. Elisa, entonces, se colgó de mi cuello y dejó su cuerpo entregado a mis caprichos. Apreté sus nalgas con fuerza, metiendo los dedos hasta rozas el esfínter e hice un movimiento final y todo mi pene quedó dentro, casi tocando las entrañas de ella. Tuve la certeza de que mi pene se hinchaba más de lo que estaba dentro de la vagina, que la sangre se agolpaba en mis inflamadas venas y supe que no tardaría mucho en venirme, en inundarla, en correrme de tal forma como jamás lo había hecho con mi mujer ni con las otras mujeres en las bacanales de cama redonda junto a mis amigos. Mientras empezaba a realizar los movimientos del coito me di cuenta el por qué iba a ser mi mejor polvo. Elisa había sido mi obsesión durante todo el día. No la podía apartar de mi cabeza desde el aeropuerto y, cuando la volví a ver otra vez la perseguí con denuedo, sin cortarme un pelo. Nunca creí tenerla y ahora ¡Dios! ¡Ahora la tenía detrás de la puerta de la habitación follándomela como un poseso! ¡Con aquel culo que me había vuelto loco al igual que a mis compañeros! ¡Agarrado a él con las dos manos! ¡Apretándolo con frenesí! ¡Clavándole mis dedos tenazas en sus carnes jóvenes y duras despiadadamente! Nunca había creído en lo Sobrenatural, en la existencia de un ser superior, en el dogmatismo de la iglesia, en la filosofía y creencias religiosas de mi familia y la de mi propia esposa. Pero en ese mismo momento, en ese instante supremo en que me encontraba dentro de su vagina tan endemoniadamente deseada ¡Ese día!... ¡Ese día, Cristo!... ¡Ese día creí en Diooooos!


Elisa me comía a besos, lamía la mejilla izquierda, gemía y hacía los ruiditos de la mujer que hace ejercicio post parto. Hizo presión sobre mis hombros y comenzó a ponerse tensa, a crecer, a apretarme el torso y la cabeza contra ella a la vez que tiraba hacia atrás su cabeza y volvió a gritar con la intensidad anterior. Un calor húmedo invadió mi pene y lo inundó y yo, en el éxtasis supremo también me venía, sentía como corría el semen por el pene con una rapidez tan grande que casi no me dio tiempo a sacarla y un buen chorro quedó dentro y el resto se diseminó por el pubis y estómago y la base de sus tetas. Tuve la sensación de que no iba a parar nunca. Gemía como un descocido a la vez que mis caderas pegaba incesantemente en las de Elisa que estaba cogida por sus glúteos y pegada a la pared desmadejada, palpitante, sintiendo como mi corrida bañaba sus bajos. Mientras aquel infinito sentimiento de placer me inundaba no dejaba de agitar mis caderas contra ella, seguramente expulsando las últimas gotas de la corrida que, para mí fue la mejor que he tenido hasta hora.


A los dos nos flaqueaban las piernas, nos abrazábamos y nos manteníamos, las respiraciones entrecortadas, gimiendo de tal forma que parecíamos que llorábamos de pura felicidad. Cuando pudimos separarnos los dos a la vez miramos la cama. Elisa se miró toda y comenzó a expandir todo el semen y sus propios fluidos por todo el vientre, pubis, muslos y limpio las manos en los pechos


-Voy a bañarme, Gerardo. Espérame cinco minutos, por favor –Restregó su respingona naricilla con la mía y comentó sonriendo- Así se besan los Gnomos del mundo entero.


Se metió en el baño sin cerrar la puerta y permitió que la viera desnuda. Se puso frente a mí. Metida en los pantalones con estrechez de faja parecía más estilizada, vista al natural sus caderas eran más prominentes pero redondas y muy deseables. Se metió en la bañera y dejó correr el agua sobre su persona. Ya más calmados, sudoroso yo, fresca ella, todavía excitados y contentos nos fuimos a la cama. Con mí brazo debajo de la cabeza de ella y enlazándola por los hombros, su rostro sobre mí torso velludo, yo, redondeando las areolas de sus pezones y palpando las pequeñísimas protuberancias del perímetro de esas rosadas áureas. Elisa, me contemplaba con satisfacción, sonriendo, mirando mis caricias a sus soberbios pechos.


-¿Qué hacéis esos amigos y tú aquí? –Se colocaba bien para que pudiera acariciarles los erectos pezones aun mejor- No me gusta uno de ellos pero no tengo nada que decir si son tus amigos.


-Éramos compañeros de instituto y miembros adscritos de la oposición en el exilio. Nos metimos en política en 1975. Luchábamos contra la familia que componía el gobierno de Franco. La generación renovada de estos grupos burgueses y metidos a políticos buscaban nuevas salidas, de la misma manera que se hizo en Francia cuando se quiso abolir el Antiguo Régimen y nosotros, los republicanos, comunistas y anarquistas, nos valíamos de ellos para traer desde ese país, a través de valijas diplomáticas, correo declarado propaganda publicitaria, cintas magnéticas, como se decía antes, de conversaciones gravadas hechas por los líderes, nosotros, con claves y códigos, telegramas cifrados, etc. lo llevábamos a nuestras sedes, elaborábamos las informaciones en clave, guardábamos para mejor ocasión las consignas o información que no procedían y, el resto, lo llevábamos a las universidades, a los comités de las distintas ideologías o, en calles muy transitadas por ciudadanos. Lanzábamos octavillas que las llamaban subversivas informando que Franco estaba incapacitado, muy enfermo y que pronto vendría una nueva República (los que éramos de ultra izquierdas) o democracia (los más socialistas o centristas como los hijos de los facciosos del gobierno).


"Pero con la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, no creímos que España tuviera una Transición como en la época de la II República a la dictadura, que fue una catástrofe a nivel mundial, ya que España quedaba dividida en la dos Españas tan comentada: república y fascismo franquista y con la guerra por medio. Veíamos a nuestra izquierda ordenando el cotarro, echando a los facciosos franquistas, poniendo orden donde no lo había, implantando un comunismo a ultranzas, nosotros los de la izquierda o un gobierno democrático lo más derechistas que eran los socialistas y centristas, encabezados por jóvenes burgueses de la alta sociedad española."


"La verdad es que la transición fue buena para todos aunque la Oposición siguiera proscrita. Para muchos que tuvimos relevancia en 1975, pasado el tiempo, nos dimos cuenta que en la Transición se empleó la afirmación de Nicolás Maquiavelo –"Los acontecimientos históricos son el producto confuyente de ciertos imperativos inevitables y azarosas circunstancias"- Esta aptitud nos llevó a la oposición, algo infantil y endiosada, a la colaboración por "mandato imperativo de Santiago Carrillo" que a su vez era aconsejado por el gran líder comunista italiano Enrico Berlinguer a ayudar y participar con el nuevo Régimen."


"Durante 1975 a 1978 se produjeron atentados por ETA, huelgas generales en todo el país con derramamiento de sangre, desórdenes públicos por agitaciones sociales y políticos. Unos querían seguir la Transición y otro, nosotros los de izquierdas, la autogestión. Carlos Arias Navarro, avalado en principio por Juan Carlos I, no estuvo a la altura del momento (era franquista hasta la médula) y el rey nombró a Adolfo Suárez Gonzáles que nos llevó a ser libres amnistiando al PSOE y al PCE, creó la Constitución de 1978 y unió, con estos logros, a la dos Españas. Derecha e izquierda se daban un abrazo fraternal de hermanos en el Congreso y, a la vez, daba cabida a otros partidos secundarios."


"Los jóvenes que no entendíamos de la alta política nos dieron por detrás como a los milicianos de la II República de 1938 que, al constituirse el ejército republicano en un órgano con estructura vertical prescindieron groseramente de ellos y dispersándolos o metiéndolos en las cárceles si no entraban por el aro. Con nosotros, una vez más, se cometían el histórico error de prescindir de los verdaderos colaboradores y nos olvidaron para siempre."


-¡Qué pena! Si, mi abuelo luchó con Franco y decía que a "los rojos" sólo les faltaban los cuernos de los diablos. Decía que eran asesinos y mataron a mucha gente.


-¿De vera, Elisa? Permíteme que te diga que tu gracioso abuelo tenía una visión muy pequeñita, normal en aquella época de oscurantismo. Los nacionalistas crearon, ante, durante y después de la guerra las Brigadas del Amanecer donde se metían a hombres y mujeres implicados en la izquierda en camiones, se le daban el "paseíllo" y, en mitad de una carretera desierta, dejándoles ir solos y prohibiéndoles mirar atrás, formaban un piquete y los acribillaban a balazos con los fusiles Máuser. Esos eran nos nacionalistas con los que tu abuelo combatió ¡los de Franco!


-¡Dios Santo, Gerardo! ¡Yo no sabía eso! –Y su rostro redondo mostraba un asombro verdadero, se había levantado ponía su carita cerca de la mía y hundía su pecho derecho sobre mi brazo y el izquierdo sobre mi tetilla izquierda- Entonces vosotros no erais tan malos como decía mi abuelo.


-Tampoco era eso, la matanza de Paracuellos se debe a ultra izquierdistas comunistas y anarquistas. Muchas muertes a tiros de pistolas, como la del diputado monárquico José Calvo Sotelo, aunque está algo turbia históricamente también se deben a ellos; la matanza de Casas Viejas, en Cádiz, por anarquista extremistas, en fin, no eran santos tampoco pero diablos, diablos ¡De eso nada! Los de tu abuelo vencieron y ellos eran los buenos y, los que perdimos, los malos, de la misma forma que en las películas americanas policíacas y del oeste.


Al hablar de películas cambiamos el tercio de la conversación y, sin darnos cuenta, abrazados, yo acariciando la cima de sus redondos y carnosos pechos nos quedamos dormidos profundamente. Tuve pesadilla: veía a Marta ordenando mi ropa allí, en la habitación mientras Elisa montaba en bici. Sabía que estaba en el cuarto pero a la vez no lo estaba y mi mujer me dirigía unas miradas asesinas y decía –La has pifiado, tío. Te va a caer un marrón encima que se te van a desmoronar los huevos a trocitos y no lo vas a encontrar ni con lupa- Y seguía ordenando el ropero, algo que siempre me había reventado de Marta: el orden. Elisa ni la escuchaba, desnuda, montada en bici que no se movía para ningún lado y yo, extrañado, oía y veía todo aquello como si no fuera conmigo. Luego sacó del armario un aspirador y comenzó a pasarlo por la moqueta. Gritaba a Marta desde muy lejos que no hiciera eso, que estábamos en un hotel pero no oía lo que decía. Desperté con un brinco en la cama que nos hizo movernos a los dos. La muchacha ni se inmutó, seguía profundamente dormida. Saqué con cuidado el brazo endormido y lleno de hormiguillas y me levanté.


-Ha sido una pesadilla tonta. No creo que a estas alturas tenga remordimientos de conciencia ¿Y lo que he hecho con otras mujeres años atrás aquí? Además, ella me dijo que si venía que me hiciera una idea que no la iba a encontrar en casa al volver. Bien, llevábamos más de un año que no dormíamos juntos ¡A la mierda ella y todo lo que la rodea! ¡Que se estimule en la iglesia con las estatuas! ¡Beata del carajo!


No me sentó bien aquellas dos horas de sueño. No entendía a qué venía el cabreo. Estaba con una estupenda mujer que hizo feliz unas horas de mi vida. Percibí olor a sexo a mí alrededor, era yo porque Elisa estaba bañada. Dirigí los pasos al baño, estaba desnudo solo los calcetines, me metí en la bañera pasé la cortinilla y abrí el grifo del agua. Comenzaba a enjabonarme cuando sentí que la cortinilla era pasada, miré y Elisa se metía también conmigo para bañarse nuevamente.


-¿Me dejas bañarte y luego lo hacer tú? –Delante de mis narices estaba la mujer de mi obsesión totalmente desnuda, de cuerpo extraordinario, joven y con una sonrisa pícara en su boca rasgada de labios gruesos Quien me iba a decir a mí que la mañana anterior esa mujer estaba colgada de un móvil en Barajas, empalmando a todo hombre con su cuerpo de diosa embutido en una ropa tres tallas más pequeña, desesperada y llena de frustración por un amor no correspondido y varias horas después se había entregado a mí ¡Ver para creer!- ¡Eres el diablo en persona haciendo el amor! Ahora quiero demostrarte lo que he aprendido.


-¡Hay, pequeña, pequeña! ¿No te han dicho que el diablo sabe más por viejo que por diablo? –Y dirigía la ducha teléfono a toda presión hacia ella que escondía la cara entre sus brazos levantado y se colocaba de lado riendo alegremente- Elisa, mi cielo, soy un hombre maduro con truquillos en la manga para emplearlos con chicas hermosas como tú. Cumplí cuarenta y cuatro años hace dos meses, tú, seguramente veinte ¿No crees que tengo que equilibrar mis fuerzas con las tuyas a base de esos truquitos?


-También hace dos meses que cumplí veintisiete, no veinte y no creo que necesites trucos conmigo. Eres, con creces, el mejor hombre que me ha respondido nunca –Estaba casi pegada a mí, tomaba el gel de baño y lo pasaba por el torso, pegaba su cuerpo al mío y pasaba sus manos por mi espalda, iba bajando llegaba a las nalgas y, poniendo más líquido, las acariciaba y apretaba con esa suavidad característica de la mujer. Pasó a los genitales y se esmeró de tal manera que al minuto siguiente mis testículos alteraba el falo y lo dejaba bien erecto. Soltó mi polla que quedó hacia arriba y en diagonal, hinchada, oscilando a tres centímetro de su rostro, tomó la ducha y dejó caer agua quitando el jabón. La volvió a tomar y la acariciaba a la vez que estrujaba mis huevos con la mano derecha y se la metió en la boca todo lo que pudo. Su entrada era profunda como una vagina y su lengua un animal dentro de ella que acariciaba interminablemente mi pene. La sensación de que absorbía mi virilidad fue tan grande que tuve que apoyarme en los mosaicos y agarrarme a la cortinilla. Elisa chupaba el miembro de la misma forma como yo le había chupado los pezones tres horas antes, tampoco demostró compasión ante la tremenda sensación de inquietud perturbadora que estaba experimentando. Sus ojos miraban a los míos desde abajo, de rodillas, esa boca totalmente ocupada, trabajando con la lengua a destajo, mi polla alojada en aquel recinto aterciopelado que es la oquedad bucal. Las manos enjabonadas pasándolas por mis muslos, por el culo, donde los dedos se introducían por entre mis nalgas y los dejaba deslizarse, llenos de espumas, por mi esfínter redondeándolo, acariciándolo con las yemas una y otra vez sin descanso y, luego, siguió hasta rozar el nacimiento de los huevos. Sentí como la vesícula seminal tintineaba desaforadamente y los testículos se estremecían, iba a eyacular de un momento a otro


-¡Elisa…, Elisa… me corroooo…! ¡Dios! –Y presionaba la pared y casi tiraba de la cortina de plástico que cubría toda la tina. Aguantaba lo que podía hasta saber…


-Todo dentro de mi boca, como si estuvieras meando. No tengas temor –Dijo, sacandola un instante de la boca para volver a introducirla con rapidez.


Y esta vez fui el primero que me vine con una intensidad desconocida en mí. El semen pasó a una velocidad de microsegundos por la próstata y de ahí por el vaso deferente hasta salir estrepitosamente en un hilo potente de semen que hizo que Elisa se atragantara y estuviera a punto de toser al darle en la faringe y colarse parte de mis flujos por la garganta. Llegó a crisparse, expulsar algo de semen pero se recuperó, lo introdujo nuevamente y comenzó a saborearlo por un largo tiempo, despacio, recreándose, sacándolo y volviéndolo a meter como si se tratara de un polo de hielo con sabor a fresa


No dejó de observarme ni un momento, ni tan siquiera cuando dentro de la excitación de la corrida, le tomé la cabeza y la aplastaba contra mi sexo deseando penetrarla hasta el estómago. Mi leche salía a raudales por mi polla ¡Qué momento tan maravilloso, Dios! Ninguna mujer ha sido capaz, hasta los días de hoy, de haberme hecho tan feliz como Elisa. Hubo muchas mujeres que me chuparon la polla en todas las reuniones que tuve con mis amigos pero, claro, nos las compartíamos y, ver una chica que se la mamaba a Nicolás, acto seguido a Carlos y pasaba por un par de compañeros más hasta mí, me daba cierto asco cuando me correspondía. Elisa me había llevado al paraíso de Zeus, a la gloria divida, al mejor polvo que la mujer pueda proporcionar al hombre que desea.


Levanté a la muchacha y la abracé con mucha fuerza, con verdadero agradecimiento y besaba sus cabellos, sus oídos, los ojos, las mejillas mojadas, su cuello largo, los hombros. La boca olía a mí y los labios impregnados de mis flujos y no… no… podía…


-Tranquilo, Gerardo, tranquilo. Comprendo tu punto de vista. Este agradecimiento tuyo lo dice todo –Lo había comprendido y su rostro me decía que no guardaba rencor.


Terminó de bañarme y de secarme y, cogidos de nuestras cinturas, nos fuimos a la cama nuevamente. Elisa se acurrucó contra mí mientras besaba continuamente mi pecho velludo y acariciaba la tetilla derecha. La tapé y me cubrí yo, dentro del esbozo mi mano acariciaba toda la nalga izquierda suavemente, percibiendo la calidez de su piel y así nos quedamos dormidos hasta la mañana siguiente.


¡Adiós preciosa! ¡Adiós, Elisa!


Dos días y tres noches estuvimos Elisa y yo encerrados en la habitación, solos, amándonos intensamente mañana, tarde y toda la noche. Yo, renovado, lleno de una juventud que había creído perdida ya, exultante, vivaz en mis comentarios que le parecían graciosos, llenándome de aquella preciosa juventud constantemente activa y pegada a mí, de esa mujer de cuerpo terso y suave, vigoroso e inundado de curvas que no paraba ni un instante de palpar.


Sólo salíamos a almorzar, a cenar y bailar un poco para desentumecernos y estirar las piernas porque, unas veces ella u otras yo, a la media hora de danzar ya estábamos reclamándonos porque nos aburría el ambiente que nos rodeaba. Además, no hacía más que sacarla a la pista y nuestro sitio preferido, la oscuridad, era el elegido para que mis manos se perdieran en su cuerpo bien plantado. Hacíamos un alto en su habitación para que cogiera prendas íntimas y cambiarse, sabía que las necesitaba poco, siempre estábamos desnudos, pero era limpia y gustaba salir aseada y oliendo a mujer. Además, obsequió a mis ojos con numeritos tan sugestivos como la Danza de los siete velos, bailes modernos y desenfrenados y mil sugestivas figuras más para luego lanzarse en plancha sobre mí y volver a empezar. Caló hondo, muy hondo en mi corazón la joven y eso, pensaba, era acumular desesperación y tristeza en los momentos de tranquilidad, de sosiego.


A veces me asaltaba la angustia de la despedida, el saber que se tenía que ir y yo también, pero la desechaba y comenzaba a pensar en el presente con ella entre mis brazos.

Aquella noche fatídica, Elisa me obsequió con un regalo que, deseándolo con locura desde tres noches atrás, nunca se lo había comentado: su culo. La gocé en la bañera, como muchos de nuestros actos sexuales, mojados, llenos de espumas, lubricándola con el gel, recibiendo la muchacha las punzadas de dolor intenso que es la penetración anal cuando no es habitual. Respirando fuertemente, parando, continuando y jadeando estrepitosamente mientras yo la introducía su esfínter. Fue otro momento sin igual cuando terminamos. Nunca más he vuelto a repetir ni podré ya con mujer alguna.


Estábamos el uno encima del otro, en la posición de "perrito", mojados completamente, consolándola, calmando su excitación, besándola mientras la acariciaba la cara, el cuello y sus pechos cuando todo el edificio se estremeció violentamente. Una ola de calor llegó a nosotros, una luz potente como un flash nos cegó, el ruido tan grande que escuchamos y la onda expansiva llena de fuego que llegó a nosotros nos lanzó contra la pared en distintas posiciones y el golpe fue terrible. Recuerdo poco de aquel momento, había quedado inconsciente. Todo era nube de polvo, las paredes caían. Vi la tragedia de la habitación de al lado cuando se desplomaba el techo y caía sobre una mujer que protegía a un bebé al que estaba bañando. Algo muy pesado cayó sobre mí cintura que me hizo creer que me partía en dos. Oía gritos, alaridos, llantos, gente que intentaba correr no sé a donde ni hacia donde, un ir y venir constante. Sirena de la policía, de ambulancias. Miré hacia donde creía que estaba Elisa y no la encontré una montaña de escombros ocupaba su lugar. Estaba viendo el techo del piso de arriba. No quería perder el conocimiento sin saber de ella y la llamé mientras extendía el brazo derecho hacia donde creía que podía estar ella. No sé si articulé palabra alguna porque no escuché mi voz. El polvo no dejaba respirar y mis brazos estaban blancos, llenos de tierra ensangrentado y el izquierdo doblado de una forma tan atroz que no quise saber nada de lo que pasaba con él porque no me dolía. Vi el cielo oscuro por el manto de la noche y las luces de la calle entre brumas y mil rayos que se desprendían alrededor de las bombillas alógenas.


No tenía capacidad de pensar, sin embargo, me pareció que todo era puro horror dentro y fuera del hotel. Oí explosiones fuertes y aisladas en el interior del edificio y el estremecimiento nuevamente de éste. Presentí que iba a perder el conocimiento y la llamé.


-¡Elisa… Elisa… espera, preciosa… voy a ayudarte!


Luego oscuridad


Frío intenso


Ruidos muy, muy lejanos


Luego silencio absoluto


Nada…





Desperté con la boca muy pastosa e hinchada. Tuve la sensación que la lengua no me cabía dentro de ella. Veía por un ojo ¿Por qué? Un dolor intenso invadía mi cabeza como si la estuvieran martilleando continuamente y comencé a toser y creí que los pulmones me salían por la boca. Estaba acostado porque lo primero que observé fue el techo blanco de algún sitio. Quise levantarme, saber que pasaba a mí alrededor y no pude, no sentía nada. Miré hacia mis piernas y, lo primero que vi. fue el brazo derecho escayolado y en cabestrillo. Giré la cabeza con gran esfuerzo y no encontré el otro brazo pero sentía que estaba conmigo y me dolía mucho, seguramente tapado con la ropa de la cama. Había una especie de tela delante de mis ojos, al menos del derecho porque el izquierdo estaba a oscuras total, comprobé que era algo así como un vendaje ¿Vendaje? ¡Qué coño me había pasado! Pensé y no recordaba nada, no sabía que hacía allí, los motivos por lo que estaba en la habitación y entonces me di cuenta de un detalle significativo: no me acordaba de mi nombre, no sabía quién era yo ¿Entonces? No me preocupó ese detalle en el momento, estaba allí y, como mínimo, había alguien que estaría pendiente de mi persona. Pero ¿Por qué no sentía mis piernas? Tenía dolores fuertes de cabeza, en la cara, brazo derecho e izquierdo, pecho, un hormigueo raro y caliente en mi estómago. Quise llamar y tampoco pude ¡Qué coño había ocurrido para encontrarme así!


-¡Bien, bien, bien, señor Ayala! ¡Buenas tardes tenga usted! ¡Despierto! Veo animación en sus ojos ¡Bien! Soy Teresa, su enfermera desde ahora –Una joven vestida de blanco, gordita, con gran agilidad, baja, cara muy agraciada y una sonrisa preciosa- ¿Tiene sed, señor Ayala?... Haber, haber…


Acercaba una botella de cristal transparente con una pajilla. Colocó el canutillo con un cuidado infinito y lo sentí introducirse en la boca dolorida. Absorbí el líquido.


-Eeeeso es…, a tragar ahora –Y me miraba con su bonita cara y una sonrisa de ángel celestial- ¡Qué! ¿Mejor? Ahora vendrá el doctor Prada acompañado por otro, lo observará y el doctor Quesada –Se acercó a mi oído derecho y dijo bajito- Me da que es un loquero o algo así. Toma notas y notas – Se enderezo, llevó su dedo índice a la cien y lo movió como si fuera un destornillador y guiñó sus ojos- ¡Chiflado total! ¡No le haga caso! Más tarde vendré otra vez y traeré comidita para mi niño bonito ¿Vale?


La vi. marchar y me fijé en su figura. Cuerpo pequeño, entrada en carne, unas caderas anchas y las movía graciosamente. Desde donde estaba yo y lo pertrechada que estaba la cama no logré verle las piernas.


Dos hombres jóvenes aparecieron en la estancia, el de bata pequeña comenzó a auscultarme en profundidad y, cuando pasó a la parte de debajo de mi cuerpo lo hizo por los pies de la cama. El rostro de aquel hombre era un espejo que reflejaba el estado en que me encontraba y entonces comencé a darme cuenta de la situación. Algo estalló en mi cerebro y me vi. metido con una muchacha joven en el baño, luego el horror de un derrumbamiento y la escena de una mujer con el pequeño desapareciendo debajo de un techo que caía ¡Me agité dentro de mi dolor y grité, griteeee! ¡Quería salir de la cama y no sentía el cuerpo y ¡Griteeeee! Veía a la mujer sentada sobre mí, feliz, hermosa, desnuda, los senos moviéndolos como si fueran dos vols de gelatinas y, acto seguido, el desastre en gris y negro con toneladas de materiales rodeándome y yo buscando a alguien ¡Y gritaba, gritaba y gritabaaaa! Sentía pánico, no podía controlar la desesperación ¡Elisa, Elisa, Elisa! ¡Era el nombre de la mujer desnuda! ¡Ahora lo recordaba con claridad! ¿Y yo? ¿Quién era yo? Me sentía increíblemente dolido, dañado, con dolores horribles que no podía soportar y mi cuerpo era atezado fuertemente por otro superior a mí. Me abrazaba, besaba mi frente y decía algo que no entendía ¡No veía nada, solo una tenue claridad! ¡Mi garganta desgarrada seguía gritando! ¡Estaba atenazado por un tubo que me aprisionaba! ¡Elisaaa, Elisaaaaaaaaaaa!


Algo frío y caliente a la vez entró en mí y comencé a serenarme y todo mi cuerpo empezó a sentir tranquilidad, quietud, Una sensación de sueño tranquilizador me cubrió y desaparecí de escena como por encanto. Caí en un limbo espacial, flotaba, reía, ya no me acordaba de nada, no sentía dolor alguno, estaba feliz y me rendí tranquilamente al bienestar. Las emociones corporales se apagaron como si le hubiera dado al interruptor de la luz.


Despertaba lentamente y el volver a la vida volvía aquellos dolores horribles por todo mí ser. Un calor intenso e independiente recorría el pecho, los brazos y mi rostro. Los ojos no los podía abrir porque me costaba mucho hacerlo y sentí unas voces cerca de donde estaba. Sin saber los motivos seguí en mi postura de dormido y la voz masculina me dio una idea de mi estado.


-…tiene anecforia, un tipo de amnesia que desaparecerá en horas, en pocos días o por el método que el psicólogo emplee. De hecho, cuando empezó a gritar es que estaba recordando. Hay que bañarlo acostado y quitarle las venda que lo envuelven con agua a temperatura corporal. Se le aplicará calmante por vía intravenosa para que, cuando el psicólogo le exponga la realidad, pueda asimilarla y colaborar con él. Usted y otra compañera enfermera harán la cama procurando moverlo lo mínimo posible. Ha quedado inválido de cintura para abajo y el brazo izquierdo no lo moverá jamás. Aún siente dolor que hay que evitar a toda costa ¡Bastante ha tenido con semejante acto terrorista! ¿Ya se sabe quién es la joven enterrada que estaba con él en la habitación?


-Él gritaba el nombre de Elisa, doctor Prada. No sabemos más y la policía no lo sé, doctor –Era la voz agradable de la enfermera gordita y simpática.


Percibí que del ojo bueno salía lágrimas y desaparecía en el vendaje que cubría mi rostro. Había recibido el golpe de gracia sin saberlo aquel galeno ¡Inválido, tetrapléjico, inútil! ¿A merced de quien? En aquel momento estaba todavía sin recordar quien era yo y como me llamaba. Tenía recuerdos esporádicos de algo terrible que ocurrió. Recordaba a la muchacha y su nombre pero seguía sin saber que hacía en la habitación conmigo


-Teresa –Llamé con voz ahogada- ¿Murió la mujer que estaba conmigo?


El médico y la enfermera se acercaron a mí y se dieron cuenta que los había escuchado. Los dos se miraron y el médico habló.


-Deploro mi falta de tacto al hablar precipitadamente. Es deformación profesional y, a veces, señor Ayala, somos inhumanos sin quererlo. Disculpe ¿Recuerda su nombre, señor Ayala?


-No –Contesté seco


-Gerardo Ayala Cebrián. Ha habido un atentado terrorista en el hotel en que se encontraba y usted y la señorita han sido víctima de ese horror. Le diré, señor, que falleció como consecuencia del derrumbe del techo que cayó prácticamente encima de ella y de su persona. Tiene lesiones difíciles de curar, Ayala, la columna vertebral está deshecha y el brazo izquierdo destrozado. No se preocupe, señor Ayala, está en buenas manos y cuidaremos de usted.


-¡Déjese de monsergas piadosas, doctor! –Hablaba de una forma que casi no se me entendía- ¡Pero no puede curar la invalidez! ¡No es capaz

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:59) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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