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Agustina y Carlos Susana y Miguel y Graciela y Ricardo

Relato enviado por : Anonymous el 04/06/2011. Lecturas: 6180

etiquetas relato Agustina y Carlos Susana y Miguel y Graciela y Ricardo   Orgías .
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Resumen
Una pareja es invitada a una tarde en lo de unos amigos donde hay otra pareja conocida y se dan entre todos


Relato


Con los años, su matrimonio había entrado en esa rutinaria repetición de hechos que se convierten casi en trámites obligados por la convivencia. En lo íntimo y después de años en que con su marido no se privaran de ningún “gusto”, la satisfacción que obtenía de sus manos con el auxilio de cambiantes sucedáneos fálicos a causa de las ahora rutinarias cópulas, no sólo era efímera, sino que se convertiría lentamente en un vicio del que no podría prescindir, llevándola inexorablemente a una adicción inconducente que no le acarrearía más que disgustos. A despecho de las bromas de sus hijos y su esposo con respecto a su edad, decidió convertir aquellos excedentes de energía y vacuidad en algún estudio que la gratificara como persona.
Casi a los cuarenta y cinco años, su objetivo no era iniciar una carrera sino el reencausar conocimientos perdidos y sociabilizar con gente común que no estuviera vinculada a ella por vecindad o parentesco. Las referencias de otras personas la llevaron dejar de lado aquellos cursos o seminarios que estaban teñidos de un cierto esoterismo enigmático y, en la búsqueda de algo más práctico, encontró que en una escuela pública cercana le era posible hacer un curso nocturno de educación secundaria
Anotándose como si alguna vez no hubiera obtenido su diploma de docente, entró a un mundo que se le antojó mágico. El grupo no era numeroso pero sí variado; había jovencitas que concurrían porque de día debían trabajar, gente mayor que a la vejez deseaba completar una educación interrumpida y otras que, como ella, necesitaban canalizar su aburrimiento. Rápidamente se acomodó en el grupo de estas últimas y las clases comenzaron a hacérsele verdaderamente divertidas, ya que a la salida, se metían en algún café cercano para conformar una bullanguera cofradía y compartían alegremente anécdotas o circunstancias cotidianas.
Como sucede generalmente, ya fuera por empatía, edad o situación social, el grupo fue decantando hasta reducirse a unas siete u ocho personas. Casi todos oscilaban en la misma edad y, con los primeros calores primaverales, fueron organizándose para que los otros miembros conocieran a sus cónyuges. Como poseía una amplia terraza, eligieron su casa para el primer encuentro.
Lo avanzado de la primavera les proporcionó el clima ideal y, en medio de jacarandosa alegría, los comensales compartieron una agradable velada en la que, a los postres, los cantos y las guitarreadas les permitieron exhibir sus virtudes melómanas, matizadas con la danza que propiciaba la música de un mini componente.
Como suele suceder habitualmente, hubo personas que simpatizaron rápidamente, otras que se ignoraron y algunas que tuvieron un marcado rechazo. Entre las primeras, Agustina y su marido tuvieron especial inclinación hacia dos matrimonios y, al terminar la reunión, quedaron en volver a verse para compartir otra noche de diversión. El viernes siguiente, y cuando creía que aquello había sido una fórmula de despedida, Agustina recibió la llamada de una de aquellas mujeres para invitarlos a una reunión que realizaría en su casa en la tarde del sábado.
Puntualmente a las tres, tocaban el timbre del departamento de Susana y, cuando aquella salió a recibirlos, pudieron ver que Graciela y su marido Ricardo ya estaban en el interior. Las dos parejas mostraban un profundo contraste; mientras Susana, sin ser gorda, había sido generosamente dotada por la naturaleza y Miguel, su marido, era un hombre grande y vigoroso, Graciela era una mujer de pequeña talla con un cuerpo aparentemente “normal” y su marido, no difería en mucho con Carlos.
Sentados en un amplio sillón en forma de L, como era la moda del momento y provistos de sendos vasos de tragos largos, rápidamente se enzarzaron en una animada conversación, entrecruzando comentarios sobre temas cotidianos de interés general. Con el paso del tiempo, de lo general habían ido derivando hacía temas más personales y, a favor de los tragos que preparaba Susana que, sin embriagarlos, los alegraban, menudearon las referencias explícitas al sexo mientras comentaban jocosamente los gustos, habilidades, “capacidades” y preferencias de cada uno.
Como era habitual en su desdoblamiento de ambigua sexualidad, la desenvuelta Agustina se incomodaba cuando se trataban esos temas ante terceros con tal crudeza y su malestar creció cuando al parodiar Susana los insustanciales textos de las películas pornográficas, insistió en que lo verificaran, levantándose prestamente para colocar un casete en la video.
A pesar de la concupiscencia sexual que los años convierten en habitual entre esposos y de las vilezas que había cometido en la soledad de su dormitorio, la mojigatería que la dominaba en presencia de extraños le hacía oponerse sistemáticamente a ver ese tipo de espectáculo, pero ahora no podía manifestar su disconformidad sin ofender a los otros ni demostrar que a su edad se comportaba como una chiquilina y, al principio, asistió con disgusto y luego con creciente interés a la proyección de una orgía protagonizada por varios hombres y mujeres.
Su resistencia a la pornografía era una actitud necia, ya que nunca había visto una sola imagen y ahora, sin proponérselo, aunque fingía indiferencia, se absorbía en la contemplación hipnótica de esas vergas imponentes y los cuerpos espectaculares de las mujeres. Contribuían a esa expectación las bebidas que, aderezadas con una mezcla de Valium y Rohypnol Susana se había encargado de hacerle consumir sin que fuera evidente, pero que la distraían en momentáneas divagaciones. De vuelta de una de esas ensoñaciones y con miradas soslayadas que Carlos observó, no dejaba de notar que tan sólo a dos metros de ella y en medio de picarescos comentarios, Graciela se había trenzado con su marido en una fervorosa sesión de besos y caricias en las que él había desnudaba su pecho y su mano se perdía por debajo de la pollera.
El veía como su rostro se transfiguraba contemplándolos y, conociéndola, veía a la lujuria reprimida oscureciendo sus ojos. Aparentando un desinterés que ya no sentía por esa mezcla de ficción con la realidad más cruda pero sin poder despegar la vista de ambas imágenes, la vio realizar un breve gesto de fastidio cuando Susana, sentada a su lado, deslizó una mano por su espalda en insinuante caricia.
Coincidentemente, Agustina pensaba como su marido que esa nueva amiga utilizaba la película como un pretexto para excitarlos y estaba destinada a ser imitada por todos, swingers en un tiempo en que a los swingers no se los conocía. Mirando a Carlos a la búsqueda de su aprobación o rechazo a las insinuaciones de la mujer, él le hizo un ambiguo gesto de conformidad como diciéndole que hiciera lo que quisiera.
Siempre, en el fondo de sus más oscuros deseos, había alimentado la fantasía de cómo sería el sexo lésbico pero como nunca se lo había planteado seriamente, dejó que el tiempo las asentara en el fondo del olvido pero, como esas ascuas que se encienden ante el soplo de una leve brisa, la histérica efervescencia proporcionada por el Valium se combinaba con la hipnótica condescendencia del Rohypnol en avivar ese fuego.
Con apática mansedumbre, permitió a la mano delicadamente tierna de Susana introducirse bajo su remera para desabrochar el corpiño y sobar amorosamente los senos. Cautivada casi letárgicamente por los cuerpos que tenía ante sus ojos, se dejó reclinar blandamente en brazos de Susana para dejarse ir y responder ausente a sus pequeños besos húmedos con la misma golosa paciencia que la robusta rubia.
Mirando a Graciela jugueteando con los genitales de su marido, Carlos observó como Susana la recostaba en el hueco de su brazo izquierdo para alzarle la prenda y deslizar su boca sobre los senos, chupeteándolos apretadamente mientras aventuraba una mano por el vientre en misión exploradora, adentrándose por la cintura elástica de la falda e, introduciendo dos dedos por debajo de la bombacha, comenzaba a masturbarla con despaciosa prolijidad. La mujer demostraba poseer una habilidad especial y, en tanto la lengua fustigaba las pequeñas aureolas, los labios se cerraban alrededor de los pezones y sus dientes los roían con amoroso cuidado.
Para Agustina aquello no sólo le resultaba excitante sino que nunca había imaginado que el contacto físico con otra mujer le acarrearía tan perturbadoras sensaciones de placer. Las manos sobaban sus carnes con una ternura que transmitía todo lo vicioso de ese sexo antinatural pero eran los labios y la lengua que estimulaban los pechos los que llevaron a sus entrañas un fogonazo de intensas ansias. Esa excitación de Agustina se vio de pronto superada por un tardío prurito de avergonzada decencia e imaginando lo que estuvieran pensando los demás sobre su rápida respuesta a los requerimientos de Susana, pensó intentar un fugaz rechazo cuando alcanzó a observar como Graciela, ahora arrodillada sobre el sillón y en tanto le chupaba la verga a su marido, era penetrada desde atrás por el musculoso Miguel.
Ella suponía que el alcohol la había obnubilado más de lo que habitualmente lo hacía e ignorante de las drogas, era incapaz de reaccionar ante las exigencias de la mujer para impedirle su avance pero también cayó en la cuenta de que ya era un poco tarde y que a su marido parecía no disgustarle que participaran de esa inminente orgía.
Mientras ella encontraba distracción en ese involuntario voyeurismo, Susana la había dejado recostada en el respaldo y bajando a su entrepierna, la despojó de la pollera y la bombacha para hundir su boca en la vulva en un dulce lambetear y succionar que iba haciéndole olvidar las imágenes para disponerse a disfrutar con su propio protagonismo.
Como una diabólica serpiente, la lengua tremolante de la mujer exploraba con insistencia cada pliegue, cada recoveco, cada oquedad del sexo, deteniéndose por momentos a fustigar con dureza la excrecencia del clítoris o a rebuscar en el hueco oscuro de la vagina. Siendo el sexo oral lo que más le gustaba, había abierto voluntariamente sus piernas encogidas instintivamente tanto como podía y respondiendo a ese mudo reclamo, Susana introdujo dos dedos buscando aquel bultito que la excitaba tanto.
Aprovechando su hipnótica confusión y creyendo que el alcohol sólo había despertado en ella las viciosas virtudes que demostrara años antes para el sexo, arrodillándose junto a ella sobre el asiento, tras besuquearla y estrujar entre sus dedos los ya macerados pechos, Carlos se sumó a ese nuevo sexo grupal y tomó la verga para acercarla a los labios ávidamente entreabiertos con que Agustina la buscaba, introduciéndola en la boca. Todavía tumescente, la verga holgaba en la cavidad y ella hacía jugar su lengua sobre los tejidos venosos, comprobando como a ese estímulo, iba cobrando una rigidez que pronto la convertiría en un verdadero falo.
Como si la arrasara un vendaval, se dejó arrastrar por la vorágine de las emociones para sumirse en el abismo de placer que despertaba los oscuros duendes de su mente. Asiendo la verga con las dos manos, la masturbó apretadamente y cuando alcanzó el tamaño definitivo, comenzó a sorber la cabeza en cortas succiones desesperadas para luego hundirla en la boca, rastrillando con los dientes al tronco carnoso cuando lo retiraba.
Nunca una mujer le había hecho sexo oral y Susana estaba haciendo un juego estupendo en su entrepierna donde, mientras sus dientes roían al triángulo del clítoris, fue sumando dedos en la vagina que, conforme se dilataba como activada por alguna memoria muscular, dio cabida a cuatro de ellos. De la misma manera que cuando años antes y tras la dilatación post parto de sus músculos disfrutara de la mano de su marido introduciéndose totalmente en su sexo, ahora su vagina pletórica de jugos y mucosas permitía que se deslizaran adentro y afuera como un extraño miembro aplanado y cuando ella, dejando por un instante de chupar el miembro de su marido, le reclamó que introdujera toda la mano, Susana ahusó los cinco delgados dedos para penetrarla muy lentamente hasta que, en medio de sus ronquidos satisfechos, se alojó completa en su interior.
Después de muchos años, más de veinte, nuevamente una mano ocupaba por entero su canal vaginal y la sensación de los nudillos y articulaciones encogiéndose y expandiéndose contra las carnes se le hizo insoportablemente gozosa. Impresionada por la facilidad con esa mujer había aceptado semejante crueldad, Susana empezó a someterla al vaivén de ese monstruoso ariete.
La desesperación convirtió a Agustina en una fiera y, masturbando reciamente al falo de su marido con las dos manos, recibió como recompensa el baño espermático sobre su rostro y senos. Luego que Carlos se retirara a un lado, sin dejar de penetrarla con tres dedos, Susana trepó hacia su pecho para absorber el semen con la boca y, transportándolo en ella, trasegarlo sobre la lengua de Agustina en besos primitivamente animales.
En su clásico desdoblamiento, exacerbado esta vez por las drogas y en tanto degustaba como un néctar esa mezcla de salivas y esperma, pensaba en sus hijos que, con esa franca alegría de la adolescencia, los habían despedido contentos porque sus padres salieran a divertirse con amigos sin imaginar siquiera con que entusiasmo estos se entregarían a esa promiscua bacanal. Sorbiendo con fruición el convite de la mujer y mientras intercambiaban esas babas sabrosas, la aferró contra su pecho en tanto con frenéticas sacudidas daba expansión a la llegada del orgasmo que, como de costumbre, conseguía alcanzar rápidamente a través del clítoris.
Tras aquella primera acometida, mientras todos aceptaban tácitamente y sin alharaca explícita, como personas adultas, la continuidad de esas relaciones de intercambio sexual y reponían energías, tanto Graciela como Susana introducirían a Agustina a un tiovivo de placer en el que no se cansó de someter y ser sometida a las más dulces depravaciones.
Ella podía haber supuesto pero jamás presentido lo que pueden hacer tres mujeres juntas, especialmente cuando dos de ellas se confabulan para someter a una tercera. Recostándose arrodillada con las piernas abiertas en el sillón, Graciela la hizo sentarse en el borde del asiento con la espalda apoyada sobre el acolchado de sus pechos y en tanto sus manos le acariciaban, sobaban y estrujaban amorosamente los senos, echándole la cabeza hacia atrás, se inclinó para hacerse dueña de su boca. Susana entretanto, se había agachado delante de ella para que la lengua volviera a recorrer los sensibles tejidos de la vulva y cuando los labios se apoderaron del clítoris succionándolo duramente, como bifurcado pene, dos dedos se introdujeron simultáneamente en la vagina y el ano.
Todo aquello se ejecutaba sin violencias ni urgencias; casi como en una lujuriosa danza erótica de un estudiado ballet, los cuerpos, manos y bocas se encontraban para hundirse en un tan alucinante como ralentado intercambio de placeres.
Cuando Agustina dejaba escapar en roncos gemidos su repetido e histérico asentimiento, Graciela fue haciéndola acostar para colocarse invertida sobre ella. Creyendo que aquel sería otro de los tantos sesenta y nueve que protagonizaría en su vida y preparándose para degustar los jugos de ese sexo que lentamente se aproximaba a su boca, se aferró a las prietas nalgas de la pequeña mujer.
La punta de su lengua tremoló para recibir el sabor de los jugos vaginales y en ese momento sintió en su sexo no solo la presencia de la boca de Graciela sobre el clítoris sino también la de Susana en la vagina, perineo y ano. Cuando meneó ansiosa su pelvis, no fueron solamente labios y lenguas los que se agitaron y comprimieron los tejidos sino que los dedos combinados de las dos mujeres exploraron concienzudamente cada uno de los rincones y pliegues de la zona venérea en la más deliciosa masturbación que le proporcionaran en su vida.
Como culminación, y como recompensa al entusiasmo no sólo con que aceptara es múltiple minetta y masturbación sino la que ella realizaba con jubilosa virtud a Graciela, decidieron complementar esa infinidad de pequeñas caricias, rasguños y pellizcos con la introducción del primer consolador de látex que experimentara en su vida; siempre había creído que esos aparatos serían un burdo remedo a verdaderos penes y que con su rigidez y superficie artificial le resultarían molestos.
Supo cuan equivocada estaba cuando la tersa cabeza se apretó contra sus labios vaginales y una elástica masa de mórbida consistencia se introdujo en la vagina, restregando deliciosamente sus tejidos con anfractuosidades y protuberancias que no conociera en ningún falo. Cuando, como inspirada diabólicamente, Susana alternó esa cópula penetrándola profunda y alternativamente por la vagina y el recto, Agustina creyó enloquecer, prodigándose con boca y dedos en el sexo y ano de la rubiecita hasta obtener, si no sus orgasmos, unas abundantes eyaculaciones que las dejaron satisfechas.
Luego de un obligado descanso en el que las mujeres se ducharon, ya con menos vehemencia y más conciencia de lo que hacían, Carlos se recreó dándoles alternado placer a las otras mujeres; a Susana con boca y manos y a Graciela por medio de una gran mamada que culminó en una entusiasta cabalgata a su miembro en la que las dos se turnaron para montarlo.
En la otra punta del sillón, ya sin urgencias y perdido todo recato, Agustina se aplicaba concienzudamente en masturbar a Ricardo y Miguel con alegría manifiesta; cuando las vergas adquirieron tamaño y su gula se exacerbó, prosiguió con una mamada de cuatro o cinco chupadas a cada una de ellas mientras con sus manos mantenía el ritmo de la masturbación.
En un momento en que Carlos se distrajo por la intensidad con que la robusta Susana, sosteniéndose en los brazos echados hacia atrás sobre el respaldo y los pies firmemente apoyados en el piso lo jineteaba para penetrarse por el ano, descubrió que Ricardo se encontraba sentado casi junto a él y a su mujer que, arrodillada, con las piernas abiertas y los codos afirmados en el sillón, le hacía una calmosa felación mientras era penetrada desde atrás por el fornido Miguel, matizando la mamada con jubilosas expresiones el contento que eso le daba. Tanto así, que los hombres fueron alternándose en las posiciones para disfrutar individualmente de su boca, su sexo y su ano.
Como ninguno de los presentes eran ya jóvenes, reservaban sus energías y eyaculaciones para el final. En su momento y obedeciendo las indicaciones de la anfitriona, Agustina ocupó el ángulo del sillón junto a Ricardo y, con la atención de todos puesta en ella, vio como este se sentaba en el borde con los pies en el suelo, guiándola para que, parada y de espaldas a él, descendiera su cuerpo penetrándose con la verga. Apoyando las manos en sus propias rodillas y sostenida de las caderas por Ricardo, inició una lenta y honda cabalgata a la verga del hombre que, en la medida que se profundizaba, colocaba en su rostro la expresión de una alegría infinita.
Y así se debatieron durante un rato hasta que él le indicó que se diera vuelta para arrodillarse sobre el asiento y reiniciara el galope. Esa posición era una de las que más la satisfacía y, apoyando sus manos en el respaldo, la complementó con un hamacar del cuerpo que favorecía la introducción total del falo en la vagina en tanto que manos y boca del hombre hacían estragos en los senos. Como corolario, Ricardo la hizo quedarse quieta contra su pecho para que Susana excitara los negros frunces de su ano con lengua y dedos mientras él la penetraba con fuertes remezones desde abajo durante un largo rato, tras el cual, Miguel ocupó el lugar de la rubia para, sin violencia alguna y con infinito cuidado, ir introduciendo su verga en el ano en una magnífica doble penetración.
En las fantasías que elaboraran con Carlos, siempre había estado presente esa posibilidad que los ilusionaba a los dos, pero la concreción en sí misma la espantaba. Sin embargo, fuera a causa de sus tejidos distendidos por la edad o el insistente ejercicio a que acababan de ser sometidos, estos no opusieron demasiada resistencia cuando Miguel apoyó la verga en sus esfínteres anales. Lo que sí le causó dolor fue la presencia conjunta de las dos vergas que, separadas únicamente por las delgadas paredes del intestino y la vagina se estregaban tan juntas hasta hacerlas inexistentes. Ella bramaba sordamente ante la expansión de los esfínteres pero, enormemente satisfecha por esas sensaciones y al tiempo que los alentaba a mantener el ritmo, se aferró a Ricardo para que su boca recorriera golosa el cuello del hombre con múltiples lamidas y chupones mientras aquel sojuzgaba sus pechos con ambas manos.
El frenesí de la cópula se hizo alucinante y cuando ella comenzó a experimentar el advenimiento de su enésimo orgasmo, enardecida por la acción conjunta del alcohol, las drogas y su exacerbada incontinencia, les pidió que la penetraran con mayor intensidad con ambas vergas por el sexo.
Acomodando su cuerpo para que el miembro de Ricardo la socavara casi en forma vertical desde abajo, hizo lugar para que el falo de Miguel se acoplara a él y aferrándose con ambas manos al respaldo, se dio fuerzas para iniciar una oscilación que llevaba a las dos vergas hasta lo más hondo de la vagina. Los bramidos de los tres se convirtieron en feroces rugidos cuando ella proclamó su alivio y en medio de jubilosas exclamaciones de felicidad, sintió derramarse en su interior la tibieza del semen.







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Comentarios enviados para este relato
guadserio (6 de June de 2011 a las 17:55) dice: es sublime cuando una mujer alcanza a hacer un doble espero lo disfrutes y recuerdes con enorme placer

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:44) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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