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Cabalgando a lomos de un hombre maduro

Relato enviado por : Ivan Sanluis el 24/03/2006. Lecturas: 29994

etiquetas relato Cabalgando a lomos de un hombre maduro .
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Resumen
Se abalanzó sobre mí, me besó, y me penetró...


Relato
CABALGANDO A LOMOS DE UN HOMBRE MADURO

Si hay algo en toda mi adolescencia que siempre recordaré con absoluta veneración, fue el amor y las pasiones que siempre despertaron en mí los hombres maduros, esos que rayan entre la treintena y la cuarentena, cuando su punto de madurez está en el momento adecuado. Ni jóvenes ni viejos, ni niños ni adultos para mí, más bien algo intermedio. Solo de ver uno, se me hacía la boca agua…

Creó que debería presentarme. Me llamo Ingrid, y actualmente estoy casada, con una vida acomodada sin demasiados sobresaltos, con dos niños que son la niña de mis ojos. En cuanto a mi marido, me conoció justo al acabar la universidad, y fue para mí como una bendición, pues entre su carácter y su apariencia me conquistó y enamoró rápidamente, aunque antes tuve una serie de aventuras y desmanes, de cosas que hice, algunas de las cosas no sabría si volvería a repetir. Con solo 29 años cumplidos de hace dos semanas, mi vida ha sido un cúmulo de momentos y aventuras a cual más salvaje, pero muy pocos o nadie supieron jamás de ello.

De puertas afuera he sido la empollona de la clase, la atleta y la aplicada en todo. Lo único que impedía que me llamaran "bicho raro" a la cara era que podía organizar unas fiestas espectaculares donde corría el alcohol y todo lo que hiciera falta para divertirse de lo lindo. Por suerte nunca tuve que lamentar ninguna desgracia ya que era muy precavida para esas cosas. Ni que decir tiene que, como anfitriona, siempre había 10 babosos en celo dispuestos a pasarme por la piedra para festejarlo, claro que siempre les daba calabazas y con el rabo entre piernas buscaban otra con quien frotarse.

Públicamente era la estrecha de la clase, pero, evidentemente, llevaba una doble vida de la que nadie estaba al corriente. En ella, yo no era la recatada y estrecha Ingrid la Pecosa(como muchas veces me apodaban), si no Ingrid la salida, y pocas cosas me excitaban tanto que buscar, por donde fuera, un hombre maduro con quien satisfacer mis apetencias de carne dura y caliente. Antes de seguir añadiré un detalle para vosotros, panda de morbosillos: aun sin ser lesbiana, alguna que otra "madurita" me hizo lo que quiso, claro que mucho me tuvo que calar para que eso sucediera.

Pero volviendo a la historia en sí, diré que mi primer hombre maduro fue mi tutor y profesor de historia, un cuarentón de temprana barba canosa y ojos azules. Como delegada de la clase, muchas tardes me quedaba con él después de sonar el timbre de salida, discutiendo quejas de alumnos, sugerencias para los exámenes, temas para el debate de clase, excursiones, etc. etc. etc.…Aquel hombretón de grandes hombros y mirada tierna me conquistó hasta la última fibra de mi ser, y no pasó ni un mes en que lo tuve como yo quería: sentado en su sillón conmigo cabalgándole.

Ocurrió un Lunes de principios de Octubre, cuando mi calentura ya no podía esperar por más tiempo. Él era un hombre casado, y eso me excitaba más. Con 15 años deseaba más que nada que aquel semental se metiese en mis asuntos, que me fornicase con todas sus ganas. Yo no estaba segura de si él me deseaba, pero no iba a quedarme con la duda, así que, ese Lunes en que estábamos preparando juntos los primeros exámenes, me hice la disimulada mientras hablábamos, pero de pronto mi corazón pudo más que mi cerebro y puse mi mano sobre la suya. Acto seguido me di la vuelta, le abracé tiernamente, cerré los ojos y pegué mis labios a los suyos.

Aún hoy no puedo recordar esa barba rozando contra mi barbilla sin sonreír como una niña. Aquel primer beso me sacudió como una corriente eléctrica. Le susurré que le deseaba desde el primer momento en que puse mi vista sobre él, que no me importaba que estuviera casado y que no quería que aquello afectase a mi trabajo en clase. Solo lo quería a él para mí, para que me hiciera lo que quisiera y cuando quisiera. Sin dudarlo un instante me desprendí de mi blusa y dejé que su vista se clavara en mis endurecidas e incipientes tetas, al tiempo que clavaba mi mirada en él.

No hablamos, solo nos limitamos a besarnos con una pasión exacerbada mezclando el sabor de nuestras lenguas. Que delicia fue sentir como sus manos me acariciaban, como su boca me enseñaba a besar con lujuria, con pecado, premeditación y alevosía. Me rodeó con un cuerpo y exploró cada rincón de mi cuerpo en crecimiento, hurgándome debajo de mis falditas para quitarme las bragas, dominándome a su voluntad. Él era tan grande, y yo era tan chiquita…siempre me ha excitado sentirme empequeñecida por un hombre, sentir que él es como un muro que me ensombrece por completo. Eso me pone….

A petición suya me levanté mi faldita y le enseñé mi chochito, dejando la falda doblegada para que no pudiera bajar. Aquella era la señal de mi sumisión por él, vestida pero enseñando mi intimidad para que él se recreara la vista. Mientras su boca recorría mis dientes y luego se iba a mi cuello para chupetearme, uno de sus dedos jugó con mi ombligo para descender hasta mi gruta de placer, poniéndose a jugar con ella con mucha delicadeza y de paso poniéndome a mí cachonda perdida. Chorreaba de gusto…

La yema de su dedo friccionaba con cuidado sobre mis labios vaginales, sin ánimos de intentar entrar, solo con la devoción de quien quiere ver la zona mojarse y excitarse, y desde luego lo consiguió. Acto seguido él comenzó a quitarse el cinturón, y viendo lo que pretendía, yo terminé por bajarle los pantalones y descubrir el tamaño de su erección, oculta por aquella insufrible prenda que no me dejaba ver la venerada herramienta de mi adorado tutor. La acaricié largo y tendido, la rocé contra mi cara para sentir su calor. El siguiente acto, como no, fue el de la felación…

Sentado sobre su sillón de profesor, mi amor se dejó hacer por mí. Con el culo en pompa y de rodillas, me trabajaba su herramienta con infinito amor, lamiéndola de parte a parte, jugando con ella entre los dedos, masajeándola según sus indicaciones. Sus nuevas lecciones hacían estragos en todo mi ser, pues deseaba aprender todo lo que pudiera. Complacerlo y hacerlo feliz era mi único objetivo en la vida. Gimió y jadeó mucho rato, y mi mamada se hizo eterna, no me cansaba de sentir su verga en mi boca. Mis esfuerzos por tragarla toda le excitaban más, y eso me encantaba…

Incorporándose un poco me sobó el culo y las tetas, que desde siempre tuvo a su disposición para sobarlas y besarlas. Más de una vez estando solos pasado el horario de clase he estado redactando para él mientras éste me tocaba los pitones, solo para ver como me excitaba, me calentaba y me dejaba llevar, pero esa primera vez fue la mejor de todas. Sus manos se apoderaron de ellas y de todo mi cuerpo, bendiciéndome con su tacto, con su calor, con su pasión desbocada…los ojos le brillaban como si hubiera vuelto a la adolescencia, como si se hubiera quitado muchos años de encima...

Me hizo alzar su cara y me besó. Después me hizo sentarme sobre su mesa y echarme a la larga. Él acercó su sillón y acarició los muslos de mis piernas, para después acariciar mis labios vaginales. Juro por dios que nunca estuve más excitada y sobrecogida en toda mi vida que cuando estaba allí echada en su mesa totalmente abierta de piernas, esperando que él tomara posesión de lo que por voluntad propia yo le daba. Su primer beso en mi chochito fue el éxtasis…

Y tras el primero llegaron el segundo, el tercero…y todos los demás. Después de minutos y minutos de besos vinieron los lametones, pillándome por sorpresa. En seguida mis mejillas quedaron enrojecidas y mi carita parecía la viva expresión del placer. Él supo leerlo en mí y se prodigó aún más para tenerme como queso fundido en sus manos. Cuando pegó su boca a mi chochito y su lengua entró un poco, me quedé como inmóvil, esperando que aquello no se terminase nunca. Era fantástico…

Pero nada fue comparado al momento en que se levantó y abrí mis brazos para recibirlo de buen grado, consintiéndole su siguiente acción. Mi corazón estaba a mil por hora, me resonaba en los oídos como potentes tambores. Por un lado quería largarme de allí del miedo que tenía, por otro deseaba quedarme por lo mucho que deseaba aquello nunca no sabía del todo lo que pasaría. Aquello mezcla me hizo excitarme aún más. Mi tutor supo verlo, y haciendo cruzar mis piernas por su cintura, me desvirgó…

Fue el dolor más físico, visceral y desgarrador que jamás sentí en mi vida. Como si supiera lo que iba a hacer pegó su boca a la mía y sus besos de tornillo acallaron mis gritos, dándome, sin querer, el sabor en su boca de mis propios jugos, que dio a la mezcla de nuestras babas un sabor especial. Él se quedó quieto unos instantes y dejó que mi cuerpo se adaptara al intruso que había despedido a mi niñez. Ese instante con nuestras manos entrelazadas y nuestros dedos juguetones aún sigue haciéndome suspirar como a una colegiala enamorada…

Cuando me recuperé de esa primera acometida, un largo beso selló aquel momento, y acto seguido, hicimos el amor con todos los poros de la piel chillando a viva voz, proclamando a los cuatro vientos la unión de nuestros cuerpos, de nuestras almas. Estábamos desatados, y yo jamás me había sentido así. No puedo describirlo, no podría ni en un millón de años, sólo sé que fue como si el tiempo se parara y el mundo dejara de existir durante aquella eternidad en que sentí su poderoso martillo me llevó lejos de todo para bendecirme con el primer orgasmo de mi vida…

No pude evitar llorar de felicidad después de recuperarnos de aquel momento de gozo. Al mirarlo, me parecía un ángel. Por supuesto aquello no se terminó allí. No podía. Sentándose en su sillón, me senté en sus rodillas y nos besamos de nuevo para volver a hacerlo. En esta ocasión sus dedos entraron bien hondo dentro de mí, calentándome otra vez, preparándome para ese acto tan sublime de unión. Yo me encontraba tan excitada que no tuvo que esforzarse mucho, y en seguida estuve lista para el siguiente asalto.

Si antes él tomó la iniciativa y la voz cantante, ahora él me dejó que yo fuera quien dominara la situación. Para ese entonces yo ya estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. Sentada en su regazo enfrente de él podía notar aquella barra de carne rozándose contra mis muslos. Yo se la acariciaba mientras le besaba con ardor, buscando su boca y su lengua casi a la desesperada. Necesitaba sentirla una y otra vez. A la vez que nos besábamos él hacía de mis tetas su posesión, sobándomelas como quería, poniéndome tan caliente como para freír un huevo con mi cuerpo…

Con un sentimiento de ansiedad suprema, tomé la herramienta de mi amante y la hice penetrar en mi cuerpo, levantándome un poco para volver a sentarme, esta vez con su ariete bien ensartado. Mi amor llevó sus manos a mi culo para aferrarme con fuerza, dándole severos cachetes para oírlo sonar. Aquello era fantástico, riquísimo. Su mano izquierda cogía mis tersas nalgas al tiempo que la derecha subió para acariciarme los pitones. Que delicioso era todo aquello. Ahora yo estaba cabalgándolo, montaba a horcajadas sobre él, que parecía estar en la gloria conmigo encima suyo…

Mis movimientos se hacían más intensos cada vez, más fantásticos, largos y prolongados amén de más profundos. Incluso me dolía un poco pero era un dolor maravilloso. Luego, para mi sorpresa, su mano bajó hasta tocar mi clítoris y jugar con él, provocándome unas oleadas intensas, unos espasmos que me ponían al borde de la locura. Él sabía que así era e insistía en ello cada vez con más ganas, buscando con ahínco la forma más rápida para volver a gozar juntos. Yo estaba cada vez más salida, más cachonda, y él sabía que estaba a punto, podía notarlo en su cara…

Entre estertores y jadeos varios, aceleré el ritmo de mi cabalgada, que ya era de amazona salvaje, y apreté mis músculos vaginales para oprimir su verga dentro de mí, estrujándosela para que él gozase al tiempo que yo. Los dos nos corrimos de nuevo y quedamos uno sobre otro, agotados y abrazados. Le miré con ternura, con una amplia sonrisa le besé, y no pude si no volver a hacerlo con él hasta quedar exhaustos…

Desde aquella tarde, mi tutor y yo fuimos amantes furtivos, fingiendo total normalidad dentro del horario de clase, para desbocarnos fuera del mismo, entregándonos a cuantos placeres se nos ponían de por medio. Aquella fue la mejor época de mi vida. Él me llevó a todos los moteles de la ciudad, encerrándonos allí para entregarnos el uno al otro. Cada vez que le veía desnudarse para meterse en la cama yo me ponía loca de contenta, lo recibía con los brazos abiertos y nos amábamos como desesperados. No había nada mejor…

Mi pasión no solo se limitó a mi tutor, si no que también, tiempo después, me hizo caer en brazos de otros profesores de la misma condición, con quienes descubrí otros placeres, otras formas de disfrutar, de gozar. De todos guardo un recuerdo precioso pues todos se portaron muy bien conmigo, nada raro teniendo en cuenta que siempre he sido muy bella, y no lo digo por alardear: ojos azul mar y pelo rubio dorado, casi como el sol en el ocaso, aderezado con un cuerpo repleto de curvas de arriba abajo, con un buen par de tetitas firmes y un culito como el mármol, sin lunares, arrugas ni nada por el estilo, todo tersura y suavidad. Una mezcla difícil de resistir…

De mis otros profesores, el que directamente cayó en mis brazos sin que yo me lo propusiera fue mi profesor de gimnasia. Todas sabíamos que era un pervertido que buscaba cualquier excusa para tocarnos o para intentar ver por debajo de la ropa. No tardé en darme cuenta que, a veces, se me quedaba mirando como embobado, y viendo la forma en que miraba, adiviné que me deseaba. Nada raro, deseaba a todas las del instituto, pero parecía que sentía especial debilidad por mí, y eso me atrajo de él…

Los viernes a última hora nos tocaba clase de gimnasia, así que uno de esos días yo me vestí con algo más ajustado de lo normal. Las demás no lo notaron mucho y los chicos, solo uno o dos se fijaron, pero él lo notó a la primera de cambio y supe que no me quitaba ojo. Al final de la clase me dijo que me quedase con él porqué me veía algo torpe en mis ejercicios y quería repasarlos. Sabía cual era su intención y no me importaba, yo estaba deseando sentir sus manos en mi cuerpo.

Primero me tuvo corriendo para sudar un poco y que mi ropa se pegase. Para cuando acabé, tenía los pitones bien marcados en la camiseta, pues no llevaba sujetador, y se me marcaba un poco la entrepierna por encima de los shorts que tenía puestos. Cansada me senté sobre la pila de viejas colchonetas y él a mi lado. Antes de correr había hecho otra clase de ejercicios, como el pino, logrando que mis tetas se marcasen bastante, poniendo a mi profesor tan erecto que era imposible no ver lo empalmado que estaba. Aquel bulto en su pantalón de chandall atrajo toda mi atención.

Él supo ver como su verga me hacía mirar, y con picardía me preguntó si alguna vez había visto una polla erecta. Le dije que no para no decepcionarlo, y él, sonriente, se quitó los pantalones y me enseñó su pija, erguida y dura como a mí me gustaba tanto. Llevó mis manos hacia ella, la cogí bien fuerte y me hizo masturbarlo a la vez que me quitaba la camiseta para verme las tetas, acariciándomelas como el degenerado que era. Yo sabía lo que quería de mí y no me importaba, me excitaba sentirme así de deseada por un hombre. Era tan diferente de mi tutor…

Con mi profe de gimnasia no hacía falta decir nada, él estaba ansioso por tirarse a una alumna y yo por sentir su garrote entre mis piernas, de modo que fue una perfecta unión de intereses. No tardó en quitarme los shorts para verme totalmente desnuda, deslumbrándose cuando me separó las piernas y vio la línea que dibujaban mis labios vaginales, los cuales, ansioso, no dudó en acariciarme de tal manera que creí perder el conocimiento. Aquella mutua masturbación nos puso calientes y excitadísimos. Él me besaba el cuello con infinito deseo, y yo me dejé llevar…

Después de probar el sabor de sus besos, que fueron indecente lujuria en estado puro, me hizo recostarme sobre aquellas viejas colchonetas azules donde tantas veces habíamos rodado, saltado y hecho ejercicio. Uno de sus dedos, mientras seguía comiéndome la boca, se deslizó dentro de mí en plan juguetón, arrancándome algunos espasmos y gemidos muy intensos. Él sabía lo que debía hacer conmigo y lo acataba a rajatabla, sin perderse detalle. Me chupó los pitones con un ansia terrible, mordisqueándolos con los dientes para hacerme disfrutar. Yo estaba en el cielo…

Lo siguiente que recuerdo es que yo estaba tumbada debajo de él con su polla llenando mi boquita, mientras él se degustaba a base de plato de almeja, usando sus manos para abrirme y meterme su lengua todo lo que podía. Jamás me habían hecho una cosa así y me encantaba, lo vivía tan intensamente que me parecía imposible estar sintiendo nada parecido. Con todas mis ganas me jalaba su miembro, lamiendo y chupando hasta hartarme, a la vez que me dejaba chupar por él. Cada vez que lo recuerdo me mojo toda…

No sé cuanto estuve mamando su verga, pero se me hizo eterno, y lo más morboso era que estábamos en la pista del instituto, donde cualquier podría pillarnos si entrase. Que me pudieran pillar era algo tremendo, terrible, pero también era excitante jugar de ese modo con él. Mi profe, que ya no podía más, se retiró un momento para verme, para admirarme: su alumna predilecta desnuda, tendida esperando recibirlo, dejándose hacer. Se abalanzó sobre mí, me besó, y me penetró…

Fue cuando aprendí que cada hombre tiene una polla diferente y única, ya que la de mi tutor era muy gruesa, y está, por contra, era más larga aunque algo más fina. No obstante, desde el primer momento en que me tuvo ensartada mi cuerpo reaccionó a su amoroso miembro viril, adaptándose a él para recibirlo en todo su esplendor. Separé mis piernas todo lo que pude y lo abracé, diciéndole casi a gritos que siguiera, que me hiciera el amor, que me penetrara más hondo, más profundo, máaaaaaaaaas…

A diferencia de mi tutor, por quien sentía un amor y una profunda admiración, por mi profe de gimnasia solo sentía una lujuria imposible de detener. Aún sabiendo lo pervertido que era, y que más de una vez había realizado algún tocamiento indecente a alguna amiga, yo no podía reprimir mis deseos por ver hasta que punto quería delinquir acostándose con una alumna suya. Tenía que saber hasta donde llegaban sus deseos, necesitaba saberlo, y no me importaba si en el proceso yo también me convertía en criminal. Mi chochito me lo pedía a gritos, y no podía desobedecer…

Pasando sus manos por mi cuerpo, mi profe de gimnasia me recorrió de lado a lado, me exploró profundamente una y otra vez mientras me barrenaba con su vara de pasión. Era delicioso sentirlo dentro de mí, me sentía en el cielo cada vez que intentaba metérmela toda de un tirón, a veces sacándola casi por completo y vuelta a empezar. Su juego me tenía ida y él lo sabía. Parecía que llevara mucho tiempo deseando que aquello ocurriera y más tiempo planeándolo, lo que solo me hizo sonreír por dentro…

Poniéndose de rodillas sobre la colchoneta, mi profe me cogió de las nalgas y me atrajo hacia él, dejándome medio echada. Apretó su ritmo dentro de mí deseando regarme, anegarme con sus jugos. Yo me encontraba tan perdida en aquel mundo de placer que solo podía gemir, jadear, sentir como me martilleaba. En los últimos momentos se me echo encima, me dio con un poco más de fuerza y finalmente me hizo gozar, haciéndome estallar en gritos mientras lo abrazaba con todas mis fuerzas…

Me sentía bastante sucia por dentro, pues sabía que él era un degenerado y yo había dado rienda suelta a sus perversiones. Aún así, no podía hacer nada aparte de haber disfrutado de aquella experiencia, pues con su madurez él supo echarme un señor polvo que me puso en órbita, tanto que no pasó mucho para que volviera a sentirme necesitada de él. No sabía que me pasaba, sabía que estaba mal, pero la forma en que me trataba, en que me acariciaba y besaba tenía algo que me hacía enloquecer. Me tenía subyugada y él, sabiendo eso, hizo algo que yo no esperaba…

Se puso a besarme de nuevo, uniendo nuestras lenguas, nuestras manos y nuestros cuerpos hasta que me volteó poniéndose a besarme las nalgas y a sobármelas. No supe lo que se proponía hasta que me metió un dedo por el ano, para ver si lo tenía estrecho o no. En ese momento reaccioné y quise apartarlo, pero él tomó plena posesión de mi cuerpo y no me dejó levantarme, diciéndome que era culpa mía lo que iba a pasar, pues lo sabía y lo permití, algo que nunca pude aclarar del todo…

Apuntó su garrote entre mis nalgas e hizo presión, consiguiendo perforarme mi pequeño orto, casi desgarrándolo. Me había desvirgado y tuvo que hacer mucho esfuerzo para hacerme callar, pues nunca había sentido tal dolor. Cuando me tuvo totalmente sodomizada quedé como estática, incapaz de moverme. Mi profe se prodigó en toda clase de besos y caricias, mimándome y diciéndome que todo había pasado y que ahora lo gozaría, pero yo estaba convencida de que iba a partirme en dos…

Chupeteaba mi cuello, me acariciaba el vientre y las tetas, besaba mis labios…y todo lo hacía para consolarme, para que me sintiera mejor, claro que, una vez se puso a sodomizarme, lo hizo de tal modo que ya no sabía si aquello me desagradaba o me gustaba, pues lo hacía de un modo lento, suave, casi con una paciencia de santo…no puedo negar que en todo aquel dolor encontraba un resquicio de placer, por diminuto que fuera…no podía creerlo, pero empezaba a disfrutar que me dieran por culo…

Jamás me había parado a pensar en dar mi culo para que me lo follaran, y mucho menos un pervertido como él...eso lo convertía en algo más excitante, más confuso si cabe. Antes de darme cuenta estaba jadeando mientras él, que consiguió ponerme en posición de perrita, me sodomizaba con el ritmo propio de un enamorado. Su verga se había acomodado en mis entrañas más fácilmente de lo que yo podía imaginarme, y aquel estéril recoveco parecía gustarle, pues me lo perforaba muy lentamente…

Mi profe se tomaba su tiempo, se notaba que quería darme por el culo durante el mayor tiempo posible. Para evitar cualquier protesta mía, me acariciaba los pitones y el clítoris a partes iguales, cambiándose de una parte a otra y viceversa. Vamos, que me tenía tan excitada y tan salida que acabé diciéndole, con voz clara y firme, que me diera por el culo cuanto quisiera en gana, que me encantaba lo que me estaba haciendo, algo que aún hoy no deja de sorprenderme y excitarme…

Su rabo duro entraba y salía de mi orto a gran velocidad, parecía que jamás se cansaba de mí. Yo podía sentir como se rozaba contra las paredes internas de mis tripas, para así acostumbrarlas a ese garrote que no dejaba de hacerme sentir en el séptimo cuelo. Mi amante, tiempo después, me pajeaba con mucha más energía y supe que su orgasmo era inminente, y que no quería correrse sin que yo me corriera, así que yo misma me masturbé mientras aquella primera enculada terminaba con unos terribles estertores y una buena corrida entre mis nalgas, dejándome agotada…

Estaba más cansada que nunca, pero tampoco jamás me había sentido tan realizada. El profe me dio su rabo para chuparlo un poco más y así limpiarlo de lefa, la que tuve que tragar para deleite suyo, aparte de la que tuve recoger con mi mano para hacer lo propio después. Luego me besó un poco más y me dijo que no debía decirle a nadie nunca lo que había pasado, y que desde entonces él podría hacerme todo lo que quisiera y cuando quisiera. De rechazar sus ofertas, no solo me suspendería, también me haría "otras cosas" que siempre he sido incapaz de volver a repetir…

No le hizo falta castigarme en modo alguno, pues, a sabiendas de lo perverso que era, siempre me he sentido dominada por él, y más de una vez me hizo cosas tan obscenas que creí una pesadilla de mi calenturienta imaginación. Aquella situación era insufrible: por un lado tenía el amor y el cariño de mi tutor, y por otro la perversión y el dominio de mi profe de gimnasia. Nunca ninguno de los dos supo lo que el otro me hacía, de saberlo habría un escándalo(y una pelea) de órdago, aunque nada sería tan escandaloso como que se supiera que el director también se me beneficiaba…

Y ocurrió de casualidad, un día que acudí a verlo para entregarle un memorándum tras una reunión del consejo de delegados de alumnos y profesores. El director estaba cercano a la cincuentena, y poseía una mirada, intensa, penetrante. Sus ojos oscuros podían desarmar al más pintado. Hasta ese momento jamás me había fijado particularmente en él, pero verlo en su despacho manejando sus asuntos era una imagen de poder y seriedad que me atraían enormemente, así que volví a los cinco minutos…

Claro que antes pasé por el lavabo para hacer "cierta cosa". Luego volví aduciendo que se me había olvidado algo, y cuando el director me preguntó que era, yo me subí la falda y le enseñé mi chochito, pues las braguitas me las había quitado y las había guardado por dentro del cinturón de mi faldita, bien disimuladas. Él se quedó de piedra, incapaz de decir nada. A esas horas de tutoría sabía que estábamos solos, de manera que tenía carta blanca para hacer él con lo que quisiera…

Lo primero fue llevar su mano a mi entrepierna y dejar que me tocara. Le dije que me parecía muy atractivo, casi magnético con esa imagen de poder que generaba, y que no me iría de allí sin que él me poseyera en ese despacho. Aquello debió pillarle tan de sorpresa que ni siquiera pudo espetarme ni la más mínima protesta. Nunca supe si él me deseaba antes de eso, pero tampoco quise saberlo. YO lo deseaba a él, y eso para mí bastaba y sobraba…

Desabotoné mi blusa y me la quité, dejando mis pechos al alcance de su vista, de sus manos y de su boca. Acercándome a su asiento, me senté en su regazo con mis piernas separadas y me las arreglé para que me sobase. Tardó en reaccionar, pero finalmente lo hizo y comenzó a chuparme las guindas con una gran necesidad. Parecía que hubiera estado a secas durante mucho tiempo, o esa era la impresión que yo tenía, pues me chupaba como un niño goloso que llevara mucho sin comer dulces…

Su potente y enorme mano me acogió los labios vaginales y se puso a frotarme el chochito largo y tendido, viendo como mi carita se relajaba y se contraía por el placer que él me daba. Yo subí la faldita más aún y pudo verme casi desnuda en aquella posición, algo que parecía hacerle la boca agua. No pude contener más el deseo de sentir aquella boca y tomé la iniciativa para besarlo una y otra vez, jugando con su lengua rasposa. Aquella boca era gloria bendita…

Me sobó las nalgas y le dije que tenía mi culito a su disposición para cuando quisiera, que me volvían loca los maduros y más si eran maduros con poder. ¿Y había algo más poderoso en esa época que el director de mi instituto?. Él se sonrió levemente, pero luego ni siquiera se dignó a decirme un "sí", solo asintió y continuó besándome y tocándome, preparándome para el momento en que me tuviera sentada sobre él…

Llegó un punto en que no pude contener mis manos y dejé que éstas tomaran el control, desabrochándole el cinturón y los pantalones, buscando su erección ansiosamente. Se la saqué y admiré el tamaño de su armatoste. Era una especie de cruce entre mis anteriores experiencias: gruesa pero no tanto como la de mi tutor, y larga pero no tanto como mi profe de gimnasia. Me derretía solo de verla erecta…

Abrí la boca y me la jalé como una profesional. Habían pasado varios meses desde que mi tutor me había desvirgado y para entonces entre ambos ya llevaba mucha experiencia a mis espaldas, suficiente para saber lo que tenía que hacer sin cometer el más mínimo fallo. Él se quedó boquiabierto al ver lo bien que se lo hacía, no dejaba de mirarme ni yo de mirarle mientras tenía toda su polla en mi boca…

Aquel juego de miradas me encendía más de lo que en ese momento podía decir. Estábamos muy excitados y terriblemente ansiosos, al menos yo, por sentarme en sus rodillas y hacer desaparecer su verga con mi chochito empapado. Se la chupé con tanta pasión que por poco lo hago gozar antes de tiempo, pero pude frenar en el momento preciso y fui haciéndolo más lentamente. Él, sin moverse del asiento, gemía y gemía sin parar mientras aquella alumna, yo, se la chupaba con saña…

Queriendo que me devolviera el favor, me tumbé sobre su mesa para que me chupara a mí, para que viera lo dispuesta que estaba a que me hiciera de todo. Sin levantarse se movió un poco con el sillón(que tenía ruedas) y estuvo casi sobre mí. Se alzó un poco para chuparme las guindas un poco más, pero luego volvió a sentarse, y tras abrirme los labios vaginales, se puso a chuparlos como un loco…

Mis anteriores amantes no habían sido ni por asomo tan buenos como él en el arte de la cunnilingus(fue él quien me dijo como se llamaba aquello). La manera que tenía de lamerme, de besarme y de tocarme me ponía tan ardiente como una barra de acero al rojo vivo, estaba tan cachonda que no me parecía posible sentirme tan…"así". No puedo decirlo de otra manera, no me salen las palabras, solo puedo decir que mi calentura jamás había sido tan bien satisfecha por nadie…

Se pasó un buen rato hurgando y explorando mis entrañas, admirándolas y diciéndome lo mucho que le gustaban y lo bien que sabían. Con cada pase de sus dedos, de su lengua y con cada piropo yo estaba más feliz que nunca, más deseosa de sentir como era hacer el amor con un hombre que destilaba tanta energía y poder a su alrededor. Necesitaba saberlo con tanto ahínco que mi cuerpo ya no me obedecía, y solo respondía a todos sus estímulos. Después me hizo incorporarme, y penetrarme…

Fue tan placentero como delicioso. Él se acomodó en su sillón y yo fui sentándome en su regazo, mirándonos fijamente a la vez que, con lentitud, iba metiéndome su verga dentro mío. No quería algo rápido, así que lo demoraba lo más posible, alargando esos segundos preciosos en que me estaba tomando como suya. Finalmente quedé sentada sobre él, con su herramienta bien metida en mí, penetrándome, satisfaciendo mi deseo. Entre eso y el beso que nos dimos yo no podía pedir más a la vida. Estaba en lo más alto del placer sexual…

Empecé a cabalgarle lentamente, disfrutando cada instante, cada sensación…quería perderme en él, fundirme en él, ahogarme…era como zambullirse en un mar lleno de lacerantes, interminables y fantásticas caricias. Cada vez que me reclinaba sobre él, mi señor director podía chuparme las tetas con avidez, pudiendo dejar que sus manos recorriesen la línea de mi espalda y llegaran a mis nalgas, tomando total posesión de mi cuerpo, algo que me hacía estremecerme de goce…

A mitad de cabalgada, hizo algo que no me esperaba: me metió dos dedos por el culo, activando alguna especie de resorte secreto que desconocía, pues fue sentir como me los metía y ponerme a rebotar con más ganas aún. Aquello no paraba de extasiarme a tal nivel que ahora sí estaba plenamente convencida de que iba a enloquecer de verdad, a volverme majareta perdida. Sus dedos obraban maravillas y mi culito rechoncho se amoldaba a sus juguetones dedos, poniéndome caliente a más no poder…

Mi espalda se arqueó haciendo que mis tetas resaltasen más aún, haciendo que mi amado director se relamiese viéndolas tan empitonadas, tan firmes y duras. Yo no paraba de dedicarle palabras cariñosas mientras me perforaba el culo con sus dos y mi chochito con su potente garrote, que él contestaba dándome más caña con más brío. Con aquella manera de amarme me podría haber hecho la peor de las perversiones del mundo, que yo la hubiera disfrutado a todo volumen…

Su maravillosa herramienta me volvía loca de sexo, estaba muy necesitada de lo que él me estaba dando, tanto que pegué mi boca a la suya para sentir la delicia de sus besos, mientras que él acariciaba mis redondas nalgas. Cogí su cara y la besé con todas mis fuerzas, fruto de la pasión que desataba en mí, y al oído le susurré que me gozase de una vez, que ya no podía esperar. Nada me importaba más en ese momento que sentirme su hembra caliente…

Culminando aquella maravillosa cabalgada, yo me desboqué todo lo que pude, empujé con mis caderas usando todas las fuerzas que me quedaban disponibles, y él hizo lo propio para gozarse a esta niña perra en la que me había convertido. Entonces, y por fin, ambos llegamos a nuestro ansiado orgasmo, cayendo rendidos uno sobre otro, quedando tiernamente entrelazados mientras nos dejábamos llevar por la marea. Aquel fue mi mejor orgasmo durante muchísimo tiempo…

Después de aquella preciosa sesión de sexo, dejé que él me poseyera una vez más, esta vez yo tendida en su mesa y él encima mío, devorándome totalmente hambriento de mí mientras yo me dejaba comer por él. Me embatió y fornicó a su antojo, sin que yo protestase o me quejase ni una sola vez. Solo disfruté y disfruté hasta que me volvió a arrancar un nuevo orgasmo y él, cariñoso, quedó encima mío bendiciéndome con el tacto de sus manos y el calor de sus besos…

A lo largo de mi tiempo en el instituto ninguno de mis tres amantes supo jamás de que yo tenía a los otros dos, y disfruté de cada uno a mi manera y ellos me disfrutaron a la suya. Aunque sea difícil de creer, aquello no influyó para nada en mis notas, y conseguí mis aprobados por méritos propios, a sabiendas de que cuando fuese a la universidad los perdería para siempre. Por suerte, los últimos días que estuve allí anduve de hombre en hombre y de verga en verga, arreglándolo para que mis amantes no se conocieran entre sí. Fueron días de auténtica orgía…

Cuando llegué a la universidad me encontré con un mundo nuevo de hombres a mi disposición, no solo profesores si no también alumnos(¿hay alguna universidad que no tenga alumnos de 30 ó 40 en adelante?). Mi reputación de empollona me precedió hasta allí, lo que me salvó para asegurarme de que nadie sospechaba si me acercaba a algún madurito con mucha cabeza para repasar lecciones, y aprender algunas nuevas. Siempre he sido muy discreta, y ellos jamás cuchichearon, de manera que tenía garantizada la intimidad de mis aventurillas sexuales…

Dejando de lado a los alumnos, el profesorado tampoco se escapó de sucumbir a mis pasiones. De hecho había dos profesores que me ponían tan cachonda según los veía dar clase que era difícil contenerme para no saltar en sus brazos, sacarles la polla de los pantalones y mamársela allí mismo. Por supuesto nos lo montamos tanto en las aulas cuando quedaban vacías como en sus despachos a solas. Aquellos cursos fueron la locura, hasta que conocí al que sería mi marido…

Han pasado cuatro años desde entonces, y no he dejado de amarle ni un solo día. Nos casamos hace casi tres años(después de casi uno de noviazgo) y nuestros dos hijos fueron y son nuestra bendición. Mi marido sabe todos los líos y aventuras que tuve antes de conocerle, y con una madurez que no todos tienen, él acepta todo lo que hice sin reserva alguna. Citando sus palabras "solo serías infiel si en lugar de follar con otros hicieras el amor con ellos. Mientras no haya amor, no es infidelidad. La verdadera infidelidad no es follar estando casado, es hacer el amor estando casado, porqué eso no es lo mismo. Ni de lejos"…

Es por eso que, a pesar de nuestro matrimonio, yo aún mantengo mis pequeñas aventuras, pues por mucho que lo ame, no puedo evitar desear a esos hombres maduros que tan caliente me ponen. De vez en cuando las ganas me pueden y me doy un gustazo con alguno de ellos, que me hacen unas cosas que solo a esas edades se saben, y a mi marido, como dije, no le importa, pues él sabe, como ahora vosotros sabéis, que para mí no hay mayor placer que estar cabalgando a lomos de un hombre maduro…

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:40) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:16) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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