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Campamento de Verano

Relato enviado por : Sereja el 12/05/2011. Lecturas: 26499

etiquetas relato Campamento de Verano   Gay .
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Resumen
No era primavera, pero en el verano es cuando más calientes pueden estar los muchachos en un campamento.


Relato
Campamento de verano

No sé por qué a mis papas se les ocurrió enviarme a ese campamento. Eran las vacaciones de verano y pensaron que sería bueno para mí socializar más con muchachos de mi edad. Yo no soy de muchos amigos y tal vez por eso pensaron que debía ir allá, creyeron que sería bueno salirme de mi ambiente de mis hermanos, primos y compañeros de la escuela para hacer nuevos amigos en ese dichoso campamento de una semana.

Finalmente me mandaron en contra de mi voluntad y no hubo nada que yo pudiera hacer, así que ni modo, intentaría divertirme, pero en lo particular los campamentos no me gustaban. Yo en mi escuela ya había ido a algunos pero solo eran de un fin de semana, solo que este sería más largo y con puros desconocidos.

Cuando me dejaron mis papás y se despidieron de mí me sentí muy miserable, y ya dentro del camión me senté en medio junto a la ventana. Lentamente se fue llenando de niños y niñas de diferentes edades, y yo era del grupo de los mayores, aunque también había adolecentes ya un poco más grandes. Mi lugar se quedó vacío ya que muchos de los campistas parecían conocerse entre ellos. Entonces en ese momento maldije aún más mi destino.

Veía algunos de los muchachos y muchachas que asistirían, y aunque había unas niñas bonitas, ellas se sentaban en grupos, y si algún chico se sentaba junto a ellas es que era bien parecido, o bien, era familiar de ellas. Yo estaba abandonado y así permanecí hasta que llegamos al campamento en un pueblo a dos horas de la ciudad y nos dividieron por grupos de edad. A mí me mandaron con los niños grandes y afortunadamente no fue con los adolecentes ya que ellos eran más grandes y toscos. A las niñas las mandaron por otro lado y ni me importó.

Los dormitorios eran grandes cuartos, como cabañas, con literas formadas, y ya ahí yo escogí la cama de abajo de una litera cerca de una esquina. Ahí desempaqué y puse mi bolsa de dormir junto con la mochila de una forma rápida ya que nos estaban llamando para las primeras actividades. Junto a mi cama, justo en la esquina se acomodó un niño, un muchacho como de mi edad pero debo de decir que era bastante bonito. Me llamó mucho la atención ya que había pocos como él. Era de ojos grises y sus cabellos eran rubios y su piel rosada. Salí corriendo porque se supone que no me debían gustar los hombres y mejor me despejé la mente.

Nos formaron en filas, nos dividieron por equipos, y cual va siendo mi sorpresa que a este niño le va tocando estar en mi equipo. Yo prefería no verlo directamente ya que no quería mostrar ninguna atracción hacia él. No quería que los demás creyeran que yo era maricón así que lo ignoré. Cada uno nos presentamos y dijimos nuestros nombres, y cuando dijo el suyo fue el primero que me grabé en la cabeza: Irwin.

No sé por qué le pusieron ese nombre tan extraño sus papás, tal vez porque parecía un extranjero o tal vez sí lo era, o al menos sus papás. También se presentó nuestro jefe de equipo, el conejero, el cual era como de veinte años.

Era muy caluroso ese lugar, y aunque había mucha vegetación y árboles, el sol y las actividades nos tenían casi todo el tiempo sudando. Los juegos eran muy variados y durante dos días no intercambié ninguna palabra con Irwin y más bien socialicé con otro niño que se llamaba Pablo, que no era nada extraordinario y hasta más bien feo.

Ir a nadar a la alberca era lo que yo más disfrutaba, y no únicamente yo sino los demás también. El tiempo mientras estábamos en el agua pasaba volando, pero al salir recordaba por qué no me gustaban los campamentos: la hora del baño.

No me gustaba desnudarme frente a todos los demás, así que cuando decían que nos saliéramos, yo era el primero en correrle para bañarme tranquilamente en esas duchas grandes sin divisiones dentro de nuestra cabaña. Mi técnica funcionaba bien ya que cuando terminaba me ponía la toalla y ya nadie me podía ver, y yo en cambio sí podía ver a los demás desnudos. No sé por qué no me gustaba que me vieran, así que mientras me vestía y me amarraba las agujetas, de reojo vi a Irwin desnudarse y cubrirse con su toalla para meterse a bañar. Era muy hermoso, demasiado diría yo. Solo pude ver parte de sus nalgas y su espalda. Era perfecto, sin grasa de más pero tampoco musculoso o atlético. Sus dos tonos de color de piel eran muy llamativos, ya que la parte cubierta por el calzón o los shorts era muy blanca, pero lo demás era rosado y un poco bronceado.

¿Qué estaba haciendo? Estaba pensando tanto en eso que hasta tuve una erección, y mejor me levanté con cuidado para caminar un poco y pensar en otra cosa que no fuera Irwin. Durante la tarde comimos esas clásicas comidas de campamento, las cuales son medio desabridas y poco abundantes. Pablo me buscaba constantemente a mí y yo solo lo escuchaba y entablaba pocas palabras con él. Parecía como si quisiera ser mi amigo pero yo no me abría a él, solo comía con Pablo para no estar solo. No era tan hábil en las actividades y a veces hasta era molesto, pero yo lo soportaba y tal vez eso lo agradecía.

No fue sino hasta la actividad del tercer día por la noche que todo comenzó a cambiar. Las historias y leyendas que se empiezan a contar en esos campamentos son un tanto entretenidas y algunas espeluznantes, pero como todos éramos valientes, no pasaba nada. Al principio todo empieza como rumores y poco a poco se propagan. Hombres lobo, duendes, monjes locos y hasta extraterrestres… en fin, toda clase de historias que pueden escucharse en pueblos pequeños.

De día obvio no pasaba nada, pero a la noche, cuando llegó el juego de las pistas fue cuando el miedo comenzó a llegar a cada uno de nosotros. Todo era con linternas y para colmo estaba hasta nublado, por tanto se veía menos luz y todo era más difícil. En cierto momento Pablo ya no pudo seguirme el paso y ya estando yo solo, buscando por los huertos la famosa pista del tesoro me encontré con Irwin, que hasta ese momento tampoco había logrado socializar mucho.

Me daba cuenta que pocos le hacían caso y aunque era hábil en los deportes y otras actividades, él tampoco hacía mucho esfuerzo por hacer amigos. Nos saludamos no sin antes espantarnos y a partir de ese momento, hicimos juntos las pistas hasta que encontramos nuestro tesoro, el cual había que llevarlo a la fogata central con los concejeros, pero lo debía hacer todo el equipo junto, si no, seríamos descalificados, así que como pudimos reunimos al equipo que estaba disperso por todo el campamento en esa noche oscura y ganamos esa actividad para alegría nuestra.

Esa noche cantamos y comimos alrededor de la fogata, y notaba que Irwin me veía de reojo, pero yo no le hacía caso y más bien me juntaba con los demás compañeros del equipo. Finalmente Irwin se integró al equipo ya que era junto conmigo el gran héroe de la noche.

-Estuviste genial Rafa –me dijo Irwin ya cuando nos estábamos acostando para dormir-. No sé como resolviste ese acertijo.

-Solo fue suerte –le contesté con una sonrisa.

Apagaron las luces y él encendió su linterna y me dijo:

-Creí que este campamento sería tonto y aburrido, pero ya me estoy divirtiendo. ¿Y tú?

-Qué curioso -le contesté en voz baja-, yo también creía que sería tonto, pero ya me está gustando.

Obviamente los dos lo dijimos inocentemente, pues aún no había deseos carnales en nuestros pensamientos, o tal vez si, ya que cada vez que le veía desnudo, se me paraba mi pene y no podía hacerlo bajar, como esta noche que lo vi dormirse sin su playera. Yo en cambio hasta me ponía mi pijama.

Así dio paso al cuarto día, en donde nos tocó la caminata al pueblo, en donde curioseamos por los puestos ambulantes, compramos cochinada y media de dulces y los que tenían más dinero compraron algún recuerdo, como playeras o algún llavero. Irwin compró una playera y me regaló un llavero, también compró a escondidas una de esas cámaras desechables de rollo. Con gusto acepté su obsequio y a partir de ese momento, me distancié de Pablo y comencé a hacerme amigo de Irwin. Él era sincero y parecía ser que hasta era como yo, un poco retraído y tímido a veces, pero conforme tomaba confianza podía ser un gran amigo.

Nuestro grupo se hizo más grande, y a pesar de que comíamos ya todos juntos, yo era ya muy cercano a Irwin y él a mí. Eso me agradaba ya que yo lo quería como amigo y creía que él también sentía aprecio por mí. Hubo más actividades y por la tarde nadamos en la alberca, pero como ya no era posible que estuviera solo, busqué la oportunidad para escabullirme y bañarme sin que me vieran.

Parecía que lo había logrado, pero al llegar al dormitorio me encontré a Pablo preparándose para bañarse.

-Siempre te vienes primero y ya vi porque –me dijo-, lo haces porque así terminas primero y no esperas turno para ducharte.

-Si –le contesté-, es por eso.

Ni modo, me tendría que bañar con él viéndome. Con pena me desnudé y me cubrí lo más que pude para que no viera mis genitales ni mis nalgas. Pero todo fue en vano cuando entramos a la ducha. Ahí solo procuré darle la espalda, y mientras me lavaba la cabeza pensaba en otras cosas para despejar mi mente y al abrir los ojos, ahí estaba Irwin comenzándose a bañar también. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tener una erección y mejor pensé en otra cosa y ya más calmado salí casi corriendo de la ducha y me tapé porque ya venían más compañeros. Todavía mojado salí y me sequé aunque dejé muchas huellas y charcos de agua. Me puse el calzón y después el short, y para cuando Irwin salió yo ya estaba vestido.

-Eres rápido para vestirte –me dijo Irwin.

-Ni modo que camine desnudo por todos lados –le contesté.

Él mientras se estaba secando y quedó completamente desnudo frente a mí sin importarle nada y buscó su ropa dentro de su mochila. Dios, qué hermoso era Irwin. No había visto tanta perfección nunca en mi vida y no pude quitarle la mirada. Disimulé un poco y mejor me puse a arregla mis cosas para no ver cómo se vestía, pero su pene era tan hermoso, parecía un dulce y tenía un buen tamaño, sus testículos eran rosados y ya le colgaban. Sus líneas y sus formas eran perfectas, bien definido, incluso más delgado por todo el ejercicio y la mala alimentación. No me lo pude sacar de la cabeza y esperé a que se vistiera para salir juntos al comedor.

Platicamos de otras cosas y me dijo que sus abuelos venían de Holanda, pero era Mexicano y que no tenía hermanos. Yo le platiqué un poco sobre mi y de mis hermanos. También hablamos de nuestras respectivas escuelas. Los dos no queríamos entrar a la secundaria, pero era algo por lo que teníamos que pasar. Solo de ver a los adolecentes nos daba miedo ser como ellos y no sabíamos por qué.

Como siempre hubo actividades nocturnas y cada vez circulaban más historias de miedo, que durante el día nos burlábamos de ellas, pero de noche, nadie quería salir solo, así que Irwin me acompañaba a todos lados y yo a él. El pobrecito Pablo quedó relegado, y aunque en el equipo lo incluíamos, digamos era mi amigo de segunda categoría. Esa noche fue la noche de la cacería del monstruo, donde teníamos que atrapar a uno de lo concejeros que portaba una bandera, pero usaba una máscara un tanto aterradora.

Por todos lados había muchachos corriendo y gritando. Fue bastante divertido y como siempre, comimos y cantamos canciones tontas alrededor de la fogata. Era curioso, comenzaban a hacerse parejitas entre los grandes de niños y niñas, pero nosotros no, seguíamos fieles el uno al otro.

-No dejes que una de estas tontas se me acerque –me decía Irwin.

-¿Pero por qué? –le pregunté-. Cualquiera de ellas daría lo que fuera por estar contigo.

-Si una niña te invitara a la fiesta de mañana, ¿me dejarías? –me preguntó más bien él a mí.

-Si es bonita, no le diría que no.

-Entonces me dejarías solo –me contestó triste.

-No te dejarán solo. Ya verás que una niña te va a invitar, si no es que muchas.

-No lo creo –dijo él finalmente un poco triste.

Qué rarito era Irwin, pero tal vez había alguna razón, ya que era tan hermoso que pocos se atrevían a hablarle, y qué decir de las niñas. Creían todas que él estaba fuera de su alcance, pero la realidad era que Irwin era un chico solitario en busca de amigos, y como yo fui uno de los primeros en hablar con él y ofrecerle mi amistad, tal vez se sentía correspondido conmigo y así como era fiel, quería que yo le fuera fiel a él también.

-Anímate Irwin –le contesté-. Si no nos invita nadie no importa. Igual la pasaremos bien entre nosotros, y si me invita alguien, yo te invitaré a nuestro grupo.

Yo por mi parte no hice el esfuerzo por socializar con las niñas, pero por rumores me enteré que una niña se había enamorado de mí y para mis adentros dije que era una tonta. ¿Cómo alguien podía enamorarse en cinco días así nada más? Como todos estaban siendo invitados, o más bien, invitaban a las niñas a la fiesta, yo no quise quedarme atrás e invité a la niña que se había enamorado de mí. No le dije nada a Irwin pero realmente intenté que alguna de sus amigas invitara a mi amigo, pero todas creían que era un niño tonto y orgulloso, pero no era cierto.

Tal vez tenían envidia que él fuera más hermoso que ellas, y así ocurrió, Irwin estaba solo en la fiesta con Pablo. Los dos solo se miraban comiendo botanas y tomaban agua, y yo mientras viéndole la cara a esta niña tonta que no decía nada. Yo intentaba hablar o hacer un comentario y ella solo se reía y respondía palabras afirmativas. Me divertiría más con mis amigos pero estaba metido en este gran problema. Esta niña no era fea, pero no me interesaba. Había algo que más odiaba aparte de la ducha y era bailar, y cuando pusieron la música, tuve que bailar. No sabía ni cómo hacerlo, así que solo imitaba los movimientos de los demás.

Deseaba que esta noche terminara rápido, y como pude me alejé de esta niña y sus amigas para reunirme con Irwin y Pablo que estaban sentados afuera de la cabaña central disfrutando de la noche.

-¿Te estás divirtiendo? –me preguntó Irwin al verme.

-¿No se nota? –le respondí negando con la cabeza-. Si pudiera prohibiría estas fiestas tontas.

-Tienes razón –dijo Pablo-, esta es la peor noche de todas.

Parecía ser que solo algunos se divertían, pero la gran mayoría parecíamos tontos. Esa noche nos fuimos temprano a dormir y me di cuenta que esto estaba por terminar por lo que comencé a sentir tristeza. Al principio no quería venir, pero el hecho de saber que se acercaba el final y no volvería a ver a mis amigos me hacía sentir mal. Nos tomamos algunas fotos y dormimos hasta la mañana siguiente.

Era el penúltimo día y lo aprovechamos lo máximo que pudimos. Jugamos, corrimos, comimos y por supuesto nadamos. Esa vez estábamos tan divertidos que Irwin y yo fuimos de los últimos en salirnos de la alberca y cuando nos fuimos a duchar a nuestra cabaña, ya casi todos habían terminado de bañarse, así que estuvimos solos. Todavía con algo de pena me desnudé y me intentaba cubrir, pero para Irwin era natural andar sin ropa. No tenía complejos mi amigo, así que me intenté bañar lo más rápido que podía, pero el solo ver cómo se enjabonaba, o cómo se lavaba el cabello me hizo tener una terrible erección. No lo pude contener y no lo podía ocultar. Solo me daba vuelta y cuando Irwin abrió los ojos, pudo ver mi trozo de carne apuntando hacia las paredes.

Si hubiera podido habría salido corriendo, pero aún estaba un tanto enjabonado, así que intentaba darle la espalda o cubrirme con las manos, pero todo lo empeoraba. Era imposible de esconder mi pedazo erecto. Aún sin quitarme completamente el jabón busqué mi toalla para secarme cubriendo todas mis partes y ya más tranquilo me vestí. Irwin salió en unos minutos y como siempre, parecía que hacía un show frente a mí. No podía hacer que se me bajara, y aún debajo de mis shorts mi pene parecía una carpa de circo, pero me gustaba esa sensación.

Mientras él se vestía, los dos hablábamos de otras cosas y cuando salimos, ya todo había regresado a la normalidad debajo de mi ropa. Ya iba a ser la actividad de la última noche, en la cual haríamos obras de teatro y se contarían historias de miedo, y por último vendría la ceremonia de despedida.

Era triste, pero nos la pasamos bien con las obras de teatro que cada equipo preparó, y después vino la historia de miedo, en donde un concejero narró la historia de los duendes del campamento, los cuales al acercarse la luna llena, salían de abajo de la tierra para molestar a los incautos. Eran pequeños duendes del tamaño de pelusas que podían brillar, pero si se molestaban, podían crecer de tamaño y convertir a cualquiera en duendes también. Decía el consejero que su tamaño podía llegar a los dos metros después de convertir a una docena de niños en duendes.

Fue una historia muy tonta, y hasta graciosa. Ya estábamos acostumbrados a eso, y al final, al calor de la fogata se hizo la ceremonia de despedida y los amigos comenzamos a despedirnos ya que se acercaba el final. La niña ésta lloraba con sus amigas y cuando se despidió de mí, me abrazó con dulzura y hasta le di un besito en sus labios. Ella lloró y le dije que todo estaría bien, que nos volveríamos a ver.

Claro que no era cierto, en mi vida la quería volver a ver, pero comencé a sentir nostalgia ya que al único que me dolería no volver a ver era a Irwin. Contuve las lágrimas ya que muchos lloraban y yo no quería unirme a ese grupo de niñas y algunos niños llorones. Me despedí de Irwin con un abrazo y también de Pablo.

Fue triste ese momento y ya al caminar por los campos de regreso a la cabaña, en la oscuridad de la noche, se podían ver lucecitas en el suelo y también sobre los árboles.

-¡Son los duendes! –gritó alguien y todos los demás gritamos, unos de espanto y otros sólo para causarle más miedo a los demás.

Se escuchaban risas malévolas y hasta voces graciosas, pero poco a poco el miedo comenzó a apoderarse de mí. La luna ya estaba saliendo y estaba casi llena, y a pesar de que sabía que eran luciérnagas, no dejaba de pensar en esos duendes, que si por accidente te llegaban a tocar en los pies desnudos, se enojaban y te convertía en uno de ellos. En grupos llegamos a nuestra cabaña y con las luces prendidas, todos revisamos debajo de las camas para ver que no hubiera nada.

Estábamos asustados y el concejero hasta nos ayudó a revisar también debajo de las literas y los baños. Se escuchaban gritos por otras cabañas y hasta había llanto entre los niños más pequeños. Era realmente feo, y no faltaba el gracioso que con sus uñas tocaba las ventanas.

-A dormir niños –dijo el concejero y apagó la luz.

Cuando lo hizo, todos gritamos y mejor la prendió otra vez. En esa cabaña todos teníamos la misma edad aproximadamente y había también niños de otros equipos, pero todos estábamos asustados.

-Mejor párense al baño ya que cuando la apague no se volverá a prender y no vaya a ser que alguien en la noche tenga ganas de hacer pipi y pise a un duende. No quiero tener un duende de dos metros rondando por aquí.

El concejero parecía ser que disfrutaba nuestro miedo, y todos nos fuimos al baño a orinar para no tener que pararnos en la noche o la madrugada. Los que dormían en las camas altas de las literas estaban más seguros, así que muchos se cambiaron a las camas altas para dormir en parejas. Cuando todos estuvimos metidos en la cama apagó la luz y otra vez comenzaron los gritos y los llantos. Estábamos muy espantados y yo hasta me puse a rezar, y al ver el concejero que casi todos estaban demasiado asustados, prendió la luz y nos dijo:

-Cálmense muchachos, esto no existe. No existen los duendes. Es imposible, piénsenlo, si no todos serían duendes. Tranquilos, ya duérmanse.

Todos respiramos de alivio, pero aún así yo seguía asustado, así que me voltee a ver a Irwin y le pregunté:

-¿Tienes miedo?

-No tanto –me respondió.

-Yo mucho. ¿Puedo dormirme contigo? –le pregunté apenado.

Irwin abrió sus cobijas y me invitó a su regazo. De un saltito me pasé a su cama sin pisar el suelo y ya junto a él me sentía más seguro. Aún sentía miedo y hasta estaba temblando. Se escuchaban algunos llantos y algunos murmullos, pero ya se estaba haciendo el silencio.

-Estás frío y temblando Rafa -me dijo Irwin y me tocó las mejillas y puso su mano sobre mi pecho.

-Tengo miedo -le dije muy sinceramente y en voz baja.

-No te preocupes, son solo historias –me respondió él casi al oído y sentí su tibia respiración.

-¿Cómo le haces para no tener miedo? –le pregunté también a su oído.

-Claro que lo tengo, pero no pasará nada. Son solo historias, pero así ya me siento más tranquilo contigo.

Irwin no quitaba su mano de mi pecho, y aunque yo tenía mi pijama puesta, él solo estaba en calzones y podía sentir su desnudez. Yo estaba de ladito y dándole la espalda. Sentía su calor y al poco tiempo, se me pasó el miedo, pero mi corazón latía con fuerza y no era de miedo sino de excitación. Mi pene ya se había parado y ya no se escuchaba ningún ruido.

-¿No puedes dormir? –me preguntó Irwin al cabo de un rato.

-No –le respondí.

-¿Tienes miedo todavía? –me siguió preguntando.

-Ya no, pero tengo calor.

-Por eso duermo en calzones –me dijo en mi oído-. Deja te ayudo a quitarte la pijama.

No le respondí nada, solo dejé que me ayudara a desabotonara la parte de arriba y me ayudó a quitarme la camiseta. Después me comencé a desabotonar el pantaloncillo y me lo bajé. Ahí no me ayudó, pero no pude bajármelo más ya que se atoró a la altura de las rodillas. Al darse cuenta Irwin se metió a las cobijas y con su antebrazo rozó mi pene erecto que estaba cubierto con el calzón y bajó mis pantaloncillos hasta abajo y los sacó. Entonces con su mano izquierda me dio vuelta y quedé boca arriba, viendo la base litera de arriba.

Teníamos toallas colgadas a los costados y algunos pantalones, así que había bastante privacidad, aparte que los niños que dormían arriba se habían mudado con sus amigos para tampoco estar solos. La luz de la luna se filtraba por la ventana e iluminaba la cara de mi amigo y la mía. Era muy hermoso él, no cesaba de repetírmelo en mi cabeza. Bajé mi mano y también toqué su pecho desnudo y se sintió tan rico percibir los latidos de su corazón que no retiré mi mano derecha. Poco a poco me subía más la calentura y sin poder dormir, comencé a sentir que Irwin bajaba su mano izquierda hasta mi estómago y después a mi vientre.

Yo estaba super erecto y nervioso, ya ni me acordaba de los duendes, y sin más, Irwin puso su mano debajo de mi calzón y tocó todos mis genitales. Yo hice lo mismo, bajé mi mano y al llegar a su vientre, me di cuenta que él ya estaba desnudo. Envolví su falo con la palma de mi mano y lo acaricié como él me acariciaba a mí, lo sentía delgado y muy largo. Nuestra respiración se había vuelto agitada y sentíamos los dos mucho calor. Estaba muy oscura la cabaña, pero a nosotros dos no iluminaba la pálida luz de la luna. Quitamos la colcha y nos destapamos completamente.

Irwin tomó la iniciativa y mientras me bajaba los calzones acercó su boca a la mía y me besó en los labios y con su lengua lamía mi barbilla e intentaba succionar mis labios sin dejar de agarrar mi pene, el cual lo jalaba arriba y abajo sin cesar. No sabía qué hacía él, era la primera vez que alguien o que yo mismo me masturbaba. Abrí mi boca y recibí su aliento, el cual fue lo más delicioso que alguna vez haya probado. Tenía mis ojos entre abiertos y me dejé llevar por él. No importaba si hubiera alguien observando, eso me excitaba aún más y yo más rápido masturbaba a mi amigo.

Se colocó sobre mí y yo lo abracé y nuestros penes juntos comenzaban a tocarse y rosarse con nuestros movimientos. Yo comencé a tocar esas nalgas tan deliciosas y cuando me acercaba a su ano, lo recorría hasta llegar a sus huevos, los cuales estaban bastante grandecitos y jugosos.

Después giramos y ahora yo estaba arriba y él abajo, y con gran experiencia, con su mano derecha y muy delicadamente, introdujo su índice en mi ano. Dejé escapar un gemido, pero fue ahogado por su boca, que desesperadamente buscaba la mía. Cuando nos cansamos, creí que sería el final y dormiríamos plácidamente, pero Irwin bajó sus manos y dirigió su boca rumbo a mi sexo y se lo metió a la boca. Comenzó a lamer y juguetear con su lengua en mi glande y después succionaba como si quisiera extraerme todas las entrañas.

Yo tenía su pene a mi alcance, y cuán grande era, lo olfatee y su aroma era delicioso y sin más, me lo metí completo a la boca, como si se tratara del fruto prohibido. Con sus manos separaba mis piernas e introducía uno a uno sus dedos en mi ano y otras veces me la jalaba a la vez que succionaba. Estaba en el paraíso y yo intentaba hacerle lo mismo, pero mi amigo era un experto. Quería meterle un dedo en su ano pero me daba asco, así que solo acariciaba su escroto y la base del pene, pero se movía Irwin de una forma tan deliciosa, que poco a poco toqué sus nalgas y sin problema metí el índice y después otro dedo y después otro más. Su agujero era enorme y no le dolía, no que a mí solo me entraba un dedo y él lo sabía.

Succionamos y succionamos hasta que sentí unas terribles ganas de orinar, pero era diferente ya que era más bien como un calambre en el vientre y las nalgas. Mi pene se paralizó y todas mis entrañas se contrajeron para dar inicio a mi primer orgasmo. No sabía que pasaba, solo dejé de succionar su pedazo y me dejé llevar por esa sensación tan placentera. No supe si aventé leche o solo fue seco o tal vez algún líquido. Irwin chupó todo como un duce y al terminar, puso su pene frente a mí y lo comencé a jalar frenéticamente. Yo estaba abajo y el arriba, y más bien parecía que lo estaba ordeñando. Sus huevos se tambaleaban y pedía él más velocidad. Yo correspondí y en unos momentos más comenzó a arrojar un líquido cristalino que salpicó mi pecho.

No sabía lo que me había arrojado, pero con dulzura, lo lamió en todo de mi pecho, estómago, axilas y después me besó aún con sus jugos en su boca. Fue delicioso y dormimos los dos muy juntitos y abrazados, como dos amantes que no tienen miedo y están completamente entregados el uno para el otro. No pasé frío, y a pesar de que a la madrugada me desperté, aún sentía a Irwin junto a mí. Volví a tocarle y acariciarle, y en unos minutos ya estaba otra vez erecto, y el correspondió haciéndome lo mismo. Nuevamente iniciamos nuestra sesión de exploración y a pesar de que olíamos a sudor y a otras cosas, no nos detuvimos hasta eyacular otra vez. Esta vez arrojé mis líquidos en su pecho, y también me percaté que eran cristalinos, y como él lo había hecho, se los limpié con mi lengua y después lo besé. Durante la madrugada continuamos amándonos sin llegar a la penetración, que aunque él me la pedía ya que recargaba sus nalgas contra mi pene, yo no la quería conceder aún. Dormimos abrazados hasta que mi pene buscó refugio dentro de su agujero, y así estuvimos hasta el amanecer. No descansamos muy bien, y ya cuando empezó a despuntar el alba, nos separamos, nos vestimos y nos tapamos para que nadie sospechara y dormimos tranquilamente hasta que nos levantaron.

Fue una noche inolvidable, y ahora yo estaba triste porque no volvería a ver a mi querido amigo. Lo amaba y comprendí entonces que desde el primer día yo me había enamorado de Irwin y él de mí. El concejero nos levantó a todos, pero nosotros dos estábamos particularmente más cansados que los demás. Hoy todos iríamos a una caminata a un cerro cercano, pero el concejero no dijo a nosotros dos:

-Ustedes se quedan. Van a tener que ayudar a limpiar la cabaña. Esas son las reglas y ustedes dos son los elegidos.

Mientras los demás se alistaban, nosotros nos quedamos sentados en nuestras respectivas literas con algo de miedo. Al estar solos le pregunté a Irwin:

-¿Nos habrán escuchado?

-No creo. No hicimos ruido, además estaba oscuro y no nos pudieron haber visto.

-Pero la luna nos iluminaba –le contesté.

-Sí, pero las toallas y ropa cubrían…

Guardamos silencio ya que se acercaba el concejero.

-Tenemos tres horas, los demás se van a ir y nosotros nos vamos a quedar a limpiar.

-¿Por dónde empezamos? –le pregunté ingenuamente.

-Por mi habitación –contestó.

Con resignación y miedo nos encaminamos a un pequeño cuarto, pegado a la pared de las literas, muy cerca de nuestra sección y cerró la puerta. Eso se me hacía muy extraño y cuando cerró las cortinas dijo:

-Los vi muchachos y ya sé que son maricones. Los voy a tener que reportar con los directores del campamento y con sus papás.

-¡No por favor! –gritamos los dos al mismo tiempo y casi hincándonos.

-Haremos lo que digas pero no nos acuse, por favor –dijo Irwin casi llorando.

-Por lo que más quiera, no lo haga –yo insistí otra vez.

-Lo van a saber todos, y los otros chicos del campamento también. Desgraciadamente hoy es el último día y si fuera por mí los hubiera echado antes de haber sabido esto. Eso les pasa por maricones –nos volvió a regañar con tono enojado.

-No por favor –dijo Irwin llorando y yo también, casi al borde de desmayarme.

Al ver nuestra desesperación, el concejero nos dijo:

-Está bien, hay algo que pueden hacer para que no se lo diga a nadie -y escuchamos atentamente su propuesta-. Quiero que me la mamen, como ustedes mamaron durante toda la noche.

-¿Qué? –pregunté consternado.

-Lo que escuchaste Rafa –contestó el concejero.

Parecía ser que le gustaba hacernos sufrir, le gustaba hacer sufrir a los niños. Era un maldito, ¿por qué no nos dejaba en paz? Irwin, tomó la iniciativa, se secó las lágrimas y con su experiencia, se acercó al concejero, este joven como de veinte años y le tocó su entrepierna.

-No Irwin –le dije.

-Tú cállate –me ordenó el concejero y agregó-. Y empiézate a quitar la ropa que eres el siguiente.

No sabía qué hacer. Podía salir corriendo y acusar a este joven con algún otro concejero, o con uno de los directores. Estaba a punto de hacerlo, pero al ver cómo Irwin sacaba de debajo del short tremendo aparato y se lo metía a la boca, aunque fuera solo la punta, me dejó paralizado y excitado. Apenas podía tragárselo y solo lamía el glande, pero con sus dos manos masturbaba al concejero y se veía que estaba gozándolo. Irwin le bajó los shorts hasta abajo y después el joven éste se quito la playera y dejó ver su cuerpo perfectamente esculpido. Acariciaba la cabeza de mi amigo y pasaba sus manos por las mejillas y orejas. Era impactante esa escena hasta que me dijo el concejero devolviéndome a la realidad:

-No te quedes parado y quítale la ropa a tu amigo y mámasela.

Irwin no paraba de lamer, y yo me acerqué a mi amigo y con cuidado le levanté la playera, y aunque por breves momentos dejó de chupar, parecía que lo disfrutaba mucho. Era como si lamiera un helado y no se lo pudiera meter todo, pero seguía y seguía sin parar. Después le bajé los shorts y los calzones para después quitarle sus calcetas y dejarlo completamente encuerado. El conserje con sus manos comenzó a levantarme la playera y yo dejé que me la quitara sin dificultad. Con sus manos sintió mis hombros y mi pecho, y después de un solo movimiento me bajó los shorts hasta abajo para tomar mi pene y comenzar a masturbarme.

-Son los niños más hermosos del campamento –dijo el concejero atascándose de nosotros y nos hizo subirnos a la cama, y ahí yo comencé a mamarle a mi amigo mientras a mí me seguían masturbando y tocando cada parte de mi cuerpo.

Si lo que me había hecho Irwin en la noche me había gustado, esto estaba aún mejor. Yo paraba la cola y dejaba que me untara crema en todo mi esfínter, y después, ya cuando ya no aguantaba me moví para quitarme sus manos de encima, pero ese gran pene estaba frente a mí, y lo compartí con mi amigo. Había suficiente para los dos, pero Irwin prefirió mi pene y comenzó a mamármelo.

No sé cómo ocurrió, pero al abrir mi boca, pude tragar toda esa verga y me entró medio tronco. El concejero puso los ojos en blanco y casi rugió de placer. Tomó crema y lubricó el ano de mi amigo, que estaba ya abierto y listo para recibirle, pero los huevos del concejero explotaron y descargó toda su leche en mi boca, garganta y al no poder tragar todo, se derramó en mis labios y boca. Eyaculó con fuerza en toda mi cara y cuello para quedar embarrado de su esperma caliente y pegajoso. Me tuve que separar de la acción ya que todo me estaba escurriendo, y tomé papel para limpiarme y escupí al bote de la basura parte de lo que me había entrado.

El concejero no había perdido su erección y seguía tan excitado como al principio. Con cuidado acercó su glande al ano de mi amigo y se la metió de una sola embestida. Irwin solo gimió un poco y apretó los labios. Se lo estaban cogiendo como a una perrita, y su rostro de dolor y placer era muy diferente a lo que había visto. No le reconocía, era prácticamente irreal, pero el concejero me volvió a ordenar:

-Dale de tu pito a tu amigo, que está muy rica tu verga.

Se la acerqué y él la tomó con sus labios y me la mamó como nunca. Estaba excitadísimo y eso encendió aún más al concejero, quien incrementó la velocidad y yo también. Los dos nos veíamos frente a frente, y el cuerpo bronceado y bien contorneado me excitó a tal punto que dije sin más:

-Me vengo.

-Afuera, quiero ver tu lechita –me ordenó otra vez.

Yo obedecí y tomé mi pene con mi mano derecha y lo masturbé tan rápidamente que comenzó a escupir en espasmos pequeñas gotas cristalinas que cayeron en el cabello y mejillas de Irwin. Acabé exhausto ya que era la tercera vez que eyaculaba en menos de doce horas. Me tendí boca arriba sobre la cama y abrí mis piernas. Estaba a merced de cualquiera que quisiera tocarme o poseerme. El concejero no terminaba, y mi amigo lucía un poco cansado de tanto penetrarlo. Le faltaba excitación, así que me acerqué a él y me coloqué debajo para mamarle su delicioso aparato.

Verlo a plena luz de día era aún mejor. Pude percatarme que su escroto estaba cubierto de un fino pelaje que parecía terciopelo y sus bolas eran del tamaño de mi mano. Su pene debía medir casi quince centímetros, y aunque era lampiño aún, parecía que ya estaba completamente desarrollado. Mientras hacía mi trabajo para tranquilizar a mi amigo y que su tormento pasara rápidamente, una mano adicional me estaba masturbando.

-Qué rico estás Rafa –me dijo la voz del concejero, que cogía como todo un semental-. Estás del mismo tamaño que Irwin.

Mi amigo comenzó a jadear y el concejero también. Estaba eyaculando en su agujero y pronto me salpicaron otra vez de líquido preseminal y un poco de esperma. Irwin cayó rendido en la cama y el concejero solo nos contemplaba a los dos mientras su pene perdía ese grandioso tamaño.

-Vamos a la ducha, que todo esto huele a semen –dijo el concejero y así salimos los tres desnudos a las duchas y comenzamos a bañarnos, pero Irwin tomó un jabón y comenzó a enjabonarme y yo también a él.

Nos besamos y juntamos nuestros cuerpos debajo de la ducha caliente. Era tan rico que parecía que solo existíamos nosotros dos. Ya ni escuchaba todas las palabras que nos decía el concejero, nosotros nos dejamos llevar y me dijo Irwin:

-Métemela, quiero sentirte adentro otra vez.

Irwin se acostó boca arriba y levantó sus piernas dejando ver el agujero que le habían dejado previamente, y sin esfuerzo entré y me moví como todo un macho. Monté a mi amigo y mientras lo hacía le besaba hasta sentir prácticamente su alma. Éramos los dos uno solo y hasta que no eyaculé otra vez dentro de él no nos separamos. El concejero vio todo nuestro acto sexual pero tuvo que salir y nos dejó solos disfrutando en el baño.

-Ahora hazme tuyo Irwin –le pedí a mi amigo.

Con delicadeza me untó shampo y con cuidado me la comenzó a meter lentamente. Me quitarían la virginidad en esa mañana y conforme su glande abría mi esfínter, él me decía palabras tiernas.

-Eres muy bonito Rafa, te amo -y me besaba y poco a poco me la metió hasta que entró toda y comenzó a meterla y sacarla.

-Tú eres el más bonito del campamento –le dije a Irwin mientras le tocaba sus mejillas, mientras el agua se deslizaba por nuestros cuerpos y sus ojos me veían fijamente.

-Desde el primer día que te vi en el camión me enamoré de ti Rafa –siguió diciéndome mi amigo-, y creí que nunca me hablarías, pero ya vi que los dos somos iguales.

-Cuando te vi junto a mi cama en el campamento –le dije esta vez yo-, creí que eras un sueño y no quería despertar. Hubiéramos dormido juntos todas las noches.

Irwin comenzó a incrementar su velocidad hasta que entró el concejero y se sorprendió al vernos aún cogiendo como dos amante en primavera.

-Tengo que salir, me llaman. Fue un gusto haberlos conocido y los espero el siguiente año, la cabaña de los concejeros les va a gustar, se los garantizo –y no nos quitaba la mirada, pero al final dijo-. Apúrense que ya van a llegar los demás muchachos.

Los dos seguimos en nuestro acto sexual hasta que Irwin me llenó de sus líquidos adolecentes y yo lo sujetaba con pasión. Con tristeza nos separamos y nos dimos un último enjuague para quitarnos cualquier rastro de semen.

-Irwin, ¿Te puedo hacer una pregunta? –le dije mientras me sobaba.

-Claro Rafa –me contestó cerrando su llave del agua.

-¿Dónde aprendiste a hacer esto? ¿Quién te enseñó?

-Está de más pedirte que guardes el secreto, pero sé que lo harás. Mi tío siendo un adolecente me enseñó a hacer esto. Desde que me acuerdo siempre me ha hecho esto.

-¿Pero te gustó?

Al hacerle esa pregunta solo levantó sus hombros en señal de extrañeza.

-Lo que sé es que cada vez me gusta más.

-¿Pero nadie se ha dado cuenta? ¿Tus papás?

-No, nadie. He guardado el secreto ya que me gusta mucho cuando lo hago con mi tío.

-¿Y aún lo hacen?

-Mi tío se mudó hace dos años y ya no lo hemos hecho. Eres el primero con quien lo he hecho.

Nos secamos y nos vimos desnudos por última vez, nos sin antes besarnos. Me tomó una foto, la última foto de ese rollo de solo doce exposiciones y ya nos arreglamos para recibir a los demás.

Desayunamos y ni limpiamos nada, solo recogió cada quien sus cosas y nos subimos al camión para emprender el regreso a la ciudad. Nosotros dos no sentamos juntos y nos dormimos, pero traíamos una manta la cual la pusimos encima y nos pudimos tocar todo lo que quisimos.

El objetivo de mis papás se había cumplido, había conseguido algo más que un amigo, pero no era correcto lo que hacíamos. Era prohibido y nadie podía saberlo, y menos lo que ocurrió en el campamento con el concejero, que aunque ante los ojos de los demás pudo haber sido una violación, los dos lo deseábamos y no nos arrepentimos de ello.

Al llegar a la ciudad, nos bajamos del camión y recogimos nuestras mochilas y maletas. Nuestros papás ya nos esperaban y me despedí con un apretón de manos de Irwin, y aunque sería la última vez que lo veía, me esforcé en ver cómo se alejaba y era recibido por su papá, el cual se veía bastante mayor y calvo, en cambio su mamá se veía elegante aunque también ya mayor. Los tres se metieron a un coche grande y lujoso para desaparecer de mi vista. Pude ver entre las ventanas a Irwin que me buscaba, pero se había ido para siempre.

Saludé a mis papás y después de decirme que estaba flaco y más alto, les platiqué algo de lo que hice y de mis nuevos amigos. Hice un esfuerzo para no llorar, pues no quería que mis hermanos me vieran. Ya en la casa, me encerré en mi cuarto y lloré como un niño chiquito por horas y por semanas.

A pesar de que me había dado su teléfono y yo el mío, nunca tuve el valor de hablarle, y aunque sé que él si me habló, siempre le dijeron que era número equivocado porque deliberadamente le inventé un número cualquiera. Eventualmente el papel donde anoté el número se perdió y aunque lo recordaba a él todos los días, tuve que seguir adelante con mi vida y la pesada carga de mis recuerdos y experiencias vividas. Sabía que había estado mal, pero aún así le deseaba, y aunque eventualmente me enamoré de una mujer, mi primer amor nunca lo olvidaría.

Pude haberme hecho gay, pero si elegía ese camino no me daría lo que buscaba yo, y era una familia hecha por mí. Quería tener mis propios hijos y eso fue lo que me hizo contenerme en mis instintos.

Un día mientras estaba comiendo en una ciudad del norte por motivos de negocios, un señor alto y trajeado, pelón o más bien con la cabeza afeitada y un poco arrugado se acerca a mí y me dice:

-Te conozco.

Pero lo dijo con tanta seguridad que hasta me espantó.

-Discúlpeme, pero yo no lo recuerdo. Si me ayuda tal vez pueda saber quién es usted.

Yo estaba en un restaurante con compañeros del trabajo, pero ante la insistencia de este sujeto, me dijo:

-Sé que es mal momento, pero ¿no eres Rafa?

Sentí que mi sangre se helaba y toda mi cabeza dio vueltas, pero era casi imposible. Sus ojos claros seguían siendo los mismos. Yo sabía quién era él pero no podía demostrar el más mínimo afecto por él. Tuve que controlar estos veinte años que tenía de no verle y me disculpé con mis compañeros.

-Por favor, continúen –y me levanté sin darles mayor explicaciones.

Caminamos y nos dirigimos al bar y ahí saqué el llavero de cuero que me había obsequiado en aquel campamento. Eran las llaves de mi casa y le dije:

-Tanto tiempo Irwin. ¿Cómo estás?

-Bien Rafa, pero qué bárbaro, tú no has cambiado nada, ni el peinado. ¿Qué te haces para que me pases la receta?

-Lo usual Irwin, pero dime, ¿cómo te ha ido?

-Bien, no me puedo quejar. Mi negocio marcha bien. Y dime, ¿tienes pareja? –esa pregunta iba dirigida a mí, así que no le diría mentiras.

-Estoy casado y tengo tres pequeños hijos. El mayor se parece a mí.

-Qué bonito Rafa –dijo él y antes de que le preguntara me dijo-. Yo vivo con mi pareja, un hombre un poco más joven, pero…

-Perdón Rafa por no hablarte –le dije casi al borde del llanto.

-No sabes la cantidad de veces que te intenté marcar por teléfono, la cantidad de combinaciones que hice, incluso fui a buscarte a tu escuela y jamás te encontré.

-Lloré más de un año por ti –le contesté rápidamente-, y no pasa un día sin que no me acuerde de lo que ocurrió entre nosotros. Te amaba Irwin, pero hemos crecido.

-Te entiendo Rafa. Te envidio, siempre te envidié.

-No digas eso –le respondí-. Tienes muchas cualidades, solo necesitabas… ¿No regresaste a ese campamento verdad?

-No no lo hice. Mis papás querían enviarme al siguiente año, pero me negué. Si tú no ibas a estar no valía la pena ir.

-Yo tampoco regresé. Maldito concejero, no sé por qué lo odio tanto.

-Sin él no hubiera pasado lo que pasó –me dijo consternado.

-Por eso lo odio –le contesté-. Si no hubiera contado esa estúpida historia, no hubiera entrado en pánico y nunca habríamos hecho lo que hicimos. Por su culpa llevo toda mi vida extrañándote.

-Te entiendo –volvió a decirme-. Pero aún podemos ser amigos.

-No lo creo Irwin –le dije-. No podría darle la espalda a mi esposa e hijos.

-Aún me deseas…- dijo en voz baja y viendo al suelo.

-Hubiera deseado perpetuar ese momento en el campamento, pero no puedo, así no funciona esto.

Irwin se veía triste, y sabiendo que me había perdido, pues los años realmente habían pasado me dijo:

-Tengo algo que te puede interesar. ¿Podrías darme tu mail?

Me quedé pensando e intuyendo que ésta vez él sí quería mi información real, le dije:

-Confío en ti, siempre lo hice.

Saqué mi samartphone y le transferí mi tarjeta de información y él la suya. No sabía lo que quería darme, pero al anochecer, ya en el cuarto del hotel, revisé el correo en mi laptop y cuál va siendo mi sorpresa que me va enviando las doce fotos de ese rollo fotográfico, donde me pude ver a mí mismo junto con algunos amigos de ese campamento. Había unas fotos donde estábamos sin playera, otras en los campos, pero había dos fotos que me llamaron la atención, en la primera estaba desnudo en el baño mientras me enjuagaba y la segunda, sentado en la litera, desnudo y pensativo después de haber tenido sexo como nunca antes lo he vuelto a tener. ¡Cielos, que hermosos éramos!

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 22:28) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:51) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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