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Catorce mil quinientos uno

Relato enviado por : x360 el 01/12/2004. Lecturas: 8449

etiquetas relato Catorce mil quinientos uno .
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Resumen
Once mil brasileñas, mil quinientos brasileños, dos mil turistas y un señor que paseaba por allí y parecía el dueño de todo.


Relato
Folla con su vecino. jovencita folla con su vecino
No estaba previsto que aquella noche de Noviembre el sambódromo de Rio registrara ese ambiente.

Los 700 metros de La Avenida Marquês de Sapucaí, la passarela do samba, no deberían haber estado ocupados por gentes en fiesta, pero lo estaban.

Destacaban por todas partes bellas mujeres ataviadas con poca ropa. Las más recatadas, en minúsculos tangas y biquinis. La mayoría en top-less con tangas casi invisibles que no consistían más que en hilos de tela de colores, con un triangulito que tapaba... la verdad es que casi nada, apenas los labios vaginales. Un buen número había decidido prescindir por completo de la molesta ropa (debía ser por el calor) y, con el sólo complemento de zapatos de tacones imposibles que añadían 20 cm de altura a sus esbeltos cuerpos paseaban como sus madres las habían traído al mundo.

Bandas de música, sus miembros vestidos con coloridos trajes que también alegraban la vista y el espíritu, aunque de otro modo, se repartían a lo largo de la avenida.

La mayoría de los turistas, como yo mismo, estábamos allí por casualidad. Para ver el lugar dónde cada año, durante los carnavales más famosos del planeta, hasta cien mil personas se concentraban celebrando la fiesta donde la música, el baile y la sensualidad eran reyes.

Entre la población local, durante los días previos a aquella fecha había circulado con insistencia un rumor que, pese a que nadie había sido capaz de confirmar de primera mano, había acabado tomando cuerpo de noticia: Se decía que un millonario español había querido recrear en Noviembre el desfile de las escuelas de samba y que puesto que de forma oficial no le había sido posible, había decidido que iba a pagar 100 dólares de su bolsillo a todas las chicas que acudieran desvestidas para la ocasión y a cada uno de los músicos que participaran en el sarao.

Llegado el día, allí nadie repartía billetes. Hubo instantes de confusión entre los primeros mientras seguían llegando el resto de bailarinas y músicos que buscaban hacer su noche. Los turistas mirábamos sorprendidos y encantados por el espectáculo.

Pronto quedó claro que dinero no iban a recibir. Que se le iba a hacer. Pues ya que estaban... montar una fiesta, claro. Un grupo de músicos cerca de dónde yo estaba se puso a tocar. Otros se les fueron añadiendo y su ritmo y el volumen de su música se empezó a escuchar por encima de los murmullos de la gente.

Las bailarinas a su alrededor empezaron a sacudir sus cuerpos con energía. Poco a poco más músicos se sumaron a la fanfarria y más bailarinas pusieron sus cuerpos en movimiento.

A los dos minutos todo el sambódromo era una fiesta. La samba empezaba a apoderarse también de los turistas que torpemente intentábamos imitar los movimientos de las bailarinas.

Nuestra torpeza se vió pronto recompensada. Las bellas brasileñas; rubias bronceadas, morenas de piel blanca, mulatas color café con leche y negras de piel oscura como la noche y brillante como la luna, nos acogieron en sus grupos y con sus sonrisas y su energía intentaban, sin mucho éxito en la mayoría de los casos, transmitirnos algo de su ritmo. Lo que si nos transmitían era la alegría de aquella fiesta improvisada.

Bailábamos casi todos. Sólo un señor maduro, bien conservado, de aspecto distinguido y aire confíado, vestido con una floreada camisa y unos pantalones blancos miraba a su alrededor con una ligera sonrisa y expresión satisfecha.

Myren, preciosa morena de cuerpo de escándalo me distrajo. Sus manos intentaban darle ritmo a mis movimientos. Katia, rubia belleza de playa sin un pelo en su cuerpo aparte de la larguisima melena que llegaba a rozarle las nalgas, intentaba ayudarla. Yo era uno de los casos perdidos a los que el duende del ritmo no iba a poseer nunca, pero recordé el adagio y decidí bailar como si nadie me estuviera mirando y disfrutar del momento.

En realidad, aparte de mis dos maestras y sus amigas, poca gente me iba a mirar a mi entre aquél gentío de cuerpos nacidos para fundirse en una danza que los unía.

A nuestro alrededor otros grupos compuestos en general por uno o dos turistas y varias bailarinas locales reproducían imágenes parecidas. Justo a nuestro lado, dos chicos ingleses que apenas debían llegar a la veintena, bailaban samba como si estuvieran en una disco maquinera...¿Y a quién le iba a importar? Rodeados por cinco o seis mulatas, ellos con su ritmo y ellas a lo suyo, habían alcanzado una armonía perfecta.

Un poco más allá un hombre calvo, barbudo y corpulento bailaba abrazado a dos negras de bandera que incluso sin tacones de palmo serían más altas que él. Llevaba una camisa blanca desabrochada que permitía ver su tronco peludo. El único sitio donde no tenía pelo parecía ser la cabeza. Era como un oso. Las bellezas de ébano parecían gustar de tanto vello y le pellizcaban los rizos negros del pecho mientras él no las soltaba. Esa foto, los tres bailando abrazados, si alguién se la hizo, la enseñará a los amigos del asilo cuándo llegue y no me sorprendería que en su testamento pidiera que fuera la que colocaran en su tumba.

Una pareja jovencita, ella con boca de chupona y él con aire de poquita cosa pero ambos con más ritmo que todos los otros turistas que en que me había fijado hasta el momento juntos, se movían entre un grupo numeroso de bailarinas que se turnaban bailando con los dos.

Cerca de ellos, una cuarentona un poco entrada en carnes pero de buen ver, que tenía un aire con la jovencita de la boca chupona, se movía con buen ritmo frente a tres músicos que parecían estar tocando sólo para ella.

Aquél señor maduro que no bailaba antes, ahora también se movía, a otro ritmo, más pausado. Me pareció que hacía señas a alguien, pero una preciosa negra de cabeza casi rapada me abrazó por detrás y me hizo seguir el ritmo de su cuerpo, pegada a mi como una lapa. Creo que consiguió que por fín mi cuerpo se moviera siguiendo la música. Cualquier cosa por no dejar que aquella piel se separara de mi.

De ninguna parte empezaron a aparecer caipirinhas. La bebida helada, dulce y ligeramente ácida entraba divinamente.

Vaya, parecía que el madurito distinguido debía haber tomado dos o tres de golpe porque ahora estaba pegado a aquella cuarentona de buen ver y sus manos le desabrochaban la blusa dejando al descubierto unos grandes pechos, de pezones abultados.

Debía ser su esposa. Ya son ganas entre tanta bailarina escultural que no rehuye el cuerpo a cuerpo, enrollarse con la esposa. Muy enamorados debían estar, pero aquello era pura lujuria. Acabó de desnudar a la mujer. Una más entre tantas que desvestían igual aquella noche.

Lo que hizo a continuación me sorprendió y no fui el único en darse cuenta: Empujó suavemente a la rotunda hembra hacia los tres músicos y ella empezó a besarlos y a sobarlos. Si eso era lo que quería la turista, ellos se lo iban a dar. Se despojaron de sus coloridas vestimentas. Tres trancas de distintos tamaños y distintas tonalidades de negro quedaron expuestas. Una mujer con menos tablas habría quedado desbordada por aquél material, pero ella no. Con una sonrisa satisfecha, sin prisas, como si supiera el placer que iba a sentir durante aquella noche, se arrodilló frente a los tres hombres. Engulló la polla más grande casi hasta el fondo y empezó a masturbar las otras dos.

Desde el grupo de los dos jovencitos con ritmo llegó un grito burlonamente escandalizado de la niña de la boca de chupona "Mamá!". La madre apenas la miró, hizo un guiño y siguió a lo suyo. La jovencita buscó al novio, pero vió que este ya estaba ocupado en un baile a tres lenguas con una morena y una mulata. A falta de músicos, decidió que las otras tres bailarinas del grupo también valían una aventura y con un ritmo apasionado se entrelazaron las cuatro.

Aquello iba extendiéndose. A los dos ingleses maquineros tampoco les había pasado por alto la que se estaba montando y sus samberas estaban igual de bien dispuestas que los músicos. Cayeron ropas y se juntaron humedades.

En pocos minutos, igual que había empezado la fiesta y el baile, por el sambódromo se extendió el calor del sexo en grupo al aire libre, en una enorme orgía.

Con mis tres bailarinas gozé de lo lindo. Myren me comió la polla tan despacio que pensaba que me iban a caducar los espermatozoides, pero el orgasmo que me produjo me recompensó sobradamente. Con Katia y Ez, la negra de piel brillante y cabello casi rapado, hicimos un triángulo casi equilátero donde nuestras bocas gozaron de los jugos de los cuerpos de todos. Myren estaba sentada en mi boca mientras sus dos amigas se turnaban lamiéndome el pene y los huevos al ritmo justo para mantenerme a punto de explotar, cuándo un músico de sonrisa enorme y rabo aún mayor me preguntó si le permitía llevarse a Myren.

Desconocedor del protocolo de las orgías y no queriendo parecer ni egoista ni mal educado y aunque reconozco que pensé que con tanta mujer disponible y bien dispuesta ya eran ganas de tocar las narices venir a buscar la mía (bueno, una de las que yo tenía en usufructo en aquél momento), dije que sí poniendo la mejor cara de que fui capaz. En intercambio, como si de parejas de baile se tratara, me dejo a Lia, una jovencita de cara de angel, cuerpo de adolescente y sonrisa de diablesa, de piel clara, cabello rizado y rasgos de mulata que pronto sentó su coñito depilado en la boca que había dejado huérfana Myren.

De reojo vi al Oso follando el culo de una de sus compañeras de baile mientras la otra, con un dedo en su culo peludo, le comía los huevos.

La noche continúo con inacabables cambios de parejas, de grupos y de razas. Lo hice con turistas, con mulatas, creo recordar que en un momento dado intenté tocar algun instrumento de viento con el ano y bebí no se cuántas caipirinhas, que debían llevar algo dentro, porque si no no me explico que pasara todo aquello.

Me desperté en la calle cuándo ya amanecía. Cuerpos desnudos yacían a mi alrededor y hasta donde me llegaba la vista (que con la resaca y el sol en los ojos no era muy lejos). Me levanté. Vi a Lia abrazada al Oso unos grupos más allá. Busqué con los ojos a Myren, Ez y Katia, pero ni rastro.

Agarré un colorido conjunto amarillo y verde del que algún músico se había despojado en ardores eróticos unas horas antes y me lo puse. Esa foto, si alguién la hizo... le rompo las piernas.

Caminando en busca de transporte vi que aquél señor maduro que lo había iniciado todo al desnudar a su mujer seguía observando un poco distante todo el panorama. Por lo menos el hecho de que él ahora vistiera un colorido conjunto naranja y amarillo me indicaba que tampoco había sido inmune al festejo general.

Me acerqué a él con curiosidad. Su mirada era amable, un poco socarrona, cómo si supiera lo que le iba a decir.

"Bom dia" le dije. "Buenos días ¿has pasado una buena noche?" me respondió.

"Vaya, es Vd. Español. Si. La verdad es que lo he pasado muy bien. Lo que no se muy bien es lo que ha sucedido aquí".

"Bueno. Son cosas que pasan a veces en las circunstáncias adecuadas".

"¿Orgías de más de catorce mil personas?" pregunté incrédulo.

"Te sorprendería saber que son más habituales de lo que parece. En Junio del año pasado se montó una parecida en Barcelona, aunque aquí hay como quinientas personas más. Le he tomado el gusto a la cosa. Es como un hobby".

"Entonces lo del millonario Español que había organizado el carnaval hoy... ¿era Vd?"

Se puso a reir con ganas. "¿Yo millonario? En ideas y en ganas de vivir, que es lo que importa. En dinero... no hay dinero en el mundo para organizar algo así"

El brillo de sus ojos apenas ocultaba una sonrisa burlona que me dejaba claro que ni me lo iba a aclarar ni, si lo hiciera, yo sería capaz de entenderlo. Decidí aceptar la situación como se me presentaba. Sonreí y le ofrecí mi mano. La estrechó con energía. Me pareció que sus ojos tomaban por un momento una expresión cálida pero enseguida recuperaron el brillo inteligente del que sabe algo más.

"¿Y si esto es como un hobby para Vd., donde va a ser la próxima orgía multitudinaria?" me atreví a preguntarle.

"Ya veremos" contestó enigmático. "A mi me gustaría que fuera en la cima del Everest, pero no se si vamos a poder llevar a tanta gente".

Por lo que pudiera ser le dejé mi teléfono para que me avisara.
 

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:23) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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