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Crónica de una noche de esclavitud

Relato enviado por : atletl el 08/04/2013. Lecturas: 6254

etiquetas relato Crónica de una noche de esclavitud   Dominacion .
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Resumen
Mire sus nalgas al pasar y sentí una erupción; esa noche yo era otro, así que tan pronto sentí el cambio, la detuve y le dije:
-Hoy eres mía, perra, no quiero que digas ninguna palabra si yo no te lo permito antes, esta noche me perteneces.



Relato
La escuela era atractiva para mí, francamente y contrario a lo que otros de mis mejores cuates afirmaban de ella, de que era como “un antro aburrido y de chinga sin límites”, a mi me gustaba ir y aprender de todo un poco, y aunque había materias por las que tenia mayor preferencia, la neta es que la escuela era un rincón donde podía escapar de mi padre, que era un cabrón como salido de la inquisición y al cual le gustaba romperme la madre cada vez que tomaba.

Bueno, vayamos a cosas más chidas. Lo que paso y quiero contarles, es una breve anécdota muy roja, que comenzó una tarde a la salida de la escuela, fui con mis amigos a patinar a unas jardinerías de poca madre, afuera de uno de los colegios de paga más nice y mamones de esa zona. Patinamos alrededor de una hora. Sentadas en un BMW convertible, un grupo de chavas que veían con admiración nuestros trucos, se nos acerco luego de terminar la sesión. También eran cuatro. No me lo van a creer (yo sé que es mucha casualidad pero así fue), todas estaban bien guapas. Se veían muy fresas y por eso nos pareció extraño que se nos acercaran. Las cuatro eran delgadas. Dos rubias, una morena clara y otra, la que más me gusto: una morena tipo hindú, muy guapa y espigada; poseedora de una belleza diferente a muchas otras chicas. Tenía la tez cercana a un ébano muy ligero; el cabello largo y ondulado; la nariz y sus rasgos faciales delicados, suaves. Ojos negros. Vestía prendas conservadoras, que por su estilo, me parecieron árabes, sin embargo, con todo el recato de las prendas que portaba, su blusa no lograba disimular un par de apetitosas tetas.

No estábamos acostumbrados a ligar; más bien, lo nuestro, era patinar (y yo estudiar, neta); claro que tampoco éramos unos adefesios, pero galanes, para nada; además andábamos mugrosos y sudados; en seguida descubrimos que lo que les atraía era algo repentino y solo se trataba de una especie de curiosidad morbosa, igual o casi igual a la de esos ricos que sin saber en qué gastarse su dinero, se compran los artículos más extraños o como las niñas que entran a conciertos punks solo por fisgonear a gente “extraña”. Eso éramos para ellas, unos especímenes raros, unos “freaks”. A pesar de nuestra experiencia, sabíamos que las oportunidades de salir con esos monumentos de antro, eran poco menos que imposibles, y se imponía el hecho de ponernos truchas en el verbo con tal de persuadirlas de reunirnos en una segunda ocasión para superar la primera impresión donde únicamente servimos como hámster de laboratorio. Claro que mis cuates esperaban que yo les arrojara un discurso convincente.

Por gracia divina, mi retorica choreadora estuvo a la altura de las circunstancias, y pude comprobarle a mis amigos, que la lectura de novelas de escritores como Dumas, Kerouak, Hemingway, Sade, Bukowski y otros muchos, muchos más, no era una pérdida de tiempo, puesto que convencí a las damiselas (con algunas dificultades, claro está) de acompañarnos a una fiesta “alternativa”, donde lo único alternativo seria, que además de ellas y nosotros, no habría nadie más. Con mi padre fuera (de viaje por atender un negocio con un pariente en Monterrey) tendría un fin de semana libre, con la casa a mis pies, como dueño y señor de sus cinco habitaciones, sala y tres y medio baños.

La fiesta no tuvo gran emoción al principio, las chicas andaban como que muy recatadas y persignadas. Cuando vieron que no había nadie, pues obviamente se quisieron ir, aunque ya insistiéndoles y rogándoles como si fueran santas, se quedaron “solo un ratito, ehhh”. Tres horas después, todos estaban borrachos, tanto, que las chicas se carcajeaban de las sandeces más idiotas de mis cuates; por supuesto, todos terminamos con su respectiva pareja en alguna parte de la casa. Yo me quede en la sala, platicando con mi “princesa hindú”. La choreaba y la choreaba, le pronuncie al oído mis mejores versos amorosos; escogí los más cursis: los de Neruda, los de Becker; pero la condenada no cedía. Soy más dura que eso; entonces le recite unos poemas más rudos. Mi princesa comenzó a jadear al tercer verso de Bukowski; luego le lije algunos mas malditos y remate corriendo a mi librero por mi libro de obras completas de Sade, con el que se comenzó a contonear en el sofá, afirmando que quería eso. Le serví, a petición suya, un trago de tequila que bebió al instante y de un golpe; en seguida me dijo que seria mía, que un día seria mía. Seguimos tomando, y me quede dormido, me despertó un puñetazo. Era la una de la tarde y estaba ahí, solo, con un desmadre tan tremendo como el dolor de cabeza que traía y con mi padre, quien regreso “de improviso” desde Monterrey. Más tarde me entere de que todos se habían largado a eso de las diez de la mañana, y que el único madreado y que no había cogido, era yo.

Con los días no supimos más de las chicas. No contestaban los teléfonos, y ni ellas ni nosotros nos buscamos, yo pensaba en mi chica, pero solo ella tenía mi número; cuando pensé que nunca la volvería a ver, recibí un mensaje de mi princesa hindú. Habían pasado dos meses, y ahora me daba su teléfono. Le marque, y casi de inmediato me dijo que quería ser mía, que desde aquella ultima vez no había dejado de pensar en la fantasía de ser “mi esclava”; me ofrecí de inmediato presumiéndole mis dotes como amo y señor; como patrón humillador de las chicas de su harem, y me dijo que solo el pensar en esa idea le provocaba mojarse la tanga, entonces trazamos el plan.

La esperaba en un hotel en la salida de la carretera a Cuernavaca. Habían pasado quince minutos y parecía que llevaba años. Me sudaban las manos; me excitaba mucho pensar que en cualquier momento llegaría y cada segundo me parecía una eternidad. Tocaron la puerta. Abrí, y... se veía increíble; usaba un vestido rojo que resaltaba completamente su cuerpo, sus pies tan delicados, sus piernas tan hermosas; notaba sus caderas, y veía la curva que forman sus nalgas detrás de la tela; su cintura delgada, y sus pechos, por Dios ¡sus pechos! Ese vestido los acariciaba tan seductoramente; tenía los pezones erectos y eso me incitaba aun más, su rostro delicado, angelical e inocente con su sonrisa suave e inquieta y su mirada misteriosa con esos ojos tan seductores. Esa noche seria su noche. Pasamos a la habitación, y al entrar, yo me transforme. Había decidido complacerla hasta el límite y si le excitaba que yo fuera una ruda versión de Sade, haría lo propio.

Mire sus nalgas al pasar y sentí una erupción; esa noche yo era otro, así que tan pronto sentí el cambio, la detuve y le dije:
-Hoy eres mía, perra, no quiero que digas ninguna palabra si yo no te lo permito antes, esta noche me perteneces.
Al decirle eso se quedo muy seria, pero luego sonrió y se puso de rodillas. Me incline para tomarla por el cuello y la levante. Le ordene que sacara la lengua; ella la saco y empecé a besarla, a succionar sus labios y a penetrar desenfrenadamente su boca con mi lengua, pero así igualmente rápido me retire, le dije que no me iba a poder tocar hasta que yo quisiera, la jale del cabello llevándola a la cama; la tumbe de espaldas. Me desnude y me lance sobre ella, aprisionando sus manos bajo su espalda y le deje sentir mi verga en su abdomen, en su pubis e hice círculos en si vientre mientras con una mano gire su cara hacia un lado de tanto chupaba sus lóbulos y metía la punta de mi lengua en su oreja.
-Te va a gustar puta, hoy te va a gustar- le dije.

Le pase mi verga por su vientre, por sus pechos y por su rostro para que sintiera lo que le esperaba, quería que se derritiera de deseo; era mi esclava. La senté de nuevo y le dije que iba a verme, sin tocarme ni decir nada. Acerque mi verga a su cara, tan cerca para que sintiera su calor pero la deje tocarla, le dije que se levantara. La tome de nuevo y empecé a lamer su rostro, su nuca, su cuello; bruscamente baje su vestido para descubrir sus pechos; comencé a lamerlos, a morderlos fuertemente mientras mis manos apretaban con fuerza sus nalgas.

Aplastando una contra otra sus tetas, se las chupe hasta agotarme, luego su abdomen, su ombligo y deje que sintiera, con un jalón, esa tanguita transparente que usaba debajo de su sexo para que esperara y se mojara aun mas. Lamí la longitud de sus piernas hasta llegar a sus muslos y me acerque a su rajadita lo mas que pude sin tocarla, luego me dirigí a sus nalgas, ese culito tan hermoso, me lo quería comer, sus nalgas me mataban y quería devorarlas: las lamí, las chupe, las toque, las apreté, las rasguñe, las deje llenas de saliva y entonces le metí un dedo en el ano. En esos momentos estaba escurriendo su vagina; gemía. Sabía que quería que le tocara su clítoris y sus labios, pero debía esperar. Una vez desnuda le di una cachetada y le grite, por si acaso, que no podía decir una palabra, le puse mi verga en sus labios, la deje contemplarla y luego le permití mamarla: la empuje en su boca, la deje unos segundos y la saque de nuevo, repetí la operación varias veces, sentía su lengua, su paladar, sus dientes y sus labios en mi trozo ardiente que casi explotaba de placer, lo metí y lo saque hasta que me vine en su boca, en su cuello y en sus pechos; le dije:
-Esto no es todo putita.

Volví a besarla bruscamente, baje hasta su vientre y así de pronto empecé a besar su pubis; paladee los jugos de su sexo, desde la entrada de su vagina hasta su clítoris, moje mi rostro con sus jugos, que iban saliendo; eso me excito muchísimo y tuve una tremenda erección.

Todas las venas de mi verga se hincharon. Era el momento de cogérmela; me tumbe sobre ella y mi pene encontró su camino y de una sola embestida llego hasta el fondo, mientras yo veía sus ojos ponerse en blanco. Empecé a moverme afuera y adentro, arriba y abajo, mientras la aplastaba con mi peso.

La escuchaba gemir, sentía mi verga rozando su clítoris y resbalando de nuevo en esa cueva húmeda y caliente. La tome con fuerza, la levante y la arroje al suelo. Le grite:
-¡Te voy a coger como la perra que eres!- y se la metí.
Ella grito de placer y rugía como salvaje por verme cogiendo ese par de nalgas y su vagina escurriendo. Se la metí fuertísimo, una y otra vez, era como un animal. Le rasguñe la espalda, las nalgas y las piernas.
-¿Te gusta putita?- y se la metía más fuerte.
Luego me tire sobre ella, y al tome del pelo, se lo jale con fuerza.
-Te la voy a meter, pendeja, hasta que sientas mi semen en tus nalgas- y empecé a metérselo y a hacer chocar mis piernas y mis testículos sobre su culo. Con una mano le acariciaba sus pechos y sus pezones, mientras ella gritaba, hasta que ambos explotamos en el mejor orgasmo que he tenido.

Terminamos jadeando, me quede dentro de ella, hasta que mi verga se puso flácida. Desde entonces nuestros encuentros sexuales son de este tipo, y aunque siento que me estoy clavando con mi princesa hindú, todavía no se si tendré una relación más seria con ella; uno no sabe que le depara el destino.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:56) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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