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Dos vidas.

Relato enviado por : NdNO el 14/12/2004. Lecturas: 2694

etiquetas relato Dos vidas. .
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Resumen
Lo que hasta ese momento unía a Ana e Iñaki era negro, después ...


Relato
Dos vidas



Pasillos blancos. Pasillos alargados y fríos, casi infinitos. Sábanas blancas, paredes blancas, batas blancas. Demasiado blanco todo, y entre esa anestesiante palidez.... Lágrimas negras para un futuro injusto.

Más pasillos blancos. Los mismos blancos y alargados pasillos, casi infinitos, fríos. Las mismas paredes blancas, inmaculadas. Las mismas personas enfundadas en sus batas blancas manchadas por otras lágrimas negras.

Lo que hasta ese momento unía a Ana e Iñaki era negro. Era oscuro y triste, era desolador e inhumano... Eran las lágrimas negras que todo lo inundaban. Cada recuerdo se convertía en un nudo en la garganta, en un grito a la vida, una vida a la que se aferraban en vano.

Iñaki empezó a llorar lágrimas negras hace un mes. Siempre las lloró con resignación, en solitario y sin ningún hombro en el que apoyarse.

Ana lloró las mismas lágrimas negras que Iñaki. Las lloró en otro rostro y con ellas bañó otro cuerpo, pero algo une ahora a Iñaki y a Ana.

A los dos se les escapa la vida, a los dos les dieron ya hace más de una semana un pistoletazo de salida cruel. Los dos jóvenes iniciaron su última carrera hace unos días, una carrera sin ganador, en la que los dos saben que son perdedores antes de echar a correr. Para ellos no hay kilometraje, desconocen la distancia que recorrerán. Pero lo que sí saben es que la carrera tiene un destino final tétrico y una última parada llamada MUERTE.

Hundido en esa habitación blanca, Iñaki clava sus ojos en el suelo. Un suelo que se va tiñendo de negro. Gota a gota el joven impregna el suelo con el color de su futuro. Gota a gota con cada lágrima la vida se le escapa a gritos. En un intento de detener ese chorreo de vida, Iñaki se tapa los ojos, se los tapa con la intención de detener esa hemorragia cruel. Pero las lágrimas negras no dejan de brotar, manchan sus dedos de muerte y siguen ensuciando el suelo sin poder evitarlo.

Dos puertas más allá, unos ojos secos miran por la ventana. Miran sin ver. Ana ya tuvo tiempo de secar sus lágrimas. O de agotarlas. Las palabras de ánimo de su novio Martín, eran palabras de esperanzas vanas, de promesas de futuro que se caían por su propio peso, de mentiras piadosas, eran palabras que provocaban sus lágrimas. Y entonces se dio cuenta de que las lágrimas tienen una finalidad, y las suyas eran estériles. Mojaban y mojaban el suelo, pero nada más. Y se cansó de oírle, y de creerle, y de mojar el suelo. Y se convirtió en una autómata que asentía ante cada mentira, que sonreía ante cada palabra de ánimo. Hasta que tuvo que ser ella la que empezara a animarle a él.

Y eso Martín no lo soportó. La miró como diciendo "Eh, que soy yo el que te tiene que animar". Y ella le devolvió una mirada, por primera vez seca en muchos días, que le decía "Yo no quiero que me animes, sólo quiero que me hagas compañía". ¿Por qué queremos ser siempre partes activas del mundo, cuando hay momentos que sólo piden que uno sea un mero espectador? Él quería ser su ángel salvador, no un comparsa, y no supo ver su papel.

Y empezó a espaciar sus visitas, y Ana se alegró de ello. De su última visita, tan lejana aunque sólo hayan pasado 24 horas, conserva una mirada triste y un paquete de tabaco y un mechero que le cogió de la chaqueta. Lo agarra, sale al pasillo y se dirige a las escaleras. El segundo día de su estancia allí descubrió un rincón donde poder aislarse de todos y sobre todo del maldito color blanco que todo lo llenaba.

Mientras tanto, Iñaki sigue en su habitación. Las paredes blancas que le rodean se convierten en algo asfixiante, que le oprime, que le impide respirar y necesita aire, aire, aire. Se levanta, sale de la habitación, ve una puerta amplia y se dirige a ella. Escaleras hacia arriba y escaleras hacia abajo. Pero si está en la última planta del hospital... ¿dónde van esas escaleras que suben? ¡Qué ironía de vida! Siempre oyendo esa metáfora de que la vida es como unas escaleras que suben, y ahora que la escalera de su vida baja y baja, él quiere subir por unas.

Sube apenas 20 escalones y una puerta le detiene; gira el pomo y la puerta se abre. La luz directa del sol le deslumbra, y se encuentra en una pequeña azotea. Avanza hacia la barandilla y una sensación de vértigo le marea y le hace agarrarse con las dos manos.

- Yo no lo intentaría; aunque son 6 plantas, hay unos árboles enormes abajo. Te frenarían las ramas y como mucho te romperías las dos piernas.

Iñaki se yergue ante la barandilla; sino fuera por el olor a tabaco que le acaba de llegar, hubiera jurado que su conciencia le había hablado. Se gira lentamente y descubre a una chica sentada sobre la barandilla, detrás de la puerta. Morena, pelo muy corto, con un pijama de ositos, y con una mirada triste que reconoce porque la ha visto él mismo esa mañana al mirarse en el espejo.

La chica le mira fijamente, mientras se lleva lentamente el cigarrillo a la boca y da una profunda calada.


- Hola... ¿Eres una paciente?

- No, soy tu ángel de la guarda... - responde muy seria, después de soltar una bocanada de humo

- Vaya pregunta estúpida hice...

- No más que mi respuesta... anda, siéntate conmigo, que necesitas una dosis de nicotina.


Iñaki se acerca hasta la chica, y acepta el cigarrillo que ella le ofrece. Coge el mechero, y lo enciende protegiendo la llama con la mano. Aspira profundamente, y suelta el humo con placer.


- Mmmmmm... pensaba que ya no me acordaría de como se fuma... hace un mes que no fumo...

- Ya, los médicos son un poco obsesivos; tengas lo que tengas lo primero que te quitan es el tabaco.

Por primera vez desde hace un mes, Iñaki ha estado 2 minutos sin pensar en lo suyo. Pero las palabras de la chica triste le hacen volver a pensar.

- Y tú ¿por qué estás aquí?

- Una hepatopatía - responde Ana.

- ¿Una qué?

- Hepatopatía. Ya verás, prueba a decirlo rápido... suena a estribillo de canción del verano

- Oye, pues ahora que lo dices...

- Y aquí estoy, esperando un hígado que no llega... Yo creo que no deben tener ninguno de mi talla...

Iñaki no sabe muy bien qué contestar. Casi ni se atreve a hablar sobre su mal, y al lado tiene una chica que bromea constantemente sobre su enfermedad.

- Por cierto, soy Iñaki.

- Yo Ana; y antes de que te hagas una idea equivocada de mí, te aclaro que el pijama no lo elegí yo...

- Jajajaja - Iñaki ríe, y hasta se sorprende él mismo al oír su risa.


Ana vuelve la vista hacia el frente, y esa mirada triste se pierde entre los bloques de casas. Iñaki aprovecha para mirarla bien. Parece jovencita, un poco delgaducha para su gusto, con un aura de tristeza que la envuelve y con una ironía sutil que derrocha en cada palabra.

- No está tan mal... si estuvieras así en una discoteca, te aseguro que yo mismo te invitaría a una copa.

- No creo que me dejaran entrar en una discoteca con esta pinta... Seguro que los ositos tienen reservado el derecho de admisión

- Vale, de acuerdo, en una discoteca no; pero por lo que he visto por aquí... eres de las que mejor le sientan los ositos...

- Eso dímelo a mí; desde los 18 mirando culos de chicos y ahora sólo puedo clasificaros por el tamaño de los cuadros de vuestras batas

- Hey, que yo no llevo bata de cuadros... ¿En qué grupo me meterás?

- Estás si clasificar aún; de momento sólo eres el chico que quería saltar

- Aunque no me creas, no vine aquí para saltar... necesitaba aire, tan sólo eso

- Te creo... Y a ti, ¿qué es lo que te ha traído aquí a tomar aire?

- Dame otro cigarro de esos tuyos, y te cuento...


Iñaki necesita esos 30 segundos de tregua; es un tema del que no ha hablado con nadie, porque nadie iba a comprenderle, pero sabe que la chica triste le entenderá. Un par de caladas profundas y revive la conversación que tuvo con su médico: "Mira, Iñaki, imagina una ciudad situada en un valle entre montañas por el que pasa un río. Llegará un momento en que esa ciudad crecerá más y más, y la única manera de crecer es robándole sitio al río. Puede que no pase nada, puede que el río busque un nuevo cauce natural, pero puede que el río se rebele y decida recuperar sus terrenos". E Iñaki que se lo quedó mirando, pensando que la metáfora era preciosa pero que debió prestar más atención en clase de lengua porque no entendía ni patada.

- Pues yo debía ir a tu clase, porque tampoco he entendido nada.

- Un tumor que oprime la aorta; es muy peligroso operar por la zona en la que está y apenas me dan probabilidades de éxito. Hace poco empezó a desarrollarse más rápido y me ingresaron; están intentado detenerlo con radio y medicación, pero puede que en cualquier momento oprima demasiado y... - su voz se rasga y no puede seguir hablando; vuelve la cara porque las lágrimas negras vuelven a enrasarle los ojos.

- Bueno... - Ana eleva la voz como haciendo que no ve nada, mientras abre el paquete de tabaco - el último cigarrillo... habrá que disfrutarlo

Y se quedan los dos fumando, mirando al frente, y sin hablar. No lo necesitan, están cada uno con sus propios pensamientos, tan diferentes y tan iguales. Pero por primera vez desde que están allí internados, ninguno de los se siente solo.

- Hey, ¿viste la hora? - Ana se levanta de un salto, recoge las 4 colillas y las mete en el paquete vacío - Rápido, que ahora pasará la Termi

- ¿La quién?

- Jejeje - por primera vez en todo el rato, Ana sonríe - Tú llevas aquí poco tiempo, ¿eh? La Termi es la enfermera del termómetro... pasa cada día antes de la cena

- Es verdad...

- Venga... - Ana se gira para marcharse, pero se para un momento, se gira, da un paso hacia él y le planta un sonoro beso en la mejilla - nos vemos, chico que no quería saltar - le dice mientras sale por la puerta de la azotea

- Hasta otra, chica triste...


Después de cenar, y con el hospital en silencio ya sin visitas de familiares, Ana se tumba en la cama, y se queda allí mirando el techo con los ojos bien abiertos. Hace muchos días que ni se molesta en cerrarlos; sabe que cuando le venza el sueño se dormirá, pero no será ella la que lo llame. Un suave toc toc en la puerta le hace levantarse, se calza las zapatillas y va hacia la puerta.

- Buenas noches, chica triste... ¿Te apetece subir a contemplar las estrellas y a echar un cigarrillo?

- Sólo hay una pega, te recuerdo que estoy sin tabaco

- Pero sé dónde podemos conseguir más... en la cafetería del hospital hay una máquina de esas que echas una moneda y... ¡¡¡Tachán!!!... de premio te dan un paquetito de tabaco - Iñaki sonríe mientras abre la mano y le muestra unas monedas a Ana.

- ¿Y si nos ven?

- Venga, chica triste... Total, ¿qué puede pasar? ¿Una bronca de la Termi?

- Espera, que cojo la bata y el mechero


Y como dos fantasmas en bata, se pierden por los pasillos del hospital. Apenas hay nadie, pero al llegar a cada esquina, Iñaki le indica que se detenga, le pone un dedo sobre la boca para que guarde silencio, pega el cuerpo a la pared y con un movimiento brusco se asoma rápidamente al pasillo siguiente. Y luego se gira hacia Ana y le dice en voz muy baja:


- Vía libre, podemos continuar...


Y Ana le sigue el juego, riéndose detrás de él, pensando que el chico que quería tomar el aire está un poco zumbado. Cuando llegan ante las puertas de la cafetería, abren un poco la puerta y miran dentro; un camarero aburrido en la barra y 3 médicos sentados en una mesa. Iñaki la coge por los hombros, y la lleva hacia la pared:


- Tú vigilas la retaguardia, yo me infiltraré en terreno enemigo.


Ana sonríe divertida, un poco turbada ante el contacto con ese cuerpo cálido... una sensación que hace mucho que no notaba. Y por un momento sus ojos quedan atrapados, viendo cada uno en el otro una chispa de la vida que debían tener antes. Sin avisar, Iñaki baja la cabeza y le da un suave beso en los labios:

- Esto me lo llevo para que me dé suerte... estas misiones pueden ser peligrosas

Y guiñándole un ojo, se gira, se coloca bien la bata, y entra en la cafetería silbando una canción y haciendo sonar las monedas en su mano. Un sonoro buenas noches hace levantar la cabeza a los 4 que allí están, mientras Ana, que observa la escena desde la puerta, se tapa la boca con la mano para ahogar sus risas. Iñaki se dirige a la máquina con paso seguro, mete las monedas, selecciona el tabaco, coge el paquete y el cambio, y se dirige de nuevo hacia la puerta con otro buenas noches bien sonoro de despedida.


- ¡¡Corre, Ana, corre!! - Le dice Iñaki al traspasar la puerta.


Y los dos, con las batas a modo de capas, vuelven a perderse por los pasillos del hospital, corriendo sin detenerse hasta que llegan a su azotea. Jadeando, se apoyan los dos contra la barandilla y al mirarse, empiezan a reírse como dos locos. Poco a poco recuperan el aliento y la seriedad, y entonces Iñaki saca el botín, lo abre, saca un cigarro, se lo ofrece a Ana y mira sus suaves rasgos iluminados por la llama mientras ella lo enciende. No puede evitar pensar que igual que ese cigarrillo se consume, igual se están consumiendo ellos. Saca otro cigarro, lo pone en su boca y Ana le da fuego. No se ha encendido bien del todo e Iñaki aspira más fuerte para encenderlo del todo. Sus vidas se consumen, igual que esos cigarrillos. Pero si un cigarrillo se está apagando, se aspira más fuerte y se reaviva.

Vuelve a mirar a Ana, apenas iluminada por la brasa del cigarrillo. No es momento de pensar; es tan sólo momento de compartir, de traspasar algo de ese soplo de vida que aún les queda. Tira el cigarrillo al suelo, lo apaga, y se gira hacia Ana. La coge por la cintura y acerca ese pequeño cuerpo palpitante al suyo.

- Ana... dame la vida...

Ana deja caer su cigarro al suelo, eleva los brazos hacia los hombros de Iñaki, y entreabre los labios para ofrecerle ese aliento de vida. No hay promesas en ese beso, solamente la necesidad de dos personas de saberse vivos. Y bajo el cielo oscuro, los dos se abrazan y se besan, olvidando por un rato todo lo demás. Amoldan sus cuerpos, mientras labios y lenguas buscan su espacio. Un minuto, tres, cinco... ¿Para qué contar el tiempo si no les pertenece?

Iñaki se separa un momento de ella, se quita la bata y la tiende sobre las baldosas de la azotea; hace lo mismo con la de ella. Frente a frente, sus miradas vuelven a encontrarse. Iñaki tiende una mano que Ana coge, y suavemente estira para volver a acercarla a él. Lentamente, uno al otro se quitan las chaquetas de los pijamas, dejando descubrir pieles pálidas que enseguida desaparecen debajo de unos dedos que sólo buscan sentir un latido bajo ellas.

La chica triste posa sus manos sobre el pecho del chico que quería tomar el aire, y sin despegarse ni un momento de esa piel cálida, las baja hasta el pantalón; abre los dos botones que lo sujetan, y el pantalón se desliza hasta el suelo. Con los pies, Iñaki se lo acaba de quitar y lo aleja de ellos, mientras sus manos buscan su hueco en los pechos de Ana. Los toma entre sus dedos, los acaricia, los mima. Poco a poco su boca baja a besar ese punto donde el corazón de ella late cada vez más deprisa. Iñaki va agachándose lentamente, hasta quedar arrodillado ante el cuerpo de Ana. Acerca su cara a su pubis y lo besa apenas, mientras empieza a estirar de sus pantalones hacia abajo. Despojada ya del pantalón, nuevamente vuelve a besarla en el centro latente de su cuerpo, absorbiendo su aroma.

Sin mediar palabra, Ana se arrodilla ante él y vuelven a abrazarse y a besarse, mientras sus cuerpos van bajando hasta que quedan tendidos sobre las batas, frente a frente. Ya sin pudor ninguno, manos que exploran un cuerpo ajeno, conociendo cada rincón y cada pliegue, descubriéndose mutuamente. Parece que cada uno de ellos sabe lo que desea el otro; o quizá es lo que desea cada uno. Iñaki baja la mano por la pierna de Ana, y la levanta dulcemente para acceder completamente a ella. Los cuerpos se pegan más, y el miembro de Iñaki busca y encuentra su camino hacia el interior del cuerpo de la chica triste.

- Sshhh, no te muevas ahora... - le susurra Ana

Iñaki se queda quieto y la mira. En los ojos de Ana, asoman lágrimas que amenazan con verterse. Iñaki la mira, preocupado por un momento.

- ¿Estás bien?

Ana sonríe levemente. Iñaki acerca su cara, la besa en la boca y con su aliento recorre el camino hasta sus ojos; con toda la delicadeza de que es capaz, toma entre sus labios las lágrimas de Ana y vuelve hasta su boca para compartirlas con ella. Y mientras labios y lágrimas les unen, empieza nuevamente a empujar las caderas, queriendo entrar tan adentro de Ana como pueda. Y Ana le recibe gustosa en su cuerpo. Y el tiempo vuelve a perder sentido, mientras los dos cuerpos se mueven a un solo compás, aumentando el ritmo, hasta que Iñaki, con un ahogado gemido, vierte un halo de vida en el interior de Ana.

Poco a poco recuperan la respiración mientras siguen allí tumbados, compartiendo el calor de sus cuerpos. Iñaki abre los ojos cuando oye como Ana susurra su nombre, y se encuentra con una mirada limpia, serena.

- Vámonos... - dice Ana en voz muy baja.

- Sí, cogeremos frío; será mejor que bajemos ya.

- No. Vámonos, vámonos de aquí...

- ¿Irnos? - Iñaki mueve la cabeza, sin entender muy bien lo que le dice Ana - Yo ya te expliqué mi situación, Ana. Me controlan con medicación, pero sé que en cualquier momento mi suerte se acabará. Pero... ¿y tú?

- ¿Yo? - con un movimiento ágil, Ana se sienta sobre sus talones y le mira, ya sin rastro de tristeza; sólo hay determinación en su mirada - Llevo mucho, muchísimo tiempo esperando. Es lo único que hago, esperar... espero la pastilla de las 3, la inyección de las 5, las gotas de las 8; espero un hígado que no llega; espero ver acabar un día para esperar al siguiente que sé que será exactamente igual... espero y espero... pero ahora quiero vivir... 3 días, 4, 8, los que sean, pero vivir.

Iñaki la mira y la escucha hablar. Y siente pena, pena por su vida, pena por ella, o quizás es pena porque la entiende. Demasiado bien que la entiende.

- Antes me dijiste "Dame la vida" - le dice Ana serenamente - y ahora soy yo la que te dice... Dame vida...

Apenas una hora después Ana e Iñaki salen por la puerta del hospital. Abandonan la seguridad de una vida incierta para ir a vivir la inseguridad de una muerte cierta.

Cruzan la puerta y dejan atrás todo lo que durante largos días les había acompañado. Abandonan los largos pasillos blancos recorridos, las blancas paredes y las ganas de morir.

Como único equipaje llevan kilos y kilos de vida. Los dos se saben un alimento perecedero y ambos han decidido consumirse juntos. Tienen que vivir rápido. A tope, sin volver la mirada.

Deciden alquilar un coche. Un coche viejo que para cualquier otra persona no sería nada. Un viejo coche que para ellos lo es todo.

De noche y de día conducen sin descanso, tararean canciones de juventud y viven durante días a toda velocidad.

Su combustible se consume lentamente al igual que el del viejo coche. Desgraciadamente para ellos no existen depósitos de vida; sólo ellos pueden ser capaces, a cuentagotas, de llenarse mutuamente.

En una de esas paradas para llenar de vida su viejo coche, Ana se pierde en la tienda de la gasolinera. Mientras Iñaki reposta el motor que les mueve, la chica triste recorre lentamente los pequeños pasillos de la estación de servicio. Estudia detenidamente cada uno de los artículos que allí se venden y con descaro va llenando su bolso de desvergüenza, de cosas inútiles y de caprichos pasajeros.

A los pocos segundos Iñaki busca con sus ojos a Ana, se acerca a ella y sonriendo la besa en la boca.

- Pero ¿qué haces? jajajaja.... ¡Estás loca! ¡Ahora resulta que eres cleptómana!

-Shhhh.... Tú te callas que estás más guapo... Anda... Ven....

Y de la mano la joven lleva a Iñaki hasta el pequeño lavabo de la tienda. Cierra la puerta y allí se entrega a él.

Entre besos se desnudan. El chico que no quería saltar sube hasta la cintura el vestido de la chica triste mientras ella baja sus pantalones hasta los tobillos de él. Ana se enrosca a Iñaki, unen sus bocas, se llenan de saliva la cara entre besos y más besos. El sucio suelo ensucia las braguitas blancas de Ana; no es seguramente el mejor de los lugares, pero ese es su lugar y su momento.

Pegan sus cuerpos y cada uno nota su excitación y la del otro. El joven congrega a todas sus maltrechas fuerzas en un mismo punto, su pene se convierte en un ariete dispuesto a derrumbar cualquier puerta. La joven le indica el camino y abriéndose de piernas le invita a jugar. Unen sus sexos. Se empapan el uno del otro, se bañan en sudor y en ganas de vivir.

La espalda de Ana es castigada con cada embestida de Iñaki, las frágiles paredes del pequeño baño quedan marcadas con el sudor de su espalda. Los dedos de Iñaki buscan la boca de Ana. Allí se mezclan con la lengua de su amada y la suya propia, allí reciben el castigo de los mordiscos ahogados de Ana. Los pezones de la joven, endurecidos insultantemente, son una provocación para la boca de Iñaki. Su lengua inicia un viaje de ida y vuelta. La lengua de Iñaki, convertida en la lengua del Diablo, chupa sin descanso cada uno de los pezones, los muerde y los hace suyos. Entre sus dientes los captura y los abandona para volver a lamerlos y morderlos inmediatamente.

Entre sus labios nota la desesperación de una Ana que reclama su orgasmo, sus pezones transmiten al joven todo el deseo que ella había ido guardando pacientemente entre las blancas paredes del hospital. Allí, entre esas cuatro paredes asfixiantes, la chica abandona cualquier pudor y da rienda suelta a toda la fogosidad propia de su edad. Cierra los ojos y deja por unos instantes a un lado a la chica triste que era, para convertirse en una diosa del sexo. Para convertirse en la diosa de aquel chico que un día ella entendió que quería saltar al vacío.....


Fuera.... Unos golpes aporrean la puerta.

- Salid de ahí!!

Dentro.... Ganas de vivir, pasión, lujuria, desenfreno.


Y entonces ocurre lo increíble.


Fuera..... Los gritos se distorsionan.


Dentro..... Todo se hace pausado... Todo ocurre a cámara lenta.


Ana pega sus ojos a los de Iñaki, la proximidad les ciega, sus lenguas parecen morir al mezclarse tan lentamente. La espalda de Ana, bañada en sudor, se desliza centímetro a centímetro por aquella vetusta pared llena de escritos dispares, llena de chistes graciosos y de chistes sin gracia.


Fuera..... Una actividad frenética.


Dentro.... Una lentitud viciosa.


Fuera..... Golpes a la puerta.


Dentro..... Dos cuerpos en éxtasis. Dos cuerpos entregados, convertidos en un solo cuerpo...... Dos orgasmos al unísono. Dos vidas marchitándose. Ana e Iñaki.... Iñaki y Ana.

En unos segundos la vida recobra su velocidad de crucero. Los jóvenes abren la puerta, y Ana, introduciendo una chocolatina en la boca del dependiente, calla sus gritos.

Cruzan los pasillos rápidamente; Iñaki sale primero, detrás de él sale Ana. Pero... Ana se detiene, le llama y cuando Iñaki se gira, le mira fijamente y le dice:


-Espera, Iñaki.... Siempre quise hacer esto.


Vuelve sobre sus pasos y entra en la tienda. Se planta justo delante de la cámara de seguridad y sonríe. Sonríe mientras pícaramente se quita un tirante del vestido, lentamente, sin prisas. Y lentamente y sin prisas, muestra uno de sus pechos a la cámara. Clava sus ojos en ella mientras acaricia su pecho. Posa sus labios en sus dedos y lanza un beso al objetivo de la cámara. Un beso extraño, un beso a la vida, un beso rabioso y lleno de ira para esa hija de puta que un mal día decidió llevarla consigo, un beso a la muerte.

Subidos en el viejo coche los dos jóvenes se dicen mucho sin abrir la boca; sus ojos hablan por si solos, se lo dicen todo, todo, todo.

Pasan los días pero no las ganas de vivir. Se agotan las fuerzas pero no la necesidad de sentir. La vida se les escapa a borbotones... Se mueren minuto a minuto.

Sus fuerzas se agotan sin descanso, durante dos días vagan sin un rumbo fijo. Pasan casi todo el día durmiendo y aprovechan las largas noches para caminar, para contarse sus cosas.....Para despedirse poco a poco.

Esa noche, la número trece desde su huida, deciden pasarla al raso. Un pequeño montículo de tierra desde donde pueden perder sus miedos mirando al cielo, se convierte para ellos en algo mágico. Se convierte en un sueño que ambos deciden compartir. Allí se abrazan, se dan calor y deciden pasar la noche. Una vez más... Juntos.

Sentados sobre una manta, descalzos, respiran el suave aire de la noche. Ana, colocada entre las piernas de Iñaki y recostada en su pecho, contempla el cielo estrellado; esos miles de puntitos brillantes que siempre le han fascinado tanto, y entre todos ellos la luna... hermosa, redonda, brillante, testigo de su noche... ¿Quién es el que contempla a quién?

- ¿Ves la luna?

- Sí, Ana, mi lunita, sí que te veo.

- No, tontín, jajaja, digo la de allá arriba.

- Bueno, sí, a esa también la veo.

- ¿Sabes que me apetece ahora? Un baño de luna...

- ¿Un baño de luna?

- Sí...

Ana vuelve la cabeza, le da un suave beso en la barbilla, y se da impulso en las rodillas de Iñaki para levantarse. Sin decir nada, Iñaki apoya los brazos sobre sus piernas flexionadas y contempla como ella se prepara para su baño de luna. Dándole la espalda, Ana se quita lentamente la blusa y la deja caer al lado; su espalda, su piel blanca aparecen ante la vista. Con movimientos suaves se desabrocha el pantalón, se lo quita y lo deja caer sobre la blusa. Lentamente se quita las braguitas, la única prenda que aún le cubre el cuerpo; se queda un momento quieta, sin girarse y de repente dice ;¡cógelas! y las lanza hacia atrás sin mirar. Entre risas, Iñaki las caza al vuelo, sin quitar ojo a ese cuerpo delgado, blanco, suave; ese cuerpo que se le entrega cada noche, que se amolda a él.

Ana cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás y sube los brazos en cruz... dos lunas cara a cara. Se deja llenar por esa energía, invisible, intangible, pero que ella capta y retiene para sí. Siempre con los ojos cerrados, empieza a girar lentamente para dejar que los rayos de luna lleguen a cada punto de su piel. Iñaki la observa, la mira, sin hablar, sin romper ese momento que vive como mágico... Ana recortada contra la oscuridad del cielo, su cuerpo casi a contraluz por esos rayos de luna que se desvían al topar con ella, que la hacen mágica, especial. Y la nota tan cercana a él y tan lejana; cercana, porque hasta él llega su suave aroma de mujer; lejana, porque se le antoja que ella está en este momento a años luz de él, como esas estrellas que rodean su cuerpo, como esa luna que la alimenta con su luz. Y siente deseos de reunirse con Ana, en su cielo, en su manta de estrellas, en su baño de luna.

Sin hacer apenas ruido, Iñaki se levanta, se desnuda y se acerca hasta Ana. Y otra vez la contempla, como hace 13 días, iluminada por una luz tenue, la cara cansada, pálida, pero ya sin asomo de aquella tristeza. Y su deseo ahora le lleva hasta sus labios; sin mediar palabra, sin tocarla, Iñaki se coloca delante de ella, y baja la cabeza hasta que los labios se encuentran. Sin abrir los ojos, Ana empieza a responder a su beso, abre la boca, da la bienvenida a esa lengua que le invade y que le invita hacia él... y su lengua acepta la invitación para adentrarse en la boca de Iñaki. Y lo que siente cada uno de ellos se transmite a través del contacto de sus lenguas, multiplicando su deseo y su amor.

Iñaki acerca su cuerpo buscando el calor del cuerpo de Ana. Abrazados, desnudos, es imposible esconder el deseo que sienten; los pezones duros de Ana, el calor que emanan los dos cuerpos, los vellos erizados, el ansia con que se entregan a ese beso, el pene erecto de Iñaki, los dedos de Iñaki que se aferran a esas nalgas pálidas, las manos de Ana que moldean la espalda masculina, labios y lenguas que siguen hablando sin articular palabra.

Iñaki se separa un poco de Ana y le toma la manos...

- Siéntate...

Ana desciende, doblando las rodillas, y se sienta sobre la manta; libera sus manos y lleva los brazos hacia atrás para quedarse medio tumbada, apoyada sobre los antebrazos, y contemplar como su amante nocturno se arrodilla entre sus piernas. Iñaki acaricia con sus dedos las rodillas de Ana y las separa decidida pero suavemente para permitirse un mejor acceso. Acerca su torso al de ella, coloca las manos a cada lado del cuerpo de Ana y arrima tanto su cara que los alientos se entremezclan. Roza suavemente los labios entreabiertos de Ana, pero aumenta la intensidad del beso ante la muda petición de esa boca que no le deja escapar.

Lentamente abandona los labios de Ana para marcar con su aliento el camino hacia su cuello. Caricias húmedas de los labios que van dejando rastro, hasta llegar a sus pechos, que son cubiertos por un torbellino de besos y lamidas. Labios, lengua y dientes juguetean con los pezones, los atrapan, los liberan, los chupan, los arañan suavemente para después calmarlos con tiernas lamidas; desaparecen por completo dentro de la boca de Iñaki, endureciéndose hasta el límite.

Después de la larga e intensa parada sobre los pechos de Ana, la boca de Iñaki continúa el camino hacia el ombligo. Desciende, dejando nuevamente su rastro húmedo, y la respiración cada vez más entrecortada de Ana le indica que su meta se encuentra muy cerca ya. Iñaki se endereza, sus manos se colocan bajo el culo de Ana para elevarlo hacia él y mientras su boca desciende, mira a la cara de la chica triste. Labios entreabiertos, respiración agitada y ojos llenos de vida. Sin apartar los ojos el uno del otro, Iñaki acerca su nariz al pubis de Ana y absorbe el aroma del deseo que de él emana. Ana cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás; y cuando la lengua de Iñaki la recorre por fin, en una larga y lenta lamida, levanta las caderas hacia él mientras un gemido escapa libremente de su garganta.

Iñaki sorbe los jugos de Ana, mientras su lengua reconoce cada rincón y cada pliegue, recorre cada milímetro, encuentra la entrada de su placer y se sacia del deseo descontrolado de Ana que brota de ella sin parar. La cadera de Ana se mueve al compás de la lengua, al compás de sus latidos, al compás de sus gemidos. Iñaki busca con los labios el botón endurecido de Ana y lo toma entre ellos, mimándolo, acariciándolo, absorbiéndolo, provocando oleadas de placer que llegan hasta cada uno de sus poros. Se sabe próxima al orgasmo, pero quiere esperar, disfrutarlo con él; así que yergue el cuerpo, toma entre sus manos la cabeza de Iñaki, y acerca su cara hasta que los labios de los dos vuelven a encontrarse para compartir ese deseo que sólo él sabe provocarle.

Ana recoge las piernas y las lleva hacia atrás, quedando también ella de rodillas ante Iñaki. Sus ojos recorren su pecho, su barriga, y se posan finalmente en el pene erecto de Iñaki, desbordante de deseo. Casi con timidez, alarga la mano y recorre con las yemas de los dedos aquello que sus ojos acaban de contemplar, desde la base hasta la punta, notando bajo sus dedos la dureza y la suavidad que sólo el deseo sabe combinar a la perfección. Iñaki aguanta la respiración, mientras ve como Ana acerca la boca a su pene y como desaparece en su interior. Un suave roce de los dientes de Ana, un rítmico golpeteo de la lengua, una presión de los labios...


- Para, para... ven aquí...


Iñaki coge a Ana por debajo de las rodillas, y estira de ella hacia él, subiéndola sobre sus piernas. Las rodillas de Ana, a los lados de las caderas de Iñaki, y las manos, apoyadas sobre los hombros, le sirven como puntos de apoyo para alzar el cuerpo. Así, Ana se encuentra dispuesta para que el miembro latente de Iñaki encuentre la entrada vibrante de su ser. Y entonces deja que su cuerpo resbale suavemente, bajando hasta que sus sexos quedan unidos completamente. Bocas que se unen de nuevo, mientras las manos de Iñaki se posan sobre la cintura de Ana para iniciar el movimiento que les llevará al placer. Ana aprieta las rodillas, para hacer más intensa la unión de los cuerpos y se mueve lentamente al principio, para ir aumentando el ritmo sobre el cuerpo de Iñaki.

Cada una de las partes de su cuerpo se convierte en un foco de placer; los pezones de Ana al frotar con el pecho de Iñaki, el encuentro de sus sexos para volverse a separar. Para hacer más intenso el movimiento, Ana echa el cuerpo hacia atrás, permitiendo a Iñaki contemplar su pálida desnudez. Los movimientos de sus caderas se vuelven más rápidos, más profundos, y los dos vuelven a sentir las oleadas de placer que nacen allá donde sus cuerpos se unen y se expanden hasta más allá de los límites de sus cuerpos. Y cuando Iñaki, con la última embestida de su cuerpo, libera toda su calidez dentro del cuerpo femenino, Ana arquea desgarradamente la espalda, dejando que un grito apenas ahogado salga de su garganta.

Y mientras los últimos latidos del placer siguen recorriendo los cuerpos sudorosos, Ana e Iñaki se abrazan, fundiendo sus cuerpos, haciendo de ellos, uno.

Y dormidos por fin, la luna les contempla, igual que hará mañana... ¿Mañana?... Ana e Iñaki no tienen mañana... Sólo tienen el ayer de su soledad y el hoy de su compañía. Mañana tan sólo será el primer día del resto de sus vidas.....

Fin.




 

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Si te ha gustado Dos vidas. vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:21) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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