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Elena en el sillón

Relato enviado por : Anonymous el 23/02/2006. Lecturas: 7833

etiquetas relato Elena en el sillón .
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Resumen
Elena no tardó en coger la moto y llegar a casa de Javier. Llevaba días dándole vueltas a la propuesta que le había hecho. Aquella prometía ser una tarde de miércoles descansada. Primero una sesión de relajación con película incluida, a continuación depilación completa y a casa. Era muy posible que salir un poco antes y comer un plato rápido en lugar de ir a comer al restaurante de siempre valiera la pena.


Relato
Elena no tardó en coger la moto y llegar a casa de Javier. Llevaba días dándole vueltas a la propuesta que le había hecho. Aquella prometía ser una tarde de miércoles descansada. Primero una sesión de relajación con película incluida, a continuación depilación completa y a casa. Era muy posible que salir un poco antes y comer un plato rápido en lugar de ir a comer al restaurante de siempre valiera la pena.

Llegó nerviosa, como siempre, llamó al interfono y esperó a que bajara a abrirle la puerta, vigilando la calle por si venía alguien conocido. El sol de mediodía brillaba alto sobre el parque frente a la casa mientras ella observaba de reojo los extremos de la calle vacía. Le sorprendió el ruido de la puerta al abrirse. Entró rápidamente y se tranquilizó a medida que se internaban en la sombra del vestíbulo y sus pupilas se adaptaban a la penumbra fresca del interior, olvidando la luz cegadora de la calle que le obligaba a entornar los ojos.

Al llegar al piso, procuró dejar las cosas sobre la silla en que acostumbraba a hacerlo para no tener ningún descuido al marcharse, pidió un vaso de agua y para romper el hielo, le preguntó a Javier si quería ver el trabajo que iba a tener la depiladora con sus piernas. Se sacó los pantalones y los dejó perfectamente doblados sobre el bolso y el casco. Él se arrodilló frente a ella, visiblemente emocionado y acarició delicadamente sus piernas con el dorso de la mano, ascendiendo por las pantorrillas, los muslos y finalmente sus nalgas, apreciando la tersura de la piel marfileña y el atractivo silvestre que le confería el vello rebelde. Era una caricia suave y Elena se percató de que los nervios ya habían desaparecido. Entonces se dio cuenta de que desde que había entrado estaba sonando un nocturno de piano y sobre la estantería había dos velas aromáticas encendidas, la atmósfera favorecía la serenidad que se apoderaba de ella.

Javier se incorporó, puso en marcha el DVD con la película que él había elegido para ella la noche anterior, se giró y le besó tiernamente en los labios. Con la otra mano sujetaba el cuerpo de Elena que notó relajado. Ella sentía a media espalda, sobre el yérsey color teja, la palma de él, caliente, viva, acariciando su piel. El fuego entre sus piernas se estaba avivando hasta ser casi doloroso, necesitaba apartarse la braga y abrir sus piernas y que él se comiera su conchita, besara sus labios vaginales, bebiera su pleamar para evitar que se desbordase.

En un movimiento en cámara lenta echó a un lado la prenda y presionó los hombros de Javier, hacia abajo, marcándole el camino de su deseo. Javier comprendió, la fue dejando caer despacio sobre su sillón y se puso de rodillas entre sus muslos entreabiertos. Sacando la lengua fue dejando un rastro de saliva desde su ombligo hasta el elástico superior de la braga. Se detuvo y admiró el fruto hendido a unos centímetros de su cara, manando flujo nacarado y del que se desprendía un fragante aroma de mujer en celo.

Javier llevó su boca sedienta al jugoso coñito de Elena y soldó sus labios al sexo de ella, serpenteando con la lengua entre la rajita oculta tras el vello y el clítoris. Ella sintió el calor de su lengua hurgando en su sexo, una descarga de adrenalina y hormonas, como una corriente eléctrica y su cuerpo, independiente ya de su mente, obligó a las piernas a levantarse, subir las rodillas muy alto en el aire y abrirse más aún a la exploración de Javier. Sus caderas empezaron a moverse como queriendo trabarse a la boca de él. Con las manos retenía su cabeza, acariciaba su pelo y le apremiaba a merendarla toda. Quería sentir más profundamente la dulzura de su lengua recorriendo su clítoris y sus labios, aquel apéndice candente intentando entrar en su sexo.

Apoyó las piernas sobre los hombros de Javier para estar más cómoda y se dejó hacer. El placer la envolvió, se expandió desde su sexo hacia sus ingles perladas de sudor, cálidas, temblorosas; de allí se propagó hacia los muslos y ascendió por sus caderas, se deslizó como una ola por la gloria infinita a través de sus glúteos celestiales, remontó como un fuego abrasador por su columna hacia su nuca, de allí saltó a su cuello, llegó a sus labios y los inflamó, se propagó a sus pechos, sintió que sus pezones iban a explotar.

Cuando la sensación pasó, abrió los ojos, giró su vista a la pantalla, donde un actor y una actriz se desnudaban en una playa. Un negro imponente con una verga descomunal jugueteaba inocentemente con una vikinga de senos prodigiosos. La escena se desarrollaba como no podía ser de otra manera y el moreno acababa suspendiendo en el aire a la rubia saltarina para acabar empalándola tal y como estaba, de pie, el agua hasta las rodillas, una columna de azabache en el azul turquesa infinito, manteniendo a su compañera en vilo con la ayuda de sus brazos musculosos y su no menos enérgico miembro. Tras una serie de contorneos gimnásticos que fracturarían la espalda del mismo Batman, descorchaba la rubia y de su manga cubierta de venas, resplandeciente bajo el sol del Trópico, manaba un surtidor de semen inagotable.

Mientras ésta escena imposible sucedía y durante largos minutos Javier no cesó de lamer a Elena, después, humedeció los dedos índice y corazón de su mano derecha y los introdujo en la vulva de ella separando los labios mayores. Volvió a humedecerlos y los frotó suave y rítmicamente, recorriendo toda la superficie interior. Primero con un compás lento, luego aumentó la cadencia y solo se escuchaba en la habitación la respiración de él sobre su pubis y los sollozos de ella, cada vez más enérgicos y profundos. Elena sentía como se electrizaban sus músculos, se sensibilizaba la piel, se erizaba el vello de sus piernas. Todas las células de su cuerpo esperaban ansiosas el momento de la explosión. Su vista perdía claridad, se difuminaba, empezaba a percibir el mundo como si se estuviese alejando, las imágenes de la pantalla, ya no tenían ninguna importancia, la sensación que ocupaba su cuerpo lo era todo. A medida que Javier introducía sus dedos en la vagina, la sensación de Elena de que algo le faltaba iba en aumento, estaba insatisfecha, necesitaba más; pero de nuevo un roce con el clítoris le llevó a subir un nivel. Sus pulsaciones se dispararon, la respiración había dejado hacia ya tiempo de ser normal, ahora respiraba por la boca, entrecortadamente: jadeando.

Después Javier cambió de táctica, separó la cara de su entrepierna y mientras acariciaba el clítoris con el dedo pulgar de su mano izquierda, la palma apoyada en el pubis sintiendo los pequeños vellitos que empezaban a brotar, curvó hacia arriba las puntas de los dedos de su mano derecha, en el interior de Elena, palpando las paredes y la zona entre la bóveda y la entrada de su útero, perfectamente distinguible, hinchado y prominente, cuando alcanzó a tocar una zona rugosa, se concentró en ella, amasando con las yemas y arrancando un grito de placer de la garganta de Elena. Alrededor de los dedos de Javier una leve dilatación y una sensación de calor familiar, paredes cálidas, suavidad íntima, un deslizamiento acariciante, el cuerpo de Elena que se dilataba alrededor, envolviéndolos, absorbiéndolos, circundándolos, engulléndolos en su interior. Él siguió tocando allí mientras destapaba el clítoris, apartaba la piel presionando levemente con la palma de la mano hacia arriba, y armonizaba el ritmo y presión de sus dedos, dentro y fuera de ella.

Elena veía ahora en la pantalla como el mismo caballero de color, u otro de similares y portentosas características físicas, poseía al mismo tiempo a dos turistas escandinavas que se habían dejado caer por su cabaña. Las dos nórdicas parecían muy bien avenidas y se solazaban tanto entre ellas como con el negro, cuando Elena sintió que apoyado en la entrada de su vagina, la forma inequívoca de un pene presionaba hacia el interior. Sorprendida miró a Javier que le mostró la sorpresa de la tarde: un pequeño consolador de gelatina brillante, que agitaba en su mano. Ella le dejó hacer. A medida que separaba más las piernas, el consolador se abría paso en su sexo, cuyos labios se apartaban ante el empuje del dildo. La imitación de sexo masculino en su sexo entraba y salía repetidamente. La expresión de ensimismamiento y delectación que comunicaba su rostro indicaban claramente que la mujer gozaba de lo que le estaban haciendo. El miembro artificial se enterró sin prisas y sin esfuerzo en su interior. Se doblaba amoldándose a la forma de su cuerpo como no lo había hecho ningún pene, y sus rugosidades le permitían sentir cada uno de los pliegues y formas de su propio interior. Percibió como mientras era poseída por el pene de gelatina, una lengua acariciaba solícitamente su clítoris. Era una doble sensación extremadamente placentera.

En el televisor, el negro poseía a una de las dos amigas que estaba a cuatro patas, al estilo perro, con la proa apoyada en la entrepierna de la otra sueca y la popa batida por el mulato. Era asombrosa la energía que mostraban los actores y la escasa sensibilidad que debían tener sus genitales para machacarlos con aquel fervor y aquella energía sin que sufriesen daños irreparables.

Javier se incorporó levemente y bajó sus pantalones en un rápido movimiento. Bajo los calzoncillos se apreciaba la forma inequívoca de un miembro masculino en erección. Cuando Elena puso la mano encima la sorprendieron dos cosas: primero, su calor, la tela ardía encima del pene; segundo, su movimiento, en cuanto lo rozó con la yema de los dedos pudo sentir como se movía, se enderezaba sin esfuerzo, apartaba el slip y se asomaba al exterior. La polla de Javier apuntaba a estas alturas a la azotea, rígida, de una dureza inhumana, pulsando con un latido propio. El espectáculo de los sólidos muslos de Elena enmarcando su empapado coñito prominente y su suculento culo sobresaliendo fuera del asiento del sillón bastaban para enardecer al más pintado. El capullo apareció triunfante, una cabeza soberbia, amoratada, lustrosa, refulgente y con una impalpable humedad brotando de su orificio. Lubricó toda la zona e incorporándose un poco más apartó la empapada braga de Elena, la aseguró a un lado y, finalmente, la penetró, lo más profundo que pudo, invadiendo el tórrido interior de su vagina con una serie de movimientos extremadamente lentos, hasta que sintió el tejido del sillón acariciando sus testículos.

Elena contuvo la respiración unos segundos sujetando sus piernas en alto y después dejó escapar el aire de sus pulmones en lo que terminó siendo un gemido de rendición y placer. Quería ser tomada. Poseída, follada con todas las letras y Javier se estaba aplicando en ello, apoyándose junto a los costados de la chica conseguía mayor libertad de movimientos para bombear dentro su miembro. El interior de la vagina estaba tan engrasado que después de cada empujón desenterraba el miembro reluciente y cubierto por una película ambarina. Sentía los testículos empapados y tenía la impresión de que el sillón también lo estaba. En cada envite sus caderas chocaban con los muslos de Elena, elevados y mantenidos en alto, mientras sus huevos se estrellaban contra la redondez de las nalgas de ella. Comenzó a murmurar en el oído de la mujer, diciendo que quería que se abriese más, que quería oír sus gemidos.

Ella respondía con las caderas entregadas al ritmo frenético del que la estaba llevando al borde de un orgasmo monumental. Se notaba completamente llena y en cada movimiento hacia atrás parecía que iba a vaciarse detrás de aquella polla maravillosa. Su culazo se revelaba bajo los golpes de los testículos reclamando atención, el también quería disfrutar del éxtasis tras la miel apenas probada de los dedos de Javier.

Cada vez que él llegaba al fondo sus gemidos se entrecortaban, Elena sentía su peso, su presión en su interior y un ardor que pedía a gritos una descarga de leche que culminara con una culminación salvaje. Empezó a murmurar, incoherentemente, pidiendo, suplicando que la partiera en dos con su pollaza, diciendo cosas que normalmente no se atrevía a verbalizar, insultándole, manifestándole lo caliente que estaba y que quería su chorro de leche en el fondo del coño...

Y Javier la complació. Mientras ella friccionaba frenéticamente su clítoris, él curvó su espalda y empujó una vez más, pero en esta ocasión sin retroceder, punzando hasta el fondo, liberando un surtidor de cuajada en el interior del coño de Elena. El éxtasis de ella llegó a continuación, ascendiendo tan alto como el último gemido que escapó de su garganta. Todo su cuerpo se vio recorrido por una convulsión salvaje, sus piernas se sacudieron agarrotadas en el aire hasta que poco a poco se calmó y fue dejándolas reposar sobre la espalda de él.

Javier se derrumbó sobre sus pechos todavía escondidos tras el suéter. El sudor de su frente mojó la prenda y sintió los latidos del corazón de ella batiendo sin control. Las manos de la mujer acariciaron su pelo. Se sintió en la gloria.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:49) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:23) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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