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Inmoral e Impune

Relato enviado por : Étienne-Duc el 19/12/2016. Lecturas: 1853

etiquetas relato Inmoral e Impune   Confesiones .
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Resumen
Esta es una confesión, trata del encuentro que tuve con una desconocida. No intercambiamos nombres ni prometimos una segunda oportunidad. De hecho solo nos comunicamos con nuestros cuerpos por los azares del acomodo de pasajeros de una compañía de autobuses.


Relato
Me gusta comenzar mis relatos con una advertencia: Le doy demasiadas vueltas al motivo central, pero no sin antes anunciarlo en su más simple forma: Me cogí a una chica menor que yo de noche dentro de un autobus.

Ahí lo tienes.

Fue el día en que tenía que hacer un viaje urgente a Nogales, salí desde la ciudad de Guamuchil dónde no ocurre literalmente nada interesante para mí. Meses más tarde conocería allá en la ciudad fronteriza a la novia más amorosa que he tenido en mi vida, y que hizo recuperar mi fe en la fidelidad del género femenino. Con esto quiero decir que la noción del karma, es decir la noción popular, quedó totalmente anulada. Hice algo, moralmente malo (?) con lujo de goce e irreverencia, y casi de inmediato la vida me premió con algo maravilloso: Leonor.

Abordé el autobus. Afuera mi familia se despedía con una expresión de inmediata añoranza, mientras que dentro pasajeros atravesaban el pasillo con miradas curiosas buscando el asiento que les correspondía. Entro una familia de prietos, no me gusta ser racista, de hecho uso esa palabra sin tono preyorativo. Al parecer eran de autoridad matriarcal, dos o tres mujeres adultas y el resto niños y una adolescente de caderas anchas y nalgas gordas, guardando la proporción con su estatura corta, de senos no estaba muy bien abastecida, pero eso jamás fue un impedimento para que mi boca les hiciera buenos tratos, ¿verdad Berenice?

Pues le tocó el asiento del pasillo y a mi el de ventanilla. Ya había llegado yo, al verla sentarse a mi lado ni la saludé. Estaba mirando afuera de la ventana, como mi familia hacía señas de despedida, o simplemente me miraban con una sonrisa porque no volvería a verlos quien sabe hasta cuando. En ese momento de convivencia muda a través del vidrio de la ventana mi mente ya estaba maquinando ideas con la vecina de asiento. A pesar de que no me parecía atractiva por la aparente edad, la falta de senos, la estatura, el color de piel, y el rostro, no veía por que no hacer una movida. Poner mi mano sobre su muslo, acariciarlo y luego ver que más me dejaba hacer.

Era de noche amigos, la parte más erótica del día después de las 6 A.M. y su exquisito mañanero. Cuando el autobus comenzó su viaje pusieron con una película, el aire acondicionado hizo que todos los que tuvieran cobertor se lo echaran encima. Este fue el caso de mi vecina a quien llamaré Teté, se cubrió desde los hombros hasta por debajo de las rodillas. Una rápida inspección a mis alrededores determinó que aun no era tiempo de meter la mano por debajo del cobertor. Las señoras aun estaban, como se podría decir, en estado de vigilia.

Tarde que temprano, el natural y sutil sube y baja de los amortiguadores que se transmite a nuestros asientos termina por mecernos directo a la tierra de los sueños, y con más ganas cuando se apagan las luces y la carretera pasando las casetas permite una velocidad constante. Les mentiría si dijera que todos roncaban, pero de verdad que no había testigos conscientes. Y Teté que seguro tenía una discusión interna consigo misma sobre lo genial que sería ir de la mano conmigo hacia el WC y entregarme sus nalgas, su ano y chuparme la verga. Pasé mis mano izquierda por debajo del cobertor y con el dorso de mis dedos toqué la mezclilla de su pantalón. Hacia movimientos de caricias al no encontrarme con oposición. Luego mis dedos cayeron como tarántula sobre su muslo, lo abarqué y presioné con suavidad. No sentí reacción alguna y retiré, pero a mitad de la huida su mano atrapó la mía y la regreso al territorio invadido.

Mi corazón se aceleró (así de cursi), seguí con el masaje a su muslo hasta que dejó de parecerme emocionante y satisfactorio. Así que me colé a su entrepierna, pero se cerró. Tal vez actué precipitado, pero ya sabía que era cuestión de tiempo de que la tuviera toda adentro. Le seguí sobando el muslo y el otro intentando descubrir el patrón mágico de masaje que me daría acceso a su flor de carne, la miraba al rostro que tenía orientado hacia el pasillo con los ojos cerrados. Como si estuviera balanceando pros y contras de seguir dejando a mi mano hacer travesuras, cortar con el acto o pasar al siguiente nivel, y entre tanto considerar se empezó a mojar.

Cuando volví a tocar a su puerta parecía que tenía el bollo recién sacado del pocillo de atole. Y no se resistió. Al contrarió, volvió su rostro hacia mi y me compartió de su cobertor. Ahora podía tocarla con más libertad. Le concedí caricias a sus brazos desnudos, a su vientre graso, a su rostro terso de niña. Le abrí el botón del pantalón y ella cooperó bajándolo un poco, pasé mi mano por debajo de su ropa interior, había pelos, faltaba sofisticación. Y más allá su vulva remojada exquisita, hice torbellinos por sus labios con mi anular y medio hasta penetrar a su vagina, haciendo movimientos de excavación. Ella acariciaba mi brazo quería mi cercanía, o bueno, la cercanía de mi boca. Le concedí besos, mi lengua y mordiscos en los labios. Aguantó mis succiones bucales, tragó de mi saliva, la colectaba con su lengua que acariciaba mi paladar y las paredes interiores de mi boca. Entonces subí mi mano deslizandola por su vientre hasta llegar a su pecho. Había planicie en el medio, y a los lados dos primigenias tetillas. Los pezones ya se sentían de tamaño aceptable, jugué con ellos un buen rato, mientras nuestras bocas pegadas seguían intercambiando saliva.

La penumbra del autobus hace que el color de la piel no importe. A mi no me atraen las mujeres morenas o prietas como Teté. Pero soy débil al sexo transgresor. Y ahí estaba transgrediendo edades, el honor de una familia, y mis propios gustos irracionales. Todo por el placer de pensar algún día que me salí con la mía impune y feliz.

Ahora con la libertad de estar bajo su cobertor, aventuré mis manos a otras zonas de su piel, sus nalgas, las partes más jugosas, y al interior de su rajada acariciándole el ano con la yema de mi dedo, lo cual la hizo respingar y fruncir el arrugado. Quizá por exceso de excitación o por miedo a que penetrara otro orificio. Nena si tienes otro, te aseguro que tampoco se salva. Luego de consentirla tanto, le tomé la mano y la acerqué a mi entrepierna, ya tenía afuera mi verga, la saqué por la apertura del zipper. La hice prenderla con la mano y ella supo lo que tenía que hacer: subir y bajar sin menguar el apriete. Le enseñé a darle caricias al glande con su pulgar haciendo remolinos. Mi verga ya estaba exudando líquido, esperando pasarse lubricado por la caverna caliente de esta jovencita.

Teté se separó un momento de mi, seguíamos los dos bajo el mismo cobertor. Me dio la espalda, con el culo por delante, es decir, el culo era lo más cerca que tenía a mi alcance, cruzaba la separación de nuestros asientos. No pensé demasiado, como algo natural, me emboné como pieza de tetris al contorno de su silueta, con la verga babosa de fuera que fue a pegarse a sus labios aun más babosos. La cadencia del autobus en movimiento nos facilitó la frotación. Era una sencación genial, sentir el fuego iniciarse en la punta del glande, y como se expandía al resto de mi cuerpo como llamaradas hasta rejurgitar en mi garganta. Con mi mano derecha recorría su vientre y subía a apretar sus pechos, jugar con sus pezones. Ansiaba el momento de penetrarla y dejarme ir con todo. Pero pensé en la evidencia sustancial que de por sí ya estaba dejando en el lugar. Me separé de ella y la jale del hombro hacia mi rostro. Le hice una seña de que deberíamos ir al baño. Me entendió de inmediato, subió su pantalón y se levantó para ir allá. Duré unos minutos dudando. Pensaba en que si nos veían se iba a armar un escándalo. ¿Me lincharían?

Bueno, al final me levanté y la alcancé, había dejado la puerta abierta y me recibió con una mirada dulce, inocente y hambrienta de conocimiento sexual. La pobre estaba enamorada. Cerré la puerta y enseguida la besé. Tenía que recuperar la erección, porque pensarme golpeado a orillas de la carretera en el desierto paisaje de Sonora pasada la medianoche, no se me antojaba para nada erótico. Le bajé el pantalón, batallando por mantener el balance, en el baño se sienten más las subidas y bajadas por la amortización. La dejé con las nalgas desnudas que amasé, besé y mordí pero no más allá. No se me antojaba lamer esa panocha, menos en el baño de un autobus, llámenme delicadito si gustan. La puse contra la pared, y conecté mi glande contra sus labios, buscando la entrada que mis dedos ya habían atravesado antes. Al encontrarla empuje con fuerza sin considerar si fuera yo el primero. Entro con relativa facilidad, y ahí fue cuando froté y sentí que sabía como corresponder mis movimientos, sus nalgas se chocaban contra mí de manera hermosa, un aplauso erótico sin igual. Las llamaradas volvieron con más ardor, me estaba perdiendo, trascendiendo dimensiones, pero la inminente eyaculación me mantuvo aterrizado. Se la saqué, y le puse en su ano. Empujé con fuerza pero se resbalaba. Entonces se me ocurrió que era mejor que me sentara en el inodoro y ella se dejara caer con su peso. Lo cual hizo entre gemidos de dolor. No pudimos hacer el mismo ritmo alternante de mete y saca que por su vagina, pero estuvo riquísimo. Al menos para mí. Las llamaradas se pusieron infernales, toda mi circuitería neurológica estaba saturada de dulzor, y no pude contener más, estaba tan apretado su culito que exprimió el semen de mi gordo glande como en un acto de ordeña. Me sentí débil, vulnerable y etéreo.

Le descargué toda la leche en el culo, quitando el miedo de un posible embarazo. Luego se posó sobre mis muslos, y descanso su cabeza en mi pecho agitado. Le besé la frente, y bajé a mamar su pezones. No tenían un sabor especial y tampoco tenían esa esencia desagradable de Berenice. A Teté le fascinó, por la manera en que abrazaba mi cabeza mientras lo hacía, la pegaba a sus pequeños pechos, y yo le relamía esos bultitos. Le pasé la lengua horizontalmente de pezón a pezón repetidas veces, hasta que se me ocurrió que era mejor volver a los asientos.

Salimos, ella primero y yo después. Me quedé en un asiento que estaba libre, justo enseguida de la puerta del baño. Ella volvió a su lugar y jamás volvimos a estar juntos. El resto del viaje decidimos, por telepatía creo yo, pasarlo separados para no dar pistas de nada. En la estación volví a verla a la luz de las cuatro de la tarde. Me reí dentro de mí. Ahora no podía creer que hubiera hecho todo aquello con esa prieta, Teté. Hay una magia misteriosa y sexual que ocurre cuando coinciden noche, proximidad de asientos en un autobus, marcha constante por la carretera y dos almas lujuriosas. Y en ese viaje Teté, mi Teté y yo caímos rendidos en el ritual más sublime y súbito, menos verbal y sin embargo más sincero que jamás se repetirá.

Mi primo fue a pasar por mi junto con su esposa, los salude con la misma mano que exploró la húmeda flor de Teté, aun con el aroma. Y en el coche descansé mi barbilla entre el pulgar y el índice, la pose del pensador con la vista hacía el panorama del nuevo hábitat, pero solo pensaba en los recuerdos evocados por ese olor tan crudo y delicioso de sexualidad juvenil.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:50) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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