Jacuzzy

Siempre me ha gustado mucho nadar así que, venciendo la pereza, por fin me apunté a la piscina de mi ciudad para ponerme en forma.

El próximo mes de septiembre cumpliré 40 años y aunque me conservo bien, 175 cms y 70 kgs de peso, atlético y elegante, tengo que empezar a cuidarme.

Durante los primeros días solía ir a la piscina alrededor de las 19:00, después de trabajar, nadaba más o menos una hora y luego me pasaba un rato por el gimnasio antes del jacuzzi. Aquél día sin embargo llegué a la piscina pasadas las 20:00 y ya en el gimnasio me fijé en un hombre joven que no había visto nunca y que me llamó la atención por su presencia. Alto, fuerte, muy moreno, con la barba y el pelo de su hermoso cráneo muy muy cortos. Llevaba pantalón y camiseta ajustada negra que dejaban al descubierto sus imponentes piernas cubiertas de espeso vello negro y sus brazos marcados y brillantes de sudor.

Hacía pesas en una de las máquinas y con cada esfuerzo se le hinchaban brutalmente las venas de sus brazos y la carótida del cuello. Levantaba más de 80 kgs; daba miedo verlo.

Tras la hora larga nadando y mi media hora de gimnasio, más que nada para tonificar un poco los músculos abdominales, se me hacía tarde así que fui para el vestuario.

Entre unas cosas y otras eran ya casi las 22:00 y a las 23:00 cerraban las instalaciones. Nunca me había quedado hasta tan tarde, a pesar de lo cual, cansado como estaba después del duro día de trabajo y de tanto esfuerzo físico intensivo, me tomé con mucha calma la fase de relax.

Me quité despacio la ropa sudada, me di una ducha tibia y con una toalla en la cintura me dirigí hacia la zona de aguas.

Había un señor mayor saliendo de la sauna y otras tres o cuatro personas terminando de vestirse. En el espumeante y caliente jacuzzi no había nadie.

Completamente desnudo me sumergí en el agua de burbujas, me recosté, cerré los ojos y comencé a relajarme. Debí estar así varios minutos porque cuando abrí los ojos parecía que ya se había ido todo el mundo.

Me dispuse a incorporarme cuando escuché el ruido de la puerta, todavía entraba alguien, así que me retuve antes de salir para ver quien era y entonces lo volví a ver, el chico del gimnasio entraba y se disponía a desvestirse.

Venía empapado de sudor y entonces tuve la sensación de que él no era consciente de que lo miraba. Se quitó primero la camiseta, las zapatillas y por fin el pantalón y el ajustado calzoncillo. Culo duro, espalda ancha, hombros y brazos todavía hinchados por el esfuerzo. Sin que pudiese verle nada más se fue para la ducha y segundos después apareció de frente, completamente desnudo y con el agua todavía resbalando por su cuerpo.

Su delantera no decepcionaba, hermosos pectorales con una suave mata de vello negro y rizado, abdominales ligeramente marcados, pene ancho y corto, testículos negros y grandes...todo un espectáculo.

Disimulé como pude cerrando los ojos y esperé a ver hacia donde iba.

Segundos después los volvía abrir al sentir su sombra sobre mi cara y tras un saludo de cortesía comprobé como se tensaban las ballestas de sus piernas y se introducía despacio junto a mi entre la espuma. Me aparté un poco para dejarle espacio de tal forma que nos situamos el uno frente al otro.

El habitáculo era grande, otras veces habíamos estado hasta seis personas juntas, por lo que no había necesidad alguna de rozarse.

Pasaron unos segundos que se me hicieron largos. Las burbujas y la espuma caliente hacían imposible adivinar nuestras posturas, tan solo nos veíamos las caras. Estábamos sentados y yo, aunque ligeramente separadas, mantenía mis piernas encogidas.

Entonces, apenas un segundo, lo sentí. Un leve roce en uno de los dedos de mis pies; se me agito la respiración y el sexo pero retiré como un resorte mi pie de aquel contacto.

Abrí los ojos hasta entonces entornados y le miré a la cara. Mantenía los ojos bien cerrados, parecía tranquilo.

Ya excitado volví a tomar posiciones por si hubiese sido un roce involuntario pero volvimos a encontrarnos; esta vez no me aparte y aguarde acontecimientos; él tampoco se apartaba.

Estuvimos así, tocándonos levemente con los dedos, unos segundos verificando las dos partes la voluntariedad de aquel encuentro. Finalmente abrió los ojos y me sonrió con sus dientes blancos y perfectos y continuó avanzando hasta mi sexo.

Para entonces estaba ya completamente empalmado, con la boca semiabierta y la respiración involuntariamente entrecortada. Él sin duda se había dado cuenta y su hermoso pecho incorporado también se inflaba y desinflaba a más velocidad de la debida.

Estuvo acariciándome el pene y los testículos con su pie unos instantes y sin mediar palabra se incorporó con su hermoso pene completamente enderezado y me pidió que lo siguiese.

Obedecí como un autómata y cuando me quise dar cuenta estábamos encerrados, desnudos, mojados y excitados en una de las cabinas individuales de las que había para cambiarse.

Separo las piernas, se sentó en el banco con los testículos colgando y esta vez me ordenó que los chupase. Obedecí ciego de deseo. Me arrodille y comencé a besarle y a chuparle con esmero, me los metí en la boca, los acaricié con mis dedos, jugué con su vello, respiré el olor a sudor limpio de sus ingles, le acaricié con mil lengua húmeda y carnosa el perineo, le besé con mis labios calientes su abertura...

Comenzó a gemir como un búfalo herido acariciando con sus fuertes y hermosas manos mi cabeza, parecía loco de deseo.

Chupando con esmero, agarrado a sus potentes muslos musculosos ascendí por su miembro endurecido, hinchado por las venas, carnoso, palpitante...Tenía un pene oscuro, casi negro, con prepucio. Sin embargo y como consecuencia de su enorme excitación su glande escapaba del pellejo y en su punta, en la pequeña raja de su extremo, una gota grande y transparente asomaba reflejando su deseo. Lamí con mi lengua aquellos jugos.

Comenzó a moverse, primero despacio y seguidamente con más fuerza, sentía como me follaban por la boca.

Arrodillado, con la cabeza inmovilizada por sus manos, abrazado a sus piernas como estaba, su pene ancho y fuerte entraba hasta chocar en mi garganta.

Solté uno de mis brazos y comencé como pude a acariciarme. Tarde tan solo unos segundos en sentir las primeras contracciones de placer, los primeros espasmos ascendiendo por mis tripas.

Al mismo tiempo del inicio de mi orgasmo un potente chorro caliente y denso brotó dentro de mi boca. En ese instante, ya completamente entregado a mis sentidos mi compañero agarro fuertemente con su mano su miembro chorreante lo sacó de mis labios y lo agito arriba y abajo con violencia. Nuevos, sucesivos y generosos chorros de semen blanco hacían temblar todo su cuerpo. Yo abría la boca, sacaba la lengua y trataba de chupar su hermoso glande cada vez que la agitación de su mano lo ponía al descubierto, de tragar todo su semen.

Retorcido de placer sentí como mis manos, como mis propios muslos se pringaban con los restos de mi semen.

Cuando entre respiraciones entrecortadas volvimos a tomar conciencia mi amante se había recostado sofocado sobre su hombro con su verga pringosa todavía entre las manos y yo yacía con la espalda y la cabeza apoyada contra la puerta con resto de semen propio y ajeno en mi cara, en mi pecho, en mis muslos…

Cuando por fin nos incorporamos recogió restos de su semen que todavía chorreaba entre mis labios con sus dedos y me los ofreció como la última golosina.

Chupe obediente los despojos de sus dedos y de su verga ya más blanda y me pidió que tras la ducha continuásemos nuestro encuentro en su casa.

Ni que decir tiene que también fue fantástico, pero eso mejor os lo cuento otro día.