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La ceremonia de mi esclavización (I)

Relato enviado por : Anonymous el 11/07/2009. Lecturas: 8453

etiquetas relato La ceremonia de mi esclavización (I) .
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Resumen
Pese a mi condición de esposa y madre madura, aquel jovencito amante perfecto, me condujo hasta la entrega absoluta de mi cuerpo para lo que él dispusiera


Relato
Mañana sería el gran día, y estaba entre aterrorizada y frenética por que el ansiado acontecimiento llegase: por fin Roby iba a tomar plena posesión de mi como esclava.
Mi Roby, la más fantástica y mejor manejada polla del mundo. Entró en mi vida cuando mi matrimonio apenas existía ya. Me casé porque quedé embarazada muy joven y tanto la familia de mi marido como la mía insistieron, pero Pablo y yo no nos amábamos. De mi embarazo nacieron mis preciosas gemelas Laura y Lucía, ahora de 24 años de edad. Mi marido perdió el interés por el sexo conmigo y, recíprocamente, yo con él desde bien pronto tras nuestro matrimonio. Seguimos juntos por las niñas pero cada cual discretamente con sus amantes.
Entablé conocimiento con Roby, un muchacho de 18 años un día que, desesperada por falta de ración de sexo, ya que había roto una semana antes con mi último amante, me pasé por un bar de copas pensando ligar y tropecé con el chaval. Acabamos follando como locos en un hotel y seguí buscando su polla como una perra salida por los siete orgasmos que me proporcionó ese día. Era incansable, podía estar horas bombeando mi vagina sin eyacular y moviéndose de tal forma que en cualquier posición friccionaba mi clítoris.
Me volví adicta a aquel miembro y lo adoraba. A mis 42 años estaba irremediablemente sometida a aquel enorme e infatigable pene que además expulsaba esperma en un caudal inagotable. Roby era un mulato de japonés y peruana y había heredado el refinamiento oriental y la sensualidad latinoamericana. Había adornado su prepucio con un clavo pasante y dos gruesas bolas en los extremos que era inevitable sentir en las paredes vaginales mientras bombeaba y no digo ya en las paredes intestinales. Completaba su hermoso miembro con un aro que le rodeaba el escroto tras sus voluminosos testículos produciendo a la vista una atracción arrebatadora que me impulsaba a no sacar nunca aquella herramienta de mi boca.
Con Roby empecé a experimentar orgasmos follando por el ano, pues, aunque no era virgen de ese agujero, mis amantes siempre habían sido muy convencionales, igual que yo, en el follar y nadie había insistido cuando me quejé de las molestias en mi negro agujero. Solo él y su erecta polla, tendiendo su punta orgullosamente al cielo tuvieron la paciencia de enseñarme los placeres anales y ya era incapaz de despedirme de él sin haber alojado su miembro en mis intestinos.
Poco a poco mi adoración por él fue incrementando a tal extremo de que enseguida comenzó a hacerse más y más exigente conmigo y a manejarme a su voluntad. Comenzó a indicarme como vestir y maquillarme, a hacerme ir a un gimnasio y a nadar y a decirme qué debía comer. Me hizo depilar a láser totalmente el pubis estando él presente en la peluquería donde me lo hicieron y me obligaba a estar horas y horas con unas bolas chinas metidas en el coño. Pronto empezó a humillarme presentándome a sus amigos como a "su zorra casada y madura". Incluso alguna vez me obligó a follar con alguno de ellos en su presencia.
Me entregó una foto de su polla para que se la enseñase a mi marido diciéndole que era adicta a ella. A mi marido no le importó, a estas alturas ya casi no teníamos relación, ya que las chicas vivían en otra ciudad trabajando cada una en su carrera. Por esa razón ya teníamos habitaciones separadas y si no habíamos llegado al divorcio era porque la libertad de que disfrutábamos cada uno compensaba la duplicidad de gastos que acarrea una separación.
Lenta pero firmemente me fue conduciendo a su idea del sexo: Comenzó por hacerme bisexual follando con amantes suyas cuya existencia no me había ocultado, ni me importaba que las tuviese mientras fuese el amante perfecto conmigo, o simplemente con prostitutas. Me hizo participar en trios con sus amigos donde por primera vez en mi vida me encontré con dos agujeros tapados simultáneamente.
Y por fin un día me dijo que sería su esclava. Yo acepte subyugada por aquél hombre y fijó una fecha para mi esclavización formal. Me ordenó contárselo a mi marido y advertirle que estaría una semana sin noticias de mi y que posteriormente estaría siempre ausente los fines de semana para cumplir mis cometidos de sumisa perra. El resto de la semana trabajaría ordinariamente, pero la mitad de mis ingresos serían para él. La otra mitad para los gastos de la casa. Lo que yo necesitase personalmente ya me lo daría él.
Mi marido recibió la noticia con indiferencia, solamente hizo los cálculos sobre si la mitad de mi sueldo alcanzaba para pagar los gastos generales de la casa y viendo que sobraba se encogió de hombros.
Pedí dos semanas de vacaciones en mi empresa. Una para mi ceremonia de esclavización y otra, recomendada por Roby, para recuperarme. Eso de la semana adicional para recuperación me perturbó, pero por otro lado, incomprensiblemente me hacía encharcar el coño.
La víspera de la ceremonia me la pasé preparando y examinando mi cuerpo para parecer perfecta. Acudí a la peluquería para otra sesión de depilación láser del pubis aún cuando no era preciso, me hice la manicura y pedicura, me cortaron el pelo bastante corto, como me recomendó mi deseado Roby. También por indicación suya solo comí frutas y verduras y me administré varios enemas con una gran jeringa que él me había facilitado.. No me recomendó nada al respecto de mis agujeros, pero yo, en previsión estuve varias horas con pepinos y calabacines insertados en ellos para dejarlos bien ensanchados por si fuese necesario.
Examinado mi cuerpo en el espejo decidí que no defraudaría a mi amo. Pese a mi edad me encontraba bien. Era de cara correcta y muy agradable, aunque no fuese una beldad. El nuevo corte de pelo me hacía la cara más simpática y juvenil. Mis pechos eran de buen tamaño, pletóricos y con elegante caída. Rematados por unas aréolas muy amplias y oscuras. Pezones largos cuando se despertaban. El culo se sostenía muy bien y las piernas eran robustas con unos muslos largos, duros y de forma ahusada como obuses.
Esa noche no dormí, dejé la cama, a la altura de mi coño totalmente húmeda y mi clítoris irritado de la cantidad de veces que me masturbé pensando que iba ser posesión de mi amado fonador. A la mañana, a la hora convenida y con mi marido presente, me coloqué una gabardina sobre mi cuerpo totalmente desnudo, tomé mi neceser conteniendo los pocos utensilios que Roby me consintió llevar y bajé al jardín, aislado por un alto vallado, cuando Roby entró en él con una furgoneta de cristales ahumados tras abrirle yo al escuchar los toques de bocina acordados.
En el interior de la furgoneta había una jaula donde Roby me invitó a entrar tras quitarme la gabardina y ponerme una braga de cuero con un tapón anal y un consolador incorporado. Lo hizo lentamente y procurando que me viese mi marido quien observaba atentamente tras las cortinas y con cuya mirada me crucé. También me cegó con una venda y me esposó a los barrotes de la jaula. Así emprendí el viaje a mi esclavitud.
Tras dos horas de camino por fin aparcó, salió del vehículo y noté como se transportaba mi jaula a algún lugar.
Al poco rato me deshicieron de las esposas y me sacaron de la jaula. Puesta en pié me quitaron la venda de los ojos. Me encontré sobre una tarima de madera y cegada, no solamente por la brusca recuperación de la vista , sino además por unos focos dirigidos hacia mi.
Escucha Leticia –así me llamo- estás aquí para entregarte a tu Amo Roby como esclava hasta que él te repudie si así lo desea. Escucharás el contrato de esclavitud y si lo aceptas y firmas ante los testigos aquí congregados al efecto, perderás el nombre de Leticia para tu amo y serás llamada Marrana.
El saber que me encontraba desnuda ante gente desconocida aceptando mi condición de esclava hizo manar gran cantidad de flujo a mi vagina y comenzó a resbalar por mis muslos. Aquella afluencia de hormonas retiró de mi mente mis reticencias y me hizo desear gritar que acelerasen los prolegómenos y comenzar a vivir mi vida de esclava sumisa con mi Roby.
Sin embargo me leyeron –una voz que no era de Roby, si no de otro hombre- mi contrato de esclavitud. Hablaba de que en su presencia mi ser carecería de personalidad, sería simplemente un cuerpo a su servicio y capricho sin más limitación que no matarme ni mutilarme. Que ese cuerpo podrá ser prestado, prostituido, vendido o regalado permanentemente a quien mi dueño quisiera, subrogándose mis carnes con el nuevo dueño en todas las obligaciones que con el anterior. También que este cuerpo sin alma podría ser torturado o castigado a voluntad del Amo o de cualquier otra persona que el dispusiese sin necesidad de ninguna justificación. Hubo un apartado dedicado al uso sexual en el que se contemplaba la posibilidad de ser preñada cusntas veces quisiera, incluso fuera de la edad fértil mediante medios artificiales. Asimismo mi cuerpo podría ser fotografiado o filmado en cualquier actividad si ningún derecho de imagen.
El enunciado del contrato era extenso, pero no escuché gran cosa de la interminable lista de obligaciones y de pautas de conducta que me imponía la firma de aquel papel absorta como estaba en la posibilidad de que me sobreviniese el orgasmo que incomprensiblemente estaba notando llegar allí, de pie y sin que nadie me tocase.
..... y este contrato se firma en un solo ejemplar que quedará en posesión de la parte denominada Amo en Madrid, a 1 de marzo de 2006.
- ¿Aceptas, Leticia, ser esclava de Roby en las condiciones que se te han dado a conocer?
- ¡Si, acepto ser esclava de Roby!
¡Arrodíllate!
Obedecí y una mujer de unos treinta años vestida con un atractivo conjunto en látex rojo que modelaba su escultural figura y dejaba accesibles sus órganos de uso sexual mediante aberturas estratégicamente colocadas, me fijó un collar de acero diciendo:
Yo te declaro esclava de Roby con el nombre de Marrana, que será al único que responderás en adelante ante su presencia y ante quienes el se digne entregarte en cualquier forma de explotación de tu cuerpo. Este collar y los demás atributos que se te impondrán serán el signo de tu sumisión.Ahora serás bautizada.
Inmediatamente apareció ante mi un hombre desnudo con una enhiesta polla que, intuyendo la intención de meter en mi boca, engullí sin reparo alguno. Me dediqué con toda mi habilidad a extraer el jugo de usu testículos hasta que, retirando su polla, eyaculó por toda mi cara y cabeza.
Otros tres hombres hicieron lo mismo y después se acercó la mujer de latex rojo, quien orinó sobre mi cara una vez alcanzó el orgasmo que complacientemente le proporcioné con mi lengua. Era la primera vez que orinaban sobre mi y me sentí tan puta y humillada y tan satisfecha de serlo que mi mano acudió a mi clítoris.
Un relámpago me sobrevino en la cabeza cuando restalló algo sobre mis nalgas.
- Mal empiezas Marrana. Hace unos minutos que has oído el reglamento de conducta. Ningún orgasmo sin autorización.
Sin tiempo para reponerme me encontré otro chocho para lamer ante mi boca. Esta vez el látex era negro y la mujer mayor que yo, quizá de 45 0 46 años. Al lamer percibí que su clítoris estaba perforado por un estimable anillo de oro. Al igual que la anterior se orinó sobre mi cabeza y, como antes sentí enorme delectación en reconocerme tan depravada. Ya no tenía dudas, me gustaba ser esclava, me gustaba no pensar, me gustaba la entrega total de mi cuerpo para siempre, sin rectificación posible. Hubiera querido en ese momento que mi Amo me entregase a una legión de hombres y mujeres.
Tras aquello, la mujer de látex negro me enganchó una cadena al collar de acero y nos dirigimos todos , yo gateando, a un enorme cuarto de baño. Allí ambas mujeres fueron recogiendo en sus manos el semen mezclado de orina y dándomelo a comer. Ellas mismas lamieron lo que no era posible recoger con los dedos. Después me ducharon sin omitir introducir sus dedos en mis dos agujeros bien profundamente para limpiarme no sé de qué. Una vez seca me hicieron subir y ponerme a cuatro patas sobre una camilla de tipo hospitalario.
En ese momento entraron en el baño también los hombres que debían estar bebiendo algunas copas.
Entonces mi Amo me ordenó enseñar mis agujeros abriéndolos bien con los dedos para que sus invitados comprobase la calidad de su nueva esclava. Sí, dijo "nueva".
Agradecí profundamente a mi Amo la oportunidad de mostrarme y satisfacer mis ansias de mostrar a aquellos extraños lo único que poseía: mi cuerpo. Pero esa idea acarreaba el error. Mi cuerpo no era mío. La obscenidad con que me mostraba, manejando mis dedos en el interior de mis agujeros y tirando lo más que podía de los esfínteres para que pudieran percibir mis interiores entre la oscuridad, así como la forma de rotar las nalgas insinuantemente y extender mis jugos por toda la entrepierna provocaron la denuncia de la mujer de látex negro:
- La esclava se está comportando como una ramera. Cree que su cuerpo le pertenece e intenta excitarnos.
- Es cierto, se cree una puta cuando solamente es un pedazo de carne. Habrá que corregir esa desviación y pronto. Dijo uno de los desconocidos. Puede que encuentre placer en ser esclava y eso no lo puedes permitir Roby. Sería peligroso. No sería una esclava, sino una prostituta complaciente.
- Lo corregiré amigos. Con vuestra ayuda espero.
- Cuenta con nosotros Roby, para tan agradable trabajo que nos pides.
- Ciertamente, pese a ello presenta una buena aptitud como esclava. Habrá que trabajar mucho esos agujeros y reprimir esa tendencia masoquista que priva del placer de torturar.
- Bueno, vamos a calmarla. Empacadla –dijo a las mujeres- y tomemos unas copas –a los hombres-.
Las dos mujeres de látex me colocaron unas tobilleras con una barra separadora abierta al máximo que permitían mis piernas y flexionando éstas me ligaron las muñecas a los muslos mediante anchas correas de cuero. Después me introdujeron un consolador de grueso calibre en el coño y, tras inyectar en mis intestinos una buena cantidad de líquido, lo sellaron con un gran tapón anal y ambos falos plásticos fueron retenidos por otra correa de cuero sujeta desde mi vientre a mis riñones a un ancho cinturón, también de cuero. Me encasquetaron una capucha que no me permitía ver ni oír y una mordaza de bola en la boca. Así me abandonaron durante un tiempo al cabo del cual yo me sentía agonizante.
Continuará .....
comentarios a mujer_madura_02@hotmail.com

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Por eso dedica 30 segundos a valorar La ceremonia de mi esclavización (I). te lo agradecerá.


Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:09) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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