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La Navidad del Milenio

Relato enviado por : Anonymous el 26/12/2004. Lecturas: 3730

etiquetas relato La Navidad del Milenio .
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Resumen
Eduardo es un joven ejecutivo de una Multinacional que se enamora sin quererlo de una compañera de trabajo. Beatriz es una mujer con problemas con la bebida por traumas que poco a poco se van desvelando en esta historia.


Relato
La Navidad del Milenio

Primera parte

Introducción

-¡Eduardo…, no…, no…! -Reía haciendo ver que quería quitar mis manos de encima de ella sin intención alguna –¿Qué ejemplo vas a dar a tu hija enseñándole a…, a…?

-¡Follar, follar, follar a su mamá! ¡Aaaah, qué me gustan las malas enseñanzas! –Y las pasaba por debajo de sus brazos y me apoderaba de aquellos senos hinchados y algo caídos por la maternidad. Su barriguita, de seis meses, se veía grande ya pero sin exageración, suave, brillante, sin estrías y redonda por donde se mirara saliéndole de la base de sus pechos, una cúspide que tenía la meseta en el ombligo y la terminación en aquel pubis poco poblado por su naturaleza y una vulva grande de labios gruesos y exultante que iban tomando posición poco a poco para esperar el gran acontecimiento del nacimiento de nuestro bebé. Ya tenía necesidad de echar su espalda para atrás para mantener el peso de la criatura y se apoyaba en las caderas para ayudar a la columna. Si guapa era antes del embarazo preciosa estaba ahora con él, desnuda como estaba, saliendo del baño, sus hombros húmedos por las gotas que le caían del pelo y así fue como la sorprendí. El cabello castaño muy claro, casi rubio y abundante, le había crecido por debajo de los hombros aun más lacio y con un brillo sin igual. Una mecha le caía por delante de la cara rozándole los labios y yo, sin retirarla, los besé como me gustaba hacerlo siempre, con la intensidad desaforada que hacía que me llamara la atención porque no la dejaba respirar

-¡Bruto, más que bruto! ¡Nos vas a matar cualquier día a las dos! ¡No sabes besar normalmente! ¡Tú ahogas! –No le hacía caso, mis manos acariciaba suavemente aquellas mamas sin apretarlas, sintiendo su calor. Siempre habían sido normales pero espléndidas, ahora habían crecido y se encontraban más duras, las areolas también con más diámetros además de resaltadas y los pezones aumentados en grosor y tamaño, la maternidad se acercaba y ellos tenían que estar dispuestos. Seguía bajando ahora por aquel hermoso estómago donde estaba mi hija gestándose y las pasaba por el divino volumen hasta acariciarlo todo, buscando al tacto alguna parte de su cuerpecito que me permitiera decirla que allí estaba su padre desesperado por conocerla.

Era nuestro segundo hijo, Beatriz y yo tuvimos el primero el 30 de Diciembre del 2000 y ahora nuevamente, la Naturaleza nos bendecía brindándonos con una niña. Llevaba el mismo camino que su hermano Alejandro II a punto de cumplir cuatro añitos.

Nunca supo lo que era el verdadero placer ni el cariño de pareja en su primer matrimonio. Fue una mujer maltratada y vejada física y mentalmente y ahora, conmigo, fue aprendiendo lentamente a amar y desearlo todo, infundiéndole confianza y enseñándole y demostrándole que todos los actos amorosos en la pareja, cuales quiera que fueran, eran nobles y hermosos. Pensé que el factor tiempo tenía que ser imprescindible si quería ayudarla y rehabilitarla, rescatarla para una vida normal y no me equivoqué, poco a poco fue dejándose llevar por mí e imitando mis arrumacos y los actos amorosos que siempre le prodigaba ante un asombro sin límite. Un día aquella paciencia y la esperanza que ponía en ella dio sus resultados y fue cuando se dio cuenta que yo la quería de verdad, la respetaba y la deseaba como esposa y mujer y no una sierva o como saco de sparring para boxeo

La miraba con largueza, recreándome en su agradable rostro sonrosado y comprobando como sus ojos se cerraban esperando las caricias, correspondiendo a mis besos con sus besos. Le guiñaba un ojo mientras mi mano derecha bajaba lentamente hacia los labios vaginales que eran cogidos con intensidad. Jugaba con ellos rozándolos con la yema de los dedos arriba y abajo buscando los grosores, esa abertura que poco a poco se iba abriendo más por su estado. Comienzo a introducirme por entre ellos buscando la pasión de mi mujer que empezaba a tener los primeros escalofríos de placer al sentirse suavemente masturbada.

-¡Eduardo…, no pares…, no pa…ares! ¡Ah! –Apoyó su cabeza en mi hombro y giró el rostro hacia el mío ofreciéndome nuevamente su boca, dejándola abierta para que perdiera la mía en la suya.

Su lengua salía a recibirme y nos hundíamos en un apasionado beso húmedo mientras mis dedos masajeaba los labios menores friccionándolos repetidamente en círculos y pasándolos por todos ellos. Los subían lentamente pasando por un meatos algo irritado por las ganas constante de orinar que tenía y llegaba a un clítoris que se electrizaba al contacto, no lo apretaba solo frotaba la punta redonda y luego los lados. Ella se erguía casi violentamente mientras pasaba su torneado brazo derecho por mi cuello y hundía su rostro en él, mordiéndolo casi con fuerza, jadeando, lamiéndome mientras la acariciaba de aquella forma.

Beatriz se giró frente a mí y lentamente fue quitándome la chaqueta, desabrochando la camisa, con gran esfuerzo y valiéndose de mí, se puso de rodillas, comenzó a desabrochar el cinto y luego bajó el pantalón. Quedé en slip y ella, mirándome a los ojos, fue bajándolo lentamente, recreándose en lo que comenzaba a aparecer ya crecido casi en su máxima expresión, a acariciar mi pene con una mano mientras continuaba con la otra bajando la prenda. Ya, desde antes, estaba erecto y apuntaba a su barbilla. Beatriz lo tomó y comenzó a jugar con ella, a bajar lentamente el glandes mientras comenzaba a besar el prepucio en todo su largura y luego los escrotos.

Sentía, con los pelos de punta, su boca y los dientes anacarados pasar por mis partes y la cabeza se humedecía. Beatriz introdujo el pene en la boca y lo hundió hasta la garganta degustándolo y masajeándolo con su lengua y paladar así durante un rato. Mi cabeza estaba echada hacia atrás, sentía como lo estrujaba con fuerza, lo succionaba con pasión y sus resplandecientes ojos sonrientes no dejaban de mirarme, complaciéndose de verme totalmente excitado y fuera de mí con la caricia bucal.

-¡Bea…, Bea…, no sigas…! –Gritaba. Buscaba donde agarrarme y no encontraba, entonces la tomé por los pelos y le hundía su rostro contra mi pubis bien poblado penetrando aun más su boca. Seguía sin querer escuchar, haciendo lo mismo que yo cuando me pide parar. Succionaba el glande de tal forma que producía una sensación celestial. Ella sentía, últimamente, los efectos de las arcadas por cualquier olor algo fuerte, el estado avanzado la hacía vomitar con facilidad, pero quise parar -¡Deja…lo…, mi vida! Vas a vomitar… ¡ahhch!

Beatriz sacó muy lentamente mi falo de su oquedad bucal, centímetro a centímetro, recreándose hasta que tuvo el prepucio rozándole sus labios, pasando la boca por la corona y su lengua jugaba con la cabeza pasaba por el cilindro y terminaba en el naciente. Sus ojos color miel no se apartaban de mí y reía mientras mi pene le rozaba los dientes.

-Anda, ayuda a esta vaca gorda a levantarse y llévala a la cama. Vas a tener que follarme, de aquí en adelante, a cuatro patas, ya no tengo fuerzas para levantar una pierna, mi vida –La tomaba por las axilas, la ponía en pie con cuidad y la atraía a mí besando su frente, sintiendo su vientre abultado contra mi plano estómago, el pelo caer sobre la naricilla que se había puesto roja de un pequeño catarro que no se le quitaría hasta que no diera a luz.

Ya en nuestra alcoba la tendí, me senté a su lado y comencé a besarle sus pechos aún sin aplastar ni estirarse a los lados totalmente y pasaba mis labios por aquella oronda barriga. Siempre le ha producido cosquillas que le bese el estómago y sus movimientos para zafarse de mí eran lentos y pesados, momento que aprovechaba para abusar de ella. Antes de que se hiciera con mi cabeza bajé el rostro hasta su pubis y me deleité oliéndola a limpio, a recién bañada, a mujer joven y hermosa y mi barbilla tocaba unos labios vaginales hinchados y separados. Verle aquel sexo preparándose lentamente para el nacimiento me había dado excitación ya desde nuestro primer hijo y me zambullí en el como un poseso. Beatriz dio un respingo al sentir mi boca en su vulva y las caricias de mi lengua recorriéndola toda. Abría las piernas de par en par, único movimiento que le estaba permitido y me recibía con tal pasión que sus manitas aplastaban mi rostro contra ésta y hacía movimientos pélvicos ayudando a que la lamiera. Recuerdo que la primera vez que lo hice ella quedó anonadada y se fue sin darse cuenta, ahora era habitual en nosotros y le gustaba sentirme bebiendo de su sexo.

Otra vez comencé a subir por ella en sentido inverso de cómo vine, por sus costados, hasta llegar a su boca que me esperaba. La ayudé a ponerse de lado y de a cuatro. Abrió sus piernas y quedó expuesta para mí mientras giraba la cabeza para verme. Enfilé mi pene hacia aquella vagina tan querida y comencé a introducirla lentamente, recreándome en mi mujer, en sus nalgas más ancha de lo normal, en la exhuberancia de ésta y que no había perdido belleza. Sus redondeles seguían siendo exultantes y muy deseables. Agarré aquellos glúteos con fuerza y comencé un codito despacio en principio para darle impulso después y al rato los movimientos eran casi frenéticos.

Sentir el roce de la mucosidad de las paredes vaginales en mi pene, la humedad que producía, el contacto de su piel suave en mis manos, ver aquella espalda agotada por el sobrepeso y su pelo tapándole su bonita cara hizo que explosionara violentamente dentro de ella. Sin embargo, no paré y el ímpetu lo seguí llevando hasta que Beatriz, que tardó un poco más, se corrió agitando todo su cuerpo y dejando ver aquellas medianas tetas más crecidas moverse con violencia como auténticos péndulos locos y yo seguí hasta que caí rendido sobre su espalda y apoyaba mis manos en la cama para mantener mi peso. Estábamos vencidos por el esfuerzo pero felices.

Nuevamente la ayudé a colocarse en la cama, quedamos de frente y la atraje hacia mí. Su cabecita quedó apoyada en mi hombro mirándome, enlazados ambos entre nuestras piernas, resoplando, Beatriz rozándome el pecho con sus labios yo besándola en la frente y en la cabeza. No decíamos nada tampoco podíamos y ella, como era costumbre últimamente se quedó adormilada, al poco, entre mis brazos, con su pelo rozándome el rostro. Apreté sus hombros con suavidad contra mí y lo agradeció acurrucándose y plegándose aun más en busca de mi protección y el cariño que llevaba ofreciéndole desde hacía cuatro años atrás.

La miré dormir de aquella forma y me recordó la primera vez que ella se entregó de esa forma, llorando amargamente por la muerte de un ser tan querido como era un hijo, su hijo Alejandro. Beatriz no fue fácil conquistarla. Sin embargo, en la última noche de 1999 y la primera del milenio aparecí yo, un hombre doce años menor que ella, me admitió en su casa y charlamos horas y horas…

I - El almuerzo de Confraternidad

La comida de Navidad, la llamada "De Confraternidad" se estaba presentado aburrida, incómoda. La buena música sonaba rítmica y alegre, la pista de baile vacía y las mujeres y los hombres permanecíamos todos sentados en nuestras sillas mordisqueando todavía los alimentos que había en la mesa. Yo veía todo aquello con tristeza, aburrido, con la vitalidad y mentalidad del hombre de 25 años y pico que se come al mundo. Echaba un vistazo por todo el salón en busca de alguna compañera que me gustara y pudiera sacarla a bailar. Una rubia, que sabía era de Estadística, con un escote de ensueño fue la elegida. Junto a ella estaban varias compañeras más.

Me levanto de mi silla, la silla que pertenecía a una mesa toda de jóvenes como yo hablando de fútbol, de tenis, de los últimos programas de videos juegos en tres dimensiones y, por supuesto, de mujeres, tema predilecto nuestro, con sus chistes verdes y argumentos sobre la capacidad femenina. Mis pies me conducen hasta ella. Ya a su altura su escote era tan generoso que veía por completo sus senos desnudos y los pezones erectos grandes y picudos. Debí haber mostrado mi alucine quedado más tiempo fijo en aquel precioso panorama por el costado derecho de la muchacha. Estaba hablando con la amiga de enfrente y no me había visto llegar. Una voz burlona de mujer, algo gangosa por el exceso en la bebida dijo

-¿La saca a bailar, nene, o prefiere estar ahí viendo sus hermosas tetas?

Miré sorprendido hacia donde estaba la vos y ésta pertenecía a una mujer de unos de treinta años, rostro agraciado, simpático y con un fondo de tristeza que dejaba reflejar un interior amargo y profundo. Sentada permitía ver un torso de mujer muy agradable, tapado pero insinuante por un pollover blanco ajustado y con cuello de cisne donde se veía a las claras la huella de un sujetador que marcaba unos pechos anchos, redondos, altos, bien formados y unos pezones que querían salirse de ambas prendas. El resto de su cuerpo estaba cubierto por la mesa y la inclinación de ella sobre ésta.

La chica que había elegido se giró y miró alegremente. No le molestó ser observada de aquella manera, dejó alegremente sus espectaculares pechos a la vista, riendo. Esperaba saber lo que quería de ella.

La sorpresa inmediata me corta, sobre todo si proviene de varias mujeres juntas. Cogido en falta por la visión de aquellas dos mamas no tuve más remedio que vencer, como pude, el difícil momento y pedir a la compañera si quería bailar conmigo. El dar la vuelta en ese momento y marchar hubiera sido un acto cobardía y mostrar la timidez que me embargó risa entre todas ellas. Miré sonriendo forzadamente a la autora de la apostilla y dirigí mis ojos a la chica pechugona.

-¿Bailamos? Podíamos animar el aburrimiento que hay aquí habiendo tan buena música ¿Qué te parece?

-Se ha dirigido a la chica equivocada, jefe, no sé bailar, se lo juro por Dios. Lo siento, pero ella –Y señaló a la interfecta de ojos vidriosos que bebía buenos tragos de su vaso casi vacío- danza muy bien ¡Fue campeona de baile de salón! ¿Verdad Beatriz?

-Si, si, es verdad, yo se bailar, me gustaría y estoy libre –Y me miraba directamente retándome con sus bonitos ojos burlones y casi adormilados por el alcohol.

-No, gracias –Dije con una sonrisa triunfal que me salió del alma- Eres demasiado joven para mí.

Me volví por donde había venido sin despedirme, corrido por el comentario y la negativa a la invitación. Había ido triunfante enarbolando mis banderines de ejecutivo de empresa y con la seguridad fanfarrona que tenemos todos los jóvenes con cierto atractivo de que no hay chicas que se nos resista. Detrás de mí sonó una algarada de risas femeninas que hicieron que las piernas comenzaran a ponerse rígidas y a no querer dejar que avanzara. Sentía todos los ojos de ellas en mí viéndome marchar, la verdad, me encontraba ridículo y creí que no llegaría a tiempo a la mesa junto a los compañeros para sentarme.

No aguanté mucho en la fiesta. Había pasado algo más de media hora cuando decidí marchar. Desde entonces no había hecho otra cosa que beber, comer y mirar el entorno, dirigir furtivas miradas iracundas hacia la mesa de aquellas chicas, sin prestar atención a mis compañeros. Decidí marchar, me vestí la chaqueta y comencé a despedirme.

-Chao, chicos, hasta mañana. Esto es un mormo inmundo que te cagas. Voy a disfrutar la tarde que nos han dado los jerarcas.

Dirijo mis pasos hacia la salida. Frente a mí venía una elegante y vistosa mujer con un vaso de güisqui en la mano derecha. Calculo mentalmente que es una pureta. Tiene mi altura, un pollover blanco ajustado sin mangas con cuello de cisne que mostraba unos sugerentes senos, una falda negra ceñida a unas caderas anchas, redondas y atractivas. Piernas de largura normal embutidas en medias negras transparentes y brillantes, seguramente pantís y calzando unos zapatos negros de tacones alto de aguja. Me ve y mueve sus caderas descaradamente. El pelo lacio y rubio le caía sobre los hombros alegremente y unos mechones sobre el rostro.

-¿Tan pronto se va, nene? Aun falta el postre, que mire por donde podemos ser algunas de las compañeras de aquí, y… "El Amigo Invisible" ¿Quién le dice que ese regalo desconocido para usted pueda ser yo misma? –Ríe mientras se lleva el vaso a la boca de labios finos y rojos -¡Anímese, jefe, es una vez al año en que estamos los currantes de a pie y los jefazos juntos y revueltos!

-Yo te enseñaría en un apartado tranquilito de aquí y sin mirones al "nene" que tengo entre piernas, tía. Te iba a gustar jugar con él ¡Seguro!

-¡Dios mío, Dios mío! –Abre desmesuradamente sus ojos que no son muy grandes pero expresivos, tristes, al tiempo que hace una O con los labios- ¿Ya fue el "Amigo Invisible"? ¿Soy su regalo, amo? ¡Mira por donde soy la ofrenda del jefe de Personal y de Producción! Y yo con estos pelos ¡Qué ilusión, nene! ¿Dónde está ese sitio que me dice, porfi? –Y acerca su atractivo rostro a dos centímetros del mío. Su aliento olía a bebida ya desde la distancia en que nos encontrábamos

-¡Vete a la mierda, zorra! Seguro se me caería la polla a trozos si estuviera todo el rato contigo.

Salgo disparado de allí sin esperar respuesta seguida de una sonora y alegre carcajada. No se porqué me dio la extraña sensación que detrás de esa risa que sonaba burletera se encontraba algo más profundo y terrible. Sin poderlo evitar miré hacia tras. Ella caminaba moviendo sus anchas y sugestivas caderas, con su pelo claro por los hombros bailando al compás de sus risotadas ¡La muy bruja sabía que la miraría! Marchaba hacia su sitio despacio, cimbreándose descaradamente, mostrándome lo que me perdía si me iba.



II - El encuentro

Trabajo en una gran empresa de Multiservicios a nivel nacional. Soy segundo jefe de Producción y llevo al completo todo lo relacionado sobre los Estudios en el Mercado de productos nuevos que nos confían para su lanzamiento. Un pequeño reajuste de la Empresa en el que se produjeron unos cientos de despidos a nivel nacional me llevó a ocuparme también de la Cartera de Personal y Nómina, aquí, en la Central. De esta manera me convertía en el hombre más deseado y temido de la filial porque era el que firmaba los cheques para las nóminas de todos.

Durante el año trabajaba diez y doce horas diarias siempre que no tuviera que salir de viaje, odio tomar un avión. Tener una tarde entre semana totalmente para mí que no fuera el sábado me había parecido gloria bendita. Sin embargo, comprobé que no sabía aprovecharla ni gozar de ella. Me encontraba en un centro comercial inmerso en las Navidades que daba paso al Milenio. Por todos lados se hablaba de las consecuencias de la entrada al 2000, los periódicos decían las consecuencias sobre la navegación aérea y marítima, las empresas Informáticas daban soluciones, los centro comerciales ponían anuncios alentadores donde la Navidad tapaba, con su bondad, "catástrofes" que nunca llegó a ocurrir. "Baila Navidad" de José Feliciano se oía allá por donde ibas, luego dejaba escuchar "Adeste Fidele"; "Chiquirritín"; "Campanas del Big Ben"; el "Campanillero", original cantado por Raphael; "Feliz Navidad"… El ambiente era hermoso y bullanguero, los villancicos sonaban muy alto pero agradables y acogedores.

Emocionaba estar allí y el espectáculo de los decorados con grandes figuras de corcho blanco prensado alegóricas coloreadas con purpurina oro o plata y pinturas rojo, blanco y verde, cubiertos con cientos y cientos de bombillas intermitentes de innumerables juegos de luces de todos los colores. El centro tenía ambiente de pura Navidad abarrotado de gente paseando, escudriñando los escaparates y visitando sus tiendas favoritas, comprando o saliendo de los diversos comercios, bolsas repletas de víveres seguramente para la Cena de Noche Buena y los regalos de Papá Noel, moda del norte de Europa impuesta por el gran marketing de los centros comerciales. Nos tropezábamos los unos con los otros y el pasear era casi incómodo cuando veo que de una cafetería sale una mujer envuelta en un abrigo de paño y buen corte, negro, dando pequeños traspiés. Se agarró a la pared durante unos momentos y acto seguido, fijando la vista al frente con valentía, siguió caminando normal y en otros momentos a trompicones y con cierta inseguridad.

Supe quien era, tuve el morbo de seguirla a dos metros escasos de distancia. La había reconocido, era la mujer que se burló de mí. La curda que ya había empezado a coger en el almuerzo la había duplicado, seguramente en aquella cafetería y otros lugares. Unos chicos jóvenes, hablando alto, jugando entre ellos y que venían de frente, se acercaron a ella y la rodearon. Le decían algo, groserías posiblemente y la mujer, apoyándose en la pared y subiendo la mano izquierda al oído se lo tapaba a la vez que inclinaba la cabeza hasta casi desaparecerla en al amplio cuello de su abrigo, se encogía de hombros y quería seguir su camino sin mirarlos.

-¡Eh! ¡eh! ¡eh! ¡eh! ¡Tíos, fuera, fuera! ¿No veis que se encuentra mal? Está algo enferma.

-¿Enferma la titi? ¡Anda ya, tío! ¡Tiene un pedo que se cae de culo! –Dijo uno de los "listillos pasotas" del grupo mirándola con admiración y cierto deseo -¿Os habéis fijado, tíos? ¡Tiene unas tetitas de lujo la chochona!

-¡Dejadla ya, coño! ¡Más respeto! ¡Mujer, te dije que esperaras, carajo! ¡Estaba pagando la cuenta! ¿No? ¡Me cago en diez! ¡Anda, vamos para casa!

La tomé del brazo con suavidad y ella apenas se resistió. No había mirado quien la sermoneaba ni quien la sacó del atolladero tan solo debió sentirse segura al ser tomada del brazo. Cerca del final del gran pasillo, cerca de la puerta de salida se paró casi en seco y miró. Guiñó aun más sus ojos empequeñecidos por la cogorza que llevaba y se quedó un rato observándome hasta que, de pronto, queriendo hacer un gesto de sorpresa que no le salió levantando la mano torpemente señalándome, sonrió con esa mueca desdibujada de toda persona que está bebida, quiso articular algo pero no le salieron las palabras. Realmente estaba muy borracha.

En la calle ya, la llevé hasta la barandilla de las escaleras, hice que apoyara su mano derecha sobre ella y comenzamos a bajar lentamente, disimulando como podía su estado. En dos ocasiones estuvo a punto de caerse sentada de culo en los escalones. La tomé por las axilas y pude controlarla. La verdad, tenía toda la razón aquel muchacho que hizo el comentario sobre los pechos de ésta mujer. Al tomarla por debajo de los brazos rocé sus senos y noté la blandura y volumen de ellos. Al mantenerla contra mí las mamas quedaron pegadas al tórax y percibí como me subía la sangre a la cabeza.

-"¿Qué edad tendrá ella? ¿Treinta años, más tal vez? ¡Joder sí que está buena la jodida!" –Pensé teniéndola entre mis brazos sin poderla apartar. Deseché de inmediato el pensamiento, tuve vergüenza de mí mismo, mi hombría de bien no permitía aprovecharme de las circunstancia, pero… tenía que reconocer que era una real mujer.

Caminaba sin darse cuenta que estaba a su lado, que mantenía en alto su dignidad, y la dejé que ella guiara los pasos. Tres calles más adelante se paraba en un portal de puerta ancha acristalada, mete la mano en su bolso torpemente y saca tres llaves ¿Cómo coño, en su estado, sabe que vive aquí? Pensé. Comprobé también que hay que tener la paciencia de un santo para esperar que una persona bebida atine abrir una puerta. Eso fue lo que hice. Por fin, lo logra y entra sola dando trompicones, la puerta la deja abierta y ella haciendo zigzag, en un espacio abierto y sin punto de apoyo. A punto estuvo de caer redonda al suelo por falta de sujeción. Salí corriendo detrás de ella y la sostengo como pude. Subimos cuatro peldaños, el suplicio otra vez de obligarla a cogerse al pasamano y de mantenerla por esas escaleras tres pisos más arriba. Se paró en una puerta ancha embarnizada en color madera, otra vez volvía la angustia de la espera, dio nuevamente con el llavín y la puerta de la vivienda dejó vía libre a Beatriz.

Entró y mi asombro no tenía límites ¡Caminaba pasillo adelante embistiendo las paredes y desapareciendo por una puerta al fondo de éste! Había dejado la puerta de entrada abierta. ¡Dios Santo! ¿Lo hace con frecuencia? ¿Deja su casa abierta cuando se encuentra en ese estado? Miré a mí alrededor. Lo que vi era un caos, un desorden total. Embalajes de comidas baratas consumidas aquí y allá, botellas de güisqui vacías, vasos sucios en varias partes de los muebles del salón, migas de pan esparcidas por todo el suelo en la mesilla de tresillo y en una mesa de comedor. Debajo de la mesita del tresillo un zapato blanco caído de lado, un traje arrugado sobre el sofá. Un salón medianamente grande y bien amueblado pero descuidado. La puerta del mueble-bar del aparador que estaba al fondo se veía abierta y contenía dos botellas de güisqui sin estrenar y otra medio vacía.

Un mueble biblioteca que contenía en sus estantes unos vasos usados. A un lado, bien visible, dejaba ver un porta fotos grande donde se veía a un joven sonriendo de unos diecisiete años vistiendo una camiseta de fútbol y un balón cogido con sus dos manos y apoyado sobre el pecho. Moví la cabeza comprendiendo, era el vivo retrato de aquella mujer a la que había acompañado hasta allí. Miré a mi alrededor en busca de otras fotos y, efectivamente, una colgaba de la pared, el mismo chico más joven, seguramente había terminado la secundaria porque vestía una banda sobre su pecho.

Sentí un ruido opaco de un cuerpo que caía al suelo y corrí hacia la puerta donde vi desaparecer a la mujer. Allí estaba ella sin desvestirse, tumbada cuan larga era en el suelo y boca arriba. Debió haberse dado con el ángulo la mesilla de noche porque se veía una pequeña brecha en la frente que emanaba sangre. Me asusté y comencé a dar vueltas sin saber a qué atenerme.

-¡Y ahora qué demonios hago! ¡Me cago en la madre que la…! –Miré a los lados buscando algo con qué atajar la sangre. Todo era desorden, auténtica anarquía también en la alcoba y pensé en mi madre. Ella solía tener un botiquín en el baño y comencé a buscarlo.

La casa no era muy grande, dos habitaciones y un baño completo, efectivamente, allí encontré un botiquín no muy completo pero sí tenia tiritas, gasas, algodón, agua oxigenada y un rollo de esparadrapos. Lo tomé todo y corrí hacia donde estaba ella tendida y empiezo a restañar la herida. Terminada a mi manera la cura la levanto del suelo con gran esfuerzo, la pongo en la cama y ahora en el centro de la misma. "¡Tengo que quitarle el abrigo!" –Pienso- La siento y como podía iba quitando el sobretodo. Su cuerpo era y es carnoso, suave, sensual. Veía su poder de mujer debajo de aquel niky de cuello de cisne y cierro los ojos mientras termino de retirarlo. No me doy cuenta de que sus caderas lo aprisionan y estiro de él. La falda se había levantado más arriba de la mitad de sus piernas cuando tire de la prenda y dejaba ver unos muslos tersos, serenos, sin piel de naranja dentro de aquellas medias negras de cristal. Bajo la falda, busqué con qué taparla y encontré tirado por el otro lado de la cama una manta, la extiendo sobre ella y salí corriendo de allí enervado. Su atractivo me había excitado y sentí vergüenza de mis pensamientos lascivos ante una mujer indefensa.

III - Beatriz

Nika, mi secretario, me envió, por correo electrónico, la foto general de todos nosotros del día anterior. Cuando la contemplé no tuve más interés que en una persona, la atractiva mujer que dejé en aquella casa durmiendo una buena borrachera y herida. Allí estaba, en la tercera línea, con el brazo derecho extendido hacia arriba en señal de saludo y su eterno vaso de güisqui. Me pareció preciosa y muy deseable.

-¡Nika, ven, por favor! –Y Nicolasa apareció rápidamente como siempre. Bajita, rechoncha y de unos cuarenta años pero eficiente como ninguna. Yo la quería como si fuera mi hermana mayor.

-¿Quién es esta mujer atractiva? Ayer la vi y estaba como una cuba. Hay gente que se divierte bebiendo ¡No sé que le encuentran al alcohol! –Dije dando la impresión de que me llamó la atención tal hecho.

-Es Beatriz, una gran compañera y una excelente persona que ha sufrido lo que no te puedes figurar, Eduardo. Mujer maltratada desde que se casó, separada y luego divorciada. Hace seis meses mataron al único hijo que tenía. Desde entonces no ha levantado cabeza ni un solo día. Es una empleada eficiente, cumplidora de sus obligaciones laborales, Eduardo. Por favor, no le hagas daño al saber todo esto.

-¡Coño, Nika, no soy un cabrón, mujer!

Sería las doce del día cuando Nika me anunció que Beatriz quería hablar conmigo.

-Que pase, Nika –Le dije por el teléfono.

Estaba más elegante y más discreta. Vestía falda ajustada de color crema, una blusa de seda blanca que dejaba entrever un sujetador de copas medianas y unos pechos bien puestos, altos, desafiantes. Sus ojos enrojecidos por el exceso pero expresivos en lo que cabía, seria, bonita tal cual estaba y algo temerosa. Una tirita ancha cubría el lado maltratado por la mesilla de noche.

-Buenos días, jefe ¿Puedo hablar con usted?

-¡Vaya, vaya, mujer! ¿Ya no soy "nene"? Ayer bien que te cachondeabas de mí, Beatriz –Dije con sorna llamándola por primera vez por su nombre.

-Ayer fue el día de la Confraternización hoy, cada uno estamos en el sitio que nos corresponde y hasta el año que viene. Además, tenía dos copas de más y, bueno, sé que me pasé… En fin,… esto… estoy aquí porque… porque quiero darle las gracias por el favor que me prestó en el centro comercial. Solo me acuerdo de que me salvó de aquellos muchachos que estaban molestándome y llevándome hasta casa. La verdad, jefe, no me acuerdo de más. Esta mañana, cuando llegué al baño y miré por el espejo vi. la herida, la cura de ésta y supe que fue usted quien la restañó. Gracias. Disculpe el desaguisado que vio en la casa, estoy pasando un mal momento, yo diría que estoy en un pozo negro y no sé cuando saldré de él.

-Come conmigo, hablamos de todo ello y volvemos aquí –Dije mirándola con intensidad. La tenía delante de mí mansita, sin la ironía ni aire de mujer mundana y me pareció preciosa –Me gustas ¿Qué dices?

-¿Debo interpretar la invitación como pago por lo que hizo ayer conmigo? Cuando dice que le gusto ¿Qué significado tiene esa palabra? –Estaba más seria todavía y se fue acercando a la mesa, apoyó sus manos en ella y se inclinó dejando que percibiera su perfume -¿Sabe la edad que tengo? Treinta y siete años ¿Usted? Veinticinco, más o menos. Nene, no soy un polvo fácil ¿Se entera ya? Se ha equivocado conmigo y yo al venir aquí. Gracias por todo y por recibirme. Buenos días.

Dio media vuelta sin esperar a más y se dirigió hacia la puerta. La vi marchar en aptitud digna. Antes de que abriera la puerta dije.

-Aunque no aceptes la invitación sigues gustándome como mujer no como polvo fácil, aunque, la verdad, ante esa perspectiva no cerraría los ojos ni haría asco tratándose de una mujer guapa y pureta como tú, Beatriz.

-Es usted un nene chulito ¿Eh? Como es guapo y tiene un cargo relevante ¿Cree que voy a caer en sus brazos?

-No, nada de eso, soy tan chulo como lo fuiste tú conmigo ayer. No debes de molestarte mi actitud. Te espero para almorzar, si vienes te prometo una conversación cordial si no, pues cada uno por su lado y aquí no ha pasado nada. Adiós –Y aparté la mirada de ella.

… … … …

No aceptó la invitación, estaba cantado, y la vi sentada junto a sus amigas entre la que se encontraba la chica que no quiso bailar. En muchas ocasiones nuestras miradas se cruzaron sin poderlo evitar. Nos observábamos a hurtadillas, ella a escondidas de las compañeras, yo directamente. Mostrábamos indiferencia pero no dejábamos en ningún momento de saber el uno del otro.

El gong comenzó a sonar repetidas veces, el almuerzo terminaba y el personal tenía tiempo de asearse y volver a sus quehaceres. Yo permanecí sentado en mi mesa, mirándola descaradamente sin sonreír, normal, indiferente pero fijo en su agradable figura, mostrándole que lo que le había dicho era verdad.

Y pasó la Navidad, y el día 26 no apareció a la hora del desayuno. No resistí la curiosidad me acerqué a su sección como al descuido. Estaba trabajando pero se veía muy decaída, como sonámbula, no se dio cuenta que estaba cerca de ella, seguramente había hecho estragos con la bebida y aquello me produjo como una punzada lacerante en el alma. El día 27 ya se encontraba sentada con sus amigas en la mesa habitual. La sorprendí mirando con insistencia hacia la puerta, entrábamos bastantes personas en esos momentos y nos confundíamos entre todos, no me localizó pero no apartaba la vista de allí. Dejé que pasaran todos, yo ocultándome entre ellos y, de pronto, me vio observándola, yo enfrente con una leve sonrisa de pavo real, le subieron los colores porque lo noté desde donde me encontraba y dejó escapar una risa sonora, bajó sus enrojecidos ojos y procuró no volver a mirar. No lo pudo evitar, fueron dos ocasiones triunfales para mí, Beatriz sabía que no apartaba la mirada sobre su persona en todo momento, se encontraba nerviosa y como buena mujer no pudo remediar mirar por el rabillo del ojo si seguía en esa postura. El gong volvió a sonar y todos empezamos a desfilar hacia nuestros respetivos trabajos.

Los días 28 y 29 salí hacia Barcelona. Ese día, el penúltimo del año, la Empresa realizaba una cena con baile. Trabajé como un condenado a muerte para estar en ella y lo conseguí. Sobre las siete de la tarde llegué a casa. Tenía tiempo de bañarme y cambiar de terno para acudir a la cita anual. Quería estar agradable para ella y busqué, entre mis prendas preferidas, el mejor traje: azul eléctrico, corbata de seda roja con ribetes en diagonal blancos y azules y camisa blanca. Estaba satisfecho de mí mismo. Las ocho y media, hora ya de partir.

Me presentaba en la fiesta con cierto temor, podría ser que ella, con el drama que la rodeaba, víspera de un Fin de Año, la última fiesta de la empresa de ese año con música, baile, algarabía, los regalos de siempre… mucho para un espíritu tan afectado y dolorido como el de Beatriz.

Allí estaba con un traje negro ajustado y enterizo, de hombros y media espalda descubiertos, Por delante el traje tapaba su espléndido pecho y estaba sujeto al cuello por una gargantilla de unos tres centímetros de ancho. Su pelo recogido hacia arriba y ahuecado, ojos suavemente sombreados en rojo inglés y sus labios finos rojos y brillantes. Las torneadas piernas embutidas en un panty negro el llamado de cristal. Calzaba zapatos altos de tiras y de tacón de aguja.

Cuando la vi estaba de pie con sus amigas y hablando con un alto jefe perteneciente a otra filial que se encontraría de paso por aquí. Mantenía un vaso de güisqui en la mano y con la otra se mantenía sobre el hombro de una de sus compañeras. Reía y estaba totalmente radiante. Quedé rezagado, casi detrás de ella pero a cierta distancia y veía que miraba con frecuencia a la puerta de entrada –"¿Estará esperándome?"- Pensé con ilusión.

Pronto el ejecutivo las dejó y éstas se fueron a sentar a una mesa. Beatriz quedó frente a la puerta, con los codos sobre la mesa, sus manos juntas y la barbilla descansando sobre los dedos pulgares estirados hacia atrás, seria, pensativa y los tristes ojos fijos al frente. Sonaba música lenta y bailable, la pista estaba medianamente concurrida y me acerqué por detrás. Una de las amigas quedó sorprendida agradablemente y le dio con los dedos de su mano en el brazo de ella y un gesto que indicó a las claras quien se acercaba a la mesa.

Vi como Beatriz se erguía y me dio la sana impresión que se estremecía. Sacó los brazos de la mesa, los apoyó en su regazo y esperó mi llegada. La abordo por detrás, ante una concurrencia femenina expectante, observándome, sonriendo todas. Las saludo en general y me dirijo a ella.

-¡Hola, Beatriz, hola a todas! ¿Me permites bailar contigo? –Me inclinaba hacia ella que en ese momento se giraba para verme ¡Dios, que bien olía la condenada!

-¡Buenas noches, nene! ¿No dijo la semana pasada que era muy joven para bailar con usted? –Quiso ser burletera, mordaz pero se quedó en un simple susurro casi ahogado.

-Sí, cierto, pero es que esta noche estás radiante y tu aspecto da la talla suficiente de mujer veinteañera como para pedirte un baile ¿Verdad, chicas, que está preciosa?

-¡Sí, sí, sí! –Dijeron todas casi al unísono y haciéndole guiños y gestos con los ojos

-Ves, hay quórum ¿Me permites? –Y me retiraba a la vez que extendía la mano para que la aceptara.

-De acuerdo, entonces, nene –Dijo sonriendo. Cuando tocó mi mano con sus dedos comprobé que estaba estremecida y algo nerviosa –Pero un solo baile, mamá está algo cansada.

No respondí al sarcasmo. La tome por el talle y nos dirigimos hacia la pista. Por el camino deslicé la mano en la espalda y la subí hasta tocar su piel cálida, allí apreté con suavidad al tiempo que la atraía para mí. Su cuerpo tembló al contacto de la caricia. No se separó pero cuando llegamos a la pista comentó.

-No se pase con sus niñerías de nene guapo porque lo dejo plantado aquí mismo. Respéteme y quizás le permita otro baile –Beatriz, con aquellos tacones eran algo más alta que yo. No me importó. La tomo por el talle con la mano derecha y la arrimo a mí todo lo que puedo. Se dejó abrazar mientras sus manos bien cuidadas descansaban sobre mis hombros. Nos miramos de frente a dos centímetros de distancia, retándonos, estudiándonos, yo emocionado por tenerla entre mis brazos y ella, no lo sabía muy bien, me daba la sensación que era feliz en ese momento.

Bailamos cadenciosamente, casi sin movernos del sitio, perdiéndonos lentamente entre las parejas que iban poblando la pista. A medida que la pieza avanzaba le recorría casi toda la espalda sin que se opusiera. Había cogido su mano izquierda y la apretaba a medida que bailábamos. La deposité nuevamente en mi hombro y tomándola ya completamente por el talle la iba atrayendo poco a poco. Nuestros rostros se tocaban y descansaban el uno en el otro. Sus pechos, que al principio casi rozaba mi tórax ahora estaban aplastados contra mí y los brazos de ella rodeaban mi cuello como vencida por el momento que nos embargaban.

Sentía su pelvis rozando la mía al compás del ritmo de la música y el pene iba subiendo lentamente a medida de los roces y cuando lo sentí recto tomé a Beatriz por el comienzo de sus caderas y le hago notar lo duro y fuerte que me encontraba. Ella retiró su rostro un momento y clavó su mirada en la mía, dejó entrever que no la sorprendía mi actitud, luego, volviendo a la posición anterior dejó que mi sexo tocara el suyo. Tan solo dijo

-Eduardo, por favor, no. Le dije que me respetara y…

-Te juro que te respeto, Beatriz, más de lo que piensas pero eres una real hembra y tu proximidad me enerva. Discúlpame pero no me puedo contener.

No comentó nada, bailamos y bailamos muy juntos pegados, abrazados siempre más de una hora. Mis manos recorrían su espalda desnuda y los costados una y mil veces. Las dejaba notar mucho muy cerca del nacimiento de sus pechos y la mujer se estremecía, su piel joven y suave se erizaba. Beatriz hacía presión sobre mi cuello casi sin darse cuenta. En varias ocasiones besé el suyo y ella gimió imperceptiblemente. No recuerdo todo de esa primera vez que la tuve entre mis brazos así de apretada por el aturdimiento que me embargaba pero creo que estuvimos unidos, quietos, ocupando un puesto en la pista mientras las parejas bailaban a nuestro alrededor como comparsas, ocultando nuestra pasión a los ojos de los demás que estaban en las mesas, buscándonos con curiosidad. Un locutor inoportuno nos invitó a sentarnos para la cena.

Los bailarines comenzaron a desfilar fuera de la pista, nosotros continuábamos abrazados, ella con su cabeza inclinada sobre mi hombro yo mordiendo con los labios el lóbulo de su oreja derecha. Nos costaba separarnos y estábamos quedando solos casi en medio del círculo e íbamos a ser la atracción no deseada. Beatriz se dio cuenta.

-Vamonos, Eduardo, por favor… Y se separaba de mí sin ganas, obligada por las circunstancia. Yo maldecía al tipo del micrófono que nos invitó a sentarnos y, mientras ella enfilaba con pasos cansinos hacia la mesa, quedé unos segundos más en la pista, sintiéndome indefenso, solo por no tenerla conmigo. Beatriz se giró hacia mí.

-Eduardo ¿Viene a la mesa? –Y extendía su mano para que fuera con ella.

Las compañeras me hicieron un hueco al lado de Beatriz, comunicándose entre ellas con miradas y haciendo visajes con los ojos. De vez en cuando bajaba la mano y la apoyaba en los muslos femeninos sin ir más lejos, tan solo que sintiera que estaba allí. Ella, con disimulo dejaba caer la suya, tomaba la mía dándole un apretón y la quitaba de aquel lugar. Era un juego repetitivo que la hizo sonreír más de una vez. La cena fue esplendorosa como ocurría siempre en años atrás. Antes de la comida hubo discursos buenos y elaborados por parte de la jerarquía, otros insulsos y huecos, hechos sobre la marcha o por obligación. Estos últimos los aplaudíamos con los cubiertos y el orador o la oradora quedaba gratamente colorados y haciéndose los enfadados.

Beatriz esa noche solo probó a sorbos los vinos de cada comida y una copa de champán cuando se realizó el brindis que iba a dar el pistoletazo para las felicitaciones efusivas, regalos repetitivos de todos los años, los chistes malos de la ocasión, las serpentinas, vítores y deseos de Buena esperanza para el próximo año en el que entrábamos en un nuevo Milenio cargado de esperanzas y sinsabores, sin embargo, todos nos íbamos a ver trabajando al día siguiente.

Bea, antes de llegar de este momento dijo.

-Eduardo, amigas, Feliz Fin de Año, yo me voy. No me encuentro bien y prefiero marchar. La verdad no sé porque vine, lo creí un deber para con vosotras y para con todos pero ahora es hora de marchar.

Las compañeras la miraron largamente en silencio, sin comentarios y yo, olvidando su drama, asombrado, atónito y desesperado por aquella repentina espantada.

-¡Pero… Beatriz, vine casi directamente del aeropuerto hasta aquí por… por ti! ¿Te marchas… por qué?

Y todas quedaron asombradas, con miradas recriminativas ante aquella angustia que mostraba por la marcha ¡Y entonces comprendí! Se presentó el drama de aquella mujer en un pequeño caudal de lágrimas que brotaban de sus ojos.

-Deja que te acompañe hasta tu casa –Decía perplejo, anonadado por su marcha.

-No, Eduardo, déjelo estar. En verdad no sé como he podido venir, estoy en un callejón sin salida y deseo ir a casa lo antes posible. Aquí hay mujeres de su edad que le pueden atender y entretener mejor que yo. Adiós

-Entonces, Bea, mañana pasaré por tu casa y pasaremos el Fin de Año como quieras y donde quieras.

Me miró como ausente, frunció el entrecejo e hizo una mueca que quiso ser una sonrisa pero no dijo nada más. Tomó el chal negro que tenía en el respaldo del asiento, se despidió de las amigas y fue saliendo poco a poco a medida que se despedía de otras personas. La seguí con la vista todo el tiempo que tardó en desaparecer. Me encontraba aturdido y desolado y el resto de la fiesta me resultó opaca, aburrida y sin interés. No volví a bailar y, dos horas después, marché yo también.

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