La solución de Rocio.

Habían pasado tres meses desde la última vez.
Bajé del autobús para esperar al que me llevaría hasta el supermercado en el que trabajo como reponedora y un poco más allá vi a un joven guardando una toalla de playa en el baúl de la moto; me cerque y le pregunté.
— Disculpa ¿Vas a la playa solo?
El chico me miró antes de responder que así era y a mi vez insistí.
— ¿Piensas regresar antes de las nueve de la noche?
.- Pues sí, no me puedo permitir pasar la noche fuera de casa, pero suelo ir a una cala donde nos conocemos todos, solo se puede acceder en moto o andando.
— ¿Me llevas? Imagino que será nudista porque no llevo bañador; de hecho iba a trabajar pero se me antojó ir a la playa al ver preparándote.
Me aparté un poco para hacer una llamada. • Hola ¿Eres Ester? Soy Roció, dile a Raúl que me es imposible ir, me encuentro rara y no quiero que os preocupéis; nos veremos el lunes.
No sabía ni su nombre y cuando lo intente, me ayudó a subir a la moto para lo cual tuve que arremangarme la falda mostrando mis muslos, si bien eso no me preocupaba ya que más mostraría en la playa, me colocó un enorme casco y se dispuso a arrancar.
Me abrace a él clavando mis pezones en su espalda y mis manos en su pecho; apoyé la cara en su espalda y me dejé arrastrar a un mundo de ensueño recordando todas y cada una de las escapadas que había hecho en estos cuatro años de matrimonio; puntualmente, un día cada tres meses me perdía con alguien con quien vivir una aventura inolvidable.
Al llegar a la cala saludó a un grupo y nos acercamos, al llegar junto a ellos me presentó con un simple.
.- Hola a todos, ella es Roció. Recordé entonces haber pronunciado mi nombre cuando hable con Ester, puse cara de niña buena y en voz baja pregunté su nombre. Álvaro, me llamo Álvaro, pero no te apures, pienso que nos lo pasaremos bien. Eran poco más de las doce; quedaban más de ocho horas hasta nuestro regreso y quería aprovechar cada segundo, me desprendí de la ropa y corrí al agua; cuando Álvaro entró a la carrera nadé hacia el me pegue a su cuerpo y pegunté.
— ¿No tienes pareja verdad? Su mirada me respondió antes que sus palabras que ni escuche; llevé mi mano a su verga y su mirada se alegró de inmediato, desde el verano anterior no había follado en el agua porque mi marido es muy recatado, pero es algo que me encanta a pesar de la dificultad, quizás por el morbo de saber que todos lo intuyen y solo los más atrevidos se acercan lo suficiente para mirar y asegurarse.
Álvaro resulto ser un tipo genial que respondió de maravilla y me sujetó por las nalgas para facilitar el movimiento, agarrada a su cuello y restregando mis pezones contra su cuerpo me arquee sin cortarme cuando me hizo llegar al primer orgasmo; apreté fuertemente mis piernas alrededor de su cintura y continuó dándome candela hasta que se vació y en ese punto apareció la fiera que resultó ser, besándome con más lujuria que cariño, sorbiéndome la lengua como si pretendiera arrancármela y dejándome sin respiración; cuando se apartó un poco y pensé que se había terminado, mordisqueó mi oreja antes de oírle decir.
.- ¿Quieres más? ¡Aquí nos ayudamos! Si quieres te podemos tratar como uno de nosotros. Asentí y al instante noté unas manos en mis caderas que avanzaron hasta atraparme los pechos, unos labios en mi cuello y una verga que no se paseaba sola por entre los cachetes buscando el agujero trasero, cerré los ojos y me dispuse a aguantar lo que surgiera, al notar que Álvaro intentaba apartaba su cuerpo de mi sin dejar de besarme, supe que la fiesta estaba por comenzar; otro ocupó su lugar aunque continué con los ojos cerrados mientras él seguía sorbiéndome la vida con su forma de besarme.
Las embestidas de los sátiros que me tenían ensartada me llevaron una y otra vez a ese mundo maravilloso del que no regresaría jamás si pudiera ser. Fueron muchos más de los que estoy acostumbrada los orgasmos que me proporcionaron y cuando el que tenía frente a mí se retiró para ceder su puesto de nuevo a Álvaro separé nuestros labios lo justo para decirle.
— ¡Gracias! Gracias a ti y a tus amigos, me estáis matando pero no paréis.
Álvaro, sincronizando sus movimientos con el que tenía detrás logró hacerme encadenar otra serie de orgasmos hasta que desfallecí unos instantes, al extinguirse los espasmos me ayudaron a salir y a tenderme en una toalla; él se colocó junto a mí y noté que me miraba con curiosidad.
Traté de explicarle mis motivos aunque dudo que lo entendiera.
— Hace cuatro años que estoy casada y mi marido es una buena persona aunque muy soso en la cama; él sabe que necesito más de lo que puede ofrecerme y para compensarme no le importa que busque consuelo en otros lados aunque no quiero un amante que pueda apartarme de él; suelo escaparme cada tres meses a disfrutar de unas horas de libertad.
Una chica se arrodilló a mi lado y con naturalidad me dijo.
— ¡Voy a ponerte crema! Eres muy blanca y te estas quemando.
Echo abundante crema sobre mi cuerpo y se untó las manos con ella; comenzó a extenderla y al llegar a los pechos los estuvo amasando hasta hacerme jadear, se entretuvo acariciando y retorciendo los pezones antes de seguir su camino hacia el vientre y comentó.
— Un pirsin te quedaría divino. ¡Me gusta tu ombligo!
Continuó hasta los muslos que después de embadurnar y acariciar separó dejando totalmente expuestos ambos agujeros y al principio se contentó con pasar uno de sus dedos desde el pequeño asterisco que imaginé no tan pequeño después del tratamiento recibido, continuó por el perineo y entre los húmedos labios acariciando el clítoris y llegando al bigotillo que adorna la parte superior de la vulva; esas caricias se repitieron e incrementaron hasta conseguir que aparecieran los primeros espasmos; entonces y sin apartar sus ojos de los míos introdujo primero dos y después tres dedos en mi vagina y con ellos comenzó a follarme, me agite pero no paró hasta que consiguió arrancarme un tremendo orgasmo; era la primera vez que una mujer me masturbaba y lo encontré muy divertido.
No traté de devolverle el favor; la verdad es que no me gustan las mujeres ni siento curiosidad, pero la abracé y con sinceridad le di las gracias; me besó todo el cuerpo y se entretuvo especialmente en el coño haciéndome ver al paraíso otra vez.
Al rato, uno de los chicos gritó.
— Ya está lista la paella, ¡vamos a comer!
Álvaro me tendió la mano y al ponerme en pie me alargó el pareo de una de las chicas; me tomo una mano y caminamos hasta el chiringuito que estaba un poco más allá, en “la playa larga” y en el que había varias familias comiendo; la paella estaba deliciosa y la sangría que la acompañó nos dio alegría extra.
Regresamos a “nuestra” cala y unos cuantos fuimos hasta unos cercanos arboles; nos repartimos sin separarnos demasiado y después de una agradable siesta Álvaro me despertó con un beso como a blancanieves en el cuento. Disfruté de otra intensa sesión de sexo que nos dejó agotados y satisfechos; anochecía y consulté el reloj que no entendía de deseos pasión o sexo y marcaba las ocho de la noche; le mostré el reloj a mi nuevo amigo que se apresuró a recogerlo todo; fuimos hasta “la playa larga” donde había duchas y después de una rápida, me seque con su toalla y nos vestimos; tomamos el camino de vuelta; iba abrazada a él y notar su cuerpo con mis pezones empitonados fue lo último que disfruté de ese encuentro; al llegar a la parada de autobús donde nos encontramos esa mañana bajé de la moto y le besé antes de que preguntara muy serio.
.- ¿Nos volveremos a ver?
— ¿Quieres? Podemos quedar para el 17 de octubre aquí mismo, te esperaré desde las ocho hasta las diez de la mañana; pero hasta entonces no quiero ningún tipo de contacto.
Álvaro me miró estupefacto antes de desaparecer en su moto.
El sábado 17 de octubre vendré, si lo encuentro marcharemos juntos para pasar otra gloriosa jornada y si no aparece, estoy segura que encontraré a alguien, pero lo más importante es que ya tengo un propósito para animarme durante los próximos tres meses.
©PobreCain