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La violamos debajo del puente ( CON fotos)

Relato enviado por : ViolatorSado el 24/10/2016. Lecturas: 8682

etiquetas relato La violamos debajo del puente ( CON fotos)   No consentido .
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Resumen
Esta historia es muy cruda; contiene violencia física y sexual, así que si hay personas a las que les ofende este tipo de historias, por favor les solicito que no la lean.

Es la historia de cómo hicimos a una chica presa de nuestros más bajos instintos, forzándola a coger con nosotros.



Relato
En este momento mi nombre no viene al caso, solo les diré que mis amigos me decían El Vampiro y precisamente esos amigos y yo nos juntábamos todas las noches debajo de un puente a tomar cervezas por encima del que pasa una vía rápida de la ciudad donde vivimos. Era un lugar semioscuro y sucio. Había unas tablas al fondo y unos tambos enfrente de las mismas. En ocasiones nos escondíamos detrás de las tablas para fumar mota o emborracharnos sin que nadie nos viera, sobre todo la policía, que rara vez pasaba por ahí.

En ese entonces tenía yo 19 años, era completamente rebelde, pero un verdadero rebelde, no como los mamoncitos esos de la televisión que se creen rebeldes y son solo unos estupiditos riquillos.

Bueno, el caso es que en una ocasión estábamos debajo del puente echándonos unas chelas, estábamos mis amigos Pepe, El Perro, El Indio y yo. Como a las 10 de la noche llegó otro cuate al que le decimos Tino y se puso a platicar con nosotros y de su ropa sacó una bolsa que traía un polvito blanco; nos dijo que era droga y que si no la queríamos probar, los demás ni lo pensamos, le dijimos que si y nos dio un poco a cada quien; y nos enseñó como inhalarla.

Normalmente éramos tranquilos y nos metíamos con nadie, pero sí nos gustaba vestirnos rockeros, nos decían chavos banda porque nos gustaba usar ropa negra pegada, estoperoles, aretes y cosas así, además de gustarnos la música metal y el hard rock; pero siempre estábamos en nuestra onda sin meternos con nadie e igual nadie se metía con nosotros. Hasta la gente que pasaba por debajo del puente nos saludaba cuando estábamos afuera, recargados en los tambos perdiendo el tiempo y nosotros respondíamos al saludo. Lo que sí es que a veces nos cotorreábamos a las chavas que pasaban por ahí y ellas normalmente se molestaban y caminaban más aprisa; una que otra nos llamaba “nacos” o “puercos” y se iban muy enojadas, pero a nosotros nos daba risa.

Siempre como a las 11 de la noche pasaba una chavita de unos 16 o 17 años que nos gustaba a todos, sobre todo al Perro, que era grandote y feo; los demás lo cotorreábamos diciéndole que ella era su novia y él se enojaba, pero no decía nada. Supimos que la chava se llamaba Myrna; ella era una chava bonita y estaba bien buena; morena como apiñonada, pero tenía algunas pecas; a veces se pintaba el pelo de güero, a veces de pelirroja, luego de negro o así iba cambiando, pero tenía unas piernas bien bonitas que dejaba ver con sus falditas y ya había desarrollado unas tetas redondas y bien levantadas; cuando diario pasaba de la escuela, de lunes a viernes, acompañada de su mamá, todos nos quedábamos viendo el movimiento de sus caderas como mensos. Pero nunca le habíamos dicho nada, por respeto a la señora; las dos nos saludaban diario y nosotros les respondíamos el saludo.

Bueno, el día que todo sucedió estábamos escondidos detrás de las tablas oyendo unas rolas, chupando y probando la droga que había llevado Tino; yo me sentía un poco raro, como en las nubes o algo así.

Vi mi reloj y ya eran las 11:00, me acuerdo muy bien y le dije al Perro: “¡vámonos afuera a ver si pasa tu novia!”. Los cinco reímos como estúpidos y salimos a recargarnos a los tambos. Todo estaba muy solitario y solamente se oía el ruido de los autos que pasaban por encima del puente. A las 11:15 le dije al Perro: “Ahora no pasó tu novia” y nos reímos todos menos él, que solo me dijo: “¡Cállate güey!”

Nos quedamos ahí diciendo estupideces, entonces, un rato después, ya casi como a las 12, vimos que la chava venía caminando; pero sola. Venía vestida con un suéter rojo desabrochado, una blusa blanca a la cual le había hecho un nudo amarrándola de en medio dejándola como ombliguera, una faldita tableada de cuadros rojos con negros y unas medias que le llegaban arribita de las rodillas del mismo color que la falda, como correspondía al uniforme de la escuela a la que iba. Me acuerdo que Tino le dijo al Perro: “¡Órale cabrón!, ¡es tu oportunidad, viene solita!” y entonces El Indio le dijo: “¡Ándale güey, acompáñala a su casa!” y empezamos a arengarlo entre todos, pero fue Pepe el que le dijo: “¡Ni madres, que acompañarla ni que la chingada, ya échatela de una vez, yo te ayudo!”. Recuerdo que todos nos quedamos mudos esperando la respuesta del Perro

El Perro lo pensó un segundo y dijo: “Yo puedo solo, nomás chequen que no venga su jefa ni nadie”; rápidamente nos organizamos: Pepe y Tino se fueron a donde termina el puente para ver que no viniera nadie; el Indio y yo caminamos a donde empieza el puente y El Perro se quedó en medio junto a unos tambos de basura, solo.

Pasó la chava junto a nosotros y nos saludó con su encantadora sonrisa y su hermosa voz agudita: “Buenas noches”; “¡Buenas noches!” le contestamos, y después de que dio unos pasos la seguimos. Mientras le veía las piernas y el movimiento de sus nalgas yo pensé: “No sabes la que te espera mamacita”; ella siguió caminando y volteó nerviosa a vernos, yo le sonreí sin detenerme; eso sirvió para que se distrajera y no se diera cuenta de que se acercaba a donde estaba El Perro. Él se paró frente a ella, impidiéndole el paso; ella casi chocó con él, pero logró detenerse; entonces trató de pasar por un lado, pero ya el Indio estaba a su derecha y yo detrás, por lo que la rodeamos y no se pudo ir, pues a su izquierda estaban los tambos que el impedían moverse hacia allá. Ella nos preguntó con una sonrisa nerviosa: “¿Qué hacen?, ¡déjenme pasar!”. El Perro sonrió malévolamente y ella trató de empujarlo. Antes de que sucediera otra cosa y antes de que fuera a gritar yo le rodeé con un brazo la cintura y le tapé la boca; sus libros se cayeron al suelo; El Indio los recogió; El Perro la tomó de las piernas y cargándola entre los dos la llevamos hacia atrás de las tablas, a la parte más oscura del puente. Ella se resistía; se agitaba y gritaba por debajo de mi mano, pero gracias a la sorpresa y a que la sujeté muy bien no pudo hacer nada.

Ya ahí atrás, mientras yo la sostenía, el Perro le soltó las piernas, pero empezó a acariciarla por encima de la ropa y le dijo: “¡Ay mamacita, que ganas te traigo, ahora si te vamos a enseñar lo que son los hombres!”. La chava se agitaba y pataleaba como queriendo zafarse, pero la sostuve con fuerza y entonces fue El Indio el que se agachó y le detuvo las piernas y aprovechó para acariciárselas diciendo: “¡Ah, que buena pierna tiene esta vieja, está bien sabrosa, se antoja!”

Myrna cada vez se desesperaba más e intentaba soltarse de mí, pero no pudo, ya el Perro le estaba desabrochando la falda, mientras el Indio le jaló el suéter hacia atrás. La falda cayó al suelo y el suéter quedó en sus brazos. El Indio tomó una punta del nudo central de la blusa y lo jaló, deshaciéndolo; luego la jaló de en medio abriéndola y arrancando el único botón que tenía abrochado de un jalón, dejando a la vista su sostén blanco. Mientras tanto, El Perro con fuerza le bajó la tanga hasta la mitad de las piernas y empezó a juguetear con su clítoris; ella lloraba y gemía por debajo de mi mano: “¡mmmffff mmmffff, nnnnffff!” Esto cada vez me excitaba más; yo creo que fue el efecto de las drogas combinado con el alcohol lo que nos hizo actuar así, pues como ya lo dije antes, normalmente éramos muy tranquilos. Pero cuando sentí sus nalgas desnudas pegadas a mi pantalón, la verga se me levantó en toda su extensión. El Indio se encargó de dejarla sin brasier, por lo que ella quedó totalmente desnuda y a merced de nosotros. Era invierno y hacia frío, por lo que los pezones de la chava se levantaron y El Perro dijo: “¡Mira, ya quiere coger!”. “¡MMMMMNNFFFFFF!”, se quejaba ella.

El Perro la acariciaba por todos lados con una mano y con la otra le acariciaba el chocho. Me hizo que quitara la mano para darle un beso en la boca; ella se resistió volteando para todos lados y cerrando con fuerza la boca, pero el Perro ya enojado la tomó de la nuca y la obligó a besarlo metiendo su lengua en la pequeña boca de la chica; al mismo tiempo que él introducía un dedo en su virginal vagina; yo le sostuve las manos por detrás para que no pudiera defenderse; aún así, la chava era como una fiera, se movía y retorcía enojada, pero la superioridad numérica se impuso y la inmovilizamos.

El Perro dejó de besarla en la boca y bajó sus labios por el cuello de ella y con una mano le acariciaba los pechos; ella aprovechó para gritar: “¡DÉJENME, SUÉLTENME DESGRACIADOS!” Nos tomó por sorpresa, pero el que reaccionó más rápido fue el Indio que le tapó la boca con una mano, entonces El Perro dejó de acariciarla y jaloneó su blusa rasgándola; le quitó la tanga, la tomó e hizo que El Indio quitara la mano para meterla en la propia boca de Myrna y luego la amordazó con tiras de la blusa blanca, evitando así que siguiera gritando. Ella siguió quejándose: “¡MMMMNNNGGGGG!”, “¡GGGGGFFFFF!”

Llegó Pepe y dijo que escuchó los gritos, que la calláramos, el indio le dijo que ya lo habíamos hecho y entonces El Perro volvió a lamer el cuerpo de la chava sin detenerse y ella que seguía retorciéndose para tratar de evitarlo. Entre El Indio y Pepe la tomaron de las piernas y la levantaron, haciendo que ella quedara con las piernas abiertas y la vagina expuesta ante El Perro, que metió la cara y empezó a lamerle el chocho. Yo le dije al Indio: “Amárrale las manos”; él tomó otra tira de la blusa blanca de la chica y lo hizo; entonces yo seguí detrás de ella, pero la sostuve de las nalgas y empecé a besarle los hombros desnudos. El Indio se puso a lamer una de sus tetas, Pepe la otra y El Perro la pepa. Parecíamos una jauría sobre la chava, solo se escuchaban sus quejidos debajo de la mordaza: “¡NNNNNGGG, MMMMMFFFF, MMMMMFFFGGG!”. Me imaginé que estaba suplicando porque no la violáramos y eso me excitó más.

Después de un ratito, El Perro sacó su cara de entre las piernas de ella, se enderezó y nos ordenó: “¡Hínquenla!”. Los tres dejamos de lamerla y entonces la obligué a hincarse en el duro suelo, la sostuve del cabello para que no escapara. El Perro me hizo una seña para que me quitara y yo me hice a un lado sin soltarle el cabello; entonces él se paró detrás de ella, y me dijo: “Empínala”; de nuevo obedecí y la empujé del cuello para obligarla a empinarse. Ella seguía retorciéndose tratando de evitar que la pusiera en esa posición, pero nada pudo hacer, pues la sostuve con fuerza del cuello, impidiéndole levantarse; entonces El Perro se bajó el pantalón y la trusa y se hincó detrás de Myrna, puso su verga en la entrada de su vagina y antes de violarla le dijo: “Vamos a empezar la diversión”. Myrna trataba de soltarse y de patalear, pero la teníamos bien sometida y nada pudo hacer. Entonces El Perro colocó su miembro duro en la entrada de la panocha expuesta de ella y empezó a empujar. Si Myrna no hubiera estado amordazada, su grito se hubiera oído por toda la colonia, pero en lugar de eso, solo se oyó un lastimero quejido apagado: “¡MMMMNNNNGGGGGGGFFFF!”

El Perro siguió empujando con fuerza, empalando poco a poco a la pobre chica que ya lloraba. Cuando él terminó de metérsela se quedó quieto unos segundos y dijo: “¡Esta sí es vieja, está bien apretada, se me hace que es quinto!”. Myrna reaccionó a esas palabras quejándose con más fuerza: “¡GGGGGGGGGBBBBBHHHH!”. El Perro sonrió y dijo: “¡Si, es quinto!”.

“¡Vientos!”, grité yo y El Indio y Pepe me callaron con un “¡Ssshhhhh!”, pues no queríamos que nadie nos oyera.

El Perro sacó despacio su larga verga de la pepa de Myrna para luego metérsela de un trancazo. Ella se quejó: “¡MMMMMMGGGGGGHHH!” y fue entonces cuando él empezó a bombear, entrando y saliendo con fuerza de la panocha de Myrna; todos lo arengamos en voz baja: “¡Más, dale más, así, duro, dale más, hasta adentro, métesela toda!” El Perro gemía de placer: “¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!” Y Myrna solo hacía lo que podía hacer, quejarse: “¡GGGGBBBBFFFF, MMMMMNNNNGGGG, BBBBFFFFF!”

Después de varios minutos, El Perro soltó por lo bajo un grito prolongado de placer ¡aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh! Y se vino adentro de la chava, que trataba de soltarse desesperada.

“¿Quién sigue?”, preguntó El Perro y yo le contesté: “¡Voy yo!”, pues ya no aguantaba la presión de mi verga y sin esperar más, me bajé el pantalón con todo y calzón y me coloqué en el lugar del Perro; coloqué mis manos en las redondas nalgas de la chava y estaba punto de metérsela cuando vi que había sangre en sus piernas; le dije al Perro: “¡La desvirgaste cabrón!” y él, que ya estaba fumando, solo levantó un puño en señal de victoria.

Yo ya no esperé más y también de un empujón le metí toda la verga a la Myrna, ella volvió a quejarse: “¡MMMMMFFFF, MMMMFFFFF, MMMMMFFFFF!” y seguía llorando; no me importó y empecé a bombearla en su recién estrenada panochita; el indio y el Pepe me empezaron a decir: “¡dale, dale, así más, más duro, métesela toda, haz que llore la cabrona, métela hasta adentro, enséñale que eres hombre!” Y yo emocionado por sus gritos y con la excitación previa que tenía metía y sacaba mi verga de ella sin compasión alguna; nunca antes había forzado a ninguna chava y tampoco antes había sentido una panocha tan apretada y jugosa. No se comparaba con las viejas prostitutas con las que me había acostado antes. El placer que yo sentía era demasiado grande.

Cada empujón que yo le daba a Myrna se convertía en una queja de ella; seguí bombeándola durante varios minutos, yo calculo que unos 5 o 6; es ese inter me pareció escuchar que sonaba un teléfono celular; el ruido venía de la bolsa de la Myrna. El Indio sacó el teléfono y dijo: “¡Es su jefa!”; de inmediato El Perro le dijo: “¡Apágalo!” y El Indio lo hizo.

Seguí cogiéndome a Myrna un rato y unos momentos después me llegó una descarga de semen como nunca antes, el placer que sentí fue inmenso que me mordí los labios para no gritar tan fuerte, pero yo sentía que chorros y chorros de semen salían de mi verga y se metían a su panocha. Me quedé ahí unos segundos hasta que descargué toda mi leche en ella al mismo tiempo que le apretujaba las nalgas.

Me levanté y le dije a Pepe: “Tu turno”; él se bajó los pantalones y se acomodó igual que yo; estaba a punto de penetrarla cuando llegó Tino corriendo y diciendo: “¡Agua, ahí viene su jefa!” Rápidamente Pepe se quitó su chamarra y la puso encima de la chava y la sostuvo con fuerza, evitando que se moviera o hiciera algún ruido. Mientras tanto, Tino, El Perro y yo nos salimos y nos paramos frente a los tambos para tapar la vista y a Pepe y al Indio que se quedaron deteniéndola. Éste último puso la cabeza de ella entre sus piernas para que no se oyeran sus quejidos.

La Doña venía caminando muy aprisa con cara de angustiada; se acercó a nosotros y nos preguntó: “Muchachos, ¿no han visto pasar a mi hija?”; “¡me quedé dormida y no ha llegado a la casa, ya estoy preocupada, pues ya pasan de las doce!”. Nosotros nos hicimos tontos y con cara de inocentes le dijimos que no; ella solo nos dijo que si la veíamos por favor le dijéramos que su mamá la andaba buscando y nosotros le dijimos que así lo haríamos.

La señora se fue hacia el otro lado del puente y se siguió hacia donde llegan los camiones; me dio un poco de lástima, pero la droga y el alcohol me incitaron a cubrir a mis cuates.

En cuanto la doña se fue, Tino y yo fuimos detrás de las tablas para avisarle a Pepe y al Indio. El Perro se fue hacia la entrada del puente, hacia donde se había ido la señora para cuidar si regresaba. El Indio se quitó de ella; Pepe levantó la chamarra y no esperó más; de un empujón la penetró, ella volvió a quejarse debajo de la mordaza: “¡MMMMMNNNNGGGHHH!”.

Pepe se la cogió igual que El Perro y yo, de igual manera, unos minutos después terminó dentro de ella; luego fue el turno del Indio, mientras Pepe la sostenía del cuello; éste si se tardó como diez minutos en terminar; ya iba a ser el turno de Tino cuando El Perro nos avisó que venía otra vez la mamá de Myrna. De nuevo nos salimos y nos colocamos los mismos tres recargados en los tambos para que la señora no sospechara y el Indio volvió a callar a la chica de la misma manera. Cuando la señora pasó, le dijimos que aún no pasaba su hija y ella se fue casi llorando.

En cuanto la ñora se fue, Tino se colocó en posición y se la cogió igual que los demás y también después de un buen rato soltó todo su semen en ella. Mientras uno se la cogía, los demás seguíamos tomando o drogándonos, por lo que ya estábamos hasta atrás y creo que por eso nos comportamos como animales, no como normalmente lo hacíamos.

Cuando Tino y Pepe la soltaron, ella cayó al suelo desmadejada y llorando. Todos estábamos alrededor de ella y El Perro preguntó si ya la dejábamos ir; pero Tino, que era el de mayor edad y por lo tanto el más canijo y colmilludo de todos dijo: “es que la neta está muy buena como para cogérsela solo una vez, pero en lo que nos recuperamos yo creo que lo mejor es que nos movamos de aquí por si pasa de nuevo su jefa o no sea que sospeche algo y vaya a traer a la tira y nos apañen con ella”.

“Tienes razón”, dijo El Perro y entonces acordamos llevarnos entre todos a Myrna a un predio que estaba a unos metros del puente y en donde dejaban guardados algunos camiones de pasajeros y de carga y algunos microbuses. Así que envolvimos a la Myrna en una manta y la amarramos; ella se agitaba desesperada y se quejaba tratando de soltarse de nosotros, pero entre los cinco fue fácil aplacarla. El Perro y yo, que éramos los más fuertes la cargamos; Pepe se adelantó para ver que no hubiera nadie en el predio; Tino caminó delante de nosotros y El Indio atrás para ir viendo que no viniera nadie. Ellos llevaban las cosas de la chava, No dejamos ninguna evidencia en el puente.

Al llegar al lugar Pepe nos avisó que estaba vacío, así que uno por uno entramos por un agujero que sabíamos que había en la malla; a la chica la pasamos con cuidado mientras ella seguía agitándose sin poder zafarse. Nos metimos lo más profundo que pudimos para que nadie nos viera u oyera; en un espacio que había entre dos autobuses colocamos a Myrna en el suelo y desatamos y desenvolvimos la manta; ella lloraba desconsolada y fue cuando vi el odio hacia nosotros en sus ojos, pero no dije nada.

El Perro de inmediato dijo: “¡Pues yo ya estoy firmes otra vez, ya me la voy a dar!”; entonces se quitó la ropa y se abalanzó sobre ella; la acarició y la besó por todos lados: en el cuello, en las tetas, en el vientre, los muslos y la entrepierna; aún con la negativa de la chica que se retorcía y se quejaba tratando de que la soltara: “¡MMMMGGGHHHH!”.

El Perro le dijo: “Ahora te voy a desvirgar el culo”; la volteó para dejarla boca abajo; se colocó sobre las piernas de ella y le abrió las nalgas. Escupió en el ano de ella y colocó su gorda verga en la entrada del culo. Myrna se retorcía tratando de impedir la salvaje penetración en su culo virgen; “¡MMMMNNNFFFF!”, se quejaba; pero las ataduras y El Perro no le permitían; él empujó con fuerza y empezó a meter su verga lentamente por el estrecho agujero de ella. La chava hizo un gesto de dolor al ser penetrada y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, al tiempo que se quejaba por debajo de le mordaza: “¡BBBBBGGGGGHHHH!”; él la empaló totalmente, se quedó quieto un segundo y luego empezó a moverse dentro y fuera de ella y con cada embestida que el Perro le daba, ella emitía un quejido: ¡MMMMFFFF, MMMMMFFFF, MMMMMFFFF! y él gemía de placer: “¡Ah, que rica estás, Ah, Ah!”

Ya eran casi las 2 de la madrugada; todo estaba desierto, no se escuchaba ruido alguno más que los gemidos de placer de El Perro y los quejidos ahogados de Myrna. Los demás seguíamos chupando y drogándonos; nos bajamos los pantalones y comenzamos a masturbarnos al ver como se la cogía por el culo, él no duró mucho, como a los tres minutos ya estaba terminando dentro de ella; supuse que tomaríamos los mismos turnos que la primera vez y en cuanto él se levantó me coloqué en su lugar para hacerle lo mismo. Ya mi verga estaba totalmente levantada, por lo que empecé a introducirme despacio en el apretado y recién desvirgado culo de ella; al principio me costó trabajo, pero una vez que pude entrar ya no me quería salir, ella pataleaba y apretaba el ano desesperada al sentirme adentro, pero era una sensación tan placentera que me quedé unos segundos inmóvil, disfrutando de lo apretado de su ano y ella, al hacer esos movimientos me hizo gozar aún más; seguía quejándose por el dolor, pero yo estaba demasiado borracho, drogado y excitado como para detenerme, así que empecé a moverme, primero despacio, gozando con el acoplamiento de mi verga con la suave funda de su culo; eso era sumamente placentero. Ella se quejaba con cada embestida mía: ¡MMMMNFFF, MMMMMNFFFF, MMMMMNFFFF! No me importó; yo solo me concentré en gozarla totalmente.

Después de moverme lento un buen rato, comencé a moverme más rápido y con fuerza, sentía como mi verga entraba hasta el fondo de ella y ella seguía quejándose en cada embestida, se lo hice cada vez más rápido hasta que sentí como el orgasmo llegaba nuevamente y solté todos mis chorros de leche dentro de ella, inundándole el culo. Fueron la venida más placentera de mi vida.

Saqué mi verga chorreante, embarrándole las nalgas y las piernas. De inmediato Pepe se colocó en la misma posición; él entró fácilmente, no se si por la leche derramada dentro de ella por mí y El Perro o por la sangre que ya escurría por las nalgas de Myrna o porque ya le habíamos abierto un buen agujero. El caso es que Pepe se la cogió igual que nosotros, sin importarle tampoco las quejas de la pobre chica. Luego fue El Indio el que se la cogió también por el ano. Mientras tanto Tino dijo: “¡Yo ya no aguanto más!” y diciendo eso le quitó la mordaza a la chava mientras le decía: “¡Me vas a chupar la verga y ni se te vaya a ocurrir gritar o morderme porque te madreamos entre todos y hasta aquí llegas!, ¿oíste?”. Myrna no dijo nada; El Indio la jaló de los brazos para hacerla levantar el tronco; Tino se colocó frente a ella, la tomó del cabello y le ordenó abrir la boca; cuando ella lo hizo, él metió su verga en ella y la obligó a mamársela.

Un buen rato estuvieron los dos; El Indio y Tino entrando y saliendo de los dos agujeros de la chica; El Indio tuvo una gran venida dentro el ano de Myrna, gimiendo de placer: “¡Aaaaayyyy que rica viejaaaaa!”. En cuanto terminó él, Tino le soltó el cabello; la pobre cayó al suelo golpeándose la cara; Tino se colocó detrás de ella y sin ninguna compasión comenzó a penetrarla por el culo como habíamos hecho los demás. Entonces fue cuando Myrna, al tener la boca descubierta gritó: “¡YAAAA, ¡YA NO POR FAVOOOR, ¡YA BASTA, DÉJENMEEEE! ¿PORQUÉ ME HACEN ESTO, QUÉ LES HICE YO? ¡POR FAV… AAAAYYYY!”. El Perro se apresuró a taparle la boca y todos nos quedamos quietos a ver si no había oído alguien; excepto Tino que entraba y salía con fuerza del culo de la Myrna sin importarle nada más; de nuevo cada embestida de él se convirtió en un gemido de dolor por parte de ella cubierto en esta ocasión por una manaza del Perro, que procedió a amordazarla de nuevo. Afortunadamente no había ni un alma por ahí. Fue un buen rato lo que se tardó él y por fin se vino también dentro del culo de ella, gimiendo como loco: “¡YYYAAAAAA!, ¡ESO ESSSSSS, SI MAMACITAAAA!” y Myrna, como todo el tiempo, solo se quejaba y lloraba.

Cuando Tino terminó ya los demás estábamos vestidos y le dijimos a él que se apresurara, pues ya se acercaba la hora de que los choferes llegaran por los camiones y los micros. El Perro se inclinó frente a Myrna y le dijo: “Si no quieres que les pase algo malo a ti o a tu mamá, nadie debe saber de esto; sabemos dónde vives, a qué escuela vas y dónde trabaja tu mamá. Así que dirás que fueron desconocidos los que te lo hicieron y que fue lejos de aquí, o que tú te fuiste a coger con tus amigos ¿entiendes?” La pobre chava movió la cabeza afirmativamente mientras seguía llorando. Íbamos a desatar a la chica cuando escuchamos ruidos y voces que se acercaban. Nos dio miedo que fuera a ser la policía y sin pensarlo salimos corriendo dejando a la chica atada y amordazada. En cuanto salimos del predio nos separamos y cada uno agarró un rumbo distinto.

Me fui caminando rumbo a mi casa; iba a pasar cerca del puente cuando vi que la mamá de Myrna estaba hablando con unos policías cerca de una patrulla. Decidí cambiar mi rumbo e irme por otro lado.

Dejé de reunirme varios días con amigos debajo del puente como siempre. Teníamos temor de que la chica nos denunciara. Yo tenía una cruda moral tremenda, me sentía muy mal por lo que le hicimos a Myrna, pero no le conté a nadie lo sucedido. Después de casi dos semanas volvimos a reunirnos y al hablar con ellos me di cuenta de que ninguno sentía remordimiento alguno, así que no dije nada y entré en la plática en la cual cada uno de nosotros narró lo que sintió al violarla, lo festejamos y nos reímos como si hubiera sido una aventura cualquiera.

Les pregunté: “¿Y saben qué pasó con ella?, ¿Alguien la ha visto?”, a lo que ellos respondieron que no moviendo la cabeza negativamente. Me preocupé un poco, pero no les hice saber nada.

Hasta la fecha no he vuelto a saber de Myrna. Nunca la volví a ver y ninguno de nosotros pagó por lo que le hicimos. Aún me remuerde la conciencia, pero nada puedo hacer.

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Comentarios enviados para este relato
comandante-r92 (29 de November de 2016 a las 03:50) dice: Que chingon compa, algunas putitas merecen ser violadas

katebrown (18 de October de 2022 a las 21:03) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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