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Le encargada del edificio

Relato enviado por : Anonymous el 09/02/2006. Lecturas: 4571

etiquetas relato Le encargada del edificio .
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Resumen
Dijo ayer que iba a platicarme lo que había soñado, la señora Marga, una mujer de 50 años que quizás no ganaría un concurso de belleza, pero para alguien como yo, soltero, de 23 años, alto, atlético,


Relato
Dijo ayer que iba a platicarme lo que había soñado, la señora Marga, una mujer de 50 años que quizás no ganaría un concurso de belleza, pero para alguien como yo, soltero, de 23 años, alto, atlético, casi rubio, muy ganoso, resultaba atractiva y deseable. Ella estaba casada con un obrero y tenía 3 hijos, y era la encargada del aseo del viejo edificio ubicado en un barrio popular de la ciudad. Tanto la señora y su familia, así como mis 4 amigos y yo, y otras personas de clase económica muy baja, vivíamos en la azotea. A mis amigos y a mí, todos estudiantes, la inquilina de un departamento nos subarrendaba el pequeño cuarto destinado a la sirvienta, y la señora Marga, por un bajo precio, nos asistía en los tres alimentos diarios.

- Sí le dije, pero no me atrevo a contárselo. Me da pena - contesté.

- ¿Pena por qué? Pues… ¿tiene algo de malo?- inquirió la señora.

Estábamos ambos en el cuarto que le servía de comedor; hacía más de media hora que habíamos terminado de comer y tanto sus hijos como los otros estudiantes habían salido de ahí; su marido estaba en la fábrica que trabajaba. El cuarto de junto era la cocina. Independiente de ellos, en otro cuarto que se ubicaba cerca de la escalera que conducía a la azotea, estaba el cuarto que servía de dormitorio para Marga y su familia.

- De malo no tiene nada, pero… no sé si usted se moleste.

- ¿Molestarme por qué? ¡Ande, cuénteme!

- Bueno. Soñé que estábamos juntos usted y yo…- me detuve ahí, para ver la expresión de su rostro.

- Estábamos juntos. ¿Y luego?

- ¡Estábamos haciendo el amor, pero no crea que así nada más; yo estaba haciéndolo por atrás de usted!

Lancé la expresión tantas veces pensada, y que en mi imaginación veía difícil que pudiera algún día decirla. A la señora Marga yo la conocía desde joven, cuando llegué a vivir, solo, a ese cuarto de azotea; dos años después llegaron para hospedarse conmigo cuatro muchachos, que eran del mismo pueblo de provincia que yo. También a ellos accedió a darles la alimentación, pero hacia mí tenía una deferencia muy especial, quizás porque me había conocido primero. A los 18 años me involucré sentimentalmente con Andrea, una mujer a quien también le rentaron un cuarto en la azotea, que tenía dos hijas, a las que dejaba encerradas por las noches en su cuarto porque trabajaba en un cabaretucho arrabalero. Fuimos amantes un año. De eso se enteró María, la sirvienta de uno de los departamentos, y poco después lo supieron todas las personas que vivían en ese edificio, y aún los de otros edificios cercanos. Naturalmente Marga lo supo, me comentaba los chismes originados al respecto, pero nunca trató de influir en mí para que yo la dejara. Ese amorío se acabó cuando el taxista que la hacía de marido de Andrea también se enteró, pero no supo quién de los 5 que habitábamos juntos un cuarto era su contrario en el amor de esa mujer; prefirió llevársela de ahí, pero no dejarla. Como a los 6 meses de finalizar mi relación con Andrea inicié un noviazgo con María de los Remedios, muchacha que estudiaba para Secretaria Ejecutiva y que en un año más terminaría la carrera. También ella y su familia estaban enteradas de lo ocurrido con Andrea; María de los Remedios terminó asimilando ese hecho, no así sus padres, quienes sin embargo cuando nos encontrábamos al entrar o salir del edificio contestaban muy atentos a mi saludo, y a veces hasta me invitaban a sus fiestas.

Una noche, con la confianza que me daba el que yo podía entrar a la cocina-comedor de Marga a la hora que fuera, abrí la puerta y penetré ahí; grande fue mi sorpresa al ver que parada sobre una tina de baño, completamente desnuda, estaba Marga bañándose; había calentado agua en la estufa para poder hacerlo, porque los cuartos de la azotea no tenían calentador de gas. Ella también se sorprendió al verme.

- ¡Discúlpeme! ¡No sabía que estaba bañándose! - dije, y salí precipitadamente de ahí.

Ella no contestó. En los siguientes días ninguno de los dos hizo comentario sobre ese hecho, pero sí se lo conté a Luis, un amigo que había sido mi compañero de grupo en la preparatoria hacía cuatro años, y que a veces iba a visitarme y la conocía.

- ¡Pues aviéntate con ella y llégale! - me aconsejó

- ¿Cómo crees? ¡Está muy grande de edad!

- ¿Y eso qué importa? ¡Dicen que “Gallina vieja hace buen caldo”!

Poco a poco fue germinando en mi mente la idea de poseerla. Con María de los Remedios, mi novia, no pasaba de abrazos y besos, pero yo necesitaba tener con quién desfogar los deseos que todo muchacho a mi edad tiene frecuentemente. La vista de ese cuerpo desnudo se presentaba seguido en mis pensamientos. En cierto momento, en una de las muchas pláticas que sosteníamos después de la comida, o la cena, ella me platicó lo que había soñado la noche anterior, algo sin mayor trascendencia, y surgió en mí la idea de cómo hacer para poder tenerla. ¡También le platicaría lo que yo había soñado, pero soñado despierto!. Cuando le dije que la había soñado haciendo el amor conmigo, y yo por atrás de ella, me expresó:

- Nunca, ni con el pensamiento, he engañado a mi marido, y menos, ni con él siquiera, lo he hecho así como usted dice.

- Lo sé, por eso me apenaba platicarle mi sueño. Pero créame que, eso sí, lo disfruté mucho; con decirle que amanecí todo mojado. ¡Discúlpeme por decírselo, no volverá a ocurrir!

Marga me miró esbozando una leve sonrisa, y expresó:

- Lo malo es que con lo que me dijo ya me excitó… ¡y ahora no va a quitarme las ganas!

- ¿Cómo cree que no, si yo me estoy muriendo por poseerla?

¡Había resultado mi plan! Decidimos ir al cuarto donde ella y su familia dormían; ninguno de sus hijos se encontraban en ese momento en el edificio. Afuera de la cocina-comedor estaba, en lo que era el patio de la azotea, María la sirvienta, utilizando el lavadero más cercano a la escalera para lavar la ropa de sus patrones. Marga salió antes que yo del comedor, y la seguí 5 minutos después. Para entonces ya había ido a su cuarto, abierto la puerta para que no se escuchara el rechinido de las bisagras cuando yo entrara, y regresado para ubicarse entre María y la puerta, platicando con ella para distraerla. Salí diciendo que iba al cine, me despedí de ellas dos, y aparenté que bajaba las escaleras, lo cual María ya no podía ver si era así. Descendí 5 escalones, me quité los zapatos, y volví a subir, pero no llegué al patio de la azotea, me desvié por el pasillo hacia el cuarto de Marga. Poco después entró ella y cerró la puerta. Sin hablar, y consciente de que el tiempo era oro porque en cualquier momento podría llegar alguno de sus hijos, u otro familiar, que fuera a buscarla, se levantó la falda y se acostó en una de las dos camas que habían ahí; ya antes se había desprendido de su pantaleta. Pude ver así su intimidad, la rajadura de su sexo, tan anhelado. Noté que casi no tenía vellos púbicos. Me bajé el pantalón y el calzoncillo, me acerqué a ella con el pene bien erecto, de donde escurría una gotita de líquido preseminal, tenté y abrí levemente sus labios exteriores, que estaban totalmente húmedos, acerqué a ellos el glande de mi instrumento, lo introduje un poco, y sin más lo clavé de un solo empujón en las entrañas de Marga. Ella emitió un débil sonido lleno de placer y clavó sus uñas en mi espalda. Bastaron unos cuantos movimientos míos, correspondidos por Marga, para vaciarle dentro el semen tanto tiempo contenido, que manó con gran intensidad mezclándose con los jugos vaginales producto de su orgasmo. ¡Qué placer tan divino! ¡Realmente estaba muy buena, y ambos lo habíamos disfrutado a plenitud!.

En silencio, tal como había entrado, abandoné el cuarto y bajé las escaleras para efectivamente irme al cine. María, que estaba a escasos 5 metros del cuarto de Marga, pared de por medio, ni cuenta se dio. De ahí en adelante cuando menos dos veces por semana repetíamos la acción, siempre con el peligro de ser sorprendidos. A veces yo entraba furtivamente ya muy noche a la cocina de Marga, cuando todos en la azotea estaban dormidos, y ahí permanecía en la oscuridad, sentado en uno de los sillones que se utilizaban en lugar de sillas. Marga, que ya estaba acostada y supuestamente dormida al lado de su esposo e hijos, salía de su cuarto para acudir a hacer sus necesidades al baño, que era colectivo, pero antes de ir a ese lugar, o después, penetraba a la cocina por su cuota de leche. Cuando veía la puerta abrirse yo me preparaba, sentado como estaba, pero con el endurecido falo hacia arriba, dispuesto a dar y recibir placer; llegaba Marga y se acomodaba para sentarse en mi miembro, y pocos segundos después ambos alcanzábamos la gloria. Salía en silencio después para retornar a su cuarto, ya relajada, a dormir con gran tranquilidad. Otras ocasiones delante de sus hijos, de mis amigos, aún de su marido, o de la misma María cuando estaba lavando la ropa, yo me acercaba a Marga, que sabía aplicar inyecciones, para pedirle que me inyectara, contra la gripe o contra lo que fuera, y le enseñaba una caja con ampolletas. Entrábamos entonces a su cuarto, delante de todos los que estuvieran en la azotea, cerrábamos la puerta con pasador, pero quien inyectaba era yo a ella, una inyección no intravenosa ni intramuscular, sino intrapiernosa. La punta de la aguja de mi jeringa era más gruesa que la jeringa misma. Fueron varias semanas así. Ni mi novia, ni nadie más sospechó nunca nada. Pero no habíamos logrado estar totalmente solos en un cuarto lejos de ahí, donde pudiéramos dar rienda suelta a los deseos que a ambos nos atenazaban.

Acordamos ir a un hotel de paso. Le indiqué a cuál, un poco lejos del rumbo en que vivíamos, y el nombre por quien preguntaría. Llegué primero que ella, entrando al hotel no por la puerta que daba a una avenida muy transitada, sino por otra puerta que daba a la calle con la que la anterior hacía esquina, y me registré con el nombre acordado. A los 15 minutos llegó ella; iba recién bañada, pues había salido de su casa con el pretexto de ir a un baño público. Cerré la puerta, la besé con pasión, y de inmediato procedí a desvestirla. Me pidió que yo apagara la lámpara eléctrica del techo pues le apenaba que la viera así, y la complací. Volví a besarla arrebatadamente, probé sus senos, algo flácidos, pero como quiera me gustaron; disfruté con mi boca y lengua su vagina y clítoris, y me acomodé para que ella también pudiera degustar mi miembro viril al mismo tiempo, el cual comió con desenfreno. Como tenía la tentación de ver el interior de su sexo, ya había preparado una pequeña linterna de pilas, y mientras ella se entretenía con mi pene recorriéndolo a todo lo largo con la boca yo alumbré su intimidad. Eso me excitó mucho más. Noté en los pliegues de su vagina algo del sebo que sus fluidos habían acumulado ahí, y en lugar de sentir asco paladeé todo eso. Después de un rato de estarnos comiendo mutuamente la poseí, la primera vez por la vagina. Esa ocasión sí pudo ella emitir sus expresiones de placer con toda libertad. Sudamos con tanto movimiento que hicimos para alcanzar los dos el orgasmo. Descansamos unos minutos, y la abracé con ternura, después empezamos de nuevo. Besos, lengüetazos, succiones, hubo de todo. En cierto momento le dije:

- Ahora quiero hacértelo por atrás. Quiero hacerle honores a tu anito.

- Me va a doler - dijo Marga.

- Déjame poner la punta en la entrada de tu hoyito, y después la meto un poquito, unos cuantos centímetros. Si no aguantas me dices, y nos olvidamos de eso.

Aceptó. Ensalivé la cabeza de mi miembro, también llené de saliva su ano con mi boca, acomodé la cabeza en su entrada y empujé un poco. Ella emitió un pequeño pujido, mezcla de placer y dolor.

- Ya entró un poco - le dije - ¿meto más?

- Bueno, a ver si aguanto, pero hazlo con cuidado.

Lo introduje unos centímetros más; volvió Marga a pujar, ahora un poco más fuerte. Se agarró con fuerza de las sábanas y del colchón de la cama.

- ¿Más o ya la saco? Yo estoy sintiendo bien sabroso.

No me contestó con palabras; su respuesta llegó empujando su cuerpo hacia atrás, y ahora sí penetró hasta el fondo.

- ¡Ay! - exclamó Marga

Pero ya no pude aguantarme y empecé a sacar y meter varias veces mi miembro en su intestino grueso, y al mismo tiempo procedí con mi mano derecha a acariciar su clítoris y con la izquierda sus senos. El orgasmo que juntos alcanzamos fue maravilloso. Le llené el intestino de mi jugo, y ella lo disfrutó. Antes de retirarnos del hotel lo volvimos a hacer de forma semejante; me confesó que le había gustado bastante.

- ¡Lástima que no podamos pasar la noche juntos! - me dijo.

Nos pusimos de acuerdo en que cuando yo acudiera a su comedor a comer o cenar, ella previamente se despojaría de su pantaleta, y andaría atendiéndonos sin ella. Cuando eso ocurría yo me sentaba en uno de los sillones, y junto a mí, a mi derecha, estaban mis amigos, o sus hijos; pero a mi lado izquierdo, en la otra parte de la mesa, se sentaba ella. Eso me permitía en ciertos momentos acariciarla disimuladamente mientras comíamos, a veces hasta metiendo uno de mis dedos en su intimidad. Una ocasión que llegué tarde a comer, los demás en cuanto terminaron se retiraron de ahí, y nos quedamos solos. Esa vez me di gusto metiéndole toda la mano e hice que alcanzara el orgasmo varias veces; después pasaba mi mano sobre mi cara, especialmente en la nariz y la boca, sintiendo placer al percibir su aroma y su sabor. ¡No requerí mayonesa para mi comida, con sus fluidos vaginales tuve más que suficiente!.

Pocos meses después, habiendo finalizado mi carrera de licenciatura, salí de la ciudad, a trabajar en provincia. Pasé ahí varios meses. Retorné a la capital el 24 de diciembre de ese año. Yo no tenía con quién pasar esa Nochebuena. Con María de los Remedios se había terminado mi relación al irme lejos de la capital, y toda mi familia vivía fuera de la ciudad. El marido y los hijos de Marga fueron esa noche a la casa de un hermano del señor, para reunirse ahí con sus demás familiares. Marga se disculpó de no ir porque se sentía algo enferma de artritis, y se quedó en su cuarto, acostada. Para las 11:30 de la noche no había en la azotea nadie más que Marga en su cuarto, sola, y yo en el mío. Fui a darle el abrazo de ¡Feliz Navidad!, pero ella ya estaba esperando, sin las pantaletas puestas. Al verme entrar simplemente quitó la sábana que la cubría, y abrió las piernas para permitirme verla. También nosotros pasaríamos aunque fuera un pedazo de noche feliz. Había que hacerlo nuevamente en forma rápida, porque alguien más podría llegar a felicitarla. Me hinqué enfrente de ella, olí el aroma de su abertura, y mi boca se posó ahí. Lamí y chupé con desesperación; con mis manos presionaba sobre sus glúteos, jalándola, y el dedo medio de mi mano izquierda se introdujo en su ano, haciéndolo girar ahí adentro; poco después me vaciaba ella su ardiente fluido en mi boca, lo cual sorbí como un sediento del desierto. De inmediato me monté sobre de ella, la besé en la boca para que también Marga probara su propio sabor que estaba en mis labios, y mi miembro entró a depositar su carga de varios meses a donde ya lo estaban esperando. Una vez que alcanzamos juntos el orgasmo no pasaron muchos minutos para que yo me repusiera, y entonces le embadurné de nuestros mutuos fluidos su ano, para lubricarlo, e introduje en él mi pene.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:53) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:27) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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