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Me levanté un putito en la disco

Relato enviado por : elsablesagrado el 23/10/2010. Lecturas: 12842

etiquetas relato Me levanté un putito en la disco   Gay .
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Resumen
Otra de mis andanzas a la caza de lindos putitos. en esta ocasión de cuando me levanté a un delicioso mariquita en una disco


Relato
La luz era tenue, por la tela azulada colocada sobre la pantalla de la única lámpara que había en la habitación. Por la ventana abierta entraba una ligera brisa que mitigaba un poco el calor de aquella noche de verano, colándose además el ruido de la gran ciudad, mezclándose como fondo de los temas lentos que salían de la radio. Yo oía todo aquello, aunque lo que más me gustaba era oír los gemidos de Adrián, el hermoso putito que un rato atrás levantara en una discoteca. Pero también me gustaba el riquísimo sabor de su culo caliente y lampiño, que estaba chupando con ganas y que cada tanto penetraba con mi lengua, caricia que motivaba sus suspiros de calentura. Y es que su hoyo estaba tan sabroso que hubiera pasado horas succionándolo si la necesidad de enchufarle la pija cuanto antes no hubiese sido tan imperiosa.

Ninguna ciudad es tan linda como cuando se vive en otra, reza una vieja frase, y es verdad, al menos para mí, ya que disfruto tanto de Buenos Aires cuando voy por mi trabajo, que siempre trato de matizar lo laboral con el placer. En ese sentido, y como jamás tuve problemas para conseguir mujeres, generalmente me dedico a satisfacer mi otra gran pasión: culear trolitos. Es indescriptible el placer que me da revolcarme en la cama con un rico mariquita, y jamás me he despedido frustrado luego de una buena cogida. No hay nada comparable a pasar un buen rato abotonado en el ojete de un trolito.
Navegando en Internet había conseguido un listado de lugares donde levantar chicos pasivos, los cuales iba visitando periódicamente. En aquella ocasión elegí ir a “Magneto”, un reducto ubicado en el barrio de Once. Pasadas la medianoche de ese sábado entré al lugar, que resultó ser una vieja casona casi a oscuras y apenas iluminada por reflectores de colores que incidían indirectamente en los varios recintos que componían la discoteca. Ese clima, al que se sumaba una ornamentación barroca con complejos artefactos en desuso colgados en la pared, y la música electrónica, hacían del lugar un ambiente que oscilaba entre lo psicodélico y lo dark. El resto era mérito de los parroquianos, estrafalarias criaturas de la noche que deambulaban entre los pasillos y galerías vestidos con curiosas ropas que delataban una producción especial para camuflarse en semejante reducto y formar parte de su decorado. Al verme reflejado en uno de los espejos que adornaban las columnas caí en la cuenta de que desentonaba en ese sitio, con mi camisa azul, el saco gris y los jeans. Sólo mi cabello largo y negro, y mi barba, eran lo único que me quitaba algo de formalidad. Pensé en irme pues supuse que nada interesante encontraría allí, pero por alguna razón decidí quedarme a tomar algo y observar un poco más, por lo que me acodé en la barra y pedí un whisky, que bebí lentamente mientras fumaba un cigarro y estudiaba el panorama.
Al cabo de un rato se hizo evidente que parecía un bicho raro, pues fui objeto de miradas extrañadas por parte de darks, punkies, andróginos y demás seres de apariencia aún más rara que la mía, aunque en esa disco sucedía lo contrario. Como sea, poco a poco parecí mimetizarme y dejaron de prestarme atención, lo que me hizo sentir más cómodo y hasta me animó a pedir un segundo trago.
Habían pasado dos horas y el boliche se llenó un poco más, aunque podía se caminar sin necesidad de empujones. Le estaba echando el ojo a un par de traviesas que estaban muy buenas y también a un marica entrado en años, pero que tenía un culo gordo en el que bien podría sacarme las ganas. Los prefiero jóvenes, pero lo que me calientan de los viejos (no todos, algunos) es que son más morbosos y se desviven por ser garchados por un tipo apenas madurito y de buena pinta como yo, modestia aparte. Y justamente estaba a punto de hacerle alguna insinuación cuando vi a Adrián. Flaquito y bajito, apenas un metro sesenta, amanerado, carita de buscón y un trasero paradito, tal como me gustan los putitos. Estimé que andaría por los 20 años, vestía unos chapines blancos y ajustados que le marcaban perfectamente la cola, unas zapatillas rojas Jhon Foos y una remera también roja, con vivos verdes. Su cabello era negro y lacio, cortado a lo emo, con un mechón cayéndole por delante y la nuca desnuda. Entró con otros chicos de su mismo estilo, todos afeminados, pero mis ojos se concentraron en él porque era el más bonito. Su cara era delicada, de piel morena y suave, pómulos salientes y una boca grande de labios gruesos. Lo imaginé usando un vestido de mujer y concluí que parecería una pendeja de doce años. Mi bulto se hinchó, como pidiéndome que lo levantara.
Siguiendo mis experiencias anteriores, apliqué la estrategia de enviarle señales, por lo que le dediqué atención exclusiva a fin de que se diera por aludido, lo que resultó al encontrarse por segunda vez con mi mirada y corresponderme con una hermosa sonrisa. Continuaba con sus amigos, por lo que comencé a evaluar si sería buena idea acercarme e invitarlo a bailar, cosa que no me agrada demasiado, o si debía continuar clavándole los ojos, cuando la tarea se me facilitó al acercarse a la barra. Sin mirarme le pidió al barman un Speed con vodka, para luego recién fijarse en mis ojos.
- Hola –saludé.
- ¿Cómo estás? –respondió, estudiandome de arriba abajo.
- Bien, conociendo el lugar.
- Aha… ¿y te gusta?
- Muchísimo –le dije, acercándome un poco y pronunciando la palabra con el tono más sensual que me salió.
El putito me sonrió y me dio la espalda, mirándome de soslayo.
- Si ves algo que te guste, contame.
Y se alejó hacia donde estaban sus amigos, caminando en puntas de pie para parar su trasero, que meneó intencionalmente. Claro que ya había visto algo que me gustaba, y justamente era él. Mi morbo ya estaba declarado, dejándome de interesar los travestis y el viejo marica. Lo que quería era culearme a ese hermoso pendejo.
La actitud que había adoptado para conmigo era el típico histeriqueo de una mina, y no dejaba de ser excitante, pues por lo general yo proponía y los putitos aceptaban, en cambio éste se hacía el exquisito. No obstante cada tanto se volvía a mirarme y me sonreía, incluso era claro que le había comentado a los demás de mí, pues también me miraban y se reían. ¿Qué les estaría diciendo? ¿Qué en la barra había un tipo con ganas de cogerlo? Me calentaba la idea de que esos maricas especularan con la idea de que uno de ellos iba a terminar la noche con mi verga metida en el culo.
Me defraudé un poco cuando en bandada se marcharon para perderse en las penumbras del boliche, pues pensé que ya no tendría oportunidad, pero al cabo de unos minutos volvió a pasar Adrián junto a uno de los otros chicos. Le chisté y al mirarme le hice señas de que se acercara.
- Realmente, lo único que me gusta de este lugar sos vos –le dije al oído.
Liberó una carcajada, dándome una palmadita en el hombro.
- No me digás, ¿y para qué?
- ¡Uf! ¡Tantas cosas!
- Decime una –pidió.
Volví a colocarle mis labios en la oreja y le susurré:
- Me muero de ganas de comerme tu argollita.
- ¿Cómo comerme? –me preguntó, también al oído.
- Chuparte el culito. Estoy seguro de que tu agujerito ha de ser riquísimo, se me hace agua la boca de sólo pensarlo.
El trolito me miró con interés y sonriendo lujuriosamente.
- ¿Y yo qué como a cambio?
- No sé -dije con picardía-, si querés te invito a comer algo.
- El chorizo me gusta –dijo con aire humorístico, pero a la vez algo desafiante-, la morcilla también. ¿Vos qué tenés, chorizo, morcilla o salchicha?
- La verdad que no tengo idea, no sé distinguir, si querés me ayudás con eso y me decís.
- ¿Qué te ayude con qué?
- A decirme si tengo salchicha, chorizo o morcilla.
De pronto sentí su mano en mi entrepierna, rozando el bulto, que ya estaba algo crecido. Al encontrar mi miembro lo apretó un poco, al tiempo que se mordió el labio inferior, en un gesto que delataba su creciente excitación.
- Parece que tenés un chorizo, aunque puede que también sea morcilla, habría que ver.
- ¿Querés que veamos?
- ¿Aquí?
- No, aquí no.
- ¿Tenés lugar?
- Hay un hotel en la otra cuadra, ¿te animás?
- ¿Vos te animás?
- Andá, saludá a tus amigos y vamos.
Me miró en silencio, como evaluando la invitación.
- Esperá, decime qué te gusta.
- Vos me gustás.
- Pero qué me querés hacer, ¿de verdad me chuparías la cola?
- ¿No te gusta?
- Me encanta… sólo que a muchos nada más se hacen chupar y después se acabó.
- Bueno, pero a mí me gustan más otras cosas.
- ¿Cómo cuáles?
- Lo que te digo, chuparte el culo, me encanta, me muero por hacértelo. Y también quiero cogerte.
- ¿Cómo sos en la cama? ¿Sos de putear, pegar y eso?
- Sinceramente no, me van las palabrotas y culear fuerte, por ahí doy unos chirlos en la cola, pero no soy violento, ¿te decepciono?
- Para nada, no me gusta que me peguen, ¿y los besos?
Le respondí acariciándole los labios con los míos, en un beso suave y tierno, que terminó de ponerme dura la verga y que a él le gustó, pues lo sentí estremecerse.
- Dale, despedite y vamos que no doy más –le susurré, con la voz ronca que delataba mi calentura.
Adrián se acercó a sus amigos, que habían vuelto a ubicarse donde rato antes, y les contó que se iba. Todos me miraron con una sonrisa llena de morbo y complicidad, que continuó cuando el chico, ruborizado y contento, regresó conmigo.
- ¿Vamos? –me dijo, y juntos nos fuimos hacia la salida.
No sé por qué, pero aumentó mi lujuria saber que los demás trolitos supieran y celebraran que me llevara a uno de ellos. Imaginé que Adrián les había dicho que iría conmigo al hotel de la otra cuadra y se dejaría chupar el culo y luego montar y me gustó.
Salimos del boliche y afuera nos encontramos con varios personajes extraños. Un tipo con cara de chongo, algo pasado de tragos, se abalanzó sobre Adrián, pero le puse la mano en el pecho y lo empujé.
- Este es mío –le dije imperativo-, rajá o te quemo.
Pensé que debería enfrascarme en una pelea y me preparé incluso a sacrificar mis planes de placer, pero el borracho no dijo nada, sólo me miró y luego se fue rezongando.
- Ay, me siento protegido con vos –dijo con una risita, pero evidentemente halagado.
Lo miré y le sonreí, pero al alejarnos algunos metros y hundirnos en la oscuridad de la calle vacía, le tomé la nuca con una mano y acerqué su cabeza a la mía y fundirnos los labios en un beso que no fue tierno como el anterior, sino lleno de pasión. Arrinconándolo contra la pared le comencé a comer la boca y a buscarle la lengua con la mía, recibiendo una inmediata y ardiente reciprocidad, al tiempo que me abrazaba con fuerzas. Mi otra mano buscó su trasero y se lo manosee con descaro, apretándole fuerte las nalgas.
Tras un largo minuto y sin separarme, mi boca se deslizó hasta su oreja dejando un camino de besos por su cara y cuello.
- Más vale que te voy a proteger, si sos mi putito.
- Mi vida –musitó, caliente-. Quiero tenerte adentro mío toda la noche.
Salir en su defensa y transarlo en la calle, a lo guapo, bastaron para terminar de seducirlo. No sólo me lo había levantado, sino que en ese momento Adrián estaba entregado. No hubiera encontrado resistencia alguna al darlo vuelta, bajarle la ropa y clavármelo ahí mismo, y reconozco que por un momento pensé en meternos en uno de los oscuros portones de los edificios a oscuras y hacerlo allí, pero el mariquita realmente estaba infartante y quería disfrutarlo a full, por lo que lo ideal era meternos en la cama y revolcarnos hasta que saliera el sol, por lo que tomándolo de la mano le insté a seguir hasta nuestra meta.
El hotel era una pocilga, bien telo, a media luz y paredes descascaradas. Nos recibió un viejo de cabello desgreñado y gesto de pocos amigos.
- Deme la mejor habitación matrimonial que tenga –pedí.
- ¿Cuántas horas? –preguntó, evidentemente sorprendido que un tipo como yo fuera sin prurito alguno con un chico como Adrián.
- Nos iremos a la mañana –respondí, colocando sobre el mostrador dos billetes grandes, que hubieran pagado dos noches con propina incluida.
No es que quisiera ser altruista con ese desagradable conserje, sino que me urgía acelerar la diligencia. Al ver el dinero, el tipo cambió de actitud y sonriéndome me entregó la llave del cuarto 16, en el tercer piso.
Apenas cerramos las rejas del antiguo ascensor volví a arrinconar al putito, franeleándolo con ganas y provocando igual reacción. Ya lo tenía a punto caramelo y me esforzaría por mantenerlo así todo el tiempo que pasáramos juntos, para que nunca se olvidara de la noche en que fue la hembra de un madurito calentón.

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Comentarios enviados para este relato
elsablesagrado (9 de November de 2010 a las 21:58) dice: Muchas gracias, amigos. Ya publiqué la historia completa. Saludos

pete11785 (3 de November de 2010 a las 05:04) dice: QUISIERE SER ADRIAN, PAPITO

janyluna81 (27 de October de 2010 a las 21:45) dice: Eta bueno el relato nada mas termina de publicarlo no nos dejes con la duda

rosario leon figueroa (26 de October de 2010 a las 02:11) dice: SUENA INTERESANTE PERO LO DEJAS A MEDIAS Y MUY PRENDIDO, NO SEAS CRUEL!!!!

katebrown (18 de October de 2022 a las 20:46) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

elsablesagrado (18 de November de 2011 a las 16:39) dice: Muchas gracias, amigos! la segunda parte ya está on line


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