Mis fantasias con Martita

Álvaro, Juanjo y los demás mongolos, , para tomar un refresco, ir al burguer y a la bolera.
Total, con los amigos que tengo, era difícil esperar algo más, pues, son más cortos que las mangas de un chaleco.
En cuanto ven una piva potente, voltean la cara, sin atreverse a mirarla.
Para que entendáis hasta qué punto llega su timidez, os contaré algo de hace mes y medio, o así.
Estábamos sentados en la terracita de una pizzería, frente a mi casa. Mientras venía la camarera, nos entretuvimos puntuando a todas las zorritas de alrededor.
Bueno, yo puntuaba i ellos se morían de la vergüenza.
- Culo de diez a la derecha. Tetas y tangas. Mira esos cachetes. Enterraba la lengua y no la sacaba en tres días-
- - Marta sí que está buena- acertó a decir Juanjo, sin percatarse de que la camarera, a la que se refería, estaba justo delante de nosotros.

-¿Qué va a ser?- dijo Marta, sacando pecho i apartándose coquetamente la media melena rubia de su cara perenne de niña mala-

Por un segundo, me la imaginé vestida de colegiala, en la iglesia, tomando la oblea de la confirmación.
No podía más que pensar en aquella Martita debutante, arrodillada frente al párroco, que, por la proximidad del aliento de la joven, tendría el carajo de punta.
Fantaseé con que, ni corto, ni perezoso,el cura le agarrase la cabeza y, haciéndole abrir la boca, le enterrase toda la pija dentro.
Quizá, al principio, se formara un alboroto. Pero, al poco rato, su tiíto más querido, hipnotizado por el movimiento rítmico de las caderazas de la nena, se levantaría de su bancada y, agarrando sus blancas y firmes nalgas, se la cogería bien duro por detrás.