Por instisfecha y lujuriosa

Hace unos meses envié la siguiente carta a una revista femenina, a la sección de consultas y consejos sentimentales.
Estimada Tía Fulana de Tal:
Para abreviar la presente misiva, la remito casi en forma de telegrama.
Me llamo Mónica, cuando tenía 18 años, ya no era virgen por tres diferentes ocasiones, pero mi hermana mayor Caro y su recién adquirido novio José, me tomaron de chaperón ante mis padres para que pudieran salir con más confianza, pero para no hacer “mal tercio”, llevaban al hermano de José, llamado Iván, también de 18, como mi acompañante. Naturalmente a dos o tres calles de casa, cada pareja se separaba con la consigna de –a tal hora y en tal lugar nos volvemos a encontrar-, para llegar juntas a casa y evitar problemas familiares. Lógico, no sabía que hacía mi hermana, pero a mí me llevaban al “cinco letras”, a donde Iván me satisfacía con un enorme y descomunal miembro, que para mí, simplemente era una exquisita y divina unión sexual, solo una relación corporal. Un año después mi hermana y José, se unieron en matrimonio, haciendo innecesaria mi relación con Iván, con lo que terminé con él y me hice novia de un hombre divorciado y siete años mayor que yo, con quien terminé casándome y procreando dos hijos que a la fecha no viven con nosotros por cuestiones académicas. Las reuniones familiares han seguido, por lo que durante casi veinte años he visto a Iván (aún soltero), en repetidas ocasiones, en donde sutilmente me hace insinuaciones referentes a nuestra vieja relación, sin que yo haga el menor caso.
Casi tengo 40 años, quiero y adoro a mi familia, pero recientemente, he tenido las ganas o necesidad sexual, de ese gigantesco miembro, aún cuando mi esposo siempre me ha dicho que soy: Una encantadora esposa, buena economista y excelente madre, no se si el serle infiel destruya nuestro matrimonio, ya que desde que nos casamos, nunca me he metido con alguien más y mi esposo jamás se a enterado de mis viejos amoríos.
La contestación a esta carta, fue:
Querida Mónica, solamente te haré estas pequeñas aclaraciones:
1ª. Un matrimonio sin secretos, nunca dura.
2ª. Entre los hombres el dicho o refrán es: Una esposa debe ser una excelente dama ante la sociedad, una magnífica administradora en el hogar y la mejor de las putas en la cama.
3ª. Entre las mujeres hay otro que dice: Que las mujeres siempre nos entregamos en cuerpo, corazón y alma.
Indiscutiblemente, haz llevado a cabo las últimas dos, pero tu cuerpo exige algo que tu marido no te proporciona. Él no tiene porqué saber que simplemente satisfaces una necesidad física femenina, que de una u otra manera, si podría friccionar la relación matrimonial, al no estar total y completamente satisfecha sexualmente, aunque en los demás aspectos cumplas cabalmente con tus obligaciones.

Días después de la respuesta, se realizó una reunión en casa de mi hermana, donde visiblemente alcoholizados varios familiares (entre ellos, mi esposo) se quedaron dormidos. Me quería ir a casa, pero por las condiciones de mi marido, no sabía que hacer. Mi hermana y cuñado, me dijeron: -No te preocupes, mejor que no maneje y que se quede a dormir aquí, no será la primera vez, a ti te puede llevar Iván a casa sin ningún problema-.
Accedí y nos despedimos de todos, ya en el coche, entre palabras más o palabras menos, después de unos diez minutos, de un trayecto de veinticinco o treinta hasta mi casa, yo estaba con la cabeza bajo del volante dando riquísimas mamadas a la inmensa y descomunal verga de Iván. El, manejando, intentaba sin lograr, llegar hasta mi coño, con lo que solamente me sacó y sobaba los pechos, dejando perfectamente parados mis pezones y haciendo que mi ranura se humedeciera por el deseo de albergar ese grandioso pito. En el momento de estacionar y apagar el motor del vehiculo en el garaje, me inundó por completo la boca con un nutrido y exquisito borbollón caliente de su rica leche, tanta, que por más que tragué, salió escurriendo por la comisura de mis labios por ambos lados.
Estaba frenéticamente caliente al entrar a casa, por lo que al cerrar la puerta tras de nosotros, inmediatamente lo comencé a desvestir, al momento de querer quitarme mis pantalones, trastabillé cayendo totalmente al suelo, él ya por completo desnudo, se hincó y terminó de retirarme toda mi ropa, viendo mi rasurada conchita, metió su cara entre mis piernas chupando y mordisqueando mi erecto clítoris, provocando que mi cuerpo se estremeciera de placer y disponiendo a mi hoyito para recibir su titánico garrote. Con la boca llena de su saliva y mis abundantes jugos dijo: ¡Mónica, sigues teniendo un esplendido, hinchado y urgido coño-.
Enloquecida, le pedía: ¡Síiiiiiiiiii! ¡Sïiiiiiiiii! ¡Pero ya mételo! ¡Por favor! ¡Ya cógeme!
Se subió en mí y acelerándome al 100% al recorrer con su verga toda mi ganosa raja, lo urgía: ¡Ya! ¡Por favor¡ ¡Ya! ¡Húndelo! ¡Ya dámelo!, y en el momento en que su lengua se entrelazaba con la mía, con un profundo –Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm-, sentí como su esplendido estoque, se habría camino lentamente en mi vaina. Apenas tenía la mitad adentro, cuando con ricos espasmos tuve el primer orgasmo con unos pequeños dejos de ¡Oooooooooohhh! ¡Que ricoooooooooo!
Lo abracé con mis piernas, abriendo mucho más mi cavidad para facilitar la penetración, cuando intempestivamente de un solo empujón, me lo enterró hasta el fondo, haciendo topar sus bolas contra mi trasero y provocándome un delicioso –Hhhhhhaaaaaaaaayyyyyyyy-.
Con las frenéticas fricciones al sacar y meter su verga en mi cueva, sus delirantes, lascivos y lujuriosos besos con los que entrecortadamente expresaba ¡Sí! ¡Sí! ¡Rico! ¡Así! ¡Cógeme! ¡Dámelo todo! ¡Más! ¡Más! ¡Quiero más!, me tenía extasiada, brutalmente enloquecida, sentía que todo me daba vueltas, que hasta el ombligo me estallaba. Hasta que de mi parte, junto con mi prolongado orgasmo, eyaculó cataratas de ardiente semen hasta el fondo de mis entrañas.
Me levantó y me dijo: ¡date una ducha, para que laves tu abierto coño y tus escurridos muslos, en seguida te alcanzo.
Estaba bajo la regadera relajando el cuerpo, con agua caliente, cuando con sus brazos me ciñó la cintura por atrás, dándome ligeros besos en cuello y oídos y diciendo cosas como -Sigues cogiendo sabroso- -Estas igual de buena que hace años- -Mónica, me sigues apretando la verga bien rico-.
Notaba su pito bien parado rozar sobre mi trasero y con el coño nuevamente húmedo, me recargué en la pared, empujé mi trasero hacia él y abrí las piernas, diciendo: ¡Ya me volviste a calentar! ¡Tengo ganas de verga! ¡Fóllame otra vez!
Pero metiendo un dedo por mi culo y haciendo que yo diera un pequeño brinco, dijo: ¡Si! ¡Te voy a coger, pero ahora será por atrás!
¡Hay! ¡Pero despacio, la última vez que me ensartaron por ahí, tenía 18 y fuiste tú!
Ja, ja, ja, y con dos dedos comenzó a dilatarme el ano diciendo, ¡Bueno, entonces en veinte años solamente yo he gozado el rico culo de esta putita!
¡Si! ¡Tú eres el único que me lo ha roto! ¡Eres el único que se ha cogido por ahí a esta putita!
Ya estaba lista para absorber su enorme pinga, la ajustó en la entrada y de una fuerte embestida me la incrustó totalmente y hasta el fondo de mi relegado culo, con un leve ¡Ouuuuuuuch!, de mi parte.
Me la zampé sin ninguna dificultad, gozando de las furiosas arremetidas que me estaba dando, tomada con una mano por el hombro y con la otra apretujando alternadamente mis senos, los líquidos que emanaban de mi rajadita, se entremezclaban en mis muslos con el agua corriente que nos salpicaba a ambos, entre mis ¡Oooooohhhhh! ¡Mmmmmmmm! ¡Aaaaaaahhhhhh! Sentí, golpear contra mis paredes anales, el manantial de exuberante esperma prodigado en mi interior
Al siguiente día, cuando llegó esposo, refiriéndose a su borrachera, solo dijo:
-No supe cuanto me entro- -No aguanté nada- -Me siento terrible- -No lo repito en un buen rato-
En silencio, me reí, para mis adentros, y recordando mi deliciosa cogida, me dije:
-Yo si sé cuanto me entró y por donde- -Yo si la aguanté TODA- -Estoy encantada- -Y lo voy a repetir muchas veces- -Lo único que espero, es que nunca te percates-.