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¿Qué puedo hacer, si así soy?

Relato enviado por : narrador el 24/11/2011. Lecturas: 2914

etiquetas relato ¿Qué puedo hacer, si así soy?   Infidelidades .
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Resumen
Si ya me cansé de nadar contra la corriente, y sentirme mal, cuando disfruto tanto de lo que hago. Hasta no hace mucho tiempo, yo era la fiel y recatada esposa, de Máximo. Hoy sigo siendo su esposa, pero ya no sigo siendo recatada y mucho menos fiel.


Relato
Yo como de costumbre, acompañaba a la mayoría de las fiestas y actividades a mi esposo, pero aunque yo no le daba motivos a ningún otro hombre, no faltaba nunca quien discretamente me hiciera algún tipo de acercamiento sexual. Los que yo en todo momento rechazaba, en ocasiones hasta me indignaba a tal punto que le pedía a mi esposo que nos retirásemos de la actividad que fuera, y cuando él me preguntaba la razón, me costaba tanto trabajo decirle que uno de sus compañeros me había ofendido. Pidiéndome que me fuera a la cama con él, como si yo fuera una puta cualquiera. Pero finalmente se lo dije, y su respuesta fue, no los puedo culpar, es que te vez divina. Lejos de sentirme bien por sus palabras, me hacía sentir mucho más indignada.

Pero al con el pasar del tiempo, me fui acostumbrando a ese tipo de situaciones. Pero un día, en que me encontraba muy molesta con Máximo. Salí de compras, como quien dice, para pasar el mal rato. Y me encontré a un ex compañero de clases, quien de manera muy insistente, me invitó a tomar café. Mientras tomábamos café me enteré que él siempre gustó de mí, pero yo no me había dado por enterada, y menos ahora que estaba casada, pensaba yo.

Lo cierto es que Eduardo, mi ex compañero de clases, era como dicen algunas de mis amigas, tremendo galán de novela. Que probablemente no sirva como esposo, pero si para pasar un buen rato. Recriminándome a mi misma por pensar en esas cosas, con esas palabras en mi mente, cuando Eduardo me comentó, que estaba vendiendo su casa, y como soy corredora de bienes raíces, más que todo por curiosidad, le pedí que me llevase a verla. Eduardo canceló una cita que tenía, y gustosamente en su auto fuimos a la casa que estaba vendiendo, ya que próximamente abandonaría el país.

Apenas llegamos a la casa, que aun se encontraba completamente amoblada, Eduardo no dejó de decirme un sinfín de cosas lindas sobre mi persona, tampoco dejó de habar del sin número de ocasiones que soñaba conmigo, de lo mucho que me recordaba. Hasta que mientras me mostraba la habitación principal, de momento me tomó entre sus brazos y me ha plantado tremendo beso. Cosa que me dejó sumamente confundida, no por la acción de Eduardo, sino más bien, por mi manera de reaccionar, o mejor dicho de no hacer nada en lo absoluto para impedir que continuase, besándome y acariciándome por todo el cuerpo, hasta que ambos caímos en la cama.

De momento dejé de pensar en mi esposo, en que yo era una mujer felizmente casada, y al tiempo que Eduardo me besaba, yo le respondía abrazándolo ardientemente y manteniendo mi boca completamente abierta, mientras que su lengua jugaba con la mía. En cosa de breves segundos, yo misma prácticamente me desnudé, mientras que Eduardo me continuaba acariciando salvajemente por todas partes. El sentir su cálido miembro, pegado a mi piel, me excitó mucho más todavía. Por lo que yo misma terminé de arrancarme las pantis, si consideración alguna. Mientras que Eduardo permanecía completamente vestido, extrajo su miembro del pantalón y separando mis piernas, sentí como me comenzaba a penetrar divinamente.

De momento me decía a mi misma que no podía ser que yo estuviera haciendo eso, acostada con un hombre al que no veía en varios años, siéndole infiel a mi esposo. Pero casi de inmediato, me olvidaba de mi esposo, y me dedicaba a disfrutar plenamente de todo lo que estaba sucediendo, moviendo mis caderas restregando mi cuerpo contra el de Eduardo, buscando sentir más y más el placer que él lujuriosamente me proporcionaba.

De momento sacando su miembro de mi coño, sin decirme nada, lo colocó frente a mi boca, y aunque en mi vida, nunca había mamado una verga, ni tan siquiera a mi propio marido, apenas la vi frente a mis ojos, prácticamente me la tragué completa, mientras que él enterraba una de sus manos dentro de mi caliente coño, arrancándome profundos suspiros y gemidos de placer. Después de otro buen rato de estar mamándole la verga a Eduardo, y el estar a su vez metiendo y sacando por completo su mano dentro de mi caliente y mojado coño, después de que se quitó toda su ropa, rápidamente volvió a penetrarme.

Ni yo misma me podía reconocer, actuaba como una loca deseosa y enferma de sexo, sentía dentro de mí un deseo incontrolable de sentir su caliente miembro completamente dentro de mi cuerpo una y otra vez, al tiempo que yo movía mis caderas, como poseída por un espíritu sexual, pidiéndole a gritos y groseras palabras, que jamás ni nunca antes las había ni tan siquiera pensado, que me diera más y más duro. Yo estaba tan y tan excitada y caliente, que en un sinfín de ocasiones le enterré mis uñas en su espalda, dejándosela completamente marcada, por lo que disfruté de un estridente orgasmo, como nunca antes lo había disfrutado.

Eduardo y yo por un largo rato nos quedamos sobre esa cama, completamente desechos, durante esos momentos me quedé pensando en lo que había hecho, y después de vestirnos, yo estaba a punto de llorar, por sentir que había traicionado la confianza de mi marido. Pero me controlé, Eduardo encantado con mi manera de comportarme en la cama, no se quedó tranquilo hasta que me hizo prometerle que volveríamos vernos. Lo que en esos momentos realmente yo no pensaba cumplir, por lo que le dije que si nada más por salir del compromiso.

De regreso a casa, me atormentaba la sola idea de haberle sido infiel a mi esposo, pero al mismo tiempo el recuerdo de los sabrosos momentos que pasé en la cama con Eduardo me asaltaban, estaba más que consciente que no estaba enamorada de Eduardo, pero esos momentos en que ambos nos revolcamos en esa cama, los disfruté tanto y tanto que en ciertos momentos, estando a solas dentro de la ducha, el solo recordar todo el placer que sintió mi cuerpo, que terminaba introduciendo mis dedos dentro de mi coño, y apretando mi clítoris con fuerza, hasta que me autosatisfacía nuevamente.

Desde luego que no le dije nada a Máximo, no tan solo por el temor a que desde luego me pidiera el divorcio, y me acusase de ser una puta. Sino por la vergüenza que sentía, al haberme comportado de esa manera.


Pero si eso hubiera sido todo, creo que lo habría superado, pero no fue así, a los pocos días mientras esperaba en el Spa para recibir la sesión de masajes que acostumbro darme unas dos o tres veces al mes. Llegó el esposo da la dueña del Spa, quien al verme le dijo a mi masajista, un chico de lo más atractivo pero abiertamente gay, que él personalmente me atendería. Yo no vi nada malo en eso, pero apenas entramos a la sala de masajes, y sentí que le pasó la llave a la cerradura de la puerta, eso me extraño, pero no le di importancia.

Hasta el momento en que apenas me recosté boca abajo sobre la camilla de masajes, que él de retiró la pequeña toalla que ocultaba mis nalgas, supe que en esa sesión recibiría algo más que los masajes de costumbre. Sé que me debí retirar de inmediato, pero de esa misma manera, sentí sus manos sobre mis muslos, y como hábilmente comenzó a darme unos deliciosos masajes, bien diferentes a los que me daba mi masajista habitual.

Sus cálidas manos subían desde la punta de mis pies, hasta la parte baja de mi espalda, yo sin que él me lo indicase, apenas sus manos recorrieron mis nalgas por primera vez, separé mis piernas, al tiempo que yo misma me decía mentalmente, que estaba a punto de cometer una locura. Pero el esposo de la dueña del Spa, continuó dándome intensos masajes, centrándose en el lado interno de mis muslos, y cuando sentí que sus hábiles dedos rozaban divinamente mi vulva, me tuve que morder los labios, para no dejar que el intenso deseo que sentía de ser penetrada por él me venciera.


De momento de forma muy profesional, me indicó que me diera vuelta, y ese sabroso suplicio lo comencé a sentir por todo mi cuerpo, yo cerraba mis ojos, tratando de concentrarme en otras cosas, mientras que sus manos recorrían totalmente mi desnudo cuerpo, no quería ceder a la tentación además y si me equivocaba en cuanto a sus intenciones, como quedaría yo.


El masaje pasó de ser uno relajado y reconfortante, a ser algo extremadamente excitante para mí. El solo contacto de sus manos sobre mi piel, me tenía loca por el deseo de que me hiciera suya, sin importarme donde nos encontrábamos ni quien fuera él. De momento él separó mis piernas, y me sorprendí al sentir su rostro y boca contra mi coño, en innumerables ocasiones yo había soñado despierta con que mi marido me hiciera eso. Instantáneamente llevé mis manos sobre su cabeza, y al tiempo que deliciosamente él se dedicaba a chupar y mordisquear mi clítoris, yo presionaba su cabeza contra mi coño.


Por un largo rato, disfruté del placer de que abiertamente me chuparan todo mi coño, al punto que cuando alcancé un delicioso orgasmo, para no gritar de placer me volví a morder los labios. No bien él había retirado su rostro de entre mis piernas que lo vi bajarse los pantalones, y sin que yo hiciera el más mínimo esfuerzo, separó mis piernas y vi como su erecto miembro desaparecía dentro de mi mojado coño.

Por un buen rato sentí una y otra vez como su cuerpo se movía sobre el mío, mientras que yo al mismo tiempo no dejaba de moverme bajo su cuerpo, buscando sentir más y más adentro todo su miembro. Al tiempo que mordisqueaba divinamente mis erectos pezones, arrancándome gritos de placer y lujuria. Yo no lo podía creer que todo eso me estuviera pasando, pero como lo disfrutaba, hasta que disfruté nuevamente de un segundo orgasmo que me dejó extenuada.

Cuando él se retiró me dijo, con una picara sonrisa en sus labios, no vemos en la próxima sesión. De la misma manera que me sentí después de que Eduardo y yo nos levantamos de la cama, y nos vestimos, me sentía en ese instante. El resto de la semana me la pasé preguntándome a mi misma como era posible que yo hubiera dejado que eso pasara. Pero al mismo tiempo, recordando placenteramente todo lo que el esposo de la dueña del Spa me había hecho.

Ya mi conciencia me tenía loca, por una parte yo misma me reclamaba como era posible que en dos ocasiones y de forma tan seguida le fuera infiel a mi esposo, mientras que por otra parte, el solo recuerdo de esos dos encuentros, bastaba para que yo mientras me autosatisfacía cuando me duchaba, disfrutara de placenteros orgasmos. Por lo que decidí ir a la pequeña iglesia a confesarme con el señor cura, pero al no encontrar al párroco, me atendió otro de los sacerdotes que prestan servicio en dicha iglesia. Como la iglesia al igual que los confesionarios estaban siendo restaurados, no se encontraba más nadie a esa hora, el padre Alfredo me llevó frente al altar mayor y sentándose a mi lado en el principal banco de la iglesia, comencé a confesarme.

Yo le hablé de todo, y de la manera más clara que pude, de los remordimientos que sentía, del temor de decirle a mi esposo lo sucedido, y de cuál sería su reacción, pero también le hable de lo mucho que lo había disfrutado, incluso hasta le dije, del sin número de veces que me había estado autosatisfaciendo, nada más de recordar lo sucedido. El padre Alfredo me dejó hablar, mientras que sostenía mis manos entre las suyas, después de escucharme en silencio, me dijo. Tú te estás castigando innecesariamente, lo cierto es que no comprendí sus palabras, pero él continuó diciéndome, tú te estás torturando miserablemente, y todo porque no quieres aceptar que eres una bella mujer, que tienes unas necesidades que en tu hogar no te satisfacen.

Yo no podía dar crédito, a lo que escuchaban mis oídos. Y mientras el padre Alfredo continuaba hablándome, comencé a sentir como una de sus manos, se fue deslizando dentro de mi falda. En lugar de ponerme de pie y retirarme de inmediato, sentí algo dentro de mí que me impulsó a que abriese mis piernas. Sin dejar de ver a los ojos, a ese hombre vestido con negra sotana sentado frente a mí. En fracciones de segundos, nada más bastó que sus dedos medio rosaran mi coño por sobre mis pantaletas, para que yo, sin importarme donde me encontraba, deseara que me lo metiera. En un dos por tres yo misma me he quitado ante sus ojos toda mi ropa quedando plenamente desnuda.

Por su parte el padre Alfredo, se subió la sotana, y se medio bajó sus pantalones, dejando su erecto miembro frente a mis ojos, yo sentí el deseo de tenerlo dentro de mi cuerpo, por lo que me medio recosté en el mismo banco frente al altar, y el padre dirigió su miembro al centro de mis muslos, enterrándomelo divinamente dentro de mi coño. Yo disfrutaba de todos y cada uno de los fuertes empellones que él le daba a mi coño con su verga, hasta que me propuso que cambiásemos de posición, yo después de que me extrajo su miembro, me recosté boca abajo sobre el mismo banco, y fue cuando sentí que su verga me estaba entrando por mi apretado culo.

Cosa que nunca había hecho en mi vida, pero al mismo tiempo una de sus manos hábilmente se incrustó entre mis piernas. Sé que me dolió, pero el placer que sentí casi de inmediato fue muchísimo mayor, sus dedos hábilmente apretaban con fuerza mi coño, arrancándome profundos gemidos de placer, al tiempo que yo restregaba mis nalgas contra su cuerpo. Ya en esos instante no pensé para nada en mi marido, simplemente me dediqué a disfrutar del placer que el padre Alfredo me estaba haciendo sentir. Al terminar, él me condujo al baño en la sacristía, y tras asearme y vestirme, el padre me preguntó cuándo volvería a confesarme. Yo con una maliciosa sonrisa respondí pronto padre, pronto. Tras lo cual me marché pensando en todo lo que el padre me había dicho.

Bueno desde un tiempo a esta fecha, he cambiado radicalmente no tan solo en mi manera de ser, sino que también en mi manera de vestir y de comportarme, ya han sido muchas las veces que le he sido infiel a mi marido, incluso hasta con alguno de sus mejores amigos y uno que otro de sus compañeros de trabajo. Lo mejor de todo es que ya me he aceptado como soy.

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