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LOS VAGABUNDOS

Relato enviado por : gustavo8000 el 23/12/2012. Lecturas: 39292

etiquetas relato LOS VAGABUNDOS   relato .
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Resumen
Martina es una empresaria de éxito, aunque su exceso de trabajo no le permite entrar en contacto con ningún hombre. Sin embargo, está deseosa de sexo. Un día, una pequeña indiscreción dará a conocer su estado de avidez de sexo. Para su sorpresa, le llega una inesperada proposición de sexo por parte de un vagabundo, que le propone que se alivien juntos sus penas sexuales. Martina busca un hombre bien dotado que le lleve a ver las estrellas y finalmente se encontrará con dos enormes vergas para ella solita. En el callejón…


Relato
Martina era una empresaria de éxito. Ejecutiva de alto nivel, dominaba su departamento con mano de hierro, y las cosas le iban bien en el aspecto laboral. Gozaba de una posición económica desahogada que le permitía vivir holgadamente y vestir a la última moda con gran distinción. Pero su vida personal era otra cuestión. A pesar de su buena figura, ningún hombre se acercaba a ella en la oficina pensando que sería una mujer de fuerte carácter. No en vano, había luchado con tesón por llegar al puesto en el que estaba. Y como vivía prácticamente dedicada a su trabajo, apenas le quedaba tiempo para desarrollar su vida personal. En definitiva, estaba sola. Un desastre porque se notaba en una etapa de la vida en la que necesitaba un hombre a su lado casi con desesperación. Martina sentía como si su cuerpo hubiese entrado en un estado de excitación permanente, como si necesitase de una ración de sexo a cualquier hora del día… o de la noche. Martina recordaba haber sido casi siempre una mujer caliente, pero aquello se le iba de las manos. Se sentía sedienta de sexo y apenas conseguía quitarse de la cabeza las ganas de gozar que sentía.
Su ex –novio, y con él, el último polvo que echó quedaban ya tan lejos que casi ni se acordaba. En realidad, tenía una vaga idea de cuándo fue por el número de veces que le había cambiado las pilas a su consolador.
Así estaba Martina de caliente cuando salió una tarde de trabajar. Se prometía una tarde como cualquier otra. Anochecía, y había quedado con una amiga para tomar una copa. Fueron a una terraza y hablaron de todo, ajenas a la gente que iba y venía por la avenida. A su aire, concentradas una en la otra, hablaron tranquilamente. En un momento, la conversación derivó en temas sexuales. Martina tenía confianza con aquella amiga y le confesó las ganas desorbitadas que tenía de echar un polvo, sentarse sobre una polla y cabalgar hasta la extenuación, y se rieron juntas conversando sobre todo lo que harían con una buena polla si la tuvieran a su alcance. Martina le confesó a su amiga que tenía ganas de tener una aventura, de probar algo nuevo, diferente. Y que quería probar un hombre con una polla muy grande, lo más grande posible, que le hiciera ver las estrellas de placer… Siguieron hablando de eso y otras cosas durante buen rato hasta que media hora después se despidió de ella.
Martina cogió el camino opuesto a su amiga en dirección a su casa. Nada más doblar la esquina, de repente, oyó una voz que le llamaba.
- ¡Eh! , Señora.- Martina se giró y vio que un vagabundo tumbado en el suelo se dirigía a ella. Martina se quedó mirándole con cierta repulsión pensando qué querría de ella aquel hombre.
- Señora, perdone. No he podido evitar escuchar la conversación que ha mantenido con su amiga hace un rato en la terraza – le dijo amablemente. Martina se quedó muy sorprendida, sin reparar exactamente en lo que aquel hombre pudiera haber escuchado. El hombre prosiguió:
- Mire, señora…, si le apetece sexo…, bueno…, no es ningún crimen. Verá…, yo estoy disponible… - Martina no salía de su asombro.- Si le apetece, podemos pasar aquí al callejón los dos y aliviarnos en un momento.
Martina no sabía dónde meterse. Sorprendida por la oferta del vagabundo, notó como las mejillas le empezaban a arder. Se debía haber puesto colorada con la proposición. Qué vergüenza, pensó: aquel hombre sabía lo desesperada que se encontraba por que le echasen un polvo. Aquello era vergonzoso. Y viendo al vagabundo, tirado en el suelo vestido con andrajos, añadió repugnante. Y sin embargo… excitante, para su sorpresa. No obstante, aquello no podía ser, pensó: una mujer como ella con un andrajoso como aquel. Le miró con desprecio e intentó mostrar un poco de indiferencia.
- ¿Pero qué dices?, yo no me acuesto con cualquiera, y menos con un andrajoso picha floja como tú – le dijo con la altanería propia de una señora de bien ante semejante proposición indecente.
- Verá, señora. Llámeme de todo menos picha floja. Porque, verá usted, aquí debajo de todos mis andrajos, tengo una verga como a usted le gustaría… - Martina se sonrojó.- Si quiere, se la enseño en el callejón y usted decide.
Martina le dejó con la palabra en la boca y giró sobre sus talones dispuesta a irse. Sin embargo, no se le iba de la cabeza la frase del vagabundo: una verga como a usted le gustaría… grande, pensó ella, muy grande. La calentura empezó a subirle por todo el cuerpo, aflojándole las cadenas de la cordura, en favor de una lujuria creciente y descontrolada. Se le cruzaron los cables.
- No me lo creo.- le dijo volviendo sobre sus pasos.- Demuéstramelo.
Martina pensó que el hombre se echaría para atrás en sus palabras, pero el vagabundo poco tenía que perder y le aceptó el órdago. Se levantó del suelo y le hizo señas de que le acompañara al callejón. Martina le acompañó medio atontada, sumida en un estado de creciente excitación y sin saber muy bien qué estaba haciendo. Estaba a medio camino entre la cordura, que le decía que saliera de allí corriendo, o dejarse poseer por la lujuria y entrar en aquel callejón inmundo con aquel vagabundo andrajoso. Al final, venció la lujuria.
Detrás de un contenedor, el hombre, sin muchos preámbulos, se bajó el pantalón. Martina pudo ver un pellejo de carne, una polla flácida y no pudo evitar poner cara de asco.
- Puff, ¡qué repulsivo!
- Señora, dele un poco de tiempo… me ayudaría verle esas tetas tan ricas que tiene – le dijo con toda naturalidad el vagabundo.
Aquello era el colmo, pensó Martina. Qué insolencia tenía aquel vagabundo. Sin embargo, Martina aceptó la apuesta. Tenía curiosidad por ver aquella pinga bien levantada y, miró a ambos lados del callejón. Allí, detrás del contenedor, quedaban fuera de la vista de curiosos. Con el pulso acelerado por la excitación de toda aquella situación, Martina soltó un par de botones de su blusa, dejando entrever parte de sus grandes pechos. El vagabundo no se lo pensó dos veces y empezó a magrearse la verga felizmente. Poco a poco, su miembro fue tomando consistencia y tamaño frente a los ojos de ella, hasta convertirse en una verga bien dura y de proporciones considerables. Martina lo miró sorprendida. Jamás había visto una verga así de grande.
Martina empezó a imaginarse esa verga taladrándole hasta lo más profundo de su interior y empezó a humedecerse. No obstante, volvió a la realidad.
- ¡Qué guarrería!, tu polla tiesa no me gusta lo más mínimo. Además – giró la cara con ademán altanero-, la quiero más grande – mintió.
- Bueno – dijo con sonrisa taimada -, si quiere podemos concertar una cita con mi amigo Marius, el africano. Él la tiene al menos así más de grande que yo.
El vagabundo señaló su verga añadiendo un tramo considerable. Espacio vacío en la realidad, pero que a Martina se le hizo tremendamente sugerente. Se quedó con la boca totalmente seca.
- ¿De… de verdad? – balbució.
- Señora, ¿le he mentido yo?. Piense que yo tengo tantas ganas de echar un polvo como usted.
Martina intentó sopesar los riesgos de tener sexo con aquel hombre o con el africano y tuvo un poco de miedo. Sin embargo, el deseo de sexo que tenía era enorme, y ver aquella polla le había encendido como hacía tiempo. Y para rematar, la promesa de aquel vergón… terminaron de cruzársele los cables.
- Está bien. Vendré esta noche por aquí. Quiero que estéis tu amigo y tú nada más. Y venid un poco más aseados, a ser posible.
- A sus órdenes señora. No se toque hasta entonces. Nosotros no lo haremos para ir bien cargados, - le dijo con aquella misma sonrisa pícara de antes. Acto seguido se subió los pantalones y se encaminó por el interior del callejón.
Martina salió de nuevo a la calle, y el aire fresco le devolvió a la realidad. Dos calles más para allá, aquella conversación le parecía un extraño sueño. Sin embargo, a medianoche no pudo evitar recordar la cita con el vagabundo, el hombre meciendo entre sus manos su enorme verga dura, y la promesa de otra verga todavía mayor… Se imaginó en medio de aquellos dos hombres, moviendo ella aquellas dos enormes pollas. Empezó a pensar en todo lo que le podrían hacer aquellas dos máquinas de placer y notó como el calor comenzaba a recorrerle todo el cuerpo a oleadas. Su entrepierna comenzó a humedecerse de nuevo y su mano se deslizó por debajo del calzón dispuesta a satisfacerle. Sin embargo, le vino a la cabeza la advertencia del vagabundo: “no se toque hasta entonces. Nosotros no lo haremos para ir bien cargados”. “Leche en abundancia”, pensó. Así, sin más, se vistió de nuevo y se fue directa al callejón.
Sería casi la una de la madrugada cuando llegó al callejón. Se adentró unos pasos y pareció inundarle por completo la oscuridad. Tras unos segundos, sus ojos consiguieron acostumbrarse a la escasa luz que entraba allí. De todos modos, no vio nada. Estaba a punto de darse la vuelta y volver para su casa a paso ligero cuando escuchó la voz del vagabundo.
- ¡Señora!, ¡Eh!, aquí al fondo. Ya pensaba que se había arrepentido usted.- Martina se quedó helada con aquella voz conocida. Se quedó quieta, con los ojos cerrados, pero al momento le vino a la mente la verga empalmada, y la promesa de otra mayor y le volvieron los calores, la humedad y la excitación, todo de golpe. Dio la vuelta y sin titubear se metió hasta el fondo del callejón.
El final del callejón acababa en una pequeña placeta, al abrigo de las miradas de la calle principal. Allí estaba la salida trasera de un restaurante chino y los vagabundos tenían allí unos cuantos cartones echados en el suelo a modo de camas, protegidos entre un par de contenedores. Una imagen de lo más grotesca. Allí estaba sentado el vagabundo de antes, acompañado de otro vagabundo, negro, tan andrajoso como el primero. Martina los observó: aquellos despojos de la sociedad aparentaban los cincuenta, aunque con aquel aspecto tan deplorable quizá se engañase respecto de su edad real.
- ¿Qué te dije Marius? – dijo el vagabundo, sonriéndole a su compañero de cartones.- ¿Verdad que es preciosa?
El africano la miraba con los ojos bien abiertos y dijo un par de cosas que Martina no entendió.
- Sí, Marius. Esta noche es para los dos, la compartiremos. Si la señora quiere, claro.
Martina, volvió en sí y puso cara de mohín al ver a aquellos dos pendejos.
- ¡Ah, sí! La señora quiere ver tu miembro, Marius. – El africano puso cara de no entender nada. Al parecer, entendía poco el idioma, pero con el vagabundo se aclaraba bastante bien. El hombre le indicó por señas que la señora quería ver primero el material. Finalmente, Marius entendió, abriendo los ojos y sonriendo ampliamente.
- Señora, ¿haría usted lo mismo que esta tarde? ¿Mostrarnos un poco?, ya sabe…
Martina observó como el africano y el vagabundo empezaban a desabrocharse sus pantalones y se quedaban con las pingas al aire: el colgajo de piel del hombre blanco ya lo conocía; el del negro le llamó la atención. Nunca había visto una polla negra, y aquella era negra de verdad. Martina se desabrochó los primeros botones de la blusa, dejando entrever su generoso escote y los dos hombres se pusieron a meneársela al instante. Al negro no se le iba la sonrisa de la cara en ningún momento. Pronto, las vergas empezaron a tomar tamaño, poniéndose semierectas. Martina comenzó a excitarse de nuevo, sintiendo que la humedad empezaba a fluir en su entrepierna.
- Señora…, llegados a este punto… mi amigo Marius y yo pensábamos si a usted le apetecería… colaborar un poco… - dijo el vagabundo, un poco azorado.
- ¿Cómo?
- ¿Querría usted tocarlas un poco?, Je jeje, así podrá verlas y notarlas cuando alcancen su tamaño máximo y verá que no le engañé respecto a mi amigo.
Martina se movió como un autómata. Se acuclilló entre los dos hombres y agarró sus vergas semierguidas. Estaban calientes al tacto. Sintió que el calor y la líbido creciente pronto iban a vencer a la poca voluntad que le quedaba.
- Os habéis lavado, ¿verdad?
- Nosotros no, señora. No tenemos dónde. Aunque sí hemos lavado nuestras partes íntimas, señora.
Martina seguía meneando ambas colas al mismo tiempo, mirándolas alternativamente. La polla del vagabundo ya era impresionante, al menos para lo poco que ella había conocido hasta el momento, pero desde luego la del africano era simplemente espectacular. Le gustó mucho su tacto. Estuvo unos minutos sobando sus miembros, con movimientos lentos y largos. Los dos vagabundos pronto empezaron a jadear.
- Señora, si sigue usted así tocándonos tan ricamente, no vamos a poder satisfacerle a usted.
- Lo siento – se excusó Martina.- Estoy un poco descentrada.
- ¿Le parece que vayamos haciendo nosotros también?
- ¿Eh?, Sí, sí, claro…
Como si lo hubieran ensayado, los dos vagabundos se lanzaron a besarle el cuello y sobarle los pechos suavemente. A pesar de lo sucios que iban, Martina no pudo dejar de excitarse y sentir escalofríos al contacto de los dos hombres. El hombre rudo, de olor fuerte, le besaba con toda la lengua por su cuello, mientras que una mano buscaba entrar por su blusa para agarrar un pecho. Mientras, la lengua rugosa y grande del africano hacía otro tanto por el otro lado, y una mano caliente y grande le agarró sin dificultades el otro pezón. Jadeó. Su respiración se agitó y empezó a sentirse muy caliente.
El vagabundo empezó a quitarle la blusa. Hacía un poco de frío, pero al contacto con las manos de los dos hombres por su cuerpo, se olvidó por completo de él. Pronto su sostén también desapareció dejando al aire sus grandes pechos. Los hombres la sobaban con avidez, mientras ella seguía meneándoles los miembros bien duros a ritmo lento.
El vagabundo cogió su verga y se la acercó a Martina, que no lo dudó y se la metió en la boca. Mientras la chupaba, seguía meneándosela al africano. El vagabundo le cogió por la cabeza y la apretó contra sí, y Martina tragó verga todo lo que pudo, hasta tener arcadas. El vagabundo jadeó de placer.
- Marius, tienes que probar esto.
Martina, obedientemente, se cambió de verga e intentó comerse aquel palo de ébano. No pudo meterse en la boca tanto como la otra, porque la del negro era mucho más grande y gorda. El africano jadeó al notar la lengua jugar con su glande.
- Tienes razón, Marius, empezaré yo, así cuando entres tú ya estará un poco más abierta.
El vagabundo se puso detrás de la señora y le bajó la falda y las bragas. Sus manos rugosas pasaron por la vulva y el clítoris de Martina, que ahogó un gritito de placer.
- Señora, está usted muy caliente.- dijo el vagabundo al notar la fluidez de sus flujos resbalando por sus piernas. Martina no dijo nada y siguió chupando, ajena a todo, totalmente entregada a la lujuria.
El vagabundo se mojó la punta de la verga con saliva y la puso a la entrada de la mujer. Sin muchos miramientos, le dio un empujón hasta clavar la mitad de su verga dentro. Martina soltó un pequeño chillido pero no se movió.
El vagabundo fue metiendo poco a poco el resto de su enorme verga. Para Martina, parecía que no iba a acabar de entrar nunca. Cada centímetro que le penetraba le abría a un mundo de sensaciones. Con sus músculos totalmente tensos por la verga que tenía dentro, notó con mucho placer los movimientos de penetración del vagabundo. Pronto, tuvo un orgasmo.
El vagabundo aflojó, poco seguro de si ella quería seguir, pero Martina pronto le hizo entender que no parara de cabalgarle. Estaba gozando como una perra. Y quería que le tratasen como una perra, que le hiciesen lo que aquellos dos sementales quisieran.
El vagabundo volvió a embestir, esta vez con más intensidad, aunque pronto empezó a jadear de cansancio. Martina se levantó y le dijo que se tumbara. A continuación, se puso sobre él y se empaló sin miramientos en su estaca, y empezó a cabalgarlo sobre los cartones del callejón. Mientras el vagabundo le sobaba las tetas, ella volvió a coger la verga del negro y comenzó de nuevo a chupársela, esta vez con muchas ganas. Estaba desbocada.
- Señora, ¿se la han metido alguna vez por detrás?
- Una vez, hace mucho tiempo.
- Si nos deja, podríamos probar. ¿Qué le parece?
- Fenomenal.
- Empezaré yo. – Martina se levantó y se giró. El vagabundo alcanzó un bote de lubricante que tenía a un lado y le untó bien el culo. Luego se untó su verga un poco y procedió a ir entrando poco a poco.
Martina sintió dolor. Mucho dolor. Aquello parecía que no acababa nunca de entrar. El vagabundo lo hizo poco a poco, para intentar no lastimarle. Finalmente, acabó por empalarse de nuevo.
- Ahora, señora, vaya usted a su ritmo.
Martina empezó a moverse arriba y abajo lentamente. Pronto, el dolor fue dando paso a una sensación de placer cada vez mayor.
Marius mientras tanto, se puso delante y volvió a meterle la polla en la boca. Martina la cogió con ganas. Apenas podía respirar con aquel pedazo de carne intentando entrar hasta el fondo de su garganta, pero intentaba tragarse lo más posible. En un momento dado, casi a punto de tener su tercer orgasmo, puso aquella verga negra en medio de su tetas y la estrujó. Al parecer, aquello le gustó mucho al negro porque se puso a jadear más agitadamente.
El vagabundo se corrió en el fondo de su culo. Martina notó los chorros de leche caliente en su interior y se corrió de nuevo.
- Cambiemos Marius. – dijo el vagabundo, jadeante. Se levantó y cedió el puesto a su compañero.
Marius no perdió el tiempo.
- No caber, señora. Yo por detrás.-dijo. Y sin más, se lubricó también su verga y empezó a metérsela por detrás.
Martina volvió a ver las estrellas: aquella polla era más gorda y más grande que la primera. Gimió y se mordió los puños para no ponerse a gritar como una loca. Aquella polla le iba a llevar a la extenuación del placer y el cansancio. Para evitar gritar, cogió la polla goteante del otro vagabundo y se puso a limpiársela con intensidad, mientras Marius terminaba de empalarla.
Al rato, el vagabundo se hizo a un lado para ver cómo su compañero se follaba a la señora.
Martina jadeaba y gemía y aguantaba como podía las embestidas animales que le proporcionaba aquel negro superdotado.
- Síi, joder, qué bien folla este negro!! Dame fuerte, así, qué bueno… oye, dile que no quiero que se corra dentro, creo que le gustará más correrse entre mis tetas… y yo quiero su leche en mi cara- dijo jadeante, fuera de sí.
El vagabundo se lo hizo entender a su amigo por señas, y este amplió todavía más su sonrisa. Al parecer, los dos querían lo mismo.
- Cuando esté, que me avise – dijo Martina concentrada en la culeada que le estaban dando, al límite del placer y de la conciencia.
Martina tuvo dos orgasmos más. Tras quince minutos, el negro le hizo señas de que se levantase. Martina se levantó rápidamente y se puso de cuclillas. El negro puso toda su larga verga entre los pechos de la mujer. Al lado de aquel pollón descomunal, sus pechos, por lo habitualmente grandes, pasaban desapercibidos y, con dificultad, logró estrechar aquel mástil.
El negro empezó a menearse arriba y abajo entre las tetas apretadas, sintiendo el roce a lo largo de todo su palo. Mientras, Martina recibía la punta en su boca y le lamía con intensidad todo su glande.
Un minuto después, el negro empezó a jadear más rápido. Martina tensó todos sus sentidos.
- Sii, Marius, dámela. Quiero toda tu leche- le dijo con voz lujuriosa, mirándole como fuera de sí.
Marius no aguantó más y descargó. Entre temblores, su polla se estremeció lanzando potentes chorros de leche blanca por toda la cara y la boca de Martina que, con los ojos cerrados, dejaba inundarse su boca y mojarse todo el rostro de aquella lefa espesa. Parecía que aquel hombre no se hubiese corrido en dos décadas, porque le dejó toda la cara cubierta de semen.
- Increíble. – Dijo Martina con los ojos todavía cerrados, y relamiéndose de gusto.
El vagabundo le alcanzó un pañuelo para que pudiera limpiarse un poco. Martina se quitó lo justo para abrir los ojos con comodidad, mientras asía la polla del africano. Esta todavía dejaba salir un hilillo de lefa que Martina procedió a limpiar inmediatamente. Le chupó y le dejó la verga bien limpita antes de empezar a tragarse toda la que le quedaba en la cara.
Finalmente, se dejó caer exhausta sobre los cartones, sobre el hombre africano, con cara de satisfacción.
Después de esto, Martina se vistió y se despidió amablemente de los hombres diciendo que pasaría otro día a verlos. Desde entonces, los visita una vez a la semana, y siempre se lleva una cuantiosa ración de leche de ambos vagabundos.
Espero que les haya gustado. Reciban un saludo y no dejen de votar la historia y dejar comentarios sobre ella, que me encantará leerlos.

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Comentarios enviados para este relato
pitofeliz (24 de December de 2012 a las 02:59) dice: no estuvo mal pero creo que puedes mejorar te di un bueno me gusto el relato gracias

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:26) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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