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Un chico lindo, demasiado lindo (7)

señoreduardo Relato enviado por : señoreduardo el 24/10/2015. Lecturas: 2266

etiquetas relato Un chico lindo, demasiado lindo (7)   Dominacion .
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Resumen
El chico dormía cuando la mucama entró a la habitación. Boca abajo y un tanto ladeado mostraba los ambiguos encantos de su cuerpo adolescente. La mujerona lo estuvo apreciando un rato mientras se mordía los labios, nerviosa.


Relato
El chico dormía cuando la mucama entró a la habitación. Boca abajo y un tanto ladeado mostraba los ambiguos encantos de su cuerpo adolescente. La mujerona lo estuvo apreciando un rato mientras se mordía los labios, nerviosa. Por fin lo despertó sacudiéndolo y el chico abrió sobresaltado los lindos ojos oscuros.
-Vamos, nene, arriba. –lo apremió Hilda que con mucho esfuerzo contenía el deseo de echarse sobre él, pero ya habría tiempo durante el día si don Ernesto la autorizaba. La prioridad era cumplir con la orden del viejo: empezar a convertir al chico en la sirvienta de la casa.
-Vamos, vestite que vas a ir a hacer las compras, ahora lavate la cara que a la vuelta te lavás los dientes. Te vamos a tener acá unos cuantos meses. nene, así que hoy mismo voy a organizarte la vida… Bah, tus obligaciones.
Poco después el chico partía hacia el supermercado chino de la otra cuadra con la lista de la compra, que incluía dentífrico y un cepillo de dientes para él.
De regreso debió desnudarse por orden de Hilda, que inmediatamente después verificó que estuvieran todos los artículos y luego se hizo seguir por el chico, que portaba las tres bolsas con la mercadería. Primero al cuarto del patio, donde Hilda le ordenó lavarse los dientes y luego dejar el dentífrico y el cepillo de dientes, después al baño, para acomodar allí los artículos de tocador y finalmente a la cocina, destino de los alimentos que el nene puso en las alacenas algunos y otros en la heladera, según las instrucciones de la matrona.
Había llegado el momento del trabajo doméstico para el chico e Hilda se lo hizo saber:
-Bueno, nene, vas a empezar a ser la sirvientita de la casa, jejeje…
-Por favor… -musitó el chico ante semejante anuncio.
-Callate, ni una palabra, ¿oíste?... ¡¡¡¿OÍSTE?!!! –repitió Hilda alzando la voz, pero el chico seguía en silencio, presa de un miedo profundo que le impedía articular palabra alguna.
La matrona interpretó ese silencio como rebeldía y entonces tomo al chico de un brazo y le dijo:
-Ah, así que te hacés el difícil, ¿eh? ¡Te voy a enseñar a respetarme! – y sin más se sentó en una de las sillas y como si el chico fuera sólo un bulto se lo echó boca abajo sobre sus rodillas y empezó a nalguearlo con fuerza, repartiendo los chirlos en ambas nalguitas, que poco a poco comenzaron a colorearse mientras el pobrecito gemía de dolor. Trató de proteger su culito llevando hacia esa zona la mano derecha, pero la mujerona le aferró la muñeca y ya no hubo forma de impedir la zurra.
La mano caía pesada, sin pausa, sobre una y otra de las nalgas y el chico gemía atormentado por un dolor que se hacía más intenso en la medida que los chirlos iban sumándose. El rostro de Hilda evidenciaba claramente el placer morboso que estaba sintiendo. Le costó dar por terminada la paliza, pero ya tendría oportunidad de repetirla con cualquier excusa y hasta porque sí, por el mero gusto de zurrarlo. Echó al chico al suelo haciéndolo rodar desde sus rodillas y allí quedó el pobre, sollozando y frotándose las nalgas en un vano intento de disminuir el doloroso ardor que le quemaba el culito.
-¡Parate! –ordenó la matrona. -¡PARATE O TE VUELVO A DAR! –y el chico se puso de pie dificultosamente, temeroso ante semejante amenaza. La mujer respiraba agitadamente, muy excitada.
-¿Te vas a portar bien, nene? –dijo gozando el poder que ejercía sobre el chico.
-Sí… -fue la respuesta casi inaudible.
-¡Sí, ¿qué? –reclamó Hilda acercándose con la mano derecha en alto.
-¡No, no me pegue! –rogó el chico retrocediendo y cubriéndose la cara con el antebrazo izquierdo.
-¡SÍ ¿QUÉ?! –insistió la matrona.
-Sí, señora Hilda, me… me voy a portar bien… -aseguró el chico y la mujerona sintió que debía llamar con urgencia a don Ernesto. Antes le indicó al nene el lugar de los elementos de limpieza y lo mandó a barrer toda la casa. En cuanto el chico empezó a hacer la tarea ordenada Hilda llamó a su patrón.
-Soy yo, don Ernesto.
-¿Qué pasa? ¿Hay problemas?
-No, ninguno, es que…
-¿Cómo se está portando?
-Bien, está barriendo. Al principio se me retobó un poco pero le di unos buenos chirlos y lo dejé mansito. Lo que quiero es… es pedirle permiso, don Ernesto, para cogérmelo…
El viejo lanzó una carcajada y luego dijo:
-Pero sí, mujer, claro que te doy permiso, pero oíme.
-Sí, diga, don Ernesto.
-Esta mañana me hablaste de meterle tres dedos.
-Sí…
-No, vos tenés dedos gruesos y no quiero correr el riesgo de que le rompas el culito y debamos pasar varios días sin usarlo. Conformate con meterle dos dedos, el índice y el del medio… ¿Estamos de acuerdo?
-¡Claro, don Ernesto! ¡Hasta los nudillos le voy a meter esos dos dedos! En cuanto termine la tarea de sirvientita me lo cojo…
-Que lo disfrutes, Hilda… y no olvides usar la vaselina -dijo el viejo para después cortar la comunicación en medio de una risita malévola.

…………..

Entretanto, los padres del chico estaban desesperados ante la repentina desaparición de su hijo. Hicieron la denuncia en la policía, acudieron a los tribunales, organizaron marchas de vecinos para pedir por la aparición del nene y lograron atraer a los noticieros de todos los canales de televisión e ir como invitados a varios programas en vivo, pero pasaban los días sin novedad y el matrimonio iba cayendo en una angustia cada vez más profunda.

……………

El chico estuvo barriendo toda la casa seguido por Hilda, que lo vigilaba. Cuando terminó fue mandado por la mujerona a pasar blend por todos los muebles, absolutamente todos, e irlos lustrando. Hilda lo miraba hacer y se relamía contemplando ese cuerpo delgadito y grácil, esas piernas de rodillas finas y muslos largos y tan bien torneados, esa cintura estrecha que realzaba la suave y armoniosa curva de las caderas casi femeninas.
-Muy bien, sirvientita, muy bien… -aprobó Hilda, deliberadamente humillante cuando el chico hubo terminado con el trabajo. –Ahora vamos al baño que vas a darte una ducha. –y lo tomó de un brazo para ponerlo en marcha.
Mientras el agua de la ducha caía sobre él, Hilda se lo comía con la mirada.
-Enjabonate por todos lados… Eso es… Te quiero bien limpito… Ahora metete un dedo en ese culo tan lindo que tenés… ¡Vamos, obedecé!...
El chico se introdujo el dedo medio y la matrona le ordenó:
-Metelo bien adentro y movelo un poco…
El chico hizo lo ordenado y luego debió mostrarle ese dedo a Hilda, quien comprobó, satisfecha, que estaba limpio.
-Agarrá el champú y lavate la cabeza. –ordenó mientras sentía que su calentura crecía aceleradamente.
Cuando el chico terminó de secarse con el toallón blanco que pendía en la pared la matrona lo llevó a su dormitorio y allí le ordenó que la desnudara.
-Qué… no entiendo… -arriesgó el chico entre confundido y temeroso.
-¿Qué no entendés? Es muy simple la orden que te di, nene. ¿Querés que te la explique a cachetadas?
-No… no, señora, por favor, no me pegue…
-¡DESVESTIME, CARAJO! –y el chico, ganado por el miedo, fue desvistiendo a Hilda hasta dejarla en cueros. Buen cuerpo a pesar de su edad, tetas grandes, aunque levemente caídas, caderonas importantes, piernas sólidas, culo enorme.
-A la cama, rico… -ordenó y el chico obedeció sin vacilar, excitado ante el espectáculo de la matrona desnuda. La mujer se tendiò a su lado y mientras le acariciaba las mejillas le dijo:
-¿Sabés una cosa, bebé?... Soy lesbiana, me encantan las mujeres, pero vos sos tan lindo como una nena y por eso me calentás tanto… -y su mano izquierda comenzó a descender lentamente… Anduvo por el cuello, largo y fino, por el pecho, donde se entretuvo en los pezoncitos rosados para pellizcarlos.
-Boca abajo, sirvientita… -ordenó y el chico, humillado pero temeroso de algún castigo, obedeció.
Entonces Hilda retomó el acariciamiento a partir de ese triángulo que formaba la espalda. Su mano se deslizaba lenta por esa zona mientras besaba al chico en la oreja, en la mejilla, en el cuello.
El chico se dejaba hacer y hasta gozaba de esos besos y caricias, tan distinto era aquello a estar con don Ernesto, que era torpe, apresurado y hasta brutal.
Por fin la mano de Hilda llegó a las nalgas, redonditas, carnosas, firmes y entonces la mano se deslizó por ambas redondeces y por momento los dedos pellizcaban, presionaban y de pronto uno de los dedos, el del medio, se aventuró hasta dar con el pequeñísimo orificio. El chico corcoveó pero Hilda lo contuvo de inmediato:
-Tranquilo nene nena…
-No soy una nena… -protestó el chico.
-Vos sos lo que yo quiera que seas… -dijo la matrona y de inmediato tomó el pote de vaselina de la mesita de noche, untó con esa pasta sus dedos índice y medio de su mano derecha, para después poner un poco en el orificio anal del nene.
-¿Qué me va a hacer? –se atrevió a preguntar el chico.
-¿A vos qué te parece? –contestó irónica la mujerona.
-Por favor, señora… Por favor, no… -rogó el chico que estaba masculinamente excitado y con su pene erecto, aunque oculto a los ojos de Hilda por la posición boca abajo. Pero de nada le valieron los ruegos. Sintió que sus nalgas eran entreabiertas y luego que algo le entraba (el dedo medio) y algo más (el dedo ìndice) entre los suspiros que brotaban sin cesar de la boca de la violadora. Esta vez no había dolor como cuando le daban pija, pero sí la humillación de siempre. Él era un varón, no un putito, como solían llamarlo, y en verdad lo que le hubiese gustado era iniciarse sexualmente con esa mujerona que se lo estaba cogiendo con los dedos. La diferencia entre ese deseo y la cruda realidad hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas mientras, aunque él no podía darse cuenta, Hilda usaba la otra mano para masturbarse hasta alcanzar el orgasmo y estallar largamente en gritos estremecidos. El chico no había permanecido ocioso, sino que se había masturbado también y derramó su semen en las sábanas en medio de estremecimientos que alertaron a Hilda.
-¡¿Qué hiciste?! –gritó la mujerona poniéndose de pie como impulsada por un resorte e irguiéndose al costado de la cama en toda su estatura. -¡Parate! ¡Correte de ahí! –ordenó y el chico, temeroso, giró sobre si mismo y se puso de pie en la cama dejando al descubierto la mancha de semen.
-¡¡¡¡TE PAJEASTE, DESGRACIADO!!! –bramó la matrona con sus ojos muy abiertos y fijos en esa mancha que delataba al chico.
-Pe… perdón, señora… perdón…
-Bajá de la cama, insolente de mierda, -ordenó Hilda y cuando tuvo al chico en el piso, ante ella, le dio vuelta la cara de una cachetada.
-¡DE RODILLAS!
-Sí… sí, señora Hilda…
-¿Por qué esa paja? ¿qué sentiste?... ¡Hablá!
-Yo me… me excité, señora Hilda… La miré desnuda y… y me excité…
-¡Mirá vos! ¿Y qué sentiste cuando yo te cogía con los dedos?
-No me dolía como cuando… cuando me meten…
-Una pija…
-Sí…
-¿Y entonces?
-Fue… fue raro… Yo me… la veía a usted desnuda y… y me sentía muy caliente y esos dedos, no sé… fue muy raro… ¡Perdóneme, señora Hilda! ¡Por favor! –rogó el chico al borde del llanto.
-Veremos que piensa don Ernesto cuando le cuente. Creo que no le va a gustar que su putito se caliente con una mujer. A mi tampoco me gusta.
-Yo… yo no soy un putito… -protestó el chico y de inmediato la cachetada partió veloz para estrellarse contra su mejilla izquierda con tal violencia que lo derribó sobre la cama.
Esa noche, al regreso del trabajo, don Ernesto fue informado por la mucama respecto de esa paja, con el chico delante de ambos.
Don Ernesto pareció reflexionar un momento y luego se dirigió a Hilda:
-¿Vos que pensás?
-¿Usted lo quiere putito?
-Sí.
-Entonces hay que castigarlo para que aprenda que no puede excitarse con una mujer, que tiene que sentir como una nena.
-¿Qué sugerís?
-Cinto.
-Mmmmhhhhh, me gusta la idea…
-Le doy mientras el nene le hace una buena mamada… ¿Qué opina?
-Me caliento de sólo imaginarlo…
-¿Lo hacemos ahora?
-Claro… Ya se me está parando.
-Perfecto, tráigame uno de sus cintos, don Ernesto. –y allá fue el viejo en busca de uno de sus cinturones mientras el chico comenzaba a temblar de miedo ante lo que le esperaba.
-Te voy a enseñar a no volver a calentarte con una mujer, nena…
-No soy una nena… -se empecinó orgullosamente el chico.
Don Ernesto volvió con un cinto marrón, importante, ancho, que Hilda tomó con expresión perversa.
El viejo se bajó los pantalones y el calzoncillo y se acomodó en una de las sillas del living.
-Bueno, putito, a tomar la mamadera… -dijo e Hilda y reafirmó la orden dándole al chico un cintarazo en el culo.
Atemorizado tomo la verga ya algo erecta, se la metió en la boca y empezó a mamar. Poco tardó esa verga en ponerse bien dura y fue entonces cundo Hilda comenzó a descargar el cinto en la colita del chico.
-Que sea la última vez que te calentás con una mujer, ¿entendido? Y siguió azotándolo impiadosamente.
La situación era incontrolable para el pobre chico, que mamaba y mamaba mientras padecía el dolor de los cintarazos en sus nalgas,
Don Ernesto jadeaba con su verga erecta en la boca del chico en tanto Hilda se excitaba cada vez haciendo restallar una y otra vez el cinturón en esa linda colita.
-No puedo más… Por favor, no puedo más… -suplico el chico interrumpiendo la mamada.´
-Decí lo que queremos escuchar. –exigió Hilda sin dejar de azotarlo.
-No se… -gimoteó el pobrecito.
-No voy a volver a excitarme con una mujer, eso queremos que digas, putito.
-No… no voy a volver a… a excitarme con… con una mujer… -repitió el chico ya incapaz de seguir resistiendo el castigo.
-Soy un putito, decilo. –le ordenó Hilda sin dejar de golpearlo con el cinto.
-Soy un putito…
-Seguí mamando. –fue la orden y el chico continuó chupando la pija de don Ernesto hasta que de ella surgieron dos abundantes chorros de semen que debió tragar hasta la última gota.

(continuará)





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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:32) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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