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Verano del 81 (01)

Relato enviado por : Coqueline el 23/01/2013. Lecturas: 3145

etiquetas relato Verano del 81 (01)   Amor filial .
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Resumen
La virtud, el pecado y los peligros


Relato
Con mis dieciséis añitos recién cumplidos, temblaba de emoción cuando vi en el andén a tía Carmen, que me esperaba junto a las gemelas, Lula y Tica.

A papá le había surgido un trabajo en Argentina, que debía ocuparle los tres meses del verano, y mamá y él habían decidido aprovecharlo para pasar juntos una temporada -”como cuando éramos novios”, escuché que decían-, dejándome al cuidado de mis tíos en Javea.

.- Ha tenido buenas notas, y se merece un verano perfecto. A mi hermana le encantará tenerla allí, siempre nos lo ha dicho, y lo pasará de maravilla en la playa con sus primos.

Viajé sola en el tren por primera vez hasta Alicante, y allí estaba por fin, parada en el andén junto a mi maleta, riendo a carcajadas mientras mi tía y mis primas corrían hacia mi.

.- Creíamos que no llegabas nunca.
.- Ya verás que bien lo pasamos en la piscina.
.- ¡Niñas, dejad respirar a vuestra prima!

Las gemelas seguían pareciéndose como dos gotas de agua, y siendo igual de divertidas que siempre. Hablaban atropelladamente, completándose las frases la una a la otra. Seguían vistiéndose igual, jugando a confundir a todo el mundo.

.- Que noooo, que yo soy Luuuuula...

El rato que tardamos en llegar al pueblo se me pasó en un suspiro. Mis primas competían por agradarme. No nos veíamos desde las navidades, y teníamos toda clase de noticias que contarnos, mil asuntos acerca de los cuales ponernos al día. Tía Carmen trataba, con poco éxito, de meter baza en la conversación.

.- Tu tío se ha quedado para preparar la cena con Javi, y Cuca... Bueno, Cuca vete a saber. Desde que cumplió los dieciocho anda un poco “suelta”. Ha tenido unas notas de desastre.

Atravesábamos la carretera saturada cruzando de pueblo en pueblo, de urbanización en urbanización. Vimos atardecer, y el mar al fondo. El mejor verano de mi vida comenzaba, y me sentía ansiosa por quemarlo entero, por disfrutarlo hasta el último minuto.

Al llegar a la casa, tras salvar un laberinto de callejas entre chalés, cuesta arriba, siempre cuesta arriba, me quede maravillada. Tras la cerca del color de la arcilla, rematada por un denso y alto seto de arizónicas, aislada de las demás, rodeada de pinos retorcidos por el viento del mar, se encontraba un chalé maravilloso, de grandes habitaciones, gran jardín, y una piscina que colgaba sobre el acantilado, a una altura tremenda. Las gemelas me lo enseñaban todo corriendo, atropellándose al hablar. Agarradas de mis manos, me zarandeaban llevándome de un sitio a otro hasta que mi tía las detuvo.

.- ¡Bueno, nenas, vale ya! Dejad que Clarita salude a vuestro padre y a Kiko, llevadle a vuestro cuarto y daros un baño las tres, que a ella le vendrá bien después del viaje y a vosotras os está haciendo mucha falta.

Se alejó murmurando algo sobre los veranos que pasaban sus hijas en los montes como bestezuelas, y sobre la porquería que legaban a juntar en las rodillas.

Mi primo Kiko, que tenía apenas un año más que nosotras, había cambiado mucho desde las navidades. Parecía que le habían estirado. Había crecido a lo alto, pero todavía no tenía cuerpo de hombre. Parecía un poco desmadejado, y hasta patético a ratos, en ese esfuerzo continuo por resultar “mayor”. Se inclinó para besarme en las mejillas sonriendo.

.- Bienvenida, pequeñina.

Tío Alberto, con su gesto adusto, como siempre, y esa sonrisa leve y amable que parecía salirle de la mirada, más que de los labios, me recibió en la cocina con un chipirón recién fritito pinchado en un palillo, me besó también, y, dándome una palmadita en el culo mandó a las gemelas que se encargaran de mi.

.- Ya habéis oído a vuestra madre, nenas: al baño y a la mesa, que es casi la hora de cenar.

Subimos las escaleras hasta nuestra habitación. Era un cuarto enorme con dos camas grandes y un ventanal inmenso y blanco que miraba hacia el mar. La fachada trasera de la casa colgaba sobre las rocas. Parecía que en cualquier momento podría desprenderse y caer.

Tenían su propio cuarto de baño. Jugando, derrochando aquella actividad incesante y agotadora, Lula dejó mi maleta, que había subido como había podido en un rincón, y salió corriendo detrás de Tica, que me arrastraba hasta allí. Pusieron el tapón de la bañera, abrieron el grifo, y comenzaron a desnudarse alegremente.

Yo, que me había criado de hija única y estudiaba en un colegio de monjas muy severas, tenía pudor. Salvo delante de mi madre, nunca me había desnudado frente a ninguna otra persona. Ni siquiera, salvo en alguna película vista en alguna de las pocas ocasiones en que había podido sortear la estrecha vigilancia de mis padres, había visto a otras personas desnudas.

Mis primas, riéndose de mi, comenzaron a desvestirme hasta quitarme toda la ropa y me hicieron entrar en el agua templada.

.- ¡Mira la prima, qué tímida!
.- No querrá que le veamos las tetillas.
.- Mira que poco vello tiene.

La naturalidad con que hablaban de nuestros cuerpos me causaba un azoramiento tremendo. Sentía el calor de mis mejillas al ruborizarme, consiguiendo con ello recibir nuevas chanzas de las gemelas, que jugaban a bañarme como si fuera una muñeca. Lula me enjabonaba con una esponja suave de color de rosa, y Tica me aclaraba con la ducha en las manos. Carecían de pudor. La esponja no solo se deslizaba por cualquier parte, por mis senos incipientes, por mi pubis todavía escasamente poblado, por mis nalgas pequeñas, por mis muslos delgados de muchacha sin terminar de desarrollarse.

Me hicieron sentirme extraña y fascinada. Roja como la grana, me dejaba hacer bloqueada, incapaz de reaccionar a aquella intromisión en mi intimidad que nunca antes había experimentado. Cuando consideraron que ya me tenían suficientemente limpia, pasaron a lavarse entre ellas. La imagen de sus manos enjabonando sus pechos, más grandes que los míos; sus vulvas, más peludas que la mía, me causó una enorme turbación, parecida a la que sentí la noche que vi a mis padres...

Educada en una especie de mundo estéril, mi única relación con el sexo, hasta entonces, había consistido en lo que podía intuir, los cotilleos en voz baja de mis compañeras del colegio, las vagas e insistentes alusiones a la virtud, el pecado, y el peligro que las monjas nos hacían sin definir ni la una ni los otros; y a la escena que contemplé aquel mismo invierno, una noche en que me levanté y caminé a oscuras hasta el cuarto de baño y, al regresar, escuché un sonido extraño en el cuarto de mis padres y me asomé por la rendija de la puerta entreabierta: mamá estaba tumbada en la cama, con las piernas muy abiertas, y papá como arrodillado entre ellas, moviendo el culo y golpeándola con lo que fuera que tuviera allí. Ella gemía en tono quedo, y se agarraba los senos con las manos; él jadeaba con voz ronca. Permanecí muy quieta, mirándolos, con el corazón palpitando como loco, sabiendo que no debía ver aquello, hasta que papá se agarró con fuerza a las rodillas de mamá y, empujándola muy fuerte, comenzó a quejarse como si le doliera. Mamá dejó de mover la cabeza, arqueó la espalda, y se agarró con las manos como garras a las sábanas gimiendo, y yo corrí hasta mi habitación sin hacer ni el más mínimo ruido.

Aquella noche, al encontrarme por fin en mi cama, sobresaltada e inquieta, por instinto, llevé la mano a mi vulva y la sentí mojada y sensitiva. Tuve un temblor extraño, y me detuve asustada, preguntándome si aquello no sería un “peligro”, o un “pecado”.

Mis primas, sin embargo, hablaban con total libertad de sus pechitos, del vello de su pubis, de cómo crecían unos y otros... Y se tocaban, y me tocaban a mi, en lugares de los cuales en mi casa ni siquiera se pronunciaba el nombre.

Cenamos en el enorme porche, separado de la piscina por una pequeña pradera de césped recién cortado que olía de maravilla. Las gemelas y yo nos retiramos pronto a nuestra habitación por orden de mi tía, que se mostró inflexible a nuestras súplicas.

.- Hoy dormirás en mi cama, conmigo -me dijo Lula mientras se desnudaba de nuevo ante mis ojos. Debí mostrarme extrañada-
.- …
.- Prefiero dormir desnuda -dijo mirándome a los ojos con una sonrisa- hace mucho calor.

Me acosté en silencio, azorada, sin saber cómo ponerme. Mi prima se colocó a mi espalda, con la mano en mi cintura y su cuerpo, menudo como el mío, muy pegado a mí. Experimenté una sensación extraña, parecida a la de aquella noche en casa. Aunque estaba cansada, tardé mucho rato en conciliar el sueño. En mi cabeza revoloteaban la “tentación” y el “pecado”.

Nos despertó tío Alberto haciéndonos cosquillas sentado a la orilla de la cama. Lula se reía a brazo partido. Aunque yo no tenía cosquillas, su risa resultaba contagiosa.

Tras el desayuno en la cocina, salimos a jugar al pinar. Mis primas no paraban de hablar de chicos. Se contaban si tal o cual “estaba más bueno”, si nosequién había besado a nosecuantos, si a la golfa de María le habían tocado las tetitas en el baile de fin de curso... Yo estaba escandalizada.

.- ¿Y tú no tienes novio?
.- Mi madre dice que soy muy joven para esas tonterías.

Pasamos la mañana zascandileando entre los pinos, buscando nidos y fósiles que abundaban por la zona. Nos entretuvimos con un perro que andaba por allí a quien mis primas habían cogido afecto, y tuvimos que volvernos corriendo a comer por que se nos hacía tarde.

Tras los postres, a tía Carmen se le antojó que nos echáramos la siesta todos en las tumbonas de ratán y grandes cojines blancos a la sombra del porche. Pensaba que a esa primera hora de la tarde estaríamos mejor protegidas del sol, y que quizás la brisa hiciera más llevadero el calor asfixiante y húmedo. Ante mi sorpresa, todos se desnudaron antes de tumbarse. Me quedé parada, aturdida.

.- Vamos, cariño, no seas tímida. Verás cómo estás mucho más cómoda.

Obedecí, y ocupé la tumbona que me señalaron, la de Cuca, que se había despertado con el tiempo justo para comer. Apenas me había hablado. Se hacía la mayor, y parecía no tener el menor interés por mi persona. Ella se tumbó junto a su padre en una más ancha, casi como una cama pequeña.

Lentamente, nos fue invadiendo la pereza de la siesta. Vi cerrar los ojos a las gemelas, a mi tía, a Cuca, a tío Alberto... Solo Kiko y yo permanecíamos despiertos. Yo entornaba los ojos disimulando, inquieta, mirando aquí y allá a toda mi familia desnuda alrededor.

Tía Carmen tenía muy moreno su cuerpo pequeño y ligeramente regordete. Por entonces debía contar cuarenta y dos o cuarenta y tres años. Me sorprendió ver que su pubis era completamente lampiño. Sus senos, grandes y morenos, estaban coronados por amplios pezones oscuros ligeramente ovalados. La edad comenzaba a causar en ella sus efectos, y se extendían, al estar tumbada boca arriba, como derramándose sobre su pecho. Me gustaban sus labios gruesos, y sus facciones dulces, enmarcadas en una mata de pelo negro muy brillante, casi azulado, que supuse que estaría teñido.

Tío Alberto era mucho más alto que ella, de complexión poderosa, muy moreno de piel y muy velludo. Entre las piernas, su sexo en reposo se veía oscuro, flanqueado por una mata espesa de vello negro y rizado. Tenía algunas canas en las sienes y en el pecho.

Cuca, por su parte, era ya una mujercita hecha y derecha. Había heredado la estatura de su padre, y las formas de su madre. Tenía unos senos grandes, que desafiaban la gravedad manteniéndose muy firmes. Debía tomar el sol más veces en la playa que en su casa, por que se dibujaba en ellos, y en su pubis y culito, el triángulo blanco de un bikini que no debía ser muy grande. Llevaba el pelo muy corto, peinado hacia arriba, enmarcando apenas un óvalo perfecto, adornado por una boca carnosa y sensual, y unos ojos enormes, de color marrón muy oscuro. Su piel, como la de todos, brillaba del sudor de aquella tarde de bochorno y humedad.

Sentí que Kiko, despierto, me miraba, y me sentí incómoda. Me resultaba imposible dormir, aunque fingía. Me sentía menos incómoda aparentando no estar, como si no viera nada. Cuando estábamos despiertos, no sabía a donde mirar. Creo que todos se percataron de mi turbación. Sentía mis mejillas permanentemente enrojecidas. Estaba un poco sofocada.

De repente, en sueños, Cuca se dio la vuelta hacia su padre. Estaban en la tumbona de mi izquierda, apenas a un metro de mi. Tío Alberto la tenía abrazada por los hombros. Al girar, sus cuerpos quedaron muy pegados. Dobló la rodilla y su muslo se situó muy cerca de “aquello”. Sin despertarse todavía, el sexo de mi tío comenzó a crecer de manera inexplicable. Milímetro a milímetro pude ver como se iba rellenando, aumentando su tamaño. Su visión causaba en mí algo que solo podría definir como fascinación. Cuando hubo alcanzado unas dimensiones que entonces me parecieron tremendas, comenzó a moverse solo, como si al endurecerse tuviera que cambiarse de postura. En pocos minutos, estaba completamente firme, oscuro, flanqueado por unas evidentes venitas azules que parecían ir a estallar, y rematado por un glande grueso, del color de la piel, aunque sutilmente más rojizo. Se revolvió inquieto en sueños, y su mano se acercó hasta aquella cosa. La tocaba. Al moverse, provocó a su vez un súbito acomodarse de mi prima, que hizo que su muslo se acercara un poco más, hasta rozar las bolsas que colgaban debajo de aquel tronco. Sentí que mi corazón iba a estallar. Entreabrió los ojos y vio la postura de su hija. Se agarró el miembro. Se movió ligeramente, haciéndome pensar que iba a apartarla pero, para mi sorpresa, con mucha delicadeza tiró de su pierna al tiempo que levantaba su brazo fuerte y velludo, haciendo que Cuca quedara tumbada sobre su pecho, profundamente dormida. Su pubis de vello rizado y oscuro quedó apoyado sobre el miembro erecto de su padre, que comenzó a mover su pelvis muy despacio, frotándose en ella. Vi como acercaba su mano a la boca y la humedecía con saliva que, a continuación, extendía entre las piernas de su niña con mucha delicadeza. Cuca lanzó un quejido mimoso sin despertarse, y su pubis presionó un poquito más. Cuando completó a su gusto la tarea, tío Alberto, ayudándose con la mano, metió su miembro erecto en el interior de la muchacha moviéndose muy despacio. Volvió a gemir sin despertar, pero esta vez el gemido no cesó. Automáticamente, su culito comenzó a moverse, haciendo que aquel sexo que me parecía enorme entrara y saliera de su interior con un ruidito como de chapoteo. Su respiración se hizo más nerviosa, rítmica, profunda y agitada. Su pelvis se movía con un ritmo creciente. Entreabrió los ojos y lanzó un profundo quejido, un quejidito dulce.

.- ¡Ahhhhhhhi.....! ¡Papáaaaaaa...!
.- ¡Shhhhhhhhh! -susurró mi tío en tono imperativo- Vas a despertar a la prima.

Amortiguó sus gemidos mordiéndola en los labios. Ambos respiraban agitadamente. Cuca. Apoyando las manos en su pecho velludo, se incorporó sentándose sobre él con las rodillas flexionadas. Movía su culito redondeado y duro arriba y abajo, haciendo que aquel falo la taladrara. En su base podía ver el brillo de una especie de babilla que parecía destilar de su interior. Mi tío acariciaba sus senos, pellizcaba suavemente sus pezones haciendo que escaparan de sus labios gemidos cada vez más angustiosos.

Yo me sentía enferma de excitación. El corazón me latía de tal manera que me parecía que podían escucharlo. Sentía sus latidos en las sienes y en el vientre. Mi vulva rezumaba como nunca había sentido. Estaba empapada, muerta de excitación. El espectáculo, al mismo tiempo, me repugnaba y me atraía. Me parecía imposible que no estuviera haciéndola daño, clavando aquella cosa en su interior. A la vez, me imaginaba a mi misma en su lugar.

En la tumbona, al otro lado de la suya, mi primo se había sentado, y contemplaba el espectáculo como hipnotizado. Su miembro, algo menor que el de su padre, y de color mas claro, estaba tan duro como aquel. Lo agarraba con su mano y lo movía lentamente. El fino pellejo que lo cubría, tapaba y destapaba su glande que aparecía brillante y húmedo.

No pudiendo contenerse, se incorporó acercándose a su hermana. Arrodillándose sobre la cara de su padre, agarró con dulzura la cabeza de Cuca dirigiéndola hacia él. Mi prima, sin parar de jadear, se lo introdujo en la boca y comenzó a chuparlo. Lo babeaba, se lo tragaba entero para dejarlo asomar al momento reluciente y húmedo. Succionaba cerrando los labios sobre el glande, y en sus mejillas se formaban dos huequecitos. Sus gemidos, ahora amortiguados, se hicieron más continuos. Jadeaba, más que respirar. Tío Alberto, sujetándole por los muslos, tiró de él hacia abajo hasta tener junto a su boca las bolsitas que colgaban, y comenzó a chuparlas, a meterse una tras otra en la boca. Mi primo casi no podía contenerse. Parecía, más que gemir, gritar en voz muy baja. Vi que mi tía, que también se había despertado, los miraba con los ojos enfebrecidos. Se había sentado en el borde de la tumbona que antes ocupara su hijo y acariciaba su vulva con un ansia frenética. Sus dedos mojados entraban y salían de entre los pliegues de los labios, y podía entrever el interior rojizo y húmedo. Sus pezones eran ahora menores, y más ovalados, prominentes y granudos. Jadeaba como ellos.

Kiko, de repente, se agarró con fuerza a la cabeza de su hermana, clavando su sexo hasta el fondo de su garganta. Medio ahogada, Cuca comenzó a temblar descontroladamente. Emitía un sonido sordo, ahogado por el miembro de su hermano. Su culito ya no se movía rítmicamente, como antes, si no que lo hacía a golpes, como a espasmos. Sus nalgas, al tensarse, dibujaban pequeñas arruguitas, como de piel de naranja. Se agarraba con las manos muy fuerte a los brazos de su padre, y de su vulva comenzó a brotar un fluido viscoso y blanquecino. Empujó el pubis de su hermano hasta sacarlo de su boca. Una gotita de aquel mismo líquido se escapó de entre ellos cayendo sobre el pecho de su padre, y se dejó caer rendida.

Kiko, generoso, se acercó a su madre. Se colocó de rodillas a su espalda, sobre la tumbona, y su mano sustituyó a la de ella. La movía muy rápido, presionando el pubis muy cerca del botón sonrosado que asomaba grande y brillante entre sus labios, y que se movía al ritmo de sus sacudidas. Mordía sus hombros y su cuello. Tía Carmen ponía los ojos en blanco. Las piernas le temblaban con un movimiento trepidante. Sus senos, ligeramente péndulos, se sacudían como flanes. Jadeaba y gemía cada vez más fuerte. De pronto, su rostro se tensó en un rictus violento. Su pelvis comenzó a moverse de manera espasmódica. Kiko bajó su mano apenas un centímetro, hasta rozar con sus dedos el botón inflamado. Lo presionó. Tía Carmen no pudo evitar lanzar un quejido largo y prolongado. En un salvaje revolverse, cayó al suelo temblando, con la mano entre los muslos, y comenzó a lanzar chorritos de orina que salían proyectados en el aire salpicándolo todo.

Sin dejar de fingir que dormía, me encontré con que instintivamente mi mano se había colocado entre mis piernas. Estaba empapada, al borde de la histeria. Me sentía enferma, sin saber exactamente de qué. Una parte de mi quería frotarlo, separar las piernas y frotar mi vulvita hasta orinarme como tía Carmen. La otra, la dominante, me lo impedía, obligándome a mantener el disimulo.

Vi a mi tía recuperar la respiración. Su marido sonreía mirándola, y ella jadeaba temblando ocasionalmente todavía. Pronto todos ocuparon sus lugares y retomaron el sueño. Cuca abrazada a su padre, de medio lado, con el muslo sobre los suyos, muy cerca de su sexo que había recuperado su tamaño original. Tía Carmen boca abajo, con los brazos recogidos sobre el pecho y respirando muy profundo. Kiko, ahora sí, dormía. Las gemelas ajenas a la escena tremenda que se había desencadenado a su lado.

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Comentarios enviados para este relato
NuriayPascual (3 de February de 2013 a las 22:30) dice: excelentemente escrito y descrito, la situación de partida prometía, pero se desinfla por no resultar creible la situación de desenlace y que este desenlace realmente no lo sea...entiendo que hay una segundaa parte

NuriayPascual (3 de February de 2013 a las 22:22) dice: excelentemente escrito y descrito, la situación de partida prometía, pero se desinfla por no resultar creible la situación de desenlace y que este desenlace realmente no lo sea...entiendo que hay una segundaa parte

katebrown (18 de October de 2022 a las 21:35) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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