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Visita vespertina

Relato enviado por : atletl el 09/04/2013. Lecturas: 2214

etiquetas relato Visita vespertina   General .
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Resumen
Carmela era una muchacha de aspecto frágil, estructura menuda y cuerpo espigado. La extraña belleza de su semblante lánguido recuerda la delicadeza de una flor agonizante, flotando en el agua enrarecida de una fuente olvidada. Y es que toda ella estaba rodeada de un halito mortuorio... ¡Como si la misma muerte fuera su sombra!


Relato
La tarde estaba fresca, pálida, tan a gusto que decidió que era el momento de su paseo de la tarde por el jardín trasero. Como de costumbre, Carmela recorrió el largo pasillo vacio que conectaba las dos alas de la casa. El silencio, interrumpido solo por el débil eco de sus pasos, era casi total.

Carmela era una muchacha de aspecto frágil, estructura menuda y cuerpo espigado. La extraña belleza de su semblante lánguido recuerda la delicadeza de una flor agonizante, flotando en el agua enrarecida de una fuente olvidada. Y es que toda ella estaba rodeada de un halito mortuorio... ¡Como si la misma muerte fuera su sombra!

Caminando con paso acompasado y lento, como si hubiera espantado al tiempo, atravesaba un jardín abandonado, ligera, casi levitando, como un hermoso espectro blanco. Sus pechos delicados se erguían como dos peras tiernas, los pezones podían verse con suficiente detalle a través del largo camisón que llevaba puesto.

El lugar era realmente deprimente; el pasto, los arbolitos frutales... estaban todos secos y penosamente en pie sobre una tierra yerma. Ni siquiera había matas oportunistas, de esas que crecen caprichosamente ante la negligencia del jardinero. Pero esto a ella no parecía importarle, al contrario, el calor se apoderaba de su cuerpo cuanto más avanzaba y una emoción vibrante serpenteaba de sus entrañas, despertándola del letargo en el que parecía siempre sumida.

Su respiración se volvía agitada y todo su cuerpo temblaba como un ramal al viento. Su urgencia se hacía más intensa... ¿Por qué tardaba tanto?, ¿Es que se quedaría sola otra vez? ¡No!, tenía que quitar de su mente estos pensamientos estorbosos que solo apagaban el calor de su deseo; ella... ¡Ella solo quería tenerlo de nuevo!

El viento mecía las ramas marchitas y se llevaba a otra parte la soledad de Carmela, pero la espera se hacía insoportable. En su vientre crecía un remolino furioso que amenazaba con tragársela entera, ¡Sí!, la sensación era insufrible... y la gozaba, ¡Como disfrutaba de esa dulce tortura que la sensación del vacío, del hambre sin saciar le producía! Y es que cuanto más insoportable era el suplicio de no tener alivio, tanto más grande se hacia el deseo por satisfacerla.

Cerró los ojos y sintió un cálido aliento en la nuca que la tomaba por sorpresa; sonrió. Una mano tibia, que ella conocía, le acaricio el cuello y jugueteo con su larga melena enmarañada.

Sintió una llamarada que le subió hasta el diafragma y en este instante, su rostro demacrado se ilumino en un destello sobre humano, ella era ahora una estatua de alabastro que de la nada cobraba vida.

Los brazos de su amante la estrecharon por la cintura acariciando suavemente su contorno para luego apretarla contra su cuerpo desnudo. El dulce gesto la excito; la respiración de la muchacha se había acelerado tremendamente. Los pezones anhelantes parecían estar a punto de agujerar la delgada tela que los confinaba. Desesperada, se agitaba violentamente, se restregaba con lujuria contra aquel cuerpo que la tenia asida por el talle.

Las manos masculinas se deslizaron diestramente hacia arriba, hasta alcanzar a aquellos senos tentadores que enseguida comenzó a frotar, primero los acariciaba suavemente para después estrujarlos con vehemencia.

Carmela gimió quedamente ante el intempestivo asalto, ¡La enloquecía que la tomara así, desprevenida, sin tiempo para pensar o hacer más que entregarse a lo inevitable!
-¡Ayyy!- musito ella, cuando un violento tirón desgarro en dos el blanco velo que cubría su cuerpo; ah, que frágil, que bello era ese cuerpo blando de piel marfileña con ese matiz enfermizo que la volvía macabramente apetecible a los ojos de su amante.

Sus breves y bien redondeadas nalgas eran los buñuelos que él se apresuro a mordisquear con fuerza, paladeando cada bocado. Ella temblaba de dolor y deseo, apoyando los brazos sobre una lapida sin nombre y sin epitafio. Estaba entremetida de placer, sus pechos se balanceaban de un lado a otro mientras la lengua de su compañero le lamia el espinazo.
-¡Sigue!, ¡Si...gue!- gritaba, instándolo a devorarla.

Carmela no cabía en sí cuando sintió los labios del hombre chupando sus pechos como frutas de las que extrae una pulpa exótica. Luego, la lengua deambulo en espiral hasta llegar a los pezones, esas frutas que coronaban tan magnífico postre... y se las comió, rozándolas apenas al principio para terminar succionando hasta que quedaron intensamente enrojecidas.

Los gemidos de la chica eran ya incontenibles, y la respiración de ambos se hacía cada vez más trabajosa, entrecortada. Carmela dirigió la mano de su amante hasta su entrepierna palpitante, bañada ya en los jugos dulces de su deseo, al tiempo que son la suya frotaba con deleite la cabeza caliente del miembro endurecido.

Un grito ahogado escapo de la garganta de ella cuando los dedos traviesos de su hombre masajeaban intermitentemente su clítoris con la voluptuosa cadencia de la marea.
-¡Ahhh!- gimió, cuando un hilillo de néctar comenzaba a brotar de su manantial de delicia -¡Por favor, en el suelo!- suplico.
Enseguida, ambos se encontraban tendidos en el césped seco. Los cuerpos frenéticamente entrelazados ondulaban, se mordían, se estrujaban como queriendo fundir sus pieles, el ardor que sentían era incontrolable, los consumía, ¡Nada tenía sentido sin ellos alimentándose uno de otro!
-¡Cómeme!- ordeno Carmela -¡Te regalo mi concha!- exclamo, casi fuera de sí.
Al instante sintió que le levantaban sus nalgas y abrían sus piernas dejando expuesta una magnifica vulva color cereza. Sus ojos e abrieron, enormes, y uno, dos. Tres chillidos intensos llenaron el lugar cuando la lengua húmeda de su viejo amigo separo sus labios rosados y se interno, sondeando hasta encontrar el clítoris erecto. El comenzó a lamer despacio, casi imperceptiblemente para después tocar intermitentemente con la punta de su lengua. Semejante alteración de ritmo y fricción la estaba llevando cerca del límite, arqueo la espalda y acaricio apasionadamente la cabeza del hombre que exploraba entre sus piernas, mientras ella las estiraba y flexionaba sin control.

En el colmo de la excitación, Carmela, aferrada a su amante, le gritaba que le diera lo que necesitaba, que la dejara atraparlo ahí por un rato y después, podría irse, pues solo por un instante podría separarlos la eternidad, y no se hablo mas, se monto sobre el hombre que yacía boca arriba sonriendo, mirándola tiernamente mientras acariciaba sus rizos negros.

Se tomaron de las manos mientras la pelvis y caderas de ambos subían y bajaban encontrándose con ansiedad. Ella no percibía ya nada más que su éxtasis, estaba sumida en una cámara silenciosa y obscura como su vientre mismo; no sintió como el amante la consumía para luego llenarla de vida otra vez, ni supo en qué momento había cambiado de posición, ahora sentados frente a frente, fundidos en al abrazo amoroso que una vez unió al cielo y a la tierra.

El la penetraba con la misma intensidad con que ella lo hacía suyo ¡Cada vez más fuerte y más profundo!... hasta que la exquisita tensión se diluyo en las secreciones del deleite. Ambos se retorcían convulsivamente hasta que quedaron tendidos en el pasto, exhaustos pero infinitamente agradecidos.

Al poco rato Carmela volvía a casa y era otra la que regresaba. Estaba radiante, la mirada lánguida se había vuelto chispeante, el cutis mortecino lucia rozagante y hasta los rizos parecían estar vivos, había renacido, igual que el jardincito que había dejado atrás: frondoso, tupido.
-¿Qué seria la vida sin el favor de la muerte?, ¿No renace la vida después de hacer el amor con la muerte?- pensaba sonriente, mientras recorría de nuevo el corredor que conducía hasta su cuarto.
Una vez allí, se puso su bata negra y salía al balcón para ver como oscurecía.

Ah, vida y muerte al juntarse pueden ejecutar lo imposible y reconciliar lo irreconciliable: Carmela, como flor recién abierta, asomada al balcón mientras en el jardín de atrás la espera, como siempre, su amante muerto.

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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 20:55) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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