Categorias

Relatos Eróticos

Ultimas fotos

Photo
Enviada por narrador

Photo
Enviada por ELCASUAL

Photo
Enviada por rodolfosalinas


 

Dos más uno=3

Relato enviado por : cubanofeliz el 12/11/2011. Lecturas: 5975

etiquetas relato Dos más uno=3   Tríos .
Descargar en pdf Descarga el relato en pdf
Resumen
Mi esposa es una mujer hermosa e inteligente, cualidades que yo aprecio en gran medida. Después de conversar mucho habíamos llegado a la conclusión de que deseábamos realizar un intercambio para vivir esta nueva experiencia.


Relato
Dos más Uno = Tres
Mi esposa es una mujer hermosa e inteligente, cualidades que yo aprecio en gran medida. Después de conversar mucho habíamos llegado a la conclusión de que deseábamos realizar un intercambio para vivir esta nueva experiencia. Nos hospedamos en un hotel discreto donde acudían muchas parejas a disfrutar de su intimidad y algunos solteros que lo apreciaban por lo íntimo del lugar.
Como no conocíamos ninguna persona o pareja para invitarla a realizar un trío con nosotros decidimos que esa noche mi esposa conquistaría a ese tercer miembro con su belleza y sensualidad. Para ello reservamos una mesa en el lugar más oscuro del bar nocturno y mi esposa se vistió elegantemente. Llevaba un hermoso vestido rojo, escotado al máximo que dejaba casi fuera en su totalidad sus hermosas tetas, su cabello rojizo, y sus labios de color oscuro le proporcionaban un impactante lux en las penumbras de aquel sitio. El vestido era corto y debajo llevaba un excitante juego de calientico de color negro que contrastaba espléndidamente con su vestuario.
La estrategia era muy sencilla. Yo me mantendría en la barra disfrutando de un trago y ella quedaría sola en la mesa a la espera de un galán que la invitara a bailar o deseara conversar más íntimamente con ella. Si ese hombre se sentaba a la mesa significaba que ella lo aceptaba y yo comprendería que era el elegido para disfrutar esa noche. No pasó mucho tiempo para que el primero de ellos se acercara, le sonrió a mi esposa y comentó algunas cosas a las que ella no le dio importancia, por lo que rápidamente se alejó. El segundo candidato apareció tras unos minutos de espera. Era un muchacho de mediana estatura, trigueño, de unos 28 años, ojos color café y labios gruesos y rosados. Se acercó a la mesa y con una sonrisa dibujada en los labios la invitó a bailar. Ella lo observó por unos segundos y levantó su mano en señal de aprobación. Juntos avanzaron a la pista que estaba en semipenumbras, era la única pareja, acompañada solamente por una hermosa canción romántica.
Observé como la mano del muchacho rodeaba la cintura de mi esposa y ella deslizaba su cabello hacia atrás para que el pudiera observarla mejor. Danzaban suavemente y notaba como el susurraba a su oído palabras que la hacían sonreír. Ella abrazaba los hombros del chico y rozaba con sus tetas el pecho de él. La música disminuía su ritmo y el la acercaba aun más a su cuerpo, ya sus pechos estaban muy unidos y sus pelvis se rozaban. El muchacho de forma osada rozaba con sus labios el cuello de ella que vibraba al sentir el calor de su lengua detrás de sus oídos, las manos de el rozaban las nalgas de ella y subían y bajaban alternado con la piel descubierta de su espalda. Ella se estaba calentando con aquellas suaves caricias y la pinga de él ya se hacía notar contra la vagina de mi esposa. Así estuvieron unos minutos hasta que finalizó la canción y tras un beso en los labios se sentaron a la mesa. Desde la barra yo observaba los acontecimientos con mi pinga muy excitada y caliente.
Él le tomaba las manos y las acariciaba, mientras ella me miraba de soslayo, besaba sus labios y acariciaba sus tetas por encima de la fina tela. Después de unos minutos de caricias y conversación la invitó a subir a su habitación cosa que ella aceptó tranquilamente y me guiñó un ojo en señal de que todo estaba listo.
Me acerqué a la mesa y entonces mi esposa nos presentó - él es David me dijo- y se dirigió a él diciéndole -y el es mi esposo-. Su cara se transformó inmediatamente, pero previendo la reacción le puse una mano en el hombro y le dije -tranquilo David- , estamos entre amigos. Rápidamente le expliqué nuestra intención de compartir con él esa noche en su habitación y el terminó aceptando nuestra propuesta.
Llegamos a la habitación y bajo la tenue luz de las lámparas mi esposa me dijo: Por favor me ayudas. –Oí su voz-. Afirme con la cabeza. Le ayude, sin un gesto de más, a desvestirse-. El vestido cayó al suelo quedando desnuda delante de mí, ese cuerpo que había visto al trasluz, ese cuerpo que llevaba puesto aquel juego de ropa interior de color negro, que había provocado en mí la insinuación de la atracción. Ahora se ofrecía sin ningún tipo de vestidura, tal y como era, haciéndolo a mis ojos aun más valiosos. Nuestras miradas se posaron en ella, transcurrió el tiempo, el preciso para asegurarse que aquello era cierto, pero estábamos preparados para lo que ocurriese.
Estábamos mirándonos en silencio. Trato de decir que hablaban nuestros ojos sin palabras. No sé que se produjo entre nosotros: una corriente casi invisible, un entendimiento más hondo aun que el de costumbre. Una certeza tacita y reciproca. Presentí que iba a suceder algo importante. Ninguno de los dos se decidía a dar el primer paso: yo porque me exponía a una situación peligrosa, él por pura precaución. Cada uno tenía sus preferencias. Ella con respecto a las mías jugaba con ventaja. En ese instante, en la proximidad de nuestros cuerpos medio desnudos, el único vínculo que nos unía era el deseo carnal de entregarnos a la lujuria.
Mi esposa se acercó a David, su mano voló hacia el brazo de el posándose sobre su codo, y en una estudiada escena fue subiendo por el lateral de su brazo hasta llegar al hombro. Con delicadeza sus dedos oprimieron su clavícula en un gesto entre: la duda del atrevimiento y la duda de desentenderse. En un acto reflejo la mano de David se poso en su pecho, haciendo desaparecer su ajustador. Los dedos de su mano jugueteaban en la nuca de mi esposa, en una caricia reanudada, como si hubiera comenzado mucho antes y no tuviera fin y sus ojos se cerraron un instante, ese inaugural instante para el disfrute. Al contacto de su otra mano que fue a parar al ombligo, ella dio un respingo y un reflejo de sus labios sonrió. En un acto de valentía ella le desabrocho el pantalón a David, que cayó al suelo por su propio peso, sirviéndole de excusa para aproximarse un poco más hacia su cuerpo.
Yo que los observaba me sentía aturdido, un exceso de emociones rodeaban aquella erótica escena. La proximidad de ambos era tan poderosa, tan contundente, tan crispante. Sin la necesidad de una sola palabra, la persuadió de lo que podía suceder, de que había llegado donde ella esperaba, de que todo estaba bien. Todo… De que todo estaba como debía de estar y donde debían estar.
No quedó tiempo. David adoso sus labios a la boca de mi esposa y le dio un beso cálido, conciliador, perfectamente medido para que yo me percatase de lo caliente de ese beso. Ojala pudiese calibrar el mío de la forma que lo hacia él. Ese primer beso nos permitió esconder mucho de aquel instante. Mi esposa levantó la cara hacia él y lo besó de nuevo, no porque su beso le faltase un poco de entusiasmo, sino porque, no estaba segura de si me había llegado a convencer a mí. Comprobar la comprobación.
Intuía hacia donde nos llevaría todo esto, se estaban rindiendo el uno al otro, centímetro a centímetro, lo notábamos, pero notaba que aun mantenían cierta distancia entre ambos. Incluso cuando sus caras se tocaban, sus cuerpos se hallaban muy lejos. David pasó su pulgar sobre los finos labios de mi esposa comprobando cuanto deseaba ella que no acabase, quería su lengua junto a la suya porque en todo en lo que se habían convertido era en dos lenguas húmedas revolviéndose una en la boca del otro. Solo dos lenguas, todo lo demás no era nada.
En aquella habitación estábamos temblando, no por la vorágine en que nos precipitábamos, sino por nosotros mismos y las connotaciones que nos envolvían. Nos abrazamos los tres, fue un acto conciliador, nos acurrucábamos en el pecho del otro. Nos contagiábamos una serenidad ficticia, él también estaba nervioso. Estábamos viviendo acontecimientos tan poco comprensibles que nada de lo que sobreviniera iba a producirnos demasiada conmoción.
Nos miramos con tal intensidad que ella aparto la vista, se sonrojó. Aun así pasee mi mirada por su cuerpo desnudo, descubrí, cubierto bajo el calientico su sexo, la manifestación de un ímpetu que se cumple. Mis ojos lo acariciaron.
Pude comprobar que el mío también estaba empalmado. Me aproxime a su cuerpo, estábamos el uno frente al otro, nos separaba lo abultado de mi pinga.
• ¿Estás seguro que esto es lo que quieres? –preguntó ella como si esta incertidumbre fuese el motivo de nuestros titubeos.- ¿Lo has pensado bien?
Asentí varias veces sin pronunciar palabra. Me cogió la cara con ambas manos y se me quedo mirando con sus ojos pardos -¿Puedo besarte? –su voz retadora y desafiante.
El derecho fue el culpable y ambos sabíamos que habíamos cruzado el umbral.
No teníamos ojos ni oídos sino para lo que sucediera entre aquellas paredes. Para nuestros cuerpos.
Que importantes eran para nosotros nuestras lenguas. Todo lo lamían, todo lo investigaban, todo lo saboreaban… Se introducían por cualquier parte, tan limitados, tan insuficientes, por entre los labios. Nos absorbía la escena tan lejana y tan inmediata a la vez. Nuestros cuerpos por fin se abrazaban, los sexos se rozaban en apariencia impávidos, aguardaban toda la exclusividad en el sexo, toda intimidad entre nosotros había desaparecido, todo era ya de los dos. David nos observaba mientras acariciaba su pinga, también dura de tanta excitación.
Las manos de mi esposa acariciaban mi rostro, mi cuello, la nuca; mis manos le recorrían la espalda no muy ancha devolviéndole caricias y cosquillas. Nuestras bocas no se separaban, era la avidez consciente de tener en nuestros labios el deseo del otro. El desfogue, de lo novedoso, comprobar y probar que lo que estábamos haciendo agradaba.
Su boca abandono la mía para enseguida aventurarse por el cuello de David; alternaba besos con pequeños mordiscos. De repente, se entretuvo la punta de su húmeda lengua jugueteando en el lóbulo de su oreja, un pequeño mordisqueo cosquilleó toda su espalda. Lo capturo entre sus dientes y con la lengua jugueteaba a la vez que lo dejaba escapar succionándolo levemente para volver a empezar de nuevo. Mientras, mis manos acariciaban sus pechos, escapándose hacia su cintura, hasta el límite de la prudencia que lo marcaba el elástico del blúmer; volvieron a subir cosquilleándole la piel vibrando cada nervio, un pequeño respingo venía acompañado de una pequeña risa que se le escapaba de entre sus labios juguetones en que aun se demoraban en la oreja y el cuello de David. Como si aquella zona para ella fuese un fetiche erótico. Entre nuestros cuerpos todo era estimulante, una sensación refrescante y maravillosa. Note mi pinga armada, turgente, sofocada por mis calzoncillos. El cosquilleo de sus labios erizaba cada pelo del cuerpo de David. Se le escaparon dos jadeos, la excitación se iba apoderando de él, sus manos acariciaban los pechos de mi mujer, entreteniéndose con un pezón.
Mi esposa lo separó levemente de su cuerpo y con un descaro permitido, dirigió su mirada a la pinga de David: durísima y empalmada, no podía albergar más cantidad de sangre, las palpitaciones hacían que la tela de su calzoncillo cobrase vida. Como leyendo mis deseos rozaron sus sexos, como suave caricia de mis yemas, como si fuese un objeto delicado y esperado, lograban que su mente y su cuerpo convergieran y el silencio interno devoro el bullicio de su jadeo. Su respiración levemente acelerada daba muestras de su incipiente excitación.
La pinga de David, custodiada por el calzoncillo estaba a punto de reventarlo y su cuerpo temblaba. Los labios de mi esposa se encaminaron hacia su pecho, con una cierta pelusilla que poblaba entre sus tetillas y una ligera alfombrilla que le formaba en el ombligo. Le agarró a él las tetillas con las yemas de sus dedos acariciándole los pezones poniéndoselos duros y erguidos. Incitaban al juego, a chuparlos, a engullirlos, a lamerlos, a trajinar un entusiasmo, una excitación de los nervios. El reto empezaba ahora. Dejó de acariciarlos y dio paso a la acción de su boca; su lengua húmeda y caliente comenzó a recorrer el borde de su tetilla hasta llegar a su epicentro. Humedeció las nerviosidades para soplar sobre ellas persiguiendo su cometido de tentar con frió. Iba alternando de la una a la otra. Empezó a estimular el pequeño pezón con la punta de la lengua, y acto seguido sin dar descanso lo succionaba con sus labios como si pretendiera arrancárselo. Lo dejaba reposar, descansar para resarcirse con cada uno de ellos. Embestía con sus dientes, pequeños mordiscos alternados con lametazos que iban supliendo dependiendo del grado de su excitación. Ardía en deseo, consumía cada pezón, los devoraba con una avidez como si para ella fuese la última vez. Su cuerpo temblaba de placer, su piel disfrutaba de cada caricia. Como si dedales de coser se trataran le dejó los pezones a David. Su cuerpo se tensaba, los músculos de su barriga se contraían, la cabeza echada hacia atrás con una boca entreabierta ahogaba un gemido de autosuficiencia mezcla de dolor placentero, unos ojos entrecerrados, le otorgaban a su rostro facciones que descubría significados que las palabras no hacen aparecer. Su cuerpo se enervaba sobre la punta de sus pies desnudos.
Me di cuenta que había mojado la tela del calzoncillo. La escena me incentivaba y me complacía. Mi mano no pensaba, actuaba sola, encontró la dureza que, aunque desplegada en toda su longitud, descansaba tendida hacia la izquierda. Con toda la palma de mi mano rodee la protuberancia esponjosa, acaricie el objeto suave y tibio, recorrí su longitud palpando sus gruesas venas. Con un movimiento lento y cuidadoso hago descender por mis piernas bien moldeadas el calzoncillo.
Observaba ahora a mi esposa masajear el glande de David delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasándola una y otra vez y otra y otra más por el mismo lugar que su pene expulsaba líquido pre seminal. Se moría de ganas de comerse aquel pene jugoso. Su mano se aferró, subiendo y bajando el prepucio varias veces, alternando movimientos rápidos y lentos. Era verdaderamente envidiable. Sus testículos eran redondos, colgantes con copioso vello. Mi mujer los sobaba con su mano, acariciándolos, para satisfacer una delicadeza que venía imperada mas por una precaución de no hacerle daño que por darle placer. Ella lo sentó en un butacón. A partir de ahora su boca tomó protagonismo, pequeños besos cariñosos recorrieron toda la superficie del glande, continuaba acariciándole con la lengua que le recorría todo el tronco de arriba abajo, notaba sus venas en la travesía, la húmeda excitación, su cuerpo resplandeciente, la recorrían unas venas que estaban hinchadas de bombear tanta sangre. Tomó su glande, era suave, empezó a acariciarlo con su lengua, que formaba un molinillo, cada pedacito de esa piel morada era tomado por la lengua de mi mujer, era salivada para volver a pasar una y otra vez por el mismo lugar. Acto seguido se tragó la punta de su pene, lo acariciaba con los labios, primero suavemente e iba intensificando le presión de sus labios sobre aquel esponjoso pedazo de piel. Un par de metidas en su boca, él le pidió que parase, unos hilillos de líquido transparente empezaban a salir. Le suplico que parase, un fuerte resoplido salió de su boca, estaba a punto de venirse. No aguantaba más. Ella le dio una pequeña tregua.
Se pusieron los dos de pie.
David estaba completamente caliente. Decidió multiplicar el placer de mi mujer, llevando sus caricias más allá de su cintura, más allá del límite que no se atrevía a rebasar por prudencia. Apretó sus nalgas, con fuerza pero al mismo tiempo con cuidado, con cariño, provocando que del otro lado mi pinga comenzara a reaccionar. Y sus ojos… siempre en contacto con los de ella, haciéndole desear sus labios, sus pecho, su culo, singársela allí mismo, en este instante, hacerla suya por primera vez. David cogió una las manos de mi esposa y la colocó sobre mi pinga. Intuí que para él sería la primera pinga que acariciaba, poseída entre sus manos. Ese gesto nos inyecto pasión a los tres. Mi prominente erección, se exhibía ante sus ojos que no se apartaban de ella. Una efervescencia imaginaria le rebullía en su cuerpo: ganas, deseo, tentación grande de dejarse sucumbir, atrapar por ese pedazo de carne para disfrutarlo. Mi esposa, de frente al butacón, inclinó levemente sus caderas hacia delante en un gesto de aprobación. David notaba el tacto suave y caliente de la palma de la mano de mi esposa sobre su sexo. La tersura y la suavidad de la tibia piel que a su vez era dura y agresiva. La suave pilosidad masculina y ese olor peculiar que nunca dejaría de sentir. Mi mujer creyó que el corazón le saldría del pecho con un estallido. La emoción le hacía sentir la boca seca.
Estaba disfrutando tanto de esta situación que creí que me vendría allí mismo en sus narices.
Con un morbo incontenible, con una libido tan alta que casi pareció que estaba soñando, con un deseo que aumentaba de momento a momento; yo note endurecido, envarada mi pinga en mis manos. Comencé a masturbarme.
• Déjate llevar.- me susurró mi esposa, mis ojos la envolvieron saqueándole sus miedos.
Seguidamente David la sentó en un banco refirmándole la espalda sobre la pared, le abrió las piernas y empezó a masajear su chochito depilado, lo sobaba, lo estrujaba, lo acariciaba con su mano como una fruta que estaba inspeccionándola antes de comprarla para luego comérsela. Lo besó con un tenue gesto de sus gruesos labios en cada uno de ellos; los olió, retuvo su olor dentro de su cuerpo por algunos segundos y volvió a repetir el gesto un par de veces más. Acto seguido se dejo llevar. Con su lengua empezó a lamer los labios vaginales de mi mujer, a humedecerlos, los salivaba con premura, como si con ellos le fuese el poco tiempo que teníamos de pasar juntos e inadvertidos, la avidez de su boca y de su lengua hacia que pasase de un placer agradable, bondadoso, encrespado a un temor cauteloso por el daño que podía causarle. Las manos de mi esposa sobre la cabeza de David iban acariciando su pelo a la vez que lo iba guiando en su ímpetu. De repente los labios vaginales de ella desaparecieron dentro de su boca. Esa alegrada exhibición de placer: su chocho dentro de su boca y mi pinga tremendamente dura sin caberle una gota más de sangre hizo que nuestros ojos se encontrasen. Avaricioso por ese gozo sensual que nos estremecía y esa riqueza puesta a disposición de la hermosura se demoro en esa zona de placer físico. Ella cerró los ojos, la lengua de David martirizo un poco mas aquella zona, notaba y sentía como su lengua entraba y salía del chocho de mi mujer, ahora con más suavidad y cada vez más húmeda y salivada. Su afilada lengua la relamía, la saboreaba, la devoraba. Un cosquilleo nacía en la parte inferior de la columna de mi esposa atravesándole hacia arriba toda la espalda. Una de sus manos se aferro al borde del banco.
Mi esposa se irguió y tomó mi glande, volviendo a presionar con distinta intensidad con sus labios: desde una suavidad apenas apreciable hasta succionarlo con una fricción a punto de arrebatármelo. Sus dos manos cogidas al borde del banco hacían fuerza, tensaba los músculos de su cadera y de sus piernas. Contorsionaba su vientre al ritmo de los latigazos de placer que provocaba la boca de David en su chocho, la mamaba, mientras ella me contagiaba a través de mi pinga para acabar estallando en mi cerebro. Iba relamiendo mi capullo, como un chupachupa de un manjar exquisito, actúa cada parte, cada músculo de su boca. Acto seguido ataqué toda su boca. Entraba y salía de su boca, una y otra vez, con un ritmo lento, constante, rítmico para que fuese consciente de cada descarga de placer que le provocaba mi pinga. Pausadamente ella iba marcando un ritmo acelerado en la mamada de mi firme pinga para que el estallido de deleite fuese constante y apetitoso, agradable y vertiginoso. Su cuerpo se encabronaba, se arqueaba, se entrecortaba una respiración de gemidos sofocados. Yo estaba disfrutando. Le pedía más, mas, mas, que no parase, pequeñas blasfemias se escapaban de mi boca sin ser terminadas de pronunciar. Aguijoneado por fuertes palpitaciones, latidos que se perciben, inicio una lenta y prolongada exploración a lo largo y ancho de la geografía palpitante de mi mujer, la acarició, sus tetas deleitan mis manos. Su mano femenina recorre el largo camino hasta la base de mi pinga, palpa curiosa, oprime un poco, y aprieta un fuerte latido. Impertinente va hacia arriba donde una protuberancia entre esponjosa y dura se hincha al tacto. Empiezo a venirme.
Arrodillada delante de mí bastó una leve presión ejercida por la pelvis de David para que los labios de ella se abrieran y dejaran entrar en su boca el pene hinchado de él, con su morado y suave glande. Su lengua empezó a saborearlo, acariciarlo, recorrerlo. Empezó nuevamente su mamada. Tuvo total y absoluta libertad para explorar aquel campo desconocido para ella hasta apenas un momento antes. Acarició, palpó, tocó, besó, chupó y succionó todo lo que él puso a su disposición.
Estuvimos un buen rato, nosotros de pie y ella arrodillada jugueteando con su pene y mis testículos. Tanto se relajó David que por un descuido casi se viene dentro de boca de mi mujer.
La levantó indicándole que se sentara en el butacón. Su pinga se balanceaba excitada. Los dos sabíamos que esta era la última embestida. Ella empezó a masajear el glande de la pinga de David delicadamente, raspaba la cabecita con la yema del dedo gordo pasaba una y otra vez y otra y otra más por el mismo lugar de su pene que ya expulsaba liquido pre seminal que a su vez le servía de lubricante, de hacerle de nuevo rebullir de placer, tensar con cada fustigado en su pinga cada músculo de su cuerpo. Las dos manos de mi mujer se aferraron a su glande ordeñándolo, primero con movimientos lentos, sincronizados para ofrecer un placer constante, luego rápido, conmovedor. Con la otra mano le acariciaba las nalgas peludas. Se atrevió a deslizar un dedo por la superficie de la raja de su culo. Una sonrisa le vino a los labios y en un gesto instintivo echó su culote hacia delante. Ese gesto por su parte la hizo atreverse a aventurarse un poco más allá. Continuaba acariciándolo superficialmente y de vez en cuando su dedo se introducía rozando la parte interna de su nalga, aquel trocito de carne que guardaba su deleite preferido.
Yo observaba la escena.
El cuerpo de mi mujer era una apetencia de sensaciones desmadradas, incremento vertiginoso, necesidad acuciante de llegar hasta el final. David ensalivó su hoyuelo y empezó a trastear su culo, a introducirlo, a dilatárselo poco a poco. Entraba despacio, abriendo camino a una profanación cerrada, tenia medio dedo dentro jugueteando a un mete y saca ligero, para que su orificio se fuese acostumbrando, de repente paró y en una embestida le introdujo el resto del dedo. La carne de su mano rozaba la carne de las nalgas de mi esposa. Ella dio un respingo sobre el butacón, tensó todo su cuerpo, abrió los ojos y de su boca salió un gemido que me hizo temer ser descubiertos por los otros huéspedes. No hay palabras para describir su estado de excitación. David se detuvo antes que ella llegase al clímax, antes de que se viniese. Saqué del bolso de mi esposa un tubito de crema hidratante. David se embadurnó los dos dedos para facilitar la entrada. Colocó sobre sus hombros las piernas de mi esposa, su pinga apuntaba a su culo, y empujo, esta vez entró muy profundo, o eso fue lo me pareció, o con mayor rapidez que antes, acariciando cada rincón de su culo que permanecía en alto, esta vez sus embestidas eran más suaves y lentas. A partir de aquí David se desbocó, sus embestidas eran fuertes y profundas. Ritmo desenfrenado y desaforado.
• Ya, ya, ya, ya….
Decía mi esposa mientras David se la singaba por el culo
• Me vengo, me vengo, no aguanto más. Coñooooooooooo, que ricoooooooo…
El primer estadillo de su semen se estrello en medio del culo de ella, en el principio del clímax sus movimientos espasmódicos hacían que su cintura se convulsionara haciendo aumentar, entregándose a una lujuria del placer anal que le provocaba la pinga de David, tras este primer estadillo le siguieron tres o cuatro más llenando su ano de lechita caliente. Su rostro desencajado, la boca abierta, cada músculo de su cuerpo tenso. Su semen era blanco y espeso, mi esposa le exprimió todo el semen que almacenaba dentro de sus testículos. Tras esta escena extraordinaria e impensablemente vivida, estaba tan caliente que empecé a masturbarme sin dejar de mirarlos. En un arrebato ella se incorporó levemente, para tomar mi pinga en su viril mano, nos acoplamos como pudimos sin dejar de hacer cada uno nuestra tarea encomendada.
En seis o siete vaivenes de su mano sobre mi pinga me sumerjo en el éxtasis, a la vez que me venía, lanzándole un enorme chorro de semen que se estampo contra su pecho, mi respiración era agitada, sentí todo mi cuerpo vibrar, una sensación cautivadora de relajación provoco una sonrisa en mis labios. Nos limpiamos y aun sin vestirnos nos besamos como si en ello nos fuese la vida.
Mi esposa deseaba que David cogiera su chochito y casi sin dejarnos respirar lo tumbó encima del sofá. Con la chocha bien abierta se subió encima de él y se fue introduciendo cada centímetro de la pinga de David en su interior mientras el le acariciaba las tetas. Se tumbó sobre su pecho y besaba sus labios. Ahora su culito lleno de leche estaba al aire, giró su rostro y me dijo –cógeme por el culito papi- a lo que rápidamente accedí. Su culo estaba muy dilatado y lubricado por lo que acomodé la cabeza de mi pinga en su ojete y con una ligera presión se la fui metiendo mientras ella le comía los labios a David.
Yo sentía la dureza de la pinga de David en el interior de la vagina de mi mujer, solo separados por una fina piel, ambos nos movíamos y ella gritaba de placer asiiiiiiiiiiii, ricoooooooooooooo cojonessssss, singuenme coñooooooooooo, así papiiiiiiiiii y sentí como por sus piernas chorreaba su leche. Cayó sobre el pecho de David y en un último meneo arrancó de mis entrañas la leche caliente y espesa. Quedamos los tres acurrucados, uno sobre el otro, jadeando de placer y satisfacción.
Cada segundo de esa hora fue para mí la promesa de mejores momentos por venir.

Disfrútalo
Besos
Tu esposo



Otros relatos eroticos Trios

Me puse de acuerdo con mi compadre y por primera vez comparti a mi esposa.
Relato erótico enviado por Rogelio Cortez el 29 de July de 2010 a las 00:59:26 - Relato porno leído 199831 veces
Cuidado con las amigas de sus novias, lean lo que me paso full bien
Relato erótico enviado por mordot el 30 de January de 2009 a las 23:17:36 - Relato porno leído 159112 veces

primer trio en familia

Categoria: Trios
DESPUES DE DIEZ AÑOS DE CASADOS COMENZAMOS A PROBAR COSAS NUEVAS
Relato erótico enviado por Anonymous el 01 de March de 2010 a las 00:16:23 - Relato porno leído 149699 veces
Como realice una fantasia con mi esposa, un amigo y el amigo de mi amigo
Relato erótico enviado por superiguana el 30 de May de 2012 a las 00:00:01 - Relato porno leído 137310 veces

la playa nudista

Categoria: Trios
Comencé a notar placer, pues su polla restregándose contra mi clítoris me hizo sentir algún que otro espasmo. Mire otra vez a mi marido. El se la estaba meneando mientras veía como me follaba Ramón. Aquello parecía gustarle. Seguro. Ramón tiene un buen cipote y sabía usarlo como debe ser. Yo levantaba mi culo para que penetrara más a fondo......mientras miraba a mi marido.
Relato erótico enviado por coronelwinston el 16 de March de 2009 a las 17:00:00 - Relato porno leído 129562 veces
Si te ha gustado Dos más uno=3 vótalo y deja tus comentarios ya que esto anima a los escritores a seguir publicando sus obras.

Por eso dedica 30 segundos a valorar Dos más uno=3 . cubanofeliz te lo agradecerá.


Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 21:20) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


Registrate y se el primero en realizar un comentario sobre el relato Dos más uno=3 .
Vota el relato el relato "Dos más uno=3 " o agrégalo a tus favoritos
Votos del Relato

Puntuación Promedio: 5
votos: 1

No puedes votar porque no estás registrado