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El Desafío ( CON fotos)

Arandi Relato enviado por : Arandi el 11/03/2015. Lecturas: 5241

etiquetas relato El Desafío ( CON fotos)   Estudiantes .
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Resumen
Roberto tenía fama de conquistador y cogelón en la prepa donde estudiaba...


Relato
Roberto Rodríguez, como usualmente lo hacía, estaba tras una nueva conquista en la preparatoria donde “estudiaba”. Esta vez se trataba de Deyanira, una chica bastante popular por ser una de las más atractivas de la escuela: senos grandes, redondos y firmes, bastante desarrollados para su edad; escueta cintura; nalgas paraditas; piernas bien formadas, debido a su gusto por el ejercicio; y rostro de finas facciones. Tales características vestían a aquella chica.

Deyanira no era ninguna ingenua y sabía sacar partido a sus cualidades que tanto atraían a los chicos. Consciente de su belleza, no dudaba en obtener beneficios de los chicos que frecuentemente engatusaba, sin siquiera regalarles un beso. Ese día vestía una camiseta bien pegada al cuerpo y una muy corta minifalda de tipo porrista que combinaba con calcetas blancas y tenis.

—Anda, ¿qué tanto es tantito? Lo vas a gozar, eso es una garantía conmigo —le decía Roberto.

—¿Ah, sí? Me lo garantizas, así como así —le respondió ella.

—Estoy seguro que te dejo tan complacida que me vas a implorar que te dé más.

—¿A poco? Que sea menos.

—¡De veras! Nunca he tenido queja.

Roberto se acercó tanto a Deyanira que ésta ya se tragaba su aliento. Él estaba a punto de darle un beso cuando ella le plantó una mano sobre el pecho y con fuerza lo alejó.

—Para mí que tu fama es puro choro.

—Mira, déjame mostrarte que no es así. Ven, acompáñame acá atrás, al fajardín, y te lo demuestro.

—Ajá, hasta crees.

—Ven, déjame mostrarte. Vas a ver que tú misma me pides que hagamos todo el numerito.

—Ay, ajá. Y tú qué dijiste, ésta se va a bajar los chones solita. No, fíjate —le dijo con rotundidad Deyanira.

—Te estás haciendo mucho del rogar. Qué se me hace que eres pura mosquita muerta. No más falta que lo que las otras chicas dicen de ti sea verdad.

Picada en su orgullo, Deyanira se prendió.

—¡¿Qué chicas?! ¡¿Qué dicen de mí?!

—Pues nada, por ahí dicen que sólo eres una calienta vergas. Que nomás prendes el boiler y no te metes a bañar. Que lo haces por llamar la atención.

Por la expresión en su rostro, parecía que Deyanira iba estallar de coraje tras verse ofendida. Por un momento Roberto no supo si Deyanira descargaría contra él su enojo con una fuerte bofetada, o sí, por el contrario, su estrategia daría resultado y aquella chica le brindaría su cuerpecito nomás para probar que dicho chisme no era cierto.

La expectativa terminó cuando Deyanira le sugirió algo.

—Mira, vamos a hacer esto... a menos que me demuestres que eres capaz de provocarle un orgasmo a una chica que ni conozcas yo nomás no aflojo. ¿Qué te parece?

—A ver, ¿cómo? —respondió Roberto, intrigado.

—Sí, mira, es fácil. Te reto a que me demuestres que de verdad eres muy picudo. Vez a ese grupo de chavas que están sentadas en aquella jardinera —dijo Deyanira, señalando a un grupo de chicas sentadas a unos metros de ellos.

Roberto vio a las cuatro chicas. Ninguna se veía tan buena y sexosa como Deyanira, por el contrario, de hecho Roberto sabía muy bien que aquellas, o por lo menos tres de ellas, eran de las más modositas de la escuela. Siempre bien portadas y cumplidas, “niñas de casa”.

—Pues te desafío a que las convenzas para hacer el amor contigo.

—¿Cómo? ¿A todas juntas?

—No seas tonto. A una por una. Enamóralas, hazlas creer, a cada una, que son la mujer de tu vida y date el gusto de un buen acostón para luego dejarlas. Después de todo eso es lo que haces, ¿o no?
Roberto sin reflexionar mucho en las palabras de Deyanira le respondió

—Ok. Y si lo logro. ¿Qué hay para mí? —interrogó astutamente.

—Pues, si de verdad veo que eres tan bueno, te cumpliré todos tus más cachondos deseos y verás que no soy ninguna mosquita muerta.

Tras contestar, Deyanira usó sus dedos, como si se trataran de las largas patas de una araña, para recorrer el pecho de Roberto hasta llegar al bulto prominente de su cremallera, en donde movió aquellas falanges haciéndole cosquillas al chico.

—Va —le respondió Roberto, animado.

Roberto Rodríguez caminó hacia el grupo de amigas con total confianza. Al estar junto a ellas se dirigió a la más callada.

—Hola, disculpa, ¿tú eres Paola?

La chica, que usaba unos lentes cuyo diseño le asentarían más a su abuela, asintió mientras sus amigas interrumpieron de golpe su plática al ver que aquel galán se dirigía a la más tímida del grupo.

—Oye, escuché que tú eres buena en matemáticas y me preguntaba si me puedes asesorar un poco —continuó Roberto.

Tras un breve silencio por parte de Paola Roberto prosiguió hablando.

—Te prometo que te pago, si ese es el problema, dime cuanto me cobrarías.

La chica inmediatamente se sonrojó y nerviosa contestó.

—Ah, no, cómo crees. Nada más dime cuáles son tus dudas y veo si te puedo ayudar —le dijo Paola, al mismo tiempo que se ajustaba las gafas.

—Okey, ven.

Roberto, tan atrevido como era, tomó a Paola de una mano y, para sorpresa de ella y de sus amigas, se la llevo de allí.

Paola apenas si pudo seguir el paso de Roberto quien, sin soltarla, la condujo atrás de unos salones. Allí, en las áreas verdes alejados de miradas indiscretas, según parecía por lo aislado y los matorrales que los rodeaban, la pareja se quedo mirándose uno frente a otro.

—Bien, ¿cuáles son tus dudas? ¿Dónde están tus apuntes? —preguntó ingenuamente Paola.

—Mira te voy a enseñar mi duda —respondió Roberto y posteriormente se bajó el zipper—. Te dije que te iba a enseñar mi duda, perdón, quise decir mi dura, mi dura verga.

Un robusto falo de carne escapó por la cremallera abierta del pantalón de Roberto quien la miraba con una sonrisa. Paola, atónita, se quedó con la boca abierta y sin decir palabra al ver aquel pedazo de carne que mostraba vida ya que la rubicunda cabeza se hinchaba a intervalos creciendo cada vez más. Parecía que Roberto la inflara a voluntad.

Por la expresión de la chica parecía que era la primera vez en la vida que Paola contemplaba un apéndice como ese.

Asombrada, también, quedó Deyanira, quien los espiaba detrás de un arbusto. Ese falo era particularmente largo y grueso, casi como el brazo de un niño pequeño. Parecía que a Deyanira se le hacía agua la boca de sólo contemplar dicho instrumento masculino.
Roberto rápidamente se abrazó a aquella chica que tenía enfrente y la besó no dejándola emitir negativa alguna. Paola, prácticamente, se derritió en los brazos de aquel muchacho quien tenía la situación dominada.

Paola que, si bien, no parecía muy bonita de rostro, sí tenía unas anchas caderas que se antojaban para aferrarse de ellas mientras se le atacaba por detrás, y Roberto no se conformó con sólo pensarlo pues la giró para colocarla frente a la pared de un salón de clases.

—Oye, ¿qué haces? —preguntó la inocente chica mientras Roberto ya le metía las manos bajo la abultada y larga falda que vestía para bajarle los chones.

—Tú sólo ponte flojita y cooperando —le dijo Roberto mientras ya ensalivaba la palma de su mano para posteriormente lubricar con ella su miembro.
Roberto alzó aquella amplia falda y sin decir agua va se la dejó ir hasta el fondo. La chica emitió un grito agudo y fuerte, una lágrima se le escapó por uno de sus ojos, pero a pesar de su pesar supo mantener la postura. Paola incluso paró más su trasero cuyas amplias caderas lo hacían parecer enorme.

Deyanira, desde donde estaba, utilizó un celular con el que videograbó aquel desvirgamiento del que era testigo fiel.

—¡Pinche vieja facilota! Cayó muy rápido la cabrona —se dijo Deyanira.

—¡Ah... así! ¡Así! —por fin dijo Paola entre sollozos de satisfacción.

—Se ve que te hacía falta, ¿eh, golosa? Pero no te preocupes que para eso estoy yo. Para darte lo que te…

—Lo que te mereces, zorra —Deyanira terminó la frase de Roberto mientras seguía viendo como, inmisericorde, penetraba aquel muchacho a aquella inocente chica.

Los chasquidos al chocar las carnes eran muy morbosos y sonoros. Roberto se afianzaba de las tremendas caderas de Paola con fuerza mientras horadaba cada vez más rápido aquel antes virginal agujero.

«Pues como sea, no cabe duda que Roberto tiene bien ganada su fama» —tuvo que admitir para sus adentros Deyanira, mientras seguía contemplando a la pareja.

« Y se ve que lo hace de maravilla, la pinche Paola se retuerce como tlaconete en sal» pensó Deyanira, al ver como habían cambiado de posición y, mientras Roberto estaba recostado en el pasto, Paola se mataba solita dándose duros y frecuentes sentones sobre aquel enorme falo que la agujereaba sin parar.

En unos minutos más, Roberto cambió de posición nuevamente y colocó a Paola de espaldas al robusto tronco de un árbol inclinado. Mientras él sujetaba a Paola de las corvas, la penetraba furiosamente y, de repente, miró a Deyanira sonriéndole evidenciando así que sabía de su presencia.
Paola sudaba profusamente y, al tener a su atacador frente a ella, le confesó su sentir.

—Aaaah, me encanta. Me encanta cómo me lo haces, lo siento hasta el fondo. ¡Ay!

—No es por nada, pero soy el mejor, bebé —le respondió sin asomo de humildad Roberto.

—¡Oh! ¡No pares, no pares! No dejes de moverte que estoy a punto de… ¡aaaah!

Al poco rato, Paola quedó tendida en el pasto, con sus pantaletas hasta las pantorrillas y escurriendo líquidos seminales de su desflorada vagina. Roberto se acomodaba sus ropas y se disponía a retirarse.

—¿Cuándo te volveré a ver? —preguntó la ingenua chica.

—Tú no te angusties —le respondió el sinvergüenza.

Al volverse a topar con Deyanira, Roberto sonrió triunfalmente.

—Bueno, misión cumplida.

—Ah, todavía no. Todavía te faltan tres y esta vez quiero que las grabes en video para tener una prueba de ello.

—¿Eso quiere decir que esta vez no estarás de fisgona? —le preguntó socarronamente Roberto.

—Bueno, supongo que no a todas te las vas a tirar aquí mismo, ¿verdad?

Roberto sólo sonrió en respuesta y se alejó.

Unas horas más tarde, Roberto se presentó en casa de Carla, la segunda de aquellas amigas quien era más delgada que Paola pero de facciones más bellas. Aún estando en la entrada de la casa, Roberto le dijo que en realidad había abordado a Paola para, a través de ella, contactarla y así supo su domicilio (por supuesto eso no era verdad, él ya sabía donde vivía, pues no estaba lejos de la escuela).

El joven le pidió que lo dejara pasar para expresarle sus sentimientos. En pocos minutos, Roberto logró convencerla de sus intenciones y éste ya estaba sobre la chica quien se recostaba sobre el sillón de una pequeña sala.

Para fortuna del chico los padres no estaban y los hermanitos de Carla estaban en casa de amigos, así que pudo actuar a su antojo.

—No, detente Roberto —decía Carla cuando sus pechos ya estaban al aire libre.
Roberto besó y succionó aquellos rosados pezones. No eran unos pechos prominentes pues estaban muy acorde a la complexión de la chica, sin embargo, eran suaves al tacto.

—No me pidas que pare, lo necesito, y tú lo necesitas al igual que yo. ¿Quieres que hagamos el amor, no?

Carla sólo guardó silencio.

—El que calla otorga. Además, nadie se va a enterar —el muy descarado le dijo sabiendo que, desde su morral, su celular, previamente acomodado, grababa toda la acción.

La grabación no había sido perfecta, pero cuando se la mostró a Deyanira ésta pudo ver el momento en que Carla le entregaba su delgado cuerpo al bien dotado Roberto.

—Está bien —dijo Carla—. Pero sé gentil, por favor.

Al quedar expuesto el sexo de Carla, Roberto lo besó.

—Qué hermoso tono rosado tiene tu raja, Carla —dijo Roberto con perversidad, levantando su rostro y viéndola fijamente.

—No digas eso, me avergüenzas —le respondió Carla cubriéndose con ambas manos la cara.

Roberto calló sólo para introducir su lengua en aquel hueco virginal jamás antes tratado de esa forma. Su lengua recorrió aquel túnel privado de la chica que en poco tiempo se convertiría en mujer. Ella gemía de placer.

Los dedos de Roberto fueron los siguientes invasores en aquella gruta natural. La intimidad de la chica ya se sentía húmeda y tibia.

—¿Estás lista Carla? —preguntó él.

Pese a la pregunta, Roberto no esperó respuesta y, tras colocar la punta de su miembro a la entrada vaginal, empujó sin detenerse.

—¡Ay! ¡Para! ¡Para! —gritó la chica al sentir un dolor agudo y horrible.

Roberto hizo caso omiso a la petición de Carla y no se detuvo hasta que su vello púbico hizo contacto con el de ella. Tras unos minutos más de fricción, por fin el dolor se convirtió en placer para aquella delgada chica quien no quería que terminara jamás.

Sin embargo, todo tuvo que concluir inesperadamente pues sus hermanitos ya estaban de regreso. Afortunadamente ellos, al ser muy pequeños, no contaban con llave y así tuvieron que tocar el timbre, lo que le dio oportunidad a Carla y a Roberto a reincorporarse y vestirse.
Antes de salir de la casa, ella le pidió que volvieran a verse y éste prometió hacerlo, aunque él no esperaba que eso pasara en mucho tiempo.

Cuando Deyanira terminó de ver el video se le veía satisfecha.

—Ahora sólo te faltan dos.

—Y no me puedes dar un adelanto —dijo él acercándosele.

—No, ni se te ocurra —y separándosele un poco le dijo—. Todo esto va a ser tuyo, pero cuando acabes.

Deyanira dijo esto último al mismo tiempo que sopesaba sus bien formadas tetas que prácticamente llenaban las palmas de sus manos.

A Roberto se le hizo agua la boca. «Eso sí que era una mujer» pensó para sus adentros. A ella sí la tendría por horas y horas aullando de placer, y en varias posiciones; no sólo se conformaría con mojar la brocha.

Al día siguiente le llegó el turno a Lorena, la menos recatada de las cuatro amigas. Aquella chica, si bien era amiga de las otras “pudorosas” chicas, estaba lejos de ser virginal; usaba muy cortas minifaldas y, si bien no tenía novio conocido, era evidente que no era ninguna ingenua en las cosas del amor. De hecho ella mostró más iniciativa y fue más participativa que sus amigas. Rápidamente respondió al chico

Fue idea de Lorena ir a una de las azoteas de la escuela y, junto a los tinacos del agua potable, por cuenta propia agarró el paquete que Roberto guardaba bajo la cremallera de su pantalón.

—Duro como roca —así calificó, entre besos, el aparato del chico.

La pareja se besaba con calentura. Parecían tal para cual. Él ya le desabrochaba la blusa y ella desabrochaba su cinturón y le bajaba su pantalón hasta las rodillas; todo velozmente, como si el apetito los consumiera.

Lorena no tardó en bajarse a “entablar conversación” con aquel falo que la esperaba ansioso de su contacto.

Roberto gozó con la experta lengua de Lorena. Nunca antes le había llamado la atención debido a que no era muy bonita, la verdad, sin embargo, ahora veía que se había perdido de una muy buena mamadora que lo hacía poner los ojos en blanco con su succión. Ahora que había descubierto las habilidades de aquella compañera no las desaprovecharía. Tomó con fuerza la cabeza de la chica y la obligó a tragárselo por completo. Prácticamente le hizo garganta profunda hasta que ella casi se ahogaba.

Deyanira estaba más que satisfecha al ver el video grabado en donde podía ver a Lorena padecer pues, además del enorme aparato sexual que se abría camino en su interior (mientras recibía la verga de Roberto vaginalmente), la chica se apoyada sobre sus cuatro miembros que sufrían el roce con la arena de la azotea. Sus rodillas se raspaban con el suelo. Fue notorio que Lorena terminó con las rodillas heridas pues éstas mostraban raspones evidentes cuando ella se incorporó. Deyanira al mirar aquello sonrió complacida.

Para la última de las cuatro chicas propuestas, de nombre Lluvia, Roberto, pese a volver a representar el papel de loco y perdido enamorado, tardó más en ganarse la confianza de la chica y le llevó más de una semana convencerla. Como era la única hija estaba muy consentida. Pero al final, así como se abrió paso en su confianza, lo hizo también entre sus pliegues vaginales que ya lamía en el cuarto de la chica.

Deyanira, quien esta vez decidió acudir personalmente para hacer la grabación a casa de la muchacha, se posicionó bajo la ventana de la habitación de Lluvia desde donde, a través de aquella, podía meter la cámara y así grabar lo que ocurría en el cuarto de la chica.
La escena era especialmente cachonda: una chica virginal como Lluvia (hija de familia) entregándose a un carcamán como Roberto, experto en los asuntos sexuales, quien ya la tenía medio desnuda mientras le lamía y lamía la estrecha e indemne vagina.

Lluvia sólo había conservado la parte superior de su ropa interior y así se entregó, pues Roberto la penetró rotundamente rompiendo su himen y su inocencia para siempre. Lluvia ya no volvería a ser la misma chica que aún dormía con ositos de peluche. De hecho, Roberto tiró la mayor parte de esos muñecos que habían estado sobre su cama para hacer espacio, y así no le estorbaran en su faena sexual.

Y vaya faena que le brindó a la antes recatada niña pues, por primera vez en su vida, Lluvia supo lo que eran las posiciones sexuales. Supo que al colocarse sobre sus cuatro extremidades, y ofrendar así su trasero, se trataba de la posición comúnmente llamada de perrito, o doggy style como ella le gustó llamarle desde ese momento. También supo a qué le llamaban cabalgar una reata cuando ella misma se convirtió en jinete o, mejor dicho, en vaquerita, pues indudablemente eso parecía, una experta vaquerita montando una terrible e indómita bestia. Y lo aprendió tan bien que igualmente lo hacía al estilo inverso, con buenos movimientos de su parte y ofreciéndole su delicioso trasero a aquel venturoso truhán.

Deyanira, desde el patio, y mirando a través de la pantalla de la cámara, pudo darse cuenta del cambio radical en Lluvia, quien distaba mucho de aquella inocente chica que destacaba en la escuela por su buen comportamiento y excelentes notas. Nadie se imaginaría el verla así, pensó Deyanira quien la veía gimiendo y gimiendo sin parar, víctima de los empellones de una verga tan grande que, daba la impresión, la podría partir en dos.

Lluvia cambiaba frecuentemente de posición como si quisiera probar todas las posibles: Abría sus piernas al máximo para dejar entrar al invasor plenamente, las cerraba para capturarlo en su intimidad. Se dejaba caer boca abajo regalando así ese delicioso culito a la insaciable boca de Roberto. Se sentaba sobre el regazo de él para que así, frente a frente, pudiera besarlo. Y todo eso estaba siendo grabado por la cámara de Deyanira, a quien no se le podía ver más satisfecha.

Al final; previamente de que aquella, antes virginal chiquilla, llegara al culmen de su propio record de orgasmos; expulsó, inevitablemente, un gas intestinal como sonora trompetilla. A Deyanira casi la delata la risa al ser testigo de aquello que, para su fortuna, lo tenía guardado en su cámara de video.

«La chica del cuadro de honor echándose un pedo en pleno agasajo sexual, esto sí que va a estar bueno» pensó Deyanira mientras aún grababa a aquella improbable pareja.

Roberto sostenía con fuerza la estrecha cintura de la chica, quien no dejaba de emitir gemidos y sollozos de placer. Él no dejaba de empalarla con contundencia desde atrás, incluso no lo detuvo aquel gas que con total insolencia se disparó hacia él desde aquel menudo cuerpo. Ella tampoco dejó de gemir por ello. Parecía como si entre todo ese disfrute no tuviera plena consciencia de sí misma.

—¿Se te escapó? —preguntó él.

—¿Qué...? ¿Qué cosa? —le respondió, casi fuera de sí, Lluvia.

—Pues qué va a ser, ese pedo.

Los dos rieron entre aullidos de pasión expulsados por Lluvia.
Deyanira se dio por satisfecha y se fue.

Al día siguiente, cuando Roberto Rodríguez llegó a la escuela esperando con ansias encararse con Deyanira para exigir su recompensa, se llevó una rotunda sorpresa. Resultaba que para ese momento ya, prácticamente, toda la escuela compartía los videos de sus encuentros sexuales con aquellas cuatro chicas. Aquellas grabaciones pasaban de celular a celular y eran la comidilla de todo el colegio.
Roberto, quien ya tenía fama de conquistador, fue inmediatamente responsabilizado de la difusión de esos videos para bien y para mal, pues mientras unos lo alababan por cogelón, las co-protagonistas de esas grabaciones (cuando se enteraron y sufrieron la vergüenza de su vida) enfocaron toda su furia hacia el joven que, además, las había desvirgado haciéndoles creer que eran el amor de su vida.
Entre todas le juraron con total saña en sus palabras que lo denunciarían con las autoridades por haber abusado de ellas de esa forma. Más de una lo abofeteó.

Completamente encrespado, Roberto fue en busca de Deyanira quien, para su sorpresa, sonrió al verlo y sin dejarlo decir palabra le habló.

—Eso te pasa por pensar con la cabeza equivocada —le dijo Deyanira acercándosele para tocarle el pene sobre la ropa—. Pero me hiciste un gran favor, ¿sabes? Les dimos una lección a esas viejas chismosas.

Roberto, un tanto confundido, no pudo emitir palabra.

—Esas viejas eran las que hablaban pestes de mí. ¿Crees que no sabía de quien venía eso de calienta vergas? De esas chismosas, niñas perfectas, siendo que ellas son las verdaderas mosquitas muertas, pero tú ya lo demostraste y... por cierto, gracias por hacerlo —Deyanira le dio un beso en la mejilla y se alejó.

Mientras miraba aquella sensual silueta femenina alejarse de él con marcado contoneo, Roberto fue consciente de que ese beso sería la única recompensa agradable que tendría por sus acciones.

FIN



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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 22:05) dice: SEX? GOODGIRLS.CF

katebrown (18 de October de 2022 a las 19:40) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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