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Inés y sus primos

Relato enviado por : Anonymous el 30/05/2011. Lecturas: 9883

etiquetas relato Inés y sus primos   Familiares .
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Resumen
Inés viaja a Buenos Aires y se aloja en casa de unos primos que la someten a su gusto








Relato
Cansada de su vida vacua después dos años de viudez, Inés toma coraje y viaja a Buenos Aires para ver si la gran ciudad, aparte de oportunidades laborales, le permitirá reencausar su vida, sino amorosa por lo menos sexual.
Aun teniendo dinero producto del seguro de su marido y la venta del departamento en Córdoba, decide aceptar la hospitalidad que temporariamente le ofrece su prima Raquel, no sólo para no tomar una actitud apresurada sin conocer como se mueve el mercado inmobiliario sino porque también necesita de alguien en quien confiar que le de el sostén afectivo de un parentesco.
Sólo lo que la molesta es que, si bien el departamento que ocupa Raquel con su marido está perfectamente equipado y en un barrio tranquilo cercano al centro, este tiene las comodidades mínimas y en tan sólo dos dormitorios y un living comedor, tres personas pueden ser multitud, ya que tanto ella como sus primos carecen de total intimidad; con el pretexto de su búsqueda laboral, Inés pasa todo el día fuera de la casa y por la noche, alegando cansancio después de la cena, se encierra en su dormitorio para no estorbar al matrimonio.
Ciertamente, el vértigo de Buenos Aires, el mantenerse acicalada para las entrevistas como corresponde a una abogada de treinta y seis años, la tensión de esas mismas reuniones y los inevitables “lances” que sus entrevistadores mechan con una campechana actitud de colegas, la mantienen en vilo, crispada y nerviosa, lo que sumado a la fatiga del ajetreo, realmente la voltean en la cama. Pero esos desasosiegos, seguramente acicateados por sus dos largos años de abstinencia sexual total más la fogosa actividad del matrimonio del que la separa tan sólo una delgada pared, convierten en un infierno sus largas noches insomnes.
Es como si su prima se confabulara con eso, ya que todas las noches - gracias a Dios para ella - mantiene con su marido tan intensas relaciones que no puede evitar escuchar los gritos y gemidos con que aquella recibe sus penetraciones - y aparentemente también sodomías - y recurrentemente, ella acompaña esos acoples con intensas pero frustrantes masturbaciones que, más allá de los orgasmos - en realidad son sólo eyaculaciones sin emoción -, la dejan más vacía, sola y sucia por tener que recurrir a ellas a la edad que tiene.
Aquel viernes y aunque ella demorara la llegada al departamento luego de una solitaria cena y ver una obra de teatro, al hacerlo después de la una de la mañana, ya el matrimonio se encuentra al parecer en una noche de “festejo” especial, porque de la puerta entreabierta del dormitorio escapan roncas maldiciones, ayes, gemidos y gritos de contento que por un momento la hacen pensar en volver a salir, pero un algo maligno se instala en su mente y escurriéndose al dormitorio, deja de intención la puerta abierta para, luego de desnudarse totalmente, tumbarse en la cama y con la batahola de fondo, recorrer todo su cuerpo con las manos.
Casi doce años de un matrimonio sin inhibiciones en el que con Pedro se prodigaran hasta casi más allá de lo admisible, tras el accidente que le costara la vida y pasado el verdadero duelo, su cuerpo joven todavía le reclama aquellos insuperables acoples pero su recato de viuda provinciana y sus propias convicciones, han colocado un cerrojo a esas inquietudes sexuales, pero ahora, al influjo de lo que sucede en la otra habitación y los acuciantes reclamos del cuerpo, prontamente deja de sobar y estrujar sus senos para que ambas manos se dediquen a estimular la entrepierna.
Con las piernas abiertas y encogidas, los dedos no se dan abasto para frotar al clítoris e introduciéndose en la vulva, restregar vigorosamente los fruncidos meandros del interior; los grititos jadeantes de Raquel parecen inspirarla y acompañando la cópula de la otra pareja en una misma sintonía del placer, se afana tanto en su sexo, que muy pronto tres dedos se encuentran dentro de la vagina rascando briosamente la dureza del punto G y ya desmandada por su propia necesidad, se arrodilla en la cama mientras se penetra con los dedos en un enloquecedor vaivén, buscando con la otra mano en la hendidura entre las nalgas el agujero del ano para hundir en él todo el largo de su dedo mayor.
Sumida solamente en la búsqueda de su propia satisfacción, olvidada del lugar donde está, con sus rugidos desaforados ha atraído la atención de Raquel y cuando se estremece convulsivamente por la intensidad de la eyaculación que fluye entre sus dedos para luego caer exánime en la cama en posición fetal, siente como las manos delicadas de su prima le separan los cabellos mojados de transpiración que se han pegado al rostro como víboras perversas a las que alimentara su pasión y unos labios de suave morbidez buscan los suyos resecos por la fiebre.
Semi ahogada por la fatiga, el calor que brota desde lo más hondo del pecho y la saliva que siempre acude a su boca en momentos de máxima excitación, jadea temblorosa por las contracciones uterinas cuando escucha el murmullo apagado de Raquel diciéndole que ahora todo va a estar bien mientras la punta húmeda de su lengua juguetea por debajo de los labios y entre las encías; Inés jamás imaginó que el alivio a su abstinencia lo tendría a manos de una mujer pero es tan grande la histérica angustia que la habita, que poniendo en actividad su lengua, se traba en deliciosa lucha con la de Raquel.
Todavía siente el pecho sacudido por el hipar que le provocan los espasmos de sus entrañas pero no ignora las manos de su prima que le acarician la cara al tiempo que los labios se apoderan de los suyos en una mezcla de succiones con mordidas a las que ella responde de la misma manera; los dedos de ambas se prodigan en caricias al rostro como a los revueltos cabellos mientras lenguas y labios se trenzan en un combate de dulces chupeteos y lambidas y así se entregan una a la otra hasta que la ansiedad y la falta de aliento aminora sus ansias.
Abrazándose tiernamente, se estrechan la una contra la otra mientras sus bocas dejan escapar ininteligibles palabras de pasión junto a irrefrenables gemidos gozosos; todo el deseo acumulado en la cordobesa parece explotar y más allá de con quien sea que lo esté haciendo, anhela fervientemente satisfacer la calentura que parece querer brotar no sólo por sus poros sino que siente como si agudas garras arrastraran sus órganos hacia el caldero hirviente de la vagina; inconscientemente ensaya un movimiento copulatorio estrellando la pelvis contra el vientre de Raquel.
Distrayendo una mano del abrazo, su prima la hunde en la entrepierna para que , tras restregar reciamente al clítoris, hunda el dedo medio entre los mojados pliegues del interior en lento rascado que va enardeciéndola y ante sus repetidos asentimientos que refuerza con los dedos clavándose como garfios en las espaldas de Raquel, penetra junto con el índice la vagina para buscar la protuberancia del punto G y en ella se detiene estimulándola insidiosamente mientras Inés menea la cabeza con desesperación y entre los dientes apretados exhala un ronco rugido de placer.
Por su reciente eyaculación, Inés sabe que no alcanzará fácilmente el orgasmo y mientras se separa del abrazo para quedar apoyada boca arriba, le implora suplicante a la otra mujer que lo haga acabar practicándole sexo oral, pero en los planes de Raquel no está el hacérselo tan fácil y, tras volver a abalanzarse sobre su boca gimoteante, aferrándole la mandíbula entre los dedos para recomenzar a besarla fogosamente, le separa las piernas para encajar su cuerpo en ese hueco.
Inés se debate desesperadamente y encoge las piernas para apoyar los talones en las nalgas de su prima, atrayéndola hacia sí en tanto proyecta la pelvis contra ella en imitado coito; compadeciéndose de su desmesurada calentura, Raquel va descendiendo con la boca hacia el mentón con lamidas y chupadas, baja a la suave piel que lo une al cuello y por él, siguiendo la curva de la tráquea, se encamina hacia la parte alta del pecho; Inés tiembla por la excitación que ya cubre esa piel de un rosáceo sarpullido y cuando la lengua tremolante se encarga de relevar las casi imperceptibles ondulaciones del esternón, proclama un fervoroso asentimiento al tiempo que le pide le chupe las tetas.
Estas son uno de los atributos por los que a su edad aun es deseable para los hombres, como lo comprobara en cada una de las entrevistas en las que los ojos de estos se perdían ávidos en el escote y Raquel, que ansía conocer esa turgencia que siempre parece querer liberarse de la opresión de la ropa, contempla maravillada su belleza; grandes pero no exageradamente, los senos se mantienen erguidos con sólo una comba sobre el abdomen que los hace aun más apetitosos, exhibiendo en su vértice dos amplias aureolas que, de un rosado oscuramente amarronado, están cubiertas por gránulos de diversos tamaños y de su centro emergen dos largos y gruesos pezones cuyas laderas oscuras contrastan con la sonrosada punta ovalada.
Pero lo que incita más a aquella mujer que se propusiera desde el primer día poseer a esa prima a quien no ve y desea desde la adolescencia, es el insoslayable movimiento gelatinoso que en la parte superior se agita temblequeante por el jadeo entrecortado del pecho y por ello inclina la cabeza para recorrerlo con la punta de una lengua que se agita meliflua sobre el muelle faldeo y al escuchar el susurradamente enfático si de la abogada, comienza trepar la ladera.
Raquel no es lesbiana pero sí ha sostenido regularmente relaciones sexuales con mujeres y, a sus cuarenta años, desde hace más de diez que con Walter mantienen una relación abierta, ya que el no poder tener hijos los ha liberado y dejando volar su imaginación, se convirtieron en cómplices de diversas tenidas sexuales en las que comparten tanto a otra mujer como a otro hombre; por eso es que la inesperada presencia de Inés en su casa ha exacerbado esa incontinencia y las tumultuosas relaciones que alimentaran la lujuria contenida de la viuda, son producto de una cuidadosa planificación en la que sobreactuaron para influir su larvada concupiscencia.
Aun en la penumbra, el cuerpo firme y pleno de su prima ofusca el entendimiento de la mujer y su boca inicia un lento recorrido ascendente por la cuesta; en tanto la lengua tremolante deja senderos húmedos de saliva, los labios se afanan en enjugarlos y en ese periplo de prodigiosa lubricidad, van hasta casi la cima o se sumergen en la unión con el abdomen, escarbando en la arruga el salobre sudor acumulado; los farfullados agradecimientos de Inés junto a las caricias de esta a su cortísimo cabello la inspiran malignamente e incrementado el suplicio que la espera supone para la abstinente mujer, pone una mano a efectuar similar tarea en el otro seno.
Después de la desesperanzada angustia en que la reciente masturbación la sumiera para hacerle comprender toda la hondura de su soledad, el apremio conque su prima la instiga se convierte en una tabla de salvación para Inés que a su edad y la de Raquel, no espera que aquel sea un arranque enamorado de la mujer sino la concreción de algo que tal vez se están debiendo desde sus días de adolescentes en que las separaran; con los ojos cerrados por el goce, musitando palabras y frases que ni ella misma comprende - seguramente dictadas por el inconsciente -, siente como la lengua hurga en la aureola sobre aquellos gránulos sebáceos que como conductores eléctricos envían señales urticantes a sus riñones y los labios de su prima encierran al huérfano pezón para someterlo a exquisitas chupadas.
Raquel sabe cómo se seduce a una mujer para conducirla sin inconvenientes a un sexo libre de inhibiciones, especialmente cuando, como su prima, lleva largo tiempo sin conocer otro sexo que el manual; aprisionando al largo pezón entre los labios, hace que la lengua lo sacuda con recios azotes restregándolo contra la parte interior de los dientes, al tiempo que índice y pulgar forman una tenaza sobre el otro para retorcerlo juguetonamente y cuando Inés repite hasta el cansancio un penetrante sí, los dientes se cierran sobre la mama en incisivo mordisqueo que, sin lastimar, enardece a la mujer mientras que con el pulgar haciendo de cuna para la otra, va clavando el filo romo de la uña.
Asida a la sábana con los dedos engarfiados, Inés siente como todas sus barreras se derrumban para dar paso al disfrute sexual por el goce mismo y meneando las caderas en inconsciente coito, suplica a Raquel que no la haga esperar más para darle lo que está necesitando; comprobando que ya la ha llevado a un punto desde el que le será imposible retornar, esta va bajando a lo largo del vientre en menudos besos y lengüetazas hasta que arriba a la negra mata de vello púbico y comprendiendo que ese abandono se debe a la negación sexual que su prima se impone a sí misma, huele con avariciosa glotonería esa mezcla de sudores con el natural olor almizclado de la mujer encelada y los jugos que Inés desparramara sobre ellos al acabar.
Tanto tiempo sin una boca en su sexo saca de quicio a la viuda, que separa aun más las piernas en tanto aferra con las dos manos la cabeza de Raquel para obligarla a que tome contacto directamente con el sexo; seguramente el hecho de que sus madres sean hermanas colabora en hacer a ese sexo algo especial para Raquel que, contempla como alucinada a esa vulva dilatada por cuya hendidura sobresalen los bordes fruncidos de los labios menores y proyectando la lengua en forma de pala, la desliza por sobre la rendija hasta al misma entrada a la vagina para luego ir ascendiendo lentamente, degustando los jugos que emanan desde el interior con el travieso beneplácito de Inés que proclama su contento al exigirle sin recato alguno que la chupe bien chupada hasta hacerla acabar.
Los sabores que cubren al sexo y los nuevos que este va exudando, estimulan la perversidad de Raquel que, abriendo los labios mayores con los dedos y fuera de quicio al ver los filigranescos colgajos de su prima, abre la boca como una anaconda para meterlos casi totalmente adentro e inicia una mezcla de masticación con chupadas que la extravía; en su impaciente desasosiego, Inés clava los dedos entre los mechones de la cabeza de Raquel al tiempo que menea la pelvis en un brioso rempujón que la lleva al límite cuando siente dos dedos encorvados introduciéndose a la vagina.
Moviendo las mandíbulas como si rumiara, va macerando los coralinos repliegues al tiempo que busca con la yema de los dedos en la parte anterior del canal vaginal esa callosidad que por su experiencia ubica rápidamente muy cercana a la entrada y cuando Inés abre y cierra las piernas como el aletear espasmódico de una mariposa resollando fuertemente por la nariz, en un ágil salto se coloca invertida sobre esta.
Aun con los párpados entrecerrados por el goce, Inés percibe el movimiento y cobra conciencia de la presencia de la entrepierna sobre su cara por las vaharadas fragantes que despide el sexo de su prima; algunos sesenta y nueve que practicara con su marido han sido épicos pero el hecho de que sea una mujer, pone a la situación un acento especial, ya que ahí verdaderamente se concretara la relación lésbica y saber que accederá a aquello que vuelve locos a los hombres, no hace sino estimularla.
Sin los melindres hipócritas que hubiera opuesto años atrás, sintiendo en su cuerpo y mente el peso del desahogo que significará a su edad alcanzar semejante relación, se dice que debe aceptar cualquier circunstancia que le devuelva los perdidos ímpetus sexuales y colocando sus manos una en cada cachete de las nalgas, las separa para ver por primera vez en su vida el espectáculo de la zona genital de una mujer; aun conociendo qué encontrará, se impresiona el ver la pulida superficie del fondo de la hendidura en cuyo final se destaca el apretado haz de los esfínteres anales y tras un pequeño perineo, la boca alienígena de la vagina abrillantada por las mucosas que drena parece invitarla con su pulsar.
Habiéndose apoderado de su clítoris con toda la boca para chuparlo con la intensidad de un amamantamiento, Raquel hace que los dedos se expandan y contraigan en un delicioso rascado a la vagina y, sin poderse contener, ella aplica la lengua tremolante al ano, degustando la acidez escatológica residual que rezuma; siempre le ha gustado hacérselo a Pedro pero en los hombres ese sector suele estar cubierto por pelos e inexplicables erupciones que en su momento le causaron nauseas.
Sin embargo, cuando los frunces ceden complacientes al empuje de la lengua como dándole permiso, afila la punta para acicatear el oscuro centro y muy lentamente, el órgano va introduciéndose apenas al recto; entusiasmada como si fuera un logro personal, aplica los labios como una ventosa para succionar intensamente mientras la lengua desaparece un par de centímetros en la tripa y esa mínima sodomía de la boca parece alegrar a Raquel, quien intensifica el devastador rasguño y al tiempo que otorga a la muñeca un movimiento oscilante para abarcar casi todo el conducto, el pulgar de la otra mano comienza a ejecutar similar intento que la lengua en el ano.
Influida por la perversidad lujuriosa de su prima; Inés decide concretar de una buena vez lo que íntimamente está deseando y llevando la boca a ascender por el sensibilísimo perineo, sorbe las diminutas gotitas que fluyen de la vagina y lentamente sube por la raja que va separando con labios y lengua hasta acceder al arrepollado manojo de los colgajos internos que la marean con su textura y el sabor indescifrablemente exquisito de sus fluidos que se ve incrementado por la fragancias que, como en todas la mujeres, la vagina expele en silenciosas flatulencias.
Imitando a la otra mujer, lleva la boca a encerrar el erguido clítoris y sabiendo lo que debe hacer, inicia una discontinua succión que simula una masturbación e introduce dos dedos a la vagina que se dilata complaciente a su paso pero sólo para ejecutar un movimiento de sístole-diástole sobre ellos, lo que la motiva para incrementar el vaivén de la mano y copiándola totalmente apoya la yema del pulgar de la otra mano para que vaya hundiéndose morosa al ano; los dos forman un mecanismo de maravilloso acople y afanándose con golosa complacencia, se hamacan ensambladas en medio de rugidos y bramidos que las bocas ocupadas no permiten surgir plenamente hasta que, animándose mutuamente a no desmayar en el esfuerzo, ambas parecen alcanzar sus orgasmos para caer derrumbadas.
En realidad, y como le pasara con la masturbación, a Inés le cuesta alcanzar los verdaderos orgasmos, aquellos que no son una simple efusión natural del útero sino los que llevan implícitas sus ansias, el amor, el deseo de haberse satisfecho satisfaciendo al otro, el cumplimiento de las fantasías que su psique le dicta a la razón e, indefectiblemente, una buena cogida; sin embargo, el desahogo es evidente por al cantidad de mucosas que acudieran a lubricar su sexo y porque mentalmente se siente como liberada.
A punto está de dejarse ganar por la modorra post coito, cuando siente como Raquel la alivia de su peso, pero simultáneamente, otra presencia se hace evidente entre sus piernas; su provinciano recato le dice que no ceda a lo que la pareja le exija pero la Inés animal, la que siempre estuvo latente, como una fiera desatada que anhela llevar su emancipación a la máxima expresión para sentirse plena y satisfecha, la hace entrever un futuro tan distinto al que imaginara, que abriendo los ojos y contemplando la rubia cabeza de Walter que se abate sobre su sexo; facilitándole las cosas a su primo?, abre las piernas y manteniéndolas encogidas casi sobre sus hombros, aprecia la diferencia notable que existe entre una boca femenina con la de un hombre, ya que satisfaciéndola por igual con distintos resultados, las masculinas se imponen por la reciedumbre de los roces, frotes y estregones.
Labios y lengua realizan un lerda incursión a toda la zona erógena y realmente Inés no sólo retrepa la cuesta del deseo sino que siente tanta excitación como si la reciente eyaculación no hubiera sucedido y cuando alza la cabeza para alabar su habilidad, encuentra los ojos picarescamente divertidos de su prima que ha reingresado a la habitación para sentarse en un pequeño sillón; enganchando las piernas encogidas a los brazos del asiento, comienza a enviar una mano a sobar suavemente los senos mientras que la otra azuza nuevamente al abatido clítoris.
Ya la boca de Walter parece haber terminado con la exploración y se hunde casi junto a las sabanas para que la lengua nerviosa estimule reciamente al ano, haciéndola lanzar una exclamación entre contenta y sorprendida, ya que los esfínteres recientemente distendidos por Raquel, ahora se dilatan mansamente para permitir que la lengua vaya invadiendo la tripa; tapándose la boca para evitar el grito, Inés siente como todo el cuerpo se estremece de gusto junto a ese picor similar a las ganas de evacuar y de su boca sale un repetido sí en agudo chillido, lo que hace al hombre intensificar la penetración de la lengua envarada y ella lo bendice cuando él aplica los labios como una ventosa para succionar profundamente al ano.
Las sodomías no son un novedad para ella, pero en muy pocas oportunidades había premiado a Pedro con su practica, ya que, aunque sorprendentemente las penetraciones anales no le duelan más que una vaginal y ese pequeño sufrimiento exacerba sus fantasías eróticas, considera que ese tipo de acoples son más propios de los homosexuales y eso la encasilla en una posición de incomoda humillación; sin embargo, desde que lo hiciera recíprocamente con Raquel y ahora la maravilla que Walter realiza con labios y lengua, la coloca en un plano más femenino para formar parte de uno de los disfrutes del sexo heterosexual.
Aminorando los chillidos a balbuceados gemidos de goce, de manera involuntaria menea la pelvis como para darle a entender al hombre de sus angustias y este, reemplazando a la lengua por un largo y grueso dedo pulgar, sube hasta la vulva para, tras separar sus labios con índice y pulgar, ejecutar una exquisita masticación a los colgajos muy parecida a la que le realizara Raquel; esa comparación la lleva a voltear la cabeza para encontrarse con la mirada lúbrica de su prima que se extasía con lo que su marido le está haciendo mientras sus dos manos se prodigan en la entrepierna, la una estimulando reciamente el interior de la vulva y la otra introduciendo tres dedos profundamente a la vagina.
Evidentemente, esa salida tan particular de su abstinencia la ha liberado de prejuicios y hasta exacerbado las más recónditas fantasías que a su edad sería estúpido ocultar; dándose cuenta cuanto la excita ver a Raquel masturbándose y sintiendo en lo profundo una imprevista necesidad de ser ella quien goce con la calentura de la otra mujer, distrae la mirada para observar como su primo se afana chupeteándola y con voz enronquecida por la emoción y el deseo, le reclama que la penetre de una vez.
Aparentemente, él estaba aguardando ese consentimiento explicito, ya que, acomodándose con ambas piernas separadas frente a ella, excita en rápida masturbación al falo más largo que Inés viera en su vida para luego embocarlo en la entrada a la vagina; aunque en toda su vida ha tenido sexo con seis hombres a tres de los cuales sólo le practicara sexo oral, ninguna verga se pareció a esta, ya que, no siendo tanto más gruesa, sí está poblada por arrugas, venas y montuosidades que magnifican su largo que no será lejano a los treinta centímetros y pensando inconscientemente cuan feliz debe de ser su prima, clava los dedos en sus muslos, elevando todavía más la pelvis.
Con una sonrisa perversa en su rostro, Walter le advierte que no tiene idea de hasta donde él puede llevarla a lo más alto del placer y manejando con sabia prudencia la extraña verga, la hace entrar delicadamente unos centímetros; aunque los dedos propios y los de Raquel distendieran los esfínteres vaginales, ninguno ha tenido la consistencia de este falo y casi como si fuera la primera vez, siente que sus músculos se resisten a la penetración haciéndole emitir una especie de vagido dolorido.
A pesar del sufrimiento y de la nerviosa expectación con que espera volver a sentir dentro de ella un verdadero falo, la distraen los movimientos de su prima que ahora ya no se masturba con los dedos sino que tiene entre ellos un consolador que parece ser una imitación total a un verdadero pene y en tanto con los dedos de la mano izquierda hostiliza vigorosamente al clítoris, lo hunde y retira despaciosamente de la vagina en medio de guturales gemidos y ayes mientras contempla con gula como él va introduciendo la larga verga en su sexo.
Despaciosamente, centímetro a centímetro, separando los músculos faltos de ejercicio y aprovechando la lubricación que mana desde el útero, él va enterrando en su interior la fantástica verga y esa consistencia lleva tan ansiosa impaciencia a todo su ser que ella comienza a darle un leve meneo copulatorio a las caderas y entonces siente como el tremendo pene se desliza hacia la cervix, la traspone para dilatar al cuello uterino y el suave glande restriega como nunca nada lo hiciera las delicadas mucosas del endometrio.
Por un momento se envara como paralizada por el sufrimiento pero repentinamente se da cuenta que este no existe sino en su imaginación y que un bienestar desconocido comienza a invadirla; soltando las piernas para envolver la cintura de Walter, con los talones apretando sus nalgas para darse impulso, se aferra a los antebrazos que él mantiene apoyados en la cama y proyectando la pelvis, colabora para que la penetración sea aun más honda.
Asiéndola por la cintura, el hombre la alza para que su sexo quede a la altura del suyo y así, con el torso derecho, la sostiene elevada para hamacar el cuerpo y ese vaivén hace que sienta la verga golpeando casi en su estómago; mordiéndose los labios por ese martirio sadomasoquista que la complace tanto, proclama insistentemente la santidad de Dios entremezclada con soeces pedidos del sexo más salvaje y gratificándola, Walter inicia un inclinación del cuerpo hacia atrás arrastrándola con él por los brazos e Inés comprende que quiere que lo monte.
En la medida que él se recuesta, ella acomoda las piernas para quedar arrodillada sin dejar que la portentosa verga salga de su sexo y cuando siente restregarse contra la vulva la fronda velluda del hombre, separa con los dedos los labios mayores para que ese roce ayude a excitarla aun más; cuando al fin Walter se encuentra totalmente apoyado en la cama, Inés separa las rodillas e inicia un manso movimiento de elevación por el que el largo falo casi escapa del interior y despaciosamente vuelve a descender, sintiendo el inefable restregar separando sus carnes.
Buscando con las manos las de su primo para que la ayuden a sostenerse erguida, emprende un moroso galope flexionando las rodillas y rememorando una técnica que practicara con su esposo, comprime los músculos vaginales contra el miembro para que, al conjuro de ese estímulo, la verga recorra de arriba abajo todo el interior; eso coloca un verdadero frenesí en la abogada, que va agregando al galope un menear de costado, hacia delante y atrás que va arrancando de su pecho hondos jadeos de disfrute y pasión.
Soltándole las manos, Walter la incita a inclinarse sobre el pecho para que sus manos jugueteen reciamente con los senos; complacida por aquello y el fuerte restregar del falo que en ese ángulo aun la complace más, apoyada en los codos a cada lado del hombre, recibe los violentos empellones con que él eleva su pelvis para acompasarse a sus flexiones, cuando siente sobre las nalgas las suaves manos de su prima.
Los lengüetazas y besuqueos asociados a las caricias de las manos le sugieren alguna nueva combinación con el matrimonio y reforzando esa suposición, percibe como la lengua busca el nacimiento de la hendidura y comienza a descender tremolante por ella; presintiendo que Raquel busca satisfacer su fetiche por el ano, aminora el ritmo sin cesar en la cópula, para permitir que las manos separen los cachetes de las nalgas y entonces, labios y lengua lleguen a establecer contacto con el ya sensibilizado ano.
Definitivamente, por conveniencia y convicción, Inés ha aceptado formar parte de ese trío que no sólo le asegurará su permanencia en el hogar de sus primos sino la promesa de las más fantásticas experiencias sexuales que la compensaran por toda la abstinencia anterior y con creces; disfrutando de los estrujones de Walter a los senos bamboleantes, cierra los ojos ante tamaño disfrute porque, sofrenando su cadencioso ondular al mínimo para que sea su marido quien se esmere en proyectar la pelvis contra su sexo en una fenomenal cogida, Raquel instala sobre el ano toda su boca para chupetearla entusiasta.
El goce supera las expectativas de Inés y murmurando lindezas sobre las habilidades del matrimonio, recibe entusiasta al dedo que comienza a incitar con la lengua en el ano y casi sin pensarlo, exhorta a su prima a penetrarla con él; despaciosamente, el dedo separa los esfínteres y con la lubricación de la abundante saliva que Raquel deja caer, se introduce en el recto hasta que los nudillos le impiden ir más allá y entonces comienza un sublime ir y venir que exacerba a la viuda, quien roncamente expresa su fervoroso asentimiento.
Súbitamente, su prima retira el dedo del ano y cuando ella levanta la cabeza para reprocharle por semejante castigo, siente alojarse sobre los dilatados esfínteres la ovalada punta de algo que no puede ser sino un consolador, mientras escucha a Raquel prometiéndole el mayor disfrute de su vida; ella ha visto en videos condicionados diversas dobles penetraciones y siempre se ha preguntado cómo sus receptoras pueden soportarlo, pero ahora, un atávico espanto la lleva a expresar una iracunda negativa.
Seguramente ya expertos en situaciones semejantes y como formando parte de una coreografía perfectamente ensayada, el matrimonio la inmoviliza; él aferrándola por los hombros contra su pecho y ella apretando con los carpos de una mano el sacro hacia abajo, después de derramar en la hendidura una abundante cantidad de saliva, empuja e Inés siente despavorida como el glande de una verga casi tan considerable como la que tiene en la vagina, desplaza dolorosamente los esfínteres y en medio de un sufrimiento insoportable, se desliza sobre las mucosidades intestinales.
Espontáneamente, el grito estridente surge de los labios de Inés y contradictoriamente, como siempre le ha sucedido con el sexo anal, el sufrimiento más intenso convive con una sensación de indefinible placer que la extravía y mezclando el llanto con las exclamaciones del más entusiasta goce, siente como el consolador que porta su prima se introduce hasta que la copilla del arnés que lo sostiene choca con sus nalgas.
Tras permanecer un instante paralizada con la cabeza levantada y la boca abierta en lo que ahora es un grito mudo, proclama fervorosamente su asentimiento en repetidos sí que entusiasman a sus primos; lo que todavía hace más fantástico a ese coito sodomita es la simultaneidad de sentir las dos portentosas vergas dentro de sí rozándose a través de la delgada membrana de la vagina y la tripa y, cuando sus primos comienzan a moverse en suaves vaivenes, el placer la vuelve loca.
Adaptándose a la cadencia, hamaca el cuerpo abajo y arriba, adelante y atrás, experimentando una sensación de tan inefable goce que la lleva a suplicarles a que la hagan gozar plenamente; saliendo de ella, Walter retrepa en la cama para quedar recostado en las almohadas y el respaldo e Inés, bajo la conducción de su prima, se acuclilla de espaldas a él con las piernas abiertas sobre la entrepierna y conducida por las manos de Raquel, hace descender el cuerpo hasta donde Walter sostiene erecto al portento con una mano y cuando ella se dispone a disfrutarlo en la vagina, siente como él lo apoya sobre el ano todavía dilatado y gracias a su ansiosa inmolación, va introduciéndose dolorosamente a la tripa.
Con los dientes rechinando y emitiendo un ronco bramido, se aferra con desesperada fuerza a sus rodillas para soportar el sufrimiento de esa verga que supera en largo y grosor al consolador y cuando sus nalgas restriegan el vello púbico de su primo, asistiéndola con sus manos sosteniéndola por las axilas, Raquel propicia la iniciación de un suave vaivén por el que la verga recorre tan placenteramente al recto, que ella proclama de viva voz la satisfacción que le da.
Las manos de la otra mujer ya no necesitan impulsarla y adaptándose al ritmo del corto galope que consigue flexionando las rodillas, soban concienzudamente los senos bamboleantes mientras su lengua busca tremolante establecer contacto con la suya; es tal el goce y la calentura de la viuda que suelta la rodillas para asir nuca y hombros de su prima al tiempo que la boca aloja golosa la lengua para trabarse en una dulcísima sesión de besos y chupeteos.
Consciente de que eso sofrena el accionar de las mujeres, Walter proyecta la pelvis para que la sodomía no pierda en potencia ni profundidad y en ese ondular de sus cuerpos, Raquel lleva una mano a estimular en lerdos círculos al clítoris de Inés; aquello termina de enajenar a la abogada y más cuando Raquel abandona su boca y senos para descender presurosa hacia la entrepierna.
Sabedor de lo que se propone su mujer, Walter aferra por los hombros a Inés para ir haciéndola recostar un poco, posición que favorece las intenciones de Raquel que se acuesta frente a la zona genital totalmente expuesta y luego de degustar ávidamente las mucosas que la verga de su marido extrae del recto en el ir y venir de la espléndida sodomía, abre con dos dedos la dilatada vulva empapada de jugos y transpiración para que toda la boca se enseñoree en los inflamados tejidos mientras con tres dedos penetra la vagina a la búsqueda del punto G.
Ante placer tan desmesurado, Inés cree perder el juicio y realmente pone todo de sí para satisfacer a la pareja satisfaciéndose; afirmándose en los pies para incrementar el arco de su cuerpo, coloca las manos echadas hacía atrás en los hombros de Walter mientras este la compensa estrujando con las manos a los senos y dejando que los dedos restrieguen y retuerzan duramente los pezones.
Durante unos momentos se mueven sincrónicamente y ya su prima no sólo realiza un estropicio en los labios menores, sino que la boca se aplica a chupar profundamente al clítoris matizándolo con ocasionales mordisqueos incruentos de los dientes que conmueven a la viudita mientras los dedos entran y salen del sexo como un verdadero martinete; la fiebre, el ansia y la pasión desatada, resecan la garganta y labios de Inés quien expresa su contento por medio de ronquidos, bramidos y ayes entremezclados con soeces insultos y en ese momento siente como la boca y los dedos de Raquel son reemplazados por la testa del consolador que, con lentitud la mujer va introduciendo a la vagina.
Nuevamente, los dos falos la habitan y sentirlos raspándose entre sí como si los tejidos no existieran, pone en su mente la necesidad de un disfrute masoquista para llegar a la consumación del orgasmo final a través del más placentero sufrimiento y flexionando las piernas reciamente, ayuda a Walter quien la levanta y baja por las axilas para que reciba los falos en toda su dimensión; con el sudor bañando su cuerpo por el esfuerzo, levanta la cabeza para buscar con la mirada a Raquel y la encuentra inclinándose sobre su torso para sostenerla junto al hombre en tanto labios y lengua se solazan en los senos.
Convencida de que ha encontrado la felicidad total, se deja llevar por el momento y a poco puede escucharse a los tres entremezclando sus voces en la proclamación de sus próximos orgasmos; brindándose sin limitaciones en aquello de dar y recibir, los tres se prodigan vehementemente hasta que Inés siente que sus entrañas se desgarran en la maravillosa sensación del orgasmo concretado y recibe en la tripa el baño tibio de la simiente de su primo mientras Raquel expresa en eufóricos jadeos el advenimiento de su alivio







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Comentarios enviados para este relato
katebrown (18 de October de 2022 a las 19:45) dice: SEX? GOODGIRLS.CF


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